Dulce tentación

Florencia Palacios

Ambos sabían que era una locura amar a alguien en silencio, sin que pasara nada, mirándose como dos tontos, sin atreverse a dar el primer paso y sin embargo, allí estaban, luego de pasar ambos unas navidades en familia, agotadoras, estresantes y hasta con algunos líos, de regreso al trabajo, se saludaron, se miraron en silencio, sin decir nada más y luego se alejaron.

Llevaban meses así. Miradas, temblores, suspiros y un deseo que crecía como el fuego. Al menos para él, Adam Clayton: un ejecutivo acostumbrado a salir con chicas hermosas y algo tontas, hacer todo lo que le gustaba y luego, instantes después, olvidarlas, lo que le pasaba con ella era insólito. Era un hombre muy atractivo y seductor, un gentleman que sabía seducir con sutilezas. Alto, de cabello oscuro y ojos de un verde profundo, su rostro anguloso exudaba vitalidad, decisión, dominio y una virilidad desbordante.

Salía con una chica entonces, pero no era algo formal, y sin embargo era ella su muñeca antigua la que despertaba su deseo y fantasías.

Lo que le ocurría con esa joven era tan misterioso como incómodo.

Y mientras la veía pasar con su vestido largo, dulce, femenina y etérea se preguntó cómo carajo podría hacer para hablarle, llevársela a la cama y olvidarla. Nunca antes le había ocurrido algo así, y sabía que el problema era que Catherine estaba en su cabeza día tras día y eso era peligroso. Empezaba a convertirse en obsesión. Una obsesión que solo el sexo podría calmar y en ausencia de este estaba allí como algo molesto, insistente con lo cual no estaba acostumbrado a lidiar.

Se habían conocido en una fiesta informal en casa de su amigo Charles en la que fueron presentados por un amigo en común y le sorprendió saber que ambos trabajaban en Art’s Gallery, una tienda de antigüedades pero en distintas secciones. Ella era encargada de la restauración de obras de arte, y él de evaluar el precio de las antigüedades, con la diferencia que ella era empleada y él hijo de uno de los socios principales. Nada más verla, una belleza castaña y delgada de grandes ojos celestes, quedó enamorado en el sentido más frívolo por supuesto. Nunca la había visto a pesar de llevar tiempo trabajando en la empresa y allí estaba, parecía algo retraída, tímida, no cruzaron más que unas palabras.

Comenzó a hacer averiguaciones. Ella lo ignoró esa noche, pero volvieron a verse en el trabajo días después. Él quiso saber en qué oficina trabajaba y no tardó en enterarse que Catherine Riley, tenía veintidós años, era eficiente, seria, y estaba sola, no salía con nadie. Decían que era religiosa o tímida, o que sufría algún trauma, pues todas las chicas de su edad tenían alguna cita de vez en cuando, un poco de sexo y diversión no hacía mal a nadie. Otras buscaban marido o tenían un novio a quien esperaban convencer para casarse y tener niños. Las mujeres tenían una etapa en que solo pensaban en eso. En casarse. No en tener sexo por supuesto, solo para conseguir lo otro.

Sonrió.

Se preguntó si ella sería una de esas.

Él no quería saber nada ni con el matrimonio ni con compromisos. Salir y divertirse sí, todos lo hacían pero…

Sin embargo todo ese tiempo él averiguó que alguien de la compañía la había invitado a salir y que luego… La chica no quiso hacer nada, que se asustó y… Fue algo bochornoso al parecer, no supo exactamente por qué pero…

Tal vez porque era religiosa. Dios santo, ¿no sería virgen? Esperaba que no.

Movió sus influencias para trasladarla de sección, restauración estaba el otro edificio y aunque ella era muy útil no la vería nunca. Así que arregló que estuviera cerca de su oficina, mejor sueldo y otros beneficios, la joven aceptó y él se sintió feliz.

Siguieron las miradas, los encuentros no planeados como si el destino y algo más los hubiera unido.

Él sentía que ella respondía, que quería que la tocara, que la besara y que no era una mera fantasía suya.

*****

Ese día Clayton estaba de mal humor luego de haber pasado una navidad muy densa, reunidos en ese caserío antiguo con amigos, parientes, socios, su padre bebiendo hasta altas horas y bromeando, cerca de esa ramera llamada Clarise (su nueva “secretaria”) mientras su madre fingía no ver nada. Luego sus hermanos y la encendida discusión por ese bendito cuadro que habían heredado y que debía valer una fortuna. Uno de ellos quería venderlo. Él no, lo reclamaba para sí, pagaría su parte para tenerlo pero no se ponían de acuerdo en eso. Y por eso estaban furiosos. Todos tenían dinero, y él quería ese cuadro para la casa que un día sería suya, nada más.

Suspiró. ¡Malditas navidades en familia! La próxima se encerraría con una chica en su apartamento y se lo pasaría en grande. ¿Catherine?

Sí, ojalá fuera con ella aunque el asunto iba muy lento, sin progresos. Esperaba que la cosa mejorara ese año, no era hombre de esperar ni de perder el tiempo.

Bueno, su vida eran las antigüedades, era el negocio familiar pero le interesaba, le atraía, pudo dedicarse al software, a la música, al marketing a cualquier otra cosa pero allí estaba, cuidando la herencia suya y de sus hijos… ¿Qué hijos? Bueno, algún día debería tenerlos, tenía veintinueve años y su madre no dejaba de recordárselo. Cada vez que lo veía con una chica, pues la pobre se ilusionaba.

Era el mayor y el más sensato de sus vástagos en cuanto al trabajo pero por lo demás: era un perfecto donjuán. Evitaba los compromisos y las relaciones complicadas. Odiaba involucrarse con una histérica que jugara con él y lo volviera loco, ya le había ocurrido en el pasado, sin darse cuenta y temía que ahora, esa gata misteriosa llamada Catherine hiciera lo mismo con él.

Y todo ese tiempo que siguió sus pasos, que aguardó impaciente su llegada al trabajo solo para verla un momento no pensó que estuviera enamorado de forma platónica. Se sentía como un crío, un adolescente buscando ver a la chica que le gustaba en el cole, algo similar, pero no era un crío, era un hombre y no pensaba esperar mucho tiempo…

Eso se decía siempre y sin embargo seguía esperando.

No había nada que espantara más a un playboy que una mujer intentado pescarle. ¿Buscaría un marido rico? Porque él era una presa codiciada, guapo, rico y mundano, galante y seductor, y cada vez que la veía se sentía como el rey de los imbéciles.

¿Qué estaba esperando para llevársela a la cama? Sabía que luego podría quitársela de la cabeza, cuando tuviera todo lo que deseara…

Empezaba a sentirse molesto y tonto, inquieto. El tiempo pasaba y no había progresos.

Él no creía en el amor platónico ni romántico, pensaba que la motivación a esas pasiones era la calentura, si un hombre estaba con una mujer mucho tiempo era porque todavía no se había sacado las ganas y le gustaba mucho acostarse con ella. Nada más. El amor era para los tontos, el amor era un desorden mental, una obsesión, algo que no era bueno desde ningún punto de vista.

La voz de su asistente lo despertó de sus pensamientos. Diana Sullivam, una chica gótica y alocada que dormía con otro de los socios. No le agradaba, nunca había tenido una secretaria guapa esa era la verdad.

—Señor Clayton, lo llaman de Francia.

Su asistenta lo miró con sus ojos de gata tan maquillados pero él la ignoró, no era su tipo y además no era más que una gata de oficina.

Atendió el teléfono encerrado en su despacho. No era una chica, era un coleccionista que quería venderle un cuadro de Rembrandt a un precio ridículo. Lo conocía, era un viejo loco que vivía en Provenza y que había acumulado varias obras de arte a lo largo de su vida.

No le creyó demasiado.

—Iré a verlo en cuanto pueda, Monsieur Rabelais.

No era su verdadero nombre por supuesto, aunque el personaje pícaro iba muy bien con su afición al arte y al engaño.

El francés balbuceó algo de que no demorara porque tenía otros interesados. Una táctica muy usada entre los vendedores.

—No lo venda, le pagaré bien por él, más de lo que pide pero espere, no puedo viajar ahora,

¿comprende?—su tono era firme.

Alguien entró en su oficina para hablarle por un asunto de una antigüedad, pero se sentía malhumorado y disperso y delegó ese asunto en su asistente Richard Sellers. Sabía bastante de antigüedades, podría ayudar.

Él tenía dos reuniones con los socios ese día y no tenía energías para nada más.

Y sin embargo a todos lados fue con algo en la cabeza: Catherine. No la había visto en todo el día y la echaba de menos, ¿dónde diablos se habría metido? En ocasiones tenía la sensación de que ella lo buscaba, y que también lo evitaba ¿cómo diablos podía aparecer en el momento justo y desaparecer durante horas sin dejar rastro?

Luego de almorzar se propuso ir por ella, algo incómodo, llevaba meses esperando un acercamiento pero algo en la joven lo obligaba a permanecer frío y distante. No era una mujer fácil de abordar, siempre estaba metida en sus pensamientos, distraída, absorbida por algún asunto. Triste, abatida, lejana, así era ella y no se parecía en nada a las jóvenes con las que le gustaba dormir. Desde el primer momento que la vio pensó en Catherine como en “la niña anticuada” pues tenía bucles naturales, castaños y sus ojos eran celestes, de espesas pestañas, de mirar franco, redondos como los de una niña, inocentes y tristes. Alta, delgada, y siempre vestía largas polleras, en muy pocas ocasiones la vio con pantalones. No era su estilo, vestía formal sólo para el trabajo, en su casa usaba jeans, faldas campesinas, un saco de lana… Y pintaba. No sabía qué, pero un amigo suyo dijo que en su escritorio encontró un bosquejo.

Varias veces se dijo que debía olvidar ese loco asunto y le restó importancia, pero los meses pasaron, siete en total y no había tenido coraje para invitarla a salir ni una vez. Porque si no la invitaba, si no trababa una amistad, difícil sería poder dormir con ella.

El frío era intenso en la calle y los transeúntes se apuraban a entrar en el restaurant. El frío era intenso, hostil. La alegría navidad había pasado ahora quedaba fin de año, pero fin de año no solía tener tanta algarabía, no sabía bien por qué.

Entró en el restaurant con prisa y de pronto la vio: a Cat, su muñeca antigua, pero estaba acompañada de uno de esos tontos asistentes. Se saludaron con un gesto casual, ella parecía distraída, concentrada en algo que tenía en la mesa, no sabía si era una carta o qué… No le prestó atención. Así era siempre. En ocasiones lo miraba con intensidad, y cuando cruzaban algunas palabras tenía la sensación de que él le gustaba. Vamos, esas cosas se intuyen, él no era un tonto, ¿o tal vez sí…?

Dios, ¿qué hacía ese Rupert con ella? Había arruinado la ocasión.

Se alejó molesto reuniéndose con sus compañeros de sección.

Ellos sabían que le gustaba la señorita Riley, y no dejaron de hacer bromas, de animarle a que le hablara.

—Invítala a beber algo esta noche, vamos, se acerca fin de año.

Él vaciló, lo cierto era que ansiaba invitarla pero temía que… No quería una relación seria ni duradera.

Salía con chicas con las cuales se divertía, sin compromisos, sin horarios y simplemente hacían todo lo que les pedía, ni siquiera debía decir una palabra y esa noche se reunió con una de ellas en su apartamento. Una joven alta, muy delgada, rubia y muy ardiente, Sophia Anderson, lo opuesto a Cat.

—Querido, estás algo tenso hoy—señaló ella luego de darle placer una y otra vez con esos maravillosos labios carnosos y sensuales.

Él sonrió acariciando el cabello rubio. Era un hombre ardiente y últimamente se había vuelto insaciable.

Ninguna chica podía satisfacerlo y esa rubia era muy ardiente, una de las más apasionadas.

De pronto pensó en Catherine, su muñeca antigua y la imaginó en su cama, desnuda, lista para ser suya por completo. La quería a ella allí, Sophia no se parecía en nada, siempre salía con rubias, le gustaban las rubias y sin embargo ahora le gustaba esa castaña con intensidad.

Debía olvidarse de esa chica, no hacía más que alentarle y luego ignoraba, eso era una conducta histérica y la detestaba.

Sin embargo cuando todo terminó, no se sintió satisfecho… Maldita sea, quería esa gata de bucles y cara de niña antigua en su cama para llenarla de besos y entrar en ella todas las veces que fuera posible, como un demonio. Se moría por hacerlo… Y hasta que no se acostara con ella y saciara ese deseo salvaje no tendría paz. Estaba atrapado… Y sabía que terminaría cayendo en una maldita trampa.

Porque esa chica era especial, no salía con nadie y era muy reservada en sus asuntos, suponían todos que era soltera pero… Al demonio, ¿qué importaba si tenía marido, o novio? Se la llevaría a la cama y luego, ¡pues pagaría el precio! Lo haría de nuevo y al final terminaría amarrado, con un anillo en el dedo, no podría escapar… Pero al menos se quitaría esa frustración, ese deseo insatisfecho que le carcomía las entrañas.

*********

Pasaron los días sin novedades para ambos hasta que llegó la fiesta de fin de año. La empresa tenía costumbre celebrar con sus empleados en un club muy pintoresco, Adam nunca asistía a esas fiestas del trabajo pero le dijeron que ella iría así que hizo un esfuerzo y se dijo “¡esta es mi noche, si no me encamo con ella o la invito a salir, pues voy frito para el resto del año!”

Catherine sin embargo estaba nerviosa, había tenido un día pésimo, despertó temblando, con pesadillas y luego, lo vio a él, mirándola con amor y deseo… Esos ojos verdes la perseguían en sueños pero en sus sueños también estaba él, su pesadilla y la razón por la cual a pesar de estar loca por ese yuppie adinerado y guapo como un demonio, llamado Adam Clayton: lo ignoraba, o fingía ignorarlo.

Sin embargo apenas verle su corazón palpitaba. Necesitaba estar cerca de él, sus miradas eran tan intensas. No parecía el playboy que salía con chicas y luego las olvidaba como le decía su amiga Rose y si lo era…

Suspiró secando sus lágrimas. Estaba loca por ese hombre, enamorada de una forma platónica y sufría, tal vez lo había amado desde el mismo instante en que habían sido presentados y por ello se sentía una tonta. Su amiga y compañera de trabajo Rose se lo había dicho tiempo atrás. “Ese está loco por ti Cat, pero no se anima, debes alentarle, oye es muy rico, tal vez puedas pescar un marido, creo que no te vendría nada mal… Un marido rico y muy guapo que te adore, ¿qué más podrías pedir?” le había dicho su amiga.

Catherine sonrió y saltó la cama.

Ese hombre la turbaba, y maldición, se moría por él pero tenía miedo.

No podía involucrarse en esos momentos, además, era un playboy, sólo querría un buen revolcón, y ella no estaba fuerte para una relación así, no con ese hombre. Terminaría enredada y con el corazón roto, como esas chicas que lo llamaban para salir y se conformaban con ser su diversión.

Por momentos lo deseaba, pero no estaba preparada para empezar algo, ni tener sexo, antes necesitaba vencer el terror que sentía al enfrentar su nueva vida en soledad, huyendo del encierro, el maltrato, las horribles ataduras. Su infierno con Dan… Un infierno que temía volver a vivir de nuevo y por eso, cada hombre que se le acercaba…

Suspiró. La terapia había funcionado un tiempo hasta que decidió dejar atrás New Forest y mudarse a Londres donde esperaba ver gente nueva, y estar rodeada por extraños. Era fantástica la sensación de libertad, poder estar en un lugar donde todo era alegría y nadie la conocía. Dejar atrás el pasado, comenzar una nueva vida, le parecía un sueño y a pesar de ello no se sentía bien del todo. Y aunque le gustara Clayton, y estuviera loca por él no estaba segura de aceptar ni de desear tener intimidad. Era muy pronto. No, no lo era. Es que Daniel la había lastimado tanto que ahora no podía… Sentía que no podía confiar en nadie y mucho menos, ser el juguete erótico de un hombre acostumbrado a salir con muchas chicas y luego desecharlas.

