1. ESTUDIO Y ANÁLISIS
1.1. GÉNERO, RELACIONES E INFLUENCIAS
Los Pazos de Ulloa pertenece a la corriente de novela realista de la segunda mitad del siglo XIX.
La influencia más cercana e inmediata que recibió la autora fue la de los novelistas españoles contemporáneos suyos: Galdós, Valera y Pedro Antonio de Alarcón, cuya lectura la animó a probar suerte ella misma en el mundo de la novela.
Doña Emilia había sido una gran lectora de novela romántica, pero se sentía incapaz de cultivar aquel género en el que la imaginación y la fantasía eran lo más importante. Sin embargo, lo que hacían los novelistas contemporáneos lo sentía al alcance de su talento. Ella misma lo cuenta en los Apuntes Autobiográficos que puso como prólogo a la primera edición de Los Pazos:
«Prodújome el descubrimiento gran satisfacción y me infundió la idea de probar a escribir también algo novelesco, idea que no se me pasaba por las mientes cuando creía que el busilis de la novela estaba en echar al héroe desde lo algo de un torreón al mar, vivo, envuelto en un sudario y con una bala de cañón atada a los pies, o en meterlo de hoz y de coz, apenas llegado de su provincia, en la mismísima cámara de la reina, enterándose de sus amoríos y disgustos, y cumpliendo inauditas hazañas para salvar el honor de la buena señora».
Doña Emilia parece aludir al tipo de novelas que escribió en Francia Alejandro Dumas padre (Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo) y en España Espronceda (Sancho Saldaña). También había leído novelas históricas como Amaya o los vascos en siglo VIII de Navarro Villoslada, publicada 1877, a la que califica de «curiosa novela histórica». Pero ninguno de estos subgéneros novelescos la incitó a escribir novelas, cosa que sí ocurrió al leer a los realistas y comprobar que aquel tipo de narración estaba al alcance de sus dotes personales:
«Si la novela se reduce a describir lugares y costumbres que nos son familiares, y caracteres que podemos estudiar en la gente que nos rodea, entonces (pensé yo) puedo atreverme; y puse manos a la obra».
Así surgió su primera novela, Pascual López, autobiografía de un estudiante de Medicina. Poco después, un viaje al balneario de Vichy la lleva a leer a Balzac, Flaubert, los hermanos Goncourt y Alfonso Daudet, con lo cual se afianza su realismo. Finalmente el conocimiento de las obras de Zola, le abre el horizonte de una nueva manera de narrar. Aunque no esté de acuerdo con el fondo filosófico de las novelas de Zola, toma de él los procedimientos narrativos del naturalismo que van a informar su producción durante muchos años. Hacia finales de siglo recibirá la influencia del modernismo, pero esto ya cae fuera de los límites de la novela que ahora nos interesa analizar.
1.2. EL AUTOR EN EL TEXTO (LA VOZ NARRATIVA)
La voz que cuenta la historia de la novela es de la clase que llamamos narrador omnisciente editorial. Se trata en su mayor parte de una voz que cuenta en tercera persona y que lo sabe todo sobre sus personajes, los conoce por dentro y por fuera, sabe sus antecedentes familiares y sus pensamientos ocultos. No hace comentarios tan evidentes como los de la novela romántica, pero sí se permite ironías o referencias culturales que traslucen la personalidad de la escritora. Esto es muy evidente, por ejemplo, cuando al describir las fiestas de Naya se dedica a hacer comparaciones con obras pictóricas o se refiere a menús de la cocina francesa.
A veces intenta mantener, a la manera de Flaubert, la imparcialidad narrativa y se sitúa en el punto de vista de un personaje, respetando lo que sería su visión sin intervenir con comentarios personales. Así sucede en buena parte de los capítulos I al III y en el VII. Por ejemplo, la visión sombría que da del paisaje de los pazos al empezar la novela es la del aterrorizado curita que llega a ellos y que resume su impresión diciendo: «¡Qué país de lobos!». En La Madre Naturaleza ese mismo paisaje, visto por los ojos de Gabriel Pardo de la Lage, que es un curtido militar, parece un paraíso pagano, rebosante de sensualidad y de vitalidad. El escenario es el mismo, lo que cambia es la visión del personaje que lo contempla y que el narrador respeta.
De igual modo, el cap. XXVIII está contado desde el punto de vista de Perucho, que no entiende lo que está sucediendo ante sus ojos y lo interpreta a su manera.
1.3. CARACTERÍSTICAS GENERALES (PERSONAJES, ARGUMENTO, ESTRUCTURA, TEMAS, IDEAS)
El argumento de Los Pazos de Ulloa se desarrolla siguiendo las peripecias de Julián Álvarez, desde que llega al lugar para desempeñar el papel de capellán hasta que regresa a él muchos años después.
El señor de los pazos es don Pedro Moscoso, que vive amancebado con Sabel, hija de Primitivo, el administrador y verdadero dueño del lugar, que maneja de forma oculta y muy eficaz los hilos del poder.
Por indicaciones de don Julián, don Pedro decide poner fin a la escandalosa situación y se va a Santiago para escoger esposa entre una de sus primas. La que más le gusta es Rita, la mayor, pero la desconfianza sobre su honestidad lo lleva a casarse con Nucha (Marcelina), por quien no se siente atraído, pero que es la preferida de don Julian por su seriedad y sus virtudes.
Nucha, que es de naturaleza frágil, tiene grandes problemas al dar a luz a una niña. Está a punto de morir y queda incapacitada para tener más familia. Don Pedro, que esperaba un heredero varón, se siente decepcionado y reanuda su relación con Sabel, de quien ya tiene un hijo, Perucho, que vive en los pazos.
Nucha, al descubrir que Perucho es hijo de su marido, intenta que tanto él como Sabel salgan de la casona. No lo consigue y su situación allí se hace cada vez más difícil hasta el punto de temer por la vida de su hija. Decide regresar a casa de su padre y, después de ser víctima de violencia física por parte de don Pedro, solicita la ayuda del capellán para realizar su propósito.
