CAPÍTULO TRES

—¡Anakin! —Gritó Kitster mientras corría hacia la tienda de chatarra—. ¡Anakin!

Anakin estaba en la trastienda, sacando el conversor de energía de un viejo droide sonda. Bajó sus herramientas y se apresuró a ver a su amigo.

Pero antes de que Anakin siquiera llegara a la mitad, su dueño, Watto, voló hasta la puerta en un zumbido enfadado. Flotaba enfrente de Anakin, cortándole el paso, y apuntó un dedo enfadado a Kitster. Watto gritó en huttés.

—Te he advertido que no merodees por aquí. ¡No molestes a mis esclavos mientras trabajan!

—Pero, Amo Watto, —dijo Kitster, bajando sus ojos—, ¡es importante!

—¡Hah! —Escupió Watto—. Cosas de críos. ¡Nada es más importante que el trabajo!

—Las carreras de vainas lo son, —dijo Kitster—. Sebulba y Gasgano acaban de volar al espaciopuerto. Están cargando sus vainas ahora. Gasgano tiene nuevos motores, y he visto a los hombres de Sebulba colar una gran caja en el almacén. ¡Pensé que debería saberlo!

Watto arrugó su morro, entonces se rascó el mentón con los dedos mugrientos. Aleteó con sus alas y miró duramente a Anakin.

—¡Baaagh! Averigua lo que hay en esa caja, y vuelve aquí rápido. ¡Aún tengo mucho trabajo para que hagas!

—¡Mago! —Gritó Anakin—. Gracias, Amo Watto. —Anakin estaba feliz por salir de la tienda de chatarra, al menos por un momento.

Tiró de una túnica con capucha para escudarse de los rayos abrasadores, entonces corrió afuera con Kitster.

—No me gusta ese Watto, —le confesó Kitster una vez salieron de la puerta—. Te hace trabajar demasiado. Incluso un esclavo necesita divertirse un poco.

—No me importa, —dijo Anakin. Era cierto. Le gustaba trabajar en cosas, en arreglar cosas. Watto sólo hacía trabajar tanto a Anakin porque era bueno en ello.

Las calles estaban casi vacías. La mayoría de humanos y otras criaturas no podían aguantar los soles de medio día, así que corrían desde el refugio de un edificio refrigerado a otro. Sólo un par de eopies se agrupaban en las sombras de los edificios como paseaban los jawas. Anakin se enorgullecía del hecho de que pudiera soportar el calor mejor que otros humanos. Quizás era porque había estado en Tatooine tanto tiempo.

En prácticamente nada de tiempo alcanzaron el muelle de Mos Espa. Los edificios de piedra blanca brillaban a la luz del sol, dañando los ojos de Anakin.

Dentro del puerto, la sombra se sentía fría y lujosa. Kitster llevó a Anakin a las plataformas de amarre, a la Vaina de Gasgano. Anakin la escaneó rápidamente. Tenía un nuevo motor y un par de componentes habían sido reconstruidos.

—Au, no hay nada importante aquí, —dijo Anakin rápidamente.

—¿Estás seguro?

—Sí, —respondió Anakin. No era que hubiera inspeccionado la Vaina de carreras tan de cerca… simplemente podía percibir que no había nada nuevo.

Los chicos corrieron hacia el enorme carguero de Sebulba. La tripulación de Sebulba se arremolinaba fuera de la nave, mientras los droides descargaban pequeñas cajas.

Sebulba era la estrella del circuito de Carreras de Vainas. Siempre viajaba con una multitud de agentes, managers, abogados, guardaespaldas, y mecánicos. Tenía chefs para alimentarle y bailarinas twi’lek para masajearle antes de una carrera. Los esclavos llevaban su equipaje.

—¡Guay! —dijo Anakin mientras miraba al espectáculo. El carguero de Sebulba era tan grande que habría podido llevar tres Vainas de carreras.