A media tarde su celular sonó, nuevo número, nuevo nombre… No había dejado rastro alguno, porque Dan no podía encontrarla jamás…

—Hola Cathy, ¿estás lista? Vendrás ¿verdad?

Era su amiga Rosie, sí, iría…

Luego llamó su madre para saber cómo estaba. Nerviosa, no pudo hablar más de tres minutos, siempre era así, pues temía que le hablara de Dan.

—¿No vendrás para fin de año Aubrey? ¿Es que nunca más vendrás a visitarnos? Estamos viejos hija y además…

Ella sintió un nudo en la garganta. Aubrey. Había sido Aubrey Ralston, ahora era Catherine Riley, su nuevo nombre, nueva vida, pero seguía siendo Aubrey para sus amigos más cercanos y familiares.

Su madre insistió esperanzada:

—Daniel se ha marchado Aubrey, con una chica del condado, se lo vio muy enamorado. No comprendo por qué le temes tanto, creo que exageras un poco.

—¿Se ha marchado? ¿A dónde?—eso le interesó.

—No lo sé, pero ¿por qué tanto miedo? Tiene otra chica ahora, ya te lo dije y se los vio muy enamorados en el pueblo.

¡Tenía otra chica, qué bien! Esa era una buena noticia pero saber que había abandonado el pueblo la inquietó. Él creía que se había ido al extranjero, a visitar a unos parientes, nunca había regresado y nadie sabía su paradero. Había huido de él y de esa relación enfermiza. Pensó que en Londres podría comenzar una nueva vida, estudió arte, hizo un curso de restauración y pudo entrar en Art’s gallery, una de las casas de antigüedades más importantes del país. Tenía un buen sueldo y pudo alquilarse un apartamento. No le iba mal, se sentía conforme excepto porque… Pues hacía más de un año que no podía tener intimidad con un hombre y en ocasiones se preguntaba si algún día podría hacerlo.

Necesitaba hacerlo, el sexo era una necesidad física, emocional, quería salir con un chico, dormir con él y no pensar en nada, sólo en divertirse, en olvidar…

No estaba interesada en pescar un marido, no era tan mojigata de soñar con un príncipe azul y guardarse para él, ni tampoco en pescarlo a él… Él salía con chicas hermosas, que seguramente eran muy buenas en la cama y a ella le gustaba, estaba loca por él pero… Temía hacer mal papel. Hacía tanto que no tenía una relación normal con un hombre, se sentía tonta, torpe. Y también incapaz de dar ese paso y liberarse, como sus amigas.

Tal vez necesitara un poco más de tiempo y coraje. La vida era de los audaces, ¿no lo decía siempre su abuelo? Pues tenía razón.

Se preparó para ir a la reunión de esa noche y luego de bañarse escogió un vestido clásico, nada llamativo, ni provocativo, de un tono salmón para no parecer tan flaca, había dejado el negro porque la hacía parecer anoréxica, en cambio los colores claros, parecían iluminarla. Y como era ajustado y drapeado la hacía parecer más curvilínea, casi como una chica latina. Lástima que no fuera así, si se alimentara mejor tal vez, si no tuviera esos nervios para consumiera…

Fue a esa fiesta contenta, no era más que una reunión de trabajo, pero lo vería a él y esa noche se sentía atrevida, osada. Sabía que iría él y al verle, poco después sus miradas se unieron un instante que le pareció eterno. Estaba tan guapo de traje oscuro, corbata, tenía un charme especial, y no parecía inglés sino latino, por eso debía resultar tan atractivo para las mujeres. Se saludaron con cierta formalidad y luego ella se alejó como siempre hacía, para reunirse con sus amigas del trabajo, sintiendo las miradas de Adam y de otros jóvenes.

Al parecer ese vestido la favorecía pues no solo él la miraba con insistencia sino otros compañeros del trabajo.

Rosie, que llevaba un vestido corto y rojo que resaltaba su dorada cabellera enrulada le guiñó un ojo.

—¿Qué estás esperando? ¡Vete a la cama con él! Es un buen partido, si logras pescarle, ay querida, no deberás preocuparte por nada más, es rico y también…(su amiga bajó la voz para decirle que era un

“toro en la cama”).

Cathy rió, sospechaba que debía ser un toro, y un hombre insaciable, su personalidad fuerte, su voz y su porte viril, se sintió excitada de solo imaginarse con él en la cama. No dejaba de imaginar y fantasear que lo hacían en su oficina, en el auto, en todos lados… caray, debía estar extrañando el sexo, con su ex lo hacían todo y todos los días, era lo mejor, lo único bueno de su relación por eso todo había terminado.

“Dios me siento estúpida, no soy una novata, pero es como si… tuviera miedo de…

No podía explicarlo, pero bebió para darse coraje, porque algo le decía que esa noche ocurriría algo con el playboy. La deseaba. Quería atraparla y encamarse con ella esa misma noche, estaba segura, casi podía leer sus pensamientos.

Solo después de dos Martini se animó a soltarse un poco, relajarse, y sin saber cómo se encontró a su lado conversando animadamente, la rozaba y sus miradas eran una caricia íntima, sutil, tanto que de repente se sintió excitada como no lo había estado en mucho tiempo. Pensó que era maravilloso estar allí, oír su voz.

—Es usted muy tímida señorita Riley, tanto que parece una colegiala—dijo él de pronto.

Ella sonrió sonrojándose y de pronto sintió su mirada tan intensa. La deseaba y era tan fuerte que tembló. Sí, tal vez fuera una colegiala y se moría por sentir sus besos, por vivir esa aventura sin pensar en nada, por ser capaz de olvidarlo todo en sus brazos. Llevaban meses así, esperando una oportunidad, deseando que pasara algo pero sin atreverse a dar el primer paso…

Y como si leyera sus pensamientos él la invitó a dar un paseo por la ciudad, y la joven aceptó encantada. Había llegado el momento y lo sabía, y rezaba para que nada lo arruinara.

Subió a su auto, un Mustang último modelo azul y se dijo “parece un sueño, es como un sueño, un sueño que al fin se hace realidad…”

El vehículo arrancó a mucha velocidad, manejaba como un loco y sin embargo, casi no lo notaba.

Dieron un paseo como le prometió y pudieron conversar por primera vez como si se conocieran de mucho tiempo... Detuvo su auto frente a su apartamento, no, no sería tan torpe de meterla allí de buenas a primeras primero le daría unos besos y luego, ¡quién sabe! Estaba tan hermosa con ese vestido rosa pálido lleno de volados, ceñido al cuerpo. No parecía tan delgada y eso le agradaba pues les gustaban con carne y encantos.

—Tú no eres de aquí ¿verdad? Tu acento es… ¿Eres de New Forest?—preguntó él.

Ella asintió algo asustada, no le agradaba que supiera de dónde venía ni su verdadero nombre, ni por qué había escapado.

—Sí, es que vine hace poco.

Él notó que no quería hablar de su pasado ni de ella, era un enigma esa chica un enigma que él esperaba descubrir esa misma noche.

Se acercó despacio, había llegado el momento de salir de dudas, de saber por qué esa mujer lo tenía tan loco y obsesionado.

Catherine lo miró con intensidad, con tanta intensidad que fue él quien tembló esa vez y sin poder esperar un segundo la atrapó y casi le robó un beso salvaje y desesperado. Intenso. Era un hombre apasionado y sensual que tomaba sin demasiadas ceremonias y esperaba que ellas lo entendieran. Sin embargo sabía que esa joven era distinta y debía ser paciente y más lento, para no espantarla.

Ella respondió a sus besos, a sus caricias pero no estaba seguro de que si quería o no hacerlo esa noche.

—Preciosa, tú me vuelves loco—le susurró rodeando su cintura, apretándola contra su cuerpo. Era una invitación a su cama, le había dado más que señales esa noche y mucho antes, pero ¿aceptaría ella?

Ninguna le decía que no, tarde o temprano, hasta las más difíciles cían pero…

—¿Quieres ir a mi apartamento?—le susurró. Era frontal, y en realidad estaba algo harto de esperar, por el dicho de “aprovecha gaviota que no te verás en otra” era un ahora o nunca y lo sabía.

Ella lo miró aturdida. Había bebido, cuando aceptó irse con él en el auto la notó algo rara, pero como esa joven era algo extraña…

—Me encantaría pero creo que no podré hacerlo, no te conozco demasiado y tú…

Tú me gustas, hace tiempo sí pero tal vez no sea el momento.

Esas palabras lo enfurecieron. Eran adultos, ¿qué había de malo en tener un poco de diversión? Ella lo deseaba tanto como él, ¿por qué no podían tener sexo?

—¿Eres religiosa o deseas esperar a casarte? No serás virgen ¿verdad?—dijo burlón.

Esa última posibilidad lo llenó de espanto, tanto como quedar atrapado en esa obsesión.

Cat sonrió.

—No soy virgen ni religiosa, pero quisiera poder… Ser como las otras chicas, pero no sé si pueda seguir adelante.

—Dilo Catherine, sé sincera conmigo. La verdad no ofende y detesto las mentiras, las trampas.

—Yo no miento señor Clayton—respondió ella con calor, ahora el Martini estaba en sus mejillas y estas ardían sin que pudiera evitarlo.

—Entonces nada de señor Clayton, acabas de responder a mis besos, lo deseas ¿verdad? ¿Por qué me rechazas sin decirme por qué?

Ella parecía mortificada por algo y de pronto dijo sin rodeos.

—No eres tú, soy yo y perdona mi frase hecha. Quisiera ir a tu apartamento y olvidarme de todo, no busco marido ni compromisos, pero hace un año que no estoy con nadie y es muy difícil para mí dar ese paso. Me da miedo compartir la intimidad con un extraño. Tú eres un extraño, apenas te conozco.

Listo, lo había dicho, ahora él debía decidir qué hacer a continuación.

—Necesito tiempo y confiar de nuevo y eso no es sencillo para mí—agregó.

Él la miró con fijeza, parecía disgustado o frustrado, volvió a besarla, a rodearla con sus brazos.

—Una mujer hermosa como tú, ¿por qué? Deberías ser feliz, disfrutar el sexo y todo lo que la vida puede darte. Vive el ahora, eres joven, preciosa, ¿qué diablos te atormenta tanto?—quiso saber.

Ella derramó unas lágrimas, incapaz de decir palabra. Pensó que lo había arruinado todo de nuevo, que no debía llorar frente a extraños, él no estaba interesado en ella, solo Quería sexo y eso no era ni bueno ni malo, en realidad era un buen comienzo… Nadie se enamoraba a primera vista, ella sí por supuesto pero él…

—Quiero volver a mi apartamento, por favor—dijo a continuación.

Él seguía enojado.

—¿Y no me dirás por qué lloras y te comportas así?

Catherine secó sus lágrimas y lo miró.

—Tú solo quieres sexo, no te importa nada de mí ni de las chicas con las que sales—estalló.

Bueno, al menos sus palabras lo hicieron sonreír.

—Sabes muchas cosas de mí ¿eh? Escucha, no soy tan desalmado. Me muero por llevarte a la cama es verdad pero tampoco… Hace tiempo que quiero hacerlo contigo, eso no me hace un villano, tú me gustas y sé que tú me buscas también. ¿O me equivoco? Entiendo que pienses que es pronto pero si cierras la puerta hazlo para siempre, detesto la indecisión, y a las mujeres confundidas que no saben lo que quieren—declaró.

—Yo no soy así.

—¿De veras? ¿Y por qué entonces me buscas, me besas como una dama ardiente y luego me rechazas?

Ella lo miró desesperada. Tenía razón.

—No es por ti, no es tu culpa es que, son heridas que no han cicatrizado ni…

—Y temes que yo te lastime ¿no es así? Si quieres salir conmigo, si realmente te interesa estar conmigo deberás arriesgarte. No voy a prometerte matrimonio ni todas esas tonterías románticas en las que no creo.

Se miraron sin decir palabra, ella tampoco creía en esas tonterías, mucho daño le habían hecho en nombre del amor. Y no estaba segura de cuál sería su respuesta.

Adam encendió el auto y la llevó a su casa. Meses esperando para eso. Sí, estaba furioso, pero lo disimulaba bien.

Al llegar a su apartamento ella dijo algo, no le entendió bien y de pronto no pudo contenerse y la atrapó y le dio un beso tan ardiente que la dejó sin aire. Sus labios se fundieron con los suyos mientras su lengua invasora y ardiente la atrapaba por completo. Ella se resistió, pero para él era parte del juego, al parecer siempre lo hacía, se negaba, le daba alas y luego huía… y sin embargo su corazón palpitaba y la sintió suspirar bajo ese inesperado ataque.

Debía tenerla, hacerla suya esa noche, no podía dejarla ir.

Pero ella lo apartó enojada, siempre hacía lo mismo. Esa niña anticuada merecía una buena lección, todo ese tiempo no había hecho más que enamorarlo con miradas intensas, sonrojándose, buscándole día tras día. Y luego… Luego se alejaba y le evitaba volviéndolo loco. ¡Mierda! En esos momentos habría deseado ser un sátiro, un psicópata y encerrarla en su apartamento y excitarla, deleitarse con su cuerpo hasta vencer cualquier resistencia, hasta hacerla suya...

Pero no era un demente, y nunca había forzado a una mujer ni había tenido que esforzarse mucho para tenerla.

Recuperó su autocontrol y la liberó despacio. Ella casi huyó nerviosa. Tenía miedo. Sí, estaba aterrada, se moría por dormir con él, suspiraba y su corazón había palpitado por sus caricias pero no podía entregarse, no podía hacerlo. Miedo, terror, tal vez había dejado algún enamorado desquiciado en New Forest, no podía saberlo. Catherine no salía con nadie, no era como las otras jóvenes modernas.

Dios, era preciosa, deliciosa, tan femenina y estaba desesperado por saciarse de ella, llenarla de besos hasta volverla loca.

Se quedó mirando el apartamento hasta que vio la luz encendida en el quinto piso, había llegado sana y salva y de pronto vio que se asomaba al balcón. Era tiempo de marcharse, y lo hizo de mala gana.

Catherine se quedó mirando la noche sintiéndose extraña. Por alguna razón sabía que había sido mejor así, no era prudente irse a la cama sin tener la certeza de que todo estaría bien, no quería arruinarlo todo ni que pensara que… No era una pacata, y con su novio anterior había explorado el sexo en toda su plenitud y disfrutado como nunca. Hasta que comenzó a maltratarla, a practicar el bdsm…

hasta entonces todo había estado perfecto. Y no era que despreciara esas prácticas, siempre había sentido curiosidad y no tuvo mejor idea que meterse con un hombre que tenía las mismas inquietudes.

Al principio había estado bien pero luego… Era un demente. Y lo que menos quería era meterse de nuevo con un loco.

Clayton no era un loco, es que en realidad lo conocía tan poco. Y uno siempre temía a lo desconocido, no quería que jugara con ella, que se divirtiera y fuera una más, una de tantas.

Sus sentimientos eran confusos, se sentía triste, avergonzada y pensó que ese primer acercamiento sería el último. Él solo quería sexo, y ella se había comportado como una histérica, como siempre, no había podido evitarlo. Y para disfrazar su miedo al sexo había fingido necesitar tiempo, tiempo para conocerse…

Él no estaba dispuesto a darle tiempo ¿o tal vez sí?

