LA FLOR DE CRISTAL

¿Has mirado alguna vez las estrellas?

¿Has permanecido un buen rato sin hacer otra cosa que mirar fijamente las estrellas hasta marearte, no por echar la cabeza hacia atrás, sino por mirar tan lejos?

Cuanto más oscura es la noche, más lejos podemos ver en el espacio…

¿Has pensado alguna vez en lo que hay detrás de las estrellas? Más estrellas, claro. Pero ¿y detrás de ellas?

¿Qué hay más allá de todo?

Más allá de todo lo que hay está el país de Sukhavati. Tiene altas montañas y profundos valles, pero Sukhavati no es un planeta.

Si vivieras en Sukhavati podrías andar eternamente sin volver jamás al lugar desde el que empezaste tu caminata.

Imagínate un gran estadio de fútbol. En medio del estadio hay una pelota. De igual manera nuestro universo es una bola en algún lugar de Sukhavati.

Cuando estamos fuera una fría noche de invierno mirando las estrellas, vemos las paredes de la bola, pero no podemos ver el interior de Sukhavati.

¿Cuántos años tienes?

Tal vez tengas 10, tal vez 70.

Ni 10 ni 70 son muchos años de vida, si pensamos en que el universo tiene muchos millones de años. ¡Y sin embargo a veces tenemos la sensación de haber estado aquí siempre!

No recordamos haber nacido. Estamos aquí desde que podemos recordar…

También en Sukhavati viven seres humanos, pero ellos han existido siempre, no han nacido de una madre como nosotros. Tampoco se ponen enfermos. Y nunca mueren.

Todo lo que hay en Sukhavati ha existido siempre.

En todo ese país infinito viven sólo dos niños. Se llaman Lik y Lak, y su aspecto es muy parecido al de los niños del Mundo. Lik es una niña de pelo largo y negro, y ojos marrones. Lak es un niño de ojos azules, y con el pelo un poco más claro que el de ella. Los dos llevan unos preciosos trajes verdes.

Sólo hay una diferencia importante entre Lik y Lak y los niños del Mundo: Lik y Lak no tienen ombligo. No se te ocurriría pensar en ello si los ves vestidos. Pero si se quitaran los trajes verdes, te darías cuenta enseguida.

Todos los seres humanos de la Tierra tienen un ombligo en medio de la tripa, porque todos fueron bebés en la tripa de su madre.

Lik y Lak nunca han sido bebés, siempre han sido igual de grandes. Aunque no tienen padre ni madre, se les suele llamar «los gemelos».

Los gemelos juegan a menudo en un gran montón de piedras detrás de la montaña Sunyata. No tienen que acostarse al llegar la noche, porque en Sukhavati nunca se hace de noche. Lik y Lak juegan todo lo que quieren, y cuando se cansan, se echan un sueñecito.

En el montón donde juegan hay millones y millones de piedras de todos los tamaños, algunas pequeñas como guisantes, otras grandes como montañas.

Lik y Lak han construido un gran castillo con todas esas piedras, un castillo de verdad con muchas plantas y habitaciones, altas torres, grandes salas y profundos sótanos. Ese castillo se llama Ananda.

No es de extrañar que hayan conseguido construir Ananda si pensamos que llevan miles de años haciéndolo.

Muchas veces Lik y Lak juegan al escondite en el castillo de piedra. Pueden transcurrir horas y días hasta que se encuentren, y aunque tengan que esperar una semana, no se enfadan por ello.

Lik y Lak no cuentan las horas. ¿Para qué iban a hacerlo?

A veces se cansan y tienen que dormir un rato mientras buscan al otro o esperan a ser encontrados, pero no necesitan dejar de jugar para comer. En Sukhavati no hace falta comer, Lik y Lak sólo comen cuando Olivia ha preparado algo apetitoso.

En Sukhavati los cuerpos no cambian ni un ápice.

El pelo y las uñas no crecen. Lik y Lak ni siquiera necesitan lavarse. Todo está limpio en Sukhavati.

Después de jugar al escondite o de construir el castillo Ananda, los dos niños suelen ir a ver a Oliver. Eso es lo que más les divierte de todo. Oliver hace cosas muy curiosas, y además cuenta cuentos.

Oliver les ha contado cuentos a Lik y Lak desde que pueden recordar, pero nunca cuenta el mismo cuento, siempre se inventa algo nuevo. Y sin embargo dice que todos los cuentos están relacionados, porque todos tratan del Mundo.

A Lik y Lak les parece raro que Oliver pueda alojar en su cabeza ese gran cuento sobre el Mundo.

–¿Cómo has podido inventarte todo eso? – preguntan.

–Tranquilos, niños. Como sabéis, Sukhavati es infinito, así que he tenido un tiempo infinito para inventarme el cuento sobre el Mundo.

Oliver vive en una gran piedra al pie de Sunyata. La piedra se llama Pleroma y por fuera está pintada de colores alegres: rojo, azul, amarillo y violeta.

Nada más entrar en Pleroma se ve que allí vive un gran mago.

–Invento mientras vivo -dice Oliver.

Como puedes suponer, eso significa que inventa eternamente.

No sólo inventa el cuento sobre el Mundo que cuenta a Lik y Lak. De las paredes de Pleroma cuelgan varios armarios con puertas de cristal. Lik y Lak nunca se cansan de mirar todas las cosas que hay en ellos. Son miles de minúsculas figuritas y objetos, y todo lo ha hecho el propio Oliver.

Cuando Oliver está solo, que es casi siempre, se sienta a menudo en una mecedora amarilla a fumar su pipa.

Pero no creas que lo hace sólo por placer. En realidad, no le gusta el tabaco. Lo que ocurre es que fuma en pipa para poder hacer figuras con el humo que sopla al aire.

Si entraras en la piedra de Oliver mientras él está fumando su pipa, creerías ver seres humanos y animales bailando en el aire.

En Sukhavati no vive ningún animal, pero Lik y Lak han visto todos los animales de la Tierra en forma de nubes de humo. Todo lo que Oliver cuenta a Lik y Lak sobre el Mundo lo ilustra con el humo.

También debo mencionar un gran jarrón de cristal que hay en un rincón de la habitación. Está lleno de minúsculas bolitas de papel de diferentes colores. Pero no son bolitas de papel normales y corrientes. Son granos de la creación.

–¡Niños! – dice a veces Oliver a Lik y Lak-. Traedme unos cuantos granos.

–¡Bien! – vitorean Lik y Lak.

Oliver llena de agua una palangana con un cubo que hay debajo del banco de la cocina y echa dentro unas cuantas bolitas de papel. Entonces ocurre algo que a Lik y Lak les divierte mucho cada vez que lo ven.

Las bolitas de papel absorben enseguida el agua y empiezan a crecer. Se convierten en grandes leones y elefantes, arañas y montículos de arándanos, ranas y tortugas, caballos y ovejas, árboles, casas, seres humanos y dinosaurios.

Sólo dura unos minutos, hasta que los granos de la creación vuelven a secarse. Entonces Oliver los barre y los mete de nuevo en el jarrón. Pero a veces mete tantos granos en la palangana que figuras de todo tipo salen disparadas, y la cueva entera se llena de figuras de papel.

Si algún día está de mal humor, puede ocurrir que saque a Lik y Lak de la cueva de esa manera. Tienen que huir de Pleroma porque no caben en ella.

–¡Ja ja! – grita Oliver-. ¡Hasta la próxima!

No se puede hablar de Oliver sin mencionar la preciosa Flor de Cristal que crece en la ladera de la montaña Sunyata. Es una pequeña flor azul, no mucho más grande que una brizna de hierba. Oliver la llama la Hierba de lágrimas.

Entre los pétalos de la Flor de Cristal crece una gotita de cristal. Una vez al año se cae de la flor y se convierte en una pequeña perla que baja rodando por la ladera hasta dar por fin con una gran tapadera en la entrada de Pleroma. Suena un «¡plin!» que se oye en toda la piedra, porque allí reina siempre un gran silencio.

Oliver colecciona esas perlas de cristal, son lo más valioso que posee. Lik y Lak saben que las usa cuando quiere hacer algo extraordinario. Oliver ha dicho que la Flor de Cristal esconde un gran secreto, pero no quiere decir a Lik y Lak cuál es ese secreto. Lik y Lak creen que se trata de algo triste, porque Olivia ha dicho que la Flor de Cristal llora, y que la gota que crece entre los pétalos es una lágrima que se congela rápidamente en una perla al gotear hasta el suelo.

Tal vez no te parezca muy mal llorar una sola lágrima al año, pero el tiempo fluye tan lentamente en Sukhavati que no podemos compararlo con nada aquí en la Tierra. Olivia dice que la Flor de Cristal llora a mares…

A veces Lik y Lak se sientan frente a la flor esperando a que caiga la perla de cristal. Intentan calcular el tiempo, pero a menudo tienen que esperar un mes o dos hasta que ocurre.

–¡Ya cae! – gritan en el momento de ocurrir.

Luego siguen con la mirada la pequeña perla, que rueda por una estrecha grieta de la montaña hasta llegar a Pleroma: ¡plin!

Tarda muchas horas en recorrer ese trayecto. Y luego pasa un año hasta la siguiente vez.

¡Plin!

OLIVER Y OLIVIA

Una vez que Lik y Lak jugaron al escondite en Ananda, pasaron tres meses hasta que Lik encontró a Lak. Se había escondido en lo alto de una torre estrecha en la parte noreste del castillo de piedra.

Cuando Lik lo encontró, él estaba durmiendo con la cabeza apoyada en un brazo.

–¡Por fin te he encontrado! – exclama Lik sacudiéndolo.

Lak se levanta aturdido y la mira con unos ojos redondos como bolas.

–He soñado con el cuento -dice-. Era como si estuviera dentro de él. Primero estuve en Oslo y Trondheim, pero también fui a una isla del Pacífico…

Empiezan a descender la escalera de la alta torre.

–¿Tú crees que el Mundo es de verdad? – pregunta Lak.

–¿De verdad?

–¿Existen de verdad los cerdos, los elefantes y todo eso? ¿O los saltamontes y los aviones a reacción?

–Sí que eres raro. Todo eso está en el cuento dentro de la cabeza de Oliver.

–Pero los coches y los aviones no se mueven dentro de su cabeza, ¿no?

–¡Tonto! Él lo piensa, ¿no lo entiendes?

Han llegado al patio noreste del castillo. No necesitan decir adonde van, se dirigen a casa de Oliver.

En lo alto, a su derecha, ven la piedra de colores. Destaca a lo lejos, porque en Sukhavati apenas hay colores, todo el país es marrón y gris. Sólo son de colores la piedra de Oliver y el bosque de Olivia. En todo Sukhavati sólo Oliver y Olivia se preocupan por esas cosas.

–¡Oliver, Oliver!

Los gemelos miran dentro de Pleroma.

–¡Adelante, mis queridos pequeños! ¡Ja ja!

Oliver está inclinado sobre su banco. Hoy ha creado un huevo.

–En un momento -murmura- vais a ver algo que tardaréis mucho tiempo en olvidar…

Lik y Lak se apresuran hasta el banco mágico.

Oliver coge el huevo con las dos manos y lo calienta durante un rato. Luego oyen un suave murmullo procedente de su interior. Entonces Oliver lo deja con mucho cuidado en el banco y lo mira fijamente.

De repente ocurre algo muy extraño: el huevo revienta desde dentro, y por fin salen miles de minúsculas figuras todas del tamaño de la cabeza de un alfiler.

El viejo se vuelve, coge una gran lupa, la pone sobre lo que está ocurriendo en el banco y hace una señal a Lik y Lak para que miren por turno.

Contemplan cómo del extraño huevo sale un mundo entero: casas, árboles, seres humanos y animales.

Puede que alguna vez hayas visto a miles de minúsculas hormigas salir de debajo de una piedra o de dentro de la corteza de un tronco podrido. En ese caso entenderás más o menos lo que Lik y Lak están viendo.

Al cabo de un rato se detiene todo el movimiento. Entonces Oliver barre los restos y los mete en un pequeño frasco que coge de un soporte que hay sobre el banco.

–¡Listo! – exclama.

–¡Oliver, Oliver!

Lik y Lak aplauden.

–Bueno, bueno, niños. Nada de excesos.

Oliver se acerca a una rinconera, saca de entre todo lo que hay allí una pipa verde metida en un viejo cofre, coge unas hebras de tabaco de una resplandeciente latita, se sienta en la mecedora amarilla, llena la pipa, la enciende con una cerilla… y sopla una gran nube de humo al aire.

Al principio el humo es una nube normal y corriente, pero luego se concentra y se convierte en un caballo.

–¡Listo! – dice de nuevo.

–¿Es un caballo? – preguntan los niños asombrados.

Su contorno sólo es nítido un instante, luego vuelve a disolverse. El humo va dispersándose lentamente por la habitación, se vuelve cada vez más fino, flota hacia el techo y desaparece.

–Era un caballo, sí señor…

Oliver se levanta de la mecedora amarilla que sigue meciéndose sin él, moviéndose hacia delante y hacia atrás como un columpio abandonado.

Vuelve a meter la pipa en el armario y se sienta de nuevo.

–Ja ja… -dice, de buen humor mientras se mece-. ¿De qué queréis que os hable hoy? ¿De las altas montañas y los profundos valles? ¿Del día y de la noche? ¿De leones y elefantes? ¿O de la prospección petrolífera en el Mar del Norte?

Pero a Lik y Lak no les apetece escuchar cuentos. Están inquietos delante de la mecedora.

–De nada de eso -contesta Lik en voz baja-. Queremos saber si es de verdad.

–¿De verdad, dices?

Mira con cara seria a los dos niños, que están uno a cada lado de la mecedora.

–Un cuento, niños. No es más que un viejo cuento.

–Soñé que estaba allí -dice Lak.

–Bueno, bueno, hijo. Entonces has estado en mi imaginación.

–¿En tu imaginación?

Oliver señaló su propia cabeza:

–Es aquí dentro donde viven. Dentro de este viejo trasto. Pero ellos no lo saben. Resulta un poco triste pensarlo.

–¿Las cosas del Mundo no son de verdad?

–¡Tranquilos!

Levantó el dedo índice y los miró con cara seria.

–Para nosotros el Mundo es un cuento. Pero en el cuento las cosas son de verdad.

–¿Lo son?

De nuevo las miradas de Lik y Lak se volvieron soñadoras.

–Pero no sirve de mucho, ¿sabéis? Todos esos seres de los que os he hablado viven sus vidas en el Mundo. Pero duermen, niños, no se ven a sí mismos…

–Cuéntanos algo más de ellos.

–Estáis bromeando…

–Tal vez podamos viajar al interior del cuento.

–¡Ja ja! Resulta más fácil soñar un sueño que dejar a alguien entrar en él. No podéis entrar en un cuento, niños. En ese caso tendríais que convertiros vosotros mismos en uno, o…

El viejo se quedó mirando al infinito.

–¿O qué, Oliver?

–O el Mundo tendría que convertirse en una cosa. Porque en una cosa sí se puede entrar, incluso con todo el cuerpo.

–¿Pero puede? ¿Puede el Mundo convertirse en una cosa?

Se hace el silencio en Pleroma.

–Ah sí… Ah no, niños. ¡Ja ja! Eso no. Dejemos en paz el cuento.

–¡Por favor!

–Me estáis tentando. ¡Y eso no está bien, ¿sabéis?!

–¡Te tentamos, te tentamos!

–Bueno, bueno… Entonces tendremos que mandar a por Olivia. Ella y yo soñamos ese sueño juntos. Quizá consigamos avivarlo de nuevo.

Lik y Lak miraron muy serios al viejo.

–Olivia… -murmuró él pensativo-. No nos hemos visto en cien mil años.

–¿Puede ella crear el Mundo?

–Ella sola no. Ninguno de los dos podemos crear algo por nuestra cuenta. Pero juntos, niños, juntos a lo mejor conseguiríamos crear un cuento.

–Vamos a buscarla ahora mismo.

Lik y Lak ya se estaban acercando a la puerta.

–¡Pero no le digáis que os he enviado yo!

Olivia vive en una gran seta que está muy dentro de un bosque llamado Samadhi.

Lik y Lak dan a menudo largos paseos por ese bosque, y a veces van a visitar a Olivia. Les parece muy bonito todo lo que hay en la seta, y ella siempre hace algo apetitoso con lo que crece en Samadhi.

La seta tiene tres plantas, en cada planta hay tres habitaciones, y encima hay una gran terraza. Olivia casi siempre está allí, porque desde su terraza tiene buenas vistas sobre Samadhi.

En Samadhi crecen flores y plantas de todas clases. Todo crece y crece. Excepto la propia Olivia, claro, ella no crece. Ella siempre ha sido igual desde que Lik y Lak la conocen. Y de eso hace mucho, mucho tiempo, porque en Sukhavati no hay nada que se llame «un nuevo conocido».

Olivia no está siempre igual de sonriente. Tiene aún más altibajos de humor que Oliver. Si ha comido algo agrio o amargo, suele ponerse agria y amarga. «¡Qué asco!», dice en esos casos. «¡Qué niños tan pesados!» o «¡niños de vinagre!». Pero sus enfados no duran mucho. En cuanto se mete algo dulce en la boca se vuelve muy simpática. «¡Mis pequeños azucarillos!», dice, o «mis granitos de azúcar», o «mis diminutos»…

Lik y Lak corrieron por entre todas las piedras al pie de la alta montaña, iban a buscar a Olivia.

Pensaban que ojalá hubiera comido mucha gelatina de rosa, o postre de vainilla. No querían ni pensar en lo que podía ocurrir si acababa de comer ajo o polvo de moras.

En la Tierra las plantas suelen ser verdes. No es así en Samadhi. Allí la hierba y las hojas de los árboles son de todos los colores del arco iris. Y todo emana un olor a flores que te hace cosquillas en la nariz.

Lik y Lak corren por el sendero entre arbustos y árboles. Cuando llevan corriendo una semana, ven a lo lejos la seta de Olivia.

–¡Olivia, Olivia!

Empiezan a llamarla mucho antes de llegar.

Entonces la ven en lo alto, en la terraza de su tejado, agitando la hoja de una planta de caucho.

Ella baja a la puerta a recibirlos.

–¿Por qué venís corriendo de esa manera? – pregunta-. Debe haber paz y tranquilidad en Samadhi. Silencio de plantas, entendéis. ¿Lo entendéis?

Lik y Lak se miraron. Seguramente había comido algo agrio.

–El Mundo -jadeó Lak-. Oliver dice que…

Le costaba respirar.

–¡Bah! Oliver, dices. ¡Esa cabeza de pipa agria!

–Dice que vosotros dos podéis crear el Mundo…

–Así que no ha dejado sus viejos juegos malabares, ¿eh? Debería seguir con sus bolitas de papel, su humo de tabaco y su pequeña magia.

Entraron en la seta. Por lo menos Olivia les permitía entrar. Y en cuanto pusieron el pie en la cámara de tréboles, Olivia se comió una gran cucharada de miel de un jarro que había sobre el banco y se relamió contenta los labios.

–¡Por favor, Olivia! – dijeron Lik y Lak llenos de esperanza.

–Bueno, vámonos pues. Ji ji. Mis diminutos…

Olivia y los niños atraviesan Samadhi. Se lo toman con calma. Olivia no quiere correr. Se va parando a tocar todas las plantas del bosque. Al cabo de catorce días se encuentran delante de Pleroma.

Entran sin llamar. Oliver está sentado en su mecedora, pero no fuma su pipa. Está meditando.