La inocente intervención de Perucho desencadena la tragedia latente. Se descubre el intento de fuga y don Julián es acusado de mantener relaciones con la señora de los Pazos.
La autoridad eclesiástica envía a don Julián como párroco a una lejana aldea de las montañas. Allí, al cabo de unos meses, se entera de la muerte de Nucha. Diez años después, en prueba de su inocencia, sus superiores le envían de nuevo como párroco a Ulloa. La novela termina con la visita de don Julián al cementerio donde reposa Nucha y con la aparición de dos adolescente que juegan juntos: Manolita, hija de Nucha, y Perucho, que serán los protagonistas de la segunda parte, La Madre Naturaleza.
Personajes
El protagonista de la novela y personaje principal es don Julián.
Los Pazos se puede considerar como una novela de aprendizaje en la que un héroe puro se enfrenta a circunstancia adversas. Ya hemos señalado en el estudio introductorio de la novela su carácter de héroe especial y la importancia e índole de sus sentimientos hacia Nucha.
Marcelina / Nucha es la protagonista femenina. Encarna el ideal femenino de la época. Es la mujer sumisa, primero a la autoridad paterna (se casa para complacer a su padre) y después al marido. Solo el instinto maternal, el temor a que le arrebaten o maten a su hija, la empuja a rebelarse.
Don Pedro, otro de los personajes principales, puede considerarse el antagonista, aunque este papel también lo desempeña Primitivo. Don Pedro representa al noble campesino venido a menos. Es despótico, egoísta, orgulloso, violento, ignorante y vago. No hace cosa de provecho y dedica su tiempo a cazar y pasearse por sus tierras.
De los personajes secundarios, el principal es Primitivo hasta el punto de que podría considerarse como el verdadero antagonista de don Julián, pues él es quien mueve los hilos para que fracasen todos los buenos propósitos del capellán para mejorar la vida en los Pazos. La astucia es su principal virtud, que él aplica siempre en beneficio propio. Su ambición lo lleva a traicionar al señor de los Pazos en las elecciones y eso provoca finalmente su muerte.
Sabel tiene el papel de antagonista de Nucha. Es hermosa, sensual e ignorante. Pese a que le corresponde un papel de «mala», se va ganando la compasión y la simpatía del lector, que acaba viéndola como una víctima de su padre y de don Pedro. No está con él por gusto sino por imposición de su padre, como queda claro en la escena en la que don Pedro la golpea al volver de la fiesta. En La Madre Naturaleza la encontramos casada y convertida en una buena esposa.
El resto de los personajes secundarios ofrecen un muestrario de diversos tipos frecuentes en la sociedad de la época: la madre de don Julián, muy fiel a la familia para la que trabaja y muy orgullosa de su hijo sacerdote; el médico Máximo Juncal, progresista y anticlerical; los curas de las parroquias cercanas, con sus pantagruélicas comidas y sus intereses políticos; Barbacana y Trampeta, los corruptos caciques que manejan la política local; el aristócrata Ramón Limioso, tan caballeroso y tan inútil. El padre de Nucha, sus hermanas, preocupadas por conseguir un marido que las mantenga; los contertulios del casino… todos ellos constituyen un verdadero fresco de la sociedad de finales del siglo XIX.
Estructura
Para determinar la estructura de la novela vamos a tener en cuenta varios factores: el foco de atención del narrador, o sea, en cual de los personajes o ambientes se fija el relato; el tempo narrativo, que se refiere a la velocidad con que discurre el relato; la alternancia de momentos de tensión —clímax— con los de distensión —anticlímax—, y la sucesión temporal de los hechos narrados. Atendiendo a estos factores distinguimos cinco partes.
La primera comprende los capítulos I al VII. El centro de atención es don Julián cuyas aventuras y desventuras nos va contando la voz narrativa desde que lo vemos llegar a los pazos a lomos del caballo hasta que sale de ellos camino de Santiago acompañando a don Pedro.
En esta parte alternan escenas de tono grave, como la borrachera de Perucho, con otros de tono jocoso, como las de las fiestas de Naya, con sus comidas interminables y las peculiares conversaciones de los curas.
En cuanto al tiempo narrativo hay que destacar el salto atrás (analepsis o flash back) del cap. IV. Don Julián al revisar el archivo de la biblioteca tiene la impresión de que la casa de Ulloa está en franca decadencia, y dice el narrador:
«Era esto en Julián aprensión no razonada, que se transformaría en convicción si conociese bien algunos antecedentes de familia del marqués».
E inmediatamente se va hacia atrás en el tiempo y cuenta cuales fueron esos antecedentes: «Don Pedro Moscoso de Cabreira y Pardo de la Lage quedó huérfano de padre muy niño aún…». Una vez contados los antecedentes, la voz narradora vuelve al presente de don Julián, a su desolación al ver el mal estado de la casa en la que ejerce de capellán.
La segunda parte comprende del VIII al XIII. El foco de atención se centra en don Pedro. Siguiendo a este personaje conocemos a otros nuevos: a su tío don Manuel de la Lage y a cuatro personajes femeninos, de los que pronto se destacan dos, Rita y Nucha.
La tercera parte comprende los capítulos XIV al XVIII y el centro de atención es Nucha. Algunos capítulos están contados desde su punto de vista, por ejemplo, el XV en el que se narra la visita a los vecinos y en el que, a través de los ojos de la protagonista, el lector ve los detalles en los que ella se fija: la tela de los sofás, las joyas de la «señora jueza», la ruina del pazo de los Limioso.
En esta parte aparece un nuevo personaje: el médico Máximo Juncal.
La cuarta parte se extiende desde el cap. XIX al XXVIII. El foco es la pareja Julián-Nucha. Empieza con episodios premonitorios (escena de la bruja echando las cartas, escena de la araña) que van creando un clima sombrío que se acentúa en cada capítulo, con la excepción de las escenas de carácter costumbrista y jocoso de la cacería.
El cap. XXVIII está contado desde el punto de vista del niño Perucho, que interpreta y entiende a su manera las escenas que ve. Sirve para reforzar el carácter de tragedia inevitable. Es precisamente el niño quien, de forma totalmente inocente, va a desencadenar la tragedia al contarle a su abuelo Primitivo lo que acaba de ver en la capilla.
