23.

Sara llegó a las dos de la tarde a mi casa, ojerosa y triste, con mis pósteres en la mano:

—¿Te vienes a vivir conmigo? —pregunté irónico nada más abrir la puerta. Quise darle un beso en los labios, pero me puso la mejilla.

—Ojalá —respondió a punto de llorar.

Pasamos al salón y yo, angustiadísimo, pregunté:

—¿Entonces por qué me los devuelves? ¿Ya no los necesitas para sobrellevar mi ausencia?

Sara respiró hondo y luego soltó del tirón:

—He estado pensando mucho y creo que lo mejor es que dejemos de vernos.

—¿Cuándo dices mucho te refieres a anoche?

Sara se retiró un mechón de pelo detrás de la oreja, dejó los pósteres sobre la mesa del salón y desembuchó el discurso que se traía aprendido:

—He tenido el tiempo suficiente para darme cuenta de que no te convengo. Es evidente que no te puedo hacer feliz, yo dudo, tengo miedo, pongo más barreras a las muchísimas barreras que de por sí ya nos separan. Si me voy contigo, tarde o temprano acabarás desenamorándote de mí. Yo no amo como tú, nuestras intensidades y nuestros ritmos son totalmente distintos. Te quiero con toda mi alma, pero lo mejor es que me case con Jorge.

¿Pero qué discurso de pacotilla era este?

—¿Qué dices Sara?

—Sé que te costará aceptarlo, sé que te dolerá muchísimo, pero con el tiempo seremos amigos y un día me confesarás lo feliz que eres con tu mujer y tus siete hijos, sé que a largo plazo acabarás agradeciéndome que evitara que cometieras el gran error de tu vida.

—¡Cobarde!

Necesitaba aire, aire de primavera, de vida, de ilusión, de fe, de esperanza...

—¿Qué haces adónde vas? —preguntó en cuanto me vio abrir la ventana.

—No voy a suicidarme aún.  

—Eso es chantaje emocional.

—¡Estoy bromeando! La sensatez y la madurez te han arrebatado tu sentido del humor.

—Suelto la bomba y abres la ventana, ¿qué quieres que piense?

—Que tengo calor, que estoy aturdido y que me siento un poco mareado.

—Túmbate en el sofá que te voy a abanicar un poco.

Le hice caso y me aproveché de la coyuntura para tenerla un poco más cerca:

—Dame la mano.

—Por favor…

—A un moribundo se la darías ¿no? Pues yo me estoy muriendo así que dame la mano —dije cogiéndole la mano con fuerza.

—Que conste que te la doy en calidad de moribundo.

—Sara entiendo que con trece años me dejaras abandonado, pero que te comportes así, ahora, a tus años… ¡No lo entiendo!

—Te dije que no me dijeras más que yo te abandoné —repuso mientras me daba aire con un periódico doblado por la mitad—. Creo que te he explicado bien claro que fueron las circunstancias las que nos separaron.  

—Por favor, Sara… Podías haber cruzado los dedos al hacer la promesa a tu madre, podías haberme llamado perfectamente desde una cabina, podías haberle entregado tus cartas a una amiga para que te las echara en el buzón… Podías haber hecho tantas cosas para rescatarme de la soledad y la angustia en la que me dejaste tirado. No pongas como excusa a las circunstancias, ni siquiera a tu madre. Fuiste tú la que, como hoy, decidiste romper nuestro vínculo. No eres una heroína griega ni siquiera una decimonónica, no estás a merced de los dioses ni de la sociedad hipócrita que te anula. Eres tú la que la que permites actuar a los dioses crueles y vengativos que llevas dentro, tú eres la que permites que tu entorno te presione.

—¿Y tú a quién llevas dentro? ¿A John Silver el Largo? ¿O a la Marquesa de Merteuil?

—A esos también los llevas tú dentro, de lo contrario no habrías sido tan cruel conmigo.