Olivia toma la palabra en primer lugar.

–Han pasado cien mil años desde la última vez que nos vimos, viejo desgreñado.

–Bueno, bueno. Cuida tu lengua. ¡Maceta agria!

Y no dijeron nada más. Pero se abrazaron tiernamente.

–Ha llegado la hora -dijo Oliver para empezar. – La fruta ya está madura, a punto de caer -señaló Olivia.

Y Oliver prosiguió:

–Hasta ahora el Mundo no ha sido más que un pensamiento, un bonito cuento, un frágil sueño…

Miró a Olivia.

–¿Oyes lo que te estoy pidiendo, mamá maceta? Ya es hora de realizar un viejo plan…

–¡Por favor! – suplicó Lik.

–Así podremos viajar hasta allí -dijo Lak, con mirada soñadora, como si estuviera contemplando el interior del Mundo.

Olivia miró a los niños. Sacó de su mandil una bol-sita y se metió un gran caramelo de fresa en la boca.

–Mis diminutos -dijo con una risa ahogada-. Sentís tanta curiosidad que tenéis cosquillas en la nariz. ¡Ji ji! Mis muñequitos de azúcar.

A continuación Oliver explicó que el Mundo se haría real si él y Olivia soñaban exactamente el mismo sueño. Si conseguían soñar sin despertarse todos esos cuentos que Oliver había contado a Lik y Lak, el Mundo se convertiría en una cosa.

–Pero para eso necesitamos dormir mucho tiempo -murmuró Olivia.

–Durante mil años -señaló Oliver-. Al menos necesitaremos todo ese tiempo…

EL UNIVERSO

Lik y Lak tuvieron que regresar al gran castillo al pie de Sunyata. Hasta pasados mil años no podrían volver a ver a Oliver y Olivia, porque tenían que dormir sin ser molestados.

A Lik y Lak mil años no les parecía un tiempo de espera excesivo. Mil años no es mucho cuando el tiempo no tiene principio ni fin.

Los dos niños corrían por el monte cogiendo piedras para Ananda. El castillo crecía sin cesar, a lo ancho y a lo alto. Lik y Lak construyeron 12 nuevas salas, 144 dormitorios, 11 sótanos y 22 torres.

Entretanto correteaban por el castillo jugando al escondite o daban paseos por Samadhi. Algunas veces también hacían largas excursiones a la planicie de Advaita. Allí no había nada, estaba completamente vacía.

De vez en cuando se acercaban de puntillas a la entrada de Pleroma y contaban las perlas de cristal para saber el número de años transcurridos.

Un día contaron 999 perlas. ¡Sólo tenían que esperar, pues, hasta la siguiente vez que hiciera plin!

Estaban reparando la ventana de un sótano de Ananda cuando ocurrió.

Sonó un ¡plin!

–¡Bien! – exclamó Lak aplaudiendo-. ¡Vamos corriendo a Pleroma!

Cuando llegaron a Pleroma, Oliver y Olivia acababan de despertarse y estaban sentados cada uno en su sofá frotándose los ojos tras el profundo sueño de mil años.

–¿Lo habéis conseguido? – preguntaron Lik y Lak al unísono.

–Allí, niños. Allí podéis ver el Mundo… -dijo Oliver señalando el banco mágico.

Lik y Lak descubrieron una bola en medio del banco y se apresuraron hacia allí.

La bola tenía el tamaño de un balón de fútbol y se asemejaba a una gran perla. Era blanca y cristalina a la vez. Los niños la tocaron con cuidado, estaba caliente.

–¿Esto es el Mundo? – preguntó Lik asombrada-. ¡Qué pequeño es!

–¡Ja ja! Desde dentro no, mi niña -contestó Oliver-. Visto desde dentro, el Universo es inmenso. Pero encierra y protege su propio secreto.

Los niños le miraron sin comprender.

Oliver les explicó que al principio el Mundo era del tamaño de la cabeza de un alfiler. Casi en el instante en que Oliver y Olivia se echaron a dormir, una pequeña perla empezó a crecer encima del banco. Con los años se hizo cada vez más grande. Y ahora -después de mil años- era tan grande como un balón de fútbol.

–Pero pesaba lo mismo desde el principio -explicó Oliver-. Cuando tenía el tamaño de un guisante, era un guisante muy pesado…

Lik y Lak intentaron levantar la bola, pero no lo consiguieron. No se dejaba mover ni un ápice.

–Es muy pesado, ¿sabéis? – dijo Olivia-. Eso se debe a que aún no ha dejado de expandirse.

Hace mucho tiempo que eso ocurrió. Hace mucho tiempo que el Mundo fue una pequeña bola en Pleroma.

Al poco de despertarse Oliver y Olivia tras soñar el largo cuento sobre el Mundo, todos se pusieron a trabajar en Sukhavati. Al cabo de unos días, la bola se había hecho tan grande como un globo terráqueo. Ya no cabía en Pleroma. Había que trasladar el Mundo a la planicie Advaita.

Aunque la bola aún no era mayor que un globo terráqueo, pesaba tanto que todas las personas de Sukhavati tuvieron que ayudar a transportarla. Lik y Lak nunca olvidaron aquel día. Olivia tuvo que hacer mermelada de moras para todos como una pequeña recompensa por el esfuerzo.

Desde entonces el Mundo estuvo fermentando en Advaita.

Lik y Lak continuaron construyendo su castillo, y la bola de Advaita se hacía cada vez más grande. Un día era ya tan grande que podía ser vista desde todas partes de Sukhavati. Se erguía sobre la planicie como una cúpula gigantesca.

Cada vez que Lik y Lak iban a ver a Oliver a su piedra, él les contaba lo que estaba ocurriendo dentro de la bola.

Aquello que al principio había sido un minúsculo punto en Pleroma se había transformado en el Universo, con lunas, planetas, estrellas y nebulosas. Uno de los planetas era la Tierra.

–Y ahora -añadió Oliver-, ahora empiezan todos los cuentos que os he venido contando, ahora empiezan de verdad.

–¿De verdad? – exclamó Lak aturdido.

–Dentro de la bola, sí.

–¿Hay seres humanos, caballos, vacas y aviones reactores dentro de la bola? – preguntó Lik.

–Sí, niña, sí. Allí dentro hay seres humanos. Tal vez estén contemplando el firmamento. De noche pueden ver infinitamente lejos, ven estrellas y nebulosas. Pero nunca pueden ver lo que hay fuera de la bola.

Lik y Lak escuchaban muy atentos lo que les estaba contando Oliver.

–¿Cómo puede haber espacio para estrellas y nebulosas dentro de la bola? – quiso saber Lak.

–¿Espacio? ¿Has dicho espacio, hijo?

Lak le miró expectante.

–Si tenían espacio suficiente en mi cabeza -contestó Oliver- también tendrán espacio suficiente en la bola…

Lak creyó entender lo que Oliver le estaba explicando.

–Una vez dijiste que podríamos viajar al interior del Mundo…

–Sí, sí, ya ha llegado la hora. Ya ha llegado la hora del largo viaje.

–¡Bien! – gritaron Lik y Lak a coro.

–Bueno, bueno, niños. Primero tenemos que ir a buscar a Olivia.

Lik y Lak estaban a punto de viajar al cuento… Oliver, Olivia y los dos niños emprendieron el camino hacia Advaita. Una gran bola redonda de nácar se iba haciendo más grande conforme se acercaban.

Lik y Lak habían estado allí muchas veces, mudos de admiración habían contemplado la cúpula, sabiendo que algún día… algún día entrarían en ella.

Oliver los había acompañado en alguna ocasión. Lik y Lak habían visto unos puntitos brillantes dentro de la bola que hacían minúsculos movimientos.

–Son estrellas -había dicho Oliver.

Lik y Lak alzaron los ojos al cielo.

–La Tierra gira alrededor de una de las estrellas de allí dentro. Un año, niños, un año tarda la Tierra en su viaje alrededor del Sol. Así es como miden el tiempo.

Oliver, Olivia y los niños ya habían llegado a la bola de Advaita. Se encontraban debajo de ella, sólo una minúscula parte tocaba el suelo. En un solo punto el Mundo tocaba la planicie.

–¿Cómo vamos a entrar en él?

–Tranquilos niños, tranquilos… He construido una pequeña bola con las gotas de la Flor de Cristal. Con ella podréis viajar seguros.

Oliver señaló una bola de cristal. Se parecía un poco al Mundo, sólo que era infinitamente más pequeña.

–Pero tendréis que realizar un encargo -prosiguió Oliver.

–¿Qué es un encargo?

–Algo que tenéis que hacer allí dentro.

Lik y Lak miraron expectantes a Oliver y Olivia.

–Vais a explicar a los seres humanos que el Mundo es un cuento. ¿Entendéis lo que os estoy diciendo? Un gran cuento.

Oliver señaló muy serio la cúpula.

–Allí dentro dan el Mundo por sentado. ¡Lo llaman «la realidad» y ya está! Muchos seres humanos ni siquiera están contentos con estar vivos. Dicen que se aburren. ¡Bah! Criaturas desagradecidas. No entienden que hemos tardado cientos de miles de años en conseguirlo.

–Y hemos dormido durante mucho tiempo -añadió Olivia.

Oliver abrió una escotilla en la bola de cristal.

–Con ella podéis viajar libremente por el Mundo -explicó-. Sólo tenéis que decir adonde queréis ir y allí llegaréis.

Lik y Lak se estremecieron. Podrían viajar por donde les diera la gana…

–Yo también os daré algo -dijo Olivia-. Podéis encontraros en situaciones de peligro. Puede que tengáis que escapar a toda prisa…

Lik y Lak levantaron la vista y miraron a Olivia. Ese día Olivia no había comido nada agrio ni nada dulce. Había comido algo serio.

Si os miráis diciendo PLEROMA al unísono, os volveréis invisibles. Cuando queráis volver a ser visibles, tenéis que decir la misma palabra al revés. Tenéis que decir AMORELP justo a la vez. Pero es mucho más difícil. No es fácil hablar al unísono cuando uno no ve al otro.

Olivia les acarició el pelo a los dos.

–Sólo tenéis que usarlo cuando os encontréis en la mayor de las emergencias, porque puede causar grandes destrozos en la bola. En el peor de los casos puede llegar a romperse del todo.

Lik y Lak entraron en la bola de cristal. Desde dentro dijeron adiós con la mano a Oliver y Olivia.

–¿Adonde vamos? – preguntó Lik-. ¿Quieres que vayamos a China a ver la muralla? ¿O vamos a las pirámides de Egipto? ¿Viajamos a la Edad Media? ¿O quieres que viajemos al año 1987?

–¡Vamos a Bergen a montar en el funicular de Fløien! – contestó Lak muy decidido.

Y así lo hicieron.

EN EL CUENTO

Al instante, la bola estaba en el corazón de Bergen, en la Plaza de las Fiestas, y de ella salieron disparados dos niños muy contentos.

–Qué bonito -suspiró uno de ellos-. ¡Mira el cielo azul y las altas montañas!

–Mira el agua, los árboles y todos los seres humanos -dijo el otro.

Y no les dio tiempo a decir mucho más, porque enseguida se armó un gran revuelo en la Plaza de las Fiestas. Las personas que estaban más cerca retrocedieron unos pasos. Algunos se fueron corriendo en su bicicleta, otros se levantaron aturdidos de la hierba junto al pequeño lago Lille Lungegårdsvann y cogieron su bocadillo antes de huir presos del gran pánico.

–¡Mira eso! – exclamó una anciana-. ¡Una botella con dos niños dentro!

–Hace un instante no estaban aquí -aseguró otra.

–¡Puede ser, pero los niños estaban dentro de la botella, oiga!

–No, la botella no estaba allí antes…

Lik y Lak comprendieron que tal vez no había sido muy buena idea elegir la Plaza de las Fiestas para su primer encuentro con el Mundo. Los seres humanos de la Tierra no estaban acostumbrados a recibir visitantes de Sukhavati que llegaban a la Plaza de las Fiestas en una bola de cristal.

–¡No tengáis miedo! – gritó Lik a los que estaban más cerca-. ¡No vamos a haceros daño!

Daba la sensación de que a los seres humanos que los rodeaban no les tranquilizaron las palabras de Lik. Todo lo contrario: intentaron huir del lugar.

–¡Venimos a hablaros de Sukhavati! – exclamó Lak gesticulando con los brazos.

–Date prisa, Petter -dijo una señora mayor a su marido-. Tienes que llamar a la policía.

–Creo que vienen de Marte -contestó el marido desconcertado.

La gente se iba aglomerando junto al quiosco de música, pero nadie se atrevía a acercarse mucho, sino que se quedaban a una buena distancia.

Lik y Lak se acercaron unos pasos y entonces la gente retrocedió. Los niños volvieron a la bola, y el gentío los siguió.

Era como si Lik y Lak fueran capaces de empujar a las personas y tirar de ellas, aunque se encontraran a cierta distancia.

De repente se oyeron sirenas en la lejanía que se acercaban cada vez más.

–¿Qué es eso? – preguntó Lak asustado.

–Creo que son lo que llaman coches de policía -contestó Lik.

–¿Son peligrosos?

–No lo recuerdo. Cogen a los ladrones. Capturan a los que se meten en las casas sin permiso…

–¿Nosotros nos hemos metido aquí sin permiso?

De repente un coche de policía entra en la plaza. Luego llega otro por el lado opuesto con luces azules intermitentes en el techo.

Siete u ocho policías salen de un salto de los coches y se acercan corriendo a la bola de cristal.

–¡Date prisa! – dice Lik.

Pero en ese instante uno de los policías atrapa la bola.

–¿Qué está pasando aquí? – pregunta con una voz muy severa.

–¡Tenemos que irnos a toda prisa! – grita Lik.

–¡A Fløien!

Un instante después, Lik y Lak ya estaban lejos del revuelo de la Plaza de las Fiestas. Miraron a través de la bola y no vieron más que árboles, musgo y brezo.

–¿Oyes los pájaros?

–¡Qué bien huele!

Lik y Lak salieron de la bola de un salto y tocaron el musgo y el brezo. Se pusieron a correr entre los árboles. Luego hicieron un corro alrededor de un tronco y cantaron bailando:

ESTE CUENTO BONITO ES,

BONITO ES, BONITO ES…

–¿Por qué no hay aquí ningún ser humano? – se preguntó Lik-. ¿Por qué corretean por la ciudad teniendo este bosque tan tranquilo?

–Es porque les gusta apiñarse -contestó Lak-. A los seres humanos de la Tierra no les gusta la paz y la tranquilidad. Prefieren ser muchos.

Lik y Lak saltaron, bailaron y dieron volteretas entre los árboles. Pero de repente oyeron un ruido en el sendero.

–¡Ven! – dijo Lik-. Tenemos que escondernos.

Se escondieron detrás de unos pinos. Hacia ellos caminaba un hombre, seguido por un perro.

–¡Un perro! – exclamó Lak.

Fue una equivocación hablar a Lik en ese instante. Pero no debemos olvidar que Lik y Lak jamás habían visto un animal vivo, sólo habían visto unas confusas nubes de humo en Pleroma.

–¡Cállate!-dijo Lik.

Pero el hombre ya los había descubierto.

–¿Estáis jugando al escondite? – preguntó, agachándose-. ¿Por qué no estáis en el colegio?

En realidad parecía bueno y simpático.

Lik y Lak salieron de su escondite.

–Es que… nuestro colegio está enfermo hoy -se aventuró a decir Lak.

No se acordaba muy bien de lo que significaba estar enfermo, pero al menos sabía que en esos casos no se podía ir al colegio.

–Venid aquí -dijo el hombre haciendo un gesto con la mano-. Vaya… ¡sois unos niños preciosos!

–¿Puedo acariciar al perro? – preguntó Lik.

–Claro que sí. Es tan bueno como un bombón.

–Igual que Olivia -susurró Lik.

Lik y Lak tocaron al animal. Era una sensación muy rara. El perro desprendía calor y estaba despeinado, y era muy curioso oírlo jadear…

Pronto desaparecieron tanto el hombre como el perro.

–No hacía falta esconderse de él -dijo Lak-. Lo que asustó a la gente en la ciudad fue la bola. O el que llegáramos tan de repente.

–Pero no debemos olvidar nuestro encargo -señaló Lik-. Hemos venido a mostrar a los seres de la Tierra que la vida es un regalo.

–Primero tenemos que esconder la bola. Si la perdemos, jamás podremos volver a Sukhavati.

Encontraron unas ramas con las que taparon la bola de cristal. Luego empezaron a descender por la ladera.

–¿Recuerdas lo que nos contó Olivia sobre el funicular de Fløien? – preguntó de repente Lik.

Lak asintió con la cabeza.

–Es eso que se ve allí abajo.

Los dos se quedaron boquiabiertos mirando el vagón rojo que subía laboriosamente la empinada cuesta. Nunca habían visto nada igual.

–¡Ven!

Los dos recordaron que Olivia hacía mucho, muchísimo tiempo, les había hablado de un extraño vagón que subía hasta la misma montaña. ¡Pronto iban a montar en él!

Estuvieron a punto de darse de bruces con el blanco edificio de la estación. Jadeaban y hacían mucho ruido al respirar.

En ese momento divisaron la ciudad abajo, entre las altas montañas. Era casi tan grande como el castillo de piedra de Sukhavati. Pero Bergen era mucho más bonita, pues Lik y Lak jamás habían visto tantos colores a la vez.

–¡Se mueve! – exclamó Lak. – ¿El qué? – ¡La ciudad, tonta! ¿No ves cómo se mueve?

Por fin Lik lo vio también. Por todas partes la ciudad se movía con minúsculos movimientos: los coches en los grandes puentes, los barcos en el fiordo, las grúas en el muelle, la gente en la plaza.

–Exactamente igual que el huevo de Oliver -dijo Lik.

Los gemelos permanecieron mucho tiempo mudos de asombro contemplando la ciudad.

Entonces ocurrió algo extraño. Los niños se encontraban junto a una gran caja metálica. Llegó un hombre y metió dinero en una rendija de la misma. ¡Y justo en ese instante, la caja empezó a hablar! Bueno, la caja no, claro, sino un hombre que estaría dentro de ella. Lik y Lak no podían verlo, pero oyeron con toda claridad que había un hombre dentro de la caja que se puso a hablar de Bergen. Hablaba con una voz hueca, como cuando Lik y Lak se llamaban el uno al otro en Ananda.

–Ha de ser un hombre muy pequeño -dijo uno de ellos.

–Para caber ahí dentro -señaló el otro.

El hombre de la caja contó que Bergen tenía algo más de novecientos años, lo que no impresionó nada a Lik y Lak, pues ellos llevaban cientos de miles de años construyendo su castillo de piedra. Pero no les pareció mal que se hubiera construido una ciudad tan grande en sólo novecientos años.

Lo curioso era que el hombre de la caja empezara a hablar en el momento en que se le metía una moneda por la rendija.

–¡Dinero! – exclamó de repente Lik.

–¿Qué?

–Seguramente cuesta dinero viajar en uno de esos tranvías.

Bajaron y se pusieron a la cola del funicular. Resultó ser verdad lo que había dicho Lik, pues el señor de la ventanilla les dijo que no podían bajar a la ciudad en ese vagón sin pagar.

–¿Os habéis gastado todo vuestro dinero? – les preguntó una señora mayor que se parecía un poco a Olivia-. Yo os lo pagaré -añadió.

Así Lik y Lak pudieron viajar en el funicular a pesar de todo.