La quinta parte está formada por los dos capítulos finales y de nuevo el foco de atención es don Julián. En el XXIX se cuenta con técnica de panorama (de resumen) la salida de don Julián de los pazos y los diez años siguientes de su vida.
La novela se cierra con dos escenas: la visita del cura al cementerio de Ulloa, que nos permite comprender la persistencia del amor de don Julián por Nucha, y una escena final, en la que aparecen los niños Perucho y Manolita, la hija de Nucha, que funciona como engarce con la segunda parte de la obra, La Madre Naturaleza, que cuenta la historia de esos dos chicos que se enamoran sin saber que son hermanos.
Temas
Dos son los temas más importantes que se desarrollan en la novela: uno de carácter social y otro de carácter psicológico.
El primero es la crítica de la aristocracia rural y de la vida en las pequeñas ciudades de provincias.
En el punto 4 de la Introducción hemos desarrollado con mayor amplitud estos aspectos, pero recordemos ahora brevemente que Pardo Bazán nos da una visión muy crítica de la sociedad de su época, tanto en lo que se refiere a la burguesía de las pequeñas ciudades de provincias, como a los aristócratas rurales. La visión de los contertulios del Casino donde se murmura de todo y se indaga incansablemente en la vida de los demás, o la de la familia de Nucha, donde el único que tiene una profesión es el hermano pequeño, mientras las cuatro chicas esperan conseguir un marido que las mantenga, son ejemplos de esa crítica.
En cuanto a la aristocracia rural, las figuras de don Pedro Moscoso, o Ramón Limioso, que consumen los bienes heredados sin aportar nada provechoso a la sociedad, ejemplifican la decadencia de esa clase social.
Tampoco la vida de la aldea sale mejor parada. Frente a la visión idílica de escritores como Pereda, Pardo Bazán pinta un mundo dominado por la ignorancia y la brutalidad, semejante en muchos aspectos al reflejado por Galdós en Doña Perfecta.
El segundo tema importante es el del amor del sacerdote.
Como ya hemos señalado en el punto 4 de la Introducción, el tema del cura enamorado fue muy frecuente en las novelas de la época. Recordemos que es el tema principal de El crimen del padre Amaro del escritor portugués Eça de Queiroz y de La falta del abad Mouret de Emile Zola, el escritor francés impulsor del movimiento naturalista. Don Juan Valera lo trató en Pepita Jiménez, donde el protagonista es un seminarista, y años después en Doña Luz, donde nos presenta a un sacerdote enamorado platónicamente de una dama. Galdós en Tormento y Clarín en La Regenta nos ofrecen los aspectos más turbios de esa pasión amorosa. Doña Emilia, en la línea de Valera, nos presentará no una pasión carnal sino un amor espiritual, que aún así trastorna el juicio del sacerdote y lo lleva a realizar actos socialmente condenables.
Ideas
De la ideología de la autora que se refleja en la novela hemos tratado en el punto 4 de la Introducción. Recordemos ahora en resumen los puntos principales.
Los personajes de Los Pazos de Ulloa aparecen dominados por un determinismo ambiental e incluso fisiológico. Pese a las creencias católicas de la autora y a su explícita condena del determinismo, preconizado por el Naturalismo zolesco, la impresión que tiene el lector es que la influencia del ambiente es más fuerte que la voluntad de los personajes. Sentimos que Nucha y don Julián no conseguirán superar la presión que sobre ellos ejerce el ambiente de los pazos.
A eso se une la creencia de la autora de que la constitución física predispone a modos de conducta determinados. Así a comienzos del capítulo III, cuando describe al personaje de don Julián, señala que le ayudaba a ser casto no solo la gracia de Dios, sino «la endeblez de su temperamento linfático —nervioso, puramente femenino, sin ardores ni rebeldías, propenso a la ternura»…
Otro aspecto que también hemos tratado es su pesimismo sobre la vida y sobre el amor humano, que ella consideraba inseparable de las creencias católicas. El dogma del pecado original la lleva a fijarse más en la corrupción de la naturaleza que en su posible redención a través de la gracia. Para doña Emilia en este mundo no puede alcanzarse la felicidad. El amor tropieza siempre con toda clase de dificultades y acaba siendo una fuente de dolor más que de gozo, con muy escasas excepciones en toda su obra.
Recordemos, por último la importancia de sus ideas en defensa de la mujer. Aunque en la obra no hay declaraciones explícitas de carácter feminista, no faltan comentarios que revelan el pensamiento de la autora en este punto. Así puede verse en el cap. X cuando censura la maledicencia de las pequeñas ciudades, que puede provocar que una chica se quede soltera por una falta insignificante que la sociedad no perdona:
«… En las ciudades pequeñas, donde ningún suceso se olvida ni borra, donde gira perpetuamente la conversación sobre los mismos asuntos, donde se abulta lo nimio, y lo grave adquiere proporciones épicas, a menudo tiene una muchacha perdida la fama antes que la honra, y ligerezas insignificante, glosadas y censuradas años y años, llevan a su autora con palma al sepulcro».
O cuando critica el distinto rasero con que se miden las faltas en el hombre y la mujer casados:
«Entendía don Pedro el honor conyugal a la manera calderoniana, española neta, indulgentísima para el esposo e implacable para la esposa».
Doña Emilia defendió que las mujeres pudiesen acceder a los mismos estudios que los hombres, cosa que en la época no era posible, y que se les proporcionasen los medios para mantenerse a sí mismas sin depender de un varón de la familia. En cuanto a la moral, su postura fue que no hay un pecado más para las mujeres, oponiéndose así a la hipócrita moral de la época que alababa en los hombres la experiencia amorosa y la condenaba sin paliativos en las mujeres.
Aunque en Los Pazos no desarrolla estas ideas, sí podemos ver que las mujeres que aparecen en ellos se nos muestran como los elementos más débiles y oprimidos de la sociedad. E incluso Sabel, que en teoría es «la mala» de la historia, acaba mostrándose en su verdadera dimensión de víctima, manejada por su padre y por el señor de los pazos.
