@RancioSevillano
    EL PRISIONERO
    DE SEVILLA ESTE

     

    ILUSTRACIONES Cristina Domínguez Ruiz

     

    © JULIO M UÑOZ GIJÓN, 2014
    © de las ilustraciones: CRISTINA DOMÍNGUEZ RUIZ, 2014
    © EDITORIAL ALMUZARA, S.L., 2014

     

    El autor y la editorial quieren manifestar que todos los personajes, lugares y marcas comerciales que aparecen en esta novela, y sus precuelas, son ficticios y están mencionados en el marco de una ficción sin ningún parecido con la realidad. Cualquier mención a nombres reales de personajes, lugares, marcas comerciales se hace por voluntad expresa del autor, en el marco de una ficción humorística, con efectos de exageración, y con el deseo de promocionar, dar a conocer y manifestar cariño por las cosas de Sevilla, con la mejor fe posible y, en ningún caso, mediante contraprestación de ningún tipo.
    Reservados todos los derechos. “No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea mecánico, electrónico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.”

     

    Narrativa
    Editorial Almuzara
    Director editorial: ANTONIO E. CUESTA LÓPEZ
    Editor: DAVID GONZÁLEZ ROMERO
    www.editorialalmuzara.com
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    Corrección: DECULTURAS, S. COOP. AND.
    Conversión: Óscar Córdoba
    I.S.B.N: 9788416100415
    BIC: FA

     

    UNO
    Llueve a cántaros en Sevilla. Madrugada. Catacumbas de FIBES. Hay cables, herramientas y varias personas alrededor de una mesa de metal parecida a las de los tanatorios. En ella hay un cuerpo tumbado que no se mueve.
    A pesar de que la mesa de metal es bastante grande, a lo que quiera que sea que está tumbado, la cabeza y más de la mitad de las piernas le caen fuera y quedan colgando. Los brazos son inmensos.
    Está encadenado por muñecas y tobillos. Uno de los hombres que hay alrededor tiene una bata blanca y lo contempla.
    --Es una obra de arte.
    Una voz sale desde un rincón oscuro.
    --Sí, solo hace falta que se despierte. Villa de mi vida, a ver si ahora va a resultar que te has pegado toda la vida de cirujano en la Maestranza y no tienes ni idea.
    --No tengo la más mínima duda de que funcionará, Hermano Mayor, respira y sus constantes son normales. A Montosquiú no lo saqué del hoyo pero aquí hemos creado a un verdadero monstruo.
    --Eso espero. No puede haber más fallos.
    Uno de los hombres que está mirando la mesa toma la palabra.
    --Y a ver si se despierta pronto, porque entre la lluvia y el frío que hace aquí nos va a salir verdina en las ingles.
    Todos están dos plantas debajo de la parte pública de FIBES. Hay bolsas con camisetas antiguas de Expo Juventud y pósteres amontonados de la tortuga con el patinete que era el logo, también excedentes de trajes de flamenca cogiendo polvo. En ese momento interviene otro miembro del grupo que está mirando al gigante de la mesa.
    --No, largo es, y fíjate qué mano, este te tira una hostia, y o te da o te resfría.
    La persona que está oculta en el rincón emite un gruñido de contrariedad.
    --Ya empezamos con las bromitas, ¿¿NO PODEMOS ESTAR CALLADITOS NI UN MOMENTO??
    La culminación está cerca, señores. Ha habido fallos, sí, pero ahora podemos rematar el esfuerzo de muchos que trabajaron para que nosotros estemos donde estamos ahora.

     

    Vuelven a interrumpirle.
    --Sí, han trabajado mucho, pero la sociedad también ha tenido resbalones, porque anda que poner el dinero para Denilson...
    --Se había puesto antes para Maradona, ya sabéis cómo funciona la ciudad y las dualidades que hay que respetar y sobre todo fomentar. Eran otros tiempos, otra fase del proyecto, había que poner a la ciudad todavía más en el mapa para que viniera dinero.
    --Sí, como la morterada que se le dio a los músicos majaretas esos para que le pusieran a su disco La muralla de la Macarena, y después se quedaron con el taco y le pusieron The Wall.
    --Es verdad, los Pink Floyd, pues a mí me gustaban hasta que hicieron aquello.
    --Tú sí que eres un Pink Floyd. En fin, peajes necesarios para llegar aquí: la máquina ya está trabajando para nosotros.
    --¿Cuánto trabajo lleva hecho, Hermano Mayor?
    --Algo menos de la mitad, pero va a buen ritmo. En menos de dos semanas podría completar todo el proceso, y entonces os aseguro que seremos imparables. Hay que distraer, que nadie se fije en ella, por eso necesitamos al bicho este --Y señala al monstruo.
    El hombre de la bata responde.
    --Falta poco. Paradójicamente será la lluvia la que ayude a despertarlo.

     

     

    El inmenso cuerpo sigue sin parpadear en la mesa. Fuera, la tormenta es cada vez mayor, un rayo cae con fuerza en la aguja de tres circunferencias que hay sobre la cúpula dorada de FIBES. La descarga es tal que la estructura se ilumina entera como si ardiera. Le sigue un terrible trueno. El cuerpo de la mesa abre los ojos de par en par, mueve su inmenso cuerpo y tira de las cadenas que le atan haciendo un estruendo. Al verse inmovilizado grita, de una manera que pone de gallina la carne del alma, una palabra en concreto mientras mira hacia arriba: “¡SERRANITOOOOOOO!”.

     

    DOS
    El sol ha asomado. Jiménez pasea por la Plaza del Triunfo. Son las seis de la tarde y aún hay charcos por el suelo.
    Uno de los dueños de los coches de caballo le para.
    --¿Qué pasa, Jiménez? ¿Cómo va el control del crimen? ¿Estaremos protegidos, no?
    --¡Hombre! Don Enrique Marina, bien, ¿y tú?
    --Bueno, un poquito mejor que muerto, amigo. Esto ya no es lo que era, Jiménez, de verdad, mira si hasta estamos obligados a ponerle un dodotis al caballo...
    --Ya, la verdad es que está más limpio todo pero da un poco de pena, tenía su encanto, ¿no? Y a los guiris, ¿dejaste de pegarles palos? Mira que te tengo vigilado.
    --¿A los guiris? ¡Ja! Pues no son largos los guiris ya. Eso también se acabó, Jiménez, con esto de Internet vienen ya con el cuento aprendido. Mira, te voy a contar lo que me pasó el martes pasado.
    Cojo a tres gachones para darles una vuelta por Sevilla en el hotel ese de Viapol. Total, que eran de una convención o yo qué carajo sé de qué, lo que sé es que eran uno chino, otro francés y un americano.
    --Vaya tres patas para un paso...
    --Sí, pues verás. Llego al centro, empiezo el paseo por la ronda, y cuando llegamos a la Macarena les digo: “Señores, esto es la muralla de la Macarena, fue construida en...”. Y no me deja continuar el chino, que me dice: “¿Esto una mulalla? En China en menos de un año hicimo mulalla más glande que esta y que se ve desde el espacio”.
    Jiménez abre los ojos sorprendido.
    --Sus muertos del chino.
    --Eso mismo dije yo. Pero sigo. Me meto por Torneo, que la Expo, que para acá, que para allá, y llego a la torre del Oro, y les digo: “Esta es la torre del Oro, conocida así porque en la época en la que Sevilla era...”, y me interrumpe ahora el francés, tú.
    --¿Qué dices?
    --Sí, y me suelta con su acento: “Eso es un mojón de torre, los franceses hicimos la torre Eiffel en menos de un mes, en tres semanas”.
    --Hostia, Enrique, me pasa eso y le toco la cara al francés.
    --Espérate, que todavía viene lo peor. Me muerdo la lengua y cuando llegamos al parque María Luisa les digo: “Este es el parque de María Luisa, pulmón de la...”. Quillo, no me dio tiempo a decir ni Gurugú, me vuelven a interrumpir, ahora el americano y dice: “Esto no es nada, en Nueva York tenemos Central Park y lo plantamos entero en tres días”.
    Jiménez no da crédito.
    --Sí, hombre, un mojón para el americano, en tres días cómo va a ser, ¿qué mantillo tienen allí, coño?
    --Eso pensé yo, cada vez hacían ellos las cosas en menos tiempo, pero ya sabes, cómo nos obliga el Ayuntamiento a cuidar a los turistas... así que pensé: “Sí, pues ya no os explico nada más, que lo miren en el móvil con los huevos”. Y ahí que iba yo tranquilo silbando sin decir ni mu, salgo al Prado, me meto por San Fernando, cojo la Constitución que está ahora muy bonita y, escucha Jiménez, cuando ven la catedral y la Giralda se quedan los tres con la boca abierta mirando, que no habían visto una cosa igual, y coge y me pregunta el mamón del chino: “Amigo, ¿esto que sel?”. Y los otros: “Sí, sí, ¿esto qué es?”, y entonces voy y les digo yo: “Pues no tengo ni idea, he pasado esta mañana... ¡Y HABÍA UN NOTA HACIENDO MEZCLA!”.
    Jiménez se ríe a carcajadas. El cochero también, y mira atrás buscando la complicidad de un compañero que está aparcado y que, entre risas, le dice: “Qué viejo, Enrique”.
    --Bueno, qué más da, si los chistes no se ponen malos, coño.
    Jiménez se despide y continúa andando por la plaza con una sonrisa en la cara.
    Parece relajado, incluso aburrido. Camina con las manos en los bolsillos y, casi al llegar a Mateos Gago, ve un grupo de gente arremolinada cerca de algo. Hay una unidad móvil de Andalucía Directo emitiendo.

     

    TRES
    --Efectivamente, Honesto, es prácticamente un milagro y así hay gente que lo está calificando. Sí... un milagro como que un sevillano ganara el carnaval de Cádiz, sí... bueno, ahora estamos a otra cosa, no vayas por ahí, Honesto. El caso es que nadie se explica cómo ha pasado esto. Para que lo entendáis bien, queremos que veáis una foto de cómo estaba el arco que tengo a mis espaldas hasta ayer. Como veis, estaba visiblemente inclinado hacia la Giralda y tenía un aspecto preocupante. Mirad sin embargo ahora... quitamos la fotografía compañeros de realización... cómo está el arco. Este es el aspecto actual: perfectamente alineado y recto, como si nunca se hubiera desplazado. Tenemos con nosotros a Alberto Martín, un responsable de conservación del conjunto histórico de la catedral, al que queremos preguntar cómo ha sido esto posible.
    --Hola, pues los primeros sorprendidos somos nosotros. El arco efectivamente estaba inclinado hacia el lado de la Giralda. Había mucha gente que nos avisaba porque ciertamente daba la impresión de que se estaba hundiendo la torre. Esto en parte es verdad, tiene menos altura que cuando se construyó, pero por los continuos pavimentados que ha tenido la plaza. El arco inclinado no suponía ningún peligro arquitectónico.
    Jiménez está observando el directo de la reportera entre la gente y le pregunta a un hombre que tiene al lado.
    --Perdone, caballero. ¿Esto qué es?
    --Pues ya ve, esta es una de las niñas de Andalucía Directo, que yo creí que ya no lo echaban, vaya si llevan tiempo, mi mujer dice que cuando hicieron el primer programa, en la torre del Oro había una mercería.
    --Ya, ya, pero ¿qué ha pasado?
    --El arco, ¿no lo ve? Eso llevaba toda la vida que parecía que se iba a caer y se ha arreglado solo.
    Jiménez mira sorprendido hacia el arco y efectivamente lo ve alineado. La reportera sigue entrevistando.
    --Pero, Alberto, ¿cómo ha podido pasar?
    --Es un misterio también para nosotros. No lo podemos entender, es como si alguien hubiera cogido uno de los pilares maestros de la estructura de la catedral y lo hubiera subido a peso.
    El hombre de al lado de Jiménez comenta socarrón.

     

    --Eso no lo levanta ni un patero de Los Caballos.
    El técnico prosigue respondiendo a la periodista.
    --Obviamente eso es imposible, estaríamos hablando de mover muchísimo peso, ni siquiera hay máquinas que puedan mover eso en este entorno, debería de ser una muy grande que no cabría aquí.
    La reportera pregunta.
    --¿Podría tener que ver con los temblores que se están notando en la ciudad?
    --No lo sé. Podría ser, pero antes tendríamos que descubrir de dónde vienen esos extraños microterremotos.

     

    CUATRO
    Kiosco de La Canutera. Hace un sol apacible. Varios hombres hablan con cervezas en la mano y apartados.
    --Has creado un bicharraco, cirujano. Cómo te han venido de bien las horas en la enfermería de la Maestranza.
    --Allí le he dado yo más a la aguja que Juan Fonda, pero todo es mérito de la naturaleza, apenas he hecho nada, modificarlo un poco. ¿Sabes que ya había trabajado con nosotros?
    --¿Cómo?
    --Hace mucho tiempo, mi mérito solo ha sido, digamos, adaptarlo.
    --Cuando anoche lo vi levantando el pilar de la catedral me quedé alucinado.
    --Ya, ya, yo también. Y eso no es nada, tiene muchísimo potencial, pero hay que atarle en corto.
    --Y tanto. No me quiero ni acordar cuando volvíamos de la catedral, pasamos por La Gavidia y vio la estilográfica esa que hay clavada en el suelo.
    --¿Qué pasó, coño? --pregunta otro hombre del grupo.
    --¿Que qué pasó? Que el bicho se creía que había una estilográfica de verdad allí enterrada y la sacó porque quería escribir en El Duque “Montaditos o Muerte”. Y cuando se dio cuenta de que era un queo y que solo estaba el capuchón ese no veas, cualquiera lo tranquilizaba, no paraba de gritar:
    “¡PLUMIER!”, “¡PLUMIER!”.
    --Ojú, qué lío tiene en la cabeza y qué tío más bruto, por Dios, ¿dónde está ahora, cirujano?
    --Guardado. El Hermano Mayor me ha dado indicaciones, hay que activar ya. Los temblores son cada vez más frecuentes y es necesaria una cortina de humo para que la gente no se pregunte nada y el proceso pueda completarse. ¿Están decididos ya todos los objetivos?
    --Ya conoces al Hermano Mayor, lo lleva él todo con mucha discreción y poco a poco. De momento no te apures y sé paciente, aquí tienes el primer sobre para tu gigante. Dentro está la foto de la primera víctima.

     

    CINCO
    Es tarde. Sobre la una de la madrugada. Villanueva sin embargo está en la comisaría de la calle Leganitos, en Madrid. Tiene varios expedientes sobre la mesa que parecen urgentes, no obstante está viendo en su ordenador un vídeo de una revirá del Cristo de los Gitanos en Laraña con Orfila. Parece que está a punto de emocionarse. En ese momento suena el teléfono. Es una melodía que reconoce perfectamente. Sin necesidad de mirar el nombre de la pantalla responde.
    --¿Jiménez?
    --Siento llamarle tan tarde, buen amigo, pero...
    --¿Qué?
    --Han vuelto.
    --¿Cómo?
    Al otro lado Jiménez parece compungido. Le tiembla la voz.
    --Hay un nuevo muerto, Villanueva.
    --¡MIERDA! ¡MIERDA! ¡ESTABAN DESMANTELADOS! ¿CON QUÉ HA SIDO ESTA VEZ?
    ¿UNA INÉS ROSALES AFILADA? ¿UN SERRANITO BOMBA? ¿UN FRANCOTIRADOR DE
    ACEITUNAS GORDALES?
    --Esta vez no hay ningún arma de sevillanas maneras, pero me temo que sí tiene que ver con los que combatimos.
    --¿Cómo está tan seguro, Jiménez?
    --Porque han firmado el crimen.
    Villanueva se toma unos segundos de silencio antes de preguntar.
    --¿Cómo?
    --Jefe, han dejado un mensaje de 60 metros de largo por 40 de ancho en la fachada de la FNAC, y es un mensaje bastante claro.

     

    SEIS
    Avenida de la Constitución. Es por la mañana. Día abierto. Un cordón policial no impide que se agolpen los curiosos. Los más jóvenes hacen fotos con los móviles y se ríen, los mayores observan petrificados. El edificio en el que se encuentra la tienda FNAC tiene 18 huecos en los que hay 18
    carteles, cada uno con una inmensa letra. Juntos componen un mensaje rotundo: “AMÉN SERVA LA BARI 1/7”.
    Villanueva llega al cordón y enseña la placa por costumbre. No le hace falta, el policía que controla parece reconocerlo. Se saludan. Jiménez llega y lo abraza.
    --Me alegra que esté aquí.
    --Le parecerá raro, pero echaba de menos Sevilla. ¿Esto no va a acabar nunca?
    --No lo sé, Villanueva, no lo sé. La ciudad llevaba un tiempo tranquila, le juro que hasta demasiado. Me mosqueaba, pero pensé que eran pájaros míos, y ahora, fíjese...
    --¿Cómo han podido colgar esas inmensas letras ahí? Hay que entrevistar a los testigos.
    --Nadie lo sabe, normalmente hay unas fotos muy bonitas de toreros ahí puestas, sin embargo, esta noche, nadie sabe cómo, se han desplegado encima esas enormes planchas de papel estraza con letras pintadas con lo que parece sangre.
    --¿Pero alguien habrá visto algo?
    --Nadie, y lo que es más extraño, todas las cámaras de establecimientos de alrededor se han estropeado misteriosamente.
    --A veces pienso que esta ciudad no quiere que la salven, que protege a sus verdugos. Es increíble, en cualquier caso, ¿dónde está la víctima?
    --Eso es lo curioso, no está aquí. El cadáver lo han dejado tirado en la plaza Sony de la Expo.
    --¿Dónde?
    --La Expo’92, la exposición universal más grande y más bonita del mundo, allí había una plaza en la que se daban los conciertos. Usted conoce el Woodstock, ¿no?
    --¿El festival de San Francisco en el que tocó Jimi Hendrix en el 69?

     

    --Correcto, pues eso no es nada con la que liaron en la plaza Sony los No Me pises que llevo Alpargatas o un viejo conocido nuestro: José Manuel Poto.
    --Siempre Poto. Poto siempre está vinculado de una manera o de otra. ¡Maldita sea! ¿Y por qué se han tomado la molestia de dejar el cadáver allí? Está lejos, ¿no?
    --Yo me preguntaba lo mismo, pero acaban de identificar a la víctima y todo tiene sentido.
    --¿Me lo explica?
    --Lo han dejado allí porque la víctima trabajó en la Expo’92. Villanueva, han matado a Curro.
    Luego veremos a la víctima, antes hay un interrogatorio que no puede esperar.

     

     

    SIETE
    Después de quince minutos de coche, Villanueva y Jiménez están en una casa baja del barrio de Rochelambert. Están sentados en una mesa de camilla con una pareja enfrente. Hay restos de trajes de gomaespuma por el pequeño salón, pelucas y lentejuelas por todas partes. Jiménez no para de mirar.
    --Ustedes tendrán cuenta en Richardo, ¿no?
    Villanueva, aunque también tiene gesto desconcertado, hace como que no ha escuchado nada y comienza a preguntar.
    --Así que ustedes conocían a la víctima.
    --¿A Agustín? Claro, por supuesto. En este mundo nos conocemos todos.
    --¿En qué mundo?
    --Bueno, básicamente porque éramos tres y ya solo quedamos dos, mi mujer aquí presente y yo. Me refiero al mundo de las mascotas, yo soy Palmerín y ella hace tiempo que no trabaja porque con la crisis está la cosa fatal, pero fue Giraldilla, seguro que la recuerda de los Mundiales de Atletismo.
    Jiménez interrumpe.
    --Yo todavía tengo los botines esos que daban a los voluntarios.
    Palmerín asiente.
    --Salieron buenos, sí. Agustín era amigo nuestro y nos dolía verle tan tocado anímicamente como estaba últimamente. Nuestro trabajo requiere de mucha fuerza mental aunque no lo parezca, porque de un momento a otro pasas de ser una estrella a la nada. Es un caso similar al de los futbolistas cuando se retiran, pero nosotros además sin que nos conozca ni Perry, con contratos hasta fin de obra y con menos dinero que en la ducha.
    --Entiendo.
    --Agustín no llevó nunca bien esto. Decía que él había hecho feliz a muchos niños, y no tan niños, y que ahora lo habían dejado tirado. De hecho, se enfadaba si le decíamos Agustín, quería que le llamásemos siempre Curro. No superaba la nostalgia, entró en una depresión muy fuerte y le dio por el alcohol. Yo se lo decía: “Curro, coño, relájate, que todos hemos sido jóvenes y hemos bebido como si fuera a cerrar la Rives, pero que te has apretado ya tres botellas de Beefeater y una de Juanito el Caminante”.

     

    --¿De qué?
    --Juanito el Caminante, aquí le decimos así al Johnnie Walker, Villanueva --apunta Jiménez.
    --De acuerdo.
    --Él era un tío muy divertido, me acuerdo que decía con un botellín en la mano: “Yo tengo dos nombres porque todos los días me levanto Agustín y me acuesto agustito”, esa era una de sus frases preferidas. El caso es que Agustín, o Curro, se ponía como Las Grecas y ya era insoportable, era un tajarina de auténtico campeonato y cada dos por tres se ponía a gritar por la calle: “Hola, soy Curro, la mascota de la Expo’92, ¿quieres dar un paseo conmigo?”.
    Jiménez tiene cara de afectado y añade.
    --Una lástima, un juguete roto. Yo creo que él nunca se recuperó de cuando casi se ahoga.
    Villanueva le mira sorprendido. Y Palmerín asiente.
    --Sí, eso fue duro para él, imagínate que te presentan fuera de tu casa porque aquello fue en Isla Cristina además, con una recreación de la nave Victoria. Iban a hacer una botadura del barco y, según me contó, no había apenas agua, pero los políticos se querían hacer la foto para no tener que ir otro día, así que tiraron para adelante. Con todo el mundo mirando va y vuelca el barco por completo y el otro con el traje que casi se ahoga porque se le encharcaba y se hundía.
    Jiménez asiente con la cabeza.
    --Qué angustia nada más de recordarlo.
    Palmerín continúa.
    --Él siempre recordaba eso diciendo: “El poder me vendió, me traicionó, a mí, que se lo había dado todo”. Está en Youtube lo del barco, lo puede ver. Fue una experiencia traumática y es difícil remontar eso.
    La mujer de Palmerín, en silencio hasta ese momento, parece no estar de acuerdo.
    --Eso no es así, Palmerín, porque más duro fue lo mío en el discurso del alcalde y ahí aguanté yo como una jabata.
    Villanueva se interesa.
    --¿Qué le pasó a usted?

     

    --Nada, que en la presentación de los Campeonatos esos de los botines buenos estaba el por entonces alcalde de Sevilla dando un discurso, y yo tenía que andar por detrás allí animando, y de repente sale otra igualita que yo. De traje, porque arte no tenía ni la mitad de la mitad, con un cartel clavado en el pecho para que volvieran los presos etarras a su pueblo. Eso sí que fue una ruina, me robó mi momento de gloria, y mira, aquí estoy tan normal, no me ha dado por meterle al vidrio.
    --Hombre, gordi, pero es que Curro casi muere ahogado...
    --Que no, que tú lo que pasa es que era amigote tuyo y os ibais por ahí cada vez que podíais, pero era un pena, todo el día llorando, tenía más problemas que el maletín de un abogado.
    Villanueva mira a Jiménez, parece no entender e intenta reconducir el interrogatorio.
    --En cualquier caso, ¿tienen alguna sospecha de por qué lo han matado?
    La pareja se mira, y Palmerín comienza a hablar como con miedo.
    --A ver, en los últimos tiempos estaba ya muy tocado y decía que no se moría sin llevarse por delante al checo.
    --¿Quién es “el Checo”?
    --“El Checo” era Heinz Edelman, su diseñador, bueno, el de Curro, ganó el concurso para diseñar a la mascota de la Expo, también diseñó una película de los Beatles. Agustín decía que su creador lo había hecho desgraciado y que se la tenía que devolver. El problema es que ese hombre murió en 2009 y este no se lo creía.
    --Vaya
    --Sí, y... esto es entre nosotros, ¿no?
    --Por supuesto.
    --La última vez que lo vi estaba muy bebido, como de costumbre. Le dije: “Curro, hueles a alcohol”, y él me respondió: “¿A qué voy a oler, coño, a agua oxigenada?”. Eso me hizo gracia, pero luego me contó que había pedido ayuda a Serva La Bari para acabar con “el Checo”. No sé cómo contactó con ellos, lo juro, pero me contaba que eran gente oscura y que no querían ayudarle, que se excusaban en que el tío estaba ya muerto, que ellos lo sabían de buena tinta. Lo último que supe de Agustín, o de Curro, es que se cogió una de sus borracheras y se pegó toda la calle Sierpes gritando:
    “Serva La Bari, mariconas, que no tenéis huevos de nada”.
    El interrogatorio acaba. Se despiden y Villanueva y Jiménez salen y se meten en el coche.

     

    --Imagino que querrá ir a dejar la maleta e instalarse, el forense no nos puede ver hasta esta tarde cuando acabe la autopsia. ¿Le dejo en el hotel y le recojo cuando tenga noticias del tanatorio? Me temo que nos esperan días duros.
    --Perfecto, gracias, Jiménez.

