Nueve

 

Sasha estuvo a punto de caerse de la silla. Se quedó mirando fijamente a Alan, preguntándose si lo había entendido mal.

- ¿Cómo dices?

Alan se aflojó el cuello, como si llevara una corbata demasiado ajustada en lugar de un polo.

- Estoy seguro de que has oído lo que he dicho. Creo que deberíamos seguir comprometidos. Y casarnos.

- Te he oído, pero no estoy tan segura de que lo que has dicho tenga sentido para mí - Sasha se levantó lentamente, mirándolo con abierta incredulidad- . ¿Qué quieres decir con que después de pasar el fin de semana juntos ahora sabemos a qué atenemos?

- Bueno, sí, claro - carraspeó y continuó- . Antes de esta semana, ninguno de los dos sabía que el otro tenía dudas. Ahora ya las hemos expuesto, que era lo que teníamos que hacer para poder seguir adelante con nuestros planes - añadió- . Ha sido beneficioso que tuviéramos estos dos días para resolver nuestros problemas.

O estaba siendo increíblemente zoquete, o realmente no tenía ni idea de cuáles eran sus problemas, pensó Sasha, perpleja como siempre por los entresijos de la mente masculina.

- Alan, no hemos resuelto nada. Ni siquiera hemos tenido una conversación de verdad. Casi no nos hemos hablado. Hemos reconocido que teníamos problemas, pero no hemos hecho nada para solucionarlos.

- ¿Cómo puedes decir que no hemos hablado? - replicó Alan con el ceño fruncido- . Habíamos concluido que a los dos nos molestaba no haber tomado una decisión sólida y consciente de que debíamos casarnos. Los dos nos sentíamos un poco empujados por nuestras familias y amigos. Ahora podemos decir que lo hemos hablado y que hemos acordado que lo mejor es que nos casemos.

Con los puños en las caderas, Sasha notó cómo su «detestable mal genio», como Alan lo llamaba, empezaba a hervir en su interior. No podía creer que hablara de forma tan presuntuosa, aunque siempre había tenido una ligera tendencia a la arrogancia, no lo había esperado de él aquel día.

- ¿Los dos estamos de acuerdo en que es lo mejor?

- ¿Por qué no? - repuso con una ligereza que avivó su agitación- Nos llevamos bien, la mayor parte del tiempo. Los dos tenemos algunas excentricidades que molestan al otro, pero ¿qué matrimonio no tiene cosas que superar? Y tienes que reconocer que, en ciertos aspectos, nos llevamos muy bien añadió con una sonrisa vacilante destinada a cautivarIa.

No lo consiguió. Sasha no había estado tan furiosa con Alan desde que, con nueve años, le había metido una rana en el bañador. En aquella ocasión, lo había empujado al lago. En aquellos momentos deseaba poder hacer lo mismo.

- A ver si lo he entendido - dijo, con voz gélida capaz de helar la sangre- . Tú y yo nos llevamos bastante bien, manías aparte, y somos dinamita en la cama, así que, eh, ¿por qué no nos casamos? Alan hizo una mueca.

- Eso no es exactamente lo que...

- Después de todo - continuó- , ya está todo planeado y casi listo. Piensa en el embrollo que sería anular el compromiso trece días antes de la boda.

Alan apretó los dientes, una señal muy clara de que Sasha estaba poniendo a prueba su paciencia... como si a ella le importara.

- Sasha, estás exagerando. Si pudiéramos hablar razonablemente sobre esto...

- Pero yo no soy razonable, ¿recuerdas? Soy temperamental e impredecible y «distraída». Es increíble que haya podido valerme sola durante tanto tiempo. Caramba, sería una estúpida si no me casara contigo para que pudieras cuidar de mí.

- Maldita sea, yo no he dicho...

Sasha lo cortó con un movimiento rápido y firme de la mano.

- No importa, creo que te has explicado muy bien.

- ¿Quieres decir que no estás de acuerdo conmigo? ¿Que todavía no estás segura de que lo mejor es que nos casemos?

- Eso es exactamente lo que quiero decir.

Alan la estudió durante un largo momento con ojos entornados y la expresión inescrutable.

- Entonces, supongo que ya te has decidido.

- Sí - dijo en voz baja- . Supongo que sí.

Había decidido que no se conformaría con un matrimonio de conveniencia. Una unión práctica y cuidadosamente calculada de dos familias muy unidas. No sería una esposa objeto de un afecto tolerante o de una paciencia resignada. No se casaría porque fuese demasiado problemático alterar los planes en el último momento.