–¿Ha visto que niños tan guapos? – susurró la señora al hombre de la ventanilla-. ¿No le parece que tienen cierto aire a duendes del bosque…?

Lik y Lak se colocaron en la parte delantera, porque les gustaba mucho mirar al hombre que apretaba todos esos extraños botones. Notaron un tirón y el vagón empezó a deslizarse ladera abajo.

El camino era tan empinado que les producía cosquillas en la tripa. Abajo, a lo lejos, podían ver la ciudad. Tanto ésta como todas las montañas que la rodeaban habían adquirido el mismo tono que el postre de albaricoque de Olivia. Había empezado a anochecer.

–Me da un poco de miedo -dijo Lak, acordándose de lo que había pasado cuando salieron de la bola en la Plaza de las Fiestas.

–No creo que podamos correr por las calles gritando que el Mundo es un cuento.

La ciudad se acercaba cada vez más. De repente se cruzaron con otro funicular azul que subía. Estuvieron a punto de colisionar con él, pero se metió por una vía lateral en el último instante, justo en el lugar donde los dos vagones se encontraban. Por fin el tranvía se detuvo. Se abrieron las puertas y Lik y Lak salieron disparados, aunque no habían llegado hasta la última parada, que estaba en la ciudad.

Fjellveien, es decir, el Camino de la Montaña, ponía en un letrero. Alguna vez, hacía mucho, mucho tiempo, Oliver les había enseñado a leer…

Allí había casas, árboles y seres humanos. En la calle unos cuantos niños jugaban con una pelota. Era la primera vez que Lik y Lak veían otros niños.

En Sukhavati sólo se habían visto el uno al otro.

–A mí me parece que los niños podían tener una pelota cada uno -dijo Lak-. Así no tendrían que luchar por ella.

Pero al parecer los niños se estaban divirtiendo mucho con esa única pelota que compartían. Lik y Lak permanecieron sentados un buen rato detrás de los árboles contemplándolos.

–Tenemos que pensar un plan -susurró Lik de repente-. ¿Cómo vamos a conseguir que los seres humanos del Mundo crean en Sukhavati si nunca antes han oído hablar de nosotros?

–Primero tendremos que contárselo a unos niños. Los adultos sólo creen en lo que han visto siempre. Ellos son los que llaman «la realidad» al Mundo.

–¿Qué significa «la realidad»?

–Creo que no se puede traducir. Significa que el Mundo no es un cuento, sino algo normal y corriente.

Pronto se puso el sol tras las altas montañas al otro lado del fiordo. Estaba cayendo la noche y los niños empezaron a meterse en sus casas.

Al cabo de un rato sólo quedaban dos: un niño y una niña del tamaño de Lik y Lak. Al final, también ellos se disponían a marcharse.

–Vamos a seguirlos -dijo Lik.

El niño y la niña entraron en una gran casa blanca. Lik y Lak se escondieron en el jardín, detrás de unos árboles.

LA CASA DEL CAMINO DE LA

MONTAÑA

Al cabo de un rato salieron de la casa blanca un hombre y una mujer. El hombre llevaba un traje negro y la mujer un vestido largo azul. Seguramente eran los padres de los dos niños.

¡Sí que lo eran! Porque en ese momento el niño y la niña salieron a la escalera.

–¡Que lo paséis bien en la fiesta! – dijo la niña.

–El número de teléfono está en el tablón -dijo la mujer-. No os acostéis muy tarde.

Y agitaron las manos de la misma manera que Olivia solía agitar las hojas de palmera desde lo alto de su seta.

En ese instante Lak se tropezó con unas ramas secas.

–¡No hagas ruido! – susurró Lik.

El hombre y la mujer se volvieron.

–¿Qué ha sido eso? – preguntó la mujer.

–Habrá sido una ardilla -dijo el hombre-. Vamos, tenemos que darnos prisa…

Se metieron en un coche rojo, arrancaron y desaparecieron. Los niños ya se habían metido en la casa.

–Están solos -dijo Lik-. Es nuestra oportunidad.

Esperaron un rato, luego se acercaron a la casa y llamaron con cuidado.

Los dos niños aparecieron en la puerta casi de inmediato.

–Hola… -dijo la niña.

Pero ni Lik ni Lak contestaron.

–¿Vendéis lotería? – preguntó el niño.

Lik y Lak no dijeron nada, se quedaron mudos. Era tan extraño encontrarse con otros niños…

–¿Por qué lleváis esa ropa? – preguntó la niña, mirando los trajes verdes de Lik y Lak-. ¿Vais a una fiesta de disfraces?

Lik y Lak no sabían qué contestar. Para decir la verdad, no se acordaban muy bien de lo que significaba la palabra disfraz.

–Queremos… queremos contaros un cuento -balbuceó Lik.

–¡Bien! – gritó el niño, que era un poco más pequeño que la niña.

–¿Podemos entrar?

Los dos niños se miraron. En realidad no tenían permiso para dejar entrar a nadie cuando sus padres no estaban en casa, pero a pesar de ello abrieron la puerta y dejaron pasar a Lik y Lak.

–¿Dónde están vuestros padres? – preguntó el niño en voz baja.

–No tenemos padres -contestó Lik.

–Pero tenemos a Oliver y Olivia -se apresuró a añadir Lak.

El niño y la niña se miraron extrañados.

Subieron al salón. La casa en la que vivían tenía dos pisos. Lik y Lak miraron a su alrededor boquiabiertos, habían oído hablar muchas veces de casas como ésa, pero ahora estaban dentro del cuento y podían verlo todo con sus propios ojos. Todo les parecía muy bonito: la entrada, las lámparas, las cortinas, los muebles…

Se sentaron en dos grandes sofás, Lik y Lak en uno, y los otros dos en otro. Entre ellos sólo había una pequeña mesa.

Nadie sabía qué decir, por eso nadie dijo nada. La situación resultaba un poco extraña. Por fin se echaron a reír. Primero sólo la niña, pero enseguida se rieron todos.

–Me llamo Anne Lise -dijo por fin la niña.

–Y yo Hans Petter -dijo el niño.

–Nosotros nos llamamos Lik y Lak -explicó Lik.

Entonces se echaron a reír los otros dos.

–Ya no hace falta que sigáis bromeando -dijo Anne Lise-. ¿Por qué estáis en la calle solos tan tarde? ¿Por qué lleváis una ropa tan rara? ¿Y… por qué sois tan guapos?

No quedaba más remedio. Lik y Lak empezaron a hablar. Primero les hablaron de Sukhavati y de Ananda. Luego de Oliver y Olivia, de Pleroma y de Samadhi.

Anne Lise y Hans Petter escuchaban muy callados. De vez en cuando se miraban asombrados, pero no decían nada.

Al cabo de un rato Lik y Lak hicieron una pequeña pausa en el relato. Aún no habían acabado de contar todo.

–Qué cuento tan bonito -dijo Anne Lise-. Es como si fuera de verdad.

–Es de verdad -dijo Lik-. Completamente de verdad, ¿sabes? El Mundo es lo que es un cuento.

Y Lik les explicó todo, habló de los cuentos de Oliver, que durante millones de años les había contado cosas sobre el Mundo. Les habló del largo sueño de Oliver y Olivia, cuando el Mundo se convirtió en una cosa. Y ahora… ahora el Universo se encontraba en la planicie Advaita.

–¿Cómo habéis llegado hasta aquí? – quiso saber Hans Petter.

Lik y Lak les contaron que habían viajado en una bola de cristal. Hablaron de su encargo y de lo que había pasado en la Plaza de las Fiestas…

–A Oliver le entristece que los seres humanos no sepan que viven en medio de un gran cuento. Vosotros sois los primeros en saberlo…

Anne Lise y Hans Petter se miraron extrañados una vez más. Estaban a punto de creerse lo que los gemelos les estaban contando.

Anne Lise fue a la cocina a por refrescos y chocolate para todos, y Hans Petter encendió la televisión.

Era la primera vez que Lik y Lak veían un televisor de verdad, pero Oliver les había contado muchas veces que los seres humanos pasaban gran parte de su tiempo en la Tierra sentados delante de una caja mirando imágenes.

Era la hora del telediario. De repente salió la Plaza de las Fiestas.

–¡Mirad! – dijo Lik.

«…Justo aquí salieron de una bola de cristal dos niños vestidos de verde sobre las cinco de esta tarde», dijo un hombre desde dentro del aparato. «Varios testigos, entre ellos varios policías, los vieron volver a meterse a toda prisa en la bola y desaparecer tan de repente como habían llegado. La policía está investigando el caso. Todos los rumores sobre una posible visita del espacio han sido desmentidos por parte del Ministerio de Defensa.

Según información recibida por el telediario, este episodio inexplicable puede estar relacionado con un circo húngaro que estos días visita Bergen…»

–Es lo que os acabamos de contar -dijo Lak.

Entonces por fin Anne Lise y Hans Petter empezaron a preguntarse si lo que aquellos niños les estaban contando era verdad. Aunque tenían la sensación de conocer ya a Lik y Lak, se asustaron un poco.

–Tenéis que creernos -dijo Lik-. Estamos dentro de ese gran Universo que se encuentra en la planicie Advaita.

–Pero… no podéis probarlo -objetó Anne Lise sintiéndose un poco ofendida.

–Claro que podemos -dijo Lak-, podemos probarlo perfectamente. Pero tenéis que prometernos no contárselo a nadie.

Anne Lise abrió los ojos de par en par, y Hans Petter se sentó un poco más cerca de su hermana mayor.

–Recordáis que os hemos dicho que no tenemos madre -prosiguió Lak-, por eso tampoco tenemos ombligo. ¡Podéis comprobarlo si queréis!

Lik y Lak se quitaron los trajes verdes, y Anne Lise y Hans Petter vieron que, efectivamente, no tenían un ombligo en medio de la tripa. Nunca habían visto nada parecido. Permanecieron mucho tiempo perplejos mientras Lik y Lak volvían a vestirse.

–Es verdad -se regocijó Hans Petter, que se levantó y se puso a dar palmadas mientras bailaba.

Pero Anne Lise se preguntaba si eso realmente era motivo de júbilo.

–No nos dejan recibir visitas de desconocidos cuando estamos solos -objetó.

Después de beberse los refrescos y de comerse el chocolate, Anne Lise y Hans Petter casi habían olvidado que Lik y Lak no eran unos niños normales del planeta Tierra. Ya se habían hecho buenos amigos.

Fuera era ya noche cerrada. – Salgamos a mirar las estrellas -sugirió Lik.

Y eso hicieron. Lik y Lak señalaron el cielo. Era la primera vez que veían las estrellas desde dentro. Hasta entonces sólo habían visto las estrellas como puntitos minúsculos desde la parte exterior de la gran cúpula.

–Todas las estrellas están dentro de una gran bola en Advaita -dijeron.

–Y muy, muy lejos, fuera del Universo… está Sukhavati.

Cuando los cuatro niños estaban contemplando las estrellas oyeron un coche acercarse a la casa.

–Son mis padres -dijo Anne Lise.

–Tenéis que esconderos debajo de nuestras camas -dijo Hans Petter-. ¡Rápido!

Subieron disparados a la habitación de los niños. Anne Lise y Hans Petter se quitaron la ropa a toda prisa y se metieron de un salto en sus camas. Lik y Lak se escondieron debajo de ellas. Entonces oyeron que los padres abrían la puerta de la calle, y los cuatro fingieron estar dormidos.

–Por lo menos podían haber apagado las luces antes de irse a la cama-Era la voz de la madre de Anne Lise y Hans Petter.

–También podían haber recogido la mesa -señaló el padre.

Los niños le oyeron entrar en el salón.

–¿Cuatro vasos? ¡Mira, Ingrid, se han tomado cuatro botellas de refresco!

–O tal vez había alguien más…

La voz de la madre parecía preocupada.

Entraron en el dormitorio. Anne Lise y Hans Petter estaban tan concentrados en hacerse los dormidos que temían estar exagerando. Peor era la situación de Lik y Lak, que tenían que intentar no respirar.

El padre dio una patada a unos juguetes que había por el suelo, una pelota fue derecho a la cara de Lak.

–Aquí hace falta un poco de orden -dijo el padre.

Se agachó y tocó el suelo con la mano. Luego la metió debajo de la cama de Anne Lise. Lik tuvo que apretarse contra la pared para que el padre de los niños no la tocara.

–También necesita una buena limpieza -añadió.

Pero por fortuna salió de la habitación y cerró la puerta tras él.

–Buenas noches -susurró Anne Lise, inclinando la cabeza hacia el suelo y despidiéndose de sus nuevos amigos-. Mañana por la mañana intentaremos sacaros de aquí a escondidas.

Lik y Lak no durmieron muy bien. Además de que el suelo era bastante duro, era su primera noche en el cuento.

Nunca habían vivido tantas experiencias en tan poco tiempo. En Sukhavati podían pasar muchas semanas sin hacer otra cosa que buscarse el uno al otro por Ananda. Además, no era lo mismo escuchar un cuento que estar dentro de él.

Cuando los padres de Anne Lise y Hans Petter entraron en la habitación de los niños a la mañana siguiente, los cuatro estaban dormidos.

–¡«Desayuna con la tele» empieza en diez minutos! – gritó el padre.

Con eso se despertaron los cuatro.

«¿Ven la televisión mientras comen?», se preguntó Lik.

Anne Lise y Hans Petter miraron de reojo debajo de las camas. ¿Acaso todo había sido sólo un sueño? Sin embargo, allí había dos niños de verdad.

–Tenéis que estar muy callados -susurraron severamente-. Os traeremos algo de comer.

Salieron de sus camas de un salto y se metieron en el baño.

Comida. Lik y Lak no estaban acostumbrados a comer, pero ahora sí que tenían ganas de llevarse algo a la boca. Sólo en Sukhavati no necesitaban comer. Ahora que estaban en el Mundo todo era diferente.

Pero no se atrevieron a hablar entre ellos ni de eso ni de ninguna otra cosa. Tenían que estar callados.

La familia se sienta a la mesa. La televisión está encendida, pero nadie la mira. Todos están pensando en algo diferente.

–Debéis acordaros de apagar las luces cuando os vais a acostar -dijo el padre.

Los niños asintieron.

–¿Vino alguien anoche? – preguntó la madre.

Anne Lise y Hans Petter se miraron un instante.

–Sólo estábamos nosotros -contestó Anne Lise.

–Había cuatro vasos en la mesa.

Hans Petter untó de mantequilla una rebanada de pan.

–¿Y os tomasteis cuatro botellas de refresco?

A los niños no les gustaba mentir, pero entonces se vieron obligados a hacerlo. No podían decir como si tal cosa que habían recibido la visita de dos niños de Sukhavati.

–Teníamos mucha sed.

–Así que tomamos refresco dos veces.

–¿Dos veces?

–No nos dimos cuenta de que ya teníamos vaso, y fuimos a la cocina a por otros dos…

–Si alguien estuvo aquí, Anne Lise, no vamos a enfadarnos, pero queremos que nos lo digas.

–No vino nadie. Sólo estábamos nosotros. Dos veces…

Empezaron los dibujos animados en el programa «Desayuna con la tele», y no se habló más del asunto.

Anne Lise preparó a escondidas dos rebanadas de pan con queso de bola, y se las escondió debajo del jersey.

–Tengo que ir al servicio -dijo.

Se metió volando en el cuarto de los niños y dejó una rebanada de pan debajo de cada cama. Luego fue corriendo al servicio antes de volver con el resto de la familia.

De repente Lik tuvo la mala suerte de atragantarse con la comida, y no le quedó más remedio que toser…

Hans Petter y Anne Lise se estremecieron. Hans Petter carraspeó con fuerza y Anne Lise se puso a cantar.

–¿Qué os pasa? – preguntó el padre-. ¿Habéis perdido la razón?

Anne Lise y Hans Petter no sabían muy bien lo que significaba «perder la razón», pero temían que fuera algo terrible.

Antes de que terminara el programa de la televisión, la madre se levantó de la mesa y se puso a ordenar el salón. Luego entró en el cuarto de los niños.

–Hoy tenemos que hacer una buena limpieza -dijo.

Anne Lise y Hans Petter entraron a la velocidad del rayo.

–¡Vale! – dijeron al unísono.

–Aquí hay mucho desorden. Libros, revistas y juguetes tirados por todas partes…

La madre se arrodilló y empezó a poner orden.

–Podemos… podemos hacerlo nosotros -dijo Anne Lise, notando cómo le palpitaba el corazón.

–Todo -añadió Hans Petter.

Entonces la madre se levantó y los miró extrañada. Nunca solían estar tan dispuestos a ordenar la habitación.

Lik y Lak estaban debajo de las camas escuchando.

Limpiar y ordenar… ¿Los mayores no pensaban en otra cosa? Y eso que vivían dentro de un cuento…

–Vamos a hacer la compra -dijo el padre de Anne Lise y Hans Petter-. Estaremos de vuelta en media hora.

–Nosotros nos pondremos enseguida a ordenar -dijo Anne Lise.

–Y a fregar también -añadió Hans Petter.

–Dos veces -dijo Anne Lise. Pero al parecer acababa de decir algo raro porque su padre la miró extrañado. Anne Lise apretó los labios.

Por fin tenían la casa para ellos de nuevo.

En cuanto sus padres se hubieron marchado, Anne Lise y Hans Petter se apresuraron a volver a la habitación.

–Podéis salir ya de vuestro escondite -dijeron.

Se agacharon y tiraron de Lik y Lak para sacarlos. Los dos huéspedes se levantaron enseguida, se restregaron los ojos y se quitaron el polvo de sus trajes verdes. Les resultaba agradable poder estar en pie de nuevo.

–Tenéis que salir de aquí antes de que vuelvan nuestros padres -dijo Hans Petter-. ¡Rápido!

–¿Nunca os volveremos a ver? – preguntó Lik, mirando decepcionada a los dos niños.

Anne Lise se quedó pensando.

–Tengo un plan -dijo por fin-. Bajad a la ciudad y esperadnos allí. Pediremos permiso para ir al cine.

–¿Al cine?

Seguramente Oliver también les había hablado de eso hacía muchísimo tiempo, pero Lik y Lak eran incapaces de recordar de qué se trataba.

–Pues es… una película, ¿sabéis? Estamos sentados en una gran sala junto con un montón de niños, mirando un enorme televisor. Enorme, ¿sabéis?…

–Ya son las diez y cuarto -dijo Hans Petter-. Podemos quedar a las doce en el Cine Auditorio.

–¿A las doce? – preguntó Lak, pues Lik y Lak no tenían reloj, ni sabían cómo interpretarlo. En Sukhavati no existía el tiempo, y por eso tampoco había relojes.

–¿En el Cine Auditorio? – preguntó Lik. Aunque Oliver les había hablado del Muelle, del Acuario y del Mercado del Pescado, no conocían bien Bergen.

–Tendréis que preguntar -contestó Anne Lise-. Todo el mundo sabe cuándo son las doce. Y todo el mundo sabe dónde está el Cine Auditorio. ¡Daos prisa!

OLVE

Los niños de Sukhavati se encontraban de nuevo en la calle. Apenas se habían alejado de la casa blanca cuando se cruzaron con un coche rojo. Eran los padres de Anne Lise y Hans Petter.

El coche pasó lentamente. Por suerte, no se detuvo, pero los dos adultos los miraron extrañados…

Oliver les había contado que en Bergen llovía a menudo, pero ese día no había ni una nube en el cielo. El sol calentaba la cara y había flores por todas partes: amarillas, rojas, blancas y azules. Era primavera en Bergen.