     

    OCHO
    Villanueva se instala en el hotel, se come un sándwich del minibar y decide salir a dar una vuelta por la ciudad.
    El sol llena de luz el centro de la ciudad. Son las seis de la tarde y Villanueva pasea por Plaza Nueva. Llega a Sierpes y sigue caminando. Parece ir disfrutando. Entra en una librería preciosa que parece un teatro. La observa sorprendido. “Esta ciudad es increíble”, dice para sí mismo. Hojea libros. Saluda a uno de los libreros y este le responde con una sonrisa sincera.
    Sale otra vez a Sierpes, gira y ve un pequeño bar con puertas a dos calles: El Gollete. Entra.
    --¿Qué va a ser?
    --¿Tiene whisky?
    --Claro, hombre, esto es como un bar.
    Los clientes ríen y Villanueva también.
    --Un whisky solo entonces, un Lagavulin 16, por favor.
    El camarero le mira con sorna.
    --Perdone, yo ese whisky no lo tengo.
    --Bueno, pues póngame cualquier whisky de malta, da lo mismo.
    El camarero contraataca.
    --¿De Malta? Le voy a decir una cosa, es que esa gente desde el 12-1 nos han cogido mucha manía y no nos exportan nada, tienen muy mal perder por lo visto, ¿le da igual un Juanito el Caminante?
    --Échelo --responde Villanueva entre risas.
    Villanueva le da vueltas al vaso mientras mira a su alrededor. Hay varios clientes hablando. Se queda escuchando, parece que esté en un teatro.
    --Compadre, ¿te acuerdas del chino que han puesto debajo de mi casa y que te conté que tenía de todo?
    --Sí, sí, que te tiene reventado porque vas a pedirle cosas raras a ver si lo pillas y no hay manera,

     

    ¿no?
    --Ese, me tiene loco, voy y le pido... yo qué sé... un distribuidor de esos de plástico para meter los cubiertos en el cajón de la cocina y me dice el chino: “Telcel pasillo, amigo”. Otro día voy y le pido la tapa de un tubo sifónico para el cuarto de baño, y el chino otra vez: “Sí, amigo, detlá de las lejía”.
    --Coño, ¿tubos sifónicos vende el nota también?
    --Y espátulas, y piñatas, y gas para cargar el aire acondicionado, coño, si el otro día entro, le veo una caja de corcho blanco en el mostrador y le digo: “¿Esto qué es, Li?”. Y me dice el nota:
    “Chichalones de Cadi”. Será hijo puta, ¿pues no que vende ya chicharrones y todo?
    --Ojú, vaya plan, y estarán hasta buenos.
    --Yo qué sé. El caso es que ya daba por perdido trincar al nota con algo que no tuviera en la tienda, total, que bajo a comprar cuatro cosas que me mandó mi mujer, y estoy allí, que si una bolsa de peros, que si un cartón de leche, un bote de Nesquick, una litrona... lo llevo todo al mostrador, se lo pongo y le digo: “Y dame también una bolsa de picos, Li”.
    --Ojú, verás.
    --Quillo, si ya era amarillo el chino... más amarillo se puso. Se le cambió la cara. Me dice:
    “¿Picos?”, y le digo: “Sí, Li, picos, para empujar, picos de pan, o ¿con qué te comes tú la ensaladilla?”. Empieza a mirar para todos lados, le empiezan a sudar las manos, se le pone tela de mala cara, el nota más agobiado que un gato en un termo de café y me dice: “¿Pan de gambas?”, y le digo: “no, gambas de Sanlúcar, picos, pi-cos”, y me dice: “Eh... pico no”.
    --¡No me digas!
    --Y claro, yo me vengo arriba en banderillas y le digo: “¿Cómo? ¿Qué dices que no me he enterado?”. Y Li, tragando saliva, todo tenso, me dice: “Que pico... Que pico no tenel”.
    --Qué maravilla.
    --No, pero espérate. Que yo me voy de digno y le digo: “Ah.. conque no tienes picos, Li, vaya por Dios... entonces déjalo, te dejo esto, que había bajado a por picos, y si no tienes pues ya no me llevo nada”.
    --Hijo puti.
    --Escucha, que me doy la vuelta todo contento celebrando para mí y escucho la voz del chino desde atrás que me dice después de cinco segundos: “Eh... ¿Colines?”.

     

    Todo el bar estalla en una carcajada. Villanueva incluido.
    --Hostia, me vuelvo y le digo: “Sí, rey, sí, colines”. Y me mira el tío con una cara de cabrón risueño que no podía con ella y me dice: “¿Nolmales o Integlales?”.
    Villanueva se ríe. En ese momento le suena el móvil. Es Jiménez.
    --Jefe, nos están esperando en el tanatorio. Le recojo.

     

    NUEVE
    Interior del tanatorio. El forense don Antonio Povedano les ha sacado un cadáver. Tiene un color de piel más blanco de lo normal, incluso para un muerto, y, sin embargo, presenta la cara completamente oscura. Villanueva lo observa desconcertado.
    --¿Tiene... la cara pintada?
    --Sí, no lo hemos querido limpiar hasta que ustedes lo vieran, hemos tomado muestras y se trata de Povidona yodada.
    Jiménez mira extrañado a Villanueva.
    Éste le responde.
    --Betadine, Jiménez.
    --Ah.
    El forense continúa.
    --Sí, supongo que es un nombre más cercano. Que tiene la cara llena de Betadine es una de las tres particularidades que observamos en este cadáver. Otra es, como ya sabrán, que está absolutamente desangrado, de ahí el tono de piel.
    --La verdad es que tiene más mala cara que el mayordomo de Drácula.
    --Sí, y la última peculiaridad es que, de los 206 huesos de los que se compone el cuerpo de un adulto, este individuo tiene rotos un total de 206.
    --¿Disculpe?
    Jiménez apunta.
    --Que lo han majado, vamos.
    --Sí, es otra manera de decirlo. Efectivamente. Nunca, en veinte años de profesión, había visto nada igual. Ni yo ni ninguno de mis compañeros. Pero lo particular no es solo que tiene todo fracturado, lo extraño es que no tiene demasiados hematomas y traumatismos para eso.
    --¿Qué quiere decir?

     

    --Creo que no le partieron los 206 huesos del cuerpo como propósito, sino que los golpes que le dieron fueron tan absolutamente violentos y con tanta fuerza que hicieron polvo la estructura ósea completa del individuo. Si tuviéramos 300 huesos también se habrían roto todos.
    --¿Qué significa eso?
    --Señores, eso significa que no querría cruzarme nunca con lo que quiera que matara a este individuo.
    Jiménez y Villanueva salen del tanatorio en dirección al coche. Se ha hecho de noche.
    --Jiménez, no entiendo lo de la Povidona yodada, debe de ser un acertijo.
    --No jefe, eso se lo explico yo, es una declaración de intenciones, yo tengo un amigo portero de discoteca que lo dice mucho cuando tiene un encontronazo con alguien: “Te voy a dar una que te van a poner el Betadine con un rulo”. Se dice mucho aquí.
    --¿Entonces...?
    --Está claro, lo que nos están diciendo es que, lo que quiera que sea, tiene más fuerza de la que podamos imaginar.
    Villanueva se queda con aire preocupado.
    --¿Cómo le va con la comisaria, por cierto?
    Villanueva traga saliva y su gesto se ensombrece.
    --No salió bien, Jiménez, prefiero no hablar de eso. Vamos, tenemos cosas que hacer.

     

    DIEZ
    10 de la mañana. El Círculo Mercantil es un inmenso local en la calle Sierpes. Desde fuera se ven hombres leyendo el ABC en confortables sillones. Hablan poco entre ellos. Alguien llega apresurado a la puerta. Entra, se acerca a un vigilante y le habla al oído con disimulo: “Si los sombreros de cowboy fueran Maquedano a ninguno habrían matado”.
    El vigilante asiente con discreción y lo lleva a través de varios pasillos hasta un pasadizo. Es un túnel antiguo. No tiene luz eléctrica, pero el camino, de unos 300 metros, está iluminado por cirios encendidos. Tras atravesarlo, el hombre llega a una extraña puerta. Llama. Silencio desde dentro hasta que este pronuncia: “Contraseña: Qué fue antes nunca se sabrá, si el pulgar o la pringá”.
    La puerta se abre.
    --Llegas tarde.
    Varios hombres están sentados alrededor de una lujosa mesa de madera pulida.
    --Lo siento, Hermano Mayor, me perdí por los túneles.
    --Siéntate... ¿Qué habría sido de nosotros sin los túneles de esta ciudad? Nuestra organización soportó grandes persecuciones a lo largo de la historia y muchas veces sobrevivió gracias a los túneles, pocos saben que la ciudad está perforada como un queso gruyer en su subsuelo. Uno de los que más influencia ha tenido es el que une el Ayuntamiento con la fábrica de Cruzcampo. Ha facilitado muchas decisiones.
    Uno de ellos interrumpe.
    --Mi preferido es el que une el colegio de Cristiana Doctrina con el Claret, me imagino allí a los curas y las monjitas...
    El que parece el líder, desde su rincón oscuro, lanza con autoridad.
    --Como vuelvas a faltarle al respeto a un cura o una monja te voy a estar dando tortas hasta que te guste.
    Silencio.
    --Perdón, perdón, como esa gente no tiene hermandades...
    --No, verás, si al final se la lleva. Bueno, a lo que vamos. El primer miarmicidio ha tenido la repercusión que necesitábamos. Ayer hubo dos temblores y nadie dijo nada.
    --Además, el Curro este era un pesado.
    --Sí, tela. Me ha contado el cirujano que el monstruo acabó con él en un santiamén, y que el otro no hacía más que llamarle Cobi. Le decía que siempre le había envidiado. Llevaba una papa como un mulo, claro. “Catalán, ¡cobarde! ¡Roñoso!”, le gritaba, y el otro que casi no entiende español... pues como no sabía lo que le estaba diciendo, más le daba.
    Uno de los hombres salta en ese momento.
    --Pues yo tengo todavía el pasaporte de la Expo y me falta el sello del pabellón de Fujitsu.
    Otro le entra al trapo.
    --Hostia, ¿no viste al camaleón ese de 3D?
    El Hermano Mayor parece negar con la cabeza.
    --¡Qué va! Pero lo que estaba tela de guapo era el iceberg del pabellón de Chile, qué fresquito, coño.
    --Sí que refrescaba, sí.
    --¿Refrescaba? ¡Era gloria entrar allí! Y la bola esa que echaba agua pulverizada ya no te digo.
    --Sí, estaba bien, sí.
    Y otro que entra.
    --¿Y las gachís del Kangaroo Pub?
    Todos asienten con un sonido parecido a “Ohh”.
    --Eso era demasiado, tanta guiri junta, no he ligado más en mi vida.
    Otro del fondo añade.
    --¿Y el dragón del espectáculo del lago? Vaya cosa bonita...
    En ese momento el Hermano Mayor no aguanta más y estalla.
    --¡SEÑORES! ¡COÑO YA! Pertenecen a una sociedad que boicoteó la Exposición Universal quemando el pabellón de los Descubrimientos, ¿ustedes creen que esta conversación es de recibo?

     

    Ya hemos hablado de que lo único que mereció la pena de aquello fue el concierto de Poto en la plaza Sony, todo lo demás, para olvidar.
    --Hombre, lo de la Andalucía de los Niños estaba bonito.
    --¡¡QUE OS CALLÉIS!!
    Silencio y todos asienten avergonzados.
    --En fin, para lo que os he reunido, todo va viento en popa, pero no quiero arriesgarme.
    --A Sevilla Este que se va, ¿no? ¿Lleva el pasaporte en regla, Hermano Mayor?
    --Sí, temo un poco el jet lag, pero sí, ya he activado el roaming en el teléfono por si queréis contactar conmigo. ¿Estaré seguro, no?
    --Ya sabe que sí, Hermano Mayor. Los Chavales del Flor cuidarán de que nadie entre. Es absolutamente imposible. Son un ejército preparado y armado.
    --Desde ahora hasta que la máquina finalice su trabajo no volveré a pisar Sevilla. Cuando eso esté listo se acabarán los problemas de lluvia, Feria y Semana Santa tendrán el clima que se merecen.
    --¿Incluso el Cachorro, Hermano Mayor?
    --Incluso.

     

    ONCE
    Luminosa mañana. Villanueva está en la habitación de su hotel HABA con vistas al Guadalquivir.
    Tiene la mesa llena de informes, fotos y ejemplares del ABC. Parece que está redactando una lista con nombres cuando suena el teléfono: la comisaria.
    Se pone nervioso, ordena los papeles, recoge la ropa desordenada de la habitación con el móvil en la mano, mirando que la llamada continúe, se sienta en el butacón de la habitación, respira y descuelga.
    --¿Sí?
    --¿Villanueva?
    --Sí, dígame, ¿quién es?
    Silencio al otro lado.
    --Villanueva, déjese de jueguecitos, que sé que tiene mi número guardado, por favor, no sea crío.
    El inspector se pone rojo.
    --Hola, comisaria, perdone, no, no, nada más lejos de la realidad, es que he cambiado de teléfono y no tengo los números.
    --Ya... Lo de siempre. Bueno, no tengo tiempo para historietas, espero que el hecho de que lo nuestro no funcionara no afecte a esta investigación, pedí expresamente a Jiménez que le llamara cuando vi el numerito de la fachada de la FNAC, me gustaría que no lo malinterpretara ni que se lo llevara al plano emocional. Pedí su venida simplemente porque creo que es el único capaz de evitar lo que quiera que estos locos desfasados estén planeando.
    --Entiendo.
    --En cualquier caso me gustaría que se pasara por la comisaría para enseñarle unos informes, tenemos sospechas sobre una máquina que quiero compartir con usted.
    --De acuerdo, ¿mañana?
    --Perfecto, le esperaré en mi despacho.
    --Muy bien...

     

    El móvil de Villanueva vibra con otra llamada entrante. Mira la pantalla.
    --Eh, comisaria, lo siento, la tengo que dejar, Jiménez me está llamando.
    --Perfecto, mañana nos vemos.
    --Muy bien.
    Descuelga.
    --¿Jiménez? Usted tan oportuno como siempre... ¿Qué quiere?
    --Lo siento jefe, no soy yo el oportuno. Me temo que podamos tener otra víctima porque ha pasado algo realmente extraño.
    --¿Qué ha ocurrido?
    --El Estadio Olímpico. No se lo va a creer: han llenado de agua el Estadio Olímpico, exactamente como si fuera una presa.

     

    DOCE
    Doce de la mañana. Hay muchísimo ruido y una tremenda actividad. El Estadio Olímpico está rodeado de camiones y de mucha policía. Una especie de canal provisional de unos veinte metros de ancho se ha añadido a su forma habitual y sale de él hacia el río atravesando la carretera, que está cortada. Villanueva y Jiménez aparcan en una inmensa explanada en la que hay coches estacionados.
    Llegan dentro, el agua ya ha sido evacuada. Está todo empapado y un cuerpo yace junto a una de las porterías. Los dos policías se acercan a un oficial que parece estar al mando en la escena.
    --Buenos días. Inspector Villanueva, ¿sabemos algo de la víctima?
    El agente lo mira extrañado.
    --Usted no es de aquí, ¿no?
    --¿Cómo dice?
    --La víctima es Alejandro Rosas Barcos, fue alcalde de la ciudad durante la Expo’92.
    Jiménez añade.
    --¡MADRE MÍA! ¡Que no me había fijado! Este era un fenómeno. Le digo yo que este acababa con la crisis de ahora en diez días. Alejandro se marcaba tres o cuatro puentes, otro estadio olímpico y una Expo de invierno y todo arreglado.
    --¿Fue alcalde?
    Jiménez continúa.
    --Fue alcalde, claro, de hecho creo que es el único que ha renunciado a tener una calle a su nombre y, entre otras cosas, fue el máximo impulsor de la construcción de este Estadio Olímpico, que salvo para que los chavales se rocen en el parking más que un gato en un brasero no ha servido de nada. Yo creo que, de los sevillanos que tienen ahora hasta quince años, por lo menos el 70% fueron concebidos en los parkings estos.
    --Es una cifra inventada, claro.
    --Absolutamente. La Universidad de Minnesota no ha hecho ningún estudio al respecto, no. También fue famoso por el puente de los leperos.
    --¿Uno que va hacia Huelva?

     

    --No por eso, fue el puente del Cristo de la Expiración, allí en Triana, el río hubo que moverlo y se hizo antes el puente. La gente lo bautizó así porque pusieron antes el puente que el agua.
    El agente asiente e interviene.
    --Así es. La principal causa del fallecimiento parece ser ahogamiento, pero el forense dice que le han dado una paliza tremenda antes.
    --No me lo diga, 206 huesos rotos...
    --No lo sé. Pero mala pinta tiene. Recibimos un aviso de unos testigos de Jehová que querían hacer un bautismo colectivo de esos que ellos hacen y avisaron. Llamaron al Ayuntamiento hechos un lío, decían que ahí había agua para bautizar a King Kong. Cuando llegamos, nos encontramos con que alguien había sellado todas las puertas del recinto y habían llenado el estadio de agua, suponemos que durante la noche.
    --¿Me lo está diciendo en serio?
    --Más en serio que el Viti en Pamplona, inspector. El volumen de agua era tal que con los camiones de Emasesa hubiéramos estado aquí hasta el lunes de feria achicando, así que hemos tenido que construir una especie de salida para el agua que la canalizara hacia el río directamente. Cuando el agua se fue apareció la víctima.
    Villanueva explota.
    --¿ALGUIEN EN ESTA SANTA CIUDAD ME PUEDE EXPLICAR QUÉ COÑO ESTÁ
    PASANDO?
    ”--¿¡CÓMO ES POSIBLE QUE SE HAYA PODIDO LLENAR UN ESTADIO COMPLETO DE
    AGUA SIN QUE NADIE SE ENTERE!?
    Jiménez y el agente se miran. El agente explica.
    --Pues los peritos están investigando, pero según cuentan parece obvio. De alguna manera alguien ha roto todas las tuberías que pasan por debajo del estadio. De hecho, de Kansas City a la Avenida de la Paz están todavía sin suministro. No sabemos cómo han podido llegar hasta esas canalizaciones que estaban a unos diez metros de profundidad porque han partido todos los cimientos y, además, han doblado las tuberías para dejar los caños hacia arriba y que el agua lo llenara todo. Podría habérselos llevado el agua, pero no hay rastro de explosivos, que sería lo lógico. Todo parece, llámeme loco, hecho a mano.
    Jiménez y Villanueva se miran.

     

    --Madre mía. ¿Hay algo más?
    --Sí, el agua dejó otra sorpresa. Acompáñenme.
    El agente los guía hacia el primer nivel del Estadio. Todo está empapado. Llegan a una inmensa pared en la que, con una letra muy parecida a la del mensaje de la FNAC, está escrito otro mensaje:
    “LO SELLAMOS Y LO HACEMOS PANTANO. POR LO MENOS QUE SIRVA PARA ALGO.
    2/7”.

     

    TRECE
    Villanueva acude a la Jefatura de Policía. Allí le espera la comisaria.
    Entra en su despacho y se saludan con frialdad.
    --Hola, inspector.
    --¿Qué tal, comisaria?
    --Bueno, no es mi mejor día, después de lo del Estadio Olímpico, se puede imaginar.
    --Puede tutearme, comisaria.
    --Prefiero no hacerlo.
    --No la entiendo, igual no es el momento, pero ¿acaso no significaron nada para usted nuestras vacaciones en El Portil? ¿Ni las excursiones a Portugal? ¿Ni las toallas que compramos? Fue maravilloso y de repente, al llegar aquí, todo cambió.
    --Villanueva, mi profesión es lo primero, y no quiero compartir mi tiempo con nadie, mucho menos con un compañero. Puede perjudicarme en mi carrera profesional, y a ti también... Perdón, a usted.
    --Al diablo con la carrera profesional.
    --Me parece muy bien su decisión, pero no la comparto. Es mejor dejarlo así. Y ahora, si no le importa, me gustaría dar este tema por zanjado y compartir cierta información por el bien de la investigación.
    --Sorpréndame.
    Según su expresión, la comisaria hace un esfuerzo por pasar por alto lo que considera un desplante, prosigue.
    --Afortunadamente comenzamos a penetrar en Serva La Bari. Nos está costando mucho pero, por así decirlo, aunque no oímos aún conversaciones enteras, sí comenzamos a escuchar palabras que pronuncian. Todavía no es nada, pero teniendo en cuenta el absoluto secreto en el que han estado sumidos desde hace tiempo, es todo un progreso.
    --¿Qué sabemos?

     

    --Tienen una máquina.
    --Una máquina que hace qué.
    --No lo sabemos con seguridad, de los mensajes que interceptamos muchos contienen la palabra máquina, pero son contradictorios, o lo eran hasta hace poco. Villanueva, le va a parecer una locura, pero nuestra hipótesis es que han conseguido una máquina capaz de controlar el tiempo.
    --¿Una máquina para controlar el tiempo? ¿Para viajar al pasado? ¿Qué pretenden? ¿Volver al Jurásico y hacer paletillas ibéricas de Brontosaurio?
    --No, no, el tiempo meteorológico. Según nos llega, hay un proceso que se está completando y que, cuando se concluya, permitirá que no vuelva a llover ni en Semana Santa ni en Feria. Nos hemos puesto en contacto con el Gobierno norteamericano, que desarrolla programas experimentales de control climático para usar en conflictos. Están investigando si ha habido alguna filtración o el robo de algún equipo. No podemos descartar tampoco que lo hayan comprado a un intermediario internacional. No contemplamos la opción de traficantes árabes porque esta gente, con lo capillita que son, con moros no quieren nada.
    --Un momento, a ver si lo estoy entendiendo, ¿me está diciendo que hay una sociedad secreta milenaria de locos asesinos que mata gente para que no llueva dos semanas al año?
    La comisaria coge un mando de la mesa y enciende una televisión plana que hay en el despacho. Las imágenes enseñan días nublados en los que no paran de aparecer personas llorando. Hay nazarenos sin antifaz, gente que se abraza. Parecen imágenes de una zona de guerra.
    --Esto se grabó un Jueves Santo en el que llovió. Imagínese la situación para los hermanos del Cachorro, por ejemplo, que llevan varios años sin salir. Además, tiene por supuesto un gran impacto económico. Quizá una persona desde fuera no lo pueda entender, pero para alguien como yo, que me he criado en la Cuesta del Bacalao, una máquina de control meteorológico sería una de las cosas más decisivas que podría tener la ciudad y algo que daría un poder casi infinito en la ciudad.

     

    CATORCE
    Es de noche. Villanueva está en la habitación de su hotel. La televisión permanece encendida sin volumen. Trabaja sobre todos los materiales que tiene, pero parece frustrarse una y otra vez.
    En una pizarra tiene pinchadas las fotos de los dos cadáveres, mapas, envoltorios de tortas de Inés Rosales y una bolsa de regañá de El Hijo.
    No para de levantarse, de sentarse, de consultar cosas en el ordenador, de medir distancias en los mapas... Entonces suena el teléfono de la habitación.
    --Señor Villanueva, tiene una visita.
    Una voz se oye por detrás del recepcionista.
    --Qué pesado eres, dile que soy Jiménez, que te lo he dicho ya, que eres muy pesado, Villanueva sonríe.
    --Sí, sí, que suba, por favor.
    A los pocos minutos Jiménez está sentado en la mesa con todo el caos de papeles.
    --Desde luego tiene esto que parece un hospital robado. Disculpe que venga tan tarde, pero he estado recogiendo información.
    --¿Sí? ¿Ha descubierto algo?
    --He hablado con mis confidentes, don Papa del Salvador, Howard el negrito de Plaza de Armas, el pelirrojo del Cota, el Legionario de la Campana, Manrique el del bigote que vende incienso, Pepe el Bombero, el Atari, Luiqui el Feo... me han contado cosas y estoy preocupado.
    --¿Pepe el Bombero? ¿El Atari? ¿Luiqui el Feo?
    --Sí, bueno, los dos primeros son antiguos porteros de discoteca de toda la vida, ya mayores, pero que se enteran de todo. El Luiqui es el único punki que queda en la ciudad. Lo habrá visto muchas veces en el Salvador, con un auricular en la oreja y la cazadora llena de chapas.
    --Bueno, cuénteme, ¿qué ha descubierto?
    --A ver, partamos de la base de que Sevilla es una ciudad que vive en la exageración. Le pongo un ejemplo, como usted puede ver yo soy más bien de cráneo importante, eso me ha supuesto durante toda mi vida comentarios guasones. Desde “Jiménez, que tienes cabeza para llevar las cuentas de El Corte Inglés” a “Si fueras limón habría que rallarte con un somier”, pasando por los clásicos “Si fueras cerilla habría que encenderte en la recta de Los Palacios” o “Jiménez, que tienes más cabeza que un león peinado para atrás”.
    --¿Adónde quiere llegar?
    --A que lo que me han contado no tiene por qué ser verdad, que da miedo, sí, pero que puede ser exageración.
    --Vaya al grano.
    --Verá, en la ciudad se cree que Serva La Bari ha conseguido, no se sabe muy bien cómo, crear una especie de monstruo aterrador, no se asuste, pero parece que nos enfrentamos a un Frankenstein de sevillanas maneras.

