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Frank lo miraba con rostro crispado mientras Tony le confesaba lo que le había dicho a Millie cuando habían coincidido en la funeraria horas antes.
—Madre mía, qué horror —comentó Frank con pesar—. ¡Pobre Millie! ¿Cómo has podido, Tony? —le preguntó en tono de acusación.
Tony hizo una mueca.
—Yo no sabía nada —se defendió—. Sólo tenía la carta que John me había enviado y el recuerdo de cuando venía aquí de visita, cuando él venía a llorarme por lo mal que ella lo trataba. Estaba seguro de que había matado a mi amigo con su frío comportamiento.
Frank suspiró con fuerza.
—Ojalá Millie no hubiera ido a la funeraria tan temprano.
—Sí, ojalá —respondió Tony; que no iba a poder olvidar la escapada de Millie—. Escucha, ¿podrías pedirle a ese amigo que tienes en la comisaría que pregunte si se sabe algo en la calle de que se planee algún asesinato?
—Sí, podría hacerlo —dijo Frank con una sonrisa de oreja a oreja.
—A lo mejor John ha dejado todo ese dinero a una asociación para la protección de animales y la amenazó sólo para asustarla —dijo Tony.
Frank lo miró con fastidio e incredulidad.
Tony levantó las manos.
—Vale, vale, lo siento.
—Da igual lo que averigüe. No podrán asignarle a nadie para protegerla.
—Yo no voy a trabajar hasta Año Nuevo —dijo Tony—. Me puedo ocupar de eso.
Frank pestañeó.
—Después del cálido recibimiento en la funeraria, seguro que le gustará tenerte cerca —dijo Frank con sarcasmo.
Tony hizo una mueca.
—Sí, bueno, tendré que disculparme, supongo.
Frank no dijo nada. En el fondo sabía que a Tony le iba a costar ser lo suficientemente humilde como para convencer a Millie de que lo sentía. Su amigo se había pasado casi toda la vida en un entorno violento, y sus habilidades sociales estaban un poco oxidadas, sobre todo con mujeres como Millie. A Tony le gustaban las mujeres descaradas que conocía en los bares. Millie era refinada y discreta; dos cosas que a un hombre tan duro como Tony le resultarían difíciles de apreciar.
A la mañana siguiente, un Tony arrepentido se juntó con Frank en la funeraria para estar presentes en los últimos ritos de John. Se había juntado un pequeño grupo de personas, sobre todo familia. Un par de hombres de aspecto duro observaban a la comitiva, algo apartados del grupo, sin dejar de mirar a un lado y a otro. Tony se preguntó si serían los amigos criminales de John.
Seguidamente, Tony y Frank fueron al cementerio para participar del breve servicio.
Tony notó que los dos hombres estaban también en el cementerio. Uno de ellos no dejaba de mirarlos, como si su presencia allí le resultara sospechosa.
—Nos están vigilando —le dijo Tony a su amigo de regreso al coche.
—Me he dado cuenta —respondió Frank.
Gracias a su trabajo, Frank había desarrollado un sexto sentido para el peligro. Tony, en su línea de trabajo, también. Fingieron charlar despreocupadamente, como si no hubieran visto a los dos hombres.
Cuando llegaron al coche y se sentaron, Tony miró por el retrovisor y vio que uno de ellos anotaba discretamente el número de matrícula. Se echó a reír a carcajadas mientras arrancaba y salía al camino del cementerio.
—¿De qué te ríes? —le preguntó Frank.
—Son policías —respondió Tony.
—¿Qué?
—Que son policías —repitió Tony—. Si fueran criminales les importaría un pito la matrícula de mi coche. Quieren saber quién soy, y mi relación con John —le echó una mirada a su amigo— . ¿Y si le preguntas a tu contacto en la comisaría lo que quieren saber de mí? Así puedo llamarlos y darles los detalles.
Frank se echó a reír.
—De acuerdo. Cuando llegue a casa lo llamo.