Lik y Lak no habían visto nunca tulipanes, narcisos ni lirios. Tampoco violetas ni pensamientos. En Sukhavati crecían otras flores, no de fantasía como las del Mundo.

Se agacharon a acariciar un tulipán rojo con suavidad. Era frío y liso al tacto. ¡Y de un rojo muy intenso!

Los gemelos pensaban que Oliver y Olivia habían inventado el cuento sobre el Mundo porque los dos amaban los colores. El Mundo era lo más bonito que podían imaginarse.

Al cabo de poco tiempo se encontraban ya casi en el Mercado del Pescado, pero para llegar hasta él tenían que cruzar una calle por la que circulaban grandes autobuses, camiones y muchos, muchísimos coches pequeños. Dentro de ellos había mujeres y hombres muy serios que hacían mucho ruido con los motores. De los coches salía un montón de apestoso humo. De vez en cuando la gente cruzaba la calle corriendo entre todos los coches. Entonces Lik y Lak tenían que taparse los ojos. ¡En ese lugar resultaba peligroso ser persona!

–Qué tontos son -se lamentó Lik.

–¿Quiénes?

–¡Los seres humanos, claro! Con tanta gente en la ciudad debería estar prohibido ir en coche.

La imagen de un hombre verde apareció en el semáforo. Entonces los coches se pararon y las personas cruzaron la calle. Lik y Lak los siguieron. Por fin estaban en el Mercado del Pescado.

Había muchísima gente vestida con ropa de todos los colores y formas, algunos llevaban trajes verdes, como Lik y Lak. Y sin embargo los gemelos tenían la sensación de que todo el mundo los miraba.

Vieron los grandes depósitos de agua en los que nadaban peces vivos que movían las aletas con tanta fuerza que salpicaban. Se movían tan rápidamente que era difícil seguirlos con la mirada.

También de eso les había hablado Oliver, pero ahora podían verlo con sus propios ojos. Estaban mudos de admiración. Era la primera vez que veían peces vivos.

Había tanta gente en el Mercado del Pescado y tantas cosas extrañas que ver, que los dos visitantes de Sukhavati no sabían dónde mirar.

–Tiene una imaginación muy viva -dijo Lak.

–¿Quién?

–Oliver. Él se lo ha inventado todo.

–Pero la gente no lo sabe -señaló Lik-. Y no tienen pinta de estar contentos de vivir aquí. Muchos parecen estar de muy mal humor.

Lak se volvió a echar un vistazo y asintió. Muchas personas miraban malhumoradas al asfalto a pesar del buen tiempo.

–Quizá se pongan más alegres cuando les hablemos de Sukhavati. Podemos empezar ya de una vez…

–¿Se lo decimos a esa mujer que está allí?

Dicho y hecho. Lik y Lak se apresuraron hacia una mujer que llevaba un abrigo rojo y que estaba comprando pescado a un hombre debajo de un enorme paraguas.

–Perdone, señora… -empezó a decir Lak.

Olivia les había enseñado a decir «señora» al dirigirse a las mujeres de Bergen. Si no, podría irles muy mal.

–¿Cómo?

La mujer estaba perpleja. No todos los días dos niños vestidos con trajes verdes pasados de moda se dirigían a ella de ese modo.

–¿Cómo le va en el cuento? – preguntó Lak. – ¿Qué?… ¿En el cuento?

–¿No le parece extraño estar aquí? – añadió Lik.

–¡Vaya! En mi vida he oído nada parecido.

–¿Sabe usted que es una figura vivita y coleando del cuento?

La mujer miró a su alrededor como queriendo pedir ayuda. Jamás había oído a ningún niño hablar de esa manera. No podía saber que Lik y Lak hablaban como Olivia les había enseñado a dirigirse a las mujeres de Bergen.

–Pero… ¿qué estáis diciendo? – dijo por fin con gran dificultad.

–Estamos hablando de lo que usted llama «la realidad», señora. No es tan real como usted piensa, ¿sabe?

–¿No es… real?

–Claro que sí. Pero es inventada. Completamente inventada, ¿sabe usted?

Ahora los gemelos hablaban en «la lengua de los adultos». Habían tardado mil años en aprenderla, pero la habían aprendido muy bien.

–¿Inventada?

La mujer volvió a mirar a su alrededor. Lik y Lak temieron que echara a correr.

–¡Exactamente! Inventada o imaginada -contestó Lik-. Al principio, el Mundo era un cuento dentro de la cabeza de Oliver. Y entonces no podíamos entrar en él. No podíamos meternos dentro de la cabeza de Oliver, ¿sabe? Pero luego el Mundo se convirtió en una cosa y a partir de ese momento todo fue mejor, porque en una cosa se puede entrar… con el cuerpo entero.

–¡En mi vida he oído nada parecido! – exclamó la mujer de Bergen. Y acto seguido hizo lo que había querido hacer desde el principio: echar a correr por el Muelle.

–No sirve de nada -dijo Lik-. No sirve de nada, digamos lo que digamos. No van a creernos.

Lak se quedó pensando.

–¿Nos desnudamos y les enseñamos la tripa? – preguntó-. Dio resultado con Hans Petter y Anne Lise. Cuando la vieron, creyeron todo lo demás.

–Hace demasiado frío -dijo Lik-. Y también puede resultar peligroso. Pueden capturarnos.

–¿Estás completamente segura de que todos los seres humanos tienen ombligo? – prosiguió Lak.

Lik miró extrañada a su hermano gemelo.

–¡Claro que sí! Todos tienen una madre que les ha dado a luz. Por eso también tienen ombligo.

–Excepto Adán y Eva… -murmuró Lak-. ¿No recuerdas lo que nos contó Oliver sobre ellos? Fueron los primeros seres humanos. No tenían madre, de modo que tampoco tendrían ombligo. Al parecer, la gente no sabe eso. Oliver dijo que han hecho un montón de imágenes y cuadros de Adán y Eva, pero que en todos tienen ombligo.

Se les acercó un hombre que se parecía un poco a aquel con el que se habían topado en Fløien, aunque esta vez no llevaba perro.

–Bueno -dijo el hombre-. ¿Qué figuritas sois vosotros?

–Somos Lik y Lak -contestó Lik.

–Venís de… de Marte, ¿no?

Lik y Lak se miraron con gesto de complicidad. El hombre escudriñó sus trajes verdes.

–Venimos de Sukhavati -respondió Lak.

–De Sukhavati, sí. Aha…

Sacó una pipa, la llenó de tabaco y se puso a fumar, exactamente como hacía Oliver, con la única diferencia de que de su boca no salía ninguna figura, sino nubecitas blancas de humo.

Lik y Lak decidieron hablar con él seriamente. Tal vez los entendería…

–¿Y tú de dónde vienes? – preguntó Lak.

–Nací en Bergen -contestó-. Hace 46 años. Me llamo Sverre. Sverre Hansen. Mi nombre completo es Sverre Oliver Hansen. Pero mucha gente me llama sólo Olve.

¡Oliver! Lik y Lak se miraron.

–¿De dónde vienen los seres humanos? – preguntó Lik.

–Hm… Ésa es una larga historia…

–¿Que quizá empieza con Eva y Adán? – prosiguió Lik.

–¡Eso dicen, sí!

El hombre asintió con la cabeza y volvió a mirarlos.

–Pero se dicen tantas cosas… -añadió.

–¿Tenían ombligo? – preguntó Lak con firmeza.

–¿Qué has dicho? ¿Que si tenían ombligo?

–Ellos… no tenían madre…

El hombre estaba ya muy interesado. No se encontraba a menudo rompecabezas de ese tipo en mitad de la mañana.

–Eso tenemos que discutirlo más a fondo -dijo-. Iba a tomarme un café. ¿Os apetece un refresco?

Se dirigieron hacia un café del Muelle. El hombre invitó a Lik y Lak a un refresco y un bollo a cada uno. Sabía muy raro, el refresco les hacía cosquillas en la boca.

–De modo que no venís de Marte -dijo-. ¿De Sukhavati habéis dicho?

–Así es.

–Sois unos niños muy curiosos -dijo Sverre-. ¿Y quién os ha hablado de Sukhavati? Los niños no suelen saber de esas cosas, y tampoco muchos adultos, vaya…

Eso despertó el interés de Lik y Lak. ¿Significaba que el hombre conocía Sukhavati?

–Venimos de allí -dijo Lak con firmeza-. Llegamos ayer.

–¡Vaya! Eso no está nada mal.

–¿Tú conoces Sukhavati? – preguntó Lik mirándolo muy seria.

–He leído y viajado mucho -contestó Sverre.

Los niños entendían aún menos. Pero él prosiguió:

–Sukhavati significa «la tierra pura». Está al oeste del Sol y de la Luna. En Asia hay muchas personas que piensan que van allí después de la muerte, si han vivido una buena vida.

–Entonces Oliver ha inventado eso también -exclamó Lik.

Lik y Lak se sintieron aliviados. Al principio pensaron que el hombre realmente conocía la existencia de Sukhavati. Ahora comprendieron que no era así. Sólo había oído un cuento sobre Sukhavati…

Sverre se extrañó.

–¿Oliver? – preguntó-. ¡Tenéis que explicarme eso!

Y Lik y Lak tuvieron que explicárselo todo. Se explayaron sobre Sukhavati, Sunyata y la Flor de Cristal. También hablaron de Oliver, Olivia, Pleroma y Ananda. Estuvieron hablando sin parar durante casi una hora.

Lo bueno de ese hombre era que les dejaba hablar sin interrumpirlos. Sólo una vez lo hizo, para ir a por más refrescos y café. Al cabo de un rato empezó a tomar notas. Lik y Lak comprendieron que estaba apuntando todo lo que ellos contaban.

Por fin habían acabado, le habían contado todo. Ahora le tocaba al hombre.

–Magnífico -dijo, cerrando la libreta-. ¡Verdaderamente insólito!

Los miró. Ahora estaba muy serio, tan serio como estaba Olivia cuando los niños se marcharon de Sukhavati.

–Escribiré un libro sobre lo que me habéis contado. Podéis estar seguros. ¡Ja ja! ¡Una historia maravillosa!

Miró a su alrededor. Era como si tuviera miedo de que la gente del café pudiera oírlos.

–Pero, ¿de dónde habéis sacado todo eso? ¡Y lo bien que lo contáis! Impresionante, realmente impresionante.

Agitó su libreta y dio un golpe con ella en la mesa.

–Porque esto… esto no lo habéis inventado vosotros.

Lik y Lak negaron con la cabeza.

–Nosotros no hemos inventado nada -dijo Lak-. Y no me parece que lo contemos tan bien. No es nada difícil contar una historia cuando es de verdad.

Sverre encendió otra pipa. Tampoco esta vez consiguió soplar ni siquiera un gato y mucho menos un perro.

Los niños no entendían el sentido de fumar si no producía figuras.

–Ahora vamos a ir por partes -prosiguió Sverre-. Por ejemplo, empezaremos por los nombres. Los niños no conocen cosas como Pleroma y Sukhavati. ¡Ni hablar!

Lik y Lak se miraron resignados.

–Pero se llaman Pleroma y Sukhavati -explicó Lak-. Siempre se han llamado así.

–Entonces… ¿tú sí has oído hablar de Pleroma? – preguntó Lik, mirando al hombre.

–Je je. Pues sí, casualmente sí, hijita. He oído todos los nombres que habéis mencionado. Pero sólo porque he estudiado esas cosas muy a fondo. Todos los nombres se han tomado de distintas religiones…

–¿Religiones?

Lik no se acordaba muy bien de lo que era religión.

–Así que esa palabra no la conocéis, ¿eh? ¡Habéis oído hablar de Pleroma, pero no sabéis lo que son las religiones!

Sverre parecía exasperado.

–Sí -dijo Lak-. Es en lo que la gente cree. Creen diferentes cosas sobre cómo surgió el Mundo y todo eso. Pero todas las religiones han sido inventadas por Oliver.

El hombre hizo como si no hubiera oído esto último y siguió hablando de los nombres. Todo el tiempo tenía que mirar de reojo su libreta.

Explicó que Ananda significa «alegría». Al oír eso, Lik y Lak no pudieron evitar una sonrisa. Les gustaba que Oliver hubiera incluido su castillo de piedra en el gran cuento sobre el Mundo. ¡Y también que su nombre significara «alegría»!

–Y Pleroma -dijo Sverre por fin- significa «la plenitud». Hace unos cuantos miles de años había mucha gente que creía que todo venía de algo llamado Pleroma.

–Al revés -exclamó Lak, muy animado ya-. Tiene que ser al revés. Los seres humanos creían en algo llamado así por la piedra de Oliver. Pero es verdad que está «plena» de muchas cosas raras, y también que de allí proviene el Mundo.

–¡Ja ja! ¡Sabes defenderte, chico! No está nada mal…

Lik, Lak y Sverre Oliver Hansen seguían sentados mirándose.

De repente Lik se estremeció.

–¿Qué hora es? – preguntó, mirando al hombre.

–Las doce menos cuarto -contestó él.

–Ah, entonces tenemos que irnos. ¿Sabes dónde está el Cine Auditorio?

Sverre les explicó el camino y los niños se levantaron.

–Esperad un momento -dijo-. Aún no me habéis dicho quién os ha contado el cuento de Sukhavati.

Lik y Lak se miraron.

–Nadie -contestó Lak-. Es el Mundo lo que es un cuento.

El hombre sacudió la cabeza, exasperado.

–Y dale -dijo.

Lik miró a Lak.

–¿Lo hacemos? – susurró.

Lak asintió con un movimiento de la cabeza.

–¿Nos creerías al ver que no tenemos ombligo? – preguntó Lik.

El hombre se quedó boquiabierto.

–¡Je je! Pues sí, si no tuvierais ombligo toda esta historia podría ser verdad.

Entonces Lik y Lak se aflojaron la ropa justo lo suficiente para que Sverre Oliver Hansen pudiera verles la tripa. Era tan lisa y reluciente como una espalda.

Al hombre se le cayó la pipa de la boca y él mismo estuvo a punto de caerse de la silla en la que estaba sentado.

–¡Cáspita…! – balbuceó.

–Tenemos que irnos ya -dijo Lak.

–¡Esperad! – gritó el hombre a sus espaldas.

Pero Lik y Lak ya estaban saliendo del café. Sverre Oliver Hansen se levantó y los siguió.

–¡Podéis llamarme Olve! – gritó.

EL ENCARGO

Soy Olve.

Soy el que encontró a los niños de Sukhavati en el Mercado del Pescado aquel sábado de abril hace bastante tiempo. Y soy el que escribe la historia sobre ellos. De esa manera escribiré también algo sobre mí mismo, porque me encontré con Lik y Lak varias veces después de aquélla. También mantuve varias conversaciones con Hans Petter y Anne Lise. Debía buscar más información sobre esos dos niños que no tenían ombligo.

Enseguida contaré más. Pero sobre todo me apresuraré a hablar de lo que ocurrió en el Camino de la Montaña después de que Lik y Lak se marcharan a la ciudad.

Al instante de haber salido Lik y Lak de la casa, los padres de Anne Lise y Hans Petter volvieron de hacer la compra.

–Acabamos de ver a unos niños… -dijo la madre como si le diera un poco de pena- a los que no habíamos visto nunca… llevaban unos trajes muy raros…

–Iban a una fiesta de disfraces -explicó Anne Lise.

La madre la miró con cara de interrogación.

–Pero, Anne Lise, ¿cómo puedes saber eso?

Mientras tanto, el padre había subido a la planta de arriba. Lo oyeron entrar en el cuarto de los niños.

–¡Venid aquí todos! – bramó. Sonaba muy enfadado.

Anne Lise, Hans Petter y la madre acudieron al salón. El padre se había sentado en el sofá.

–¿No ibais a ordenar vuestra habitación?

–Nos pondremos enseguida -dijo Anne Lise. Pero sabía que eso no era todo.

–Creo que me debéis una explicación de por qué hay migas de pan debajo de las camas. No estaban ahí ayer…

Anne Lise se dio cuenta de que ya no podía seguir mintiendo.

–Ellos estuvieron aquí… -dijo.

–¿Ellos? – preguntó el padre con la cara muy seria.

–Esos niños vestidos de verde. Vinieron ayer cuando os habíais ido a la fiesta. Y han dormido debajo de nuestras camas.

–¿Qué dices?

–No tienen padre ni madre. Vienen de Sukhavati y no tienen ombligo.

Los padres se quedaron boquiabiertos. Entonces Anne Lise lo contó todo. Al acabar su relato, los padres ya no estaban enfadados, sino preocupados.

–Pero, Anne Lise -dijo la madre-, tendrás que entender que nada de todo eso es verdad…

–¿Y cómo puedes saber que no lo es, mamá?

–¿Que cómo puedo saberlo?

Anne Lise y Hans Petter miraron al suelo, todos se habían quedado callados.

–¿Qué hay detrás de las estrellas? – preguntó Anne Lise por fin.

–Eso nadie lo sabe -contestó el padre muy tajante-. Nadie, ¿me oyes? Y qué más da eso ahora. Lo que quiero es que en esta casa haya orden.

–Más allá del espacio -dijo Anne Lise con voz soñadora- está Sukhavati.

–¡Cuentos! – dijo el padre. Tampoco ahora estaba enfadado, sólo convencido.

–El Mundo es el cuento, papá. El sol, los árboles y todos los animales. Todos somos un cuento. ¿A ti no te lo parece?

–¿Que si a mí no me lo parece? Has cumplido ya diez años, Anne Lise. Tienes que saber distinguir entre la fantasía y la realidad.

Al decir «realidad», el padre agarró con fuerza la mesa baja del salón, como si eso fuera lo más real que pudiera imaginarse.

–¿A ti no te parece que el Mundo es un poco raro? – volvió a preguntar Anne Lise.

–No… ¿Raro? ¡Tonterías!

–A mí me parece que el Mundo es un cuento maravilloso -dijo Anne Lise mirando de reojo a su padre. Era como si mirase a través de su padre, su madre y el techo del salón… hasta la mismísima tierra de Sukhavati.

–Ya basta -dijo el padre. Había vuelto a enfadarse-, ¡Aquí decido yo!

Se levantó del sofá y dio un golpe en la mesa. – ¡Basta ya, he dicho!

Entonces sucedió algo que Hans Petter y Anne Lise fueron incapaces de entender.

Se acordaron al mismo tiempo de que habían quedado con Lik y Lak. Tenían que pedir permiso para ir al cine. Lo obtuvieron inmediatamente.

Los padres casi se sintieron aliviados cuando los niños les pidieron algo tan corriente como ir al cine. Incluso les dieron un poco de dinero extra para que se compraran un perrito caliente y un refresco. Eso estaba muy bien, porque así tendrían dinero para invitar al cine a sus amigos de Sukhavati.

Cuando aquella tarde volvieron a casa, su habitación estaba limpísima. No quedaba ni una sola miga de pan debajo de sus camas.

Lik y Lak se apresuraron. Dejaron atrás a Olve para no llegar tarde al cine.

Varias veces tuvieron que pararse a preguntar por el camino. Resultaba casi tan difícil orientarse en Bergen como en Ananda, en su propio país, Sukhavati. Lo único que era más fácil en Bergen era que la ciudad tuviera sólo una planta.

Llegaron al cine, donde los esperaban Hans Petter y Anne Lise. Los gemelos se pusieron tan contentos que bailaron y saltaron por entre los coches. Era estupendo tener dos buenos amigos en el gran cuento.