     

    QUINCE
    --Jiménez, no tengo tiempo de tonterías.
    --Ya le he dicho que no había que creerlo pero, coño, mejor saberlo, ¿no? Aún no tenemos ni idea de cómo se torcieron las tuberías del Estadio Olímpico. Antes de que usted llegara, alguien enderezó la Giralda, y esas palizas tan bestias a las víctimas también mosquean...
    --¿Y cómo es un Frankenstein sevillano? Si puede saberse.
    --A ver, me han dicho que mide más de dos metros, y que está formado por partes de Sevilla, lo cuál le da una fuerza increíble.
    --¿Cómo?
    --Sí, se rumorea que ese Frankenstein tiene la mano izquierda de la estatua de Francisquirri que hay en el cementerio y que, no sé si la ha visto, pero es un mapa. Que su piel es impenetrable, dura y fría porque le han trasplantado la del lagarto de la catedral y que de pecho tiene partes de El Huevo de Colón, que la escultura esa es fea que no la quieren ni los chatarreros, pero hay que reconocer que dura es como la rodilla de una cabra. También hay quien dice que tiene la garganta del Pali, por los gritos que pega, pero yo creo que no puede ser porque por lo visto no habla español y el Pali hablaba español e incluso lo cantaba, y de qué manera, por cierto.
    En ese momento la tierra tiembla por unos segundos. Jiménez agarra la mesa.
    --¡Coño! Y luego lo de los temblorcitos estos, que aquí nunca ha habido nada y ahora cada dos por tres tiembla...
    Pasa el temblor tras unos cinco segundos. Villanueva parece estar encajando todo y Jiménez levanta la voz.
    --Anda, mire la tele. ¡El Estadio Olímpico!
    --¿Cómo dice, Jiménez?
    --En la tele. Dele voz que están haciendo en Canal Sur un debate sobre lo del pantano. Es un especial, lo presenta Juan y Tres Cuartos, bueno, como todo en Canal Sur, vamos. Ahora meterá a un niño tocando la pandereta o el tambor, ya verá.
    Villanueva busca el mando de la tele entre todo el desorden y sube el volumen. Efectivamente, hay dos grupos de personas discutiendo sobre la idea de mantener y reforzar el sellado de las puertas y aprovechar el estadio como pantano. Hay otros que no están de acuerdo. Villanueva no se lo cree.
    --¿Esto que estoy escuchando es en serio Jiménez?
    --Sí, sí, eso es que no lo usan nada más que los chavales para darse el lote, ya le dije, y con el dinero que costó, por lo menos aprovecharlo, es que no es tan mala idea lo del pantano...
    --Pero, Jiménez, ¿cómo van a hacer un pantano, eso en qué cabeza...?
    Jiménez le interrumpe con la mano, palidece mirando la pantalla y señala hacia la tele.
    --Villanueva, un momento, lea eso.
    Mientras un testigo de Jehová intenta convencer a Juan Y Tres Cuartos de que el Estadio debe quedarse tal cual porque, si no, a ver dónde van a tener que ir ellos a bautizarse y otro contertulio pregunta: “Pero, vamos a ver, un testigo de Jehová, ¿qué carajo es?”, aparecen, en la parte de debajo de la pantalla, mensajes de móvil que envían los telespectadores con su opinión. En estos momentos el que se puede leer en el rótulo es este: “Villanueva, Barbudo va a por ti. S.L.B.”.
    A Villanueva le cambia la cara y mira a Jiménez.
    --¿Quién es “Barbudo”?
    Jiménez traga saliva antes de responder.
    --Puede ser cualquiera, pero los tiros creo que van porque “Barbudo” se llamaba el toro que mató a Pepe Hillo, el inventor del toreo moderno.
    Villanueva hace un gesto de incomprensión. Jiménez añade con seriedad:
    --Jefe, cuentan que aquel toro era inmenso y cruel.

     

     

    DIECISÉIS
    Siete de la tarde. Ayuntamiento de Sevilla. Salón del alcalde. José Ignacio Podio recibe a Villanueva y Jiménez. Hablan.
    --Lamento haber tardado tanto en recibirles pero, entre una queja de los culturetas de la iniciativa Sevilla Abierta para cambiar el nombre de una calle por cuarta vez, y rastrear todos los mensajes del programa del embalse de ayer ha sido una locura, no se pueden imaginar la de gente que escribió.
    Jiménez asiente con la cabeza.
    --Alcalde, es que es una buena idea, ¿no? Hombre, mejor sería llenarlo de Cruzcampo y poner un tirador en cada puerta, pero bueno.
    --A ver, Jiménez, a mí me parece útil porque eso ahí no vale para nada, la verdad, y mira, si nos sirve para no quedarnos sin agua, pues bienvenido sea. Pero es que el Ayuntamiento no tiene un duro ni para sellar las puertas.
    --Tiesos, ¿no?
    --Me gasté el dinero en cambiar las farolas de la Alfalfa, que no veas el palo que me dieron, y hay un montón de proyectos en la ciudad paralizados. La Casa de la Moneda, por ejemplo, fijaos, que nos reímos de los catalanes y la Sagrada Familia pero la Moneda va por el mismo camino. Ahí lo que hemos hecho es filtrar al ABC y a Diario de Sevilla que en realidad no es una obra, sino una escuela-taller de albañilería para que aprendan los chavales, y así tenemos más tiempo.
    Villanueva interrumpe.
    --Bueno, a lo que veníamos, me han amenazado en una televisión pública en horario de máxima audiencia, ¿sabemos quién ha sido?
    --A ver, máxima audiencia, máxima audiencia tampoco ha sido. Coincidió con lo del testigo de Jehová montando un número, pero es que después salieron a cantar los gemelos del tambor y el rumano de la Copla y reventó los audímetros.
    --Bueno, mi ego lo soportará, pero ¿sabemos de quién es el móvil desde el que se mandó el mensaje?
    --Malas noticias. Sorprendentemente ese número no existe. No hay ningún tipo de registro de que alguien haya tenido ese número en los últimos siete años. Los técnicos del Ayuntamiento no se explican cómo pudo salir ese mensaje de ese número. Es una vía muerta. Lo siento.
    Villanueva resopla, parece incrédulo ante lo que oye.
    --Alcalde, no sé si recuerda que le salvé la vida en la Feria...
    --Claro que me acuerdo, de verdad que he hecho todo lo que ha estado en mi mano, pero el número está en desuso. No puedo ayudarles más, y les rogaría que se fueran, son casi las 10 y mientras esté aquí tienen que estar mi secretaria y los escoltas, que si ya de por sí me pasan más horas extras que un frigorífico, como siga así la cosa se tienen que coger libre hasta que le den los Juegos Olímpicos a Madrid.
    Villanueva y Jiménez salen del Ayuntamiento a la Plaza Nueva. En ese momento, a Jiménez le llega un mensaje al móvil. La cara le cambia al leerlo. Villanueva le pregunta.
    --¿Qué pasa?
    --Me ha escrito uno de mis confidentes, el que vende incienso, “Si no te crees lo de Paquitostein ve a donde los locos ahora mismo”.
    --¿Dónde los locos?
    --Eso puede ser mucho sitios jefe, pero conociendo a este, creo que nuestra bestia está ahora mismo en el manicomio abandonado de Miraflores.
    --¡VAMOS!

     

    DIECISIETE
    El coche de Jiménez avanza a toda velocidad por la ciudad. Villanueva solo sabe decir: “Más deprisa”, “Vamos”, “Vamos”, mientras revisa su arma. Finalmente llegan al antiguo hospital psiquiátrico de Miraflores. Noche cerrada. El viento suena en los árboles de fuera. Aparcan y corren hacia la entrada del edificio abandonado.
    --Villanueva, le parece si nos separamos para intentar encontrarlo, esto es inmenso.
    --De acuerdo. Buena idea, Jiménez.
    Villanueva va solo atravesando con sigilo salas vacías revestidas de azulejos blancos. Muchos están rotos. Hay algunos muebles, camas, mesillas abandonadas...
    También hay mantas raídas en algunos rincones, restos de comida y cartones de vino blanco abandonados. Huele mal.
    Algunas ventanas están rotas y el viento hace al pasar por ellas un ruido extraño. Se ha levantado mal tiempo. La única luz es la que entra por las ventanas.
    El inspector avanza por pabellones desiertos con la pistola en la mano. De repente, parece escuchar algo quebrarse en una dirección hacia la que sale corriendo. Se dirige a toda velocidad con la pistola en la mano hacia una puerta de doble hoja que empuja para entrar en otro pabellón inmenso y casi vacío: en el centro hay un cuerpo tumbado, lleva una gorra y no se mueve. No hay nadie más. El viento ulula en las ventanas.
    --¡MALDITA SEA! --grita Villanueva mientras se acerca al cuerpo en el centro del pabellón.
    Parece joven, treinta y pocos, muchos tatuajes, alto. Villanueva se agacha y trata de moverlo. Está muerto.
    --¡Jiménez! ¡Jiménez! ¡Otra vez hemos llegado tarde!
    Nadie responde. Saca el teléfono móvil, va a llamar a Jiménez pero en ese momento algo cae encima de él y lo golpea como un salvaje. En el centro del pabellón desierto comienza una lucha desigual. Villanueva parece un muñeco ante las embestidas de una sombra que le dobla el tamaño y gruñe, y respira rápidamente. Hay golpes, sonidos que parecen bramidos. Villanueva llama una y otra vez a Jiménez. Nadie viene. El monstruo lo lanza a tres metros y se dirige hacia él. Villanueva echa la mano al bolsillo, saca su pistola, y casi en un reflejo consigue disparar un solo tiro que retumba en la inmensa sala vacía.

     

    DIECIOCHO
    --¡VILLANUEVA! ¿ESTÁ BIEN?
    Jiménez entra en el abandonado pabellón y va corriendo hacia el cuerpo del magullado inspector.
    --¿Dónde ha estado, Jiménez?
    --En otra ala, dijimos que nos separaríamos.
    --Le he llamado, ha tenido que escuchar mis gritos solo con descolgar, ¿por qué no ha venido?
    --¿Cómo que me ha llamado?
    Jiménez saca el móvil y niega.
    --Hostia, estoy atontado, lo puse en silencio cuando estábamos con el alcalde y se me ha olvidado quitarlo. Lo siento. Pero eso no importa ahora, ¿está usted bien? ¿Qué ha pasado?
    Villanueva apenas tiene un hilo de voz, desde el suelo responde:
    --¿Cómo que no importa? Míreme. No me explico dónde ha estado.
    --Ya se lo he dicho, ¿está dudando de mí a estas alturas de la película? Debe de estar nervioso.
    Dígame qué ha pasado.
    --He luchado contra su monstruo.
    --¿Paquitostein?
    --Le puedo asegurar que no tiene ni manos de estatua, ni piel de cocodrilo. Pero nunca he visto a nadie más grande y más fuerte que él. Le disparé, creo que no le di pero se asustó y salió huyendo por aquella ventana... afortunadamente. Antes de irse gritó algo que, llámeme loco, me sonó a “¡DE
    POLLOOOOOO!”.
    Jiménez tuerce el gesto y gira la cabeza y mira hacia el cuerpo del joven.
    --¿Y el de la gorra que corra?
    --No hemos llegado a tiempo, creo que lo ha matado rompiéndole el cuello, oí algo que me trajo aquí. No hay pintada, pero han dejado una nota: “DEVOTO, ¿NO?, PUES YA LO TIENES CLARO, VAYA, ESTA SEMANA SANTA YA NO HAY PLAYA. 3/7”.

     

    A Jiménez le llama algo la atención.
    --Investigaremos quién es la víctima, tiene los brazos con más dibujos que el tapón de una Fanta, y era alto el bicho, llamaré al Caja San Fernando a ver si es un fichaje suyo del baloncesto, igual lo han matado por malo. Además, tengo que preguntar por una cubertería que me tienen que dar por tener la nómina allí. Pero... un momento, quizá sepamos algo de nuestro Frankenstein...
    Jiménez se levanta, anda unos pasos y se agacha. Coge una pelotita de servilletas arrugadas que hay junto a la ventana, la abre y la huele.
    --A Pakitostein le gusta tela el alioli. Mandaremos a análisis estas servilletas. Ahora vamos al Policlínico a que le curen.

     

    DIECINUEVE
    Tanatorio. Villanueva y Jiménez hablan con un joven de unos treinta y tantos años. Lleva una camiseta en la que se ve a Silvio fumando y una chupa de cuero. Gafas de sol.
    --Javier, soy el inspector Villanueva, le agradecemos mucho que haya colaborado con nosotros.
    Jiménez se mete en la conversación.
    --Buena camiseta amigo.
    El joven asiente y Villanueva prosigue.
    --Entendemos que debe de ser un momento complicado y no es habitual hacer este tipo de entrevistas en el tanatorio, pero comprenda que tenemos mucha urgencia.
    El joven mira a Villanueva, que tiene varias marcas en la cara.
    --Vaya, le han tocado la carita bien, ¿no?
    --Sí, bueno, digamos que no es mi mejor día. Seamos directos. ¿Qué relación le unía con la víctima?
    --Bueno, Tote Ring y yo éramos músicos. Aparentemente no teníamos mucho que ver, él era rapero y yo más de rock, pero rápidamente conectamos. Teníamos referentes musicales comunes y a partir de ahí nos hicimos muy amigos, tanto que éramos vecinos y él fue el padrino de mi hijo.
    Jiménez interrumpe.
    --¿Pero tú eres músico también o qué?
    --Toco el bajo. Tengo un grupo que se llama Horacio Oliveira y además colaboro con muchos, entre otros con Tote. Cuando decides vivir de la música tienes que asumir que vas a colaborar con músicos muy diferentes, pero a mí eso me gusta.
    En ese momento entra un joven con barba perfilada y gorra negra. Se acerca al grupo.
    --Perdonad, ¿sois amigos de Tote?
    Javier le responde con desgana, como si lo conociera y no le cayera del todo bien.
    --Sí, bueno, yo sí, ellos son policías que están investigando el caso.

     

    El recién llegado sobreactúa un gesto de dolor y le da un abrazo a Javier.
    --Se ha marchado el talento, tío.
    Villanueva mira a Jiménez sorprendido y decide preguntar.
    --Perdone, ¿quién es usted? ¿Conocía a la víctima?
    --Bueno, los poetas urbanos nos conocemos todos, claro. Yo también me dedico al rap, seguramente habrán escuchado alguna canción mía, bueno, más bien algún poema mío, porque son más poemas.
    Mi nombre es Paná, he dado un recital aquí, me he enterado de la noticia y he querido venir a rendir mi homenaje. Le escribiré una canción, aún no sé el título, será algo con “Crespúsculo” y “Tiempo”, el “Crepúsculo del Tiempo”, “El tiempo crepuscular”, por ahí irá, algo profundo e ingenioso...
    “Tiempuscular” eso está bien, perdone que lo apunte, no puedo rechazar a las musas.
    El recién llegado saca un cuaderno y anota algo.
    --Ya está. Apuntado. Será una canción con muchas esdrújulas y algún verbo en subjuntivo. Tote no se merecía menos.
    Javier parece incómodo. Jiménez, por otro lado, sí lo escucha con atención.
    --Pero, una cosa, lo del rap... esto es la música esa de hablar muy rápido, ¿no?
    Paná le mira con desprecio.
    -¿Perdone? El rap es el motor que tiene la poesía para seguir viviendo hoy. Es el latir de las calles, la verdad, la poesía urbana.
    Jiménez mira extrañado. El rapero continúa.
    --El rap es el máximo desarrollo del lenguaje.
    --Sí, hombre, eso es la saeta.
    --Oiga, no sabe de lo que está hablando, yo soy un poeta, un malabarista de letras, llevo al lenguaje a límites que no podría imaginar. Sin ir más lejos, una vez escribí una canción que tenía todas las palabras con vocales A, en plan “mañana”, “banana”, “cáscara”, luego todas con E, “Everest”,
    “revés” luego por I... Entiendo que no esté a su alcance, pero no hable sin saber, menos en la despedida de un compañero de letras.
    Jiménez se queda pensativo.

     

    --Así que usted escribe sólo con una vocal, luego solo con otra, luego con otra...
    --Sí, es una de mis canciones más conocidas.
    --Pues le voy a poner una prueba, a ver si es usted tan rápido.
    --Si es con lenguaje, acepto.
    --Yo le digo una frase cualquiera y una vocal, y usted tiene que cambiar todas las vocales de esa frase por la que le digo yo.
    --De acuerdo.
    Se genera una expectación en la sala del tanatorio. Villanueva no entiende nada. Pero Jiménez le pide tranquilidad con la mirada. Paná, mueve el cuello, calienta las cuerdas vocales haciendo ruidos extraños y se cruje los nudillos.
    --Dele.
    Jiménez asiente y dice:
    --Repita: “Mi moto alpina derrapante”.
    Paná parece que esperaba algo más complicado, porque relaja su expresión y con ritmo y voz engolada entona: “Mi moto alpiiina derraaapaaaante”.
    Jiménez contraataca.
    --¡Bien!¡Ahora con la O!
    El rapero ataca haciendo más grave su voz
    --Mo moto olpono dorropooooonto.
    --¡Genial! ¡Con la I!
    El rapero comienza a gustarse.
    --¡MI MIIITI ILPINI DIRRIPINNNN DIRRIPINN DIRRIPINTI!
    Jiménez también parece entusiasmado con el juego:
    --¡Ole el arte de este gitano! ¡CON LA A!

     

    El músico parece estar componiendo una canción con las absurdas frases, una canción que va in crescendo.
    --¡MA MAAATA ALPAAAAANA DARRAPANTA!
    Jiménez le jalea, riendo, y le dice: “¡VENGA! ¡Y AHORA FUERTE CON LA E!”.
    El rapero, en pleno éxtasis, entona la voz, cierra los ojos como para sentirlo, abre las palmas y canta a toda garganta:
    --¡ME METE EL PENE DE REPENTE!
    Silencio en la sala. Silencio absoluto excepto por Jiménez que no para de reírse.
    --Anda, poeta, que has caído con todo el equipo, te la regalo para que hagas una canción, ¿y tú eres el de la escuela de la calle? Valiente morcipapa...
    El rapero se retira cabizbajo. Jiménez se recompone y prosigue con el interrogatorio como si no hubiera pasado nada.
    --A ver, como habrá podido comprobar, yo de rap entiendo lo mismo que de barcos, soy más de Los Romeros de la Cueva y todo ese palo, ¿pero no es un poco raro ver a un rockero tocando con un rapero?
    --No sé si es raro o no, sé que lo previsible es coñazo. Me gusta el rock y la Semana Santa, como a Silvio, por cierto. Tocaba con un rapero y con un grupo indie. Y no pasa nada. Sevilla es una ciudad que intenta polarizarlo todo. Se trata de que te identifiques con una cosa pero, además, oponiéndote a la contraria. A mí eso me cuesta asumirlo mucho. Tote también era un ejemplo de eso mismo.
    --¿Por qué?
    --Porque lo mismo te hacía una canción renegando de la Semana Santa que te hacía otra con un estribillo que decía: “Como se está en Sevilla no se está en ningún lado”. En un disco de Tote te podías encontrar un cita de una peli de Woody Allen y una canción en la que se hablara del serranito de pollo. A un abogado hablando sobre propiedad intelectual o a su Dj contando un chiste. Quizá él no se daba cuenta de lo libre que era.
    --¿Alguna vez recibió amenazas?
    --¿Un rapero? Seguramente. Pero nada reseñable. Esta gente, los raperos me refiero, se pican más que una goma vieja. Están todo el día tirándose tiritos. Tote era distinto también en eso, no entraba mucho al trapo. La canción en la que criticó a la Semana Santa, “Devoto”, sí provocó que le dieran desde muchos sectores, pero desde luego yo nunca me hubiera imaginado algo así.

     

    --Entiendo, muchas gracias por su tiempo.
    --No hay de qué.
    En ese momento al joven le suena el teléfono. Mira la pantalla y a los policías.
    --Hostia, es el cantante Antonio Los Roscos, se conocían de una canción que hicieron juntos, madre mía, a ver qué le cuento yo ahora.
    Jiménez abre los ojos de par en par.
    --Hostia, ¿en serio es Antonio Los Roscos? ¡Es mi ídolo, tío!

     

     

    VEINTE
    Salen del tanatorio y se meten en el coche. A Villanueva le cuesta entrar por los golpes.
    --Jefe, la verdad es que tiene más mal color que un balón embarcado.
    --Muy gracioso, Jiménez, si hubiera estado usted cerca igual no me habrían dado esta paliza.
    --Una vez maté un gato... En fin, han llamado del laboratorio, los restos de ADN no encajan con nadie, pero el alioli, sí, el alioli está claro que es del Menda y además, como había varias servilletas, han comprobado que la salsa de cada una de ellas tiene distintas fases de oxidación, por lo que son de varios días. Es decir, no fue una vez puntualmente, al gigante le gustan tela los serranitos.
    --¿El Menda?
    --Sí, un sitio que hay casi en Córdoba.
    --¿El asesino iba a Córdoba a comer serranitos?
    --No, bueno, está en Sevilla Este, pero gastamos muchas bromas con que está muy lejos. De hecho, la gente le dice Córdoba Oeste. Sin ir más lejos, a mí al salir de la comisaría los compañeros me han dicho que allí tiene que ir la Interpol que me iba a meter en un lío.
    --¿Tan lejos está?
    --Para que se haga una idea, una vez me corté el pelo allí y cuando llegué a mi casa me tuve que retocar el flequillo. Hubo un año en el que sacaron una Hermandad desde el Parque Alcosa, comenzó la estación de penitencia el Domingo de Ramos, ¡y llegó a Carrera Oficial en verano!
    Villanueva se ríe.
    --No me haga reír, que me duele.
    --Bueno, vamos para allá, que mientras antes salgamos antes llegamos. ¿Lleva biodramina? Espero que no nos pille época de tifones y que no nos pidan el visado. Por cierto, en Sevilla Este vivió Pascual, el asesino del Palodú.
    Tras cinco minutos desde el centro de Sevilla, los policías llegan al bar. El Menda tiene una entrada en escalera. Jiménez accede el primero. Un camarero le sonríe como bienvenida desde detrás de la barra. Es la hora de comer y está lleno.

     

    --¿Qué le pongo al señor?
    --Al señor ponle dos velas, a mí una Cruzcampo.
    Ambos se echan a reír.
    --¿Qué pasa, Antoñito?
    Se abrazan.
    --Pues nada, aquí, metiendo más horas que la puerta.
    --Buena cosa. Oye, venimos por trabajo, ¿podemos hablar en un sitio tranquilo?
    --Pasad al reservado, voy a marchar dos serranitos.
    Villanueva tuerce el gesto.
    --No, gracias, a mí no me apetece comer aún.
    Jiménez le reprueba con la mirada y rectifica.
    --Bueno, está bien, habrá que probarlo.
    El hombre sonríe: “¡Perfecto!”.
    En una mesa apartada están los tres sentados. Jiménez toma la palabra.
    --¿Qué tal va todo?
    --Bueno, lo que te digo, mucho trabajo, hay que sacar adelante a la familia... pero no nos podemos quejar.
    --Coño, ¿has tenido niños?
    --Sí, uno, se llama Antoñito, pero como a mí me dicen el Menda, a él le han puesto “el Pictolín”.
    Está muy grande, empezó a andar hace tres meses.
    --¿Hace tres meses empezó a andar? Coño, pues irá ya por Mérida, ¿no?
    Los dos se ríen a carcajadas hasta que Villanueva mira con dureza a Jiménez, que deja de reírse y se pone serio.
    --Sí, vamos a lo que vamos, Antonio, iré al grano, creo que le estás dando de comer a un asesino de dos metros veinte.
    --¿Qué dices?
    Villanueva entra en la conversación.
    --Hace dos días llegamos a la escena de un crimen. Yo tuve, como ve por las heridas de mi cara, un encontronazo con el presunto asesino. Desgraciadamente huyó, pero...
    Jiménez interrumpe.
    --Hombre, desgraciadamente, desgraciadamente... Si no llega a huir todavía no le ha soltado jefe...
    --Perfecto, Jiménez, gracias por el apunte. Como le iba diciendo, el asesino perdió una valiosa prueba, una pelotita de servilletas de su establecimiento que el análisis ha demostrado que proceden de días diferentes.
    En ese momento una camarera trae los serranitos.
    --¿Inspector Villanueva me ha dicho que se llamaba, no? Pruebe el serranito antes que nada y entenderá muchas cosas.
    Villanueva mira sorprendido el serranito, lo muerde y cierra los ojos en una expresión casi mística.
    --¿Lo ve? Deje que le cuente una cosa, los estudios evolutivos dicen que el tiburón como especie lleva miles de años sin cambiar. No ha habido ni una sola mutación que haya mejorado lo que hay y se haya instalado en ellos como especie. El tiburón que usted se puede encontrar en una playa de Cádiz mañana, es genéticamente el mismo que el que andaba por allí cuando se llamaba Gádir. ¿Sabe por qué? Porque el tiburón es el depredador perfecto. No hay nada que lo pueda afinar... Pues lo mismo le pasa al serranito.
    Jiménez asiente.
    --Qué bien hablas, Antoñito.
    Villanueva no parece entender tan bien.
    --Disculpe, no le sigo.
    --El serranito es el bocadillo perfecto. No hay receta más armoniosa que esta, y un mojón para el Bulli, para TopChef y para el Telepi. Por eso hay muchos que se enamoran de él, por eso cada día servimos entre 300 y 400 y le cuento esto porque, como la mayoría se los llevan, es imposible saber quién es el asesino. Es como si le hubieran encontrado una etiqueta de Cruzcampo, averigua tú quién es...
    --Uy, qué buena fresquita, dile a la niña que me traiga otra, que tenía un agujero el vaso. Apunta Jiménez.
    Villanueva parece contrariado.
    --Aun así, ¿no le suena algún sitio para el que pidan muchos? ¿O con mucha frecuencia? Cualquier detalle nos podría venir bien.
    --De muchos sitios, mire, de lo de los refugiados donde van los negritos que no quieren volver a sus países me encargan todos los días lo menos 30, que por lo visto desde que probaron la leña ya no quieren otra cosa, tienen que ser de pollo, eso sí, porque muchos son musulmanes, pero se los comen como limas. Después, de FIBES también me encargan un montón, sobre todo por la noche, el turno de noche de allí se pone morado, los taxistas de la puerta también, que ahora les ha dado por ponerse allí todos, de la farmacia 24 horas de Alcosa, la de la calle Chiva, igual, del Continente lo mismo...
    ¡Pero si por aquí vienen hasta los cocineros del Bilio’s que es mi competencia! Aunque bueno, yo los uso también a ellos para la resaca, las cosas como son, como abren hasta tan tarde...
    Villanueva lo apunta todo en una libreta.
    --Bueno, en cualquier caso, le agradezco mucho su atención, de veras. Aunque sea complicado de detectar, por lo que dice, creo que la persona que buscamos o alguien de su entorno volverá por aquí.
    Si ve a alguien que le parezca sospechoso según lo que le hemos contado no dude en llamarnos.
    --Eso es, Antoñito, y ponme otro para llevar, que con lo lejos que está Sevilla Este, entre que llega el Transiberiano y eso, se me levanta otra vez el hambre.
    --Y dale, que no está tan lejos Sevilla Este, coño.
    --No, no, es verdad, es cosa mía, oye, ¿te puedo pagar con euros o aquí tenéis otra moneda?
    --El coño de tu prima tenemos de moneda. Anda, vete por ahí, estáis invitados.
    --Ea, pues gracias, ¡y a ver si hay suerte y entráis ya en el espacio Schengen ese!
    Todos ríen y se abrazan.
    Villanueva y Jiménez salen del Menda y se meten en el coche.
    --Usted dirá, jefe. No ha servido de mucho el interrogatorio, pero por lo menos nos vamos con el estómago lleno, y yo además voy a meter un palo bueno de kilometraje al haber venido hasta aquí.

