Capítulo 10
EL MAESTRO SOLAR
—Este planeta es la Tierra —dije, algo desilusionado, porque tras las ventanas apareció nuestro mundo. Al menos eso creí. Vinka me sacó del error:
—Es Kía. Allá está Lubinia. Es un desierto.
Fue justamente esa costa desértica la que me confundió. Pensé que se trataba de la costa norte de África, pero luego, al ver dos enormes islas ecuatoriales inexistentes en la Tierra, comprendí que estaba en otro mundo.
Después de mi viaje con Ami pude estudiar bastante geografía. Eso me permitió captar las diferencias, pero lo demás, el color del mar, las abundantes nubes blancas, las selvas y desiertos, parecían absolutamente terrestres.
—¡Qué desilusión! —dije, un poco en broma—. Yo esperaba encontrar un planeta con mares rojos o amarillos; con selvas azules o naranja, en fin…
—Mundos de evolución semejante son parecidos en casi todo. Las mismas leyes originan las mismas cosas —explicó Ami.
—Pero sólo parecidos, Pedrito —dijo Vinka—. Ya verás.
—El objetivo de nuestra visita a Kía es el de encontrar a una persona que puede decirles cómo se obtiene amor. La buscaremos en la pantalla… Hummm. Su código es éste. Aquí está. Vengan a ver.
Aparecía un hombre bastante mayor sentado en una rústica silla mecedora, bajo un alero curvo, en una casa de campo muy antigua y pobre. Se mecía plácidamente, mientras con una pipa en la boca, contemplaba el paisaje que se extendía frente a su vista: un hermoso valle tapizado de muchos matices de verde. La casa se encontraba en las laderas de unas colinas solitarias.
Algunas diferencias indicaban que aquello no era la Tierra. En primer lugar, el hombre tenía el cabello color rosado, aunque más bien cano ya. También su barba era del mismo color. Debido al abundante y desordenado cabello no pude ver sus orejas, pero supuse que serían puntudas como las de Vinka. Vestía un manto color gris. Me recordó a los antiguos profetas. A su lado un «perro» dormitaba… Si es que se puede llamar así a un montón de lana con cuello de avestruz y cara de gato… Sobre una rama de un pequeño arbusto habla una pareja de… No supe. Parecían lagartos parados en dos patas, con plumas de canario.
… La casa se encontraba en las laderas de unas colinas solitarias…
—Esto no es la Tierra —reconocí.
Por allí revoloteaban numerosos animales del tamaño de un aguilucho, con piel como de pez o reptil, alas grandes, redondeadas, cola como de manta raya y dos patas muy largas. Esos animales eran capaces de sumergirse en las aguas de una gran laguna cercana, caminar sobre tierra con las dos patas, y volar como aves. Algunos reposaban en las ramas de los árboles cercanos. Lo más impresionante era su rostro humanoide.
—Tienen bichos muy extraños por aquí…
Vinka se sorprendió.
—¿Extraños? ¿Y qué me dices de los de tu mundo?
—No me parece que ninguno lo sea…
—¡¿No?! ¿Y esos terroríficos «hombrecitos con alas»?
—¿Cuáles «hombrecitos con alas»? Allá, lo más parecido a seres humanos son los monos, pero no tienen alas. Los que vuelan tienen plumas.
—Pero los «hombrecitos con alas» tienen pelo, y no plumas…
—Entonces no vuelan. Ningún animal con pelos es capaz de volar…
—Pero esos demonios si vuelan, con pelos y todo. ¡Son horripilantes! ¡Sus rostros son de verdaderos monstruos espantosos!
—¿Estás segura de que te refieres a algún animal de la Tierra? Allá no hay nada como eso… afortunadamente.
Ami se regocijaba calladito con nuestro diálogo…
—Y por si fuera poco, se alimentan de sangre.
—¿De qué estás hablando, Vinka?
En esos momentos no fui capaz de recordar a ningún animal como el que ella estaba describiendo. Ami intervino:
—Se refiere a los vampiros.
—Y si todavía no basta, Ami dice que vuelan en la oscuridad absoluta, que tienen un radar, que pueden pasar por entre las aspas de un ventilador en movimiento, sin hacerse daño. ¿Eso no es extraño?
Encontré que Vinka tenía razón, pero yo jamás había pensado en ello.