1.4. FORMA Y ESTILO
Algo que nunca le negaron a doña Emilia, incluso sus críticos menos benévolos, fue que escribía bien. Don Marcelino Menéndez Pelayo que en las cartas que escribe a don Juan Valera no regatea las críticas, admite, sin embargo, que escribe bien. Refiriéndose a la Autobiografía que había puesto la autora al comienzo de la novela en su primera edición, le comenta don Marcelino a su amigo que le parece muy pedante, pero añade: «Está bien escrita, com todo lo que ella hace».[*]
En Los Pazos de Ulloa su estilo, así como los procedimientos formales, responden a los cánones de la estética naturalista preconizada por Emile Zola.
Estos rasgos naturalistas que podemos encontrar en la novela son los siguientes:
- La objetividad narrativa.
- Discurso indirecto libre
- Tic caracterizador de los personajes
- Datos fisiológicos en la construcción de los personajes
- Animalización de los personajes
- Vocabulario técnico
- Lecciones de cosas
La objetividad narrativa pretende eliminar la voz del autor en la narración, para ello procura evitar los comentarios característicos de la novela romántica y costumbrista. En este tipo de novelas el narrador no se limitaba a contar sino que daba su opinión sobre los sucesos narrados o hacía juicios sobre sus personajes. El naturalismo intentó una mayor neutralidad suprimiendo esos comentarios. Pongamos algún ejemplo para que se pueda ver la diferencia:
En La hija del mar de Rosalía de Castro, cuando la voz narradora está contando las desventuras de la protagonista interrumpe de pronto la narración para intercalar unas exclamaciones que expresan su compasión por las mujeres oprimidas:
«¡Oh! ¡Señor de justicia! ¡Brazo del débil y del pobre! ¿Por qué no te alzas contra el rico y el poderoso que así oprimen a la mujer, que la cargan de grillos mucho más pesados que los de los calabozos, y que ni aún la dejan quejarse de su desgracia?»[*]
En Los Pazos de Ulloa, una situación semejante se resuelve de otra forma. Es el personaje quien se pregunta por qué le va todo tan mal, habiendo sido una hija obediente y una buena esposa. La conversación entre Nucha y don Julián deja ver al lector que ella es una víctima inocente e indefensa, sin necesidad de que intervenga el autor para aclararlo:
«Bien sabe Dios que no puse nada de mi parte para que Pedro se fijase en mí. Papá me aconsejó que, de todos modos, me casase con el primo… Yo seguí el consejo… Me propuse ser buena, quererle mucho, obedecerle, cuidar de los hijos… Dígame usted, Julián, ¿he faltado en algo?» (cap. XXVII)
El uso del discurso indirecto libre permite penetrar en los pensamientos del personaje sin tener que recurrir al monólogo. Se mantiene la narración en tercera persona, pero la voz que oímos no es la del narrador sino la del personaje. Un buen ejemplo es todo el comienzo del cap. XIX. La voz que dice: «No, ese guapo no era él», no es la del narrador sino la del personaje, que, en estilo directo diría: «No, ese guapo no soy yo», en respuesta a la pregunta que cierra el cap. anterior: «¿Quién es el guapo que dice misa hoy?». El autor prefiere recurrir al indirecto libre que le permite pasar de la voz de narrador a la del personaje sin necesidad de cambiar la tercera persona narrativa.
El tic caracterizador se refiere a la construcción de personajes. Es una forma de individualizarlos mediante un rasgo peculiar, como puede ser una muletilla, o un gesto. Doña Emilia lo utiliza solo para personajes secundarios. El arcipreste de Loiro sorbe los polvos de rapé por un fusique de plata (un frasco de cuello largo que termina en agujeros). Ese instrumento y su gusto por el rapé lo individualizan. Lo mismo sucede con las joyas baratas, «un almacén de quincalla», que la esposa del juez de Cebre lleva colgadas al cuello.
Ejemplos de rasgos fisiológicos en la construcción de personajes son los datos que nos da sobre don Julián en la primera página de la novela: «Iba el jinete colorado, no como un pimiento, sino como una fresa, encendimiento propio de personas linfáticas.»
Lo propio del naturalismo es que esos rasgos fisiológicos expliquen rasgos psicológicos y hasta espirituales. Así de Julián se dice que su falta de valor espontáneo se debía a su temperamento linfático (cap. XIX):
«Su temperamento linfático no poseía el secreto de ciertas saludables reacciones, con las cuales se desecha todo vano miedo, todo fantasma de la imaginación».
E incluso su castidad se explica también en parte por ese temperamento (cap. III):
«A Julián le ayudaba en su triunfo, amén de la gracia de Dios que él solicitaba muy de veras, la endeblez de su temperamento linfáticonervioso, puramente femenino, sin ardores ni rebeldías».
La importancia de la fisiología lleva al escritor naturalista a destacar en sus personajes los aspectos que los acercan a los animales. No falta en Los Pazos ese rasgo. Don Julián al llegar a la cocina del caserón por primera vez confunde a Perucho con uno de los perros perdigueros que allí se encuentran, y con razón, porque en realidad el pequeño se comporta como un animalillo más. Otro ejemplo: cuando don Pedro golpea a Sabel ella da gritos de «alimaña herida» y aúlla de dolor como los perros o los lobos. También la descripción del Arcipreste de Loiro y de su hermana se ajusta a los patrones de la animalización naturalista: su gordura les hace parecer «osos puestos en dos pies».
En las novelas naturalistas abundan las pormenorizadas descripciones de enfermedades y un vocabulario con términos médicos. En Los Pazos encontramos un ataque de histeria al final del cap. XX, contado con sobriedad. Y en cuanto al uso de términos médicos hay que decir que el interés de la autora por la Medicina la lleva en ocasiones a utilizar términos de la profesión que hoy nos suenan a esnobismo. Así cuando habla de «gastralgia» o de «dolor en el epigastrio» para referirse a un simple dolor de estómago.