     

    --Sí, estamos atascados, pero quedan cosas por hacer. Mañana a primera hora nos vemos en Santa Justa, nos vamos a Madrid.
    --¿Cómo? Como si quiere que nos vayamos ahora, yo siempre que voy a Sevilla Este echo unas muditas en el maletero porque nunca sé si llevar ropa de invierno o de verano. Déjeme llamar para avisar.
    --No hace falta que llame a la comisaria, usted está a mi cargo.
    --No, si a la que voy a llamar es a mi parienta, la comisaria me da igual, pero mi mujer me tiene firme. Cualquier día me borro porque esto no es vida.
    --Pero bueno, ¿usted hace todo lo que le dice su mujer?
    --No, hombre, no.
    --Menos mal...
    --No me ha entendido, no hago todo lo que me dice mi mujer porque me pide muchas cosas y no me da tiempo.
    Ambos se ríen.
    --Bueno, y a qué vamos a Madrid si puede saberse. Yo estuve allí cuando me casé, me gustó mucho el zoo.
    --Vamos a ver a la única persona que puede desatascarnos, a José Manuel Poto.

     

    VEINTIUNO
    Es por la mañana. Villanueva y Jiménez llegan a Madrid. Salen de Puerta de Atocha y cogen un taxi.
    --Buenos días, a Paseo de la Castellana 5, al Ministerio de Interior.
    Jiménez mira a Villanueva extrañado.
    --Vamos fuerte, ¿no?
    --José Manuel Poto fue trasladado a Madrid por las quejas de los otros internos.
    --¿Le quitaron la máscara y no paraba de cantar?
    --No, en el poco trato que tenía con el resto de reclusos su actitud era amenazante, incluso con los más problemáticos. Hubo algunos incluso que denunciaron que sus familias fuera de la cárcel estaban sufriendo extrañas amenazas y curiosos accidentes.
    --Hijo puti el Poto, más mala leche que un gato pisado, y lo inocente que parecía con las rumbitas.
    --Finalmente lo trasladaron a un módulo de máxima seguridad de Soto del Real en el que está absolutamente aislado y es imposible verle.
    --¿Entonces, cómo vamos a hacerlo nosotros?
    --Por eso vamos al Ministerio del Interior, me deben varios favores.
    El taxi llega a su destino y los dos agentes descienden del coche. A Jiménez están a punto de atropellarlo porque sale por la puerta que da hacia la carretera. Un coche pega un volantazo y se marcha pitando.
    --¡ADIÓS! ¡NO TE HABÍA CONOCIDO! --grita Jiménez saludando al coche que se marcha--. Será estresado el tío... --añade.
    Villanueva parece avergonzado, mira alrededor y ve un bar cerca del Ministerio.
    --Jiménez, vamos a ese bar, es mejor que me espere fuera.
    Ambos entran en el bar. El camarero los saluda y mira a Jiménez.
    --¿Una cañita?

     

    --Uf, una cañita no, aunque la verdad es que tengo hambre, un suso mejor.
    --¿Disculpe?
    --De crema si tiene, si no, es igual, de chocolate mismo.
    Villanueva niega con la cabeza entre las manos.
    --Caballero, me refería a una cerveza, a una Miau.
    Jiménez mira a Villanueva asustado y vuelve a mirar al camarero.
    --Cerveza o Miau, porque no es lo mismo. Yo bebidas con nombres de pienso de gatos no tomo. Y
    menos con la que se lió en la Feria pasada. No te voy a pedir una cerveza Taifa artesanal del mercado de Triana, pero una Cruzcampo me podrás poner, ¿no?
    Villanueva interviene para mediar.
    --Póngale un pincho de tortilla y un vasito de vino, por favor. Jiménez, necesito que me espere aquí.
    No sé lo que tardaré, pero no quiero tener que estar buscándolo por Madrid, ¿de acuerdo? Ponga el móvil en sonido, que luego pasa lo que pasa. Intentaré volver lo antes posible.
    --Perfecto, jefe, aquí le esperaré.
    Villanueva se marcha del bar y entra en el edificio del Ministerio de Interior. Se reúne con uno, llaman a otro, piden permisos, se entrevista con directores generales que llaman a directoras de instituciones penitenciarias, que le dicen que ahora le devuelven la llamada. Se solicitan informes sobre la seguridad de una visita a un recluso tan peligroso, otros informes sobre el perjuicio psicológico que puede recibir el interno y finalmente sale del Ministerio. Villanueva entra en el bar en el que dejó a Jiménez y no lo encuentra. Mira el reloj, han pasado horas desde que lo dejó allí.
    Comienza a preocuparse. Llama al camarero.
    --Perdone, el hombre que estaba aquí esta mañana y que vino conmigo, ¿dijo a dónde iba?
    --¿Usted es Villanueva?
    --Sí.
    --Su amigo es un gracioso. No ha parado de pedir tapas de queso con sus correspondientes copas de vino y cuando se ha hartado me ha dicho: “Apúntamelo, niño”. Yo, como es la política de la casa, le he dicho: “Aquí no se apunta nada, caballero”, a lo que me ha respondido: “Ole la gente buena ahí invitando”. Y se ha ido a la carrera.

     

    ”--Antes de irse ha hablado mucho de usted, le tiene mucha estima, y yo espero que pague la deuda que ha dejado de 38,40.
    El policía resopla.
    --Sí, sí, no hay problema, por supuesto.
    Villanueva paga. Sale del bar y llama a Jiménez por teléfono que no dice ni “diga”.
    --¡Jefe! ¡No vaya al bar de antes, que he hecho un simpa!
    --Demasiado tarde, Jiménez...
    --Bueno, no se preocupe, coja un taxi y véngase para el Lambuzo, que es el bar de unos amigos míos y tienen Cruzcampo, yo le invito aquí.
    --¿Dirección?
    Jiménez suena como si hablara con alguien.
    --Niño, Luis, ¿esto qué calle es? Vale. Jefe, calle de las Conchas 9. Entre Ópera y Callao. Por cierto, ¿tenemos permiso?
    --Falta una firma, ahora le cuento.

     

    VEINTIDÓS
    Villanueva llega al bar Lambuzo. Entra por una puerta de cristales y ve a Jiménez, con un botellín de Cruzcampo subido en un taburete y todo el mundo escuchando con expresión divertida lo que está contando.
    --¡Escuchad! ¡Escuchad! ¡Que este es buenísimo! Dos notas con la papa en un bar a las tantas de la mañana y le dice uno al otro con toda la boca pastosa: “Anoche me acosté con tu madre”. Y el otro se le queda mirando todo serio y le dice: “¡Vámonos, papá, que esto es lo que me faltaba ya!”.
    El bar estalla en una sonora carcajada. Jiménez se dobla riéndose y está a punto de caerse del taburete. Con el gesto ve a Villanueva en la puerta y se le corta la risa. Se baja y se acerca.
    --Me ha costado, pero he encontrado un bar con Cruzcampo. Discúlpeme, es que usted sabe que sin una fresquita yo no funciono, y ya he probado el salmorejo y yo creo que tienen a mi abuela secuestrada en la cocina porque no vea qué maravilla.
    --Perfecto.
    --Pero, además, no se enfade, he avanzado en la investigación, no se crea, hay que sumar para restar. Venga, que le quiero presentar a Pepe, el dueño de esta embajada andaluza.
    Jiménez hace las presentaciones entre Villanueva y Pepe Moreno. Los tres van al final del local y bajan unas escaleras que llevan a una especie de reservado subterráneo. Se sientan en una mesa.
    --Villanueva, aquí mi amigo Pepe, puede sernos de mucha utilidad porque es amigo de José Manuel Poto.
    --Bueno, amigo, amigo... éramos. Cuando lo trasladaron aquí hice el intento de visitarle en la cárcel, pero me dijeron que era muy complicado.
    --Le entiendo.
    --En Sevilla teníamos mucha relación, era un tío realmente divertido, pero guasón, guasón, muy buen tío, pero de repente empezó a meterse en cosas raras y yo creo que se le fue de las manos el tema. Luego ya vino todo aquello de los crímenes con la regañá y con el palodú y me enteré de que estaba implicado.
    --¿Qué relación tenían?
    --Me consta que me tenía mucho cariño, como yo a él. Jiménez me ha dicho que van a ir a hablar con él. Era un tío que ayudaba a todo el que se lo pedía. Si había un concierto benéfico, ahí estaba el primero, y por supuesto se lo ha currado mucho, mucho. Que parece que los discos que vendió de Por ella o de Déjate Querer los vendió porque sí.
    --¿Cuándo fue la última vez que lo vio?
    --Nosotros llevamos en Madrid poco más de un año. Nos vimos poco antes de que nos trasladáramos, somos de Villamartín, pero llevamos toda la vida en Sevilla, y le sentó fatal.
    --¿Cómo?
    --Sí, que cuando le dije que nos íbamos a Madrid me puso de grana y oro. Me dijo que cómo iba a dejar Sevilla, que era la mejor ciudad del mundo y que yo era un desagradecido si me iba. Que quién coño era yo para ponerme a cocinar coquinas y ensaladilla de gambas a forasteros, que así nos iba.
    Me echó la culpa de muchas cosas, me decía que cada vez había más bares de kebabs y de pizzas y menos de pringá, y que encima yo, que era de los buenos, me iba.
    --¿Llegó a amenazarle?
    --Bueno, a José Manuel hay que conocerlo. Aquello fue muy desagradable, pero yo sé que se le calienta el pico rápido y que no dice lo que piensa del todo, pero sí, me dijo que me anduviera con cuidado, que a ver si al final íbamos a tener tonterías. Me fui de allí muy triste, la verdad.
    --Puedo entenderlo, claro.
    --Si lo ven, díganle de mi parte que él no es así, que tengo ganas de poder volver a colgar el disco que me firmó de “Como una Luz”. Quédense a cenar, mi mujer hace un salmorejo buenísimo, Jiménez puede dar prueba de ello.
    --Espectacular, jefe, merece la pena.
    --De acuerdo, en cualquier caso debemos hacer tiempo, Jiménez, tenemos el permiso pero nos lo tiene que firmar Pere Rovirat, un alto cargo del Ministerio que no estaba.
    --¿Como que Pera?
    --Se pronuncia Pera pero se escribe Pere, Jiménez, es catalán, no la vayamos a tener.
    --Pero... ¿Pera como “Pera de Agua”?
    Jiménez empieza a reírse.
    --Suena parecido, sí.

     

    --Pues espero que no sea de esos que son muy rubios, muy blancos y tienen los ojos rojos porque entonces sería Pera al vino.
    Jiménez estalla en carcajadas. Villanueva sigue serio.
    --Espero que tome proporción de la importancia de encontrar a este hombre y que nos autorice.
    Jiménez se seca las lágrimas de la risa, Pepe Moreno también sonríe.
    --Sí, sí, el Pera es para comérselo...
    --¡Jiménez, coño!
    Jiménez está llorando de la risa. Se intenta calmar.
    --Perdone, sí, sí, me hago cargo, pero ¿cómo lo vamos a encontrar?
    --Fácil, me he descargado una aplicación en el móvil que nos ayudará, ahora le explicaré qué es el Grinder.
    --¡Perfecto, jefe! ¡Donde usted diga vamos! Quería ir a la Peña Bética Pata Negra de aquí que es de mi amigo Esteban, pero el deber es lo primero. Si hay que buscar a un nota que se llama Pera yo creo que lo mejor es empezar a buscar... ¡por la plaza de abastos!
    Villanueva y Pepe, el dueño del bar, comparten una mirada cómplice que Jiménez parece no entender.

     

     

    VEINTITRÉS
    Dos de las mañana. Villanueva y Jiménez entran en un local que se llama “Guay No?”. Hay una inmensa bandera con los colores del arcoíris en la puerta y carteles anunciando que esa noche pincha un tal DJ Ego. La gente que hay no para de bailar como fuera de sí. Jiménez mira con miedo. Va detrás de Villanueva y lleva una cara rara. En un momento dado, detiene al inspector y le grita al oído. La música está muy alta.
    --¡Villanueva!
    --¡¿Qué?!
    --¿Cómo sabe que nuestro hombre está aquí?
    --La aplicación que me he descargado, Grinder, es una red social que utilizan los homosexuales para encontrarse. Me han dado su nombre en esa red y me dice que está en este bar desde hace una hora y veintidós minutos.
    --Ande, inspector, ¿eso cómo va a ser?
    --Se lo juro.
    --Bueno, eso explica lo de los modelitos.
    --¿Qué les pasa?
    --Pues que... Aquí la gente cose para la calle, ¿no?
    --¡¿Qué?!
    --¡Que esta gente son blanditos!
    --Si lo que quiere preguntar es si es un bar de ambiente, la respuesta es sí.
    --De ambiente en general, no, de ambiente mariquita.
    --El director general que tiene que firmar la autorización para que veamos a Poto viene mucho a este bar. Es un secreto a voces.
    --Un satirón vamos.
    Villanueva y Jiménez se acercan a la barra para pedir algo. La camarera debe de medir casi dos metros, viste un conjunto ceñido, va muy maquillada y parece que usa peluca, se le intuye un poco de sombra sobre el bigote. Ve a Jiménez y le pasa el dedo índice por la nariz y le habla con una inesperada voz grave.
    --Hola, gordito.
    Jiménez entra al trapo.
    --Hola, princesa.
    Villanueva coge a Jiménez del hombro.
    --Jiménez, por supuesto, haga lo que quiera, soy un hombre moderno, pero le informo de que esta mujer no tiene clítoris.
    --No pasa nada, esa cerveza no la conozco, que me ponga una Cruzcampo mismo.
    --Creo que no me entiende, es un transexual.
    Jiménez abre la boca, mira a la chica, mira a Villanueva y agacha la cabeza para pedir en voz baja.
    La chica de la barra sonríe con complicidad a Villanueva y les sirve las copas.
    Los dos agentes dan vueltas por el local. Buscan por todo el bar pero no encuentran a su hombre. El ambiente está muy cargado. Jiménez no para de mirar con cara de extrañeza, incluso de miedo, y no se separa de Villanueva. Siguen dando vueltas pero no encuentran nada. Se dirigen a la sauna pero no está abierta. Vuelven a echar un vistazo por la barra, por la pista, pero no parecen reconocer lo que están buscando. Finalmente ven un cartel que dirige con una flecha hacia una escalera que sube.
    Anuncia el cuarto oscuro. Villanueva comienza a subir. Jiménez le da un tirón del hombro.
    --¡Tsssh! ¡Tsssh! ¿Adónde va?
    --Puede que esté en el cuarto oscuro.
    --Ojú, qué fatiga... Villanueva, prométame una cosa antes de subir ahí.
    --Dígame, Jiménez.
    --Si se le caen las llaves, un billete de 50 euros o el papel que hay que firmar, NO SE AGACHE A RECOGERLO, voy yo otra vez al Ministerio si hace falta pero no se ponga en posición escopeta de plomillos que aquí le ponen a uno a veinte uñas rápido.
    --No se preocupe, sé que le puede impresionar, pero piense que esto puede evitar muertes en Sevilla.
    Ese comentario, inesperadamente, parece que relanza a Jiménez con una nueva energía y se adelanta.
    --Es verdad, déjeme a mí, encontraré a su hombre. Voy a poner la linterna del móvil.
    A Villanueva no le da tiempo ni siquiera de reaccionar. Jiménez abre la puerta bruscamente y enciende la luz led del teléfono.
    --¡PERA! ¡PERITA1 ¡SOY EL FARO DE CHIPIONA! ¡ASOMA LA PATITA!
    De manera casi instantánea, la gente del cuarto comienza a quejarse.
    --¡GORDO! ¡APAGA LA LINTERNA Y COGE ESTA SI QUIERES, CABRÓN! ¡FUERA DE
    AQUÍ!
    --No queremos molestar, de verdad, vosotros seguid a lo vuestro del pelo, pero necesitamos hablar con Pera, que es importante. ¡Catalino! ¡Pera! ¡Aquí tu mandarina! ¡Sal!
    En ese momento Jiménez se vuelve hacia el inspector.
    --Ojú, Villanueva, esto huele como la ingle de una mona.
    Jiménez va alumbrando con el teléfono hasta que una voz interrumpe los gritos.
    --Yo soy Pere, per el amor de Deu, apaguen la linterna y esperen fuera a que me vista.
    Villanueva y Jiménez salen del cuarto oscuro y cierran la puerta. Villanueva no sabe dónde meterse.
    --Jiménez, ojalá no me arrepienta de lo que le voy a pedir, pero me gustaría que me esperara en la barra mientras yo hablo con este hombre. Le pediré disculpas de su parte, creo que ya ha hecho bastante.
    --¿No será usted también rarito y lo de la comisaria una tapadera?
    --No, no es eso, es más bien que le temo.
    --No se preocupe, me bajo y me quedo ahí, calladito y apoyadito de espaldas a una pared por si acaso.
    --Perfecto, pero aquí efectivamente no creo que tengan Cruzcampo, así que si no hay no vaya a montar un pollo, que es lo que le faltaba.

     

    --No se preocupe, me pediré otro Juanito el Caminante, no hay problema.
    --De acuerdo, pero pídalo como Johnnie Walker, por si acaso.
    --Correcto.
    Jiménez baja las escaleras y se pierde entre un mar de cuerpos sudorosos que bailan frenéticamente música electrónica y repetitiva. Arriba, Villanueva espera y la puerta del cuarto oscuro se abre para dejar salir a Pere Rovirat.
    --Espero que haya un motivo importante para este numerito.
    --De verdad que lo siento, le quiero presentar antes que nada mis disculpas, por un lado por el comportamiento de mi compañero y por otro por atreverme a molestarle aquí, en su vida privada.
    --No se preocupe, estaba ya a punto de salir y a esa gente no se le corta el punto fácilmente.
    --¿Por qué?
    --La Levitra, una pastilla que está muy de moda. Es parecida a la Viagra. La Viagra es más mecánica, la tomas y ya estás armado, esta te la puedes tomar y no pasa nada, ahora, como un tío te ponga la mano en el hombro, te salen tres dedos de pito blanco en los que no te ha dado el sol en la vida, y así te quedas todo el tiempo que quieras.
    --Eh... bueno, no sé si es demasiada información, verá, la razón por la que hemos venido es porque estamos llevando una complicada investigación en Sevilla. Ha habido ya tres muertes y necesito interrogar a un preso aislado.
    --A Poto, ¿verdad?
    --Sí.
    --Es muy arriesgado, ¿lo sabe?
    --Digamos que somos viejos conocidos, director.
    --De acuerdo, es su responsabilidad, deme ese papel que lo firme y tenga mucha suerte, muchacho.
    Villanueva saca la autorización y el director la firma. En ese momento la música desaparece y oye un montón de risas y aplausos abajo. El director mira a Villanueva.
    --Corra, creo que su amigo está haciendo otra vez de las suyas.
    Villanueva guarda el papel, saluda y baja corriendo las escaleras. Lo que encuentra le parece inexplicable: todos los clientes del local mirando hacia el mostrador en el que está Jiménez, con un bulto que parece ir a romperle la bragueta del pantalón, a punto de empezar a bailar sevillanas con la camarera alta de voz grave. Además tiene una copa en la derecha y un micro en la izquierda con el que comienza a cantar: “Vamos todos, ¿eh? Es muy fácil, No decirle mariquita, que tiene nombre también. Que tiene un nombre también, no decirle mariquita, que tiene un nombre también, y Dios quiso hacerlo hombre, cuando venía para mujer”.
    La pista de repente se ha transformado en lo más parecido a una mezcla entre una clase de aeróbic y una caseta de feria. Todos los cuerpos sudorosos que antes convulsionaban al ritmo de la música electrónica bailan ahora sevillanas mientras Jiménez sigue cantando con el micro y bailando con la camarera encima de la barra.
    Villanueva atraviesa los bailes. Como puede alcanza la barra y tira del pantalón a Jiménez.
    --Vámonos, Jiménez, que ya tengo la firma.
    Jiménez responde con un gesto que espere y sigue bailando y cantando.
    --¡Ahora la segunda!
    Dos horas de sevillanas después, Villanueva y Jiménez por fin abandonan el bar entre aplausos.
    --Le ha firmado Perita en dulce al final, ¿no?
    --Sí, todo correcto, vaya la que ha liado. Solo una cosa, ¿qué es ese bulto que lleva en los pantalones?, ¿el móvil?
    --Pues, más bien el fijo. Mi amiga de la barra, Sara Tirana, me ha invitado a un cóctel nuevo que preparan: Levitra Cola se llama. No estaba malo, pero oiga, ha sido tomármelo y me han empezado a crujir los calzoncillos como un almendro cargado de gitanos.
    Villanueva niega con la cabeza.
    --Solo espero que mañana, para cuando nos veamos con Poto, se encuentre mejor.

     

    VEINTICUATRO
    Villanueva y Jiménez están en una habitación completamente construida con espejos. El techo, el suelo, las paredes, todo refleja. Jiménez no hace más que mirar con desconfianza.
    --Yo creo que nos están quincando desde atrás.
    Una de las planchas de espejo se abre. Entra José Manuel Poto. No separa la vista de Jiménez. Lo llevan cuatro policías amarrado a su camilla vertical. Lo acercan a la mesa, presionan una palanca en la camilla y esta se dobla hasta convertirse en una silla. Uno de los policías lo acerca a la mesa y se dirige a Villanueva.
    --Si tienen algún problema pulsen el botón del pánico que hay debajo de la mesa, a su lado. De todas maneras, estamos monitorizando todo.
    --Muchas gracias, agente.
    Salen por la puerta.
    Silencio.
    Jiménez rompe el hielo.
    --José Manuel, nos alegra mucho verte, de verdad, tenemos muchas preguntas que hacerte.
    Villanueva parece sorprendido por el liderazgo que ha asumido Jiménez, que continúa.
    --Puede que te suene extraño pero ¿tú entiendes de electricidad?
    Poto le mira extrañado.
    --Pues, bueno, sí, de los técnicos de los conciertos algo se te pega siempre, sí, algo de electricidad sí sé.
    En ese momento Jiménez se levanta, se echa la mano a la entrepierna, se agarra un llamativo bulto y le grita:
    --¡¿ME PUEDES DECIR SI ESTO ES CORRIENTE?!
    Poto se intenta abalanzar pero no puede porque está inmovilizado a su silla.
    --¡¡MALDITO HIJO DE PUTA!! TE APROVECHAS DE QUE ESTOY DESENTRENADO Y

     

    VIENES AQUÍ, A MI CASA, A DARME UN PREMIO, ¡¡TE VOY A ESTRANGULAR EN
    CUANTO PUEDA!!
    Villanueva da un golpe en la mesa.
    --Señores, esto no es una batalla de ingenio entre vosotros. ¡Está muriendo gente!
    --Lo siento, jefe, es que ya se me está bajando el efecto de la pastilla esa de anoche y quería aprovechar.
    Poto les mira con desgana.
    --A mí me dan igual los muertos, si todos los que están cayendo son unos desgraciados. A saber: un majareta que se creía que era un pájaro con el pico de colores, un político megalómano que casi arruina la ciudad, un rapero que hacía canciones contra las tradiciones que definen a Sevilla... ¡Que les den por culo!
    Jiménez se enciende.
    --¡No te permito que hables así del ex alcalde!
    --Adiós, ahora resulta que el gordo vota al P. A., la pedrada que le faltaba.
    --Pues no, listo, pero a mi mujer la conocí en la Descubriteca y eso se lo debo en parte a esa gran persona que vosotros habéis eliminado.
    --Vete al carajo, si con lo fea que es tu mujer deberías estarme agradecido.
    --¡La belleza está en el interior!
    --Pues pélala porque vaya cáscara fea que tiene.
    Villanueva vuelve a dar un golpe en la mesa y grita.
    --¿¡SE VAN A CALLAR O QUÉ COÑO VA A PASAR!?
    Silencio.
    Villanueva se recompone.
    --José Manuel, te voy a ser sincero. Estamos absolutamente bloqueados, necesito que nos des algo.
    --¿Yo? ¿Pero tú te has vuelto loco? ¿Se te ha olvidado en qué bando juego?

     

    --No se me ha olvidado, pero tampoco se me ha olvidado las ganas que tienes de volver a cantar.
    Sé que aquí no tienes acceso a Twitter, por ejemplo, pero no te puedes imaginar cómo te echa la gente de menos. No tienes las manos manchadas de sangre, si nos dieras algo de información podríamos conseguir que salieras en el momento, ayer lo estuve hablando en el Ministerio y me lo han garantizado. Solo tienes que llamarme a mí o a la comisaría, aquí tienes los números. Una llamada y estarás liándola otra vez de gira por España. Tenemos contactos en México y Argentina, podríamos ofrecerte una gira por Sudamérica o participar en algún programa de televisión, hay algunos muy divertidos de imitar cantando, que te caracterizan y todo.
    Poto se queda pensativo.
    Jiménez le mira.
    --Cántate algo, Poto, recuerda lo que es tu vida, aunque sea el estribillo de “Por Ella”.
    Una lágrima parece asomarse de los profundos ojos del cantante amarrado.
    --Ya no puedo. Eso pasó a mejor vida, cantar, ir de montería con mi colección de escopetas... Mi cometido ahora es otro. Me lo prohibió el Hermano Mayor, mi destino va en otra dirección.
    --José Manuel, puedes cambiar... Te protegeremos.
    --¡NO! ¡ESTÁ TODO A PUNTO! ¡NO SE PUEDE SER EGOÍSTA AHORA!
    Poto se aguanta las lágrimas. Villanueva le mira con lástima y ataca.
    --Poto, hemos estado con tu amigo Pepe Moreno.
    Jiménez interrumpe.
    --Tiene un bar aquí en Madrid con un salmorejo que se te va la cabeza, y encima tiene Cruzcampo fresquita. Aunque, bueno, a ti qué más te da si sales menos que el Cachorro.
    Villanueva prosigue.
    --Pepe nos ha dado muchos recuerdos para ti, dice que te tenía mucho cariño, y que creía que tú también se lo tenías a él. Que luego os distanciasteis sin saber muy bien por qué.
    Poto sigue aguantando las lágrimas.
    --Me ha pedido que te pregunte si podrá volver a colgar aquel vinilo que le firmaste.
    Jiménez apunta.