En algún momento durante el año anterior, o tal vez durante aquel fin de semana, sus sentimientos hacia Alan habían cambiado del afecto de una amistad a una emoción más fuerte, más profunda y aterradora. Lo amaba apasionadamente. Y si Alan no sentía lo mismo por ella, se negaba a perder el corazón tratando inútilmente de cambiarlo. Sasha tenía miedo de que Alan sólo viera en ella a la niña con la que había crecido. Tal vez nunca había llegado a ver a la mujer en la que se había convertido.

Se llevó la mano al pecho, consciente de que ya tenía el corazón roto. Pero tal vez, sólo tal vez, podía salvar parte de su orgullo, si podía resistir un poco más.

Si Alan estaba sufriendo de algo más que de irritación, no lo reflejó en su expresión.

- Entonces, ya no hay compromiso.

- No - susurró, contemplando el diamante que todavía llevaba en la mano izquierda- . Me temo que no. Alan se pasó la mano por el pelo.

- ¿Estás segura de que eso es lo que quieres? No era lo que quería, pero Alan no le había ofrecido lo que realmente deseaba... su corazón.

- Sí - contestó.

- Podríamos ser felices en nuestro matrimonio, Sasha. Tenemos tantas cosas en común. Tantos objetivos y valores comunes.

No había mencionado amor.

- Lo siento, no es bastante.

Sus palabras tuvieron el efecto de una bofetada. Alan se dio la vuelta con movimientos rígidos.

- Entonces, supongo que tienes razón. Será mejor que pongamos fin al compromiso - declaró. Sasha asintió con tristeza. Pasado un momento, Alan suspiró- . Va a ser desagradable.

- Lo superaremos - Sasha estaba pensando en mudarse, o tal vez cambiarse el nombre. Eso sería mucho más fácil que enfrentarse a su madre, o a la de Alan- . Siento que todo haya terminado así.

- Yo también.

Los ojos le escocían, pero se negaba a derramar las lágrimas que llenaban sus ojos.

- Mm... todavía tengo que buscar casa para los perros - murmuró, incapaz de pensar con claridad más allá de aquella tarde.

Alan frunció el ceño, como si le sorprendiera un poco que mencionara a los perros en aquel momento.

- Sí, supongo que sí. Aunque sólo Dios sabe a quién vas a encontrar que los quiera. .

Ni siquiera podía pensar en separarse de Molly y sus cachorros. Le parecía otro adiós para el que no estaba preparada. Para mantenerse ocupada, y evitar mirar a Alan, Sasha miró la hora en su reloj.

Casi eran las doce. No sabía si podría soportar otra comida tensa y dolorosamente educada. Tal vez debía irse ya, antes de perder los últimos vestigios de dignidad y suplicarle a Alan que la amara.

Sintiéndose como si todo sucediera a cámara lenta, se quitó el anillo de diamante de la mano izquierda sintiéndose extraña y vacía sin él.

- Será mejor que te lo devuelva - dijo, tendiéndoselo, orgullosa de que la mano apenas le temblara- . Tal vez puedas... tal vez puedas venderlo o... o lo que sea - terminó torpemente.

Sólo con pensar que otra mujer llevaría su anillo, sentía deseos de romper algo. Pero no podía conservarlo. En el futuro, siempre que lo mirara, lo vería como un símbolo de sueños incumplidos y de un corazón roto. Lo mejor sería no tener un recordatorio visible de lo tonta que había sido.

Como si necesitara algo para recordarlo.

Alan contempló el anillo como si fuera a explotar si lo tocaba.

- Quédatelo, no lo quiero.

- Por favor - susurró- . Tómalo. Yo no... no lo quiero.

Se lo había regalado en Navidad, sin grandes ceremonias, delante de sus familias. En su momento, Sasha pensó que le habría gustado un poco más de romanticismo, pero precisamente ese era el ingrediente que había faltado en su relación desde el principio. Un diamante, a pesar de toda su belleza, sólo era una piedra. Necesitaba mucho más.

Después de una larga pausa, Alan tomó el anillo y se lo metió en el bolsillo con expresión sombría.

- Si eso es lo que quieres - repitió torpemente.

- Es... - Sasha no pudo seguir y se dio la vuelta.

El ruido del pomo fue la única advertencia. Momentos después, la puerta se abrió de par en par y dos parejas con aire preocupado se precipitaron en la habitación. Sasha giró en redondo, abrió los ojos con sorpresa, gimió y enterró el rostro entre las manos. Aquello era lo último que faltaba para rematar aquel trágico día, pensó con desesperación.

Sus padres habían llegado.