**********

No fue sencillo para ella regresar el trabajo el lunes, se sentía incómoda, nerviosa, temía…

Tonterías, todo siguió como siempre. Miradas, encuentros casuales y volvían a estar separados.

Alejados. Si pasaban días sin verse se sentía mal, deprimida, y si él se acercaba y la ignoraba, también.

En ese estado pensó que tal vez debía renunciar.

Él no era para ella, ni ella era para nadie y Adam estaba allí, en su cabeza, no la dejaba en paz, ni a sol ni a sombra.

Era casi como una obsesión, como algo que deseaba y quería tener pero no podía… y tenía la triste sensación de que si se acercaba lo arruinaría. ¡Necesitaba tanto el sexo, estar con un hombre, sentir su calor, su fuerza! El sexo era salud y lo sabía, ¿por qué demonios entonces era incapaz de…?

No era una pacata como creía él, ni tampoco una de esas mujeres desquiciadas que tenían una actitud histérica, ambivalente.

Su amiga Rosie le dijo con sorna.

—¿Tú eres tonta o qué? Está loco por ti y cuanto más lo ignoras…Más te perseguirá. ¿Lo haces por eso?

Catherine se sonrojó.

—No… ¿Cómo crees?

—Pues yo creo que sí, eres muy astuta ¿eh? Haciéndote la difícil. ¿Cómo lo soportas? Todas soñamos con una noche con el jefe y tú que lo tienes… No quieres. Pues sí, que es como decía mi madre “dios da pan a quien no tiene dientes”…

—No es así Rosie, baja la voz por favor, no quiero que nadie sepa.

Su amiga rubia rió “demasiado tarde” le advirtió en un susurro. “Todos saben que él está allí por ti y que tú lo ignoras”.

—No es verdad, deja de decir esas cosas Rose, por favor.

—Pues yo hace años que le eché el ojo y voy muerta, y eso que dicen que le gustan rubias y regordetas… Al parecer no soy su tipo. Nunca ha salido con nadie de aquí, ¿sabías? Pero tú eres la excepción.

La llegada de su jefe hizo que guardara silencio, había trabajo que hacer, organizar agendas, llamadas y otras cosas. NO le gustaba, le aburría terriblemente el trabajo de oficina, lo suyo era el arte, de poder pintar y vivir de sus pinturas sería tan feliz, pero no tenía talento. No era lo mismo querer ser artista que nacer artista…

La paga era buena, no podía quejarse.

Los ojos grises de su jefe, Michael Herrera la dejaron perpleja. Era una mezcla extraña de español e inglés, en realidad era inglés y de España solo tenía el apellido. Sus modales y todo lo demás…

Se llevaban bien, era un hombre serio, casado y nada dado a las aventuras.

En una ocasión había debido renunciar por culpa de un jefe que quería encamarse con ella. Tal vez debió denunciarlo por acoso pero no lo hizo, prefirió renunciar y buscar otra colocación. Así fue que llegó a Art’s Gallery, sus conocimientos de arte la ayudaron.

Cat suspiró, ese día no podía concentrarse. Se sentía mal, inquieta, nerviosa y deprimida. Todo junto y de pronto lo vio por el pasillo y lloró. Lo amaba maldita sea y él parecía más lejano que nunca. ¿Y

cómo podía enamorarse de un extraño?

Eso era un mal síntoma. No estaba bien, no estaba recuperada, tal vez debería regresar a la terapia.

Necesitaba ayuda.

Le parecía oír a la doctora que la había atendido hacía tiempo.

Por algo se había involucrado con Daniel y había llegado tan lejos y había quedado tan atrapada y luego…Huyó porque no era capaz de poner fin a esa relación, porque cada vez que lo intentaba él la convencía de volver creando en ella una horrible adicción.

Estaba llorando cuando regresó en su oficina y pensó. “No puedo quedarme aquí, debo renunciar antes de que haga alguna tontería”.

No, no podía hacerlo, la paga era buena, un trabajo decente y estable, donde era valorada y… La habían ascendido en poco tiempo.

Se sentó en la oficina y agradeció que estuviera vacía, tal vez pudiera dormir un rato, estaba exhausta…

De pronto sonó su celular. No conocía el número y tembló.

Un sudor frío la envolvió mientras el celular seguía sonando y ella se quedaba inmóvil incapaz de hacer nada.

Y para colmo de males la puerta se abrió y apareció Daniel, su ex mirándola con rabia.

Lanzó un grito y estuvo a punto de desmayarse pero él la despertó de la pesadilla, de la horrible alucinación.

—Señorita Riley por favor, ¡despierte! Soy Adam Clayton, ¿me recuerda? ¿Puede escucharme?

Parecía sufrir una conmoción, no hablaba y estaba tan pálida mientras ese bendito celular táctil y enorme sonaba como una sirena de robo. Malditos aparatos. Miró el número, no había ningún nombre.

—No, no atiendas por favor, no lo hagas—ella lo miraba aterrada, temblando.

—¿Quién es?—quiso saber él con mucha calma.

La joven suspiró, no lo diría, solo quería correr pero estaba mareada, sufría una especie de ataque de pánico. “Es él, sé que es él… Puedo sentirlo, está aquí, siempre es así…”

Adam se acercó y acarició su rostro y le habló con suavidad para calmarla. Ella quería correr, desmayarse, hacer cualquier cosa para que él no la encontrara. Entonces había un hombre, alguien que la molestaba por eso no había podido…

No importaba eso ahora.

Debía sacarla de esa oficina y llevarla a un hospital, se veía muy mal.

—Estoy bien señor Clayton, no se preocupe por mí regresaré a mi casa. Aguarde…

Tomó su cartera y lo acompañó, pidiéndole que no la llevara al hospital.

Mientras se alejaban comenzó a sentirse mejor, tenía más colores y ya no lloraba, el cambio era tan inesperado como su ataque.

—¿Quién era el que llamó Catherine? Si hay un demente persiguiéndote necesitarás ayuda ¿no crees?

Ella lo miró asustada y se puso pálida.

—Usted no puede ayudarme, no debí venir a esta ciudad, no debí hacerlo… Usted es muy amable pero…

—Deja de decirme usted, me haces sentir como un viejo, no soy tan viejo. Vamos, dime lo que te pasa, sí puedo ayudarte y tú necesitas mi ayuda.

Tenía razón pero no podía hablar en esos momentos.

—Bueno, te llevaré a mi apartamento, necesitas un buen trago de whisky, si con eso no funciona temo que deberé internarte, estás muy alterada preciosa.

Imaginó que era su ex, un ex loco de remate que la había seguido desde New Forest, solía ocurrir…

Al entrar en su apartamento la joven miró a su alrededor aturdida. Era un lugar inmenso y lujoso y solitario y sin embargo allí se sentía tranquila, no podía explicarlo.

Adam puso música suave y fue por el whisky pero pensó que tal vez le hiciera mal, si no había comido nada… ¡Vaya! Es temprano para beber”.

Llamó al restaurant y pidió el almuerzo y cerveza. Mejor sería una cerveza, esa chica no bebía.

Sí, sabía muchas cosas de ella y ahora empezaba a entender por qué…

Catherine miró el almuerzo servido en la mesa algo atribulada. No tenía hambre pero le parecía tan bonito el gesto que había tenido. Era un hombre especial y era real, estaba allí preocupándose por ella y no lo hacía porque fuera empleada de Art’s Gallery.

Sin embargo no pudo probar casi nada, estaba nerviosa, tensa, no hacía más que pensar en esa llamada y en Daniel. La había encontrado, estaba segura.

—¿Quién era? ¿Tu ex? —quiso saber él.

Ella negó con un gesto, no, no lo diría. No quería hacerlo.

—Si es alguien que te molesta debes denunciarlo preciosa, debes hacerlo. No podrás vivir tranquila y tienes derecho a vivir en paz.

Catherine lo miró con intensidad.

—No quiero hacerlo, si lo denuncio sabrá dónde está, tal vez ya lo sepa, usted no entiende, no puede entender. Llevo tiempo escapando y creí que…Debo irme de aquí.

El teléfono de Clayton sonó entonces y él maldijo en silencio, no estaba para nadie solo la quería a ella, en su cama, rendida a sus besos y caricias, suspirando de pasión y deseo… ¿Por qué demonios parecía tan difícil?

—Haz lo que te parezca John, siempre lo haces, ahora no puedo… Estoy ocupado—dijo.

Sus ojos lo miraron con desconcierto y algo más.

Le gustaba pensar que era su prisionera y que podía saciar ese deseo salvaje y desesperado. Se habían acercado, y ella parecía confundida, y parecía necesitarlo, eso era muy bueno, excelente.

—Yo no deseo… Causarle molestias señor… Por favor, no quisiera que… Usted debe regresar al trabajo.

Él sostuvo su mirada desafiante.

—¡Al diablo el trabajo! No hay nada que sea urgente ahora. Solo ayudarla señorita Riley.

Ella suspiró y mordisqueó un poco de ensalada de frutas. Se sentía más tranquila y con él, a salvo como no lo había estado hacía mucho tiempo.

“Debes calmarla, hazlo, así está bien… Si no logras domesticar a la pequeña salvaje no tendrás tu premio” pensó él.

Y como si leyera sus pensamientos Cat sonrió para sí y supo lo que él tramaba. No era tonta y también supo que sería efímero.

Una conquista rápida y fácil. Porque a ellos les gusta representar papeles para tener lo que desean, fingen la relación para tener orgasmos, fingen interés y solo es… Interés sexual, una necesidad física apremiante y ella… Ella solo tenía su deseo y un apartamento vacío.

—Debo irme señor Clayton, discúlpame por favor.

Casi huyó, corrió como si la siguiera el diablo. No se sentía a salvo de ese hombre ni de caer en la tentación. Se sentía extraña, no podía entender por qué lo había hecho. Debió quedarse y disfrutar un momento de sexo, lo necesitaba, sin pensar en nada… Pero no fue capaz, no pudo hacerlo y sabía por qué…

Estaba enamorada y no quería ser una aventura, y eso era todo. Una parte suya se moría de ganas, pero luego pensaba… Luego sufriré.

Seguía sin estar preparada para comenzar una relación ni sentimental, ni casual.

Cuando entró en el apartamento una honda depresión se apoderó de ella. Todo había terminado y lo mejor sería irse. Antes de que él la encontrara… ¿Qué importaba él? Un amor, una ilusión, algo que no podría ser…

Y sin embargo mientras hacía las maletas la mañana siguiente él la llamó.

—¿Puede venir antes a mi oficina señorita Catherine?—dijo. El tono no admitía réplica.

“Debió decirle que no puedo ir, no lo haré. Vamos tonta inventa algo, te duele la cabeza” pensó, pero no tuvo fuerzas para negarse, su tono era casi autoritario. Quería hablar con ella en su oficina…

No, no debía arreglarse ni demostrar que estaba nerviosa sí…

Se dio una ducha rápida y se decidió por una falda corta, una blusa blanca de seda, perfume, tacones altos. Sí, estaba nerviosa, no sabía bien por qué pero en el instante en que la llamó decidió cancelar su huida.

Ahora solo dependía de esa cita…

*****

Cuando entró en su oficina la asistente que no dejaba de llamar por teléfono la miró con inquietud.

—Señor Clayton, la señorita Catherine Riley está aquí—la joven presionó con sus uñas pintadas de negro con un gesto de coquetería. Sus párpados también estaban pintados de un tono oscuro y parecía gótica o extravagante, su ropa… Era una joven más que decorativa; exótica y se preguntó si ella y su jefe alguna vez…

Entró en la oficina y la puerta se cerró como si fuera una bóveda de seguridad de un banco, el estruendo y su estructura eran tal que pensó que de haber intentado escapar no habría podido hacerlo.

Clayton cortó el teléfono y la miró con fijeza, sin pudor, y sin ocultar ese deseo que lo consumía por completo.

Se miraron en silencio y ella se sentó sin esperar a ser invitada. Esa mirada fuerte, intensa la ponía muy nerviosa. ¿Es que no iba a decir nada?

—Señor Clayton, ¿usted quería verme? ¿Acaso deseaba decirme algo?—su tono delataba una seguridad que no sentía, por dentro estaba temblando, su mirada y su silencio, esa mirada ardiente recorriéndola por entero la hacía sentirse así, tensa y tan vulnerable y también húmeda de deseo.

Él sonrió levemente.

—Sí, disculpe, estaba distraído… Quería pedirle un favor. Debo viajar a Francia la semana entrante por una colección de obras de arte y pensé que tal vez podría acompañarme. Es un viaje confidencial y necesito cierta discreción.

Ella parpadeó inquieta. ¿Acompañarlo a un viaje a Francia? Eso era maravilloso pero…

—Usted viajará como mi asistente. Es una joven discreta, educada y no hablará de esto con nadie.

No, no diría nada por supuesto pero ¿por qué era tan secreto?

—Le pagaré bien—insistió.

No era necesario, viajarían juntos y tal vez pudieran…

—Bueno, ¿es que no dirá nada ni pondrá condiciones?—dijo al fin.

Ella se sonrojó.

—No lo sé, es que no creo estar capacitada para manejar este asunto y serle útil…

Sus palabras lo hicieron sonreír y de pronto la miró casi con ternura de enamorado.

—No la he escogido al azar señorita Catherine, mi elección ha sido meditada con cautela. Y decidí que sería la indicada. ¿Cree que no podrá realizar ese viaje? ¿A qué le teme, señorita?

¡A usted! Debió decirle pero guardó silencio.

Él siguió hablando del viaje, de los hoteles y de los lugares que visitarían. No podía ir directamente a reunirse con el coleccionista, tenía asuntos que resolver en Paris donde habían abierto una sucursal de Art’s Gallery, luego viajarían a Provenza. Se oía maravilloso.

—¿Y bien señorita Riley? ¿Qué dice? ¿Acepta la invitación?

No lo pensó, fingió que lo hacía y de pronto preguntó;

—¿Cuándo sería ese viaje?

En dos días fue la respuesta.

Aceptó, estaba temblando pero no se negó, se moría por hacer ese viaje, ella misma había querido escapar del trabajo, de la ciudad y de los fantasmas de su pasado.

Su respuesta pareció complacerle pero no se detuvo en más detalles. Solo le pidió su nombre, sus documentos para reservar los pasajes y le preguntó si padecía alguna enfermedad crónica, si tenía fobia a viajar o… Fue algo raro que le hiciera esas preguntas pero pensó que se debía al viaje en avión.

No, no tenía fobias. Tal vez sí, pero nada arruinaría su aventura.

Regresó a su trabajo pero no pudo concentrarse. Estaba excitada, nerviosa, le parecía un sueño, meses esperando una oportunidad y…

El día fue eterno y al regresar hizo la maleta pensando en él, haciendo planes y soñando despierta.

Un viaje, Francia… Adam. Sería maravilloso, estaba segura.

******

Sin embargo él se mostró algo frío al comienzo, parecía observarla pero no se acercó ni intentó…

Parecía un viaje de negocios, de trabajo y nada más. Toda la emoción de estar en Paris, la ciudad del amor se esfumó al dormir en habitaciones separadas y pasar el día entero haciendo llamadas, encerrada, sin ir a ningún lado. Era un viaje de trabajo como él le había advertido, no había nada escondido ni parecía tener intención de… Que pasara algo entre ellos. Y eso la enfureció, hirió su orgullo y de haber sido más decidida o independiente pues habría tomado un taxi y habría dado un paseo por la ciudad.

Era invierno y hacía mucho frío, y no hablaba una palabra de francés y un empleado del hotel la había mirado con rabia cuando le habló en inglés.