     

    --Uno de “Como una luz”, la canción que quedó tercera en el Festival de la OTI en el 89: temazo.
    Poto parece dudar, pero finalmente rompe a llorar.
    --¡Iros! ¡No os ayudaré nunca! ¡Y rezad lo que sepáis porque os estáis enfrentando... AL
    PRISIONERO!
    Los policías salen de la prisión. El móvil de Villanueva suena. Jiménez mira.
    --Uy... La comisaria... Ésta todavía quiere manteca de lomo, hágame caso.
    Villanueva coge la llamada.
    --¿Sí?
    --Es necesario que vuelvan lo antes posible a Sevilla, maldita sea, hay otra víctima: Norberto el de los Pajaritos de Triana.

     

    VEINTICINCO
    --Estaba muy nervioso últimamente. Llevaba un tiempo raro, la verdad.
    La hija de Norberto está visiblemente afectada. No para de lloriquear y de darle vueltas en la mano a un pañuelo de papel arrugado. Está respondiendo a las preguntas de Villanueva y Jiménez en una mesa del bar que tenía su padre en Triana. Están solos en el local.
    --Llegamos aquí como cada día y estaba sentadito en aquella silla de allí. Con una expresión apacible, la verdad. El forense nos ha dicho que alguien con mucha fuerza le estranguló y le acabó aplastando la tráquea de la presión que hizo.
    Villanueva se lamenta.
    --Lo siento, es terrible.
    Jiménez interviene.
    --Lo que no entiendo es por qué han atacado a su padre. Era uno de los bares con más carisma de toda Sevilla. Venir aquí a comer pajaritos era una obligación para cualquier sevillanito. Si tenía hasta un chiste, ese de uno que venía y le preguntaba a tu padre: “Buenas, ¿tiene pajaritos?”, y tu padre le decía: “Sí, señor, fritos, los mejores de Sevilla”, y el nota responde: “Vale, entonces me voy”; total, que tu padre se queda extrañado y le grita: “Oiga, que le he dicho que sí tengo”, y el nota responde: “Ya, yo es que vendo alpiste”.
    Jiménez se ríe. Es el único. Silencio incómodo.
    Villanueva no se cree lo que acaba de escuchar e intenta cambiar de tema.
    --¿Algún móvil posible? ¿Su padre cambió de proveedor y compraba pajaritos a China, por ejemplo?
    --No, no van por ahí los tiros.
    Tanto Villanueva como Jiménez se intrigan.
    --¿Entonces?
    --Mi padre siempre estuvo muy orgulloso de su trabajo, pero quería algo más de reconocimiento.
    --¿Una estrella Miguelín?

     

    --Por ejemplo. Él pensaba que tenía mucho más talento del que se le reconocía, y que los pajaritos eran una ciencia, que debía reivindicarlo. Pero nunca se atrevió a dar el paso.
    --Entonces.
    --En parte la culpa es mía. Hace un tiempo me compré un móvil y un día le dije que jugara al Angry Birds.
    Jiménez mira sorprendido.
    --¿A qué?
    Villanueva interviene:
    --El Angry Birds es un juego de móvil de unos pájaros que explotan, es como una especie de guerra.
    --Pero ¿quién se los come?
    --Nadie, Jiménez, simplemente explotan, es un juego.
    --Pues vaya desperdicio, con lo buenos que están los pajaritos.
    La hija de la víctima asiente.
    --Así pensaba mi padre, decía que él en 30 años de bar había matado más pájaros que los chinos que habían inventado el juego y que él tenía que salir, como malo final o de lo que fuera.
    --Entiendo.
    --Mandaba correos, estaba aprendiendo inglés incluso para contactar con ellos, y se estaba obsesionando con el tema, decía que les podía asesorar, que tenían fallos graves de tipos de pájaros, que tal pájaro no podía explotar así, que el amarillo gordo no era ninguno, que se lo habían inventado y que se podía poner una alondra y quedaría mejor... Supongo que se lo contó a la persona equivocada, y eso de que un símbolo de la ciudad más tradicional quisiera salir en una app de móvil no habrá sentado bien.
    --Dios mío.
    --Hay algo más, dejaron una nota pinchada en un pajarito.
    La hija saca de su bolsillo un papel de estraza doblado.
    Villanueva y Jiménez lo leen: “Pronto acabará la dependencia de Sevilla. SLB 4/7”.

     

     

    VEINTISÉIS
    Villanueva se lamenta en la habitación del hotel. No para de escribir cosas en su cuaderno, de buscar datos en Internet, garabatea sobre los mapas que tiene colgados, los tira. Se detiene ante las cuatro fotos de las cuatro víctimas. Las mira, las observa detenidamente y da un golpe en el corcho.
    Se sienta abatido en la mesa. Coge un lápiz, una cuartilla y escribe: “Monstruo” y debajo una gran interrogación. En otra cuartilla escribe “Líder” y debajo añade otra gran interrogación. Pincha las dos cuartillas junto a las fotos de las cuatro víctimas.
    Se queda observando el tablón como si fuera una ecuación incompleta. Vuelve a coger un papel y escribe “Jiménez” y lo acompaña de otra interrogación. Lo observa un buen rato, lo quita, lo arruga y lo tira a la papelera.
    Suena el teléfono. Es precisamente Jiménez.
    --Jefe, creo que debe poner Canal Sur. No se lo va a creer, acaban de anunciar como última hora que van a emitir una entrevista grabada del periodista Jesús Gamero...
    --¿A quién?
    --Al mismísimo Hermano Mayor de Serva La Bari.

     

    VEINTISIETE
    Entra la cabecera del programa de Jesús Gamero: “El Loco de la Pamplina”. El primer plano es el del periodista, que mirando a cámara, comienza a hablar.
    --Esta noche tenemos en el plató a un hombre que cree que cometer un delito no le convierte a uno en un delincuente. Tengo enfrente de mí a un hombre que persigue sus objetivos cuesten lo que cuesten y que, a lo mejor sin tú saberlo, amigo telespectador, está trabajando para que tú vivas en una ciudad, Sevilla, que no se deforme. Esta noche está sentado conmigo en la mesa un hombre buscado por la policía y que todavía no ha acabado su polémico propósito. Por eso entenderéis que responda detrás de un antifaz negro.
    La televisión emite para Villanueva, para Jiménez, para la comisaria y para toda Andalucía la imagen del hombre que está detrás de Serva La Bari. Lleva un traje de chaqueta y la cara oculta con un antifaz de ruan. El periodista provoca un silencio incómodo en el plató, lo estira. Nadie dice nada por lo menos durante quince segundos.
    --¿Hemos cortado o qué? Es que con el antifaz no veo bien. ¿Hemos parado?
    La voz, en la tele, está distorsionada. El periodista responde.
    --No, simplemente he añadido un silencio interesante. Por cierto, ¿qué te parece el Silencio a ti?
    --Una Hermandad muy bonita. Seria, como tiene que ser.
    Silencio en el plató.
    --¿Otra vez callado?
    --Nos has pedido que te llamemos Hermano, ¿por qué?
    --Bueno, durante años nuestra organización ha estado oculta, trabajando desde la sombra por el bien de la ciudad. En los últimos tiempos hemos alcanzado un poco más de... digamos, notoriedad.
    Entendemos que haya gente que no vea los asesinatos selectivos como males necesarios para un objetivo mayor. Quiero que me llames Hermano porque somos hermanos, estamos para ayudar a los sevillanos, pero también para castigar cuando no se hacen las cosas bien y una rama se tuerce.
    --¿Y el amor, Hermano?
    --Mire, Jesús, hacer el amor es ir con los brazos en cruz por la calle Cuna, a mí no me trate como a un entrevistado más porque no lo soy. No voy a entrarle al trapo a preguntas para que mañana la gente hable de lo bien que pregunta o de cómo usa los silencios. Si ese es el plan, Jesús, un mojón para usted.
    Silencio.
    --Vaya, ahora parece que ha perdido usted el control y que los silencios los marco yo, ¿no? No me hace falta que me pregunte nada, tengo claro lo que tengo que decir, lo mismo que llevamos siglos defendiendo, ya está bien de majarones. Tienes delante a alguien que defiende a su ciudad aun a costa de acabar con la vida de gente, y por supuesto de exponerse a una ley miope que no entiende qué es lo importante, ¿a alguien así, Jesús, tú crees que le puedes preguntar por el amor?
    --No me diga lo que tengo que preguntar...
    --Yo le digo a usted lo que me da la gana, usted no sabe quién soy yo, hay presidentes del Gobierno que han hecho lo que yo he dicho, reyes, el mundo entero se ha movido como yo he querido, y si no me hace caso aténgase a las consecuencias.
    --¿Está usted en el club Bilderberg?
    --Yo el único club que conozco es el RACA y, por cierto, mande poner la calefacción, que hace aquí más frío que robando pingüinos.
    Silencio.
    Silencio.
    Silencio.
    El encapuchado se incomoda.
    --Otra vez callado el nota este... ¿Va a preguntar o qué? Qué pesadito el tío con los silencios, si es que tenía que haberle dado la entrevista a Juan y Tres Cuartos, lo que pasa es que ese me mete a un niño gordo rociero contando chistes y la tenemos.
    --¿Van a volver a matar?
    --Hombre... miarma, una preguntita en condiciones. Sí. Estamos decididos a llegar a siete crímenes.
    --¿Por qué siete?
    --El siete es un número clave en la ciudad de Sevilla. Supongo que muchos lo sabrán, “Sevilla”
    tiene siete letras, “La Feria” también, “El Rocío”, aunque sea de Huelva, lo mismo. Existen calles como “Las Siete Revueltas”, hermandades como “Las Siete Palabras”, son señales obvias que ya hemos comentado otras veces, pero no las únicas. Nuestra sociedad secreta ha marcado en la ciudad el siete a fuego. Si usted va a Plaza de Armas a coger un autobús lo hace porque nosotros pusimos el dinero. Nos parecía importante, así que le dimos el dinero a aquel alcalde que luego perdió la cabeza y que ha pagado lo suyo. Para firmar que la estación era fruto de nuestros recursos exigimos que los andenes que estaban enfrentados sumaran siempre 43. Y si se suma 4 y 3 da siete. El andén 1 está enfrentado al 42, el 12 al 29, el 7 al 36. Todos suman 43, y luego 7. Habrá siete crímenes, que no quiere decir que sean 7 víctimas.
    --¿Disculpe?
    --Sí, igual en un solo crimen caen dos, como por ejemplo, a ver qué hora es... Sí, si esto se emite cuando hemos quedado, a la hora a la que la gente lo esté viendo, acabarán de morir dos personas más, que no solo traicionaron a la ciudad, sino que firmaron su afrenta. Obviamente no le diré más.
    --¿Cuál es el objetivo de todo esto, Hermano?
    --El pueblo sevillano debe saber que todos estos miarmicidios tienen un porqué. No deben tener miedo si siguen el camino recto. Sevilla nunca dependerá más. Tenemos en marcha un proceso por el que seremos dueños de nuestro futuro, que confíen en Serva La Bari, que nunca les ha fallado.
    Copy de Canal Sur. Fin de emisión.

     

    VEINTIOCHO
    Ha pasado apenas una hora desde que ha acabado la emisión de la entrevista. Villanueva y Jiménez están en el despacho de Jesús Gamero. El periodista parece nervioso.
    --Vieron la entrevista, ¿no? Fue la más dura que he hecho en mi vida.
    --Si, tremenda, le damos la enhorabuena por conseguirla, hemos venido a por la grabación original sin la distorsión de voz, puede sernos muy importante.
    --¿Qué distorsión?
    --Ustedes distorsionaron la voz para que no se le reconociera, ¿no? Parecía demasiado grave.
    --De eso nada, el Hermano llegó en un coche grande, entró ya con el antifaz puesto y con un distorsionador debajo que le cambiaba la voz. No tocamos nada.
    --¿Cómo contactaron con él?
    --Apareció sin más, dijo que era el Hermano Mayor de Serva La Bari y que quería concederme una entrevista en agradecimiento al buen trato que le había dado yo siempre a Silvio en las entrevistas que le había hecho. Vimos la oportunidad y la montamos en un periquete.
    --¿Vino solo?
    --Lo trajeron en un coche, pero se bajó uno solo. Imagínense la impresión de mi personal en la puerta cuando entró una persona con un antifaz negro de nazareno puesto, pensaron que iba a atracar.
    --¿Canal Sur no se ha quejado?
    --Nos sorprendió, llamamos pero nos dijeron que sí, que había que emitirla. Es un hombre que impone incluso con la cara tapada. Tiene mucha autoridad.
    --¿Qué edad cree que tendrá?
    --Complicado de fijar, pero calculo sobre sesenta años.
    En ese momento llaman por teléfono a Jiménez.
    --Perdón, que es un número que no tengo grabado.
    Jiménez sale de la habitación. Villanueva parece estar pensando algo.

     

    --Entiendo que no hay cortes en la entrevista, ¿le dijo algo antes o después?
    --Me dijo que tenían a alguien que se encargaba de todo, y que ya había trabajado con ellos hacía mucho tiempo.
    --Dígame una cosa, si nunca se presentó, cómo podemos estar seguros de que no es un impostor con ganas de llamar la atención.
    En ese momento, Jiménez abre la puerta del despacho del periodista.
    --Porque han encontrado los dos cuerpos de los que habló, jefe, están colgados a casi veinte metros del suelo, en una de las grúas de la esclusa.

     

    VEINTINUEVE
    La grúa auxiliar que han traído hace un ruido extraño al desenrollar la cadena de la que penden los cadáveres y que parece no funcionar desde hace tiempo. Bajan dos cuerpos amarrados que no se mueven. No hay curiosos, quizá porque es de madrugada, pero todos los policías esperan a que los cuerpos se acerquen para saber de quién se trata. Cada vez pueden verse mejor, se les ilumina con un foco y llegan al suelo. Todos los policías miran.
    --Bah, no son conocidos.
    Villanueva mira extrañado, Jiménez se ríe de la ocurrencia. Los dos se acercan.
    Se está esperando al juez para el levantamiento del cadáver, a primera vista no se sabe cuál es la causa del fallecimiento. Jiménez se agacha y mira las caras de las víctimas. Son dos hombres de unos treinta años, y tienen una profunda expresión de angustia.
    Jiménez le abre la boca a uno de ellos y mira dentro.
    --Villanueva, creo que sé de qué han muerto estas dos personas.
    Un “5/7” sobrecogedor está escrito en rojo en el suelo del muelle.

     

     

    TREINTA
    Otra vez en el Instituto anatómico forense. Villanueva y Jiménez hablan de nuevo con el forense delante de los dos nuevos cadáveres.
    --Efectivamente, Jiménez estaba en lo correcto: ambos varones fueron asfixiados, y los dos con el mismo objeto, una tarta vegetal del San Leroy como predijo su agente.
    --Nada más que vi las miguitas en la pechera, el poquito de mayonesa en la boca y el migajón dentro dije, uy, esto es de San Leroy.
    Villanueva se sorprende.
    --¿Tan grandes son?
    --¿Grandes? Eso se lo echas a una boa constrictor de esas de por ahí que es capaz de tragarse un elefante y te pide la bicha cuchillo y tenedor.
    --El caso es que alguien les metió a la fuerza la porción de tarta hasta que les taponó los accesos respiratorios y colapsaron. Luego los ató de pies y manos y los subió arriba en la grúa.
    --Yo cuando los vi me acordé de cuando en las obras suben las herramientas con una grúa y las dejan en el aire para que no se las roben.
    El forense asiente.
    --Así es, con la peculiaridad de que la persona que lo haya realizado eligió una de las tres grúas que no funcionan para hacerlo.
    --¿Qué quiere decir?
    --Que en cualquiera de las otras grúas le hubiera bastado con romper una pequeña cerradura y apretar un botón para subir los cuerpos una vez enganchados. Eligió una en la que tuvo que mover la cadena, con eslabones de barco, a mano.
    --¿Y aquello que dijo el Hermano Mayor en Canal Sur de que habían traicionado a la ciudad y lo habían firmado?
    --Puede explicarse con sus expedientes. Este que ve aquí se llama Luis Márquez Cavaleri y este Juan Llamas Carmona, aunque todos le conocían como Pelu. Los dos eran albañiles y se conocieron en la construcción de las Setas de la Encarnación. La policía local ha investigado y, justo en la esquina de la Encarnación con la calle Imagen, parece ser que los dos, que estaban encargados de pavimentar los alrededores, dejaron constancia de sus nombres poniendo adoquines de otros colores.
    Obviamente todavía se puede ver si van y se fijan.

     

     

    TREINTA Y UNO
    --¿Adónde vamos ahora?
    Jiménez y Villanueva salen del tanatorio y se montan en el coche.
    --¿Usted sabe dónde está aquí la hemeroteca?
    --Hombre, por Dios, por supuesto, enfrente del Tremendo.
    --Pues necesito que me lleve. El Hermano Mayor le dijo a Gamero que el monstruo había atacado ya antes, voy a revisar toda la prensa en busca de algo que tenga que ver con un gigante.
    --Brillante, pero ¿y si no salió en la prensa?
    --Pues entonces no estará en una hemeroteca.
    --Por eso le digo, antes no había tantos periódicos como ahora...
    --Jiménez, hay veces que tengo la sensación de que no cree o, lo que es peor, que no quiere ayudarme.
    Silencio en el coche.
    --No, simplemente quería apuntar eso...
    --Perfecto, apuntado queda, gracias.
    Hay un silencio incómodo. No hablan nada durante el trayecto.
    --Hemos llegado. Yo le espero en el Tremendo si no le importa.
    --Muy bien.
    Villanueva sube a la hemeroteca. Elige un puesto y repasa todos los periódicos existentes desde 1980. Tiene un papel en la mesa en el que hay una resta. Parece que ha calculado que el gigante contra el que peleó tendrá como mucho unos cincuenta años y que, si actuó en algún momento, lo debió de haber hecho con un mínimo de veinte. Debe revisar treinta años de periódicos buscando algo que llame su atención.
    Está delante de una gran pantalla en la que van pasando una hoja tras otra del ABC, del Blanco y Negro, del Diario 16, de El País, e incluso de El Giraldete. Parece que va en sentido progresivo, llega a los preparativos de la Expo y lee las presuntas irregularidades de la época. La Expo se inaugura en la pantalla de la hemeroteca y llega al día en el que Curro casi se ahoga tras volcarse un barco en Huelva. Pero nada, no parece ver nada de ningún gigante. No hay rastro evidente al menos.
    De repente, Villanueva se sobresalta. Va pasando noticias rápido, para y vuelve hacia atrás. Es el ABC del 4 de febrero de 2000. Por fecha puede valer. Hay una foto de un edificio derruido y un titular que dice: “Accidente en Muebles Quealta”. El encabezado dice lo siguiente: “Cientos de personas se concentraron desde primeras horas de la mañana en el centro comercial, situado en el término municipal de Dos Hermanas, para intentar adquirir un sillón que había sido rebajado de 32.000 a 3.000 pesetas. El hundimiento del suelo de una tienda de muebles provoca un total de 185
    heridos”.
    Villanueva rápidamente manda imprimir la noticia, la recoge, baja y llama con la mano a Jiménez, que está en la acera de enfrente tomándose una cerveza con unas aceitunas floreadas y que acude rápidamente.
    --Perdóneme por lo de antes, esto me está afectando más de la cuenta y dudo ya de todo.
    Perdóneme, amigo.
    --No se preocupe, olvidado, ¿ha encontrado algo?
    --Creo que sí, es más una intuición que otra cosa, pero puede que haya algo, ¿se acuerda del derribo en una tienda de muebles en el año 2000?
    --Hombre, por favor, claro, Muebles Quealta, se presentó más gente allí que en la guerra porque pusieron un tresillo, no me acuerdo bien, a dos duros y acabó cayéndose aquello.
    --Exacto, esa fue la versión oficial, pero, si por algún interés oculto, usted necesitara que aquel negocio fracasara, ¿no le parecería buena idea un accidente en el que hubiera cientos de heridos?
    --Sí, si fuera un poco hijo de puta estaríamos hablando, ¿no? Que con esto de la desconfianza...
    --Sí, por supuesto, olvídese de las dudas. Y si quisiera que se viniera abajo un edificio sin levantar sospechas como el ruido o los residuos que deja un explosivo o una grúa... ¿Cómo lo haría?
    Los dos se miran y contestan a la vez:
    --¡CONTRATARÍA A UN GIGANTE!

     

    TREINTA Y DOS
    Los dos policías marchan hacia Dos Hermanas. Villanueva parece excitado. Llama a la comisaria.
    --Comisaria, necesito un par de datos.
    --¿Ha encontrado algo?
    --Aún no lo sé, pero creo que puedo recuperar un rastro de Serva La Bari de hace 14 años y que eso me puede ayudar, ¿recuerda el accidente de Muebles Quealta?
    --Sí, claro.
    --Necesito el contacto del presidente de Muebles Quealta por aquel entonces. Le puedo facilitar el nombre por mensaje y usted me responde.
    --Perfecto... Eh, Villanueva...
    --¿Sí, comisaria?
    --Buen trabajo.
    --Gracias.
    Villanueva cuelga. Jiménez lo mira picarón.
    --Hablando muy mal y muy pronto, esa todavía quiere pan de pico, que se lo digo yo...
    --Ya está bien Jiménez, somos adultos y eso está olvidado.
    --Sí, sí, olvidado, por eso se pone usted colorado. También yo es que estoy más caliente que Robocop en Écija y todo lo llevo a lo mismo.
    --Sí, yo estoy casi tan rojo como usted con su amiguita Sara Tirana de Chueca.
    --20-0 Villanueva. Menos mal que me sacó de ahí. Lo peor es que nos dimos los teléfonos.
    --¿Teme que le llame?
    --¡Qué va! ¡Lo que temo es un día llamarla yo!
    Los dos ríen dentro del coche.

     

    --Tengo un buen presentimiento, Jiménez, de verdad que me parece que estamos detrás de algo.
    Aquí puede haber un camino.
    --No sé, Villanueva, ojalá, aquello lo recuerdo como si fuera ayer, menudo cancamazo que dieron las criaturitas, y todo por un tresillo. Ahora, eso son muebles en condiciones, y no los que hay ahora, esos de nombres raros y que los tienes que montar tú, ¿será algo más de tieso que montarte tú tus muebles? Una vez compramos mi parienta y yo una mesita para apoyar el tele y un poco más y nos divorciamos. No me quiero ni acordar. Yo allí en calzoncillos, sudando más que un pollo y la otra diciendo: “Que nos hemos equivocado, que en el paso número 12 había que poner una arandela rondelle”, y yo diciéndole: “¿El paso número 12 qué era , cristo, virgen o misterio?”.
    Suena un mensaje en el teléfono de Villanueva. Es la comisaria, le manda la dirección que ha pedido.

     

    TREINTA Y TRES
    --Aquí tienen el café, si quieren más leche fría, aquí hay.
    --Muchas gracias por atendernos, don Rafael, no debe de ser cómodo recordar todo aquello tantos años después.
    --Bueno, se puede imaginar, fue una verdadera pesadilla. Lo más importante por supuesto fueron las víctimas y los heridos, claro, pero también todo lo que hubo antes y después.
    --¿Qué pasó?
    --Soy un pobre viejo y ya me da igual todo. Lo que tenía me lo han quitado, así que no sé qué más daño pueden hacerme.
    Jiménez mete baza.
    --Diga que sí, para lo que le queda en el convento...
    --Hombre, tampoco es eso, pero bueno, sí, verán, antes del accidente fui tremendamente presionado para que vendiera el negocio por debajo de mercado, a dos duros, vamos.
    --¿Por quién? Pregunta Villanueva.
    --Por quién mueve todo en esta ciudad, ya lo sabe. Me ofertaron, me amenazaron, pero yo era quince años más joven, me iba bien el negocio y me consideraba imparable, pensaba que podía con todo.
    --¿Qué le dijeron?
    --Bueno, primero empezaron con que vendía muebles muy modernos, que adónde iba, que me limitara a vender sillas de enea que era lo de toda la vida y que no inventara. Me hicieron una sola oferta, querían que le vendiera el local y la marca por una miseria... y por su protección.
    --¿Su protección?
    --Sí, me dijeron que si estaba en el lado correcto de la ciudad nunca me faltaría de nada, que no torpeara.
    --¿Qué hizo usted?