Los espectadores se amontonaron alrededor de la nave… esclavos, competidores curiosos, y fans. Algunos guardias gamorreanos fornidos en armadura mantenían atrás a los mirones.

Anakin y Kitster expertamente se contonearon a través de la multitud hasta que estaban en el frente. Los amigos de Anakin ya estaba ahí: una joven llamada Amee, un rodiano llamado Wald, un bothano con largos bigotes llamado Dorn, y una delgada twi’lek llamada Pala.

Anakin trató de bordear tan cerca como podía de la nave. Un guardia de piel verde arrugó su morro de cerdo y resopló, haciéndole un gesto para que se mantuviera atrás. Él mostró sus dientes como colmillos a Anakin y le mostró una maza.

Mientras los gatos elevadores repulsores elevaban la Vaina de carreras de Sebulba de su muelle, Anakin alzó la mirada desde abajo. En una mirada podía decir que algo había cambiado en la Vaina de Sebulba. Podía sentirlo.

Sebulba hizo un gesto hacia la multitud y empezó a dar una vuelta, mientras su comitiva le seguía. Antes de que se fuera, mostró sus dientes a Anakin en una sonrisa amenazante.

—¿Preparado para perder otra carrera, sucio esclavo?

—No ante ti, —dijo Anakin.

Sebulba se rió y gritó a la tripulación que estaba bajando el vehículo.

—Vigila mi Vaina de carreras con cuidado. Algún joven ladrón puede robar algo. —Sebulba lanzó a Anakin una mirada sucia, entonces se rió de nuevo y se fue caminando.

Anakin luchó contra su rabia. ¡Nunca había robado nada en su vida!

Miró a la Vaina de carreras. Las vainas eran más que simples vehículos. Los enormes motores estaban acoplados en un chasis sólo lo suficientemente grande para el conductor. Todo el poder iba a mover al piloto sobre el suelo lo más rápido posible. Las máquinas no estaban construidas con sistemas de refuerzo o características de seguridad.

Anakin estudió la Vaina de Sebulba. Tenía los mismos motores que la última vez, y la misma carrocería. Anakin se percató de un peculiar brillo sobre el cromado.

—¡Guau, mirad eso! —Exclamó de repente Anakin—. Tiene nuevos estabilizadores Kuat 40-Zs. ¡Esas son cargas mucho mejores que nada que haya tenido!

Mientras Wald asentía ante esto, Pala no parecía reaccionar. Parecía estar conteniendo el aliento; parecía estar nerviosa.

Anakin se giró hacia ella. Los ojos amarillo oscuros de Pala parecían tan calientes como el flash de un bláster. Su boca estaba curvada hacia abajo en una fina línea, y sus colas de la cabeza gemelas estaban sacudiéndose hacia atrás y hacia delante, retorciéndose nerviosas. Su cara azul verdoso pálido parecía sonrojada.

—¿Qué pasa? —preguntó Anakin. Le cogió la mano, de repente preocupado.

—He sido vendida, —dijo Pala. Las noticias aturdieron a Anakin. Había sido su amiga tanto tiempo como podía recordar.

—¿Vendida? —Preguntó Kitster—. ¿Cómo ha sido eso? ¿Hiciste algo mal? —Gardulla la hutt era dueña de Kitster, y siempre estaba amenazando con venderlo a los mineros de brillestim si no progresaba. Amee, Wald, y Dorn se acercaron para escuchar.

Pala sacudió su cabeza diciendo que no.

—Si conozco a Pala, —dijo Dorn, sus largas cejas alzándose para enfatizar su punto—. Ha sido vendida por hacer algo bien.

—Pero… —objetó Kitster—, Madame Vansitt no puede venderla. ¡No es lo suficientemente mayor! No ha terminado su entrenamiento…

—Es más lista que la mayoría de seres, —señaló Anakin—. Mucho más lista. Probablemente no necesita más entrenamiento.

Pala dijo:

—Lord Tantos me compró. Quiere enseñarme para ser su asesina privada.

