Capítulo VIII - A la feria
A la señora Lynton le pareció una buena idea que los tres se fueran de excursión en bicicleta. Así, por un día, la casa quedaría tranquila, y tío Roberto podrá trabajar a sus anchas.
–¿Dónde está Chatín? –les dijo–. Vuestro tío le ha estado buscando por todas partes. ¿Es que le ha hecho enfadar?
–No lo creo –repuso Roger–. Me parece que podríamos llevarnos huevos duros y pan con tomate. Supongo que no habrá quedado ninguna tarta de mermelada de las de ayer, ¿verdad?
–Son muchas suposiciones –dijo su madre–. Supongamos que vas a preguntárselo a la cocinera... Da la casualidad de que está muy contenta contigo porque ayer te tomaste la molestia de ir a buscar el pescado, de manera que no dudo de que acogerá favorablemente todas tus suposiciones.
Y así fue. La cocinera les preparó de buen grado huevos duros, puso sal y pimienta en un pedazo de papel, hizo cerca de una docena de bocadillos de tomate y lechuga, agregando pan y mantequilla para acompañar los huevos, nueve tartas de mermelada y enormes rebanadas de pastel de jengibre.
–¡Oh, vaya! ¿De veras podemos llevarnos todo eso? –exclamó Roger–. Si lo hizo ayer... está lleno de pedacitos de jengibre y cerezas confitadas. Es un pastel delicioso.
Tío Roberto apareció en la puerta.
–¡Oh! Me pareció oíros. ¿Habéis visto a Chatín?
Roger volvióse a la cocinera para preguntarle a su vez:
–¿Ha visto usted a Chatín?
La cocinera meneó la cabeza.
–No se ha acercado por la cocina en toda la mañana –dijo–. Y eso no suele ocurrir. Nunca vi un niño que viniera tan a menudo a ver lo que puede comer. No, ni a su perro tampoco.
–Es extraño que no logre encontrarle –dijo tío Roberto, irritado–. Siempre aparece cuando no se le necesita y en cambio, ahora que quiero verle... Ahora espero una visita dentro de pocos minutos.
Y se marchó. Diana le guiñó un ojo o su hermano.
–¿Has oído? Espera una visita... de manera que podremos marcharnos tranquilamente con Chatín. Cojamos unas botellas de Coca-Cola y así lo tendremos todo listo.
A los cinco minutos ya habían dispuesto la comida en dos paquetes grandes. Roger y Diana llevaron los bocadillos y las bebidas a donde estaban sus bicicletas.
–Voy a llegarme a la sala para ver si ha llegado ya la persona que esperaba tío Roberto –dijo el niño, que no tardó en regresar.
–Sí, está con él. Vamos, saca las “bicis”. Yo llevaré la de Chatín. ¡De prisa!
Se apresuraron a colocar la comida en las cestas de sus bicicletas y sujetaron un cajón rectangular sobre el guardabarros posterior de la de su primo, en cuyo interior pusieron un pedazo de alfombra. Era para cuando “Ciclón” se cansara de correr tras ellos. Estaba acostumbrado a viajar de aquella manera.
Llevaron las bicicletas hasta la glorieta, y “Ciclón” salió a su encuentro loco de contento y ladrando desaforadamente. ¡Las “bicis” significaban un largo paseo! No habría tiempo para buscar madrigueras..., pero era un paseo largo, largo.
Chatín se asomó al oír los timbres de las bicicletas anunciándole que no había peligro.
–¿Lo tenéis todo? ¡Oh, estupendo! –dijo–. –¿Dónde está tío Roberto?
–Tiene visita –replicó Diana–. En las cestas llevamos el almuerzo y Coca-Cola. También hemos colocado en tu “bici” el cajón del perro. Vámonos ahora que hay vía libre.
Y allá se fueron por el camino, pasando por delante de la ventana de la sala. Tío Roberto, al verles, miró a Chatín exasperado.
