Carmen. Carmen siempre quiso ser directora creativa de una agencia de publicidad. Siempre… hasta que fue madre. Nadie supo en qué momento la Carmen profesional se doblegó a la Carmen madre, pero lo triste es que tuviera que hacerlo. No me malentendáis. Sé lo que significa ser madre y nada puede igualarse a esa sensación que, siempre, compensa. Es sólo que una se para a pensar y llega a la conclusión de que por culpa de la conciliación nula en nuestro mercado laboral, el mundo de la publicidad se ha perdido a alguien como Carmen. Cuando hablamos del tema ella le quita importancia. “Soy feliz como estoy”, dice. Y sé que lo dice de una forma completamente sincera. Carmen no se ha dicho nunca demasiadas mentiras a sí misma. Desde el momento que aceptó su segundo embarazo, ha trabajado duro para construir su propio mundo para ser feliz. Es feliz en su trabajo en las horas en las que está allí, pero cuando el reloj da las dos, se le cae el ratón del ordenador de la mano y se va a casa a disfrutar de su otra vida.Su segunda hija, Ana, nació un miércoles a las tres de la tarde y fue uno de los bebés más bonitos que he visto en mi vida. La apodamos “la manzanita”, porque nació sonrosadita como una fruta madura. Como la pareja joven que eran, Borja y Carmen se dedicaron a disfrutar de sus dos niños con pasión… tanta pasión que, aunque los dos pusieron medios, Carmen (que debe ser la mujer más fértil sobre la faz de la tierra) se quedó embarazada de nuevo cuando Anita tenía año y medio. Y nació Eva; la tercera. Cuando fuimos a verla al hospital anunció que Borja se haría una vasectomía en breve pero tuvieron que retrasarlo por una cuestión de agenda y… aún les dio tiempo para concebir al cuarto, Jaime. Siempre que voy de visita me quedo completamente fascinada con el orden con el que han gestionado la crianza de sus cuatro hijos. Cuatro, ¿eh? Que es fuerte. Carmen dice que la hora del baño es como una cadena de montaje de automóviles.–Paso de uno a otro sin saber ni siquiera el que tengo entre las manos. – nos comenta con una sonrisa. – Niño, niña, ¿qué más da? ¡Tráeme otro, Borja, que estoy en racha!!Pero miente. Es una madraza espectacular. He aprendido mucho de cómo lo ha hecho con sus niños. Nunca los ha tratado a todos por igual porque opina que cada uno tiene un carácter diferente y unas necesidades propias. Y son los niños más educados, encantadores y cariñosos que he conocido nunca, a pesar de que ella se queje porque nunca se les ocurre una buena. Y Carmen sigue siendo una persona inteligente, independiente y sensata que no ha olvidado cómo hablar de cosas ajenas a sus hijos. Borja se ha cortado la coleta y se ha retirado del ruedo. Dice que cree haber hecho suficiente ya por la continuidad de la raza humana y todas le damos la razón. Cuando no está lo llamamos “torero” y jaleamos a Carmen diciéndole que se casó con un miura. Ella se descojona y con la boquita pequeña nos da la razón y siempre sazona la respuesta con alguna anécdota. Sí, Borja, anécdotas como la del día que dejasteis a los niños con tu madre con la excusa de “salir a cenar” y ni siquiera llegasteis al restaurante. Está muy bien eso del ascensor, sí señor.Y cuando la veo sentada en el suelo, jugando con sus cuatro hijos, sonrío con una ternura indecible. Esos niños aún no lo saben, pero cuando sean mayores se darán cuenta de que tuvieron la suerte de tener como madre a una de las mejores personas que conozco. Y cariñosa. Mi Carmen; la que siempre me dijo todo aquello que yo necesitaba saber, aunque escociera.Cuando siento nostalgia, sigo llamándola y es su voz la que siempre me reconforta y la que me recuerda, sin tener que nombrarlo, que tomé la decisión adecuada. De otra manera, mi estabilidad emocional siempre habría pendido de un hilo.