—¡Oh no! —dijo Amee. Wald tragó saliva. Un fuerte ruido se escapó de su garganta verde.

Anakin percibía el aire salir de sus pulmones. Estas eran malas noticias, lo peor que había escuchado en mucho tiempo. Lord Tantos tenía reputación de ser implacable.

Anakin, Kitster, y Pala habían sido amigos durante mucho tiempo. Gardulla la hutt había sido dueña de los tres una vez. Incluso aunque se habían separado, siempre habían vivido en Mos Espa. Siempre habían sido capaces de verse los unos a los otros. Ahora Pala se iría de Tatooine.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Kitster.

—¿Nosotros? —dijo Dorn sarcástico—. Nada, por supuesto. Si ella trata de huir, o trata de luchar, todo lo que Madame Vansitt tiene que hacer es presionar un botón, y ¡bang! —Los bigotes de la cara de Dorn y el pelo alrededor de sus orejas se alzaron de una vez, haciendo una buena imitación de una cabeza explotando.

Pala sacudió su cabeza. Dorn tenía razón. Todos los esclavos tenían bombas transmisoras ocultas bajo su piel. Si desobedecían a sus amos o trataban de escapar, significaría el fin de sus vidas.

Pala no era del tipo de huir de sus problemas, pero Anakin estaba preocupado por esto. Sabía que tendrían que trazar algún tipo de plan.

—Tienes miedo de Lord Tantos, ¿no es así?

Pala asintió.

Anakin quería hacer algo, para salvar a Pala si podía.

—¿Puedes mostrarme a Lord Tantos? —Preguntó Anakin. Si pudiera observarle un rato, podría pensar en algo.

Pala asintió.

Está en la Cantina de Derlag.

De algún modo Anakin había sospechado que Pala sabría exactamente dónde encontrar a su nuevo amo. Ella realmente sería una buena espía algún día.

—Quizás vaya a echar un vistazo, —dijo Anakin.

Se giró para irse, y Wald y Amee le siguieron. La multitud alrededor de los corredores se había despejado un poco. Pero entonces Anakin recordó algo.

—Oh no, —dijo él—. ¡Casi olvido echar un vistazo en la caja!

Kitster señaló con la cabeza hacia las grandes puertas azules que llevaban a los muelles de carga.

—Los droides se llevaron la caja allí dentro.

Las grandes puertas estaban cerradas, pero una pequeña puerta lateral aún estaba abierta. Aún así, atravesarla podría ser un problema.

Los guardias gamorreanos merodeaban alrededor, con aspecto mezquino. La tripulación de carga aún estaba tratando de alzar la Vaina de carreras de su amarre.

—Eh, no puedes ir ahí adentro, —advirtió Wald a Anakin.

—Seguro que puede, —ofreció Pala—. Yo lo meteré ahí, si tiene lo que hace falta.

* * *

Cinco minutos más tarde, Pala dio un grito que helaba la sangre.

—¡Aaaagh! ¡Ayuda! ¡Ayuda!

Anakin miró al otro lado de la plataforma de aterrizaje. Pala saltaba arriba y abajo. Las colas de su cabeza azotaban como serpientes mientras gritaba y saltaba sobre una pila de cajas. Amee, Wald, y Dorn empezaron a gritar, también.

Los guardias fornidos alzaron sus armas y fueron corriendo hacia los niños.

Aprovechando de la distracción, Anakin y Kitster corrieron a través de la pequeña puerta abierta y corrieron alrededor de una esquina hacia los muelles de carga.

Se quedaron por un momento, con miedo de que pudieran oír el sonido de los guardias en su armadura pesada tras ellos.

Pala gritaba histérica.

—¡He visto una rata womp! ¡He visto una enorme rata womp! —Amee y Dorn se unieron—. ¡Corrió tras esas cajas!

Los guardias empezaron a reírse. Había multitud de ratas womp por Mos Espa. Pero los soldados gamorreanos no estaban asustados, incluso aunque las ratas comieran carne y a menudo atacaran a la gente. ¡Los gamorreanos pensaban que las ratas womp sabían genial!