     

    --Obviamente les dije que no, y no hubo negociación: me dijeron directamente que me arrepentiría.
    Como así fue.
    --¿Qué cree que ocurrió?
    --Aún nadie me lo ha conseguido explicar. Las estructuras estaban bien, vino mucha gente, pero los arquitectos me decían que el forjado debería haber aguantado sí o sí. Algo parece que zarandeó la estructura e hizo que todo se viniera abajo. Una fuerza extraña.
    ¿A quién benefició el accidente?
    --Bueno, todo aquello ocurrió en el 2000. Al poco de que mi vida se desplomara, la empresa
    “Ikeago Yocontigo”, los muebles esos para montar, hizo público que abriría un centro en Sevilla.
    Jiménez interviene.
    --Pero eso no me cuadra, hasta donde sabemos, Serva La Bari favorecería siempre antes a una empresa como la suya que a una de fuera y que tiene tan poco que ver con nuestra esencia como
    “Ikeago Yocontigo”.
    --Estoy de acuerdo con su razonamiento. Pero debe ir un poco más allá. Igual no trataban de favorecer a la empresa de muebles, igual la empresa de muebles era un mal necesario.
    --¿Perdone?
    --Seguramente haya estado alguna vez en esa tienda.
    --Sí, y me comí unas albóndigas que no me gustaron nada, igualitas que las de choco de mi mujer...
    --Recordará lo grande que es aquello.
    --Sí, sí, eso sí, inmenso. Además, como tienes que ir como un corderito por toda la tienda, si se te olvida algo atrás estás perdido.
    --Lo que yo digo es que igual arruinándome a mí no querían favorecer a esa empresa, sino al propietario de los terrenos en los que esa empresa se instalaría si no tuviera competencia.
    Villanueva y Jiménez se miran. Villanueva interroga directamente.
    --¿Y usted sabe de quién eran esos terrenos?
    --Como la mayoría de los terrenos en la provincia de Sevilla, aquellas tierras eran de la condesa del Arsa.

     

     

    TREINTA Y CUATRO
    --¿Me está diciendo en serio que quiere una orden para interrogar a la condesa? ¿Tiene idea del poder que tiene?
    --Honestamente, no.
    --Pues imagine a alguien con mucho poder, ¿la tiene? Pues más.
    --¿Y por tener ese poder puede extorsionar, expropiar e incluso favorecer que se acabe con personas?
    --No puedo hacerlo, inspector.
    --Comisaria, la he llamado nada más salir y se lo estoy pidiendo como un favor personal. Hay algo ahí que nos acerca, estoy seguro, ya sabe cómo son mis corazonadas.
    --Sí, todavía me acuerdo de cuando vaciamos el lago de la Plaza de España.
    --Esta es mucho más fuerte, creo que estamos cerca de acabar con esta oscura sociedad de una vez por todas.
    --Es imposible, Villanueva.
    --¡Vamos, coño! ¡Sabe que hay mil formas de hacer esto de manera discreta!
    --¡No me grite!
    --Escucha, perdona, escuche, no tiene que ser como acusada de nada, a ellos tampoco les interesa la publicidad, no se esperan que hayamos llegado hasta aquí, estoy seguro, sería darme ventaja sobre ellos por primera vez. Ya han ocurrido cinco crímenes por los que no podemos hacer nada, pero aún hay dos que podemos evitar. Eso por no hablar de esa extraña máquina...
    Un temblor interrumpe la conversación telefónica entre Villanueva y la comisaria Cruz. Las cosas se mueven durante unos veinte segundos. Silencio.
    --Nunca había durado tanto un temblor.
    --Sí, con tantas cosas en la cabeza apenas no me doy ni cuenta de cuando tiembla el suelo en el que piso.

     

    --Está bien.
    --¿Cómo?
    --Hablaré con el palacio, te concertaré una cita esta tarde. Sé respetuoso y no te precipites. La condesa es tan, tan, tan, tan mayor que haya hecho lo que haya hecho seguro que ya ha prescrito.

     

    TREINTA Y CINCO
    --No me puedo creer que vaya a entrar en el palacio de la condesa del Arsa.
    --Espero que no se deslumbre, Jiménez, venimos a trabajar, y este interrogatorio puede ser muy útil.
    El coche en el que viajan los policías llega a la entrada de un suntuoso palacio. Hay un vigilante en la puerta.
    --Buenos días.
    --Buenos días, somos los agentes Villanueva y Jiménez.
    --De acuerdo, pasen, la condesa les está esperando. Dejen el coche antes de la escalinata, una asistenta les guiará.
    Los jardines son majestuosos y mucho más amplios de lo que pudiera parecer desde fuera.
    --Villanueva, una pregunta, ¿usted sabe qué aspecto tiene la condesa?
    --No tengo la más remota idea.
    --Me lo temía, no debe de ver muchos programas de corazón usted.
    --He visto dos, el primero y el último.
    --Le advierto de que la condesa tiene más años que un bosque, para que no se asuste.
    --¿Cómo?
    --Se dice que hizo la Erasmus en Camelot, con eso se lo digo todo. Aun así tiene mucha energía y la gente aquí la quiere mucho. A mí me parece un misterio, pero bueno, la gente la quiere, eso sí es verdad, ella es la primera que es una bromista.
    --Ok, pero muy mayor, ¿no?
    --Dos años más que la madre tiene.
    Aparcan el coche a la entrada de la casa y una asistenta desciende la escalera para darles la bienvenida.
    --La condesa está esperándoles en el salón del té.

     

    Jiménez interrumpe.
    --Anda mira, salón del té, como el Nova Roma.
    La condesa les espera en una lujosa sala con una mesa en la que hay pastas, una tetera y tres tazas.
    Villanueva se acerca.
    --Muchísimo gusto, señora condesa.
    --Guiguamente.
    --¿Disculpe?
    Jimenez interviene.
    --Que igualmente, Villanueva, que igualmente. Señora condesa, un orgullo conocer a una de las damas de nuestra ciudad.
    --Avaricias densé.
    --Con su permiso entonces.
    Villanueva se queda de pie con cara de no entender nada. Jiménez le traduce con cierto tono de reprimenda.
    --La condesa dice: “Muchas gracias y siéntense”.
    --Ah, perdón, estoy... un poco despistado.
    Villanueva toma asiento, saca su libreta y mira a la condesa con cierto desconcierto.
    --Le agradezco antes que nada la deferencia de recibirnos en su propia casa, intentaremos ser breves.
    --Oprecube.
    Villanueva mira a Jiménez que pone cara de circunstancia y traduce: “No se preocupe”. La condesa sonríe y asiente.
    Jiménez decide tomar la iniciativa.
    --Condesa, le importa si me siento a su lado y le voy repitiendo a mi compañero lo que usted vaya diciendo, es que está un poco teniente y para que usted no tenga que gritar.

     

    --Pesepto.
    --Ea, pues “perfecto”, allá que voy, hágame un sitito en el sofá condesa, ea, mira qué a gustito ahora aquí juntitos con la mesa de camilla, uy, qué calentitos.
    Villanueva comienza el interrogatorio.
    --Verá, condesa, tenemos ciertas dudas sobre
    La condesa interrumpe.
    --Lu perrero de yontigo, ¿no? --Mira a Jiménez y le hace un gesto como de “dale”.
    --Los terrenos del “Ikeago Yocontigo”, sí, efectivamente --aclara Jiménez.
    --Ya tori arayó y me paguá, cuanllegué Arrayomenzao.
    --Dice que “Ya estoy mayor y me da igual, cuando llegué Arrayán ni había comenzado”.
    --Eretimente cunequello gané dinerou, piro nunca participé agobiando.
    --“Efectivamente con aquello gané dinero, pero nunca participé agobiando”.
    --Las cousas si estín endo malamenti, y a mí no mi gushte ya nadia. La últimu vez que tuve esta sensición fue en la barra libre de las bodas de Canaán.
    Jiménez se queda petrificado.
    --La última parte la he debido entender mal, pero vamos, en resumen “Las cosas se están haciendo malamente y a mí no me gusta ya nada”.
    --Ante lideri Serva La Bari erin mejori, hombru di verdá como Pedro Primero el Cruel, yu enamaradu de él, pero no me hacía caso nada, yu eraaaa una niña.
    Villanueva y Jiménez abren los ojos y se miran. La condesa sonríe y continúa.
    --Me gusta muchu reirmi de mí misma y de mi edud. Sientu no podre dirle mucho, soy una probe vieja, pero sí le diré que el mostru e verdad, y la máquina tamié.
    Villanueva parece entender perfectamente lo que ha dicho.
    --¿Máquina? ¿La ha visto usted? ¿La máquina para controlar el clima, verdad? ¿Es eso lo que están fabricando?

     

    --Qui controlá ima ni controlá ima, la maaquina no sé qué es, pero para eso no falta tembrore.
    Jiménez mira a Villanueva.
    --¿La ha entendido jefe?
    --Sí, que la máquina que tienen no es para controlar el clima, sino la causante de los temblores que sacuden toda la ciudad.

     

     

    TREINTA Y SEIS
    Ocho de la tarde. Acaban de salir por la puerta del palacio en el coche cuando suena el teléfono de Villanueva.
    --Este número me suena, Jiménez, llámeme loco, pero creo que es el número que intentamos rastrear cuando el programa de televisión... Dígame.
    --Hola, Villanueva.
    --Hola... ¿Hermano Mayor?
    Risas al otro lado del teléfono.
    --No es usted tonto, no.
    --¿Qué quiere?
    --Saber por qué molesta a mis amigos con preguntas inoportunas. Es gente mayor y no quiere complicaciones...
    --Porque resulta que estoy investigando una serie de asesinatos que hasta hace una hora parecían provocados por una sociedad que buscaba una limpieza étnica y ahora resulta que tiene intereses...
    cómo lo diríamos, ¿más mundanos?
    --Ya, lo dice por lo del terreno de lo de los muebles suecos, ¿no? Vaya, siento decepcionarle, pero le aseguro que es parte de un plan mayor. Si le apetece quedar conmigo se lo explico.
    Villanueva se tensa.
    --¿Cuándo?
    --Ahora.
    --De acuerdo.
    --¡Perfecto! ¡Ese es mi hombre! Vaya hacia el puente de los bomberos. Busque por allí un lugar desde el que, sin moverse, puede ver diez señales de prohibido el paso. Sí, estos son nuestros representantes que usted defiende, derrochadores e ineptos. Cuando esté en el punto exacto, desde el que pueden verse las diez señales sin mover los pies, encontrará una nota. Siga las instrucciones.
    ¿Vendrá?

     

    --Por supuesto que sí.
    --¿Y por qué?
    --Porque quiero atraparle con mis propias manos.
    Otra vez risas.
    --Me temo, querido inspector, que eso es imposible. No se puede agarrar a algo que puede estar en dos sitios a la vez.

     

    TREINTA Y SIETE
    Bajos del puente de los bomberos, Jiménez y Villanueva buscan señales de tráfico que prohíban el paso. Los pilares del puente forman varios callejones abajo y cada uno tiene su propia señal prohibiendo el sentido, eso, sumado a que hay un cruce, multiplica las señales.
    --Jiménez, hay muchas señales, pero desde ningún sitio veo diez.
    --No, ni yo, de aquí cuatro, si me echo más para acá siete...
    --Lo más que he conseguido ver solo girando la cabeza son ocho, pero diez...
    Cada uno busca por un sitio, se van moviendo. Jiménez le grita.
    --Voy a ver desde el otro lado del puente, hacia Recaredo, a ver si va a haber allí.
    --Ok.
    Villanueva no para de moverse. Los bomberos le miran con curiosidad. Anda, se para, sube por las escaleras laterales, mira y cuenta, nada, no hay manera.
    --Maldita sea...
    Llega a un punto, sobre la acera desde el que mira y comienza a contar girando la cabeza pero sin mover los pies: “Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho... Maldición”. Intenta ponerse cerca de una para tener la primera asegurada y ya mover la cabeza, pero no es capaz. Entonces, parece que piensa en algo. Se pone de espaldas a una de las señales. Esa la pierde pero tiene un ángulo nuevo:
    “Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve... y diez”. Con la espalda apoyada en la señal
    ,Villanueva ve diez indicadores de prohibido, le da la vuelta a la señal que tiene a la espalda y encuentra un papel de estraza escondido: “Vaya al Punto. Le invitaré a un anís. No tema. Le mataré, pero no hoy ni allí”.
    Villanueva busca con la mirada a Jiménez. No lo ve. Comienza a llamarle a voces.
    --¡Jiménez! ¡Jiménez!
    Nadie responde. Villanueva se acerca a los bomberos.
    --Hola, ¿habéis visto a un hombre que estaba conmigo?
    --Con los recortes que tenemos estamos nosotros para estar pendientes de todo el que pasa por aquí.

     

    Villanueva saca el teléfono móvil y llama.
    --“El teléfono está apagado o fuera de cobertura en este momento”.
    Villanueva tuerce el gesto. Levanta la mano y para un taxi.
    --A una bodega que se llama El Punto.
    --Eso está cerrado desde hace una pila de años, caballero.
    Villanueva parece no entender. El taxista prosigue con un tono distinto, más misterioso.
    --Pero llame con tres golpes secos a la puerta. Le están esperando.

     

    TREINTA Y OCHO
    Once de la noche. Día entre semana. No hay casi nadie en la calle. El taxi no le cobra. Jiménez llama tres veces a la deteriorada puerta del establecimiento. Efectivamente parece llevar mucho tiempo cerrado. Al momento se abre y le invitan a pasar. Hay doce personas con antifaces negros de nazareno dentro. Están bebiendo y hay una mesa en la que hay alguien sentado. Todos miran a Villanueva. El hombre de la mesa habla.
    --No tenga miedo, ya le he dicho cómo es mi estilo. Usted morirá, claro, porque demasiado está durando, pero no aquí. Esto es porque creo que deberíamos hablar usted y yo. ¿Qué quiere tomar?
    --Nada, estoy bien.
    --Pon dos vinos de naranja, niño, de la misma botella. Y que él elija primero si no se fía. Ya le digo, no tiene por qué preocuparse.
    Villanueva atraviesa el bar. Los clientes le miran a través de los antifaces. Uno de ellos le toca en el hombro con la mano.
    --Estás más tenso que el cuello de Bruce Lee, relájate que parece que estás jugando a pasillito.
    Villanueva se sienta. El Hermano Mayor se echa hacia delante también con el antifaz puesto.
    --Bueno, pues aquí estamos los dos, lo que es la vida, ¿verdad?
    --Ya ve.
    --Bueno, vayamos al grano. Quiero que quede clara nuestra imagen porque creo que usted la tiene deformada. El otro día di una entrevista incluso, no se quejará de trasparencia.
    --Ya...
    --Nosotros, y cuando digo nosotros ya sabe que me refiero a una sociedad que lleva siglos trabajando por la ciudad, no nos oponemos a que se hagan cosas nuevas, de verdad, pero sí exigimos que se adapten a una lógica humano-sevillana. Le pongo un ejemplo, ¿usted sabe lo que es un after?
    --¿Un after? ¿Una discoteca que abre hasta que es de día para que la gente se drogue?
    --Sí, básicamente sí, estamos de acuerdo, pues nosotros permitimos un after en Sevilla mucho tiempo, de hecho yo creo que fue de los primeros de España. Era en los 80, se llamaba “El Joven Costalero”. Era un after, sí, porque abría toda la noche y hasta la mañana, pero ponían música de marchas y a las 6 o las 7 de la mañana repartían platos de garbanzos con berzas. ¿Lo ve? Así, sí. Así no hay ningún problema, la gente sale, se lo pasa bien, y listo.
    --Sí, pero por ejemplo un rapero no puede cantar lo que quiera.
    --A ver, ese es otro caso totalmente distinto, ¿usted lo ha escuchado? Es que el niño tenía guasa, no dejaba títere con cabeza, que si en Semana Santa se iba a la playa, que si los nazarenos se pasaban los caramelos por ahí... Hombre, por Dios, ¿qué iba a ser lo próximo? ¿Largar de los beduinos de la Cabalgata? Después no era mal chaval, que luego por lo visto hacía canciones hablando bien de Sevilla, pero hombre, por ahí no. Si te gusta Sevilla te tiene que gustar así, y si no, pues no eres sevillano, serás otra cosa, pero sevillano no. Le dimos una oportunidad también.
    --¿Ah, sí?
    --Que sí, que entrara en Se Llama Sopla, que eso lo controlamos nosotros y lo ganaba del tirón si dejaba el rap, luego lo metíamos de jurado y ya estaba colocado.
    Uno de los hombres de la barra interrumpe.
    --Lo poco que me gusta a mí un rap y lo que me gusta un buen guiso de rape.
    --Desde luego. Le dijimos que se quitara la gorra, que se pusiera unos pantaloncitos arreglados de pinza, en fin, que se atacara un poquito, y que reorientara su carrera, no tenía que dejar la música.
    Pero qué va, no quiso.
    --O sea, que ustedes son los que otorgan las monedas de sevillanía, esto sí entra, esto no.
    --Alguien tenía que hacerlo, sí. Esto es un cachondeo si no. Fíjese usted que el otro día veo unos niños bailando allí en Laraña una cosa muy rara, como si fueran máquinas o robots o yo qué sé. Eso ni era baile ni era nada, eso era una mamarrachada.
    En estas interrumpe otro de los hombres que hay en el bar.
    --Eso sí, el suelo lo dejaban como los chorros del oro.
    --Sí, sí, de acuerdo. Total, que tuve que ir y decirle a uno, otro con gorrita: “Pero vamos a ver, niño, ¿tú qué eres, de Minnesota o del Plantinar? Te quieres ir al carajo ya con los bailes de por ahí fuera...”.
    --¿Y lo entendieron?
    --A ver, a la gente al principio le cuesta, pero fue “Barbudo”, nuestro monstruo como usted le llama, y les dio un sustillo. Total, que ahora están todos los niños matriculados en la Academia de Baile de Matilde Mural. Y de hecho viniendo para acá me han contado que el más chico está intentando meterse a seise porque todavía entraba por altura.
    --Un monstruo tiene poder de convicción, ¿no?
    --Tampoco es tan fiero, mire.
    El hombre alarga el brazo, descorre una cortina negra que tiene detrás y le enseña a Villanueva una especie de reservado. Un hombre inmenso está atado a un banco. No lleva camiseta puesta y pueden vérsele músculos grandes y heridas. Lleva una capucha puesta que le oculta la cara. El Hermano Mayor sonríe y grita.
    --¡Barbudo! Dame la patita.
    El prisionero levanta sus brazos hasta lo que le permiten las cadenas. Y grita con una fuerza sobrecogedora: ¡¡DE POLLO!!
    --Soooo, sooo, ya pasó.
    El hombre de la mesa vuelve a correr la cortina.
    --Lo que le digo, tiene un pronto muy malo, no es mal chaval, pero es muy nervioso.
    --¿Por qué no se entrega? Podríamos llegar a un acuerdo.
    --Entregarme, un carajo como un flamenquín de Santa Marta. Nuestra obra está a punto de concluirse. Faltan apenas dos días para que el proceso se complete.
    --Los asesinatos son una cortina de humo para ocultar los temblores, ¿verdad?
    --Bueno, podríamos decir que sí, pero también es una manera de sacar la basura.
    --Así que tengo dos días para encontrarle otra vez en su escondite y parar lo que esté haciendo,
    ¿no?
    --Sí, es un buen resumen. Lo que pasa es que yo no estoy solo, como ve, tenemos nuestros recursos, y no solo a “Barbudo”. La sociedad me proporciona una guardia personal, el Ejército de los Chavales del Flor, que, en el improbable caso de que me encontrara, acabaría con usted. “Barbudo”
    es “Barbudo”, pero le aseguro que mis niños son brutos también y, por supuesto, están armados, todo los excedentes de Deportes Teta ya sabe a dónde fueron.
    --Sabe que le atraparé, ¿no? Sabe que igual que lo conseguí antes volveré a descubrir sus planes y a arruinarlos.

     

    --Ya lo dije en televisión, Villanueva. No me subestime. No soy un cateto sevillano. Yo he viajado por todo el mundo, he sido admirado, he llevado a mi ciudad por bandera, reyes se han peleado por mí... No me impresiona un policía de medio pelo de Madrid. Está perdido.
    Villanueva se levanta para marcharse cuando el hombre le vuelve a llamar.
    --Y, por cierto, se debería haber dado cuenta de que estoy jugando con usted, si fuera inteligente ya sabría mi escondite, no se preocupe, me divierte, le daré más pistas, mire la hora, 23:39 tiene mi reloj, me lo compré en el Contador de la calle Sierpes, esto no atrasa ni para sus muertos, es del taco gordo, usted tiene la misma, ¿no?
    Villanueva mira su reloj.
    --Sí. 23:39.
    El hombre coge un papel, se saca un bolígrafo del bolsillo de la chaqueta y escribe una nota que le da al policía.
    Villanueva la lee: “23:39. Estoy con usted y escribiendo a la vez la nota de la penúltima víctima.
    Queda poco para ser libres”.

     

    TREINTA Y NUEVE
    El inspector sale a la Puerta Osario. No hay apenas gente. El teléfono le suena. Es Jiménez y su voz suena preocupada.
    --Jefe, dígame que está bien.
    --¿Por qué me ha dejado solo, Jiménez?
    --Disculpe, no tengo excusa. Estaba buscando lo de las señales, salí un momento a Recaredo y en Casa Reinado me he encontrado a mi compadre Julito Picchi, me ha puesto una cerveza nada más verme... y se me ha complicado la cosa. Lo siento, le he llamado varias veces y me daba apagado, me he asustado bastante. ¿Dónde está? ¿Está bien?
    --Sí, sí, estoy bien.
    --Perfecto, tengo que recogerle pronto. La central acaba de dar el aviso de que hay un sexto muerto.
    Lo han dejado encima de los puntos cardinales de la Campana.

     

    CUARENTA
    Acaba de pasar la medianoche. Una gran concentración de curiosos está fuera del perímetro policial.
    Están alrededor de un Kiosco. Justo delante hay una rosa de los vientos en el suelo y encima un cadáver. Es un hombre con el aspecto de tener unos treinta y tantos años. Va bien vestido pero tiene heridas y golpes en la cara.
    Villanueva y Jiménez llegan a la escena del crimen. Pasan el cordón y encuentran a la comisaria.
    --Javier Sánchez. 38 años. Empresario de la noche sevillana. Había tenido varios locales pero ahora la crisis le había obligado a cerrarlos todos menos uno, una gintonería que tenía enfrente del Rectorado. Una furgoneta con la matrícula tapada ha venido, ha soltado el cadáver y lo ha puesto en esa postura según algunos testigos. Iban ocultos tras antifaces negros. Estamos interrogando pero nadie sabe nada más.
    --¿Tenía antecedentes?
    --Bueno, lo teníamos fichado porque hace años organizó una fiesta de fin de año en la que se quintuplicó el aforo permitido.
    --Jiménez interrumpe.
    --Hostia, ¿este es el de la sala Estupor?
    --Sí.
    --Madre mía, la que lió el pollo este allí. Nos llamaron porque había varios chavalitos tirados por la ronda, más morados que un lirio. Cuando yo abro aquella puerta y veo más gente que personas...
    Me pegó una bofetada la peste... Villanueva, hágame caso, caía el sudor del techo de la gente que había. Un calor que ni alicatando una pirámide, aquello era una ratonera. Demasiadas pocas cosas pasan. ¿Se lo habrán cargado por eso?
    La comisaria saca un papel.
    --Parece que por eso y por los gin-tonics que prepara.
    Jiménez pone cara de póquer.
    --¿Qué le pasaba a los gin-tonics?
    --Había ganado varios concursos de coctelería y los elaboraba bastante.

     

    --Apuf, ya sé lo que me está diciendo. El otro día fui a un bar de esos, me pedí un gin-tonic a las 6 y me lo empecé a tomar a las nueve y media de todas las porquerías que le echó. Que si raspadura de limón, que si una fruta del bosque, que si unas bolas que le dije que no me echara porque me recordaban a los arvejones que venden en el Parque de las Palomas, yo qué sé... Aquello parecía un florero en vez de una gintonela. Vamos, que le pedí una espumadera al gachón para quitar forraje.
    La comisaria asiente con paciencia.
    --Bueno, el caso es que la víctima tenía este papel en uno de los bolsillos, que dice: “Un Invierno es tónica y casera sin hielo. Un gin-tonic es ginebra, hielo y tónica, lo tuyo es una ensaladilla”. Y
    curiosamente, detrás tiene algo más escrito: “Se lo dije, mire la hora”.
    Villanueva palidece.
    --¿Puedo verlo, comisaria?
    --Claro, el mensaje está escrito en un ticket de la zona azul de al lado del Cristina, cerca de donde la víctima tenía el local.
    Villanueva no puede creer lo que lee. El tique está expedido a las 23:39.
    --A estas máquinas de la zona azul... ¿Se les puede modificar la hora?
    Jiménez se ríe.
    --¿Eso? Imposible, es más fácil tragarse un lavabo. Si tienes una multa de ahí no te la quita nadie.
    Además ahora estamos a otra cosa, jefe. Luego me la da que tengo yo un coleguilla que se la quita seguro, pero vamos a centrarnos.
    Villanueva se mete la mano en el bolsillo y saca la nota que le dieron en la bodega.
    --Comisaria, quedan dos días para que cumplan su objetivo, sea el que sea.
    Necesito que envíe esto a caligrafía. Es urgente saber si la misma persona escribió estas dos notas.
    --Deme una hora.

     

    CUARENTA Y UNO
    Villanueva parece desconcertado.
    --Jiménez, me iré dando un paseo a casa, es tarde, necesito ordenar ideas.
    --De acuerdo, jefe, no se preocupe que dormiré con el teléfono en el pijama por si me necesita, no volverá a pasar. Mi mujer se ha enfadado y está en casa de la madre hoy, llame sin problemas si lo necesita.
    Villanueva sale a la plaza del Duque y comienza a andar aparentemente sin rumbo. Meditabundo, va mirando las calles desiertas. Pasea por la calle Jesús del Gran Poder. Gira. Es casi la una de la mañana y ve una luz abierta. Se acerca, es un bar. De las tres puertas, dos están cerradas ya y la otra a la mitad. El policía se asoma.
    --Perdonad, ¿está abierto? ¿Puedo cenar?
    Los camareros se miran. Hay un grupo de clientes aún charlando en la barra.
    --Sí, pase, algo rápido le podemos sacar.
    El camarero se vuelve, grita hacia atrás: “¡Ponme una!” y pone una cerveza en la barra.
    Villanueva parece no entender muy bien lo que ocurre. Al minuto tiene un plato de croquetas encima de la mesa.
    --Disculpe... ¿Por qué me ha puesto croquetas?
    El camarero lo mira como no entendiendo muy bien lo que dice. Uno de los clientes que están hablando en la barra se dirige a él.
    --Usted será de fuera y le acaba de tocar la lotería. Porque me parece que ha entrado en el Oviedo sin saber, ¿me equivoco?
    --Pues, yo simplemente buscaba un sitio para comer algo, lo he visto abierto y...
    --Aquí se hacen las mejores croquetas del mundo, caballero. Es absurdo venir y pedir otra cosa, así, que aquí a todo el que entra se le ponen.
    --Pero... unas croquetas... tampoco tienen muchas posibilidades, ¿no?

