CAPÍTULO III
LA VERTICALIDAD DE LAS LLAMAS
En lo alto… la luz se despoja de su ropa.
(Octavio Paz, Aigle ou soleil?
Transposition française de Jean Clarence Lambert, ed. Falaize, p. 69).
I
ENTRE los sueños que nos alivian, eficaces y simples, están los dueños de la altura. Todos los objetos rectos señalan el cénit. Una forma recta se lanza y nos arrastra en su verticalidad. Conquistar una cima real sigue siendo una proeza deportiva. El sueño va más alto, el sueño nos transporta más allá de la verticalidad. Muchos sueños de vuelo nacen de una emulación de la verticalidad ante los seres rectos y verticales. Cerca de las torres, cerca de los árboles, un soñador de altura sueña con el cielo. Los sueños de altura alimentan nuestro instinto de verticalidad, instinto rechazado por las obligaciones de la vida común, de la vida chatamente horizontal. El sueño verticalizante es el más liberador de los sueños. No existe medio más seguro de soñar bien que soñar con un más allá. Pero el más decisivo más allá, ¿no es acaso el más allá que está arriba? Hay sueños en que lo de arriba olvida, suprime, lo que está abajo. Al vivir en el cénit del objeto recto, acumulando sueños de verticalidad, éstos nos introducen en el mundo de los valores. Comulgar por la imaginación con la verticalidad de un objeto recto, es recibir el beneficio de fuerzas ascencionales, es participar en el fuego oculto que habita las bellas formas, las formas cuya verticalidad está asegurada.
Hemos desarrollado antes, extensamente, este tema de la verticalidad en un capítulo de nuestro libro El aire y los sueños.[1] Si alguien quiere remitirse a ese capítulo podrá ver todo el plano secundario de nuestros ensueños presentes sobre la verticalidad de la llama.
II
Cuanto más simple es su objeto, más importantes son los sueños. La llama de la vela sobre la mesa del solitario prepara todos los sueños de la verticalidad. La llama es una vertical erguida y frágil. Un soplo trastorna la llama, pero ésta vuelve a enderezarse. Una fuerza ascensional restablece sus prestigios.
La vela arde arriba y su púrpura se empina dice un verso de Trakl.[2]
La llama es una verticalidad habitada. Todo soñador de llama sabe que la llama está viva. Da pruebas de su verticalidad mediante reflejos sensibles. Si un incidente en la combustión perturba el impulso cenital, en seguida la llama reacciona. Un soñador de voluntad verticalizante que recibe su lección de la llama, aprende que debe volver a erguirse. A encontrar nuevamente un deseo de arder arriba, de ir, con todas sus fuerzas, hacia la cumbre del ardor.
¡Y qué momento importante, qué hermoso tiempo, cuando la vela quema bien! ¡Qué delicada vida hay en la llama que se alarga y adelgaza! Los valores de la vida y los del sueño se encuentran entonces asociados.
¡Un tallo de fuego! ¿Sabremos alguna vez cuánto perfuma?
dice el poeta.[3]
El tallo de la llama es tan recto, tan frágil que la llama es una flor.
De esta forma, las imágenes y las cosas intercambian su virtud. Toda la pieza del soñador de liorna recibe una atmósfera de verticalidad. Un dinamismo suave, pero seguro, conduce los sueños hacia la cima. Uno puede interesarse en los torbellinos íntimos que rodean la mecha, ver en el vientre de la llama remolinos donde luchan luz y tinieblas. Pero el soñador de llama remonta su sueño a las alturas. Allí el fuego se transforma en luz. Villiers de l’Isle Adam ha puesto como acápite a un capítulo de Isis, este proverbio árabe:
La antorcha no ilumina su base.
En la altura están los sueños más significativos. La llama es tan esencialmente vertical, que aparece, para un soñador del ser, tendida hacia un más allá, hacia un no ser etéreo. En un poema que se titula Llama se lee:[4]
Fuente de fuego tendido entre lo real y lo irreal coexistencia constante entre el ser y el no ser
Jugar con el ser y el no ser con una nada, con una llama, con una llama quizá solamente imaginada, es, para un filósofo, un bello instante de metafísica ilustrada.
Pero toda alma profunda tiene su más allá personal. La llama ilustra todas las trascendencias. Ante una llama, Claudel se pregunta:
¿De dónde toma impulso la materia para alcanzar la categoría de lo divino?[5]
Si nos permitimos meditar sobre temas litúrgicos, sin dificultad encontraremos documentos sobre el simbolismo de las llamas.