Anakin dio una mirada tras la puerta. Con seguridad, los guardias estaban buscando tras las cajas a la rata womp.

Él y Kitster reptaron hacia el muelle de amarre oscurecido. La habitación era lo suficientemente grande para albergar miles de cajas de un carguero del espacio profundo. Pero Sebulba sólo había dejado una enorme caja negra en la habitación.

Anakin la miró con dureza. Había algo mal con la caja. Podía percibirlo, de la forma en que podía percibir un rotor roto en un motor, o los cables corroídos en un droide.

Se apresuró a acercarse, y escuchó un sonido de zumbido mecánico y un ruido metálico desde la caja. La caja tenía agujeros de ventilación, cerca de la parte superior.

Una sensación enfermiza le asaltó. Había visto cajas como esta antes. Había oído los llantos de los esclavos dentro, había olido el olor acre de los cuerpos sucios. Incluso había estado en una él mismo durante un rato.

Miró por el agujero. Dentro, la caja brillaba y pulsaba con electricidad.

—¡Hay una jaula de energía ahí dentro! —dijo Kitster.

Anakin gruñó. Las jaulas de energía eran raras para transportar esclavos. Se guardaban para los criminales peligrosos, o para criaturas demasiado monstruosas y poderosas para ser llevadas en una jaula normal.

Al principio Anakin no podía ver mucho dentro de la jaula. Encogió los ojos a través de un agujero de ventilación. Por la leve luz atisbó sólo diminutas formas dentro de la caja negra. No había criminales dentro, o monstruos… sólo niños, niños extraños con una piel pálida brillante, y ojos brillantes. Eran hermosos, pero frágiles y pequeños, todos yaciendo en el suelo de su jaula. Los niños estaban cubiertos de moratones.

Anakin de repente recordó que las jaulas de energía también se utilizaban para transportar a los esclavos más valiosos.

—¿Qué sois? —susurró Anakin a través de un agujero de ventilación.

Una chica pequeña, tan delgada como un árbol de brillo, alzó la mirada hacia él con los ojos pálidos. Se echó atrás un bucle de pelo plateado. Parecía joven, quizás de ocho años.

—Somos ghostlings, de Datar. Hemos sido secuestrados. ¿Puedes ayudarnos?

—¿Secuestrados? —Preguntó Kitster—. ¿Quieres decir capturados?

—Secuestrados… robados de nuestros padres, —dijo la chica—. Queremos ir a casa. Me llamo Arawynne. Princesa Arawynne.

Anakin sacudió su cabeza.

—Tatooine es vuestro hogar ahora. Sois esclavos. —Era mejor si los nuevos esclavos aceptaban su lugar en la vida.

—Pero… ¡eso no está bien! —dijo la chica.

Kitster dijo.

—Bien o mal, si tenéis los implantes transmisores, tenéis que hacer lo que diga vuestro amo. Si no, ¡bum! —Hizo un ruido como una explosión.

—¿Implantes? —Preguntó la chica—. No tenemos ningún implante. Acabamos de llegar aquí. Por favor, ayudadnos. ¡Abrid la caja!

Anakin miró a Kitster. Incluso si pudiera sacar a los ghostlings de la caja, dudaba que fueran capaces de correr lejos. Pero entonces de nuevo, quizás no necesitarían correr lejos. Si no tenían aún implantes, todo lo que necesitaban era subirse en una nave que saliera. Los amos no serían capaces de rastrearlos.

Anakin no tenía tiempo para trazar un plan. Una voz ronca tras él gritó.

—¡Hey! ¿Qué estáis haciendo aquí?

Se giró para ver a un dug en la entrada.

Anakin y Kitster saltaron del muelle de carga y corrieron hacia la salida del espaciopuerto. Los rayos de bláster rebotaron desde el suelo hacia sus pies. ¡Corrían por sus vidas!