Los científicos afirman que, debido a los desplazamientos del aire sobre la superficie terrestre, hoy, dos mil años después de la muerte de Julio César, cada vez que un ser humano respira, sea aquí, sea en la sabana africana, o en la Patagonia, inhala por lo menos una molécula del aire que exhaló en su último aliento el ilustre romano.

El número de moléculas de vapor, de gases, de hollín y de cenizas que exhaló en su estallido uno de los reactores de la Central Nuclear de Chernobyl era incalculablemente superior al contenido en el aliento de César. Todos tenemos dentro una mínima parte de aquel aliento histórico. Mucho antes de que transcurran dos mil años, todos los seres humanos habrán asimilado una parte del siniestro aliento radiactivo del reactor de Chernobyl.

Con este espíritu universalista Frederik Pohl se ha acercado a la terrible tragedia ucraniana de abril de 1986 y ha escrito sobre ella una novela que tiene difícil equivalente en la narrativa de nuestros días.

Mundialmente famoso por sus relatos de ciencia-ficción, sorprende que el autor haya logrado, cultivando un género distinto, no sólo una obra realista, directa y actual, sino un auténtica epopeya de nuestro tiempo. Su lectura verdaderamente estremece, tanto por las dimensiones del tema como por la cálida humanidad con que nos son mostradas la tragedia y su entorno, las gentes que la protagonizaron y el marco general de la desconcertante Unión Soviética remoldeada en los últimos años por Gorbachov y sus seguidores.