Neurosia

No conozco a los hombres más que de vista; de ahí nace, sin duda, que ellos no me conozcan a mí.

Eso de investigar las relaciones que nos unen con el sexo llamado fuerte, me parece acto de debilidad impropio del ser superior.

Ha llegado el momento decisivo: no cabe ya discusión en este punto; las sociedades lo reconocen, la ciencia universal lo proclama.

La mujer lo es todo; el hombre (macho) un cero a la izquierda.

Hasta ahora el hombre se había erigido un pedestal de arenillas de salvadera con esta inscripción:

Dueño del universo.

El frágil muro ha caído; el hombre estatua rueda; ya no es dueño ni de sí mismo. Ya no interviene en el desarrollo de la actividad humana.

Lo más que hace es dejarse dominar por la mujer, por su suegra.

Esta página del día pertenece a mis «Memorias autobiográficas» en que consigno impresiones de mi vida que para todas las mujeres son hoy fatalistas, pesimistas, respecto al porvenir y destinos futuros del hombre.

De tal suerte se ha afeminado que no le queda otro recurso que la plancha: las faldas.

Los pantalones pertenecen ya de hecho y de derecho a nuestro guardarropa.

De su cerebro nos hemos hecho nosotras el gorro de dormir. Su carácter no alcanza al tacón de nuestro zapato.

¿Pero en qué estriba esta digresión de mi espíritu sobre el hombre? ¿A qué viene este aparte indigesto? ¿Por qué este disparo con pólvora sorda?

¿Por qué?… Sabedlo.

Ha habido un necio, un osado, capaz de pretenderme. Un atrevido solicita mi mano. ¡Horror!

Ya veis para lo que sirven los hombres.

Contesté a su carta. ¡Oh, sí, al momento y de buena tinta! Robé unos minutos a mis delectaciones intelectuales, a mis ideas inspiradas en el modernismo más correcto. Me aparté de mis especulaciones científicas. Dejé en suspenso los hilos sutiles de mi depurada filosofía. El yo evolucionó al él.

Oíd mi contundente respuesta:

Sr. D. Juan Pérez.

Se necesita llamarse así para proponerme la mayor de las vulgaridades.

Se necesita no tener ojos para haberlos puesto en mí.

¿Por quién me ha tomado usted, o mejor dicho, por quién me quiere tomar?

Gracias que hoy estaba de humor para distraerme y me he fijado en la correspondencia epistolar a que nunca contesto; la considero el uso peor que puede hacerse de saber mal escribir.

¿Cómo ha de leer cartas quien no vive en el mundo físico, quien no tiene nada de sensible, quien solo pertenece al ideal?

¿Usted sabe lo que es ideal? Lo dudo.

Yo también lo creí una ilusión introspectiva, pero al fin rindo culto a la idea de que lo ideal es lo real.

¿Entiende usted de metafísica? Me parece que no.

¿Podría usted admitir discusión sobre la razón pura y la razón práctica?

¿Concibe usted el yo y el no yo de Schelling?

¿Ha penetrado usted en la ontología? ¿Sabe usted cuál es el ente?… Mírese al espejo.

¿Cómo podría usted alternar con quien sumida en sus abstracciones, sujetivizada, ha evolucionado desde el espíritu a la materia, desde la nebulosa a la última capa geológica, desde las estrellas a los miriápodos?

Imposible, señor mío o señor de otra; usted no es capaz de empaparse como yo en la interpretación, en la dilución psíquica de los varios, sorprendentes y complicadísimos sistemas que rigen el universo.

Yo, siguiendo el impulso de mi tiempo que concede a la mujer aptitudes supranaturales, estudio las teogonías indias y egipcias. (Todo lo indio es hoy muy interesante).

Investigo las ventajas que pudo traernos la unidad moral en contraposición de la de la antigüedad pagana.

He recorrido a Descartes, Locke, Hume, Kant, deteniéndome en el examen del criticismo que separa la razón especulativa de lo absoluto, explicándome los conflictos del altruismo…

Por fin he llegado a reírme del pesimismo de Schopenhauer (no vaya usted a creer que esto quiere decir sopas en agua) y del optimismo de Krause, filósofo a quien seguramente habrá oído nombrar, pues no hay hombre moderno por corto de alcances que sea que no le haya citado hasta que pasó de moda.

¡Cuál no será el asombro de usted cuando sepa que además de esto, además del estudio psicológico, yo me ocupo de todo aquello que denota un paso adelante en la lucha de la existencia, en la perenne batalla intelectual!

