Capítulo cuatro

 

 

 

La vibración de un teléfono móvil rompió el silencio. Constantine respondió la llamada, agradecido de tener una excusa para apartarse de una situación que se había escapado a su control.

Prácticamente, acababa de amenazar a Sienna, una táctica a la que él raramente había recurrido.

Colgó y contempló cómo Sienna recogía las páginas que había tirado al suelo y las dejaba ordenadamente sobre la mesa. Incluso con el vestido arrugado y sin maquillar, tenía un aspecto elegante, con clase. El de una verdadera dama.

De repente, se escuchó cómo un vehículo se detenía en la distancia. El taconeo de unos zapatos de mujer se acercaba a la casa, seguido del ruido de la puerta principal al abrirse.

Constantine fue testigo de la mirada de desesperación que se produjo en el rostro de Sienna. Aquel gesto de pánico le hizo mucho daño. Estaba allí para enmendar el mal que se le hizo a su padre, pero Sienna también estaba tratando de proteger a su familia, más concretamente a su madre, de él.

–No te preocupes –le dijo–. No le diré nada.

Sienna tuvo tiempo de lanzar un suspiro de alivio y de mirar a Constantine con gratitud antes de que Margaret Ambrosi entrara en el despacho, seguida de Carla.

–¿Qué es lo que está pasando aquí? –preguntó con firmeza–. Y no tratéis de engañarme porque sé que ocurre algo malo.

–Señora Ambrosi –dijo Constantine muy amablemente–, mi más sentido pésame. Sienna y yo estábamos hablando de los detalles de un acuerdo comercial que su esposo inició hace unos cuantos meses.

–No creo que mi padre hubiera hecho nada sin... –comenzó Carla. Su madre le impidió seguir.

–Por eso Roberto hizo ese viaje a Europa –comentó–. Me lo tendría que haber imaginado.

Carla frunció el ceño.

–Fue a París y a Frankfurt. No fue cerca del Mediterráneo.

–Roberto se marchó un día antes porque quería pasarse primero por Medinos. Dijo que quería visitar el lugar de la fábrica de perlas original y también la tumba de sus abuelos. Me tendría que haber dado cuenta de que estaba tramando algo porque Roberto no tenía ni un gramo de sentimentalismo en su cuerpo. Fue a Medinos en viaje de negocios.

–Efectivamente –afirmó Constantine.

–Si me perdonan, tengo otra cita. Una vez más, mis disculpas por haberme entrometido en este día tan doloroso para usted.

Entonces, miró a Sienna con unos fríos ojos grises. El mensaje resultaba evidente. Aún no habían terminado aquella conversación.

–Te acompaño a la salida –dijo ella mientras metía los documentos del préstamo en un cajón.

Entonces, salió con Constantine al vacío vestíbulo.

–Ten cuidado.

La mano de Constantine le agarró el codo. El gesto no fue más que una cortesía, pero fue suficiente para reavivar la tensión.

Apretó el paso para alejarse de él al tiempo que le decía:

–Gracias por no decirle nada a mi madre sobre la deuda.

–Si hubiera pensado que tu madre tenía algo que ver, se lo habría mencionado.

–Eso significa que estás convencido de que yo sí que estoy implicada.

Constantine la siguió hasta el exterior de la casa. Una vez en el patio, apretó la llave automática del Audi para que se abrieran las puertas.

–Tú llevas dieciocho meses ocupándote en solitario de la empresa. Y pagando las deudas de Roberto.

Sienna sacó un mando a distancia de su coche y abrió la verja de entrada. Por lo que a ella se refería, cuanto antes se marchara Constantine, mejor.

–Vendiendo posesiones familiares, no para tratar de conseguir más préstamos de los que ya teníamos.

El teléfono de Constantine volvió a sonar. Él tomó la llamada y habló brevemente en medinio. Sienna oyó el nombre de Lucas y cómo se mencionaba el abogado de la empresa, Ben Vitalis. Negocios. Eso explicaba que los tres hermanos estuvieran en Sídney al mismo tiempo, aunque fuera por un breve periodo de tiempo. También enfatizaba el hecho de que, aunque podría ser que Constantine estuviera allí solo para ocuparse del lío en el que los había metido a ambos su padre, ella era tan solo un punto más en el radar del Grupo Atraeus.

La tensión se apoderó un poco más de ella.

–Tenemos muchas cosas de las que hablar –dijo él cuando terminó la llamada–, pero esa conversación tendrá que esperar hasta esta noche. Enviaré un coche para que venga a recogerte a las ocho. Hablaremos durante la cena.

–Por si no te has dado cuenta, acabo de enterrar a mi padre. Tenemos que hablar, pero yo necesito un par de días.

Así, tendría oportunidad de hablar con su contable y pensar en las opciones que tenía. No tenía muchas posibilidades de conseguir el dinero, pero debía que intentarlo. También tendría tiempo de alejarse de las reacciones que él le provocaba. Ya no lo amaba ni él le gustaba. Era imposible que lo deseara.

Constantine abrió la puerta de su coche.

–Hace unos pocos días, lo podría haber organizado así, pero decidiste ignorarme. Me marcho mañana a medianoche. Si no puedes encontrar tiempo antes de entonces, mañana hay un cóctel en mi casa en honor de los socios del Grupo Atraeus.