A los niños de Sukhavati les pareció emocionante entrar en la oscura sala de cine. Primero hubo un montón de anuncios, y por fin empezó la película. Se llamaba El tiempo gigante.

La película trataba de unos raros muñecos que vivían en un país de cuento. El protagonista se llamaba Reodor Felgen y vivía en una extraña casa en la cima de una alta montaña.

También los seres humanos del Mundo son figuras de un cuento exactamente como éstos, pensaron los niños de Sukhavati. Pero ellos no lo saben. No saben que viven en un mundo de muñecos…

Al cabo de hora y media, los cuatro salieron del pequeño cuento del cine al gran cuento de fuera.

Pasaron por el teatro y bajaron hasta Torgalmenningen, la calle principal de Bergen.

Era la una y media. Algunas tiendas ya estaban cerradas, pero había mucha gente en la calle. Muchos se volvieron a mirar a Lik y Lak.

Los gemelos decidieron hablar a todos los seres humanos sobre Sukhavati. Anne Lise y Hans Petter intentaron disuadirlos, pero de nada sirvió. Lik y Lak se sentían obligados a empezar a cumplir el encargo.

Primero se subieron los dos a un banco de Torgalmenningen. Eso bastó para atraer a mucha gente que pasaba por allí.

–¡Hola, hola a todos! – gritó Lak-. Hemos venido al Mundo para comunicaros una gran alegría…

–No tengáis miedo -predicó Lik-. Venimos de Sukhavati para hablaros de Oliver y Olivia.

Cada vez más gente se aglomeraba en torno al banco y los niños empezaron a contar la historia sobre Sukhavati, Pleroma y la gran bola en la planicie Advaita.

Lo que contaban era insólito y emocionante, y sin embargo la gente no ponía cara de asombro, se limitaba a mirar fijamente a los niños vestidos de verde. La mayoría ni se inmutaba.

–Ves, otra vez lo mismo -dijo Lik decepcionada mirando a su hermano gemelo-. No nos creen.

–Pues voy a enfadarme mucho -dijo Lak-. Vamos a hablar en otras lenguas. ¿Vale, Lik? Porque es algo a lo que no están acostumbrados. No están acostumbrados a que los niños sepan hablar todas las lenguas del mundo.

-Ladies and gentlemen -dijo Lak-, we are telling you that the world is a wonderful fantasy…

Continuó en italiano:

-La vita é una favola…

Y fue interrumpido por Lik, que se expresó en alemán:

Warum kónnen sie nicht glauben ivas wir erzählen?

–¡Dios mío! – exclamó un señor-. ¡Hablan inglés, alemán e italiano!

Pero la cosa no acabó ahí. Lik y Lak apenas habían empezado. Hablaron en español, en finés, en chino, en ruso, urdu y suajili…

–¡Están hablando en suajili! – gritó, agitando los brazos, un hombre muy negro que estaba al fondo del grupo escuchando-. ¡Esos niños hablan suajili!

Los niños de Sukhavati no paraban de hablar. Hans Petter y Anne Lise aplaudían entusiasmados, y lo mismo hacían muchos otros. La gente se iba animando.

–¡Un milagro! – exclamó una señora mayor. Y no logró decir nada más hasta que se desmayó. Se desplomó y cayó redonda en la calle.

–¿Quiénes sois? – gritó uno de los espectadores, desesperado.

–Venimos de Sukhavati -contestó Lik-. ¡Y vosotros también!

–¡Despertad! – gritó Lak-. ¡Tenéis que pellizcaros el brazo del cuento!

Y algunos espectadores se pellizcaron realmente el brazo.

–¡Despertad del sueño de la Bella Durmiente! – les instaba Lak encarecidamente.

Pero en ese momento sucedió otra cosa. Un hombre llegó a Torgalmenningen y al descubrir a Lik y Lak se detuvo y los señaló con un dedo amenazador.

–Vosotros otra vez -exclamó-. ¡Sois los que estuvisteis ayer en la Plaza de las Fiestas!

Todos se volvieron hacia él y se armó un gran revuelo. Por alguna razón ese hombre logró cambiar el ambiente. Ya nadie aplaudía, sino que gruñían como animales salvajes. Lik y Lak comprendieron que la sesión había terminado.

–Tengo miedo-dijo Anne Lise.

–Quiero irme a casa -lloriqueó Hans Petter.

–¡Nos largamos! – dijeron Lik y Lak.

–¡Capturadlos!

–¡Llamad a la policía!

Hans Petter, Anne Lise y los gemelos de Sukhavati tuvieron que correr para escapar del gentío enfurecido. Cruzaron Torgalmenningen y se dirigieron a Sundt, los almacenes comerciales más importantes de Bergen.

–No lo entiendo -dijo Anne Lise sin dejar de correr-. No hemos hecho nada malo.

Pero lo que ella opinara no tenía importancia. Mucha gente se unió a la caza.

–Creo que… a la gente no le gusta que la engañen -jadeó Lik.

–Supongo que se sintieron engañados… cuando de repente desaparecimos… en la bola de cristal.

Entraron corriendo en la planta baja de Sundt, seguidos por el gentío. Se armó tal revuelo que camisas y ropa interior volaron por el enorme local.

–¡La escalera mecánica! – jadeó Hans Petter.

Subieron a todo galope por la escalera mecánica hasta el primer piso. Era la primera vez que Lik y Lak veían una escalera de ésas.

–Una escalera de fantasía como ésta no nos vendría mal en Ananda -dijo Lik con envidia.

Pronto llegaron a la sección de juguetes en la tercera planta. Habían conseguido librarse de sus perseguidores. Se metieron en el servicio y cerraron la puerta tras ellos.

–Tenemos que volver a la bola de cristal -dijo Lik muy seria.

–Y nosotros tenemos que volver a casa -señaló Anne Lise-, si no, nuestros padres van a enfadarse mucho.

Eso significaba que los cuatro niños tenían que llegar de alguna manera al funicular de Fløien.

–Y si nos capturan y nos meten en la cárcel… -dijo Lik preocupada-. Creo que a los seres humanos de la Tierra no les gustan los niños sin ombligo…

Los cuatro se miraron muy serios.

–Tengo un plan -dijo Hans Petter de repente-. Un plan muy inteligente.

Los otros le miraron extrañados.

–Anne Lise y yo no corremos ningún riesgo. Somos niños de verdad y no tenemos nada que temer.

–Pero a nosotros eso no nos ayuda -dijo Lik abatida.

–Pues sí, os ayudará bastante. ¡Simplemente podemos intercambiarnos la ropa!

–Pero entonces nos capturarán a nosotros, ¿no lo entiendes? – dijo Anne Lise, a la que no parecía en absoluto un buen plan.

–Eso no importa -prosiguió Hans Petter-, porque nosotros podemos mostrarles que tenemos ombligo. Y también podemos decir dónde vivimos…

Se miraron los cuatro.

–Qué plan tan inteligente -dijo Lik, sintiéndose más animada-. Nadie nos preguntará quiénes somos si nos prestáis vuestra ropa.

Todos coincidieron en que era una buena idea. Se intercambiaron la ropa a una velocidad vertiginosa.

Lik se puso las medias blancas de Anne Lise, su falda azul y su jersey rojo. Hans Petter dejó a Lak su pantalón y su camisa, y Hans Petter y Anne Lise se pusieron los trajes verdes.

Una vez más, Hans Petter y Anne Lise tuvieron ocasión de ver las tripas lisas de los niños de Sukhavati. Esta vez no se asustaron, pero resultaba muy curioso contemplarlas.

Cuando acabaron de cambiarse, se echaron a reír los cuatro. Pero en ese instante alguien llamó a la puerta.

–Tenemos que ir cada uno por nuestro lado -susurró Anne Lise-. Aquí tenéis dinero para el funicular…

Abrieron la puerta, y Hans Petter y Anne Lise salieron pitando por entre las piernas de dos hombres que esperaban para entrar en el servicio. Bajaron por la escalera a toda velocidad y desaparecieron.

A Lik y Lak les resultó curioso ver a Hans Petter y Anne Lise marcharse vestidos con sus trajes verdes. Era como verse a sí mismos por detrás. Ellos ya podían tomárselo todo con calma, porque ahora eran dos niños normales y corrientes.

Salieron muy tranquilos de la tienda. Todavía había gente corriendo en busca de los dos niños vestidos de verde. Al parecer, nadie se fijaba en Lik y Lak.

Se dirigieron al funicular de Fløien.

–¡Vamos hasta arriba del todo! – dijo Lak a la señora de la ventanilla dándole el dinero que les había dejado Anne Lise.

–¿Sólo ida? – preguntó la señora.

Los niños asintieron con la cabeza.

–¿Vais a bajar a pie entonces?

–No -contestó Lik-. Somos demasiado vagos para eso.

–Bajaréis corriendo, ¿a que sí? – ¡Volaremos! – dijo Lak.

Al entrar en el oscuro túnel vieron algo que los dejó perplejos.

Anne Lise y Hans Petter estaban rodeados por un montón de gente. Un policía los tenía agarrados del brazo.

Los habían capturado por su culpa.

Lak quiso correr a esconderse. Ya era bastante terrible que hubieran capturado a los otros dos, pero al menos ellos podían demostrar que tenían ombligo, además de madre y padre. Peor era para los gemelos. Si Lik y Lak eran capturados, seguramente acabarían en la cárcel…

–Espera un momento -dijo Lik-. No tenemos por qué tener miedo. Parecemos niños normales y corrientes. Además, tenemos que subir hasta Fløien para coger la bola de cristal antes de que alguien la encuentre.

Vieron que Hans Petter y Anne Lise los habían descubierto. Anne Lise intentó decirles con señas que no tuvieran miedo.

–¿Por qué no los suelta? – dijo Lik al policía al pasar por delante de él-. ¡No está bien tratar mal a los demás aunque sean diferentes!

–Aunque vengan de Sukhavati -añadió Lak.

Hans Petter y Anne Lise les sonrieron con complicidad.

Pronto estuvieron de vuelta en Fløien, en lo alto de la ciudad.

–Imagínate que la bola de cristal hubiera desaparecido -dijo Lik, preocupada.

–Entonces nunca podríamos volver a Sukhavati. Tendríamos que quedarnos para siempre en el Mundo.

–Para siempre no, porque en el Mundo el tiempo pasa. Aquí envejeceríamos como todos los seres humanos del cuento. Y al final moriríamos…

Echaron a correr. No se atrevían a pensar en lo que les podría ocurrir si hubieran perdido la bola de cristal. Enseguida llegaron al lugar.

Retiraron a toda prisa las ramas que cubrían la bola. Por suerte, estaba entera y sin ningún rasguño. Abrieron la escotilla y se metieron dentro.

–¡A la comisaría! – dijo Lak.

Al instante, la bola se encontraba perfectamente aparcada junto a un coche de policía delante de la comisaría del centro de la ciudad.

Un policía y otros cuatro adultos no tardaron en correr hacia ellos.

–¡Ahora a buscar a Hans Petter y Anne Lise! – dijo Lik.

Entraron en un edificio muy grande. Allí vieron a sus amigos Anne Lise y Hans Petter, que estaban sentados, hablando con cuatro policías.

Todos se sobresaltaron cuando una gran bola de cristal se posó en medio de la habitación, no sólo porque llegara tan de repente, sino porque al parecer llegaba de la nada.

Lik abrió la escotilla con mucho cuidado y gritó:

–¡Déjenlos en libertad ahora mismo!

Curiosamente, nadie intentó capturarlos. Al contrario, los cuatro policías se taparon los ojos, asustados como niños pequeños.

Lik y Lak hicieron señas con los brazos a Hans Petter y Anne Lise para que se acercaran a ellos. Luego se metieron de un salto en la bola. No había mucho espacio para los cuatro, pero seguramente en la cárcel tampoco hubieran tenido mucho.

Un segundo después los policías se quitaron las manos de los ojos y empezaron a andar hacia los niños.

–¡A Torgalmenningen! – dijo Lak.

Y de repente la bola de cristal con los cuatro niños dentro estaba en medio de Torgalmenningen, entre el gentío que se había aglomerado allí, y que enseguida retrocedió y echó a correr.

Los niños salieron a gatas de la bola, pero apenas tuvieron tiempo de gritar «el Mundo es un cuento» cuando oyeron sirenas que llegaban de todas partes.

–Esperaremos a que se nos acerquen del todo -dijo Lik.

No tardó en aparecer un coche de policía. Al instante llegó otro por otro lado. De los coches salieron ocho policías, valientes, pero asustadísimos, que se dirigieron con paso firme hacia la bola de cristal.

Los niños volvieron a meterse en la bola.

–¡Tres metros sobre el suelo! – dijo Lak en el momento en que el policía intentó atrapar la bola de cristal.

Acto seguido estaban observando desde arriba a los policías. Varios chocaron entre ellos al llegar corriendo desde todos los lados hacia la bola de cristal. Como no lograron atrapar la bola, tuvieron que atraparse los unos a los otros, al menos se cayeron al suelo.

–Hacia delante y hacia atrás -dijo Lak.

Y volaron de un lado para otro sobre las cabezas de todas aquellas personas asustadas.

Los gemelos abrieron la escotilla y gritaron a los policías, que miraron aterrados al aire:

–¡Más vale que renunciéis de una vez! ¡Jamás lograréis capturarnos!

Entre el gentío descubrieron de repente a Olve, que salió de detrás del quiosco de periódicos, miró hacia arriba y los saludó con la mano.

–¡Muy bien, chicos! ¡Seguid así!

Lik y Lak le devolvieron el saludo. Comprendieron que el hombre había creído todo lo que le habían contado del Mundo y de Sukhavati. Él sí había visto su falta de ombligo.

Abajo, en la calle, se iba aglomerando cada vez más gente. También acudían cada vez más ambulancias, además de unos enormes coches de bomberos con mangueras y escaleras.

Uno de los policías les gritó por un megáfono:

–¡Bajad aquí inmediatamente!

Hans Petter y Anne Lise se asustaron mucho. Ahora sí tenían miedo de verdad.

–¡El aire es de todos! – gritó Lak.

–¡Bajad ya! – exigió el policía-. Está prohibido… volar por aquí de esa manera.

–¡No tenemos ombligo! – gritó Lik-. ¡También eso está prohibido, ¿no?!

–Si no bajáis inmediatamente tendremos que haceros bajar con cañones de agua.

Entonces los niños vieron que de uno de los coches de bomberos estaban sacando una larga manguera. Al instante el chorro de agua apuntó a la bola de cristal.

–Daos prisa -dijo Anne Lise-. ¡Tenemos que irnos de aquí!

En ese momento Lak vio un gran cartel en el escaparate de una agencia de viajes. EL SAHARA, ponía. Por eso dijo:

–¡Nos vamos al Sahara!

LA BOLA DE CRISTAL

Acto seguido, la bola de cristal con los cuatro niños dentro se encontraba sobre una duna en medio del desierto. Sobre el horizonte colgaba un sol pesado y rojizo. Anne Lise y Hans Petter no habían visto nunca nada tan hermoso, y sin embargo se echaron a llorar.

–Quiero ir a casa con mis padres -lloriqueó Anne Lise.

–No tenemos permiso para hacer esto -sollozó Hans Petter-. Prometimos a nuestros padres volver a casa después del cine…

Lik y Lak se miraron.

–Pero podéis volver a casa cuando os dé la gana -les aseguró Lak-. Aunque estemos unas cuantas semanas en el Sahara, os da tiempo a volver a casa directamente del cine, porque aquí, en la bola, el tiempo no pasa.

Entonces Hans Petter y Anne Lise dejaron de llorar. No les quedaba más remedio que creer lo que les decían los niños de Sukhavati, pero les parecía muy extraño estar en el Sahara así de repente…

Abrieron la escotilla y salieron de la bola. Fuera hacía un calor horrible, y el aire era muy seco. Se agacharon para tocar la arena, parecía que tenía fiebre.

–Si hubiera llegado aquí directamente desde Sukhavati, habría pensado que no había vida en la Tierra -dijo Lak.

–Entonces debemos ir a un lugar donde haya un poco más de vida -sugirió Lik, entrando de nuevo en la bola.

–¿Podríamos ir a una gran ciudad? – preguntó Hans Petter curioso.

–¿Podríamos ir a Nueva York, por ejemplo?

–¡Desde luego! – dijo Lik mirando a su hermano gemelo-. ¡A lo más alto del Empire State Building!

Inmediatamente, la bola de cristal con los cuatro niños dentro estuvo en medio de La Gran Manzana, a 102 plantas por encima del suelo. La bola apenas rozaba el mástil del famoso rascacielos, pero estaba, sin embargo, tan firme como una cúpula.

Por todos lados podían ver los demás rascacielos, había muy pocos tan altos como el Empire State Building.

–Este edificio es aún más alto que la torre más alta de Ananda -dijo Lik, con envidia.

Abajo, muy a lo lejos, vieron unos minúsculos puntitos que se movían. Eran personas y coches.

Las calles iban en todas las direcciones, tan rectas como las líneas de un papel cuadriculado. Sólo una calle serpenteaba entre todas las líneas rectas. Lik y Lak dijeron que esa calle se llamaba Broadway. Mucho antes de ser calle había sido una senda india.

Los niños estaban de acuerdo en que Nueva York era una ciudad grandísima, tan enorme que te escocían los ojos.

–Aquí viven siete millones de personas -dijo Lak-, casi el doble de las que viven en toda Noruega…

–Pero no hay ni un trozo verde -comentó Anne Lise.

–Sí que lo hay -señaló Lik-. ¡Vamos a Central Park!

La bola se movió de nuevo. Ahora estaba posada sobre el césped en medio de un gran parque. También allí había pequeños caminos y muchas personas, pero casi ninguna de ellas estaba quieta. La mayor parte corría o patinaba.

De repente ocurrió lo mismo que había ocurrido en la Plaza de las Fiestas de Bergen: la gente empezó a aglomerarse en torno a la bola de cristal.

Los niños no se atrevieron a salir de ella. Cada vez había más gente rodeándolos a unos metros de distancia, señalando y gesticulando. Un niño se acercó a la bola y la tocó. Desde dentro, los niños de Sukhavati le sonrieron y le saludaron con la mano. Y entonces oyeron sirenas a lo lejos, y no tardaron en aparecer los primeros coches de policía…

–¡A Harlem! – dijo Lak.

Y la bola se movió de nuevo. Ahora se encontraban en lo alto de un edificio de cuatro plantas. Alrededor de ellos se veían muchas casas viejas y ruinosas, con los cristales de las ventanas rotos, y la calle parecía muy triste.

–¿Dónde estamos ahora? – preguntó Hans Petter.

Lik y Lak se echaron a reír.

–También esto es Nueva York. Aquí vive mucha gente muy pobre.

–Yo no sabía que hubiera pobreza en América -dijo Anne Lise extrañada-. Al menos no en Nueva York. ¿No es Estados Unidos un país muy rico?

–Es a la vez un país muy rico y muy pobre -dijo Lik-. Muchos viven en el umbral de la pobreza…

–Eso me parece muy mal ideado -señaló Anne Lise-. Por lo visto, después de todo Oliver no tiene una imaginación tan maravillosa.

Lik y Lak se rieron de nuevo. Pero enseguida se pusieron serios.

–Oliver no puede decidir todo lo que ocurre en el cuento -explicó Lik-. Son los seres humanos de la Tierra los que deciden cómo va a ser todo aquí.

En ese momento fue como si Lik y Lak se preguntaran algo con la mirada.