–¡Ahí está! ¡Ya me imaginaba que aparecería cuando no pudiera hablar con él!
“Ciclón” corría junto a la bicicleta de Chatín con su roja lengua fuera y sintiéndose plenamente feliz. Los niños nunca iban demasiado de prisa para que él pudiera seguirles, y si se cansaba su amo sería el primero en notarlo y subirle al cajón donde viajaba como un lord en su carroza. ¡Cómo miraría entonces a los demás perros por encima de su largo y negro hocico!
–Comeremos en la feria por allí cerca –dijo Roger–. Así tendremos más tiempo para observar a todo el mundo desde el mismo recinto de la feria.
–¿Lleváis dinero? –preguntó Chatín, rebuscando en sus bolsillos–. Me gustan las ferias. Montaré en las montañas rusas, en el tiovivo y en los columpios. La última vez conseguí meter una argolla en uno de los palos.
–Tengo todavía mucho dinero de las vacaciones –dijo Roger–. Y Diana también... aún más que yo. Lo pasaremos en grande.
–También podemos comprar helados –dijo la niña–. Acuérdate de que “Ciclón” no debe subir a las montañas rusas, Chatín. La última vez se mareó de mala manera y nos dio un mal rato.
–Sí. Desperdició una espléndida comida –dijo Chatín–. ¿No es cierto, “Ciclón”? ¿Vamos demasiado aprisa?
“Ciclón” estaba demasiado falto de aliento para contestar con un ladrido, pero no parecía cansado y sus patas negras y sedosas movíanse sin cesar, mientras sacudía sus largos orejas con el trote de la carrera.
Hicieron alto para sentarle en el cajón cuando llevaban recorridos unos tres kilómetros... que era la distancia máxima que “Ciclón” era capaz de cubrir corriendo. Sentóse en el cajón jadeante, con una lengua casi tan larga como sus orejas.
–Ahora agárrate bien, “Ciclón” –le dijo su amo volviendo a montar–. ¡Vamos allá!
El perro sabía conservar el equilibrio a la perfección, y disfrutaba enormemente del paseo... ¡Chatín no tanto, porque el perro pesaba lo suyo! No obstante siempre era preferible aquello a tener que dejarle en casa.
Por fin llegaron a Ricklesham y echaron un vistazo a la casa donde habían robado los papeles. Había un policía de guardia ante la verja, cosa que impresionó muchísimo a los tres niños, que se apearon de sus bicicletas para acercarse a la entrada.
–No puede pasar nadie sin un permiso –dijo el policía–. ¡Ni siquiera un perro!
Los niños sonrieron.
–¿Saben ya quién fue el ladrón? –preguntó con respeto Roger.
–No tenemos la menor pista –repuso el policía–. ¿Es que vosotros también le buscáis?
Los niños se alejaron riendo.
–¡Qué poco se imagina que nosotros también le buscamos... más o menos! –exclamó Diana–. Ahora preguntemos dónde está la feria.
Se lo preguntaron a una mujer.
–Está en el campo de Longlands, al otro lado del bosque –les dijo indicándoselo.
Le dieron las gracias y continuaron la marcha. “Ciclón” iba sentado en la bicicleta debido al tráfico. Rodearon el bosque y salieron al campo abierto... ¡y allí plantada estaba la feria!
–¡Hemos llegado! –gritó Roger, deteniéndose y apoyándose contra la empalizada–. Me parece muy bonita... y grande.
Veíanse tiendas redondas y rectangulares con banderas ondeando al viento, y por todo el campo carromatos de todas formas y colores. Había varios caballos paciendo por allí cerca, y en el extremo más alejado y atados a un árbol, dos elefantes enormes.
El tiovivo no funcionaba. Permanecía inmóvil, alegre, pero silencioso, con sus animales de madera: leones, tigres, jirafas, cisnes, gatos, perros, osos y otros parecidos a chimpancés. También había columpios pero nadie montaba en ellos.