Las lecciones de cosas son descripciones pormenorizadas de cómo se hace algo o de cómo funciona. Se ven con más claridad en otras novelas, por ejemplo, la elaboración de barquillos o de cigarros en La Tribuna; el funcionamiento de los rayos X en La Quimera. En la segunda parte de Los Pazos, en La Madre Naturaleza, se describen con detenimiento las labores del campo, la maja y la meda.
1.5. COMUNICACIÓN Y SOCIEDAD
Los Pazos de Ulloa puede considerarse una obra de crítica social. En ella se debaten muchos de los temas que preocupan a la sociedad de la época:
En primer lugar la decadencia de la aristocracia rural. En las figuras de Don Pedro Moscoso y Ramón Limioso critica la autora esa clase social. Uno es ignorante y bruto, un peso muerto para el avance de la sociedad, igual que Ramón Limioso, que se nos muestra inútil e ineficaz, pese a su sensibilidad.
Los pazos en los que viven son un símbolo de la ruina, no sólo económica, de su clase.
El clero es también criticado por dedicar más atención al poder material que a los valores espirituales.
Recordemos que Pardo Bazán da una visión muy negra de la vida en la aldea:
«La aldea, cuando se cría uno en ella y no sale de allí jamás, envilece, empobrece y embrutece».
El mundo de la política está representado por caciques locales, carentes de todo ideal y sólo preocupados por sus intereses particulares.
La autora destaca también una serie de defectos que han caracterizado a la sociedad de las ciudades pequeñas, provincianas: la murmuración, la envidia, la maledicencia y la falta de horizontes para quienes viven allí a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX.
Recordemos también que doña Emilia critica el machismo de la sociedad española a través de la figura de don Pedro, de su actitud con Rita y con Nucha, y pone a esta como ejemplo de lo que no debía ser la vida femenina: una vida relativa, sin entidad propia.
2. TRABAJOS PARA LA EXPOSICIÓN ORAL Y ESCRITA
2.1. CUESTIONES FUNDAMENTALES SOBRE LA OBRA
Los Pazos de Ulloa ha sido considerada por muchos críticos una novela de aprendizaje, de modo que podemos preguntarnos ¿qué es lo que aprende don Julián? En esta novela no queda muy claro, pero sí en la segunda parte.
Aprende a no poner el corazón en las cosas de este mundo: resignación cristiana, conformidad, pero también insensibilidad. Se lo explica a Gabriel Pardo en La Madre Naturaleza, refiriéndose a los años que estuvo fuera de Los Pazos en una parroquia perdida en la montaña:
—«… Pude meditar y considerar las cosas de otro modo, con más calma; y entonces evité ver mucho a la niña, por no poner el corazón en cosas del mundo y en las criaturas, que de ahí vienen amarguras sin cuento y tribulaciones muy grandes del espíritu. El que se casa bien está y justo es que quiera a sus hijos sobre todas las cosas, después de Dios; pero el sacerdote, y en especial el párroco, ha de ser padre de todas sus ovejas, pues tal es su oficio, y no amar mucho en particular a nadie, para poder amar a todos, y amarlos no en sí, sino en Cristo, que es el modo derecho». (Edición de Ignacio Javier López, Cátedra, Madrid, 1999, p. 393).
Él ha amado a Nucha más que a nadie, eso ha sido causa de grandes sufrimientos, y no quiere repetir la experiencia.
Como personaje es mucho menos atractivo, se ha convertido en un asceta seco que no muestra afecto a nadie y que no presta ninguna ayuda a Manolita, la hija de Nucha.
Doña Emilia pensaba que el católico había de ser necesariamente pesimista porque partía de la naturaleza caída del hombre y de la imposibilidad de alcanzar la felicidad en este mundo. ¿No hay una visión del catolicismo más optimista, basada en la esperanza y en la figura humana de Cristo?
Un tema muy importante de la tragedia es el carácter inevitable del mal. En ella no hay buenos ni malos; no hay un personaje al que se pueda considerar culpable de que el mal ocurra. El ejemplo paradigmático es Edipo Rey de Sófocles. Todos actúan para evitar el mal que los augurios habían anunciado, pero cada acción contribuye inevitablemente al final desgraciado.
Los Pazos no llega a ser una tragedia porque en ella hay un personaje malvado, Primitivo, que con su conducta provoca el daño de los otros. Podríamos plantearnos cómo sucederían las cosas si él no interviniese: Si Sabel pudiese irse con el Gallo, que es el hombre a quien quiere, y no se viera obligada por su padre a seguir en los pazos; si Primitivo no se dedicase a calumniar a Nucha y don Julián; si no intrigase continuamente en contra de todos ellos… Desaparecido Primitivo, tendemos a creer que todos podrían haber sido felices, y de hecho eso parece en el comienzo de la segunda parte, en La Madre Naturaleza. Pero también esta novela termina en tragedia: Manolita y Perucho, enamorados, se ven obligados a separarse para siempre; ella se va a un convento y él, desesperado, se va de los pazos; don Pedro se queda sin sucesor, Sabel sin su hijo, y Gabriel Pardo es el testigo impotente del dolor de todos ellos.
La explicación está en el pesimismo de Pardo Bazán, convencida de que la felicidad es imposible en este mundo. Convicción que procede de sus creencias católicas, como ya vimos.
2.2. TEMAS PARA EXPOSICIÓN Y DEBATE
- Tema de discusión: ¿El «modo derecho» de amar a las criaturas es amarlas no en sí sino en Cristo? ¿Es eso válido para cualquier persona o sólo para los sacerdotes? ¿No puede un buen sacerdote sentir un afecto especial por determinadas personas?
- Analizar la crítica social de la obra. La visión de los caciques, de los aristócratas rurales, de los campesinos. Analizar las escenas de las elecciones en las que queden patentes las trampas.
- La vida en la aldea. Frente al tópico de la vida idílica campesina, Pardo Bazán pinta una manera de vivir que, en muchos aspectos, es brutal. Analizar la frase que pone en boca del padre de Nucha y que don Julián recuerda en su primera noche en los pazos: «La aldea, cuando se cría uno en ella y no sale de allí jamás, envilece, empobrece y embrutece.»