Pero sabía disimular su frustración y cuando la invitó a cenar procuró mostrarse animada y muy feliz con el viaje. Por dentro ardía sin saber bien por qué, siempre había despreciado el acoso, o no le agradaban los atrevidos pero “su jefe” realmente la desconcertaba por su indiferencia.

Llamó a su madre antes para tranquilizarla. Seguramente echaría de menos que no la llamaba y cuando se presentó en el restaurant del hotel intentó mostrarse tranquila, controlada… No llevaba nada especial, sin embargo él la miró con intensidad.

Al parecer estaba tras un coleccionista que no hacía más que regatear el precio de una obra perdida de un pintor del siglo XIX… Él no le dijo su nombre ni ella insistió al comprender que tal vez el asunto no fuera del todo legal. ¿Cómo haría luego con la tela? ¿La escondería en su mansión campestre sin que nadie la viera? ¿Y cómo podría trasportarla sin declarar su existencia?

Y como si leyera sus pensamientos sonrió y le acercó la silla para que pudiera sentarse. Luego le ofreció el menú.

El restaurant del hotel era tan impersonal como bonito y sin embargo para ella fue un lugar distinto, especial, la música romántica de fondo y el olor… Había algo muy cálido en ese lugar, los colores, no podía explicarlo.

—Señorita Riley, creo que le debo una disculpa… Este viaje no ha sido lo que usted esperaba—dijo él de pronto mientras un mozo les servía vino tinto.

Ella parpadeó inquieta. ¿Tanto se notaba su desilusión?

Se apuró a negarlo y a decirle que Paris era un lugar maravilloso.

Él la miró con intensidad como si quisiera decirle algo pero no se atreviera. Catherine suspiró, ¿es que siempre estarían así? ¿Qué impedía que hicieran lo que ambos deseaban o ahora solo ella lo deseaba?

¿Acaso había cambiado de parecer o…?

Su celular sonó y él atendió, la cena transcurrió en silencio, tenía sueño y estaba cansada. No, no quería postre nunca lo pedía pero sí bebió otra copa de vino.

Adam que había estado observándola sin decir nada de repente dijo:

—Usted debe sentirse intrigada ¿no es así? No entiende por qué la traje aquí y la he involucrado en esta aventura si no tenía planes… Escondidos.

Al oír esas palabras se sonrojó y su corazón latió muy deprisa. No podía ser, ¿entonces iba a besarla o a intentar?

—¿Por qué cree usted que la traje señorita Aubrey? Porque Catherine no es su verdadero nombre.

¿Por qué mintió?

Ella se sonrojó y se sintió una tonta.

—¿Cómo supo mi verdadero nombre? ¿Y si lo sabía por qué me trajo aquí?

Él se puso serio.

—Son cosas distintas, su nombre y por qué le rogué que me acompañara. La pintura fue la excusa, comienzo a sospechar que es falsa… y que he perdido mi valioso tiempo. En cuanto a usted… Sí, quisiera saber de qué se esconde.

Ella demoró en decirle.

—No me escondo de la justicia ni he hecho nada malo señor Clayton.

—Eso también lo sé, pero dígame algo más por favor, ahora soy su jefe y me he enterado casi de casualidad que tiene otra identidad y que no se llama Catherine sino Aubrey, en realidad es usted Aubrey… Me gusta más ese nombre, es tan dulce, tan suave… Dígame ¿de quién está huyendo señorita Ralston? ¿No va a decírmelo? Podría acusarla de tener una falsa identidad.

—¿Y por qué haría eso? No comprendo por qué… ¿Qué quiere usted de mí? Si sospechaba que esa pintura era falsa entonces…

—Fue la excusa para traerla a usted y lo sabe, quería desentrañar un misterio y comprender por qué hace tanto tiempo que la deseo y no puedo tenerla. No finja conmigo, cuando lo hace de pronto recuerdo que su nombre es falso y que no sé nada de su pasado ni de usted.

Sus ojos se abrieron brillantes, estaba furiosa y el vino exaltaba su estado de ánimo.

—No hay mucho que contar señor Clayton. Estuve casada antes y huí a la ciudad en busca de una vida mejor, una vida normal. Cambié mi nombre para que no me encontrara, un pariente mío me ayudó con los trámites y quise comenzar de nuevo. Perdí mucho en una relación destructiva, no solo tiempo sino sueños, proyectos me convertí en algo que no quería ser. Y la vez que usted me besó, que… No he podido salir con nadie cuando me mudé a Londres. Quise dejar atrás mi pasado, recomenzar pero no…

Él la observó pensativo, ahora entendía su reticencia. Tenía miedo y el corazón roto. Solo un imbécil dejaría ir a una joven como ella, tan hermosa y suave…

—¿Cuánto hace de todo esto, del cambio de identidad y lo demás?—preguntó entonces.

Un año y medio. Tenía la sensación de que había pasado mucho más.

—Lo lamento, no sabía ni creí… ¿Pero no ha pensado que al cambiar de identidad la policía no sabe que usted lo denunció y no podrá protegerla?

—Yo nunca lo denuncié, solo lo dejé y pedí el divorcio. Lo abandoné, no dije a dónde iba y durante semanas, meses me buscó y me rogó que volviera. Volví con él, era una relación muy enfermiza y tenía una dependencia total, como si fuera una droga o… Nunca he probado drogas, no más que algún cigarro en la adolescencia pero lo que me pasaba con ese hombre era una enfermedad, no podía curarme ni…

Estuve en terapia durante meses y fue entonces que decidí cambiarme el nombre. Otra vida, trabajo, nuevas amistades… No regresé a ver a mi familia, no pude hacerlo, todavía temo… Como ve no hay nada censurable, solo mi propia debilidad.

Él tomó su mano y la besó con suavidad.

—¿Y no desea estar con un hombre, liberarse de ese fantasma, Aubrey?

Ella asintió y al oír su nombre en sus labios se estremeció.

Un beso suave terminó de convencerla, sí, quería olvidar quería dejar atrás su pasado y recomenzar…

sentirse viva de nuevo.

Y cuando tomó su mano lo acompañó a su habitación sin saber qué pasaría, temblando como si fuera una colegiala.

Se moría por hacer el amor con Adam, por sentir que su cuerpo respondía y despertaba con caricias ardientes, apasionadas…

Él la abrazó, la envolvió entre sus brazos y comenzó a besarla, a desvestirla con prisa. Se moría por tocarla, por verla desnuda, era una mujer tan hermosa… Aubrey…

Ella cerró los ojos al sentir sus besos y caricias, no podía creer que al fin fuera a pasar, que pudiera hacer el amor y que fuera con él. Había tenido tanto miedo y pensó… que no podría, que no sería capaz ni sentiría nada.

—Aubrey… Eres hermosa, ven aquí… —dijo y besó sus pechos mientras atrapaba su cintura y liberaba su miembro inmenso, hambriento de ella…

Tenía prisa por hacerlo como si temiera que el encantamiento se rompiera y Aubrey se esfumara como en un sueño.

Ella respondía a sus besos y suspiraba con sus caricias pero no lo dejaba continuar. Algo pasaba, algo que no podía… Tal vez fuera tímida, o…

Tomó sus manos y la besó y desesperado la sentó en sus piernas para que no intentara escapar, para que no lo rechazara. “Preciosa, ¿qué tienes? ¿Por qué no me dejas llenarte de besos?” le susurró.

Ella lo miró parecía una colegiala indefensa, tímida o asustada, toda la excitación inicial había desaparecido pero no se lo dijo, quería matar a ese maldita fantasma, sabía que no tendría otra forma de hacerlo. Así que lo abrazó y le rogó que continuara, que lo hiciera…

Ella sintió su perfume fuerte, viril, su corazón palpitante y sus manos, sus brazos, y su inmenso miembro desesperado por entrar en ella, por hacerlo… Estaba hecho a su medida, nunca antes había deseado tanto a un hombre ni había sentido…

Desesperado tomó sus caderas y las abrió, las puso a ambos lados para poder entrar en ella y fundirse en su cuerpo gimiendo de la desesperación que sentía ante ese feroz acto de posesión, de tomarla como suya, como su mujer…

Aubrey pensó que iba a desmayarse, su cuerpo entero, su sexo acoplado al suyo no podía más, como si nunca hubiera estado con un hombre y todo su pasado se hubiera borrado, las sensaciones que sentía eran tan fuertes que… ni siquiera recordaba cómo había sido antes.

Él la apretó contra la cama para poder rozarla despacio y hundirse en ella como tanto lo deseaba mientras su boca acallaba sus protestas.

—Aubrey, ¿estás bien preciosa?—dijo casi sin voz.

Ella asintió y lo abrazó pensando que era maravilloso y que disfrutaba cada momento de esa unión, de esa cópula ardiente y apasionada.

Su cuerpo clamaba por él y cuando estalló en un orgasmo pleno, fuerte y múltiple pensó que estaba en el cielo y que le habría gustado morir en esa cama, haciendo el amor con él. Él la había liberado, le había dado todo, todo lo que necesitaba para sentirse una mujer plena de nuevo.

Y cuando cayó exhausto en sus brazos la miró con intensidad.

—Perdona, no debió ser así, pero esta noche no me cuidaré… No esta primera noche juntos luego…

Sus palabras la emocionaron, la primera noche juntos, qué maravilloso se oía, era un comienzo, era una promesa de que volverían a verse y tal vez comenzaran algo importante para ambos.

—No importa… Ven, abrázame…

Él la apretó contra su pecho y la besó mientras se deleitaba con su cuerpo tibio, desnudo, no había estado mal… Al contrario, había sido maravilloso. Pero no estaba satisfecho, quería mucho más de esa hermosa criatura, misteriosa, suave…

Ella se alejó poco después para darse un baño, lo necesitaba, no quería dormirse él quería hacerlo de nuevo, lo intuía.

Suspiró, estaba loca por él y no quería pensar en el mañana solo satisfacer sus deseos pues esa primera vez había estado muy rígida al comienzo, asustada… Como si fuera su primera vez, era una locura.

Él se acercó a la ducha sin hacer ruido, como un gato y se detuvo a mirarla, le gustaba observarla, era una chica preciosa, natural, femenina y quería hacer algo que no había podido. Su tesoro, quería tomarla de nuevo.

Al descubrirlo ella lo miró sorprendida y él entró en la ducha y la besó, atrapó su boca y le dio un beso muy ardiente. Estaba listo para hacerlo y lo harían pero antes quería demorarse en su cuerpo.

Recién se estaban conociendo y quería hacerla a su medida, que aprendiera a ser suya como él quería…

Solo entonces se sentiría plenamente satisfecho…

Aubrey gimió al sentir que sus labios recorrían la entrada de su pubis y se deleitaban con su respuesta en un movimiento ascendente, hacia arriba y quiso gritar, detenerle pero él no la dejó. Era suya y debía darle todo lo que quisiera y su sabor lo embriagaba, lo enloquecía… y solo cuando la hizo estallar de nuevo la dejó en paz. Pero los juegos recién comenzaban y ella creyó que querría recibir caricias pero se equivocaba. Ahora quería atrapar su pubis y poseerla. No, no quería más demoras…

Sintió su peso y sus besos y lo abrazó, rendida. Nunca antes había disfrutado tanto una cópula, duraba, era dura, era eterna y la dejaba sin aliento, deseando que nunca terminara… La mejor noche de su vida, tentada, atrapada, fundida en él… Un extraño del que se había enamorado hacía tiempo sin saber por qué.

*******

Se quedaron encerrados en el hotel una semana como dos enamorados de luna de miel. Días que nunca olvidaría, días intensos, llenos de luz, calor y placer…

Porque en sus brazos descubrió sensaciones nuevas y se entendía perfectamente en la intimidad y conversaban, luego de hacer el amor durante horas…

Se sentía como una adolescente escapada de la escuela pero no lo era, tenía veintitrés años y algún día debería regresar a Londres, al trabajo y entonces se preguntó cómo serían las cosas.

No, no quería pensar en el futuro ni hacer planes.

Vivían una aventura y se entendían perfectamente sin hacer preguntas, solo allí, en la cama, charlando a veces, sin querer ver castillo ni nada más que su cuerpo, su refugio, su calor…

No había hombre más tierno ni ardiente y ella se sentía tan segura en sus brazos que a veces se preguntaba sí podrían un día vivir juntos o tal vez, no lo sabía, era instintivo. Era una aventura, una aventura en Paris y había dejado su habitación helada y solitaria por mudarse a la suya, el paraíso.

Una mañana sin embargo él despertó temprano y habló en francés en tono airado.

No, no entendía una palabra, él lo hablaba muy rápido pero comprendió que algo había pasado, algo que lo dejó de mal humor.

Aubrey lo vio irse en busca de un café y desaparecer en la ducha.

Aguardó impaciente mientras intentaba levantarse, sentía las piernas flojas y necesitaría un café bien cargado.

—Aubrey—la llamó.

Estaba recién bañado y olía a Hugo Boss. Ella suspiró, era un hombre tan guapo, estaba tonta por él y se preguntaba si tal vez pudieran un día tener un hijo que se pareciera a él y… Tonterías, él no quería una vida doméstica, era un alegre soltero y le parecía que el matrimonio era para los viejos y para aquellos que no tenían otra cosa que hacer en su vida que casarse y procrear. Sí, sabía cómo pensaba, por eso siempre se cuidaban. Era una aventura y no debía hacerse ilusiones.

—Preciosa mírame, ¿estás despierta? Pareces soñar… ¿En qué piensas?

Aubrey sonrió.

—No importa eso, ¿qué ha pasado? Estás algo inquieto esta mañana, llevas prisas, ¿por qué?

—Es el cuadro dulce, el cuadro. No era un invento, fue el señuelo para traerte y encerrarte aquí pero era un señuelo real. Debo ver al vendedor y verificar su autenticidad—se vistió con prisa, seguía malhumorado y ella se angustió.

—¿Te irás Adam y me dejarás aquí?—no pudo evitar decir eso, no quería quedarse sola en ese hotel, no hablaba francés y si le pasaba algo, no, no se atrevía a pensarlo.

—Es un viaje largo preciosa, y vendré mañana. Pero no te pasará nada, estarás segura. Hay buena seguridad en este edificio, te lo aseguro. Te llamaré en cuanto llegue.

Mientras se vestía ella sintió una horrible angustia, una corazonada.

—Adam espera por favor, no te vayas…Tú… ¿Vas a ofrecerle mucho dinero a ese hombre? ¿Sabe que tienes dinero?

Él había terminado del café y estaba vestido, jeans, camisa, las llaves del auto, el celular y su chequera.

De pronto se detuvo y la miró.

—Cathy, vamos, gatita, deja de mirarme así, regresaré y nos quedaremos una semana más, lo prometo.

No me ocurrirá nada, es un anciano. Deja de imaginar cosas, miras demasiadas películas.

—No, espera por favor, tú… Siento que corres peligro, que ese hombre sabe que tienes dinero y que te ha traído a una trampa. No vayas. Ha estado jugando contigo, te ha hecho esperar días. Y no debes confiarte ni creer que porque eres rico y eres hombre nada puede pasarte. El mundo está lleno de estafadores y malvados que no dejarían pasar una oportunidad de hacer dinero de forma fácil. ¿Quién es ese coleccionista? ¿Lo has visto? ¿Y cómo es que tiene una pintura descatalogada, y todo este tiempo la ha tenido escondida?

Él se acercó despacio y besó sus labios.

—Te preocupas por mí ¿eh? Cuando regrese me lo demostrarás, ahora deja de hacerte ideas.