–No –replicó ella. No quería asistir a un cóctel en casa de Constantine–. Tendrá que ser en otra ocasión. En cualquier caso, yo preferiría que fuera durante el horario de trabajo.

–Te repito que tenemos que hablar –insistió él. No estaba dispuesto a que Sienna tomara el mando–. ¿Cuándo va a realizarse la lectura del testamento?

–Esta tarde a las cuatro.

Constantine vio cómo Sienna comprendía la realidad de su situación. Si no accedía a reunirse con él, Constantine enviaría a un representante a la lectura del testamento con los documentos del préstamo. No era algo que Sienna estuviera dispuesta a consentir, sobre todo por el daño que le haría a su madre.

–No te quedan opciones, Sienna –dijo Constantine mientras se acomodaba tras el volante del coche y arrancaba el motor–. Prepárate para mañana a las ocho.

 

 

A la mañana siguiente, Constantine entró en las oficinas que el Grupo Atraeus tenía en Sídney. Llegaba diez minutos tarde. No era la primera vez, pero casi. Solo había llegado tarde en una ocasión, dos años atrás para ser exacto.

Lucas y Zane ya estaban allí. Constantine, por su parte, la noche anterior prácticamente no había podido conciliar el sueño.

Se dirigió directamente al café que lo esperaba sobre su escritorio y frunció el ceño al ver que sus dos hermanos lo miraban con un interés que despertó su curiosidad.

–¿Qué?

Zane bajó la cabeza y se concentró en la revista de economía que estaba leyendo, lo que ya resultaba raro por sí mismo. Sus lecturas habituales tenían más que ver con los barcos y los coches. Lucas, por su parte, canturreaba en voz baja una canción.

Constantine tomó un sorbo del café y miró a Lucas.

–Ahora que ya tienes un poco de cafeína en el cuerpo –le dijo este mientras le dejaba un periódico sobre el escritorio–, es mejor que eches un vistazo a esto.

Aunque se lo había imaginado, le sorprendió ver la fotografía tomada el día anterior en el entierro de Roberto Ambrosi. Sienna y él se estaban mirando a los ojos y parecía que Constantine estaba a punto de besarla. Si no recordaba mal, efectivamente aquello era lo que había estado a punto de hacer.

Leyó por encima el artículo. Se quedó inmóvil al leer la afirmación de que él había llegado a Sídney el día anterior del fallecimiento de Roberto Ambrosi con el propósito de tener una reunión con él.

Por suerte, el artículo no llegaba a decir que él hubiera causado el mortal ataque al corazón, pero sí afirmaba que se esperaba un anuncio de boda. La canción que Lucas había estado canturreando resultó de repente fácilmente reconocible. Se trataba de la Marcha nupcial.

–Cuando me entere de quién ha filtrado esta historia a la prensa...

–¿Qué vas a hacer? ¿Darles un aumento de sueldo? –comentó Lucas mientras arrojaba su taza a la basura.

Constantine dejó el periódico sobre la mesa.

–¿Tan evidente resulta?

–Estás aquí.

Zane se puso de pie.

–Si quieres apartarte de las negociaciones, Lucas y yo podemos retrasar el viaje a Nueva Zelanda. Mejor aún, deja que se ocupe Vitalis.

–No –replicó Constantine.

Zane se encogió de hombros.

–Tú verás, pero si te quedas en Sídney, la prensa va a frotarse las manos.

Constantine estudio de nuevo la fotografía.

–Puedo ocuparme de ello. En cualquier caso, yo me marcho mañana por la noche.

Un teléfono móvil comenzó a sonar. La expresión de Lucas era sombría mientras se sacaba el celular del bolsillo.

–Cuanto antes mejor. No necesitas esto.

Constantine se acercó a la ventana con el café en la mano y una expresión tensa en el rostro para contemplar las vistas mientras Lucas contestaba su llamada. Desde allí, podía contemplar el edificio Ambrosi que, a pesar de verse empequeñecido entre los rascacielos del distrito empresarial de la ciudad, suponía una de las fincas más valiosas de la ciudad. No podía dejar de pensar en el modo en el que Sienna había tratado de proteger a su madre el día anterior. Si había leído el artículo del periódico, en aquellos momentos tendría una opinión peor sobre él, a pesar del hecho de que, a su manera, había tratado de ayudar a su familia manteniendo oculto el lugar en el que Roberto Ambrosi había sufrido el ataque al corazón. El hecho de que se supiera que Roberto había fallecido en un casino no ayudaría a la familia Ambrosi ni a su negocio.

Desgraciadamente, no podía esperar que Sienna le atribuyera motivaciones nobles a sus actos.

Lucas terminó de hablar.

–Era uno de los de seguridad. Aparentemente, un equipo de televisión ha descubierto la localización de la casa de Pier Point. En estos momentos, Sienna está en la playa tomando el sol.

–Debieron de seguirme ayer –susurró Constantine mientras arrojaba la taza vacía a la basura.

El artículo de aquella mañana había aparecido en las páginas de sociedad del periódico. Si no se daba prisa, Sienna podría ser noticia de portada en algún periódico al día siguiente y estaba seguro de que, en opinión de ella, aquello también sería culpa suya.

Lucas parecía preocupado.

–¿Quieres que te acompañe?

Constantine casi ni miró a sus hermanos.

–Tomad vuestros vuelos. Como he dicho, yo puedo ocuparme de esto.