- Buscar en la novela ejemplos de esa vida embrutecida, empobrecida y envilecida. (Recordar la borrachera de Perucho, la paliza de don Pedro a Sabel, el intento de seducción de Sabel a don Julián…).
- Analizar la relación de don Pedro con sus primas. ¿Qué es lo que lo lleva a decidirse por Nucha, cuando parece claro que la que le gusta es Rita? ¿Qué era lo que en la época se consideraba importante a la hora de escoger esposa? ¿Por qué acepta Nucha a su primo como marido?
- Estudiar y comparar los personajes femeninos de la obra (la madre de don Julián, Sabel, las cuatro primas de don Pedro) para analizar los papeles que desempeñaban las mujeres en la sociedad del siglo XIX. ¿A qué se dedicaban, cual era su función en la sociedad y en la familia? ¿Cómo eran las relaciones con los hombres?
- En qué se fija Nucha cuando va a visitar a sus vecinos ¿es una visión divertida, simpática o amarga?
- ¿Qué simboliza el sitial que ofrecen a Nucha para sentarse en el pazo de los Limioso?
- Buscar en el texto descripciones de personajes en los que se advierten rasgos de animalización (el arcipreste de Loiro, Perucho, Sabel, el Gallo…).
- Influencia del ambiente en las personas. Comparación entre don Pedro y su tío. Ambos tienen la misma constitución física, pero uno vive en el campo y el otro en la ciudad ¿cómo influye eso en su apariencia física? ¿Y cómo influye en su estimación del arte, de la cultura? ¿Qué piensa don Pedro del Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago? (caps. IX y X).
2.3. MOTIVOS PARA REDACCIONES ESCRITAS
- Comentar la frase siguiente y relacionarla con lo que sucede en la novela: «Entendía don Pedro el honor conyugal a la manera calderoniana, española neta, indulgentísima para el esposo e implacable para la esposa» (cap. X).
- Enumerar los rasgos fisiológicos que aparecen en la descripción de los personajes y cómo éstos influyen en su conducta. (Especialmente en don Julián, Máximo Juncal y Don Pedro).
- La vida en las pequeñas ciudades. La murmuración (cap. X). ¿A qué puede referirse la autora cuando habla de las «ligerezas insignificantes» que, a causa de la murmuración constante, pueden llevar a una chica a quedarse soltera?
- ¿Qué tipos de mujeres representan las hijas de don Manuel Pardo de la Lage? ¿Qué critica doña Emilia en cada una de ellas?
2.4. SUGERENCIAS PARA TRABAJOS EN GRUPO
- Comparar la visión de la vida de las pequeñas ciudades de doña Emilia en Los Pazos de Ulloa, con el de Galdós en Doña Perfecta.
- Comparar la visión de la vida en el campo de Los Pazos con la de José María de Pereda en Peñas arriba.
- Estudiar la evolución del carácter de don Julián desde Los Pazos de Ulloa a La Madre Naturaleza.
- Analizar, comparándolas, la visión de don Julián a su llegada a los pazos, con la de Gabriel Pardo de la Lage, cuando llega a ellos en La Madre Naturaleza.
2.5. TRABAJOS INTERDISCIPLINARES
Trabajos relacionados con Historia del Arte
- En el cap. V de la novela, la voz narradora dice: «La fantasía de un artista podía evocar los cuadros de tentaciones de San Antonio en que aparecen juntas una asquerosa hechicera y una mujer hermosa y sensual con pezuña de cabra». Buscar, para ilustrar este pasaje, grabados de Goya en donde se ve a una mujer joven con una celestina; y grabados de las tentaciones de San Antonio, que se encuentran en la escuela flamenca y alemana de los siglos XVI y XVII, en pintores como Lucas van Leyden, o Nikolau Manuel Deutsch…
- Buscar alguna imagen del santo que da nombre al protagonista: San Julián el Hospitalario.
- En el cap. VI dice la voz narradora: «Si se encontrase allí algún maestro de la escuela pictórica flamenca, de los que han derramado la poesía del arte sobre la prosa de la vida doméstica y material, ¡con cuánto placer vería el espectáculo de la gran cocina, la hermosa actividad del fuego de leño que acariciaba la panza reluciente de los peroles, los gruesos brazos del ama, (…)».
- Buscar cuadros de Jan y Peter Brueghel que pudieran servir de ilustración al cuadro que describe con palabras el narrador.
- En el cap. XXVI, al describir a Barbacana, dice la voz narradora: «Y algo se asemejaba Barbacana al tipo de los San Jerónimos de la Escuela española amojamados y huesudos, caracterizados por la luenga y enmarañada barba y el sombrío fuego de las pupilas negras».
- Buscar ejemplos de cuadros que representen al santo de este modo, como pueden ser los de Ribera (1591-1652), Antonio Castillo (1603-1667) o Antonio de Pereda (1608-1678).
Trabajos relacionados con Historia de España
- Enumerar los hechos históricos más importantes que ocurrieron en España desde que don Julián llega a los Pazos (el invierno de 1866) hasta que sale de ellos camino del destierro.
- Hacer un recuento de lo que ocurrió en España mientras don Julián permaneció en la aldea remota, desde 1870 hasta 1880 en que vuelve a los pazos.
- En el cap. XXIV la voz narradora dice: «En las tabernas de Cebre, el día de la feria, se oía hablar de libertad de cultos, de derechos individuales, de abolición de quintas, de federación, de plebiscito»…
Desarrollar estos conceptos y algunos otros como el sufragio universal masculino, la libertad de prensa, la libertad religiosa, la libertad de asociación, que fueron los temas que se debatieron tras la revolución de 1868.
2.6. BÚSQUEDA BIBLIOGRÁFICA EN INTERNET Y OTROS RECURSOS ELECTRÓNICOS
Doña Emilia Pardo Bazán cuenta con un importante instrumento para el estudio de su obra a través de Internet. A ella está dedicado uno de los portales de la biblioteca Cervantes virtual (www.cervantesvirtual.com)
Esta Biblioteca de Autor posibilita encontrar por primera vez en la Red las obras completas de la autora, además de una amplísima colección de manuscritos.