Conozco a ese hombre, hace años que estoy tras su pista, esto no ha sido improvisado, al menos no esa parte. Pero si quieres venir y cuidarme… No me opondré. El viaje será largo, incómodo pero tengo una propiedad en Provenza, podremos quedarnos allí mientras hago el trato. Creo que es incómodo el viaje y deberías esperarme.

—Iré contigo, por favor, si algo te pasara yo… No me lo perdonaría. Tengo un mal presentimiento.

Adam la abrazó, no le molestaba que le hablara de sus presentimientos, le gustaba que se angustiara un pelín y se preocupara como si fuera su novio, su marido o… Su hombre. Eso solo alcanzaba.

Aubrey lo besó, lo abrazó, era tierna como una novia, y se preguntó si estaría enamorándose. Tenían tiempo para eso, a hora debían disfrutar esa aventura largo tiempo postergada. La aventura de estar juntos.

********

Aubrey contempló el paisaje de Provenza y suspiró. Castillos, villas, pequeñas ciudades medievales y árboles por doquier. Tenía una mística especial, el olor, hasta el viento, a pesar del frío tuvo la sensación de estar regresando a casa. Era una tontería por supuesto. Tal vez Provenza le recordaba a New Forest por sus paisajes, sus bosques…

Adam detuvo el auto en una preciosa villa de tres plantas, se llamaba Chateau Blanche y era un caserío antiguo, con inmensos jardines.

Un matrimonio de caseros los recibieron cordiales hablando inglés, Aubrey sonrió y se estremeció cuando él la presentó como su novia. ¿Era su novia? Bueno, lo sería por una semana, luego… Nadie sabía qué pasaría.

Observó la casa y notó que todo estaba reluciente y en un rincón había un cuadro campestre muy bonito y los muebles… De pronto olvidó que estaba con él y fue a recorrer la casa como si fuera suya.

Era muy antigua y tenía varias obras de arte valiosas.

Adam se acercó y la abrazó con fuerza.

—¿Te agrada preciosa?—le susurró.

Ella asintió y se miraron.

—Adam, es un lugar hermoso, ¿siempre vienes aquí con…?

Se sonrojó por la pregunta que le hacía, no solía interrogarle sobre su pasado ni ser como esas chicas que querían saberlo todo. Ella no era así.

—Eres la primera, a quien presento a los caseros franceses y conoce mi guarida con tesoros—

respondió él y la besó. Se moría por hacerle el amor. ¿Cuánto hacía que no estaban juntos?

Pese a sus protestas la llevó a la habitación principal en el primer piso, un cuarto espacioso con vista al bosque que ella disfrutó hasta que él comenzó a desnudarla con prisa.

—Adam aguarda, los caseros, nos verán y notarán que—no pudo terminar él se había desnudado y la arrastraba a la cama. Le gustaba hacerlo rápido, como un adolescente desesperado que nunca había tenido sexo en su vida, hervía de deseo por ella y así era al comienzo.

—Aguarda, déjame besarte, tocarte—le rogó ella.

Ese demonio la tenía desnuda en la cama y se preparaba para entrar en su cuerpo, para poseerla.

Pero ella no tenía prisa, quería hacerlo despacio.

Él la retuvo con fuerza y la besó, era tarde para escapar, su miembro la rozaba con fuerza y ella estaba húmeda y lo deseaba.

—Espera, ve despacio—le rogó.

Él la miró con intensidad y la acarició y volvió a besarla y rodaron por la cama pero ella lo detuvo, lo obligó a esperar, a darle más tiempo. En esos momentos era su dulce Aubrey, su gatita dulce y mimosa…

Sabía por qué lo hacía, conocía a las mujeres y esa adorable damita se estaba enamorando, y él parecía ser el malvado seductor. No, no lo era. Llevaba meses esperando una oportunidad y ahora quería hacerlo durante días, semanas, meses. Parecía hecha a su medida, adoraba sus ojos, su cabello, su piel, su olor tan suave y dulce.

Pero ¿qué pasaría cuando ella supiera sus secretos, sus debilidades y tonterías? No era perfecto ni tampoco… Lo disfrutaba tanto y se negaba a hacer planes, solo disfrutar cada segundo como si fuera el último. Solo eso. Un regalo del cielo, eso era Aubrey en su vida, en su cama. Debía poseerla, debía sentir que era suya ese momento y siempre, no era un deseo sexual, era un deseo tan fuerte que ni siquiera podía controlarlo.

Aubrey tembló cuando su cuerpo estalló, y pensó, lo amo, es maravilloso, nunca antes sentí algo así con un hombre ni me sentí tan plena. Qué pena que solo sea una aventura… Pensó y lo abrazó y lo besó dando todo de sí, porque no sabía hacerlo de otra forma, ni podría olvidar jamás esos días en Francia con su jefe. No, ya no era su jefe, era su hombre, su amante, y algo en lo que no quería pensar, no se atrevía a hacerlo, era tan pronto y ella no… No estaba preparada para una relación y lo sabía.

Tonterías, ya estaba en esa relación y solo quería que todo estuviera bien, no esperaba bodas ni niños, había aprendido a no esperar nada más que el presente, mientras durara nada más le importaría.

*********

Él debía reunirse con el coleccionista al día siguiente pero una lluvia torrencial postergó el ansiado encuentro. No esperaba llevarla y se rió de su sugerencia, enredados en la cama esa tarde de lluvia, no había nada más placentero que estar juntos.

Aubrey gimió al sentir sus besos y caricias que la llevaron rápidamente al éxtasis. Cada día juntos era como un sueño, no solo por el sexo sino porque parecían entenderse casi sin hablar, y compartir los mismos gustos por el vino, la música clásica, las obras de arte…

Y cada vez que hacían el amor se sentía más enamorada que nunca, como en esos momentos. No podía evitar involucrarse y hacerse preguntas.

Él sonrió y la besó pensando que por primera vez la satisfacción con una mujer era completa, no solo porque ella se entregaba a él sin reservas sino porque disfrutaba todo mucho más.

—Adam, ¿es que no vas a llevarme mañana cuando te reúnas con el coleccionista?—preguntó.

Él acarició sus labios llenos de muñeca.

—Deja de cuidarme, necesitas un bebé o… Creo que cuando regresemos te compraré un perrito, lo necesitas, dulce.

Ella sonrió tentada.

—No, no quiero un bebé te quiero a ti. ¿Por qué no quieres llevarme? ¿Crees que soy una entrometida?

Él besó su cabeza y la abrazó. Se sentía satisfecho, habían hecho el amor en la mañana y luego del almuerzo, estaban solos y la vida era maravillosa. Era casi un sueño.

—No puedes venir, el negocio exige cierta discreción, nadie sabe que estoy aquí preciosa, ni en la empresa. Creen que me he ido de vacaciones a alguna parte.

—Yo no diré nada Adam, te lo prometo. Pero tú llevas algo para defenderte por sí…

Temía que le pasara algo, vivían en un mundo violento y por mucho menos habían matado a las personas y ella no quería, sentía terror de que algo le ocurriera a Clayton y sabía la razón.

—Sí, tengo una pistola, pero no será necesaria. He arreglado este asunto hace tiempo, conversaciones, llamadas y ahora espero concretarlo y luego regresar a Londres. No puedo ausentarme tanto tiempo.

Ella suspiró y pensó “me encantaría quedarme aquí con él, casarnos, llenar esta hermosa casa de niños, y ser una familia feliz”. Pero son solo sueños y él no piensa en el futuro ni cree en la familia feliz ni…

Al día siguiente cuando lo vio partir sintió un nudo en la garganta, no, no debía pensar esas cosas ni tener miedo. Él sabía cuidarse y debía pensar que era una tonta sentimental que se preocupaba por todo.

No era su bebé, era su hombre y antes de marcharse le había dicho; soy yo quién debo protegerte preciosa no al contrario.

Suspiró. Sin él, la casa parecía un nido vacío.

“Por favor avísame, llámame para decirme que estás bien” no había podido evitar decirle.

Él sonrió y le dio un beso ardiente, apasionado recordándole que eran solo amantes por un tiempo indefinido y que su historia recién empezaba.

Al diablo con eso, estaba enamorada de Adam, sí, lo amaba aunque fuera una locura pasajera, aunque no tuvieran futuro ni…

Pasó el día entero sin saber qué hacer.

La señora Chloé fue a verla a media mañana para prepararle el almuerzo y hacerle compañía, su esposo estaba en la casita del fondo. Conversaron un momento, era una mujer muy agradable y hablaba bien el inglés. Se distrajo conversando un rato y luego llamó a su madre para avisarle que se quedaría unos días más.

A pesar del frío fue a dar un paseo por los alrededores y se llevó su celular por las dudas. No dejaba de pensar en él, era una obsesión, lo necesitaba, le hacía falta y no por algo físico, sexual y lo sabía.

El paisaje se tornó oscuro y el frío se hizo intenso, tiritó y regresó a la casa. Él no la había llamado, y habían pasado casi diez horas.

La señora Chloé aguardaba en la cocina y en el horno de la cocina se preparaba un pastel delicioso.

—¿No ha llamado el señor Clayton?—preguntó.

La dama la miró intrigada. No, no había llamado.

Tomó su celular y pensó en llamarlo pero luego pensó “no, no debo hacerlo, no quiero que se dé cuenta de que estoy angustiada, que no puedo estar sin él, aunque sea verdad… Debo dominarme.”

Estaba cansada y algo desanimada y decidió meterse en la cama, Adam le había advertido que tal vez no regresara ese día sino al siguiente. Tenía frío y encendió la manta térmica, y no tardó en dormirse y tener sueños extraños.

Pensaba en él y de pronto lo vio parado frente a ella mirándola con intensidad.

Despertó asustada, con el corazón palpitante y lo vio, parado frente a ella observándola con una expresión risueña mientras se quitaba la chaqueta.

—Tranquila. He vuelto dulce, nadie me secuestró ni me dio un tiro, no soy un fantasma, soy real.

Tengo el cuadro, luego te lo mostraré, ahora quiero besarte, ven aquí—dijo y se quitó la camisa y la besó, atrapó sus labios de una forma que solo podía significar ataque, posesión.

No tuvo tiempo de hablar, estaba allí, había regresado y no era un fantasma. Era él, su hombre, no podía pensar en nada solo sumergirse en ese mundo de sensaciones fuertes y sentir, sentir cada beso, cada caricia como única, como un todo. Lo había extrañado tanto, sabía que era una locura pero ¿qué era el amor sino una completa locura? Y no quería que esa noche terminara, que los días en ese hermoso país llegaran a su fin. Lo amaba y comprendía que todo podía ser un sueño y luego despertar y encontrarse de nuevo sola, sin rumbo. Porque así se había sentido tanto tiempo.

Y mientras la rozaba con fuerza y la besaba ella lloró de felicidad sin poder creerlo y él la miró. Tan hermosa, tan dulce y era suya, su muñeca antigua, su precioso tesoro…

Y en sus ojos vio algo que él también sentía, una emoción intensa recorría su cuerpo por entero, su alma toda. Era una trampa, él le había tendido una trampa, había planeado ese viaje solo para llevarla a la cama porque estaba harto de que se negara a él, ese cuadro fue la celada y ahora, él quería seguir esa aventura y eso no había estado en sus planes. No quería compromisos, bebés ni nada que fuera un pastel con dos novios bailando en una fiesta.

¿Podría seguir con ella sin tener que pasar por esa penosa prueba? Era enemigo de las rutinas, de las fiestas familiares y oír a un bebé berrear lo ponía muy tenso.

Pero no quería hablar de esas cosas, solo disfrutar ese momento de reencuentro, el sexo era tan bueno como si nunca antes se hubiera sentido tan satisfecho ni…

Era tan dulce, tan femenina y delicada, su temperamento, su voz, sus ojos.

Se miraron en silencio y él acarició su cabello suave y lo apartó de ese rostro de gatita, con mejillas redondas y labios llenos.

—¿Estás bien?—le susurró él—perdona por haberte asustado, llegué así y te hice el amor, no te di tiempo a decidir nada.

Ella sonrió levemente.—Nunca me das tiempo a decidirme—le respondió—Y tú… No llamaste, debiste avisarme.

—Manejé durante horas, quería largarme de ese chateau, me deprimió bastante. Ese viejo no tenía muebles, ni los cuidados básicos. Solo un montón de pinturas y libros. La casa estaba helada y le dije por qué no contrataba una señora que lo ayudara pero el anciano no me entendió o no le importó nada.

Ignoro qué hará con el dinero. No le di lo que quería, el viejo zorro me engañó. Es una buena réplica pero no vale lo que pedía. Ni que fuera tan tonto de creerme que ese cuadro era un Rembrandt auténtico.

—Oh Adam, lo lamento. Has esperado tanto... ¿Era un Rembrandt?

—Una buena réplica y nada más, no tiene ningún sello de autenticidad, le pagué mucho más de lo que valía porque me dio lástima ese pobre viejo. Ignoro en qué gastará el dinero pero no parece tener demasiado. No creo que viva demasiado, está muy venido a menos como un edificio viejo y destartalado.

Ella lo abrazó.

—Entonces deberemos regresar.

Él asintió y la besó.

—Nos quedaremos unos días y luego, quiero que te mudes a mi oficina.

Aubrey lo miró con fijeza. ¿Acaso quería que trabajara con él?

—Clayton no puedo aceptar eso, no quiero que… —dijo insegura.

Él la atrapó y le dio un beso salvaje.

—¿Estás rechazando un ascenso a la oficina del jefe como mi asistente?

Aubrey se mantuvo firme. Si iban a continuar no sería en su oficina donde cualquiera podía verlos.

Él pensó que tenía tiempo de convencerla.

—Vaya, no pensé que fueras tan puritana. No lo pareces, o tal vez sí, siempre pensé que parecías una muñeca antigua, del siglo XIX, de mejillas rozagantes y ojos muy luminosos y grandes…

Ella sonrió y lo besó, estaba en ella de nuevo, la poseía, la tomaba y era como un vándalo, un pirata…

Eso parecía él, había entrado en su vida y se había apoderado de todo como un bandido sin hacer preguntas, sin esperar respuestas pensando que ella siempre lo dejaría hacer. No era así. Era adulta y había pasado esa etapa de sumisa con Dan, había crecido, había madurado y aprendido que no siempre era bueno ser complaciente.

********

El cuadro de Rembrandt quedó en la sala junto a los otros, réplicas de mediano valor y una original.

Pero en ese pueblo estaban a salvo, en su país no estaba seguro pues era conocida su afición a las obras de arte.

Aubrey se detuvo a mirar la tela mientras tomaba un café con medialunas, el desayuno clásico de ese país junto al zumo de naranja y la mermelada.

—Es magnífica Adam, de no ser experta habría jurado que… Bueno, en realidad no soy experta, solo hice un curso de restauración hace tiempo.

Él sonrió y le enseñó detalles que delataban la copia: los colores, la firma… Todo había sido bien hecho por un artista que también tenía su talento.

—Tú sí sabes de estas cosas—dijo ella y terminó de tomar su café.

Él la miró con intensidad, era una mujer preciosa y de pronto recordó que pintaba y le preguntó si no quería hacer una exposición.

—Oh no, son pésimas. Además son bosquejos, no tengo talento solo lo hago para distraerme a veces.

Este cuadro es muy bello, ¿te das cuenta? A pesar de ser una réplica este paisaje campestre de invierno es tan bueno y trasmite tanta paz. Realmente pudo ser pintado por un Rembrandt, ¿estás seguro que…?

Él asintió, no había dudas, era falso. En Art’s Gallery hacían exposiciones de obras de arte, pinturas, antigüedades, esculturas y estaban muy acostumbrados a distinguir y si acaso tenían dudas una prueba con rayos X o la madera del marco alcanzaba.