Ami apagó la pantalla. Descendíamos lentamente hacia el planeta Kía.
—Lo increíble y maravilloso está siempre frente a nuestros ojos, pero estamos tan habituados, que no nos damos cuenta… Bien. Vamos a conversar con ese hombre. Tiene algo que enseñarles.
Vinka suspiró con esperanza.
—Debe ser un sabio…
—¿Sabio ese viejo montañés? ¡Qué va! Ha comprendido algunas cosas, otras no las tiene claras. Es un hombre común y corriente.
La desilusión modificó el rostro de la niña.
—Pienso que para que alguien pueda enseñarme, esa persona debería tener un nivel evolutivo muy superior al mío.
Ami sonrió.
—La típica arrogancia de los incivilizados. Bueno, veré si es posible que el Maestro del Comandante te admita como su discípula…
Vinka se sonrojó, pero intentó arreglar la situación:
—Fue una forma de expresarme… Como tú dijiste que él no tiene claras algunas cosas, pensé que no podría enseñarme bien…
—Vinka, Pedrito, el sistema universal de enseñanza está diseñado de manera que sea gradual. Quien está en un escalón puede ayudar a subir al que se encuentra inmediatamente más abajo, y, a la vez, puede ser ayudado por el de inmediatamente más arriba. Hay quienes tienen bajo nivel, pero exigen un Maestro de las dimensiones del Comandante, o más todavía: pretenden a Dios en persona, y desprecian a quienes se encuentran uno o más escalones más arriba que ellos.
—Tienes razón, Ami, pero Vinka también tiene razón al pensar que un gula no muy superior ignora demasiadas cosas.
—Ignora las cosas del escalón de más arriba, pero eso no es asunto de quienes se encuentren más abajo que ese guía. A ellos debe bastarles con asimilar bien lo que el de más arribita les enseña. Si un alumno no sabe todavía sumar y restar, no debe importarle que su profesor no conozca las altas matemáticas.
Esta vez no quedó ninguna duda en nosotros.
—Este amigo sabe algo que ustedes ignoran: sabe cómo se obtiene amor. Aprendan primero eso. Luego, cuando tengan el nivel del Comandante, podrán tener un Maestro como el suyo.
—¿Quién es ese Maestro, Ami?
—Es el alma más evolucionada del sistema solar en el cual está la Tierra. Es uno de los seres solares de los que les hablé en el viaje anterior.
—Pero ¿cómo se llama?
—Pedrito, hay que tener mucho cuidado con los nombres, porque confunden a muchos. Un Maestro puede ser muy venerado en una región, pero en otros lugares pueden venerar a otro. Eso produce conflictos religiosos, y lo que buscamos es la paz y la unidad, ¿verdad?
—Si, pero alguno debe ser el verdadero…
—Todos son verdaderos.
—Bueno, de acuerdo, pero alguno debe ser el más grande…
—Todos los rayos de sol son luminosos; iluminan la oscuridad, y provienen de la misma fuente: el sol.
Comprendí la comparación, pero no quedé contento. Yo quería ganar, quería que Ami mencionara el nombre de mi Maestro, poniéndolo por sobre todos los demás, pero él me sacó del error.
—Ese gran Ser es el rector de la espiritualidad para tu mundo. De vez en cuando un hombre es iluminado por su sabiduría, entonces ese hombre se transforma en un gran Maestro, porque transmite las enseñanzas del Espíritu Solar. Así nace una religión. Pasan los milenio, la humanidad ha evolucionado un poco. Es el momento de entregar otra lección. Entonces, otro hombre es iluminado por el mismo Espíritu. Así aparece otro Maestro y otra religión, pero es el mismo Espíritu el que inspira todas las religiones. Pasa un milenio, otro milenio, y nuevamente un hombre es escogido para transmitir una lección, de acuerdo a la evolución y a la necesidad de la humanidad. Así nace otro Maestro y otra religión. Los hombres se confunden con los nombres. Llegan a tener guerras religiosas, sin comprender que con esa actitud hieren a ese gran Espíritu que es todo amor, y que por amor les envía Maestros a iluminarles el camino.
—No sabía eso, Ami. Entonces, ¿cómo se llama ese Espíritu?