Desde los misterios cósmicos hasta la poesía, sin versos, por supuesto, me recreo de igual modo con la filosofía y la matemática, la hidrología y la lingüística, la farmacopea y la sociología, la estética y la metalurgia, y en cuanto a la química, mi ciencia predilecta, preparo una disertación sobre las substancias venenosas, leucomainas y plomainas, etc., etc.

En medicina asisto al laboratorio para conocer los cultivos o bacilos, el vírgula.

En ciencias naturales tengo inédito un estudio sobre el Verpertilio pipitrellus (murciélago), al cual concedo dotes de inteligencia superiores al ruiseñor (Filomena).

La crematística no me preocupa; tengo poco que conservar. En arte detesto la arqueología prehistórica tanto como me encanta el renacimiento.

Yo hubiera escrito una novela cada dos meses, observando los documentos humanos de Zola, o un drama semirromántico cada ocho días, como ahora se usa; pero esos medios de expresión están gastados y poco conformes con la omnisciología o verbo del porvenir.

¿Podemos entendernos usted y yo?; o dicho sea con perdón, ¿cabe que usted espume el puchero? Cabe: la cocina se ha hecho para el hombre; la mesa para la mujer.

Tendría usted, señor Pérez, que ir a la compra, barrer, limpiarme las botas y las cazcarrias del vestido; ejercer los oficios mecánicos reservados a su sexo, mientras yo me entrego a la más grata y trascendental de las ocupaciones: la de pensar.

¿Comprende usted ahora la evolución? ¿Aceptaría usted por vivir a mi lado ese papel? No lo creo, aunque estoy persuadida de que en término no lejano se cumplirán los destinos de la humanidad.

La mujer que va convidada a los Ateneos, pertenecerá de derecho pronto a ellos.

La dama que asiste a la tribuna de orden del Congreso, tomará asiento en los escaños como miembro por derecho propio de la representación nacional.

El sufragio no podrá llamarse universal hasta que nos convierta más que en electoras en elegibles.

¿Cómo pueden ustedes creer, en el siglo de las máquinas Singer, que hemos nacido para coser?

Ya allá por el siglo VII se prohibió a las mujeres coser vestidos, cardar lana y esquilar carneros el domingo.

La Edad Media fue un incensario que envolvió a la mujer en olor de santidad para perderla.

Ahora no queremos ni lo uno ni lo otro. Ni el yugo de los tiempos paganos ni las flores de trapo en las empalagosas Cortes del Amor.

La mujer del presente momento histórico desprecia por igual la aguja y la espada.

La unión es la fuerza, escribe en su lema; coge la pluma y barre el limo que por sus sendas va dejando el hombre. Este es el único modo de barrer a la moderna.

En esto vamos estando conformes todas las mujeres del club, desde la Michel a una servidora de usted.

La hipnotización de la mujer por las mujeres es ya un credo y pronto será un hecho universal.

Yo pertenezco entre otras asociaciones a la Liga terrenina, al Círculo de la vestal, al Sindicato de las obreras de la inteligencia y estoy corrigiendo las pruebas de las Estatutos de la grande obra titulada: La perfecta soltera.

Fui invitada para presidir el Patronato del divorcio, que suma ya miles de adictas, pero no he aceptado ese honor.

En esta materia no soy tan radical. Para evitar la propagación del divorcio hay un medio: basta con suprimir el matrimonio. ¿Cómo?

Declarando la guerra al hombre en todos los terrenos. Demostrando su incapacidad para hacer feliz a la mujer.

Si yo tuviera el mal gusto de casarme, ¡qué desgracia la de tener hijos para lacayos o zapateros de las damas! ¡Cuánto sufriría de tener hijas que no pensaran como yo!

Me pasa, señor de Pérez, lo que al anatómico. De tanto profundizar mi escalpelo, el cadáver del hombre lo considero ya como un pedazo de materia. Carne putrefacta.

Dispense usted la franqueza con que le hablo, y si alguna vez cae en la tentación, poco frecuente en los sabios de ahora, de abrir un libro y leerlo; si de manos a boca tropieza usted con esta carta en letras de molde, no me eche usted la culpa.

Si el hombre no quiere que lo pintemos tal cual es, que deje de ser un ente infinitesimal; un microcosmos.

Suelto la pluma; los nervios no me dejan continuar. Vale.