—Es muy bello y de todas formas es valioso, las réplicas tienen su valor, pero son copias… Me encantaría ver tus pinturas, dulce.

Ella lo miró alarmado pero él siempre la envolvía en sus deseos.

—Son mediocres Adam, no insistas, nunca las he mostrado a nadie… No son buenas ni tienen valor alguno.

—Tengo mis dudas sobre eso preciosa, estoy seguro que si me enseñas una pintura te daría una opinión honesta y sincera.

—Si las vieras te sentirías muy defraudado Clayton, eso te lo aseguro—dijo y recorrió el comedor deleitándose con la contemplación de las otras obras de arte.

Debían regresar y lo sabía y pensar en eso la angustiaba. No quería volver, quería quedarse allí un tiempo indefinido.

—¿Nunca habías estado en Francia?—le preguntó él de repente.

Solo en Paris una vez siendo niña, sus padres no eran de viajar.

—Sin embargo pareces haber vivido aquí siempre—dijo él—Tienes ojos de francesa enamorada.

Aubrey sonrió y sus ojos se llenaron de lágrimas, tenía razón, lo amaba y era una tonta al haberse dejado envolver tan rápido. Los hombres no solían respetar ni valorar lo fácil así que cambió de tema.

Cenaron en silencio un plato típicamente francés. Ella le habló de su infancia y él de sus líos familiares por la herencia de su abuelo. Aubrey sonrió, en su familia no había esos problemas, ella era la menor de tres hermanos pero uno de ellos era médico y estaba en el Congo en una labor humanitaria y el otro estaba casado y vivía en Suecia y solo se veían algunas veces en navidad.

—¿Y por qué se fue a Suecia? Debió quedarse aquí, conseguirse una esposa inglesa y cuidarte dulce.

Son mayores, y los hermanos mayores cuidan de los menores.

Ella sonrió al oír esas palabras.

—Mi hermano Stephen se enamoró de una doctora sueca, la conoció en su viaje de arquitecto por el mundo y desde entonces habían sido inseparables. Ella casi lo raptó, se lo llevó con su familia y luego no lo veíamos casi. Es una joven de mucho carácter, muy rubia, hermosa y … Ya imaginas, mi hermano fue raptado y llevado a Estocolmo con el síndrome de Estocolmo—bromeó ella.

Adam rió divertido por la metáfora tan directa.

—Pues yo ni loco me iría a ese país, hace frío y el idioma, todo… Son muy distintos a nosotros. He oído que las nórdicas son así, encuentran un novio y lo secuestran. Y lo mismo hacen los hombres con las chicas latinas, uno de ellos consiguió una novia brasileña, la llevó a su país y la mantenía encerrada hasta que la pobre escapó y lo denunció. Son gente algo extraña.

Aubrey comenzó a reír tentada al escuchar el resto de la historia del sueco que raptó a su novia brasileña, no podía creerlo.

—Bueno, yo al menos tengo clase, te trate a un chateau francés, en medio de Provenza, como los caballeros medievales—dijo él.

—Oh Adam, eres único, me has hecho reír tanto…

Él le dio un beso suave y la llevó a la habitación, se moría por tener “el postre”, a ella en su cama, rendida a él…

Esa noche se moría por cumplir una fantasía y cubrió sus ojos con una venda oscura.

—Tranquila, no verás nada y sentirás mucho más—le susurró mientras besaba su cuello y la acariciaba.

Aubrey se sintió húmeda y anhelante, él la había desnudado y la llevaba de besos ardientes mientras ataba sus manos y la dejaban indefensa, indefensa ante el placer. Era maravilloso, sublime. Quería correr, gritar y sabía lo que buscaba… y ahora sabía lo que era. Un amo y ella su sumisa, al menos en ese juego erótico, ambos debían cumplir roles y sabía que con esos roles se nacía.

—Quédate quieta preciosa, no te haré daño, lo prometo, es solo un juego y si algo te asusta o deseas que me detenga lo haré—le dijo con voz ronca al oído.

Estaba en ropa interior y atada, hincada ante él y entonces le quitó la venda. Sus piernas temblaban, todo eso la excitaba, la erotizaba verlo así, porque mucho antes había imaginado que le gustaba ser amo y tener una sumisa en su cama. Por eso siempre la tomaba como un pirata, y la enloquecía con sus deseos y también con sus caricias.

Ahora era su turno y acercándose lentamente dejó que la guiara y le dijera lo que quería de ella.

“Ríndete a mí” le susurró y ella lo miró con intensidad mientras sus labios buscaban su recompensa, conocía el ritual pero ese era distinto, quería que se rindiera, o que fingiera rendirse. No, nunca se rendiría, nunca podría entregarse complemente. Si lo hacía dejaría de interesarle…

El gimió al sentir esos labios maravillosos aprisionando todo su ser masculino, inmenso, fuerte. Allí estaba el placer más intenso y sublime, verla así, rendida a él, obedeciéndole y entregándose, porque su cuerpo era su refugio y un regalo inmenso, sublime…

Debía entrar en su cuerpo, debía tomarla como lo hacía siempre; como un feroz invasor. Como su dueño, su amo.

Y esa cópula feroz, dura y soñada era lo máximo, el instante en que sus cuerpos se unían, se fundían en un abrazo apretado era un sueño para Aubrey y en esos momentos lloró emocionada, lloró y lo apretó contra su pecho al tiempo que su sexo estallaba de placer intenso. Lo amaba y esas lágrimas eran de felicidad, y también de dolor, porque no sabía si habría un mañana ni cómo terminaría esa aventura.

Solo sabía que su corazón se rompería en mil pedazos cuando él le dijera adiós.

*********

Días después dieron un paseo a media mañana sabiendo que era el último día en Provenza.

Se sintió triste con ese pensamiento y decidió no pensar en eso y disfrutar del paisaje y de su compañía.

De pronto se encontró hablando de su infancia, de sus hermanos, y New Forest con sus costumbres, sus historias. Y luego sus estudios, sus sueños de ser una gran pintora y estudiar arte en Florencia.

Un sueño que no pudo cumplir porque Dan la metió en su cama y la hizo perder algo más que su virginidad. Tenía dieciséis años y una vida por delante, un montón de sueños por cumplir.

Un año después se casaron, porque ella estaba encinta.

Él no quería al bebé, estaba furioso con ese accidente, sin embargo fue él quien la convenció de que debían casarse e intentarlo. Tenían buen sexo y eso era muy bueno para él…

Ella estaba ciega, estaba enamorada y era tan joven, tan tonta.

Cuando perdió al bebé que nació antes de tiempo sufrió una terrible depresión.

Sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar.

Pasó el tiempo y Aubrey sintió que las cosas habían cambiado en ese matrimonio y no quería tener hijos, no quería seguir con él y sin embargo no podía dejarlo, Daniel la hacía sentir tan insignificante y luego quiso iniciarla en el bdsm. Educarla, convertirla en su “esclava sumisa”.

Era algo fuerte, sexual. Pero el amor se convirtió en algo efímero y tan etéreo que ya no podía sentirlo ni revivirlo. Él decía amarla y siempre le hacía regalos y hasta le propuso tener un bebé para animarla porque la notaba triste.

No, no quería recordar, ahora era feliz y no pensaba en el amor ni en nada. Solo en el presente y así debía ser.

Él la escuchó en silencio.

Solo le había contado la mitad, el resto lo calló y guardó en su corazón, en sus pensamientos. No quería hablar del pasado ni contaminar ese lugar con tantos recuerdos tristes.

—Preciosa, qué cretino tan desgraciado tu ex, y qué estúpido, haberte dejado ir así… Bueno me alegro que lo hiciera, de lo contrario no te habría conocido.

Él la envolvió en sus brazos y la besó y ella lloró. Había querido hacer tantas cosas, y solo había podido hacer un curso rápido de arte para trabajar en Art’s Gallery. Eso era todo.

Habría querido llegar más lejos, poder pintar, estudiar arte en Florencia, viajar por el mundo, hacer cosas pero su vida era un dejarse ir, dejarse llevar. Y huir de Dan, como si ese desgraciado todavía fuera capaz de hacerle daño, de impedir que cumpliera sus sueños.

—¿Qué tienes dulce, por qué lloras?

Ella secó sus lágrimas y lo miró.

—No quiero pensar en él, nunca más, ni sentir esta rabia que me consume. Quisiera hacer cosas, viajar pero no puedo hacerlo.

Y no lo haría aunque tuviera ahorros. Sabía que ahora las cosas habían cambiado, que se quedaría en Londres por él.

—Yo no sé qué pasará entre nosotros en el futuro Adam y no quiero que pienses que tengo planes porque lo único que quiero es ser alguien, ser yo misma y jamás volveré a dejarme dominar por un hombre. Quiero tener mi vida y también un hogar con el tiempo. Pero para eso debo estar bien, y solo sueño con ser feliz.

Él besó su cabeza con ternura.

—No hagas planes preciosa, está bien así sin pensar en nada más que el presente—dijo él.

Y esa noche, la última en Francia, le hizo el amor despacio, sin prisas, recorriendo cada rincón de su cuerpo con caricias y besos ardientes, le gustaba verla desnuda, tocarla como si quisiera memorizar su cuerpo. Pero ¿qué pensaría él de ella? Luego de sus confesiones no había vuelto a decir nada, solo que viviera el presente y tenía razón, porque su presente era él. Un sueño del que no quería despertar.

*******

Al regresar a su apartamento al día siguiente se sintió en una nube, había pasado dos semanas en su compañía y tenía la sensación de que había sido toda una vida. Y su despedida al llegar a la ciudad no pudo ser más cálida y prometedora. Volverían a verse, a salir, necesitaban más tiempo para conocerse, esas fueron sus palabras.

—Gracias Adam, gracias por este viaje y por…

Él la miró con intensidad. Sus ojos verdes brillaron traviesos.

—No tienes nada que agradecer preciosa, ahora piensa en lo que te he dicho. Quiero que te mudes a mi oficina y hablemos de pinturas. Podrías ayudarme a clasificar los retratos para las exposiciones… en ocasiones las exposiciones se vuelven algo estresantes.

No era la primera vez que le hacía esa proposición y ella vaciló. En esos momentos, en Francia y en sus brazos le habría prometido el mundo pero enfrentada a los hechos vaciló.

—Adam, sabes que deseo estar contigo, volver a vernos, salir, pero el trabajo…

Quería guardar cierta distancia y le había explicado sus razones. Él dijo que entendía y no volvió a mencionar el asunto hasta ese día.

Sabía que si se mudaba de oficina haría todo menos trabajar y alguien los vería, todos sabrían que dormía con uno de los solteros más codiciados de la compañía y ella estaba al tanto de las aventuras en la oficina, y no deseaba formar parte del asunto. Había lugares apropiados para hacer el amor.

Se despidieron con un beso ardiente y luego de entrar en su apartamento llamó a su madre. Deshizo la valija, se preparó un almuerzo rápido y encendió el equipo de música. Era feliz, por primera vez en mucho tiempo se sentía alegre, y viva de nuevo. El amor la había cambiado y lo sabía.

Luego de almorzar un sándwich de queso y aceitunas negras fue de compras, necesitaba ropa nueva, un perfume y luego de vacilar se decidió cambiar por J’Adore de C.Dior, era dulce, fuerte y floral, muy de primavera. Justo lo que necesitaba. El día pasó rápido mientras compraba más cosas.

Él no la había llamado y supuso que estaba muy ocupado pues tenía un retraso en el trabajo.

Suspiró. Lo echaba de menos y estaba deseando verle, oír su voz.

Fue a la empresa ansiosa al día siguiente y al pasar por su oficina tembló como una colegiala, él estaba reunido con sus socios y parecían discutir sobre algo. Su asistente la miró con rabia como si adivinara sus sentimientos y pensara que era una tonta. Al diablo con ella.

Entró en su oficina y Rosie corrió a su encuentro.

—¡Cathy, Cathy, cuenta! ¿Qué tal estuvo tu fuga a Francia?

Ella rió pero no le dio muchos detalles, su amiga estaba tan loca que hasta quería detalles íntimos.

Jamás hablaría de eso, era parte de la intimidad. ¡Qué chica tan hueca!

La llegada de su jefe, el señor Herrera, puso fin a la conversación. Había trabajo pendiente, un montón de papeles para organizar, revisar los datos de la próxima exposición, apilar carpetas, entrar en un programa para…

A media mañana se sintió agotada, trabajó sin parar durante horas sin poder siquiera ir al baño o tomarse un café.

Se sintió abatida y cansada. Odiaba trabajar bajo presión y cuando llegó le mediodía se sintió aliviada.

¡Al fin podría escapar!

Él la llamó cuando llegaba a la puerta para invitarla a almorzar, oír su voz fue un bálsamo.

Aubrey no imaginaba lo que estaba pasando pero comprendió que las cosas habían cambiado para ella.

Antes nadie le prestaba atención pero como al parecer todos sabían de su aventura en Francia pensaban que… Era la nueva diversión de uno de los solteros más codiciados de la empresa. No la afectaba eso, todavía no…

Verlo a él y almorzar juntos mejoró su ánimo.

Estaba tan guapo de traje informal, sus ojos la miraron con afecto, reconocimiento, no sabía si había algo más.

—¿Qué tal tu día preciosa?—quiso saber.

—Agotador, parecen estar furiosos… Porque me fui de viaje sin avisar y el trabajo se acumuló—dijo ella con sinceridad.

Él la miró con intensidad.

—Que nadie te moleste por eso, eran órdenes de arriba y cuando manda el de arriba los diablillos callan

—dijo él haciendo un gesto hacia el cielo.

Aubrey rió tentada.

—No me han molestado, solo parecen ofendidos.

Adam frunció el ceño.

—Yo también estoy enojado, pensé que te vería en mi oficina hoy y en cambio me encuentro con esa chica que tiene veinte pero parece de treinta con las uñas pintadas de negro y un ojo de cada color.

—¡Adam, eres cruel! Eso es una mutación.

Él sonrió cómplice.

—¿Mutación? No me hagas reír. Diana usa lentes de contacto de colores distintos y me desconcierta, además duerme con varios de la oficina, no me agrada. Ignoro por qué la buscan, es una chica tan poco tentadora. Imagino que habrá escasez en la empresa de jóvenes sin compromisos.

Aubrey sonrió.

—Sabes por qué no me mudé contigo Clayton, lo sabes bien.

Él se fingió ofendido.

—Te quería allí. Te extraño dulce, odio llegar y encontrar a esa chica zombie, no me agrada.

Tomó su mano y la besó. Al sentir ese contacto se estremeció.

—Si quieres puedes venir a mi apartamento, pero sabes que en la oficina no...

Clayton aceptó su negativa y pensó que era un desafío más. Ella era un desafío, una diosa a la que deseaba conquistar y someter a él, solo entonces sentiría que le pertenecía por completo.

—Ven hoy a mi apartamento, a las ocho, sé puntual preciosa.

Aubrey sonrió cómplice.

Conocía su apartamento, había ido aquella vez antes del viaje a Francia y lo encontró muy acogedor, cálido y no vio huella de ninguna chica, eso le dio alivio.

Era un pent-house muy lujoso y su cama era inmensa y con espejos, luces…

El apartamento de un hombre soltero que tenía una vida sexual activa.

No tuvo tiempo de hacerle preguntas, cuando se dio cuenta estaba desnuda en su cama recibiendo caricias en todo su cuerpo. Fue tan rápido, tan intenso, maravilloso, la forma en que la tocaba, en que la envolvía y llevaba a la intimidad era única. Y no solo había olvidado a Dan por completo, sentía que nunca antes había existido nadie más y que lo que tenían era especial. No sabía si era porque tenía mucha experiencia y sabía cómo complacer a una mujer, para ella era él único y esa noche envuelta entre sus brazos se lo dijo.