–Supongo que debe ser hora de comer –exclamó Roger mirando su reloj–. Sí. Son la una menos cuarto. Espero que esta tarde funcionarán todas las atracciones.
–Ahí hay una barraca de tiro al blanco –dijo Chatín–. Después tiraremos. Lo hice bastante bien la última vez que estuve en una feria.
–Bueno, entonces dime dónde vas a apuntar para irme a un kilómetro de distancia –repuso Diana–. Vaya... qué grande es esta feria... cuántos tenderetes, casetas y cosas... Y no hay nadie que tenga el menor aspecto de anti...
–Cállate –le dijo su hermano–. Las vallas y empalizadas tienen oídos igual que las paredes. Vamos... entremos a preguntar, si podemos comer en el campo. Diremos que después pensamos hacer gasto en la feria.
Pasaron la empalizada y un muchacho de cabellos alborotados les gritó:
–Eh, vosotros... no se puede entrar hasta las dos muy dadas.
–Vamos a pasar toda la tarde en la feria –le contestó Roger–. Y ahora sólo queríamos comer por aquí. ¿No te importa?
–Está bien –gritó el muchacho, que tenía un aspecto muy curioso con sus cabellos rubios, las orejas muy despegadas de la cabeza y su amplia sonrisa. Era muy pequeño, más bajo incluso que Chatín, y, sin embargo, parecía tener unos quince años.
–Me gustaría saber qué es lo que hace en la feria –dijo Roger mientras sacaba de la bicicleta los paquetes de la comida–. Diana, tú llevas las bebidas. Las galletas de “Ciclón” están en tu cesta, Chatín. Será mejor que no le permitas alejarse o le devorarán ese par de perros que hay ahí.
“Ciclón” no pensaba alejarse si es que iba a comer, y tampoco le agradaba aquel par de canes de aspecto famélico que estaban sentados a cierta distancia vigilando. Les gruñó, sólo para que supieran quién era, consiguiendo que se alejasen de allí.
Fue una comida excelente. Los huevos duros estaban buenísimos, igual que los bocadillos. “Ciclón” sólo comió un par porque los niños tenían mucho apetito... ni tampoco tarta de mermelada, ni pastel, pero consiguió que Diana le diera dos grandes pedazos de pan, bien untados con mantequilla.
–¿Qué hora es? ¿Son ya las dos? –preguntó Chatín–. Veo que se va acercando gente por la empalizada. Supongo que el tiovivo no tardará en funcionar.
Los feriantes también entraban eh movimiento, y se abrían algunas tiendas. Un hombre se acercó a los columpios con aire indolente y empezó a balancearse, y el muchacho de los cabellos alborotados fue a la barraca de tiro al blanco y empezó a preparar las escopetas silbando desatinadamente.
Un elefante barritó asustando a “Ciclón”. Los feriantes salían de los carromatos para dirigirse a diversas tiendas. ¡La feria empezaba a funcionar!
Los niños lo recogieron todo. Incluso Chatín era cuidadoso en eso. Ni un pedacito de papel quedaba sobre la hierba cuando terminaban de comer. “Ciclón” se encargó de recoger las migajas.
–¡Mirad!... ¿Qué es eso que viene ahí? –exclamó Diana de pronto–. Caramba... si es un mono... vestido, ¿verdad? ¡Oh, qué monada! Se acerca a nosotros. Se parece mucho a “Miranda”... ¿no?
El animalito iba derecho hacia ellos y de un salto se subió al hombro de Chatín, susurrando excitado en su oído y tirándole del pelo, mientras los otros le observaban con suma atención.
–Roger... Roger... es “Miranda”, ¡lo sé! –exclamó Diana de pronto, y al oír su nombre la monita saltó al hombro de la niña, rodeando su cabello con su bracito... ¡como hacía siempre “Miranda”!
–¡Bueno, si “Miranda” está aquí, también estará Nabé! –exclamó Chatín–. Vamos a buscarlo. ¡Imaginaros... veremos a Nabé!