–Hasta ahora sólo hemos viajado en el presente -dijo Lik por fin-, pero también podemos viajar hacia atrás a otros tiempos del cuento…

Hans Petter y Anne Lise se miraron. ¿Se atreverían?

–Imaginaos que no podamos volver a nuestra propia época -dijo Anne Lise.

–Es tan fácil como ir del Sahara a Nueva York -dijo Lak con convicción-. Lo único que tenemos que decir es adonde y a qué época queremos ir.

–Siempre he tenido ganas de hablar con unos indios de verdad… -dijo Hans Petter, con una mirada soñadora.

–¿Podemos ir a América antes de que el hombre blanco llegara y les destrozara el país?

–Claro que sí -dijo Lak-. ¡Al reino de los incas, año 1500!

Se encontraban en las afueras de una gran ciudad, en lo alto de una planicie. La ciudad estaba a cierta distancia. En el campo había gente trabajando la tierra. Parecían estar plantando patatas.

–Mirad esa fantástica ciudad -dijo Hans Petter entusiasmado-. ¡Es increíble que tuvieran esas ciudades tan elegantes en América antes de la llegada de los españoles!

–Parecen ricos y felices -dijo Lik-, pero pronto llegarán los europeos a destruirlo todo.

–¡Ahora vamos a la plaza de la ciudad! – ordenó Lak.

Y al instante la bola estaba en la esquina de una gran plaza de mercado de la ciudad de los incas. Como llegaron sin hacer ruido, tuvieron unos segundos para mirar la plaza antes de ser descubiertos.

En ese lugar se intercambiaban mercancías y productos en medio de un gran gentío. Había patatas, mazorcas de maíz, tomates, nueces, calabacines, bonita ropa de lana y algodón, alhajas de oro y plata, y también animales vivos: patos y llamas se intercambiaban por otros productos.

–Qué colores tan bonitos tiene la ropa -exclamó Anne Lise-. El rojo es aún más rojo que el tomate, y el azul más azul que el color del cielo.

Los niños de Sukhavati asintieron. Ahora entendían por qué Olivia se había interesado tanto por los indios, pues a ella le encantaban las flores…

En ese momento se armó un gran revuelo. Muchos se volvieron, señalando la bola de cristal. ¡Los habían descubierto!

Lik y Lak abrieron la escotilla y explicaron en la lengua de los incas que venían de Sukhavati. Entonces los indios se echaron al suelo murmurando un montón de cosas que los niños del Camino de la Montaña no entendían.

–Dicen que somos los Hijos del Cielo -dijo Lik.

–¿No se enfadan? – preguntó Anne Lise.

–No, ¿por qué iban a enfadarse? ¿Por qué van a enfadarse aunque vean algo que no comprenden? Los indios comprenden muchas más cosas que la gente de Nueva York o de Bergen. Sólo los que creen saberlo todo se enfadan cuando de repente se encuentran con algo que no entienden. Pero lo más estúpido de todo es creer comprender más de lo que uno comprende…

–¿Debemos prevenirles de que llegarán conquistadores de Europa a destrozar su país? – preguntó Anne Lise.

–Nada de eso -contestaron Lik y Lak al unísono-. Es mejor dejarlos vivir felices mientras puedan.

Lik y Lak saludaron con la mano a todos los indios de la gran plaza. Al final se despidieron en la lengua inca.

–¿Adonde vamos ahora? – preguntó Lik.

–Ahora vamos a viajar muy hacia atrás en la historia. Nos dirigimos al Valle del Rin, hace 100.000 años…

Apenas transcurrió un segundo y la bola se encontraba en medio de un paisaje verde. Anne Lise y Hans Petter vieron allí algo que no olvidarían jamás.

Todo lo que había a su alrededor, las flores y los árboles, era diferente a lo que estaban habituados. Vieron muchas plantas que también habían visto en Noruega, pero no eran exactamente iguales, todo estaba un poco cambiado.

De repente descubrieron unos cerdos, pero no eran como los cerdos que los niños de Bergen habían visto en las granjas noruegas, sino más grandes y con una piel más marrón.

–El Mundo ha vivido siempre -explicó Lak-. ¡En el cuento no hay nada que esté quieto, todo vive y todo cambia!

–¡Mirad! – exclamó Hans Petter señalando un gran elefante que salía de un bosquecillo. Pero no era un elefante normal. Tenía el pelo largo y marrón como un oso pardo, largos colmillos blancos y una enorme joroba en la espalda.

–Es un mamut -gritó Lak entusiasmado-. No existen en este siglo.

–Me pregunto si aquí vive gente -dijo Anne Lise.

–Sí -contestó Lak, misterioso-. Se llaman neandertales. Pero no son del todo como nosotros…

Lik y Lak se miraron.

–¡A la población más cercana! – ordenó Lik.

Y la bola se movió de nuevo. Antes de respirar, los cuatro niños se encontraban al pie de la ladera de una montaña. Y efectivamente, allí vieron unas figuras parecidas a personas delante de una gruta en la montaña. Al parecer, estaban cortando la carne de un animal muerto…

Hans Petter y Aune Lise tuvieron que frotarse los ojos. Nunca habían visto nada parecido. Lik y Lak tampoco, ellos sólo habían visto neandertales en forma de nubes de humo en Pleroma.

–¿Son personas de verdad? – preguntó Anne Lise, desconfiada.

–Son personas -contestó Lak-. Pero no están tan evolucionadas como nosotros.

–Me pregunto si piensan -prosiguió Anne Lise.

–Seguro que sí -contestó Lak-. Pero no exactamente como nosotros. Hasta ahora el cuento no ha sido consciente de sí mismo.

–¿Consciente? Anne Lise no entendía muy bien esa palabra.

–También viven las plantas y los animales -explicó Lak-, pero no lo saben. No son capaces de pensar que existen. Sólo los seres humanos están despiertos del todo…

Los niños observaban a los siete u ocho neandertales que se encontraban en la entrada de la gruta. De repente uno de ellos se levantó. Caminaba inclinado hacia delante y tenía unos largos brazos que colgaban flojos a cada lado de su cuerpo. La frente era mucho más plana que la de los seres modernos. Llevaba un trozo de piel, por lo demás iba completamente desnudo, pero tenía todo el cuerpo cubierto de pelo.

De repente los neandertales se percataron de la presencia de los niños y se metieron corriendo en la gruta. Les resultaría muy extraño ver una bola de cristal con cuatro niños dentro.

–Quiero irme ya a casa -dijo Hans Petter, que llevaba un rato sin decir nada.

–Yo preferiría ver primero Roma -dijo Lak-. Oliver nos ha contado tantas cosas emocionantes de la época romana…

–Podemos entonces pasar por Roma camino de casa -dijo Hans Petter, animado.

–¡Al Foro Romano! – ordenó Lak.

Y con ello se encontraron debajo de un naranjo en una colina desde la que se veía la gran plaza de Roma, donde la gente paseaba por el empedrado por delante de los grandes edificios de mármol. Sobre altas columnas había estatuas doradas. Lik y Lak señalaron el templo de Júpiter al fondo.

–¡Qué bonito! – exclamó Anne Lise-. ¡Y qué limpio! Todo está completamente nuevo.

–¿Pensabas que estaría viejo? – preguntó Lik extrañada.

–Siempre he pensado en la época romana como «los viejos tiempos». Y por eso imaginaba que todo tenía que ser un poco viejo… porque no era nuevo.

–Pues es todo lo contrario. En los viejos tiempos, Roma era nueva. Es ahora cuando la ciudad es vieja…

–Todo está muy nuevo y liso -prosiguió Anne Lise-. Y la gente lleva ropa muy limpia y muy blanca.

–¿Pensabas que las personas que vivían en los tiempos antiguos iban sucias y harapientas?

Arme Lise se echó a reír. Para decir la verdad, era exactamente lo que pensaba.

De repente se escucharon ruidosos gritos de júbilo procedentes de miles de personas, que recordaron a Anne Lise y a Hans Petter los gritos de los aficionados en los partidos de fútbol del estadio del club Brann de Bergen.

Lik y Lak señalaron un gran edificio redondo a la derecha.

–Eso es el Coliseo -indicó Lak-. Ahí se celebran esas asquerosas luchas de gladiadores…

Tuvo que explicar a Anne Lise y a Hans Petter lo que era eso. Los romanos importaban animales salvajes de África porque les divertía contemplar a los animales luchando contra los gladiadores… Era un entretenimiento popular muy apreciado.

–En las tribunas caben 50.000 personas -dijo para terminar.

De repente oyeron unos pesados pasos justo detrás de ellos. Se volvieron bruscamente y vieron a dos soldados romanos con armadura y todo lo demás. ¡Los habían descubierto!

Lik y Lak abrieron la escotilla y salieron.

-Salve! -dijeron.

Anne Lise y Hans Petter se miraron. ¿Por qué decían eso? ¿A quién había que salvar?… No sabían que salve es la palabra romana que corresponde a «buenos días».

Los dos soldados se sobresaltaron y retrocedieron unos pasos.

-Castor et Pollux! -exclamó uno de ellos-. Miraculum!

–Creen que somos unos dioses llamados Castor y Póllux -explicó Lik.

Uno de los soldados se volvió y silbó. Y acto seguido llegaron corriendo otros seis soldados.

De repente ocurrió algo muy extraño: aunque pensaban que Lik y Lak eran dioses, intentaron capturarlos. Hans Petter y Anne Lise se asustaron. Al parecer, los romanos no eran tan hospitalarios como los indios del Perú. Eran más corrientes, más como la gente de Bergen y Nueva York.

Lik y Lak corrieron hacia la bola de cristal. Uno de los soldados logró agarrar a Lik, y Lak se volvió y le dio un puñetazo en la tripa. Los niños de Sukhavati se metieron jadeantes en la bola.

–¡A Fløien! – dijo Lak.

Y acto seguido la bola estaba en la parte más alta de Fløien.

Tras todas sus vivencias resultaba agradable estar de vuelta en casa. Los cuatro niños salieron de un salto de la bola de cristal y se tumbaron en la hierba.

¡Pero el funicular de Fløien había desaparecido! Corrieron hasta el borde de la montaña y miraron abajo a la ciudad. ¡No estaba allí! También la ciudad había desaparecido…

Lik y Lak se echaron a reír. Se tronchaban de risa. Anne Lise y Hans Petter se miraron el uno al otro asustados. No le veían la gracia a que su ciudad hubiera desaparecido, a que se hubiera desvanecido así sin más.

–¿Qué habéis hecho con Bergen? – preguntó Anne Lise muy enfadada.

–¡Nos habéis engañado! – exclamó Hans Petter.

Lik y Lak dejaron de reírse al ver la gran preocupación de los otros dos.

–Nos olvidamos del tiempo -dijo Lak-. Teníamos tantas cosas que ver en Roma que nos olvidamos por completo del tiempo. Sólo dijimos que queríamos ir a Fløien, pero no mencionamos a qué época.

–Y estamos en Bergen -prosiguió Lik-. Supongo que reconocéis el fiordo y las montañas. Pero estamos aquí un par de miles de años antes de que vosotros nacierais.

Por fin Anne Lise y Hans Petter entendieron todo y también sonrieron. Lik y Lak se tumbaron en el suelo y rodaron por la hierba muertos de risa. A los niños del Camino de la Montaña les resultó un poco exagerado, aquello no les parecía tan divertido. Seguían un poco asustados.

Se levantaron y miraron hacia donde debería estar la ciudad. Y entonces vieron que no sólo faltaba la ciudad, todo el paisaje era distinto al que ellos solían contemplar desde Fløien. Las montañas eran un poco más altas y más afiladas, y por todas partes el fiordo se adentraba más en la tierra. También los árboles y las flores eran diferentes, había unos árboles altos que Anne Lise y Hans Petter no conocían.

–El paisaje ha cambiado en sólo dos mil años -dijo Lak.

–Porque el cuento vive, está tan vivo como un ser humano.

Entre las montañas había frondosos prados y mucha hierba.

–¡Mirad ahí! – dijo Anne Lise de repente-. ¡Son vacas! – exclamó señalando unas vacas que pastaban más o menos en el lugar donde hoy se encuentra el Auditorio de Grieg.

–Allí hay también unas casitas -dijo Hans Petter-. ¿Las veis?

–Sí, sí -contestó Lik, misteriosa-. Bergen ya está poblada. Justo en esta época la gente que vive aquí empieza a llamar Bergen a este lugar, o Bjorgvin, como decían ellos. Significa «la tierra de pasto entre las montañas». Durante miles de años ha habido granjas aquí.

–¡Allí hay una barca! – exclamó Lak entusiasmado, señalando el mar entre Nordnes y Askey.

–¿Queréis que bajemos a ver las vacas? – preguntó Lik mirando expectante a los demás-. ¿O vamos a visitar a la gente prehistórica?

–¡No! – contestó Hans Petter, muy decidido-. Hemos estado en el Sahara, en Roma y en Nueva York, hemos visitado a neandertales y a indios. Ahora nos encontramos en Fløien antes de que Bergen se convirtiera en ciudad… ¡Me parece que ya hemos visto suficiente!

Lik lo miró extrañada.

–Hay mucho más que ver -dijo-. No hemos visto las pirámides ni la muralla china. No hemos visitado Moscú ni Tokio. Tampoco hemos estado en la Edad Media ni en Egipto o Babilonia. Ni siquiera hemos estado en España.

Anne Lise suspiró impresionada:

–Ahora entiendo que el Mundo es un gran cuento. ¿Pero no basta ya por hoy? Tal vez podamos dar una vuelta otro día.

–Yo quiero visitar el futuro -dijo Hans Petter-. Con robots, coches con airbag, estaciones espaciales y pistolas de rayos.

Lik y Lak se echaron a reír.

–Eso no se puede, ¿no lo entiendes? – preguntó Lak-. La historia aún no ha llegado tan lejos. No se puede viajar a un tiempo que aún no ha sido. De la misma manera que se expande el Universo en Advai-ta, se expande también el tiempo…

Hans Petter y Anne Lise miraron la ciudad casi vacía, habitada sólo por unas cuantas personas. No había grandes barcos ni grúas, ni estaba el puente en el fiordo Pudder, ni la Estación de Autobuses, ni el Auditorio Grieg. Tampoco había ningún edificio alto.

En realidad lo del tiempo era algo muy extraño, muy curioso.

–Lo último que ocurrió en el cuento fue que nos regaron -prosiguió Lik-. Ahora veremos cómo nos va.

–Y nosotros tenemos que volver a casa directamente del cine -dijo Hans Petter con firmeza-. Pero primero tenemos que intercambiarnos la ropa otra vez. No nos atrevemos a volver a casa con esta ropa. Nuestros padres pensarán que hemos estado en Marte.

Se intercambiaron la ropa, miraron por última vez la prehistoria de Bergen y entraron en la bola de cristal.

–¡Al presente! – dijo Lak.

CAPTURADOS

Y de repente la bola de cristal se encontraba en el mismo lugar en el que acababa de estar dos mil años atrás. Los niños no notaron que hubieran viajado, pero habían dado un enorme salto hacia delante en el tiempo.

Ahora Bergen estaba de nuevo en su sitio, con casas dispersas por todas partes, entre las montañas y en las laderas. En el transcurso de un segundo ocurrió lo que en la realidad había tardado cientos de miles de días.

Hans Petter y Anne Lise salieron de la bola y se despidieron de los niños de Sukhavati. Lik y Lak les prometieron que volverían a visitarlos, sólo tenían que desear estar en el Camino de la Montaña, y ¡zas!, allí estarían.

Los cuatro habían coincidido en que lo mejor sería que Anne Lise y Hans Petter bajaran antes de que Lik y Lak volvieran a los cañones de agua en Torgalmen-ningen. Los niños de Sukhavati querían ocuparse de esa parte del encargo ellos solos.

Los niños del Camino de la Montaña dijeron adiós con la mano a Lik y Lak, y se dirigieron hacia Fløien. Por primera vez en su vida bajaron a su casa viniendo del cine.

–¡A Torgalmenningen! – ordenó Lak.

La bola de cristal se encontraba en medio de los enormes chorros de agua de los cañones, cuya fuerza la levantó y la lanzó hacia la ventana de un restaurante, que estuvo a punto de hacerse añicos. Abajo, en la calle, Lik y Lak vieron la palabra EL SAHARA en un gran cartel.

La acogida que les dispensaron tras ese larguísimo viaje a través del cuento no fue exactamente cálida.

Ninguna de las personas allí congregadas tenía la menor idea de que Lik y Lak se hubieran fugado. En Torgalmenningen no había transcurrido más que un segundo. Ni siquiera habían estado ausentes tanto tiempo. Se habían fugado en medio de dos segundos. No obstante, se produjo de repente una pausa en el lanzamiento de agua, seguramente debido a una amabilidad pasajera. Lik y Lak abrieron la escotilla.

–¡Dejadlo ya! – gritó Lak.

De pronto, un grito de pavor se extendió entre el gentío, no por lo que Lak acababa de decir, sino porque descubrieron que sólo había dos niños en la bola. Nadie podía imaginarse que Hans Petter y Anne Lise estuvieran camino de su casa para reunirse con sus padres.

Excepto Olve, quizá. Allí estaba otra vez, agitando los brazos.

–¡Magnífico, niños! – gritó-. ¡Exactamente así es como hay que hacerlo!

No le dio tiempo a decir nada más, porque en ese momento fue arrestado por dos policías y conducido hasta un coche.

–¿Qué habéis hecho con los niños noruegos? – preguntó el policía por el megáfono-. ¿Me oís? ¿Qué ha pasado con los otros dos?

–Se cayeron por una rendija entre dos segundos -gritó Lak.

–Si no os rendís inmediatamente, tendremos que bajaros por la fuerza.

–No está bien emplear la fuerza contra lo que uno no entiende -gritó Lik-. Los indios no lo hacen. ¡Y tampoco los neandertales!

No les dio tiempo a decir nada más, porque seguían llegando refuerzos. De repente se oyó un extraño sonido y vieron un helicóptero en lo alto. Y por encima de él, aún más arriba en el cielo, llegaron otros dos. Al instante aparecieron varios helicópteros más, todos en fila, sobre la colina de Nygárd. Parecían un enjambre de abejas mecánicas.

–No creo que esos helicópteros se estén dirigiendo a las plataformas petrolíferas del Mar del Norte -dijo Lak-, ni que vengan en son de paz. Estoy seguro de que vienen en busca de bolas de cristal procedentes de Sukhavati.

–No nos rendiremos -dijo Lik-. Si no entienden pronto que la vida es un cuento, jamás lo entenderán.

Los helicópteros se aproximaban cada vez más, y enseguida los niños sintieron las hélices muy cerca. Como si eso no bastara, abajo en la calle volvieron a la carga los cañones de agua. La bola de cristal se inclinaba hacia las ventanas del restaurante Hol-bergstuen. La calle estaba atestada de gente entre una batería de coches de policía, bomberos y ambulancias.

–¡Al tejado de los almacenes Sundt! – gritó Lik desesperada.

Así pudieron tomarse una brevísima pausa en medio de todo ese alboroto. Contemplaron un caos y un desbarajuste cuyo igual no habían visto jamás, ni en Sukhavati ni en el reino de los incas.

Pero no tardaron mucho en ser descubiertos de nuevo. Desde varias direcciones se estaban dirigiendo hacia ellos cuatro o cinco helicópteros.

Lik y Lak hubieran podido refugiarse en la Edad Media o en la muralla china. O en el pico de Galdhe-piggen, por ejemplo, la montaña más alta de Noruega. Al menos hubieran podido trasladarse a Ulriken, pero no podían hacerlo porque habían recibido un encargo, un encargo que consistía en hacer ver a un mundo obstinado que la vida es un misterio, por eso no podían refugiarse en una montaña.