Comprende los siguientes apartados: Su obra. Estudios e investigación. Fonoteca. Imágenes y Enlaces de interés.
En el apartado de Videoteca se encuentran referencias acerca de su vida y obra a cargo de algunos de los más importantes hispanistas actuales.
Toda la documentación está puesta al día y procede de los más serios estudios realizados sobre la autora.
3. COMENTARIO DE TEXTOS
El cazador que venía delante representaba veintiocho o treinta años: alto y bien barbado, tenía el pescuezo y rostro quemados del sol, pero por venir despechugado y sombrero en mano, se advertía la blancura de la piel no expuesta a la intemperie, en la frente y en la tabla de pecho, cuyos diámetros indicaban complexión robusta, supuesto que confirmaba la isleta de vello rizado que dividía ambas tetillas. Protegían sus piernas recias polainas de cuero, abrochadas con hebillaje hasta el muslo; sobre la ingle derecha flotaba la red de bramante de un repleto morral, y en el hombro izquierdo descansaba una escopeta moderna, de dos cañones. El segundo cazador parecía hombre de edad madura y condición baja, criado o colono: ni hebillas en las polainas, ni más morral que un saco de grosera estopa; el pelo cortado al rape, la escopeta de pistón, viejísimo y atada con cuerdas; y en el rostro, afeitado y enjuto y de enérgicas facciones rectilíneas, una expresión de encubierta sagacidad, de astucia salvaje, más propia de un piel roja que de un europeo. Por lo que hace al tercer cazador, sorprendióse el jinete al notar que era un sacerdote. ¿En qué se le conocía? No ciertamente en la tonsura, borrada por una selva de pelo gris y cerdoso, ni tampoco en la rasuración, pues los duros cañones de su azulada barba contarían un mes de antigüedad: menos aún en el alzacuello, que no traía, ni en la ropa, que era semejante a la de sus compañeros de caza, con el aditamento de unas botas de montar de charol de vaca, muy descascaradas y cortadas por las arrugas. Y no obstante, trascendía a clérigo, revelándose el sello formidable de la ordenación, que ni aun las llamas del infierno consiguen cancelar, en no sé qué expresión de la fisonomía, en el aire y posturas del cuerpo, en el mirar, en el andar, en todo. No cabía duda: era un sacerdote. (Cap. I).
La descripción de los tres personajes parece en un primer momento un ejemplo de objetividad descriptiva. El narrador se dedica a enumerar con detalle rasgos de la fisonomía y elementos de la vestimenta de los personajes, pero, si nos fijamos, veremos que, en realidad, toda la descripción está hecha desde el punto de vista del personaje de don Julián y que, por tanto, no es objetiva.
En el párrafo anterior don Julián se ha quedado «frío de espanto» al oír muy cerca de él dos tiros, que él atribuye a forajidos. La aparición de unos perros perdigueros y de tres personajes con evidente aspecto de cazadores lo tranquiliza. La descripción de los tres personajes es el relato de lo que el curita, primero asustado y después más sereno, está viendo.
Del primero de los personajes que aparecen ante sus ojos nos dice que «representaba veintiocho años», postura propia de un observador que reproduce lo que ve. No dice que tiene veintiocho años, sino que se limita a decir lo que vería alguien que observase la escena.
La estatura, la barba poblada y la anchura del pecho le permiten clasificarlo entre los de «complexión robusta», cualidad importante a la hora de describir un personaje, porque según las teorías científicas de la época, la complexión física va acompañada de determinados rasgos de carácter. La complexión robusta de Don Pedro será —para la autora— la base fisiológica de sus reacciones violentas y de sus dificultades para ser casto. Recordemos que a Julián le ayuda a ser casto su naturaleza linfático-nerviosa, que, así mismo, le priva de valor espontáneo.
La piel quemada del cuello y de la cara es indicio de persona que se mueve mucho al aire libre. Pero la blancura de la frente —habitualmente cubierta por el sombrero— y del pecho —que se ve porque va «despechugado», con la camisa abierta— indican que se trata de una persona de calidad, de un señorito, y no de un trabajador cuya piel suele estar quemada por el sol también en esas partes.
Las polainas de cuero con hebillas, el morral y la escopeta moderna indican también que se trata de una persona pudiente. Y que el morral esté repleto es indicio de ser un buen cazador.
Del segundo dice que «parecía» (no dice «era») de edad madura y baja condición, criado o colono. Su vestimenta se describe de modo negativo, comparándola a la del anterior: polainas sin hebillas, un saco por morral, una escopeta viejísima y mal cuidada. Pero se fija en su rostro, destacando las facciones enérgicas y la expresión, que describe con cuidado y que es la clave de la personalidad del personaje: «encubierta sagacidad» y «astucia salvaje». Primitivo, pues tal es el personaje, es listo, pero lo disimula para poder manipular más fácilmente a todo el mundo; y su salvajismo no tiene que ver con la ingenuidad o inocencia del buen salvaje de Rousseau, sino que se refiere a la astucia del animal salvaje para ocultarse y saltar sobre su desprevenida presa. La comparación con un piel roja es negativa y hay que entenderla en el contexto de la época, en la que los indios americanos se veían como seres violentos y crueles que mataban a los abnegados colonos que llevaban la civilización a sus tierras (y no como un pueblo que se defendía de una invasión que destruía su secular modo de vida).
La descripción del tercer personaje nos plantea más problemas. Dice el narrador que se sorprendió el jinete al notar que era un sacerdote. Y se pregunta en qué se le notaba. Ningún rasgo de su persona ni de su ropa permitiría adivinarlo porque no se le ve la tonsura, lleva una barba descuidada, no lleva alzacuello y su vestimenta es semejante a la de sus dos compañeros. Pese a ello, dice el narrador «trascendía a clérigo», es decir, olía a cura. Hay en él algo, en su manera de andar, de mirar, en su aire, en sus posturas que revelan «el sello formidable de la ordenación, que ni aún las llamas del infierno consiguen cancelar»…
¿A quién pertenece tan arriesgada afirmación? ¿Quién estuvo en el infierno para poder asegurar que aun allí se reconoce a un sacerdote?
