Todo lo que dice don Carlos Romeral es bueno. Para mí, siempre resulta algo bueno. Es asombroso. Cualquiera diría que adivina lo que me hace feliz. Hoy, al poco rato de llegar, contó que ese tal Jorge se ha ido al campo, a trabajar en un fundo. Allá se debía quedar, el muy intruso, para siempre. Cada día estoy más seguro de que don Carlos me quiere como si fuera su hijo. Y qué más quisiera yo que ser hijo suyo. Como no alcancé a conocer a mi papá... Se murió cuando yo todavía no había nacido. No sé si Pedro había nacido ya; pero creo que no, porque una vez le oí decir a mi abuela que con la pena de la muerte de mi papá, llegó Pedro antes de tiempo. Sí, eso es; me acuerdo porque me he quedado pensando que qué tendrá que ver una cosa con otra... La cuestión es que don Carlos es como mi padre, y me regala trajes, y antes me sacaba a pasear. Hace tiempo que no me saca. Dicen que a su señora le molestaba muchísimo eso. Una noche hablaban de eso mi mamá y mi abuela. Mi mamá lloraba mucho y mi abuela echaba chispas, Algo grave debe haber pasado esa noche. Mi abuela me pegó por haberme ido a meter adonde ellas. ¿Cómo iba yo a adivinar que no debía ir? Pero mi mamá se molestó mucho porque mi abuela me había pegado, y me tomó en brazos y me besó y me decía:

—¡Pobre angelito. Qué culpa tendrás tú de nada! —¡Claro, qué culpa tenía yo! Y es que mi abuela me tiene odio. A mí, ¿qué? Soy el preferido de mi mamá y sólo a mí me quiere don Carlos...