—No fui cruel. No rompí nada. Te sigo llevando en mi corazón.

—Demuéstramelo.

—No puedo.

—¡Sara hemos hecho el amor!

—¿Y qué? —replicó abanicándome más deprisa, como si mi desesperación pudiera esfumarse a golpe de abanico.

—¿Cómo y qué?

—La gente folla a todas horas.

—Lo que haga la gente me da lo mismo, lo que me importa es que tú y yo hicimos el amor y nos comprometimos para siempre.

—No te voy a negar que me sentí tu esposa.

—¿Por qué no tomas decisiones conforme a lo que sientes cuando estoy dentro de ti? ¿Por qué si sabes que somos uno te empeñas en sabotear nuestra relación? Escucha a tu corazón, Sara.

—Escucho a mi corazón, pero tengo también que escuchar a mi cabeza. Me entenderías si tuvieras programada una boda para dentro de tres meses.

—Desprográmala, ten valor.

—Veo que ya te encuentras mejor.  

—Todo lo mejor que se puede sentir uno cuando la mujer de su vida acaba de comunicarle que le deja porque tiene miedo a no ser lo suficientemente buena para él. ¡Si no eres buena, Sara, en tu mano está dejar de ser mala! ¡Ámame y no pienses en nada más!

—¡Si todo fuera tan fácil!

Sara soltó mi mano, dejó de mirarme y, como si no me hubiera causado suficiente daño, se puso a inspeccionar la habitación buscando algo.

—¿Qué estás comprobando? ¿Si el salón es lo suficiente espacioso para mi mujer y mis siete hijos?

—Está todo tan ordenado. Yo jamás podría vivir en un sitio así.

Mi amada Sara estaba a las puertas de un bucle en el que no le iba a dejar que entrara.

—Sara creo que lo mejor va a ser que te vayas —le pedí.

—¿Te ofendes por esta tontería?

—Hazme caso, dejémoslo estar.

—Estás mareado. No pienso marcharme.

—Ya se me ha pasado —respondí, poniéndome en pie.

—¿Me estás echando?

—Tú eres la que ha venido primero a echarme de tu vida.

—Somos amigos —replicó alzando una ceja.

—Por eso. Como eres mi amiga tengo confianza de sobra para decirte que me apetece estar solo, que prefiero que te vayas.

Sara me miró con su mejor mirada de niña mala y me dijo furiosa:

—Eres un grosero.

No perdí la calma, con una flema que le desquiciaba, respondí:

—Ya lo sé. Por eso prefiero que lo dejemos aquí. Si seguimos adelante te va molestar todo, la forma en que aso el pollo, cómo lo trincho, mi mantel, mi vajilla, la forma que tengo de masticar…  Otro día lo aguantaría, pero hoy créeme que es una tortura que me gustaría evitar.

—¡Qué decepción más grande! ¿Así de grande es tu amor? ¿Es esto todo lo que luchas por mí?

—Por eso estás mejor con tu prometido. No le des más vueltas.

—Desde luego.

Cogió su bolso y se marchó dando un portazo que me dolió tanto como a ella. Los pósteres se cayeron al suelo y yo los recogí, como recogería todas y cada una de las palabras que había dicho y que no sentía. Las mías y las de Sara, porque Sara tampoco había dicho ni una sola palabra que sintiera.

Sucederá lo que quieras que suceda
titlepage.xhtml
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_000.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_001.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_002.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_003.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_004.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_005.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_006.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_007.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_008.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_009.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_010.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_011.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_012.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_013.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_014.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_015.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_016.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_017.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_018.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_019.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_020.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_021.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_022.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_023.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_024.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_025.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_026.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_027.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_028.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_029.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_030.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_031.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_032.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_033.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_034.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_035.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_036.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_037.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_038.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_039.html
CR!QG0F297KW12DX8Y2F536ZZVVBN8K_split_040.html