Tendríamos entonces que encarar este conocimiento. Pero excederíamos el proyecto de nuestro librito, que debe contentarse con estudiar los símbolos comprendidos en su esbozo. Quien quiera entrar en el mundo de los símbolos marcados por el fuego, podrá tomar la gran obra de Carl-Martin Edsman: Ignis divinus.[6]
III
Hemos descartado, en nuestro prólogo, toda preocupación sobre los fenómenos de la llama que pudieran derivarse de un conocimiento suministrado por la experiencia científica o seudocientífica. Nos hemos esforzado por permanecer en la homogeneidad de los sueños que imaginan, de los ensueños de un soñador solitario. Cuando se sueña profundamente ante una llama, no se puede estar dividido. Las observaciones ingenuas hechas por Goethe y Eckermann al mismo tiempo, por el maestro y el discípulo, no conducen a ningún pensamiento, no pueden ser formuladas de nuevo con la seriedad que requiere la búsqueda científica. Además tampoco brindan aperturas sobre esa filosofía del universo que ha tenido una gran incidencia sobre el romanticismo alemán.[7]
Probaremos seguidamente que con Novalis se abandona el reino de una física de los hechos, para entrar a una física del valor. Comentaremos una breve cita reproducida en la edición Minor:[8] Licht macht Feuer, (La luz produce el fuego).
E n alemán, esta frase de tres sílabas es tan vertiginosa como una flecha de pensamiento, tan rápida que el sentido común no siente inmediatamente su herida. Toda la vida cotidiana nos induce a leer esta frase al revés, en la vida común, se enciende el fuego para que haya luz. No se justificará esta provocación, sino adhiriendo a una cosmología de los valores. La frase de tres sílabas Licht macht Feuer es el primer acto de una revolución idealista en la fenomenología de la llama. Es una de esas frases pivote que un soñador se repite para solidificar su convicción. Durante horas imagino y escucho las tres sílabas en los labios del poeta.
La prueba idealista no sería errónea: para Novalis la idealidad de la luz debe explicar la acción material del fuego.
El fragmento de Novalis continua: Licht ist der Genius des Feuerprozesses, (La luz es el genio del proceso del fuego). Formulación grave para una poética de los elementos materiales, puesto que la primacía de la luz despoja al fuego de su poder de sujeto absoluto. El fuego no recibe entonces su verdadero ser sino al final de un proceso en el cual se convierte en luz, y sólo cuando, en los tormentos de la llama, se ha desembarazado de toda su materialidad.[9]
Si se leyera sobre la llama esta inversión de la causalidad, habría que decir que en su extremo está la reserva de la acción. Purificada en la punta, la luz se extiende por todo el pabilo. La luz es entonces el verdadero motor que determina el ser ascensional de la llama. El principio de la cosmología idealizante de Novalis consiste en comprender los valores en el acto mismo en que sobrepasan los hechos, en que ellos encuentran su ser ascendiendo. Todos los idealistas encuentran, meditando sobre la llama, el mismo estímulo ascensional. Claude de Saint-Martin escribe:
El movimiento del espíritu es como el del fuego, ascendente.[10]
IV
Se podría establecer, coordinando todos los fragmentos en los que Novalis evoca la verticalidad de la llama, que todo lo que es recto, que todo lo que es vertical en el cosmos, es una 11ama. Con una expresión dinámica, habría que decir: todo lo que sube tiene el dinamismo de la llama. Apenas atenuada, la recíproca es clara. Novalis escribe:
En la llama de una vela, todas las fuerzas de la Naturaleza están activadas.
(In der Flamme eines Licht es sind alle Naturkräften tatig [11]
Las llamas constituyen el ser mismo de la vida animal. Y Novalis inversamente anota la naturaleza animal de la llama.[12] La llama es, de alguna manera, la animalidad al desnudo, una forma exclusiva de la animalidad. Es la devoradora por excelencia (das Gefrássige). Que estos aforismos sean fragmentos dispersos a lo largo de toda la obra, revelan el carácter inmediato de sus convicciones. Allí están las verdades de los sueños que no se pueden probar sino experimentando su onirismo profundo, más bien por el sueño que por la reflexión.
Cada reino de la vida es entonces un tipo particular de llama. En los fragmentos traducidos por Maeterlinck se lee (pág. 97):
El árbol puede llegar a ser una llama floreciente, el hombre una llama hablante, el animal una llama errante.[13]
Paul Claudel, sin haber leído este texto de Novalis, pareciera, escribe páginas similares. Para él la vida es un fuego.[14] La vida prepara la combustión en el vegetal y se enciende en el animal:
El vegetal o elaboración de la materia combustible. El animal proveyendo su propia alimentación, dice Claudel en el resumen que anticipa su relato.
Si el vegetal puede definirse como “materia combustible”, el animal es materia iluminada.[15]
El animal mantiene (su forma) quemando al alimentarse la energía de la cual es el acto, procurando satisfacer el hambre de fuego recluido en él.[16]
El tono dogmático de esta cosmología expresada en forma de aforismos, tanto en Novalis como en Claudel, alejará sin duda a un filósofo del saber. No sucederá lo mismo si estos aforismos se integran en el cuadro de una poética. La llama es aquí creadora. Nos entrega a las intuiciones poéticas para hacernos participar en la vida encendida del mundo. La llama es entonces una sustancia viviente, una sustancia poetizante.