Se trata de una hipérbole que lo único que demuestra es el profundo convencimiento de quien la dice. Si alguien asegura que a un sacerdote se le reconoce incluso en los ambientes más depravados, se puede pensar que su afirmación es fruto de la experiencia, que ha visto a algún cura en lugar impropio de su condición y que aún allí lo ha reconocido. Pero la referencia al infierno nos sitúa en el ámbito de la pura subjetividad. Esa aseveración sólo prueba la creencia de quien la hace en el sello indeleble que deja un sacramento como el del sacerdocio.
Ahora tenemos que preguntarnos: ¿Quién lo cree así: don Julián o doña Emilia?
Algún crítico ha interpretado este pasaje como un ejemplo de la pervivencia de rasgos espirituales dentro de la animalización general de los personajes, es decir, como un rasgo contrario al naturalismo: al sacerdote, pese a su incuria, a su aspecto desaseado, se le sigue notando algo que es espiritual, el sello del sacramento. Es decir, el espíritu se sobrepone a la influencia del ambiente.
Nosotros lo que podemos decir desde un punto de vista puramente técnico es que quien afirma rotundamente su creencia en el sello indeleble del sacerdocio es el personaje, es don Julián. Él es el que dice esa frase final. A lo largo de esta descripción del tercer personaje se ha producido un cambio desde la voz de un narrador, que cuenta desde la perspectiva de un personaje, a la voz del propio personaje, que se expresa en estilo indirecto libre en la frase final: «No cabía duda: era un sacerdote».
La autora consigue reproducir el curso de los pensamientos del personaje sin violentar el hilo narrativo. Veamos como ha sido el proceso: Don Julián ve al tercer cazador y, espontáneamente, sin reflexionar, piensa que es un sacerdote, pero se sorprende porque nada en su aspecto exterior lo da a entender. Vuelve a mirar al personaje para encontrar los motivos que lo han llevado a pensar que es un sacerdote. Repasa con la vista la cabeza y no puede distinguir la tonsura a causa de los pelos crecidos y descuidados; mira su cara y la ve cubierta por una barba de varios días. Sigue bajando la mirada y ve que no lleva alzacuello. Sigue mirando hacia abajo, hasta llegar a las botas y nada en su vestido revela al cura. Y sin embargo, don Julián sigue pensando que es cura, porque algo en su aspecto, en sus maneras, en su aire se lo hace creer. Y como él cree que el sacerdocio imprime carácter decide que es esa gracia sacramental la que permanece en el desaseado personaje y permite que se le reconozca como sacerdote. Y entonces dice para sí: No cabe duda, es un sacerdote. O lo que es lo mismo, en estilo indirecto libre: «No cabía duda: era un sacerdote».
La frase final «No cabía duda: era un sacerdote», expresa la conclusión a que ha llegado en su proceso mental. El uso del imperfecto «no cabía», en vez del presente: «no cabe duda», tampoco nos deja dudas a nosotros de que se trata de un estilo indirecto libre, de aquel «subterráneo hablar de una conciencia» al que Clarín se refería para describir el procedimiento. Técnicamente nos encontramos, pues, con un procedimiento de estirpe naturalista que la autora admira en Zola: hemos visto «pensar» al personaje…
¿Al personaje?… Hay algo aquí que no encaja bien. En Zola la utilización del estilo indirecto libre no interfiere con la pretendida objetividad narrativa; al contrario, es un medio para dar a conocer el personaje sin necesidad de que aparezca el narrador y lo explique. Sin embargo, yo me atrevería a decir que en el caso que estamos viendo se ha producido una manipulación del personaje por parte del autor, una interferencia. Es decir, los pensamientos que nos son transcritos en estilo indirecto libre no revelan tanto las ideas del personaje como las de la propia autora.
Recordemos que Julián es un cura recién salido del Seminario, refinado, casi afeminado, criado entre mujeres y parecido a ellas en sus gustos y costumbres, sin ninguna experiencia, además, del mundo campesino y aldeano, ¿cómo va a reconocer a un sacerdote en aquel cazador de aspecto rudo, desaseado, montaraz y semisalvaje? Lo lógico, lo que encajaría con la psicología del personaje, es que no reconociera en él a un sacerdote y que, al enterarse de que lo es, se sorprendiera, como va a sorprenderse de tantos aspectos de la vida en los pazos. Si sucede de otro modo es porque doña Emilia cree —y quiere convencer a sus lectores de ello— que el sacerdocio imprime carácter y a un cura se le ha de notar siempre que lo es, hasta en el infierno.
Un poco más adelante, en el mismo capítulo, la autora calificará a don Julián de «curita barbilindo, con cara de niña», y añadirá que en él «sólo era sacerdotal la severidad del rubio entrecejo y la expresión ascética de las facciones». Es decir, también a don Julián, pese a su afeminamiento exterior, se le nota «el sello formidable de la ordenación».
Esa creencia de Pardo Bazán la lleva a violentar la coherencia interna del personaje, cosa no frecuente en ella. Lo normal, lo que sería verosímil y esperable es que la sorpresa de don Julián llegase más tarde, cuando se entera de que aquel individuo de aspecto montaraz y desaseado es el abad de Ulloa.
No podemos, por tanto, hablar de objetividad narrativa en este pasaje de la novela, que primero describe desde la óptica del personaje y después deja entrever la ideología de la autora.
Con todo, la imagen de los tres personajes, vista a través de ese curita que llega a los Pazos, va a ser la que el lector conserve. Don Pedro aparece como un hombre rudo, un poco desaliñado, pero físicamente atractivo; Primitivo como un ser peligroso, y el abad como un bárbaro. Tres personajes que nada tienen que ver con el tímido y refinado don Julián, que, enfrentado a ellos, llevará siempre las de perder, como se irá viendo a lo largo de la novela.