Él sonrió y acarició su cabello y la besó con suavidad, ternura.

Una música suave se oía de fondo y ella se acurrucó en su pecho ancho, tan fuerte y se durmió al sentir que tarareaba esa melodía romántica, tan dulce de los años sesenta, no podía recordar su nombre, su mente flotaba.

Adam también se durmió en sus brazos sintiendo tanta paz. Se estaba involucrando con esa joven y no podía evitarlo. Era tan dulce, tan femenina y estaba hecha a su medida. No quería dejarla ir, quería atraparla todo el tiempo necesario, ¿tal vez para siempre?

******

Él insistía en meterla en su oficina, y un día al entrar en su trabajo como de costumbre el señor Herrera la miró como si hubiera cometido un crimen.

—Señorita Riley, ¿no le han avisado? Trabajará usted para el señor Clayton en su oficina organizando subastas y exposiciones. Espero que no le moleste.

No había ninguna insinuación en esas palabras, el señor Herrera era un hombre serio y si sabía sobre su relación con Clayton jamás diría nada al respecto.

Aubrey se sintió molesta, no quería trabajar con Clayton, bueno sí quería pero tenía miedo, sabía que intentaría hacerlo en algún momento, no podría contenerse.

Entró en la oficina y no lo vio, estaba reunido con otros socios y lo vio de lejos.

Diana, la chica gótica había desaparecido y ella estuvo a punto de irse, indecisa, forzada a enfrentar una situación ante la cual no se sentía preparada.

Diablos, no quería ser como esa chica gótica; una gata de oficina, dispuesta a complacer a quién se lo pidiera. Todos la miraban por salir con Clayton, y ahora dirían… Bueno, tal vez fuera algo provinciana, o puritana como la llamó él.

—Señorita Riley, buenos días, acompáñeme por favor—dijo él entonces.

Aubrey lo miró sonrojándose, en esos momentos actuaba como su jefe y se mostraba frío y autoritario.

Pero en sus ojos verdes había un brillo que delataba ciertos planes futuros.

Suspiró resignada y aceptó acompañarle.

Era un hombre astuto, no le haría nada al principio, actuaría como su jefe.

Ese día no dejó de pedirle llamadas, hacerla buscar carpetas perdidas mientras la miraba con fijeza.

La deseaba y ella también deseaba estar con él pero no allí, se había jurado que no lo harían en la oficina donde cualquiera podía verlos.

Al mediodía estaba exhausta y él la llevó a almorzar.

Comieron en silencio, ella pidió una sopa de pollo, tenía frío, y estaba nerviosa, no le gustaba lo que había hecho y se lo dijo.

—Pudiste avisarme.

Él la miró con fijeza.

—Calla y come preciosa, obedece a tu nuevo jefe. Órdenes de arriba. Ya sabes lo que pienso; cuando el de arriba manda los diablillos se callan.

Aubrey enrojeció.

—Escucha Clayton, podrás ser mi jefe ahora pero no creas que tendrás el postre mientras trabajo.

Dije que no lo haría en tu oficina y no lo haré. No importa qué tanto me tienes ni me beses o…

Él sonrió, la convencería, solo necesitaba un poco más de tiempo y paciencia.

Los primeros días se conformó con mirarla, y robarle algún beso fugaz. No tenía prisa, en las noches siempre era suya… Pero su deseo por ella era insaciable, ardiente, impostergable y su negativa a complacerle; un desafío.

Una noche fue a su apartamento, era pequeño, y olía a Aubrey, flores, algo dulce, fresco. Las cortinas, jarrones, y cojines, todo era en tono pastel o rosa, muy femenino. Lo único que faltaba era uno de esos perros lanudos con unas cintas rosas en el cabello saltando de un lado a otro para completar el cuadro.

—Qué ordenado lo tienes ¿ lo haces todo tú? ¿La decoración y demás?

Un cuadro llamó su atención, una joven medieval, con el cabello largo y pelirrojo, conocía ese retrato pero no podía recordar… Se acercó interesado.

—Es de mi abuelo, me lo dejó en herencia, no lo pintó nadie famoso, él lo hacía por hobby, para distraerse, era militar y pasaba el día entero pintando paisajes y escenas del medioevo. Esta joven posó para él, era viuda y la llamaban la bruja Emeline. No era malvada, solo tenía ciertos poderes, percibía cosas, pero si la miras con detenimiento tiene algo maligno en los ojos ¿no crees?

Adam se acercó y pensó que conocía ese cuadro, o le recordaba a uno pintado por Renoir o … No, no fue Renoir, debió ser Michelangelo, el cuadro era medieval, sombrío.

—Sí, tienes razón, es una criatura impía, el don de ver cosas no siempre es algo bueno, ¿sabías?

Esas palabras la inquietaron.

—Y si realmente era una bruja—continuó—Ten por seguro que no era como las que pintan en las películas, pobres inocentes quemadas sin razón, las brujas hacen cosas muy malas.

Aubrey observó la tela y le dijo—Te equivocas Adam, esta joven no era malvada, estaba sola con su hijo porque su esposo había muerto en la segunda guerra mundial y su vida fue muy difícil. Mi abuelo la ayudó, dejó que vivieran en la casa con su hijo y luego el joven consiguió recibirse de médico. Unos padres amorosos lo criaron, su madre se ahogó tiempo después de esta pintura. Dicen que se suicidó, no estaba muy bien y pobrecilla, tuvo una vida difícil.

—Bueno, disculpa, no sabía la historia, así a primera vista parece una bruja malvada.

La joven de cabello rojo lo miraba con expresión retadora y hostil, maligna, como si la antipatía fuera mutua.

Aubrey le mostró otros cuadros y lo condujo al pequeño comedor donde aguardaba la cena preparada por ella; un pollo con asado con papas y salsa inglesa. La cocina no era su fuerte pero había querido agasajarlo con algo casero para ser buena anfitriona. Una torta campesina hecha con la receta de su madre se había quemado y debió tirarla. El pollo con especias era una receta que no defraudaba, a todo el mundo le agradaba. Y para completar la mesa había comprado un vino tinto y un jarrón chino con flores frescas, mantel sin estrenar… Se sentía como toda un ama de casa.

Cenaron y charlaron de su abuelo, y fue inevitable que le preguntara por sus bosquejos, como le llamaba ella.

—¡Son muy malos, no querrás verlos!

El insistió y luego de la cena Aubrey le enseñó unos retratos hechos a lápiz y una pintura. No era arte clásico sino abstracto.

Era una mezcla de rostros, ojos, sombras que impresionaba a simple vista, en esa tela había desahogado parte de su tristeza. De esos sentimientos ahogados, escondidos…Pero ella no pintaba para hacer una descarga de emociones, lo hacía para distraerse y no pensar sin saber que sus manos eran un instrumento para expresar mucho más de lo que habría deseado.

—Eres buena dulce, ¿por qué no perfeccionas una técnica y expones tu arte?

Ella no quería saber nada del asunto.

—Si tuviera talento tal vez, pero esto no son más que bosquejos, un pasatiempo. Gracias Adam, eres muy gentil, pero no me convencerás de algo que no es cierto.

Clayton se puso serio.

—Si no tuvieras talento te diría algo así como: qué bonitos son, preciosos… Y nada más, no te alentaría a perfeccionarte, nadie nace con el don completo para el arte, un artista necesita depurar su estilo, y eso lleva tiempo y trabajo, esfuerzo. Qué pena que no quieres explorar esa parte de ti.

Seguramente lo habrás heredado de tu abuelo, el poder de expresar en una tela tantas cosas…

Siempre había sido buena en el dibujo, le encantaba pintar desde niña, pero no tenía en mente ser una gran pintora ni mucho menos, ni exponer sus trabajos. No tenía talento ni le interesaba explorarlo como las personas que escriben y no desean publicar nada, ni que nadie lea sus historias.

Adam la abrazó y le dio un beso. Había sido un día de mucho trabajo y ahora estar juntos era como un sueño. Se preguntó cuánto podría resistir sin tocarla en la oficina, sin intentar siquiera un acercamiento…

Empezaba a gustarle la adrenalina que le provocaban sus miradas y el saber que no podían hacerlo.

Tal vez él sintiera lo mismo, pero para ella el sexo debía ser en un lugar cómodo, donde nadie pudiera verlos…

—Preciosa, eres toda una mujer, ¿lo sabías?—le dijo él.

Ella sonrió y lo besó.

—Y tú siempre serás el único para mí Adam, como si no tuviera pasado ni… Existiera nadie más y eso no cambiará…

Rodaron por la cama haciendo el amor sin parar durante horas y esta vez fue él quien se quedó en su apartamento dormido, abrazado a su pintora, su muñeca antigua de bucles castaños.

**********

Compartían una pasión desbordante, sabía que el sexo era el alma de esa relación pero no era el sexo por sí sino una manifestación de su amor. Porque para ella siempre había sido amor, desde el primer momento.

Él era cariñoso, apasionado y le exigía entregarse a él de forma total. No siempre le daba todo lo que quería ni le pedía porque en ocasiones temía que se volviera autoritario y no tener voluntad propia.

Quería hacer cosas, había aprendido a ser independiente, a pelear por sus derechos. Nunca más se sometería a un hombre y una noche mientras hacían el amor se lo dijo.

Él pareció enojarse, se puso serio, estaba en ella y no podía detenerse, no podía siquiera pensar con claridad, su cuerpo era un torbellino de pasión y deseo insaciable.

—Un día te rendirás y solo entonces tendrás de mí lo que quieres preciosa—le dijo.

Aubrey sonrió.

—¿Y qué me darías?—quiso saber.

Él le dio beso profundo y salvaje mientras se hundía en ella y le arrancaba gemidos desesperados.

En ese momento no podía pensar, todo su cuerpo estallaba en oleadas de placer tan intensas que...

Estaba en el cielo, en el cielo y en sus brazos.

—Todo lo que sueñas dulce, un marido ardiente y protector y un bebé… Porque sé que en algún momento querrás tener un hijo. ¿O me equivoco?

Esas palabras la emocionaron, pero ¿qué demonios debía hacer para conseguir eso?

Al escuchar la pregunta él sonrió levemente.

—Debes complacerme en lo que te he pedido dulce. Dejar tu apartamento solitario y pequeño y mudarte al mío. El amor es entrega, y yo me entrego a ti preciosa, siempre lo hago pero quiero más.

Ella lo pensó con calma, en esos momentos de éxtasis y pasión le habría prometido el mundo, su libertad, su vida, pero de pronto lo pensó mejor.

—Si te doy todo me dejarás y me lastimarás. Te aburrirás y con el tiempo buscarás a otra. Las mujeres que entregan todo son unas tontas, creen que así tendrán a su hombre para siempre y eso no es verdad, nada está garantizado y lo sabes. Lo único seguro es la muerte en este mundo y el amor, nada hará que tú ames si realmente no lo sientes en el corazón.

Él se acercó y la besó.

—Eres brava muñeca, pero yo lograré que te rindas. Lo haré y entonces te daré tu premio.

Ella lo abrazó y se besaron, y estuvieron abrazados hasta dormirse escuchando el sonido de la lluvia en ese chateau de Francia donde una vez se habían fugado para empezar esa loca aventura llamada amor.

*********

Lo que ella ignoraba era que Adam tenía planes.

Adam jamás se rendiría. No, no esperaba hacerlo.

Habían pasado días, semanas trabajando juntos sin que pasara nada, no más que un beso, una caricia, un abrazo. Él seguía deseándola allí, en su despacho, no podía evitarlo.

Una mañana al verla entrar con una falda corta y una blusa blanca ajustada suspiró. Sus pechos redondos se marcaban en esa blusa y él los imaginaba allí; hermosos, cálidos, tan suaves… Y se moría por acariciarlos, besarlos…

De pronto Aubrey notó que cerraba todas las puertas y la encerraba a ella con él.

— ¡Adam, no!—protestó y luego observó el gesto de cerrar las puertas nerviosa y excitada, sabía lo que quería y sabía también que ella se lo negaba. Tal vez por eso insistía tanto. Temía que alguien los viera y luego dijeran… Bueno, todos sabían que ambos salían juntos y hacían apuestas a sus espaldas para medir cuánto durarían…

Él la miraba con fijeza y la llamaba hacia él, cómodamente sentado en su despacho. El gesto de mirarla con deseo la excitó aún más. Estaba devorándola con los ojos y la atraía como un demonio hacia su miembro erguido, duro abultando el pantalón negro de vestir. Estaba allí y no había sido liberado y Aubrey sintió que se humedecía de deseo, se moría por tener un amorcito apurado en esa oficina, cada vez que la llamaba, que se lo había pedido y se había negado... ¡Maldición! Siempre había logrado evitarlo, escapar, solo algunos besos, que la tocara, que la sentara en sus piernas y la rozara con su inmensidad. Y nada la había convencido. No lo harían en su oficina.

Él sonrió al ver su confusión.

—Ven aquí dulce, sé cuánto lo deseas, no puedes disimular—dijo y liberó su demonio rojo para volverla loca mientras pasaba su mano sobre esa inmensidad, alentándola a acercarse.

“¡Oh no, nos verán!” Murmuró ella. “Por favor Adam…”

—Ven preciosa, ven aquí. Es solo una prueba de amor, una de las que quiero tener este día—dijo él misterioso.

Aubrey se acercó excitada, embrujada y cuando estuvo cerca la atrapó y le dio un beso ardiente mientras la sentaba en sus piernas y levantaba sus faldas para entrar en su sexo tibio y apretado, tan delicioso y acogedor. Su hogar, el hogar de su diablo rojo, su adorado rincón de amor y placer.

Ella gimió al sentir que la penetraba por completo y no pudo pensar más, solo una vez, nadie los vería…

Solo una probada del dulce, sería rápido. Pero ella miró a su alrededor como si temiera que alguien los viera.

Estaban en su oficina más escondida, rodeada de una mampara de vidrios esmerilados y madera en la base, nadie los vería. Era un buen escondrijo, su guarida…Debió planearlo todo y aguardar.

“No, ella había dicho que no lo harían nunca en la oficina ¿por qué insistía? Si alguien los descubría moriría de vergüenza..”

—Ven preciosa—le dijo y sus ojos verdes oscuros la llamaron, él y su socio: el gran diablo rojo anhelante de mimos y caricias ardientes…

No pudo dominarse, su mente era un torbellino y se acercó hipnotizada, húmeda de deseo. Ella también había fantaseado con hacerlo en ese lugar, rodeados de peligros, a las apuradas como dos adolescentes enamorados, ansiosos de hacerlo sin que nadie los viera.

Avanzó trémula y excitada y se arrodilló ante él, y le dio lo que tanto quería, Adam le había enseñado a hacerlo y ella sabía complacerle y se excitaba tanto que debía detenerla.

“Solo una vez” le había dicho ella y gimió al sentir que la desnudaba por completo y la tendía en la alfombra para deleitarse con su rincón húmedo y dulce. No la dejaría en paz hasta saciarse, hasta llenarla de su placer una y otra vez.

Y nunca le alcanzaba una sola vez. Ni dos… Era un hombre intensamente sensual y el sexo era muy importante en su vida, y le sorprendía que le alcanzara con ella.

De pronto cayó rendida en la alfombra, en un vano intento de escapar.

—Aguarda, pueden venir y vernos, por favor Adam—le rogó.

Él sonrió levemente atrapando sus piernas para besarlas, no quería que se vistiera, ni que se negara a él.

—Cumple la prenda preciosa, hazlo y tendrás tu premio, lo prometo. Solo una vez más.