Los seres más diversos reciben de la llama su sustantividad. No hay más que un adjetivo para singularizarlos. Un lector avisado quizá no vea en esto más que un juego de estilo. Pero si participa en la intuición enardecida del filósofo poeta, comprenderá que la llama es un punto de partida del ser viviente. La vida es un fuego. Para conocer su esencia hay que arder en comunión con el poeta. Para emplear una expresión de Henry Corbin, diríamos que las fórmulas novalisianas procuran conducir la meditación a la incandescencia.
V
Tenemos aquí una imagen dinámica donde la meditación de la llama encuentra una especie de impulso supervital, destinado a exaltar la vida, a prolongarla más allá de ella misma, a pesar de todas las caídas de la materia común. El fragmento 271 de Novalis resume toda la filosofía de la llama-vida, de la vida-llama:[17]
El arte de saltar por encima de sí mismo es el acto más elevado. Es el punto de partida de la vida, su propia génesis. La llama no es más que un acto de esa índole. Así, la filosofía comienza allí donde el filosofante se filosofa a sí mismo, es decir, se consume y se renueva.[18]
En una nueva versión de su texto, Novalis, teniendo en cuenta los dos sentidos del verbo verzehren (consumar, consumir) subraya el pasaje que va de lo determinado a lo determinante, del ser satisfecho al que vive su libertad, manifestado en el acto de la llama. Un ser consigue su libertad consumiéndose para su renovación, adoptando el destino de una llama, acogiendo, sobre todo, el destino de una superllama que quiera brillar por encima de su extremo.
Pero, antes de filosofar, quizás sea necesario volver a mirar; tal vez, no pudiendo rever, haya que volver a imaginar ese raro fenómeno que sucede en el hogar, cuando la llama tranquila desprende de su cuerpo llamitas que vuelan, más livianas y más libres a escondidas de la chimenea.
He visto frecuentemente este espectáculo en soñadoras noches. A veces mi abuela, con una hábil cañita, iluminaba por encima de la llama la lenta humareda que subía a lo largo del fogón negro. El fuego perezoso no quema siempre de una vez todos los elixires de la madera. El humo abandona con pesar la llama brillante. Esta tenía todavía muchas cosas por quemar. ¡En la vida también hay, muchas para encender nuevamente!
Y cuando la superllama volvía a existir hijo mío, me decía mi abuela, estos son los pájaros del fuego. Entonces, yo que soñaba siempre más allá de las palabras de mi abuela, creía que esos pájaros del fuego tenían su nido en el corazón de los troncos, escondidos bajo la corteza y la madera tierna. El árbol, que es por excelencia un portanidos, había preparado, a lo largo de su crecimiento, ese nido íntimo donde anidarían esos hermosos pájaros del fuego. En el calor de un gran hogar, el tiempo acaba de nacer y de volarse.
Sentiría escrúpulo de contar mis propios sueños y mis lejanos recuerdos si no fuera porque la primera imagen, aquella de la llama que salta sobre sí misma para continuar quemándose, es una imagen verdadera. Nodier ha visto la llama que se sobrevuela, que toma nuevo impulso más allá de su primer impulso. Habla de esos fuegos soñados que vuelan por encima de las antorchas y de los candelabros, cuando ya se ha enfriado la ceniza que los ha producido.[19]
Esta llama sobreviviente, sobrevolante, ilustra —para Nodier— una comparación lejana. Habla de un tiempo en que el amor sólo vivía más allá del mundo social mientras sus fuegos hacían real una luz más pura, por encima de las antorchas.
Para un soñador novalisiano de llamas animalizadas, la llama, puesto que vuela, es un pájaro.
¿Dónde cazarán ustedes el pájaro más que en la llama?
pregunta un joven poeta.[20]
Conocí entonces muy bien en mis sueños y con mis ojos ante la chimenea, al Fénix doméstico, al Fénix más etéreo, ya que renacía no de sus cenizas, sino de la propia humareda.
Pero, cuando un fenómeno extraño está en la base de una imagen extraordinaria, de una imagen que llena el alma de sueños desmesurados, ¿a quién, a cuál de ellos hay que considerar real?
Un físico responderá: Faraday ha tomado como tema de una conferencia popular[21] la experiencia de la vela encendida con su vapor. Esta conferencia se ubica entre las que Faraday daba en los cursos nocturnos y que luego reunió bajo el título de Historia de una vela. Para que el experimento resulte exitoso, es necesario soplar suavemente la vela y en seguida volver a encender el vapor, únicamente el vapor, sin reanimar la mecha.
Conociendo la mitad y soñando la otra mitad, diré: para efectuar con éxito la experiencia de Faraday hay que ir muy rápido, ya que las cosas reales no sueñan mucho tiempo. No hay que dejar que se duerma la luz. Hay que apresurarse a despertarla.