—Nombres, nombres. Ese es el problema: los nombres, las etiquetas, pero en las cosas del espíritu no hay cédulas de identidad. Los límites y separaciones van desapareciendo. Son los hombres quienes dividen, parcelan, encasillan, ponen límites y fronteras, pero cuando hay amor en el corazón se comprende que todo el universo es una gran unidad…
—Pero algún nombre debe tener ese Maestro…
Ami no pudo contener la risa.
—Está bien, quieres un nombre, entonces le diremos el Maestro Solar.
—Ahora comprendo mejor. Entonces el Maestro Solar es quien inspira a todos los grandes Maestros.
—Así es, Pedrito. Mientras esto no quede bien claro, no se puede pensar en paz en la Tierra. La división por religiones es tanto o más peligrosa que la división por fronteras o ideas. Si no se tiene claro que el sentido de la religión es practicar el amor, no se saca nada compitiendo por religiones o nombres de Maestros. Todos ellos nos impulsaron a actuar con bondad, honestidad, paz. En fin. Con amor.
—¿Tiene forma humana el Maestro Solar?
—Sí, porque no es Dios, aunque actúa según la Voluntad de Él. Más alto está el rector de la espiritualidad para toda la galaxia. Por sobre éste se encuentra el espíritu que rige todas las galaxias de este universo.
—¿Dios?
Ami simuló no haber escuchado.
—… Por sobre este último está el que rige la cuarta dimensión. Luego, el que dirige la quinta, y así sucesivamente.
—¿Y Dios?
Ami lo estaba situando cada vez más lejos.
—Él está siempre en tu corazón. Como te gustan los nombres, puedes Llamarle el Íntimo. Ahora vamos a descender.
—¿A descender con la nave a Kía, o a bajar nosotros de la nave? —pregunté esperanzado, porque yo jamás había salido a caminar por otro mundo.
—Haremos ambas cosas.
—¡Viva!
—Este es un mundo «hermano» con el tuyo. Nuestros ingenieros genéticos se han encargado de que existan los mismos gérmenes en ambos planetas. No hay peligro para ti ni para Kía.
En pocos segundos llegamos cerca de la cabaña. Una luz del tablero indicaba que éramos invisibles desde el exterior.
Mirando por la ventana comprobé que los animales intuyeron nuestra presencia, porque el «perro» se puso a ladr… emitió unos sonidos como aullidos, los «lagartos» se acurrucaron con temor, abrasándose mutuamente, y los animales voladores se sumergieron en la laguna.
El viejo levantó la pipa hacia nosotros, en forma de saludo, mientras sonreía.
—Es un antiguo amigo. Él sabe que cuando vengo estaciono la nave en este punto de su cielo.
—¿Cómo sabe que llegamos? Estamos invisibles…
—Por la reacción de los animales. Lo he visitado varias veces.
—¿En que país estamos? —preguntó Vinka.
—En Utna.
—Entonces no voy a poder comunicarme con ese señor. Aquí no se habla mi idioma…
Ami sonrió guiñándome un ojo.
—¿No te parece que nuestra amiguita es una tonta?
No supe a qué se refería.
—Dice que no podrá comprender al viejo…
—Tiene razón: no hablan el mismo idioma. Nos miró como si no creyera.
—Esto —dijo, apuntándose con el índice cerca de la sien.
Yo pensé que se refería a que estábamos locos. Como no reaccionamos, tuvo que venir hasta nosotros, sacamos los audífonos traductores y luego ponerlos frente a nuestra vista diciendo «esto», en dos idiomas. Sólo entonces comprendimos. Estallamos en risas a causa de nuestra torpeza, pero Ami permaneció serio. Fingiendo enojo, dijo:
—Estos necrófagos tienen muy pesado el entendimiento…
—¿Qué significa necrófagos? —preguntamos.
—Comedores de cadáver.
Vinka se sintió ofendida.
—Yo no como cadáver…
—Comes carne de animales muertos, ¿verdad?
—Ah. Eso. Sí, pero…
—Entonces eres necrófaga. Vamos.
Nos llevó al pequeño recinto de salida. Una luz encandilante apareció. Descendimos por el aire hasta llegar al suelo de Kía, el mundo que, al igual que la Tierra, no vivía de acuerdo a la Ley universal del Amor, y, por lo tanto, no era civilizado.