     

    --Pruébelas.
    Villanueva se mete una croqueta en la boca y parece entrar en éxtasis. El cliente lo mira y sonríe.
    --¿Lo ve? A mí me dan a elegir entre la fórmula secreta de la Coca-Cola y la de la bechamel de esta gente y le dan por saco a la Coca-Cola. Sevilla es una ciudad polarizada salvo en cosa de croquetismo, que lo tenemos claro.
    Villanueva sigue comiendo croquetas y pide otra cerveza. El bar está decorado con imágenes de la Semana Santa de Sevilla y en un televisor se reproduce una estación de penitencia que el policía madrileño no reconoce. Está absorto, sin embargo, comienza a escuchar la conversación de los hombres de la barra.
    --Total, que el otro día voy conduciendo por Recaredo, estaba lloviendo a mares y una niña se suelta de la mano de la madre y se me cruza en medio de la carretera, pegué un frenazo que un poco más y saco el pie por debajo.
    --Hostia, ¿y le pasó algo a la cría?
    --Le di un besito, ya frenado y se cayó la pobre de culo al suelo, el susto, vamos, no pasó nada.
    --Me bajé del coche y la madre menos mal que no se asustó, cogió a la niña y vio que estaba bien, me pidió perdón y todo por soltarla.
    --Ya.
    --El caso es que había un hombre allí que se preocupó mucho. Llovía, no mucho, pero caía, y cuando ya vimos que a la niña no le había pasado nada y la gente empezó a irse, lo miro y sigue el nota con las manos en la cabeza y la cara descompuesta que no veas. Total, que me pudo la curiosidad, me acerco y le digo: “Jefe, no se ponga usted así, que la niña está bien, hombre, tranquilo, que ha sido un susto nada más, pero que no le ha pasado nada”.
    --Claro.
    --Y me responde el nota: “no, si a mí la niña me da igual, a mí lo que me pasa es que está lloviendo y antes de salir me dijo mi mujer ¡que recogiera la ropa de la azotea!”.
    Todos explotan en una sonrisa, incluido un preocupado Villanueva. Los hombres le miran y uno de ellos le dice:
    --Anda, que has escapado bien, ¿eh? Te has llevado un chiste y una de croquetas magníficas. Anda, estás invitado.

     

    Villanueva parece avergonzarse.
    --No, no, por favor...
    --Anda, hombre, no te preocupes.
    Villanueva va a seguir discutiendo cuando suena el teléfono: la comisaria.
    --Inspector, tengo los resultados del estudio caligráfico: hay un 99% de probabilidades de que la misma persona escribiera las dos notas.

     

    CUARENTA Y DOS
    Es miércoles por la mañana. Villanueva y Jiménez están juntos en la habitación del hotel. Jiménez sentado y Villanueva andando por la habitación.
    --Nos queda poco. Por lo que me dijo el Hermano Mayor el jueves por la noche lo que quiera que estén planeando se cumplirá. Hay muy poco tiempo, Jiménez. Necesito que me ayude. Si lo que me dijo de él mismo ese individuo es cierto, buscamos a alguien que ha conseguido fama en el mundo entero, que ha tenido mucha proyección, que se ha relacionado al más alto nivel con presidentes, reyes... y que además es sevillano.
    --Se me viene a la mente Curro el de la Expo, pero ya no puede ser, ¿Gordito?
    --No, y que además está escondido en un sitio, protegido por un ejercito de gente con pocos escrúpulos.
    --Hombre, con pocos escrúpulos... tenemos a directores de bancos, a Beni, el que hace los bocadillos en Reina Mercedes, a la Eusebia diciéndole a los guiris que hay que consumir...
    --No, no, tiene que ser un grupo numeroso. Un colectivo que sea agresivo y suficientemente grande como para proteger un escondite sin que se note. Deben pasar desapercibidos, seguramente no tengan estética de ejército...
    --¿Diputados de tramo? Esa gente tienen mala leche, y nada más que con los que tiene la Macarena ya da para un ejército medio aparente, y si además le metes a los armados...
    --No, no, algo más discreto... Y además está el misterio de cómo explicar que escribiera dos notas, a la vez, y en distintos sitios, y por si fuera poco la ecuación se completa con el componente del este...
    --¿De quién?
    --De quién no, del este, del punto cardinal. El último cadáver, el de la fiesta de fin de año aquella, lo dejaron sobre una rosa de los vientos.
    --Sí, eso está ahí porque es el centro geográfico de la ciudad.
    --Pues el cuerpo estaba puesto de una manera que apuntaba hacia el este, no creo que sea casualidad teniendo en cuenta las servilletas del Menda. ¡Mierda! ¡A quién coño estamos buscando y dónde se esconde!

     

    Jiménez no parece saber qué decir.
    --Iré a preguntar a mis informadores, juntos no hacemos nada.
    --Perfecto.
    Llega la noche y Villanueva sigue dando vueltas por la habitación. Parece fuera de sí. No para de hacer conjeturas, listas, de tachar cosas. Grita. Golpea la mesa. No deja de mirar las fotos de las víctimas y las notas. Tiene mal aspecto. Comienza a pintar palabras en la pared de la habitación:
    “Monstruo”, “Dos”, “Este”, “Máquina”, “Ejército”, “Temblores”, “Serranito”, “El Mundo hacía lo que yo quería”. Se para. Parece dudar algo y finalmente escribe en la pizarra junto a “monstruo”:
    “¿Jiménez?”.

     

    CUARENTA Y TRES
    La luz hace tiempo que ha entrado por las cristaleras de la habitación. Villanueva no se ha acostado.
    Las paredes están llenas de palabras. Parece desquiciado. Coge la chaqueta, sale a la calle y se pone a andar. Va hablando solo. Muy rápido. Solo palabras sueltas.
    Suena su móvil. Mensaje de la comisaria: “Hoy se supone que acaba la cuenta atrás, pero sé que estamos en buenas manos”.
    Villanueva guarda el móvil. Sigue hablando solo: “En dos sitios a la vez... como dos personas pero una... han dominado el mundo... “¡¿Dios mío, qué mierda de sevillano ha dominado el mundo?!”
    Villanueva vuelve a la rosa de los vientos de la Campana. Se planta delante. “Este...” “Este...” Gira por la calle Laraña, piensa en Norberto el de los Pajaritos. Sigue andando, “Las Setas... Las malditas setas...”, se para justo en la esquina y ve aún los nombres con adoquines de Luis y Pelu, las dos víctimas. Fuera de sí, Villanueva sigue andando hacia calle Regina, continúa hablando solo... va contando con los dedos. Llega hasta calle Feria. Es jueves, y hay mercadillo. Villanueva tiene una expresión intensa, mira los puestos que aún quedan, observa, inspecciona y, de repente, encuentra uno en el que hay un cajón de vinilos viejos. Se detiene, abre los ojos, parece que ver algo y dice para sí: “¡Claro, coño!”.
    Villanueva se mete las manos en los bolsillos, saca su móvil, entra en Youtube, saca un papel y un bolígrafo, se apoya en un puesto que vende revistas porno antiguas, trajes de flamenca y una pecera, escribe mientras ve algo en el móvil, al momento, mirando la pantalla, grita: “¡OS TENGO!”.

     

    CUARENTA Y CUATRO
    La ventana del Youtube desaparece porque suena la llamada de su teléfono, es Jiménez.
    --¡Jefe! ¡Creo que se dónde están escondidos! Cuando me dijo en que pensara qué grupo podría tener mala leche como para ser un ejército y además pasar desapercibido no caí, pero al rato lo tuve claro: los taxistas del aeropuerto, los talibanes. Igual le suena raro pero hágame caso, llevan unos días en los que muchos están extrañamente en una parada inusual, y además está relacionado con el
    “Este”.
    --Exacto, Jiménez, el escondite es...
    Ambos gritan a la vez.
    --¡¡FIBES!!
    --Eso es, Jiménez, había estado delante de nosotros todo el tiempo, y ya sé quién hay detrás del Hermano Mayor. Recójame, no hay tiempo que perder.

     

    CUARENTA Y CINCO
    Villanueva y Jiménez han llegado a FIBES. Han aparcado lejos y miran el Palacio de Congresos.
    Está absolutamente blindado. Rodeado completamente por taxistas de aspecto rudo.
    --Parecen duros, Jiménez.
    --Lo son, amigo, esta gente por una buena carrera no conoce a nadie.
    En ese momento la tierra vuelve a temblar. Jiménez se agarra a lo que puede.
    --Coño con los temblorcitos... ¿Quién está ahí dentro? Cuénteme Villanueva.
    --Luego se lo explicaré, ahora hay que encontrar una manera de entrar ahí. Será imposible encontrar un hueco.
    --Mi cuñado es taxista y le aseguro que esa gente son cada uno de su padre y de su madre, pero en concreto los del aeropuerto son tremendos. Quien quiera que sea ha sabido buscarse una guardia pretoriana muy dura y absolutamente discreta.
    --¡Maldita sea! Debe de haber una manera de entrar, todos los accesos están protegidos.
    --¿Se acuerda que se lo dije hace unos días? Que me extrañaba estando como está la cosa que hubiera tantos taxistas en la parada de FIBES cuando aquí no vienen ni las águilas. Lo que pasa es que pensé, carajo, tiene su sentido, con lo lejos que está esto cualquier carrera es una fortuna. Pero...
    espere... Se me está ocurriendo algo...
    Jiménez saca el teléfono.
    --Voy a llamar a mi cuñado, Antonio, que es taxista, pero de los normales.
    Jiménez busca en el listín.
    --Vaya coñazo de teléfonos táctiles, yo que tengo los dedos porrúos, cada vez que quiero llamar a alguien acabo escribiendo un mensaje y poniendo dos alarmas. A ver, ahora. Ya. A ver si me lo coge.
    Espera, y de repente hace un gesto afirmativo como de que alguien contesta al otro lado.
    --¿Qué haces, criaturo?... ¿Vas cargado?... Me alegro, menos mal, que trabajas menos que un vampiro mellado. Oye, te tengo que pedir un favor muy importante, necesito que digas por la emisora que han llegado al aeropuerto dos aviones de noruegos que tienen que ir a un congreso de física mismo a Cádiz y los autobuses que iba a poner la organización se han estropeado... Ya, ya, no te preocupes, que tampoco será para tanto... Ok, te debo una, cuñado. Venga, lávate.
    Villanueva lo mira sorprendido, como sin entender absolutamente nada.
    --A ver, yo no sé lo que les pagarán a esta gente los Serva La Bari, pero sí sé que un tunante de estos es capaz de meterle a un noruego despistado y empollón por lo menos 400 pavos por una carrera de aquí a Cádiz. Eso sí, a mi cuñado va a haber que meterlo en un programa de protección de testigos, porque cuando se entere esta gente de que es mentira, le van a querer dar hasta en el carné de identidad.
    En ese momento, el teléfono de Villanueva se ilumina. Es la comisaria. El inspector rechaza la llamada.
    Villanueva y Jiménez miran desde lejos la puerta del Palacio de Congresos. De repente, hay un taxista que deja una partida de cartas que se juega en el capó de un coche y se mete en el taxi. Al momento sale excitado y parece contar algo importante a sus compañeros de partida. Rápidamente la voz parece correrse por todos los taxis y los coches comienzan a moverse. Alguno sale hasta quemando ruedas. En apenas un minuto y medio la puerta se ha despejado.
    Villanueva abraza sonriendo a Jiménez y los dos policías entran en el Palacio de Congresos. Está vacío. Van armados con pistolas. Avanzan, inspeccionando con precaución cada instancia.
    Jiménez habla.
    --Aquí se hace el Salón del Caballo. El padre de un amigo mío, que era para comérselo, siempre que veníamos, al irnos nos decía: “¿Lleváis la cartera?, miraos bien que aquí nada más que hay tiesos”.
    La tierra vuelve a temblar, da la sensación de que todavía más fuerte, tanto que casi se caen.
    Villanueva mira a Jiménez.
    --Mierda, ¡están abajo!
    Los dos policías buscan una escalera, bajan a un sótano y encuentran que todo está oscuro. Jiménez se lamenta.
    --¿Y ahora qué?
    --Shh... Calle.
    Villanueva saca su móvil, activa la linterna y mira el suelo de madera. Hay mucho polvo y algo que le llama la atención.

     

    --Esas huellas...
    Hay marcas de pisadas de muchos tipos, pero en concreto hay unas descomunales que se dirigen a una esquina del sótano. Ambos siguen el rastro, que se pierde inexplicablemente en un punto. Jiménez no entiende nada.
    --¿Se ha esfumado?
    --No, fíjese bien.
    Villanueva saca de entre dos de los listones del suelo una cuerda fina.
    --Es una trampilla. La abriremos con cuidado, y estoy seguro de que podrá ver quiénes son los Hermanos Mayores.
    --¿Hermanos Mayores? ¿En plural?
    Villanueva le guiña un ojo, abre la trampilla con cuidado. Del hueco sale una escalera que baja hacia un inmenso espacio en el que hay un grupo de personas, una de ellas del doble de tamaño que las otras, ninguno parece darse cuenta de que la trampilla se ha abierto.
    --Jiménez, eche un ojo, le presento a los temibles jefes de Serva La Bari.
    Jiménez se asoma, mira, y sube con una expresión de horror.
    --¡¡VILLANUEVA, LOS QUE ESTÁN AHÍ SON EL GIGANTE DEL PABELLÓN DE PAKISTÁN
    DE LA EXPO Y EL DÚO “LOS DEL TÍO”!!

     

    CUARENTA Y SEIS
    Villanueva ha cerrado la trampilla con cuidado.
    --¿¿El gigante de qué??
    --A esa bestia la conozco yo. Cuando la Expo, los pakistaníes trajeron a un gigante que se hacía fotos con la gente. Escuché que había pedido asilo político después, pero no sabía qué había pasado al final con él. Lo tenían como una mezcla de monstruo y diversión. Los solicitantes de asilo político están en un centro que está aquí cerca precisamente, en Sevilla Este, supongo que será para que no noten mucho el cambio y sigan en el extranjero. ¡A esta gente le deben de haber lavado el cerebro a base de serranitos del Menda! Y aparte de eso, ¿el Hermano Mayor son “Los del Tío”?
    --Exacto, hable bajo. Pensé en alguien que pudiera estar en dos sitios a la vez y me parecía imposible. Entonces me planteé que igual se trataba más bien de una persona duplicada. Cuando me llamó el Hermano Mayor por teléfono retuve su voz, y cuando lo tuve delante me pareció algo distinta. En el momento pensé que sería por haberle escuchado una vez por teléfono y otra directamente, pero entonces comencé a pensar en unos gemelos, o en unos hermanos o en alguien que llevara mucho tiempo junto a otro, tanto que se hubieran convertido casi en uno.
    --Esa gente efectivamente no son hermanos pero llevan desde los catorce años juntos.
    --Después pensé en algún sevillano que hubiera conquistado el mundo, y en un mercadillo encontré un disco con su gran éxito: “La Trianera”. Entonces todo empezó a encajarse solo y entendí que ellos son los que habían movido al mundo entero, los que habían conseguido que presidentes del Gobierno y reyes hicieran lo que ellos querían. Me metí en Youtube y no tardé en encontrar a Bill Clinton, a su alteza Juan Carlos, a reyes saudíes... todos bailando el famoso baile de “La Trianera”. Solo faltaba saber el sitio, y me lo dio la coreografía, uno de cada dos gestos del baile forma una letra, cuando lo buscas es claro: eFe, I, Be, E, eSe, FIBES. A saber desde cuándo lo tenían planeado.
    Jiménez está estupefacto.
    --Qué cabrones, la de veces que he bailado yo eso y resulta que estaba diciendo “FIBES”,
    “FIBES”...
    --Lo único que no sé es de dónde vienen esos temblores y qué es esa máquina inmensa que hay abajo.
    --¿Qué máquina?

     

    --¿No la ha visto? Están mirando una especie de tren gigante que echa tierra...
    --No me lo puedo creer, ¿puede abrir otra vez?
    Villanueva abre con cuidado la trampilla y Jiménez mira por una rendija. Cierra la trampilla rápidamente.
    --¡ME CAGO EN SUS MUERTOS! ¡ESO QUE USTED LLAMA ESPECIE DE TREN ES LA TUNELADORA CON LA QUE SE HIZO LA LÍNEA DEL METRO!

     

    CUARENTA Y SIETE
    --Está bien, tenemos que ser inteligentes. Jiménez, abajo he observado que hay otra puerta, justo en el lado opuesto a esta escalera.
    --Sí.
    --Necesito que me dé su pistola.
    --¿Cómo?
    Villanueva tiene un gesto sombrío.
    --Tengo un problema, no sé si confío en usted, Jiménez. Sus desapariciones, algunos comentarios...
    Muchas veces he tenido la sensación de coger ventaja a estos criminales y luego me he visto un paso por detrás de repente. La única persona a la que le he confiado todo ha sido a usted y, honestamente, no sé si juega de mi bando.
    El rostro de Jiménez se pone serio como Villanueva nunca antes lo había visto. Calla un segundo y casi con otra voz lanza:
    --¿Tiene otra opción aparte de confiar en mí?
    Villanueva se sobrecoge.
    --Efectivamente, no tengo otra opción, por eso se lo digo claramente. Vamos a separarnos, y espero poder contar con que está a mi lado alguien que no quiere que haya más muertes, un amigo. Hágame caso, deme su pistola, tengo una idea. No me traicione.
    Jiménez se queda pensativo. Se mete la mano lentamente en la chaqueta, saca la pistola, y se la da a Villanueva.
    --Gracias.
    Jiménez no se despide y se marcha.
    Villanueva observa cómo desaparece en la oscuridad del sótano. Finalmente decide abrir la trampilla haciendo todo el ruido que puede. El grupo de hombres de abajo se gira y lo ven. Uno de los integrantes de “Los del Tío”, el de pelo moreno, grita: “Ay, Trianera”..., a lo que todos los demás responden: “¡Aay!”, y tres hombres apuntan a Villanueva con armas. El otro, el de pelo cano, toma la palabra.

     

    --Hombre, hombre, hombre, tenemos aquí al inspector como invitado de lujo... “¡Barbudo!”.
    El gigante se da la vuelta y lo mira.
    --Como ve, tiene pocas posibilidades, así que mejor que suelte el arma.
    Villanueva parece analizar la situación: hay un gigante, unos treinta hombres armados hasta los dientes que le apuntan, “Los del Tío” y una inmensa máquina haciendo un túnel.
    --De acuerdo.
    Villanueva levanta la mano con la pistola.
    --Tíresela a “Barbudo”.
    Villanueva se desarma.
    --Muy buen truco lo de la letra en las dos notas.
    --¿Verdad? Lo comenzamos a hacer para dedicar los discos, eso es tan aburrido que se nos ocurrió un día intercambiarnos las firmas. Pertenecemos a ese curioso grupo de parejas como los diseñadores de aquí, los Tijero y Sinhilo, Randy y Pucas o Eduardo Dato y Luis Montoto, que la gente no sabe distinguir. Y así, tras cincuenta años de carrera juntos, nuestras letras son exactamente iguales. Respecto a nuestras “apariciones públicas”, la entrevista, reuniones, el otro día en la bodeguita... nos íbamos turnando, unas veces uno, otras otro. Realmente, hay pocos en la misma organización que lo sepan incluso. Aquí ve a nuestra gente de confianza.
    --Como el monstruo este, la idea de acogerlo después de la Expo’92 tampoco ha estado mal tirada.
    --¿Verdad? Fue un fichaje maravilloso. En serranitos nos gastamos un dineral, eso sí, pero es muy útil. Llevamos años utilizándolo en secreto. Tiene problemas con las articulaciones por su tamaño, no lo podemos llevar a ningún médico, así que el cirujano de la Maestranza, muy amigo mío y ya retirado, lo ha cuidado durante todos estos años. Le ha protegido del dolor de sus articulaciones y además le ha ido dando unas pastillitas, metidas en el pimiento del serrano, que lo han convertido en un zoquete absoluto pero fuerte como un cubata de pueblo. Es dormiloncete, hay que despertarlo a calambrazos algunas veces, pero, vamos, buen chaval. Con ir dejando comentarios aparentemente inocentes en algunos mentideros de la ciudad, la imaginación de la gente lo ha convertido en un monstruo mitológico, pero eso sí, la fuerza sobrehumana mezcla de sus genes y de la chasca que le han metido sí es real. Mire, verá, lo comprobará usted mismo, Barbudo... ¡Serranito!.
    El Hermano Mayor señala hacia Villanueva.
    --¡¡AAAAAAAAGHHHHHHH!!

     

    El gigante se pone a saltar y a gritar de emoción de una manera tan salvaje que da miedo.
    --Eso es lo único de lo que entiende. Bueno, de eso y de dar porrazos. En Pakistán por lo visto era ingeniero, pero qué más da, las pastillitas del doctor y listo. Pensar está sobrevalorado.
    --Hijos de puta...
    “Los del Tío” se van alternando para hablar.
    --No se ponga así, Villanueva, hoy es un gran día, y usted va a presenciar algo histórico. ¿Ve esos diez metros de tierra que separan la tuneladora de ese otro túnel? Es lo que falta para que Sevilla sea libre.
    --¿Qué quiere decir?
    --Llevamos meses perforando el suelo de la ciudad, esto es lo que queda, todos esos temblores eran la consecuencia de estar separando a Sevilla del resto de la península.
    --¿QUÉ?
    --Lo que oye, Sevilla siempre ha sido algo parecido a una isla en cuanto a costumbres, así que, ¿por qué no convertirnos en una isla de verdad? La tuneladora ha dibujado durante todo este tiempo los límites que tendrá nuestra propia insularidad. De Doñana hacia acá todo será nuestro.
    Uno de los hombres armados interrumpe.
    --Jefes, el Rocío al final entraba, ¿o no?
    --Sí, sí, claro, el Rocío por un lado y Bajo Guía por otro. Tontos no somos, ya que nos ponemos a cortar tiramos, a ver si nos vamos a quedar sin bichos de bigotes.
    --Ah, vale, vale.
    Villanueva sigue desarmado con las manos en alto.
    --¿Pero qué vais a hacer solos?
    --¿Solos? Estamos los que queremos estar. Nuestros cálculos geológicos nos dicen que una vez que este pequeño apéndice que tenemos a nuestras espaldas se corte, la propia inercia de la nueva placa de terreno hará que se desgaje de la península. Y eso a ver quién lo deshace luego. Estoy deseando ver la cara que se les va a quedar a los catalanes y a los vascos la cara que se les va a quedar. Esto sí que es independencia en serio. Según la cantidad de tierra y la velocidad que alcanzará nuestra nueva isla, creemos que nos quedaremos a unos 300 kilómetros de la costa de Portugal. Una vez asentados, tendremos nuestras propias leyes: Semana Santa los meses impares, Feria los pares, y al Rocío tres veces al año que tampoco hay que quedar de jartibles.
    --No os saldréis con la vuestra, localistas locos.
    --¿No? Ya lo veremos, aquí el espectáculo se acabó para usted de momento, así que muy a mi pesar... Barbudo... ¡SERRANITO! ¡DE POLLO!
    Uno de los Hermanos señala a Villanueva y el gigante se lanza contra él ante la risa expectante de todo el grupo, justo antes de que le alcance, el inspector se mete la mano en el tobillo, saca el revolver de Jiménez que tenía escondido y dispara al monstruo en la pierna.
    --¡AUUUUUUUUUUGGGG!
    El alarido es aterrador, de animal herido, y el gigante se desploma lamentándose. Uno de los Hermanos Mayores grita a los hombres armados.
    --¡Matadle!
    Sin embargo, justo cuando están a punto de disparar a Villanueva un ruido de micro acoplado insoportable atruena en el Palacio de Congresos. Todos miran buscando la fuente de sonido. Por la megafonía suenan un par de golpes a un micro y, de repente, a un volumen desproporcionado, puede escucharse a alguien cantando a capela “Por ella fue el amor y el odio, la paz y el tormento”.
    Todos los que están en la estancia se desconciertan e intentan taparse los oídos con las manos porque el sonido es tan fuerte que pareciera que les fuera a romper los tímpanos.
    --¿QUÉ COÑO ES ESO?
    --¡YO QUÉ SÉ! ¡SERÁ EL TAPICERO!
    En ese momento justo entra por la trampilla José Manuel Poto. No dice nada. Hay silencio.
    Todos le miran perplejos. Lleva pintura militar en la cara, dos cinturones de balas cruzados en el pecho, va armado con dos ametralladoras y un micro de diadema que le va de la oreja a la boca.
    Justo en ese instante y sin decir nada empieza a disparar a diestro y siniestro provocando gritos y disparos mientras recita un amplificado por la megafonía: “POR ELLA FUE EL AMOR Y EL ODIO, LA PAZ Y EL TORMENTO”. Los versos de su canción, a gritos, se mezclan con el ruido de un tiroteo desgarrador y Poto que sigue.
    --¡POR ELLA LA ILUSIÓN Y EL GOZO DE VIVIR QUERIENDO!
    Los hombres comienzan a caer con los disparos. El ruido es ensordecedor y el cantante continúa gritando aún más alto.
    --¡POR ELLA SIGUE VIVA LA ESTRELLA QUE GUÍA MIS PASOS!
    A José Manuel Poto también le disparan pero sigue en pie ametrallando como en éxtasis, fuera de sí y con un rostro de absoluto desquicie hasta que finalmente no queda nadie en pie salvo él, que deja de disparar y ensangrentado grita:
    --¡Y POR ELLA NO ME DESMORONO ANTE LOS FRACASOS!
    En ese momento se desploma ensangrentado.