Cuando los helicópteros se disponían a aterrizar en el tejado de los almacenes Sundt, los niños de Sukhavati abrieron la escotilla y salieron de la bola. Lo mismo hicieron unos trece o catorce soldados armados de los helicópteros. Se lanzaron sobre la bola de cristal, pero en ese momento la bola cayó por el borde del tejado y acto seguido se hizo añicos contra la calle. Lik y Lak oyeron el tintineo de cristal roto.

Fue el sonido más terrible que habían escuchado jamás, lo que no es poco, porque Lik y Lak habían vivido siempre. Habían oído muchos sonidos feos mientras trabajaban en Ananda, pero nunca ninguno como ése.

No tuvieron tiempo de reflexionar sobre el asunto, porque los soldados se estaban acercando, y los niños no tenían ya posibilidad de escapar. Ahora sería tan fácil capturar a Lik y Lak como capturar a cualquier niño normal y corriente.

Tampoco sirve de nada no tener ombligo cuando estás rodeado de una banda de soldados encima del tejado de un edificio de cinco plantas. Al contrario, en un caso así, puede ser una gran desventaja no tenerlo.

Lik y Lak se miraron a los ojos y se acordaron de repente de lo que Olivia les había enseñado antes de emprender el largo viaje, algo a lo que sólo deberían recurrir en la mayor de las emergencias. En ese momento se encontraban en la mayor de las emergencias, la peor emergencia que podía ocurrirles.

–¡PLEROMA! – dijeron al unísono. Y se hicieron completamente invisibles, no sólo para los soldados, sino también para ellos mismos.

–¡Lik!-susurró Lak. ¡

–¡Sí! Estoy aquí.

¡Menos mal! Aún podían hablarse. Pero no sabían muy bien si los soldados podían oír lo que estaban diciendo. Por eso cruzaron corriendo el tejado y se escondieron detrás de una gran chimenea.

Aunque no podían verse el uno al otro, podían observar lo que ocurría en torno a ellos. Los soldados se quedaron perplejos. ¿Dónde demonios se habían metido esos extraños niños?

Los soldados habían conseguido destrozar la bola de cristal, pero habían perdido de vista a Lik y Lak. Los niños se habían desvanecido.

Eso ocurre cuando se pretende cazar lo incomprensible. Desde entonces he pensado en ello muchas veces. En el instante en que crees haber captado lo incomprensible, se desvanece entre tus dedos.

Los valientes soldados estuvieron un buen rato recorriendo el tejado, buscando entre las chimeneas y respiraderos. Habían recibido una meticulosa formación en la defensa noruega, pero no habían aprendido a cazar lo invisible. Por lo tanto, habían perdido esa batalla. Al cabo de un par de horas volvieron a meterse avergonzados en sus insectos mecánicos, y acto seguido desaparecieron. Por esa batalla no recibirían ninguna medalla.

Y los gemelos de Sukhavati pudieron volver a ser otra vez ellos mismos. – ¡AMORELP! – dijeron al mismo tiempo.

Se miraron fijamente a los ojos.

–Hemos perdido la bola de cristal -dijo Lak-, así que jamás podremos ver las pirámides ni la muralla china.

Pero Lik no contestó. Permanecía sentada mirando al infinito.

–Quizá tampoco volvamos a ver a Hans Petter y An-ne Lise -prosiguió Lak.

Lik tampoco contestó esta vez. Al cabo de un rato se volvió hacia su hermano gemelo.

–Hay algo mucho peor -dijo-. Eso significa que tendremos que quedarnos en el Mundo para siempre. Nunca podremos volver a Sukhavati.

Lak aún no había tenido tiempo de reflexionar sobre ese punto.

–¿Tendremos que quedarnos en esta gran bola para toda la eternidad? – preguntó pensativo.

Lik negó con la cabeza.

–No -contestó, muy seria-. Para toda la eternidad, no. ¿Sabes? Mientras estamos en el Mundo, el tiempo pasa. Aquí creceremos y nos haremos adultos…

–¡Qué asco! – exclamó Lak. Lo peor de todo era la idea de hacerse adulto.

–Pero hay algo aún peor. Cuando nos hagamos adultos empezaremos a envejecer. Y al final, ¿sabes, Lak?, al final desapareceremos del cuento. Tan de repente como llegamos. Y nunca más volveremos. ¿Lo oyes? Nunca más…

Los dos se quedaron reflexionando en un tejado de Bergen. Por encima de ellos pasaban las nubes en el cielo.

Por fin entendieron lo que era ser un humano en el Mundo. De repente eran exactamente iguales a toda esa gente de Torgalmenningen.

–El Mundo es un cuento -dijo Lik, pensativa-. Hay muchas cosas bonitas aquí, pero en el cuento no hay nada que dure…

Así era en el cuento de Oliver, así era ser persona en el Mundo.

Lak se secó una lágrima que le bajaba por la mejilla.

Los niños de Sukhavati permanecieron mucho rato sentados en el tejado de los almacenes Sundt. No se dijeron nada. Aquello era algo de lo que no se podía hablar.

Ya no estaban de visita en el cuento de Oliver, ahora ellos mismos formaban parte de él.

Pronto crecerían y un día desaparecerían del todo, después de que la Flor de Cristal hubiera soltado unas cuantas lágrimas más. Plin… plin… plin…

No resulta fácil habituarse a la idea de desaparecer del todo cuando se ha vivido siempre. Cuanto más tiempo llevas en un lugar, más difícil te resulta despedirte.

–Ni siquiera sabemos cómo bajar del tejado -dijo Lak entristecido.

Se levantaron y miraron hacia la calle. Allí la vida había vuelto a la normalidad, sus perseguidores se habían retirado. Caía la noche.

–Tengo frío -dijo Lik.

–Yo tengo hambre -se quejó Lak.

Entonces oyeron de repente un ruido muy cerca de ellos. Se apresuraron a buscar refugio detrás de la chimenea de nuevo. Pero al instante se levantaron dando palmadas de alegría.

¡Era Olve! Llevaba una voluminosa mochila a la espalda. Los niños se acercaron contentos a él.

–Aja, todavía estáis aquí -dijo aliviado-. Temía que os hubiera sucedido algo.

–¿Sucedemos algo? – exclamó Lik asombrada-. Nos ha sucedido algo terrible. Jamás podremos volver a Sukhavati.

Se echaron a llorar los dos. Olve los abrazó.

–Bueno, bueno -dijo para consolarlos-. No estáis solos. Aquí viven cuatro mil millones de personas. Y ninguno de nosotros vivimos eternamente…

Oliver aconsejó a los gemelos que volvieran a la casa de los niños del Camino de la Montaña. Cuando los adultos descubrieran que Lik y Lak eran niños de verdad, salvo por la falta de ombligo, se harían cargo de ellos.

–Pero no podéis atravesar la ciudad así vestidos -prosiguió-. Volvería a armarse jaleo.

–Podemos volvernos invisibles -dijo Lak.

–Nada de eso. ¿Habéis olvidado lo que os dijo Olivia sobre ese tema? Sólo en la mayor de las emergencias. Los seres humanos no aceptarán que desaparezcáis y os volváis invisibles cada dos por tres. O que de repente aparezcáis de la nada. Además… me parece un poco descarado volverse invisible sólo para escapar de una situación incómoda. Bueno, quiero decir que es un poco descortés.

Miró pensativo a los dos niños.

–Os he conseguido ropa nueva -dijo-. Y completamente moderna.

Olve se quitó la mochila de la espalda y sacó jerséis y pantalones vaqueros para los visitantes de Sukhavati.

–Aquí tenéis dinero para el funicular de Fløien y para otras cosas que podáis necesitar. Pero antes de nada tendremos que bajar de este tejado. Allí hay una escalera de incendios.

Los niños miraron por el borde. Cinco plantas en vertical. Junto a la pared había una escalera muy estrecha.

Olve empezó a descender en primer lugar. Los niños apretaron los dientes y lo siguieron. Enseguida se encontraban abajo en el asfalto, pero Olve… había desaparecido, como si se lo hubiera tragado la tierra.

¡Y era él quien había hablado de escapar! ¿No quería saber nada más de ellos?

Lik y Lak caminaban por la ciudad hacia el funicular de Fløien. Llevaban ropa nueva. Nadie podría adivinar que eran los mismos niños que sólo unas horas antes habían revolucionado la ciudad. Ahora la bola se había hecho añicos y los niños de Sukhavati eran niños normales y corrientes.

Compraron un billete hasta el Camino de la Montaña y entraron en el túnel subterráneo donde Anne Lise y Hans Petter habían sido arrestados ese mismo día.

Al cabo de poco tiempo se encontraban delante de la casa blanca del Camino de la Montaña.

Sólo había pasado medio día desde que habían estado en el Sahara, en Nueva York, en Roma y en muchos sitios más.

Ahora todo era diferente. Ya no tenían la bola de cristal.

Lik y Lak se acercaron con cautela a la casa. Dentro tenía lugar una ruidosa conversación. Tocaron la puerta. ¡Estaba abierta!

LÍO DE OMBLIGO

Los gemelos se metieron a escondidas en la casa.

Primero se quedaron en la entrada, escuchando una conversación entre Hans Petter, Anne Lise y sus padres en la planta de arriba.

–Pero es la pura verdad -dijo Anne Lise-. Los niños de Sukhavati nos llevaron a viajar por todo el mundo.

–¡Estáis completamente locos! – gritó el padre, caminando de un lado para otro.

–Supongo que ellos mismos se lo creen -dijo la madre en tono conciliador, como si eso fuera una excusa.

–Saben hablar todas las lenguas, también la lengua de los indios, pues hablaron con los incas del Perú.

Lik y Lak subieron furtivamente por la escalera y se detuvieron en el escalón de arriba.

–Anne Lise -suplicó la madre-. No existe nada llamado Sukhavati. Y no existen niños sin ombligo.

–¡Por supuesto que sí! – dijo Lik con firmeza. Y ella y su hermano gemelo entraron en el salón-. ¡Aquí estamos!

Los padres de Hans Petter y Anne Lise se sobresaltaron y retrocedieron dos o tres metros. La madre se tapó los ojos. El padre se enfadó aún más.

–¡Lik y Lak! – exclamó Hans Petter.

–¿Qué pasó luego en Torgalmenningen? – preguntó Anne Lise.

A los gemelos no les dio tiempo a contestar antes de que el padre tomara las riendas. Como la casa era suya…

–¿QUIÉNES SOIS? – preguntó con voz severa.

–Lik y Lak, de Sukhavati -contestó Lik flexionando las rodillas. Lak hizo una reverencia. También tendió la mano al hombre, pero él no quiso estrecharla.

–De modo que sois los niños que comen sandwiches de queso debajo de nuestras camas -dijo la madre.

–¡Y también sois los niños que cuentan mentiras a otros niños! – constató el padre. Y lo constató con mucha fuerza. De hecho, se puso a dar golpes en la pared, como si fuera con ella con la que más enfadado estaba.

Lik y Lak no tenían miedo, en cierto modo sentían que jugaban con ventaja, porque sabían que tenían razón.

–¿Creeríais lo que Hans Petter y Anne Lise os han contado si comprobarais que no tenemos ombligo? – preguntó Lik.

–¡Vaya un lío de ombligo! – exclamó el padre sacudiendo la cabeza.

–Pues sí, seguramente -contestó la madre-. Pero no existe ningún niño sin ombligo.

Lik no se dio por vencida. Tenía un plan. ¡

–Si no tenemos ombligo -prosiguió-, si realmente venimos de Sukhavati, si viajábamos en una bola de cristal que se cayó del tejado y se hizo añicos, si no podemos volver nunca más a Sukhavati…

Lik se echó a llorar. La madre se apresuró a consolarla.

–¿…nos dejaríais vivir aquí? – gimoteó Lik.

–¿Se hizo añicos? – preguntó Anne Lise asustada.

No pudo decir nada más antes de que el padre diera un golpe tan fuerte en la mesa que un jarrón de flores cayó al suelo haciéndose también añicos.

–¡Una locura! – gritó-. ¡Mentiras del principio al fin!

Entonces Lik y Lak se enfadaron muchísimo, y eso estuvo muy bien, porque todo el mundo sabe que cuando uno está muy afligido lo mejor es enfadarse.

–¡Mirad entonces! – dijeron al unísono.

Se quitaron los jerséis, y en medio del salón exhibieron unas tripas tan resplandecientes y lisas como globos.

Los padres se rindieron por completo. Los dos retrocedieron varios pasos. El padre, que unos instantes antes estaba furioso, se sentó en el suelo lloriqueando como un niño. La madre, que tal vez sabía algo más de niños, ombligos y cosas así, se acercó a los niños de Sukhavati y les acarició la tripa.

–Es realmente… es… verdad -tartamudeó.

–También lo demás es verdad -dijo Hans Petter-. Así que tendrán que quedarse a vivir con nosotros en vez de ir a la cárcel.

Y así los niños de Sukhavati se convirtieron en niños de verdad en medio del gran cuento. Y vivieron en la casa de Hans Petter y Anne Lise como hermanos suyos.

–Dicen que es complicado adoptar a niños de Viet-nam -dijo el padre de Hans Petter y Anne Lise al día siguiente-, pero más complicado será adoptar a dos niños de Sukhavati.

Lik y Lak lo miraron, expectantes.

–Se puede tardar en acostumbrarse a un niño que tiene un color de piel diferente -dijo la madre reflexiva-. Pero aún se tardará más en acostumbrarse a un niño que no tiene ombligo.

–Pero tienen que quedarse a vivir con nosotros -se apresuraron a decir Hans Petter y Anne Lise-. Están completamente solos en el Universo…

–No molestaremos -aseguraron los niños de Sukhavati-. Nos hemos arreglado solos durante toda la eternidad…

Pero el ampliar la familia con dos nuevos miembros no se hizo en un periquete.

La casa del Camino de la Montaña, que por pura casualidad había recibido la visita de los gemelos de Sukhavati, recibió muchas visitas en los días siguientes. Sólo en el transcurso de una o dos semanas acudió a la casa blanca del Camino de la Montaña más gente que en toda su historia.

Primero llegaron la policía y las autoridades militares del país. Luego llegaron médicos y especialistas de todas clases. Y finalmente profesores y pedagogos de la Protección de Menores, y representantes del Ministerio de Educación, todos querían estudiar a los gemelos de Sukhavati.

Aunque Lik y Lak se ofrecían a contar las historias más insólitas, el interés se centraba en un solo tema: todos los especialistas querían verles la tripa.

Apenas habían entrado en la casa cuando los gemelos tenían que subirse los jerséis.

–¡Buenos días! – decían todos-. ¿Podemos ver vuestros ombligos?

–¿No es curioso que todos quieran ver algo que no hay? – dijo Lak-. Vienen hasta aquí sólo para mirar algo que no tenemos…

Así ocurre con los seres humanos: nos asombramos mucho cuando vemos algo que nunca hemos visto antes, aunque también nos asombramos si algo que hemos visto siempre de repente desaparece.

El que Lik y Lak no tuvieran un ombligo en medio de la tripa resultaba tan raro como si hubieran tenido dos o tres ombligos cada uno.

No bastó con que médicos y comadronas acudieran a la casa del Camino de la Montaña a tocarles la tripa. Pronto se tomó la decisión de que también había que hacerles radiografías. Podían tener uno o dos ombliguitos debajo de la piel lisa de la tripa, ¿no?

Pero ninguna radiografía logró encontrar ni siquiera un resto de ombligo. Lik y Lak eran igual de lisos por todo el cuerpo, también por dentro.

–Estos niños no han nacido en el globo terrestre -constató por fin un radiólogo.

–Yo diría aún más -añadió una vieja comadrona-: Estos niños nunca han nacido. No tienen ombligo ni lo han tenido nunca. ¡Conclusión: no tienen madre!

Este «lío de ombligo» -como lo llamaba el padre-era un asunto muy particular. En realidad era un asunto muy delicado. Pues ¿qué diría el Mundo si de repente se supiera que había dos personas que no tenían ombligo? Naturalmente, podría sostenerse que venían de Marte, pero ¿qué diría entonces el Mundo?

El Gobierno noruego decidió inmediatamente que todo lo relacionado con Lik y Lak tenía que mantenerse en el más absoluto secreto. Y lo mismo había de aplicarse a toda la historia de Sukhavati, claro. No podía saberse cómo reaccionaría el pueblo noruego si se enterara. Resultaría más prudente decir que Lik y Lak eran dos niños huérfanos que se habían escapado de un circo húngaro que acababa de estar de gira por el oeste de Noruega.

Y así se hizo: Lik y Lak recibieron instrucciones muy severas de no decir jamás a nadie que habían llegado al Mundo en una bola de cristal. En lugar de eso tenían que decir que habían nacido y crecido en Hungría. También era una historia un tanto especial, pero al menos un poco más probable.

La verdad es que en Hungría puede haber muchas cosas diferentes, pero también en ese país todos los niños tienen ombligo. La cuestión era cómo Lik y Lak lograrían mantener en secreto su pequeño defecto. Nunca podrían bañarse con otras personas, claro. En una playa llena de gente destaca mucho si un solo ejemplar se pasea sin ombligo.

Con el fin de simplificarlo todo, unos expertos sugirieron que Lik y Lak se sometieran a una operación para implantarles un ombligo, convirtiéndose así en personas normales y corrientes. Pero Lik y Lak se negaron a eso. No querían que los seres humanos de la Tierra les hicieran un agujero en la tripa.

Cuando todo el alboroto hubo cesado, Lik y Lak vivieron en el Camino de la Montaña como niños normales y corrientes. Al menos eran normales y corrientes cuando estaban vestidos. Y siempre que salían de la casa lo estaban. Al padre tampoco le gustaba verlos desnudos dentro de ella, pues le recordaba algo desagradable.

Al finalizar las vacaciones de verano, comenzaron el cuarto curso con Anne Lise. Hans Petter iba a tercero.

Los profesores se dieron cuenta muy pronto de que se trataba de unos niños muy especiales. Sabían más historia que el propio profesor. Algunas veces se olvidaban de ser discretos y hablaban en inglés o en alemán. En esos casos Anne Lise les guiñaba el ojo para que dejaran de hacerlo.

Había algo que extrañaba a sus compañeros de clase: los dos nuevos alumnos de Hungría nunca hacían gimnasia, lo que resultaba más que extraño precisamente porque habían sido artistas de circo…

Nadie tenía la más remota idea de que Lik y Lak hubieran llegado a la Tierra en una bola de cristal hacía sólo unos meses, salvo todos los especialistas y expertos, claro. Pero también ellos debían de haber olvidado rápidamente toda esa historia, porque ninguno de ellos volvió al Camino de la Montaña después de algunas semanas.

Es evidente que la policía se había comportado de una manera muy tonta cuando perseguían a Lik y Lak. Cuando uno quiere capturar lo inexplicable, hay que tener el mismo cuidado que cuando se cazan mariposas. (No se cazan mariposas con la ayuda de helicópteros y policía antiterrorista.)

¿Qué explicación podrían dar entonces a todo lo misterioso que había sucedido en Bergen en el transcurso de un par de días?

Se decía que se había presenciado un fantástico juego de magia que nadie había conseguido desenmascarar. Tal vez hubieran empleado rayos láser. Pero los periódicos decían que algo parecido había pasado en Nueva York exactamente a la misma hora…

Otros opinaban que la bola de cristal era un platillo volante que había llegado a Bergen desde otro sistema solar.

