Otra vez la pesada de Mamen, Ale.
Desde luego, la voz de la locutora es tu voz, y si eres tú, perdona que me haya entrometido y haya llamado al programa, que no me resistía, querida, no me resistía.
Ale... Ay, al fin...
Mentira me parece que seas tú la que contesta, querida... ¡Al fin, por Dios! Qué harta estoy de hablar con ese contestador...
Sí, claro, para eso te llamo, para que tú misma, con una mano sobre la Biblia, me jures que no eres la de la radio.
Bueno, mujer, ya sé que tú no eres de Biblia, pero algún respeto si le tendrás al libro sagrado.
Bueno... Deja la Biblia aparte. Con Biblia o sin Biblia júrame que no eres tú.
¿Que no hace falta jurar, que cuándo, dónde te he oído yo a ti jurar por nada? Bueno, pues da lo mismo, le diré a Caqui que me lo juraste.
Pero dime, anda, Ale, dime... ¿Eres tú o no eres tú?
¿Que qué más quisieras tú? ¿Tú has oído bien ese programa?
Ah, no, ¿no te lo pierdes? No te lo perderás, pero con eso no me aseguras nada. Si le digo a Caqui que no te lo pierdes me dirá que cómo te lo vas a perder si eres tú quien lo hace.
Cómo va a ser lo de menos que seas tú o no seas tú, si fuera lo de menos no estaría yo dándote la barrila.
Ya, ya, claro que la inquietante es Alma... Bueno, no tan inquietante, una loca. «A mí quien me parte el alma —le digo a Juliana— es ese hombre atado, ese hombre atado que ya salvaron.» «Y bien que va a hablar —dice Juliana— y vamos a saber si lo ató Alma y por qué lo ató, eso no se va a quedar en el aire.» «O sí, Juliana —le digo—, esa locutora no tiene muchas ganas de averiguar.» Porque a ti, en el caso de que seas tú, se te ve molesta. Y si no eres tú, es lo mismo.
No, si a mí me ha pasado igual, que esa voz que disimula su voz verdadera es una voz que a mí me suena, ya te lo dejé dicho.
Claro, claro, también yo creo que es un hombre, y Caqui piensa lo mismo. Pero a Caqui no le importa la voz de Alma sino la tuya.
Oíste a Caqui, ¿verdad? También me oirías a mí. Pero yo más discreta que ella por si eras tú.
Qué me va a parecer a mí lo de Alma, hija... Una locura. ¿Tú crees que eso es verdad?
A mí no me da lo mismo que sea verdad o mentira, ¿a ti sí? Pues no te entiendo, Ale.
O sea que lo importante es la emoción, que lo que tiene que hacer la radio no es contar la verdad sino jugar con la imaginación. ¡Ah...!
No, no estoy de acuerdo, pero pareces una experta. Si te oyera Caqui, ¿ves? «Es ella —diría—, y todo en ese programa es mentira.» Me parece estar oyéndola...
Ya, ya, no lo será todo, y hasta me creo que ese hombre que se hace pasar por Alma haya atado al árbol al otro, y a saber por qué, o se lo haya encontrado atado y en lugar de desatarlo y cubrirle sus partes, que es lo más normal, haya llamado a la radio para complacerse en la novedad, no te fastidia...
Pues mira, ya ves que era mentira, por ejemplo, ese tal Manuel, de Aranjuez, que dijo haber encontrado a la víctima con más facilidad que la policía. Pero lo mismo es un ajuste de cuentas por vete a saber qué y quiere ocultarlo todo, que será lo que le convenga.
Sí, sí, también es verdad, también podría ser el hombre que lo miró o la miró desde el autobús, eso que contó la primera noche, que yo no oí esa noche la radio, pero me lo contó Caqui. Ya dirá la policía, porque Almudena dijo —Caqui diría que lo dijiste tú— que en manos de la policía está ya la cosa.
Bueno, mujer, no es que yo me crea lo del autobús y lo demás no me lo crea, la verdad es que no sé qué creer, que estoy hecha un lío.
Ah... O sea, que es eso lo que persigue el programa, que nos hagamos un lío... Escucha, escucha la pregunta que te haría Caqui: ¿Y tú por qué lo sabes?
Ya, ya... No es que lo sepas, es que lo intuyes, siempre tan lista.
Sí, mujer, sí, podemos quedar a cenar...
Ah, a cenar no, es verdad, que tú sales por las noches, estás muy ocupada a esas horas... Ya te dije que en mi casa tienes vigilancia. ¿Quieres que le diga a Caqui que tienes las noches ocupadas?
¿Y la hora del té, Ale, qué tal un té y me cuentas?
Sí, sí, pero antes de colgar me dirás si eres tú Almudena Farizo o Almudena Farizo es Almudena Farizo...
Si voy a Caqui y le digo ahora que hemos quedado a tomar el té para que me digas si eres tú o no se va a reír de mí, lo va a encontrar tan absurdo como encuentra ella ese programa.
No, no, lo de la aventura me lo imagino, y estoy dispuesta a escucharte cuando tú quieras, pero...
Sí, sí, ya te estás colando por otro, hija, no te das descanso...
Ale, por favor, no cuelgues...
¿Ale...?