Ella se rindió, no podía hacer otra cosa, era un juego de prendas y premios y ella quería el premio mayor. A él, para siempre. Fue maravilloso, magnífico y nadie los vio, se quedaron horas encerrados en su oficina sin teléfonos, sin interrupciones molestas para terminar abrazados, fundidos.

Lo que no imaginaba Aubrey era que él querría repetir la hazaña días después durante la hora del almuerzo.

Tenía preparado dos bonitas bandejas para invitarla, pero primero quería el postre y lo tuvo sin que casi se diera cuenta. La sentó en sus piernas y mientras le daba un beso salvaje levantó su falda y entonces con el diablo rojo allí Aubrey se sintió perdida. Él siempre estaba listo para tener placer y recibirlo. No tuvo tiempo de negarse, o de pensar, la había tomado por completo y la rozaba con suavidad.

—Eres mía muñeca, dilo, por favor, di que eres mía—le susurró.

Y estaban muy acaramelados haciéndolo cuando sonó el teléfono y una voz femenina lo llamó a los gritos.

—Señor Clayton, señor Clayton es urgente… Una llamada de Francia.

Aubrey se cubrió con prisa y la voz de Adam detuvo a la entrometida invasora.

—Iré en un momento—dijo.

La joven, no sabía si era Anne u otra de las chicas telefonistas, se alejó tal vez turbada por el tono furioso del jefe.

Aubrey sintió deseos de llorar y lo miró furiosa. ¡Al fin que los habían pillado! No podía ser. Ahora esa chica diría a todo el mundo que Clayton se encerraba con su asistente para divertirse durante el almuerzo.

—Lo lamento preciosa, vístete, regresaré en un momento.

Ella lo miró con rencor, afortunadamente no estaba desnuda, solo desencajada y nerviosa, aterrada de que alguien entrara y la viera allí. Pero él había sido astuto y había cerrado todas las puertas, bueno, una había quedado abierta, de lo contrario la entrometida telefonista no habría entrado así.

Adam fue más rápido y tomó el teléfono.

No podía creerlo, habían robado la casa de Provenza y herido a sus caseros. Los ladrones habían entrado en la madrugada llevándose algunas réplicas de los grandes pintores, dos televisores plasma y dinero guardado. La voz de la señora Chloé sonaba ahogada.

—Bueno, ¿pero ustedes están bien?

Eso era lo importante, conocía a ese matrimonio desde hacía años, habría sentido más que los lastimaran o mataran. Al diablo con el dinero y las obras que no eran más que réplicas. Como si fuera tan tonto de dejar cuadros valiosos en una casa en el extranjero.

—Sí, estamos bien pero los televisores y…—la voz de la señora Blanche se oía angustiada.

Aubrey se acercó para escuchar la conversación, algo malo pasaba y tuvo miedo por Adam, olvidó por completo el incidente. Pensó que se trataba de sus padres o…

Cuando cortó el teléfono la miró con intensidad.

—Robaron en Chateau Blanche preciosa, pero por suerte los caseros están bien, debo ir cuanto antes.

De pronto notó que dulce tenía los ojos empañados y se preocupó.

—¿Qué tienes dulce? Tranquila, nadie vio nada, esa tonta… No sé ni quién fue, seguramente la chica telefonista nueva, es un poco boba la pobre—dijo y la abrazó.

Aubrey quería irse, no le hablaba y tampoco quería salir de la oficina y que la vieran y supieran que había sido ella quien se había encerrado con su jefe. Aunque todos los supieran en esos momentos se sintió mal. Le llevó algún tiempo convencerla y cuando se fue Aubrey lo miró furiosa, no lo perdonaría.

No regresaría a esa oficina, todo eso había sido horrible y se lo dijo.

—Lo lamento preciosa, no me mires así, no lo hice… No había nadie aquí, esa loca estaba en el restaurant, no comprendo cómo llegó aquí.

Ella se incorporó y lo miró con los ojos llenos de lágrimas.

—Es que tú solo piensas en ti, pero yo no soy una gata de oficina y lo sabes, y es lo que todos dirán ahora. No regresaré al trabajo y vete al diablo Adam, no me harás cambiar de parecer. Pensé que teníamos algo bonito pero tú… tú no me quieres, solo te quieres a ti mismo eres egoísta y las personas egoístas como tú no saben amar, no pueden hacerlo.

Estaba furiosa y tenía razón, pero hacía tiempo que tenía ese deseo, esa fantasía de oficina y había sido maravilloso hasta ese momento. Arruinado por esa tonta chica sin seso.

La joven tomó su cartera y quiso escapar pero Adam la retuvo intentando retenerla, no quería que se fuera así, enojada.

—Aubrey, aguarda, no te vayas así, conversemos. Sabes que no planee esto, que nunca habría deseado que pasara, que fuera de esta forma. Ven, vamos a tomar algo.

No, no iría. No quería hacerlo, no quería verlo ni… Su cabeza era un torbellino de emociones encontradas, era la primera vez que reñían y que su relación peligraba y eso la hacía sentir enferma. Y

mirándolo con fiereza le dijo:

—Tú sabías que esto podía pasar Adam, somos adultos, por eso nunca quise, quería evitar esto

¿entiendes? Lo que al final pasó y por favor, no insistas. No regresaré a este lugar, redacta mi despido o renuncia, lo que prefieras.

No pudo impedir que se marchara y se fue herida y furiosa de Art’s Gallery y pensó que debía ser así.

Necesitaba tiempo, y no quería forzar las cosas. Habría deseado abrazarla, consolarla que se durmiera en sus brazos pero esa noche no respondió a su llamado ni al día siguiente. Y él tuvo que viajar a Francia con urgencia con un amigo para poder hacer un inventario de las cosas robadas. Habría deseado que Aubrey lo acompañara y lamentó que no lo hiciera, ni siquiera había atendido el teléfono.

Bueno ya se le pasaría, no era una ruptura definitiva. Era solo un paréntesis.

**********

Aubrey pasó días encerrada, sin ánimo para nada. La había llamado su antiguo jefe de Art’s Gallery, el señor Herrera, pero ella le dijo claramente que no regresaría, no lo haría.

Por momentos sentía deseos de regresar a New Forest junto a sus padres, les debía una visita, hacía tanto que no los veía pero estaba de ánimo para hacerlo. No quería escapar como si tuviera miedo a algo, se buscaría otro trabajo, eso debía hacer pues nada la haría cambiar de opinión en cuanto a eso.

Los primeros días se sintió furiosa con Clayton y no quería verlo y pensaba “es el fin, no seguiré esta relación, no es más que sexo y él es un egoísta que solo quiere satisfacción y someterme a sus caprichos. Y por culpa de esos caprichos la había condenado a ese horror. Esa tonta telefonista la miró con burla cuando abandonó el despacho, era una chica nueva.

Rosie intentó convencerla.

—Por favor Cat, no dejes ir al millonario, es tuyo, solo debes ser paciente. Ya verás que en un par de meses te lo llevarás al altar. Está loco por ti, todos lo saben…

—Oh, calla Rose, no estoy de ánimo. Me siento muy avergonzada por lo que pasó, todos deben comentar que…

—NO, no, nadie ha dicho nada. ¿Y no sé por qué renunciaste, reñiste con tu nuevo jefe?

Rose se hizo la tonta pero Aubrey no le creyó. Estaba harta de ser Catherine, ella no era Catherine, su verdadero nombre era Aubrey y tal vez ese trabajo era el final de un ciclo. No regresaría a trabajar con Clayton, de eso estaba muy segura, siguiera o no la relación…

Pasó una semana de silencio y luego de hacer llamadas y presentarse a dos entrevistas consiguió un puesto en el centro de la city, en otra casa de antigüedades.

No deseaba quedarse demasiado tiempo encerrada, eso la deprimía bastante, debía vencer la dependencia que sentía de ese hombre, una vez había vivido algo similar y esa dependencia terminó de anularla, y de hacerla infeliz.

No había sido buena idea salir con uno de los jefes, pero ¿quién puede evitar esas cosas? Se había enamorado de ese hombre nada más conocerle, había sido amor a primera vista y ahora necesitaba cubrir ese vacío y olvidar.

No estaba segura de que él volviera a buscarla, ni que la llamara, de que realmente hubieran tenido algo importante. Para ella sí lo había sido, para ella él había sido el centro de su existencia. Su amor. Su refugio de pasión, de éxtasis, un hombre con quien charlar, compartir momentos y también disfrutar de buen sexo. El postre. Él lo llamaba así y también la llamaba dulce, ella era su dulce porque decía que esa palabra la describía por entero…

Y mientras se preparaba para su primer día de trabajo en la galería derramó unas lágrimas. No había hecho más que pensar en él todo el día, todo le recordaba a él, los cuadros de su casa, su nuevo jefe.

¡Maldición! Al parecer no sería tan sencillo como parecía, estaba enamorada de ese hombre, no sabía por qué, él no la amaba ni… Tal vez la quisiera de otra forma, la deseara, no lo sabía, el tiempo diría si solo había sido un amor fugaz o algo más profundo.

Era una tonta, no debía llorar.

No dejó de hacerlo durante días, a pesar de tener un trabajo agradable y bien pago donde pudo hacer gala de sus conocimientos de arte, no era feliz. No había dejado de pensar en él y de echarle de menos.

Seguía enojada, era verdad. Pero menos que antes. Empezaba a entender con claridad que lo que le molestaba de él no era que la arrastrara a su oficina para tener una cópula rápida a media mañana, era su afán de doblegarla, de imponerle sus caprichos y… Era un hombre posesivo, dominante y la doblegaba.

Al final hacía lo que quería y eso no era bueno para la relación.

Siempre querría imponerle su voluntad, dominarla, como un dom. Él sabía que tenía la personalidad avasallante de un dom y sin embargo a pesar de ello había esperado durante meses para dormir con ella, por reto, o por simple deseo, no lo sabía. Y eso era lo más molesto, estaban bien juntos pero ella quería más afecto y menos sed de dominio.

Cuando llegaba a su casa ese día vio su auto estacionado en la otra cuadra y tembló, su corazón palpitó con fuerza. No podía ser… Adam.

Apuró el paso inquieta, ¿dónde estaba? El auto parecía vacío sin embargo debía estar cerca.

Al llegar a su edificio lo vio en el auto mirándola con fijeza, Aubrey detuvo sus pasos y cuando salió del vehículo tembló. Él tenía una rosa roja en la mano y se la dio. Ella la tomó y lloró y él al notar que empezaba a ceder la tomó entre sus brazos y la besó.

Aubrey no se resistió y él la miró con intensidad, con tanto amor.

—Perdóname preciosa, no quiero estar lejos de ti. Nunca más.

Ella secó sus lágrimas y se besaron, se abrazaron y pasaron el día juntos.

Había regresado el día anterior de Francia y le contó que el robo no había sido tan importante.

Dieron un paseo por Picadilly Circus, el centro y almorzaron en un restaurant. NO hacía falta hablar, estaban juntos de nuevo, luego de una penosa separación y era un sueño para ella.

Y esa misma noche, mientras hacían el amor él puso un anillo en su dedo.

—Quiero que seas mi esposa, Aubrey, por favor, tú… Eres especial para mí dulce y no quiero perderte, quiero llegar y encontrarte en mi apartamento. Estos días sin saber de ti sintiendo que estabas enojadas y que te negabas a regresar al trabajo…—dijo él.

Había sido devastador, triste, tan triste, pensar que no volvería a verla, o que un día podía perderla lo volvía loco. La amaba y se lo dijo por primera vez. La amaba con toda su alma.

—Oh Adam, yo… Claro que te amo y quiero ser solo tuya para siempre.

Aubrey lloró y se abrazaron, hicieron el amor hasta altas horas, felices de ese reencuentro, disfrutando cada minuto de estar juntos.

De pronto ella miró el anillo de brillantes con expresión perpleja.

—Adam, sabes que te amo pero tú…

—¿Quieres ser mi esposa, Aubrey? Respóndeme dulce, ¿es que vas a romperme el corazón ahora?

¡No te dejaré!

Sus ojos brillaron con intensidad, sí quería pero no perdería su independencia ni la tendría todo el día encerrada en la cama.

Él sonrió al escuchar sus condiciones.

—Preciosa, yo soy enemigo de la rutina, sabes que me gusta innovar, probar cosas nuevas no solo en la cama... Y no será un matrimonio común ni nos llenaremos de niños ni nada así. Para empezar quiero que viajemos a Francia y vivamos allí un tiempo, en Chateau Blanche. Seguro que querrás ir. Y luego saldremos, haremos otros viajes y tú serás mía en exclusiva, ya lo eres en realidad.

—Siempre he sido tuya en exclusiva, no entiendo por qué dices eso.

—Sabes de qué hablo. No tendrás otro jefe que yo y serás mi asistente. Te quiero allí, en la oficina como mi esposa, y mi asistente.

Aubrey dijo que no podía regresar a Art’s Gallery que nunca más podría…

—He conseguido otro trabajo Adam, en la casa de antigüedades de Richard Geldolf—le explicó.

Esa novedad no le hizo ni pizca de gracia.

—¿Así que te has ido con el enemigo, la competencia de Art’s Gallery? Escucha, no podrás seguir en ese trabajo, serás mi asistenta y lo aceptarás. Tal vez me mude a Paris, hay una filial allí y… ¿Te gustaría trabajar en Paris?

—¿De veras?

—Sí, he tenido tiempo de pensarlo. Un cambio de aire, vivir en Chateau Blanche un tiempo luego mudarnos a Paris donde tengo una sucursal de Art’s Gallery, pequeña pero puede crecer.

—Me encanta Paris pero no… No volveré a dormir contigo en una oficina, no me importa si me prometes bodas, diamantes o un bebé, no lo haré. Y quiero ser independiente y no tener que soportar que quieras dominarme, no me agrada eso, le quita equilibrio a la relación.

Él se rió de sus palabras.

—Yo soy así preciosa, me gusta ser hombre nunca me convertirás en pardillo, ¿entiendes? Si me amas acéptame y yo aceptaré que seas tan dulce y llorona y te querré con todas tus virtudes y también con la rebeldía de no querer ser dominada por mí.

Aubrey se puso seria y él la besó.

—Te amo dulce, pero el amor no se dice, se demuestra y el amor se construye en el día a día y por eso estoy aquí, llegué esta mañana de Francia y tuve tiempo de pensar. No es algo precipitado no soy un hombre impulsivo.

Ella tampoco lo era y mientras hacían el amor de nuevo con besos y caricias aceptó ser su esposa.

Era su sueño, además de tener un hijo más adelante

Viajaron a Provenza y se casaron en una iglesia cerca de Chateau Blanche, donde querían tener su luna de miel.

Aubrey pensó que era el día más feliz de su vida y no se equivocaba.

Y cuando esa noche hicieron el amor como recién casados él le preguntó por qué antes lo había ignorado, mostrándose tan esquiva.

Ella sonrió, sus ojos luminosos estaban llenos de picardía al pensar en ese pasado lejano.

—No lo sé, tenía miedo de que me lastimaras, tú eras el playboy de la empresa, todos lo decían y yo no quería ser tu aventura, quería ser algo más.

Adam sonrió y acarició sus bucles castaños.

—¿Sabes que siempre juré que nunca me casaría ni tendría hijos? Ahora mis hermanos se burlan de mí, no dejan de hacerlo y también mis amigos más cercanos.

Aubrey rió, ahora era Aubrey Clayton y le agradaba su nuevo nombre y mucho más su nueva vida.

—Te creo Clayton, creo que a pesar de haberte atrapado siempre me harás sentir que nunca podré domesticarte—le respondió ella.

Él le dio un beso apasionado, se moría por hacerle el amor de nuevo, tenían tantas noches para estar juntos, para amarse y ser felices.