Nadie fue capaz de dar una explicación coherente a todas esas cosas extrañas que habían sucedido.

Al principio, la historia se difundió a bombo y platillo en periódicos noruegos y extranjeros. Durante los primeros días llegaron a Bergen periodistas y reporteros de las televisiones de todo el mundo. Pero como no sucedió nada más, la historia cayó pronto en el olvido. Al final desapareció, igual que Lik y Lak desaparecieron en el tejado de los almacenes Sundt.

Una noticia es precisamente algo nuevo. En cuanto envejece, pierde todo interés y se convierte en una «viejicia». Y eso es algo terriblemente aburrido.

Resultó muy extraño ver a Lik y Lak volar por encima de Torgalmenningen dentro de una bola de cristal. Pero cuanto más inexplicable es una cosa, más rápidamente se borra de la memoria.

No nos gusta pensar mucho tiempo en algo que no entendemos. En ese caso es mejor olvidarlo. Cuando no se sabe contestar a una pregunta difícil, puede uno quedarse con cara de tonto o volver la cabeza fingiendo no haberla oído.

Nadie sabía de dónde venían Lik y Lak. Pero nadie sabe tampoco con seguridad de donde viene el Mundo. No son cosas en las que uno piensa todos los días. Lo normal es más bien pensar en lo que cuesta comprar una bicicleta o unas llantas de invierno para el coche.

Ver a Lik y Lak volar sobre Torgalmenningen en una bola de cristal sería extraño. ¿Pero no resulta también extraño pensar que todo nuestro Mundo vuela en el espacio vacío?

Vivir en el Mundo equivale a estar rodeado de un montón de preguntas inexplicables.

LOKESHVARA

Desde que me encontré con Lik y Lak en el Mercado del Pescado, no pude quitármelos de la cabeza. Como no hacía otra cosa que pensar en ellos, tuve que dejar mi trabajo de profesor en la universidad.

Los visité una vez en el Camino de la Montaña, creo que fue a principios de septiembre. Lik y Lak llevaban ya en el Mundo más de seis meses.

Fue el padre el que me abrió la puerta cuando llamé. No me había visto nunca, y me miró con cierta desconfianza cuando le dije que quería hablar con Lik y Lak.

Era un secreto bien guardado que Lik y Lak no habían nacido en la Tierra, sino que procedían de Sukhavati. El padre siempre tenía miedo de que el secreto se difundiera y la casa fuera invadida por periodistas y gente de la televisión. Él quería tener paz y tranquilidad en su hogar.

Dije que era profesor de húngaro, que me había encontrado con los niños en otra ocasión y que estaba dando un paseo desde Fløien. Al final dije que me gustaría aprovechar la ocasión para practicar el húngaro.

–No hay mucha gente en Bergen que hable húngaro -añadí.

Por si acaso, había aprendido un poco de húngaro con el fin de hablar con Lik y Lak sin que nadie más se enterara de lo que decíamos.

–¡Claro! Adelante -dijo el padre-. ¿Cómo se llama?

–Sverre. Sverre Oliver Hansen.

En cuanto hube pronunciado mi nombre se oyeron ruidos procedentes del interior. Eran los niños, que habían estado escuchando.

–¡Olve, Olve! – exclamaron Lik y Lak, corriendo hacia mí y abrazándome.

–¿Cómo estáis? – pregunté en húngaro-. Mis pequeños…

Se rieron de mi pronunciación, todavía no era muy bueno en húngaro.

Hablamos algo más en esa lengua que ninguno de los otros entendía, y acordamos dar un paseo juntos.

En cuanto nos hubimos alejado un poco de la casa cambiamos a noruego.

Los niños me dijeron que estaban muy bien con la familia del Camino de la Montaña, y que se encontraban a gusto en el colegio.

–¿Así que habéis encajado bien en el Camino de la Montaña? – pregunté-. Hm… ¿También habéis encajado bien en el Mundo?

Los dos me miraron muy serios.

–Echamos de menos Sukhavati…

–¿Por qué? – pregunté, aunque intuía la respuesta.

–Se está muy bien aquí, en el Mundo -contestó Lik-. Nos gusta mucho vuestra naturaleza, todos los animales, las flores y los árboles. Y ocurren tantas cosas… vivimos una nueva experiencia cada día.

–Pero aquí nada dura eternamente -prosiguió Lak-. Aunque la vida en la Tierra dura mucho, sabemos que no durará siempre.

–Aquí crecemos -explicó Lik, mirándome con sus profundos ojos marrones-. Ya medimos dos centímetros más que cuando llegamos. Y la mamá de Hans Petter y Anne Lise tiene dos nuevas arrugas en la cara. Nosotros nos damos cuenta de esas cosas enseguida, porque estamos acostumbrados a que nada cambie.

Entendí cómo debería ser para Lik y Lak haber aterrizado por azar en un planeta cualquiera del gran cuento de Oliver.

A los niños de Sukhavati les gustaba estar aquí, pero habían perdido la eternidad…

Para alguien que ha vivido durante toda la eternidad eso equivale a perderlo todo. Por las noches Lik y Lak salían a menudo de la casa a contemplar las estrellas. Señalaban el cielo y pensaban que allí fuera… muy lejos… había una pared invisible. Era el límite exterior del cuento. Y fuera de ese límite… estaba Sukhavati.

De alguna manera estaban permanentemente en Sukhavati, y sin embargo estaban lo más lejos posible. Habían sido capturados por el gran cuento de Oliver.

Por las noches soñaban a menudo que estaban jugando al escondite en Ananda, el gran castillo de piedra al pie de la montaña Sunyata. O que visitaban a Oliver en Pleroma. Y que él les contaba cuentos…

Algo entrado el otoño, todo el colegio de Lik y Lak fue de campamento al bosque de Rvam, no muy lejos de Bergen.

Los niños de Sukhavati estaban en el autocar mirando por la ventana. Aunque llevaban ya seis meses en el Mundo, y Oliver les había estado hablando de él durante cientos de miles de años, siempre descubrían algo nuevo. Les encantaba. Durante largos períodos se olvidaban por completo de Sukhavati y disfrutaban de la vida en la Tierra.

En lo que pensaban en ese momento era en la promesa que habían hecho a los padres de cuidar de que ninguno de sus compañeros los viera desnudos. No siempre resultaba fácil, aunque se habían acostumbrado a tener presente en todo momento que no eran como los demás niños.

En el campamento daban largos paseos por la montaña, pescaban truchas en un río y montaban a caballo.

Todo era nuevo y emocionante.

De repente una mañana ocurrió algo maravilloso. Maravilloso para los niños, quiero decir…

Lik y Lak se habían levantado antes que los demás. Querían contemplar la salida del sol, porque habían oído decir que una salida del sol en la montaña en el mes de octubre es algo que nadie debería perderse.

Pero justo en el instante en que el sol se asomaba por la ladera, cerca de ellos vieron brillar algo en el aire, parecido a una gran pompa de jabón-Acto seguido la pompa se encontraba en el suelo a su lado. Y entonces vieron que no era una pompa, sino una gran bola de cristal. ¡Y dentro de la bola de cristal estaba… estaba Oliver!

Lik y Lak agitaron los brazos gritando de alegría.

–¡Oliver!

Él fue hacia ellos.

–Bueno, bueno, mis diminutos. No hay que exagerar, por favor. ¿Cómo van las cosas aquí en el cuento?

Se lanzaron sobre él.

–Bien, Oliver, pero la bola se hizo añicos.

–Je je. Claro, claro… ¿Y ahora queréis volver conmigo a Sukhavati?

Lik y Lak se miraron, y de repente se dieron cuenta de que no era tan fácil como pensaban responder a esa pregunta.

¿Qué querían realmente? ¿Querían volver a casa, a Oliver, Ananda y la eternidad? ¿O querían quedarse en el Mundo con Hans Petter, Anne Lise y todos los demás?

Parecían dos niños que acaban de pasar unas largas vacaciones lejos de sus padres. Los han estado echando de menos constantemente, pero cuando por fin los padres van a buscarlos, los niños se ponen tristes porque las vacaciones han terminado.

Los niños de Sukhavati sentían ya mucho cariño por el Mundo, pero a la vez sabían que si elegían quedarse seguirían creciendo, envejecerían y un día… un día la vida se les acabaría.

Lik y Lak se quedaron quietos mirándose. Estaban tan serios como el día en que subieron a la bola de cristal en Advaita para emprender el largo viaje.

Los dos miraron a Oliver, y él los miró a ellos, un poquito triste, tal vez.

Lik y Lak se le echaron al cuello y se pusieron a llorar.

–No podemos abandonar el Mundo -gimoteó Lik-. Nadie que haya estado en el Mundo puede cambiarlo por otra cosa. Aquí no viviremos eternamente, ya lo sabemos, Oliver…, pero una hora aquí es más que mil horas en Sukhavati.

Oliver le acarició el pelo negro.

–Tampoco podemos dejar a Anne Lise y a Hans Petter -sollozó Lak-. Marcharse de esta manera es muy descarado, al menos bastante descortés.

Oliver levantó al niño con sus fuertes brazos y le abrazó cariñosamente antes de bajarlo de nuevo.

–Ya me lo figuraba… -dijo, pensativo-. Sukhavati no es para gente como vosotros… Sólo quería brindaros la posibilidad de volver.

–¿Por qué los seres humanos del Mundo no pueden vivir eternamente como en Sukhavati? – preguntó Lak-. ¿Por qué todo en el Mundo ha de morir?

Oliver se sentó en la hierba.

–Sentaos aquí -dijo-. Os lo contaré todo.

Lik y Lak se sentaron cada uno a un lado de él. Oliver se agachó, cogió un trocito de brezo, lo levantó, se lo enseñó y dijo:

–Yo sabía crear esto, pero no fui capaz de levantar lo que creaba y sacarlo del tiempo.

–¿Por qué no? – preguntó Lak con voz severa.

–Tampoco se puede sacar un pez del agua. Entonces deja de ser pez…

Lik y Lak lo miraron extrañados, aunque creían entender lo que les estaba diciendo.

–Lo mismo ocurre con el Mundo -continuó Oliver-. Si no fuera por el tiempo, no habría cuento. Cuando tanto os gustaba oírme hablar del Mundo, era porque aquí suceden muchas cosas, porque todo está vivo. Somos pobres en vida en Sukhavati porque somos pobres en tiempo. Lo único que ocurre en Sukhavati es que la Flor de Cristal deja caer sus lágrimas… y, como recordaréis, eso no ocurre muy a menudo.

Oliver se quedó meditando. Los niños sabían que estaba pensando en la Flor de Cristal.

–Me parece muy triste que todo lo que hay en el Mundo vaya a desaparecer -dijo Lak, sintiéndose un poco ofendido.

–No es tan triste, hijo mío. Es el tiempo lo que mantiene fresco y vivo al Mundo. Sin el tiempo no sería posible tener hijos, y una de las cosas más hermosas que existen es ver crecer a un nuevo ciudadano del Mundo. Eso es algo que no podemos vivir nunca en Sukhavati. Ahora sois vosotros los que estáis aquí, pero estáis preparando el cuento para todos los que vendrán después de vosotros. De ese modo todos los seres humanos de la Tierra participan en la construcción de un nuevo Mundo…

Lik lo miraba fijamente con sus ojos marrones:

–Estoy segura de que vamos a echar de menos Su-khavati. Pero allí no pensábamos en otra cosa que en el cuento.

–Es verdad -asintió el viejo.

–¿Nunca podremos cambiar de opinión? – preguntó Lik.

Oliver negó con la cabeza:

–Si regreso solo a Sukhavati, ésta es la última vez que nos vemos. En cuanto esté de vuelta en Advaita, esta bola perderá su poder, y no me quedará nada más de ese noble cristal. Lo he sabido siempre, sólo había para dos visitas.

Lak señaló la bola de cristal:

–La bola también está hecha con las gotas de la Hierba de Lágrimas, ¿no?

Oliver asintió con cara de misterio.

–Pero dejará caer más lágrimas -señaló Lak-. Y podrás volver aquí cuando haya suficientes para hacer una nueva bola.

Oliver se puso serio y triste, y negó con la cabeza.

–Necesito muchos miles de gotas para hacer una nueva bola. Eso significa que han de pasar muchos miles de años. Quizá no sea mucho tiempo de espera para los que vivimos en Sukhavati, pero será demasiado tarde para venir a por Lik y Lak. Un día se secará la Hierba de Lágrimas, a lo mejor dentro de no mucho. La Flor de Cristal ya no necesita llorar ahora que Lik y Lak están en el Mundo…

Lik y Lak se miraron con cara interrogante.

–¿Vas a contarnos ya el secreto? – se aventuró a preguntar Lik-. ¿Vas a contarnos el secreto de la Flor de Cristal?

Oliver abrazó estrechamente a los gemelos.

–La Hierba de Lágrimas no ha estado siempre en Sukhavati -dijo-. Una vez hace mucho, muchísimo tiempo, llegó la hermosa Lakshmi del país Lokeshvara, al oeste de Sukhavati. Es un país tan luminoso y vivo como el Mundo… Lakshmi trajo con ella dos gemelos, y esos gemelos erais vosotros. Pero ella os perdió en Sukhavati, os habíais perdido en el enorme montón de piedras delante de la montaña Sunyata. Lakshmi buscó sin cesar a Lik y Lak sin encontrarlos. Al final tuvo que dejaros, ya que de lo contrario no hubiera podido regresar jamás a su país. Lloraba desconsoladamente cuando tuvo que marcharse, y una de sus lágrimas cayó en la ladera de la montaña Sunyata. Esa lágrima se convirtió en la Hierba de Lágrimas…

Oliver miró muy serio a los dos niños. Lo que les estaba contando había sucedido hacía tanto tiempo que ellos no podían recordarlo. Permanecían callados, escuchando lo que Oliver les estaba contando…

–Tuvimos que prometer cuidar de los dos niños cuando los encontráramos. Y así hemos hecho desde que caen lágrimas de la Flor de Cristal. Pero las perlas de cristal no sólo hicieron que empezáramos a contar el tiempo, sino que tenían un poder mágico que nos capacitó para crear un día El Gran Cuento.

Los niños de Sukhavati permanecían sentados, mirando al infinito. Así que no habían estado en Sukhai vati durante toda la eternidad…

–Pero hay algo más -prosiguió el anciano-. El Mundo no se creó para nada. El Gran Cuento se creó para que vosotros tuvierais un hogar parecido al país del que un día salisteis. He intentado recordar todo lo que la hermosa Lakshmi contó sobre Lokeshvara, y Olivia daba vida a mi memoria. Al final conseguimos recrear aquel país desconocido. De esa forma Lakshmi logró, de alguna manera, llevaros a casa a pesar de todo.

–¿Ella va a volver? – preguntó Lik, con una lágrima al acecho en el rabillo del ojo-. ¿Volverá Lakshmi alguna vez a Sukhavati?

Oliver negó con la cabeza:

–Si hubiera podido, habría venido hace muchísimo tiempo…

En ese momento oyeron ruidos procedentes del campamento.

–Tenéis que daros prisa y decidiros antes de que nos descubran rdijo Oliver, mirando hacia allí.

Lik y Lak se cogieron de la mano y se miraron. ¿Deberían elegir el Mundo en el que el tiempo derrumba altas montañas, o Sukhavati, donde el tiempo está casi parado?

–Nos quedamos aquí -dijo Lak, tragando saliva-. Nos quedamos con los seres humanos de la Tierra, Oliver. ¿Lo oyes?

El niño se derrumbó, abrazó al viejo y se echó a llorar.

–¡Nunca te olvidaremos! – sollozó-. Tampoco olvidaremos Ananda, pero a partir de ahora nuestro castillo será tuyo… Tendrás que darle cien mil besos a Olivia… Y si Lakshmi vuelve a Sukhavati, dale un beso también a ella.

Lik y Lak se levantaron y se pusieron a bailar alrededor del viejo, acariciándolo. Lo hacían porque sabían que era la última vez…

–Jamás olvidaremos el encargo -dijo Lik solemnemente-. Contaremos a los seres humanos que el Mundo es un gran cuento…

–Pero no debéis hablar mucho de Sukhavati -dijo Oliver por fin-. Tampoco debéis hablar de Lokeshvara. Hay que vivir donde uno está. Por eso no os había contado nada sobre la Hierba de Lágrimas…

Justo en ese instante ocurrió algo extraño.

Olve emergió de repente de detrás de una enorme piedra. Había seguido a Lik y Lak todo el tiempo, tal vez había oído su conversación con Oliver.

Saludó ceremoniosamente a Oliver, quien le devolvió el saludo. Estuvieron un buen rato mirándose el uno al otro, sin que ninguno de los dos pronunciara una palabra. En realidad se parecían bastante.

Los dos encendieron su pipa y se pusieron a fumar, muy tímidos. La única diferencia era que uno de ellos soplaba perros, gatos y murciélagos por la boca, mientras el otro no soplaba más que un caos blanco.

–Id a la bola -ordenó Oliver.

Los dos hombres querían hablar unas palabras a solas. Los niños vieron que Oliver puso el brazo en el hombro de Olve, daba la impresión de estar diciendo algo muy importante…

Luego Oliver se puso a contemplar el paisaje y se le humedecieron los ojos.

–Esto es Lokeshvara -murmuró-. Así es ese país… Lo he sabido siempre, pero qué extraño resulta estar aquí…

También él se acercó a la bola. Y los niños vieron que estaba llorando. Pobre Oliver, se secaba los ojos con el dorso de la mano, lloraba, y se secaba, y al final sólo lloraba, sin preocuparse por secarse.

Los demás niños salieron en tropel del campamento y Oliver tuvo que marcharse inmediatamente.

Lo último que vieron los niños de Sukhavati fue que Oliver se metió en la bola diciéndoles adiós con ambas manos.

–¡A Sukhavati! – dijo.

Y la bola de cristal desapareció tan de repente como había llegado.

Lik y Lak nunca habían visto nada tan vacío como la hierba en el lugar donde Oliver había estado hacía sólo un momento.

–¡Ya es demasiado tarde! – dijo Lak, cogiendo a su hermana gemela del brazo-. ¿Te arrepientes?

Lik apenas podía hablar:

–No lo sé… -se limitó a contestar. Y se echó a llorar de nuevo.

Di un fuerte abrazo a los niños y les dije que se dieran prisa en volver al campamento.

–Ni una palabra a los de abajo -añadí-. Ni siquiera a Anne Lise o Hans Petter. ¿Entendido?

Y yo, que cuento todo esto, que he escrito un libro sobre ello, que nunca pienso en otra cosa, yo me quedé tumbado en la hierba llorando durante mucho tiempo.

No lloraba sólo porque había visto lo doloroso que había sido para los niños despedirse de un ser querido, lloraba porque sabía lo que les había costado convertirse en seres humanos en el Mundo. Tal vez también derramé unas lágrimas porque pensé que no viviría en el Mundo para siempre…

Después de aquello fui a menudo de visita al Camino de la Montaña, pero nunca hablamos de Sukhavati. Derramábamos juntos alguna que otra lágrima, pero nunca hablamos de por qué llorábamos.

¿Has mirado alguna vez las estrellas?

¿Has permanecido un buen rato sin hacer otra cosa que mirar fijamente las estrellas hasta marearte, no por echar la cabeza hacia atrás, sino por mirar tan lejos?

¿Qué hay más allá de las estrellas más remotas? ¿Qué hay más allá de todo?

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06/05/2008

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