Tony sonrió. Le divertía que lo creyeran sospechoso. Últimamente casi lo era. Trataba de pasar desapercibido, y nunca hablaba de su trabajo.
Dejó a Frank a la puerta de su apartamento, y quedó con él a comer al día siguiente. Después volvió a su hotel.
Al llegar al hotel, se dio cuenta de que todavía lo seguían. Le entregó las llaves del coche al portero encargado del aparcamiento, entró en el vestíbulo y aminoró el paso de camino al ascensor. Aunque estaba de espaldas, notó que lo observaban; pero más que molestarle, la idea de que lo siguieran le hizo gracia.
Se metió en el ascensor y fingió distracción. Uno de los hombres que había anotado su matrícula en el cementerio entró con él y se puso a un lado, fingiendo también estar distraído.
Cuando Tony se bajó en el piso equivocado, notó que el hombre se quedaba atrás y que anotaba algo.
Bajó por las escaleras de vuelta al vestíbulo; cuando el hombre salió del ascensor, él lo estaba esperando. El hombre miró a Tony a los ojos y dio un respingo.
Tony lo miró con aire sofisticado.
—Si quiere saber quién soy y por qué fui al funeral de John, entonces deje que lo invite a una copa en el bar y se lo cuento.
—¿Cómo lo ha adivinado? —le preguntó cuando estuvieron sentados a la barra.
—He trabajado con la policía en varias ocasiones —le dijo Tony—, entre las misiones en el extranjero.
—¿Qué clase de misiones?
Tony se echó a reír, sacó una cartera del bolsillo y le enseñó sus credenciales.
El hombre silbó suavemente.
—En una ocasión pensé en meterme ahí, pero después de sufrir seis meses de vigilancia, interrogatorios, entrevistas, y todo lo demás, claudiqué y me metí en la policía. Pagan fatal, pero en diez años sólo me he visto implicado en un tiroteo —sonrió—. Seguro que usted no podrá decir lo mismo.
—Tiene razón —reconoció Tony—. Llevo tanto plomo encima que podría cargar un revólver. Tengo aún algunos casquillos que no me han podido sacar por estar alojados en sitios peligrosos.
—Conocía al fallecido, imagino.
Él asintió.
—Fue mi mejor amigo desde el instituto —hizo una mueca—. Pero ahora me entero de que no lo conocía de nada. Estaba acosando a una mujer que los dos conocíamos, aunque él me engañó y me hizo pensar que ella mentía al respecto, y que era él la víctima.
El hombre sacó una libreta pequeña.
—Ésa debe de ser la señorita Millicent Evans.
—La misma.
—Ella no mentía —le dijo el detective—. Nos llamó para denunciar un ataque en su domicilio —comentó—. Su amigo la molió a golpes.
Tony se sintió como un gusano al recordar la inesperada reacción de Millie cuando él se había movido con tanta brusquedad.
—Pero cuando llegó el momento de presentar cargos, ella no fue capaz —continuó el detective—. Nos quedamos decepcionados. No nos gustan los hombres que pegan a las mujeres. Ella dijo que él había bebido y que después se disculpó; también que era la primera vez que él la había golpeado.
—¿Y fue la única vez? —preguntó Tony, quería saberlo.
—Creo que sí. Ella no es de las que soportaría esa clase de abuso repetidamente. Esto ocurrió una semana antes del suicidio —se acercó un poco a Tony—. Nos hemos enterado de que el jefe de la mafia local recibió un dinero de John para matar a Millie. Por eso estábamos en el funeral. ¿Tiene usted un amigo que se llama Frank?
—Sí.
—Mi teniente y él son buenos amigos —dijo el hombre—. Nos ha pedido que busquemos a personas que puedan encajar en la descripción de un asesino a sueldo.
Tony se echó a reír.
—¿Y yo encajo?
—He visto a asesinos a sueldo matando en una muchedumbre con la misma pinta que usted —el detective ladeó la cabeza—. Es italiano, ¿no?
Tony sonrió.