     

    CUARENTA Y OCHO
    El panorama es desolador. Hay cuerpos caídos por toda la estancia. Es una verdadera carnicería.
    Villanueva ha recibido impactos y los dos Hermanos Mayores y José Manuel Poto y el gigante...
    Todos están lamentándose entre charcos de sangre.
    Uno de los Hermanos Mayores le grita con un hilo de voz.
    --¿Pero qué has hecho, carajote?
    Poto, a veinte metros, también en el suelo, y sin fuerza ni para moverse, trata de responder entre toses, pero suena otra vez el desagradable sonido del micro acoplado.
    --Por lo menos quítate ya el micro, que nos muramos sin dolor de cabeza aunque sea.
    Poto asiente, se quita como puede el micro de diadema y lo tira lejos. Su voz se oye ya sin altavoces.
    --Al carajo el micro. Lo que he hecho ha sido cantarle mi canción a quien de verdad se la merece:
    ¡A SEVILLA! No he aguantado más, me da igual si me muero, quiero una ciudad para todos, quiero vivir en un sitio al que llegue gente de fuera y se enamore, y sobre todo, quiero volver a dar conciertos, coño. Llamé a la comisaria y conté todo lo que sabía, en breve estarán aquí, pero yo sabía que no podía esperar porque faltaba poco tiempo. Como, además, de un concierto que di aquí, por el Salón del Toro, conocía dónde guardaban los micros y dónde estaba el control de sonido, pensé que era la entrada perfecta. ¡QUIERO VOLVER A LLENAR LA PLAZA SONY!
    El otro Hermano Mayor también está gravemente herido y a duras penas habla.
    --Has hecho el ridículo, imbécil, todo este tiroteo no va a servir de nada. Aunque no podamos movernos la tuneladora va a finalizar su trabajo, y la placa de Sevilla se desgajará en poco más de un minuto.
    En ese momento la trampilla del fondo se abre. Todos miran desde el suelo. Es Jiménez. El Hermano Mayor del pelo cano suspira.
    --El que faltaba.
    Jiménez no se cree lo que ve.
    --¿Pero qué carajo habéis hecho? Buen día para comprar acciones de García Morato.

     

    Uno de los Hermanos Mayores responde.
    --Nada, el Poto que se ha venido arriba.
    Poto, en el suelo, con múltiples impactos asiente como puede.
    --Así soy yo.
    Villanueva se agarra las heridas, no para de sangrar.
    --Jiménez, todo está en su mano, tiene que detener la tuneladora, ahí está la consola de mando. Solo tiene que pulsar el botón rojo de STOP.
    Jiménez se acerca a la consola y mira el botón. El Hermano Mayor del pelo negro le grita.
    --¡JIMÉNEZ! ¡NO! Sabemos que eres uno de los nuestros, ¡La zona en la que quedará la isla tiene un clima estable en el que no llueve! ¡Podrá salir el Cachorro sin problemas! ¡Se acabó el fango en las casetas y en los bajos de los pantalones de chaqueta! ¡¡Todo es un pasaporte a la felicidad!! ¡LO
    ÚNICO QUE TIENES QUE HACER ES NO TOCAR NADA!
    Villanueva vuelve a intervenir, muy débil.
    --Jiménez, pare la máquina, ha muerto mucha gente, esto es una locura.
    El otro Hermano Mayor se mete ahora.
    --¡Jiménez! ¡Tendremos playa! ¡Seremos una isla! Hemos calculado y Bellavista se convertirá en un pueblo pesquero maravilloso. ¡Se acabó ir a Chipiona! ¡Se acabó el palo del peaje de Las Cabezas y que nos claven en la gasolinera del Espectro!
    Villanueva grita por último como puede.
    --Amigo, simplemente... ¡¡HAGA LO CORRECTO!!

     

     

    CUARENTA Y NUEVE
    Hospital Universitario Virgen del Rocío. José Manuel Poto y el inspector Villanueva comparten habitación mientras se recuperan de sus heridas. Tienen relativo buen color.
    En la habitación entra Jiménez.
    --Hombre, ¡mis dos princesas! ¿Cómo estáis?
    Villanueva y Poto sonríen. Poto toma la delantera.
    --Pues mira, bastante mejor que en cualquiera de las cárceles en las que he estado últimamente, la verdad.
    Villanueva sonríe.
    --¿Cómo estás, amigo?
    --Bien, mejor que vosotros que estáis hechos un asco. Poto, una cosa te voy a decir, rancio serás un taco, pero puntería, puntería, tienes una mierda de puntería. Vamos, tú y los nazarenos que había allí.
    Balística me ha pasado el informe, había más de 300 casquillos en el sótano aquel y no habéis muerto ni uno, parecía un capítulo del Equipo A, que ahí no muere uno ni de viejo.
    --El forense del Equipo A trabaja poco, sí. He de reconocer que la puntería no es mi fuerte, una vez fui a la Calle del Infierno, tiré en un puesto con una escopeta de balines y le salté un ojo a uno de una caseta en Pascual Márquez.
    --Bueno, casi mejor así. No sé si lo recordaréis porque al perder tanta sangre fuisteis cayendo uno detrás de otro. La tuneladora se paró y al poco llegaron los GOES, el Grupo de Operaciones Especiales, descolgándose por las ventanas, con metralletas, no veas el lío. Cuando llegaron y vieron la carnicería que había se quedaron asustados. Se creían que erais de una secta.
    --Normal, si aquello parecía una almadraba.
    --Te digo yo que llega a aparecer el Conde Drácula y acaba empachado. La tuneladora se ha devuelto a una empresa alemana que tenía denunciado que se la habían robado. Lo habían tapado en medios de comunicación porque les parecía ridículo perder algo de 40 toneladas.
    --¿Cómo van a rellenarse los túneles?
    --Pues eso se está decidiendo ahora, pero Podio, el alcalde, dice que ya podemos aprovechar y hacer la línea 2 del metro que unirá Bajo Guía con el Rocío, no te digo nada y te lo digo todo. Y por otro lado el Estadio Olímpico se queda para los Testigos de Jehová. De pantano nada.
    Villanueva mira con cariño a Jiménez.
    --Amigo, gracias por todo, actuó como un héroe. No sé cómo pude dudar de usted. Le esperan muchos reconocimientos.
    --Bueno, estos tres días lo he estado pensando y era normal, con lo desastre que soy... La verdad es que tuve dos o tres desmarcadas importantes en momentos críticos, es normal que se mosqueara usted, sí.
    --¿Qué ha pasado con esta gente?
    --Pues están todos como vosotros, hechos un cristo. En cuanto se pongan bien van para dentro todos por supuesto. El único que igual se salva es el pakistaní. Al pobre lo tenían drogado perdido, he hablado con él y no es mal chaval, no se acuerda de nada prácticamente, bueno, sí, de los serranitos del Menda, pero porque yo creo que todavía se le repiten. Ese igual se escapa porque estaba fuera de sí. De hecho, el Gobierno pakistaní lo ha reclamado a través de la Embajada, lo querrán para jugar al baloncesto o yo qué sé, lo mismo pone de moda las tiendas de serranitos por ahí lejos y le devolvemos a los notas esos la que nos han metido con los kebabs.
    Villanueva vuelve a sonreír.
    --¿De verdad no se planteó en ningún momento dejar que la tuneladora siguiera trabajando y separara Sevilla?
    --A ver, un poco me lo planteé, la verdad, pero al final hubo algo que hizo que me diera cuenta de que detenerla era lo correcto.
    --¿El sentido del deber?
    --No, que yo tengo un piso en la playa de Regla, en Chipiona, y si ahora todo el mundo iba a tener playa, a ver a quién carajo le iba a alquilar yo el piso en verano, con 12 años de letras que me quedan todavía.
    Todos ríen. En ese momento entra la comisaria y callan.
    --Qué tal, ¿cómo estáis?
    --Bien, comisaria, bien.
    --Lo primero, daros la enhorabuena. Le adelanto, Villanueva, que tendrá reconocimientos y que, voy a intentar evitarlo, pero a usted Jiménez, lo quieren ascender y llevárselo a Madrid aunque sea policía municipal. Ha habido pocos casos, pero quieren promocionarle y darle un puesto en la Policía.
    Jiménez se sorprende.
    --¿A Madrid? Yo lo agradezco pero la verdad es que preferiría tener una calle con mi nombre en la Feria, eso sí que me haría ilusión.
    La comisaria hace un gesto como de que toma nota y prosigue.
    --Lamento mucho lo ocurrido, Villanueva. Te llamé en cuanto hablé con José Manuel Poto para avisarte de que aguantaras, que Operaciones Especiales iba en camino y que él se había arrepentido.
    --Ya, bueno, bien está lo que bien acaba, comisaria.
    --Déjame tutearte, espero que no pienses que esto es fruto de la tensión o de lo que hemos vivido, pero creo que deberíamos hablar de nosotros cuando te den el alta.
    --Bueno, ya hablaremos, sí.
    Jiménez, con poca discreción, se acerca a Villanueva.
    --¿Te dije yo que ésta quería mantequita de lomo o no?
    La comisaria hace como que no lo oye y prosigue.
    --Solo tengo una mala noticia. ¿Recuerdas que el proyecto de estos locos eran siete crímenes?
    La cara de Villanueva cambia por completo y su gesto se oscurece.
    --Sí.
    --Cuando llegaron ustedes a las catacumbas de FIBES ya habían ejecutado a una persona más.
    --¿Cómo? No puede ser. ¿A quién?
    --Estamos investigando qué relación tiene con ellos, se trata de un joven escritor que tenía una cuenta en Twitter de humor sobre la ciudad. Le rajaron en el pecho una frase hasta que se le paró el corazón, seguramente por el shock del dolor.
    --Dios mío ¿qué frase?
    --“TE VAS A REÍR DE TU ABUELA, MODERNO 7/7”. Lo más llamativo es que ya le habían pegado una paliza dos horas antes unos modernos por lo visto por todo lo contrario, por rancio.
    Todos quedan sumidos en un pesado silencio hasta que Poto interviene.
    --Le han dado por todos lados al chaval. Pues es una pena, porque esto que nos ha pasado da para hacer un buen libro.
    Jiménez apunta.
    --¿Uno? Por lo menos tres.
    La comisaria confirma con la mirada.
    --Lamento que no todo sean buenas noticias. Ahora lo importante es que descanséis y os recuperéis.
    Yo os dejo, tengo que atender a la prensa. Juan y Tres Cuartos va a hacer durante todo el día un especial informativo con dos niños gordos que cuentan chistes mientras tocan la caja. Tengo que ir a explicar el dispositivo y a que me cante un niño de esos. Me alegro de que estéis bien y de que todo, por fin, haya acabado.
    La comisaria va a salir de la habitación, todos la miran marcharse y ven cómo, justo antes de atravesar la puerta, se gira y pronuncia: “Felicidades, sois unos héroes”.
    La satisfacción inunda las caras de todos hasta que Jiménez apunta.
    --No se olvide de lo de la calle en la Feria, cerca de los cacharritos mismo, no importa el sitio.
    Todos ríen de nuevo. Villanueva se fija y ve una pequeña maleta en la puerta.
    --¿Se va de viaje, Jiménez?
    El policía local se ruboriza.
    --Bueno, si me van a mandar a Madrid tendré que ir conociéndolo, ¿no? Lo de mi mujer no parece que funcione, sigue en casa de mi suegra con los niños y yo me he estado escribiendo con Sara Tirana, la camarera aquella del bar del cuarto oscuro. Le he dicho que si se cambia el nombre a Sara Triana subo a verla y me ha dicho que sí.
    Villanueva empieza a reírse a carcajadas. Soto no entiende nada. Jiménez se pone aún más rojo.
    --Ya, sé que hay algunas cosas que nos diferencian o, mejor dicho, que tenemos en común, pero no se puede imaginar lo que me divierto con ella y le voy a decir mi primer mandamiento, que leí en un papel pegado en Casa Moreno, la cuna del montadito de Pata de Mulo: La alegría nos hace invulnerables.

     

    VUESTROS TWEETS
    @britokike: pa cuando crees que sacarán un singstar con canciones de Silvio, Triana y Smash
    @AuDPC64: He hecho un guiso de rape con papas guisás pa pasearme a hombros por la Maestranza y llevarme Torneo arriba hasta mi casa
    @mpreyb: ¿Dónde vives?
    @AuDPC64: El guiso no sé si comérmelo o ingresarlo en el banco a plazo fijo
    @danibenitezgarc: @ranciosevillano yo voy mucho en vici de Sevilla Este a Triana, conoces a alguien de Red Bull para que me patrocine o algo??
    @SelujJimnez: Más cagao que un nazareno con una nueva notificiación del Rain Alarm
    @Kike_marina: Shakira pone a su niño Milán, Becham le pone Brooklyn... espero que
    @ranciosevillano no tenga un niño
    @HijodelConsul: Serva la Bari debería ser nominada hija predilecta de Sevilla
    @iSetete: El #networking es a lo que mi madre le ha dicho de toda la vida “hay que tener amigos hasta en el infierno”
    @FMFV67: ahora se dice “fake”, pero nosotros siempre decimos “es un queo”
    @jmnavarro84: Está el día pa que salga la #Borriquita, porque como diga #elcachorro de salí se jode el invento
    @Raulanillo: Las coordenadas tienen que tomar de referencia un bar, si no, no vale. Ej: Enfrente del Tremendo
    @Puli_10: rancio es meter un tenedor en la litrona para que no pierda gas, y volver a meter en el frigo cuando no se acaba
    @pcuberos93: en junio operación bikini, y en cuaresma operación esparto. Hay que entrar ahí como sea!!
    @IsraelJPJP: La dieta que siempre he seguido es la de la vitamina C: Cruzcampo, Chicharrones, Cazón, Cañailla, Caldereta

     

    @abervaz: #elprisionerodesevillaeste o #elprisionerodecordobooeste?
    @anhell67: Vetealcarajofobia es el miedo a ser rechazado
    @dgandoin: Mi padre siempre dice que quien madruga... se lo encuentra todo cerrado
    @Luimlb: El final del número Pi está en Sevilla Este?
    @martasandirgz: @Rancio es mi compañero de curro que todos los días a las 3 en vez de poner el telediario pone “El parte”
    @motedu: Beberme una cruzcampo es mi forma de decir amén
    @raul_libre: Primicia, la sonda Voyager 1, tras salir del sistema Solar, capta las primeras imágenes aéreas de Sevilla Este
    @tosporigua: responder con un FAV es lo mismo que si me echas el brazo ponsima en Las Golondrinas y me dices: Como lo sabes compadre?
    @JovenAntuan: Sevilla es pedirle un cigarro a tu amigo, pedirle fuego, guardarte el mechero sin querer y que tu amigo no te diga nada
    @suli432: La gente quiere saber la receta secreta de la Coca Cola, otros, quresmos la de la bechamel de las croquetas del Oviedo
    @41010Triana: Los recoge-vasos der Salvador tomaron clases de malabares con la vieja del Jota
    @fjavimoya: El Runtastic Road Bike de hoy: Estación de penitencia y media del Cerro en 54’
    @RobeHuergaP: Emprendimiento es una hermandad que sale el miércoles santo no?
    @josema84perez: me vas a tener que dar comisión en forma de montaito y botellín o cartucho de chicharrones por recomendar los dos peazos de libros
    @JluisMontero: Más apretado que Hulk en un ascensor de la calle Greco
    @JaviPalacios86: El verdadero enemigo de la cerveza es el ácido úrico. No me podía haber dejado mi padre de herencia una finca con caballos
    @fjmaroto: Los que dicen que es difícil salir del IKEA no han salido con el choche del parking de la calle Imagen
    @dlebronpoker: Dale un pez a un hombre y comerá un día, dale una caña y te pedirá un serranito

     

    @Adardet: En su próximo programa Jordi Evole explicará que la Torre Pelli es un montaje.
    Ojalá!!!
    @Belen1067: Que me pregunten si se puede subir a la Girlda en ascensor y querer matar
    @ouattara127: Si pinto mi casa y en el suelo pongo el ABC para que no se manche... ¿Estoy pintando mi casa a lo rancio?
    @albert_rive: No sabes lo que es sufrir si no has estado en la última trabajadera del Silencio Blanco.
    @PabloAlvarezSM: El hombre ha llegado a la luna pero no ha conseguido que un nazareno del Gran Poder mire pal lado.
    @stevenmarquez88: hoy he visto un guiri echándole sprite a una cruzcampo y me han entrao ganas de irme pa el y pegarle dos tragantás...
    @javiVielba: maricona a ver si esta vez no dejas cerquitos de botellines en el libro!!
    @cornelioSfc: Como cantaba Juan Luis Guerra, rancio tela: “¡Ojalá que llueva La Cruz del Campo”
    @juanjoabsolut: Yo me mudé a Sevilla Este en el ’85... éramos hombres, éramos valientes
    @Plobo84: El Mundo saca en primicia los papeles del contrato entre Cruzcampo y Restalia
    @My_weapon: Yo para ligar, la táctica que uso es decir que el @Ranciosevillano me publicó 3
    tuits en su último libro, ya sabes... no me cortes el chollo!!
    @jonas301301: Se habla musho de expediciones a Marte. Pa cuando una expedición a Sevilla Este??
    @FrikiDelCine: En casa de mi suegra, no se si es la zona o solo ella, la minipimer es la “maripili”.
    Es como poner nombre a porteros rusos
    @Legna_83: Resulta que hay una borrasca que se llama Tini, antes Stefani, la siguiente que sea un nombre más autóctono, Mari Loli
    @dmtsevilla73: primera etapa vuelta a España 2014. Sevilla-Sevilla Este 253 km tres puertos de categoría especial
    @raul_libre: Papiroflexia es lo que aprende uno cuando está apunto de quedarse sin papel higiénico

     

    @joseareina: A Sevilla Este en Eurovisión le votan países vecinos como Moldavia o Azerbaján
    @Guille_ontcla: Ayer en el avión camino de BCN, mientras leía El Asesino de la Regañá, venía José Manuel Poto y en el bolsillo llevaba una bolsa de plástico del Hijo...
    @cipriprenda: Jesucristo murió en la cruz. Vale. ¿Pero en la Cruz del Campo o en la Cruz Roja?
    @JLUisMontero: -Mira, mira cómo viene el gachó! -¿Cómo? -Como la túnica del Gran Poder -Ah, más morao que la má -Qué va, que viene racheando
    @cubateitor: Los caballeros del Zodiaco eran de un barrio de Sevilla
    @PabloAlvarezSM: Tú que eras de Bestard o de Salomon?
    @LuisPereyra89: Rancio es lo que hicieron mis padres viviendo en Málaga y para que yo fuera sevillano, venir a Sevilla, parir y volver
    @salvallamas: los míos hicieron lo mismo pero desde Tenerife y con tres hijos
    @FBenot: Al igual que hicieron los mios con mi hermana y además le pusieron de nombre Macarena #olé
    @agsolis10: Hoy, en la portada de @abcdesevilla, “Cruzcampo le regala un polo nuevo al pelirrojo del Bar Jota”
    @zEkhieL84: son las 15:45, las 06:45 en Sevilla Este
    @etovani: Hoy hablando con un colega hemos recordado una palabra debería volver, GRIFOTA
    @molleon: Yo no le pego, pero la mejor la del Pumarejo
    @julioadame3: Decir que el cielo está color panza burra en vez de que está nublado, qué grado de rancio me da?
    @peska1917: Gran nivel, es como cuando se dice “eso está a un narananjaso de aquí”, es decir a 50 metros.
    @CuRrOmAm: Y ver San Gonzalo en Campana en el DVD del coche antes de dejar a los niños en el cole, eso es rancio?
    @Madreimperfecta: @ranciosevillano La Patilla: razone su respuesta
    @ranciosevillano: Encender cerillos, resguardar del frío, establecer status

     

    @selu_10: #elprisionerodesevillaeste, no hubieras conseguido un título de libro que defina mejor mi vida #a5minutosdelcentroenave
    @MaestroLudico: Llamar a alguien con cuennos “el kiki” y si tiene muchos cuennos “el kiki 2”
    @luisbubiano: Sofá o tresillo. Cheislon... eso qué cojones es?
    @alamismavez: Enseguía vas a escuchar al camión del tapicero diciendo que se tapizan chaises longes
    @pepeLeMico: En mi pueblo una tienda vendía en oferta un “sofá con cherlon”. Yo estuve por preguntar si era Cherlon Holmes.
    @Jbasalo1970: Puedes asesinar en tu próxima novela al ingeniero que hizo la reforma de José Laguillo? Y al que sincroniza los semáforos.
    @jgalfer: -Cariño, hoy es 14 de febrero, sabes qué significa eso?
    --Claro, que faltan 58 días para el Domingo de Ramos
    @papaporio: Dos feas hablando: -Killa me veré algún día vestía de blanco? -Po como no te apunte a karate...
    @alealrguez: Hola @ranciosevillano, ¿Es usted rancio nivel enchufarse el “Christus factum est” en el iPod antes de dormir?
    @Juanjecofrade: -Estoy serranito de amor por ti. -Ay, cuánto te cruzcampo.
    @FMFV67: Me gusta más lo que decía el gran Pepe Peregil: “Qué bonito es el amor... cuando pasa por calle Cuna”
    @ildecortes: Decididamente, Spotify no será un buen servicio hasta que incluyan a Silvio. @Ranciosevillano está de acuerdo conmigo
    @hectorubio: Crimea tiene frontera con Sevilla Este?
    @srlena: -Papa xq hacemos siempre lo que dice mamá? -Yo decidí tu nombre y ella todo lo demás.
    -mereció la pena? -Cada minuto, Goku, cada minuto
    @estebanperdigon: Recordad: mañana para las prácticas de enfermería llevad el pijama blanco, zuecos y el cíngulo con el nudo al lado derecho.
    @etovani: Otra palabra que debe de volver es “TRANFULLERO” que no sé si tiene algo que ver con la palabra transfuga
    @AuDPC64: -Tú qué te llevarías a una isla desierta? -50 tarrinas de manteca colorá y 10 panes de Las Cabezas de a kilo. What else??
    @Adardet: C/Cerrajería 10:00h. Dueños de comercios barriendo su trozo de calle. Para cuando dependientas de Zara barriendo Tetuán?
    @JLuisMontero: Ser rancio es decirle a tus hijos a la hora de hacer los deberes del colegio
    “Venga, a hacer la PLANA”
    @berni_jmbg: Mucho curlin en Sochi, mucho curlin pero los abuelos del polígono con la petanca le dan una paliza a estos que no veas
    @ManPerCor2: Según @ranciosevillano Fanta es masculino. Y Coca Cola es femenino. Y eso es así y los pollos de Puerta Carmona asaos. No hay más tu tía.
    @GourmetSevilla: El #fastfood de #Sevilla es la Choza de la manuela en Bormujo y lo sabes...
    @zEkhieL84: He ido a un japonés y he pedido boquerones en vinagre
    @Jaime_FMA: Terminado #elcrimendelpalodu y decido que a las 7AM, en vez de alarma, me despertarán las ánimas benditas. #modoabuelarancia
    @JulioSpicchi: Un @ranciosevillano romántico se lleva a la parienta al azulejo de San pedro a buscar al pajarito. Excusa para un cervezón en el Tremendo.
    @pamemecada: “Sevilla Este, y tú me lo preguntas? La lejanía eres tú”
    @bakalacasual3: Alcosa es el casco antiguo de Sevilla Este
    @MiguelPoliticas: Yo creo que el futuro está en hacer yogures con sabor a montaito de pringá, y en lugar de fibra, echarle mijitas de regañá
    @miguedelafe: para qué voy a escribir tweet si después no me pones ninguno en el libro... Pero viva tú y la Cruzcampo, Eah.
    @Unserranito: -Perdone! Tiene @cruzcampo? -Sí -Ah, vale. Entonces me voy. -Oiga que le he dicho que sí tengo. -Por eso, es que soy el repartidor.
    @espegmarquez: Debería ser obligatorio estudiar en los colegios las capas del serranito igual que se estudian las capas de la atmósfera
    @My_weapon: Meter las patatas dentro del serranito debería estar penado con beber Mahou durante 6 meses!!!
    @obdriftwood: Fijo que en esta novela tampoco salgo
    @Apellidarte Macías podía ser objeto de cachondeo en el cole, pero jodido jodido lo tienen los hijos de Putin ¿que no?
    @Antonioj34: No digan tiempo de cuaresma... digan tiempo de bacalao con tomate
    @Nandirf: Va a durar más que un barril de Bitter Kas
    @raul_libre: Ser rancio es ir al Antique, acercarte a una chavala y decirle: “Te invito a una copita de Terry”

     

    Table of Content
    UNO
    DOS
    TRES
    CUATRO
    CINCO
    SEIS
    SIETE
    OCHO
    NUEVE
    DIEZ
    ONCE
    DOCE
    TRECE
    CATORCE
    QUINCE
    DIECISÉIS
    DIECISIETE
    DIECIOCHO
    DIECINUEVE
    VEINTE
    VEINTIUNO
    VEINTIDÓS
    VEINTITRÉS
    VEINTICUATRO
    VEINTICINCO
    VEINTISÉIS
    VEINTISIETE
    VEINTIOCHO
    VEINTINUEVE
    TREINTA
    TREINTA Y UNO
    TREINTA Y DOS
    TREINTA Y TRES
    TREINTA Y CUATRO
    TREINTA Y CINCO
    TREINTA Y SEIS
    TREINTA Y SIETE
    TREINTA Y OCHO
    TREINTA Y NUEVE
    CUARENTA
    CUARENTA Y UNO
    CUARENTA Y DOS

     

    CUARENTA Y TRES
    CUARENTA Y CUATRO
    CUARENTA Y CINCO
    CUARENTA Y SEIS
    CUARENTA Y SIETE
    CUARENTA Y OCHO
    CUARENTA Y NUEVE
    VUESTROS TWEETS

     

    Document Outline
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    El prisionero de Sevilla Este
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