—Cherokee —respondió—. El marido de mi madre me adoptó y llevo su apellido; pero no era mi padre.
—Para que vea —dijo el detective— que las apariencias engañan.
—Y que lo diga —respondió Tony con pesar.
se acercó a la biblioteca a la mañana siguiente a disculparse con Millie. Pero en cuanto ella lo vio en el vestíbulo, desapareció por una puerta que decía Sólo empleados. Preguntó por ella en el mostrador de entrada, como si no la hubiera visto meterse en aquel cuarto. La empleada que estaba atendiendo entró donde había entrado Millie, y apareció de nuevo momentos después, algo sofocada y visiblemente nerviosa.
—Lo siento… No la encuentro… —mintió.
Tony sonrió con pesar. Era lógico que Millie le hubiera tomado manía.
—De acuerdo —respondió—. Muchas gracias.
Salió del edificio. Si no encontraba el modo de hablar con ella, iba a tener que protegerla a
distancia.
Cuando volvió al hotel la llamó a la biblioteca cuando volvió al hotel; pero en cuanto ella oyó su voz, colgó. Tony suspiró y llamó a Frank.
—Ahora huye de mí —le contó a su amigo—. Lo esperaba. Pero así no voy a poder convencerla de que necesita que alguien la proteja. ¿Se te ocurre alguna idea?
—Sí —respondió Frank—. Iré a su casa y hablaré con ella.
—Gracias. Dile que lo siento. No servirá de mucho, pero lo digo sinceramente.
—Lo sé.
—Invité a uno de los que nos seguían a una cerveza —le dijo Tony—. Me contó que están buscando a un tipo que se ajuste al perfil de un asesino a sueldo. Él cree que yo me ajusto a ese perfil.
Frank se echó a reír.
—El que se pica…
—Muchas gracias —murmuró Tony.
—Venga, te llamo cuando haya visto a Millie —le prometió Frank.
—Muy bien. Estaré aquí.
Frank llamó a la mañana siguiente.
—Está dispuesta a hablar contigo —le dijo a Tony—. Pero me costó mucho convencerla. Y no cree que John fuera capaz de haber hecho algo tan drástico como pagar para que se la cargaran. Te va a costar mucho meterle en la cabeza que necesita protección —añadió Frank.
—Bueno, echaré mano de mi don de gentes —respondió Tony.
Siguió una breve pausa en la conversación.
—Una vez oí decir a un humorista que se consigue más con una sonrisa y una pistola, que sólo con una sonrisa. Ése es más o menos el resumen de tu don de gentes.
Tony se echó a reír.
—La verdad es que no te falta razón —dijo Tony—. Intentaré sonreír y relajarme antes de ir a verla. ¿Sabes algo de tu amigo el teniente?
—Aún no —respondió Frank—. Pero parece que me ha leído el pensamiento —se echó a reír—. Esta mañana ya había encargado a unos hombres que investiguen esa banda de criminales; quieren saber si alguno de ellos se ha puesto en contacto con algún tirador. A lo mejor sacan algo.
—Mientras tanto, haré lo que pueda para proteger a Millie —respondió Tony—. Nos vemos, Frank.
—De acuerdo, adiós, Tony.
se vistió de sport para ir a la biblioteca, esperando pasar desapercibido en el supuesto de que alguien estuviera vigilando a Millie. Tony se puso unos vaqueros, una camisa de algodón y una cazadora de cuero. Parecía uno de esos amantes de la naturaleza, aunque podría haber sido un vaquero sin sombrero. Nunca le había gustado el sombrero texano. Prefería llevar la cabeza descubierta, y su melena larga y ondulada en una cola de caballo. No iba a adoptar un aspecto demasiado conservador, por mucho que lo exigiera el trabajo. Él era un renegado y siempre lo había sido.
Se acercó al mostrador y preguntó por Millie con una sonrisa en los labios. La recepcionista le devolvió la sonrisa, visiblemente interesada en él. Al instante la joven descolgó el teléfono, apretó un botón y le dijo a Millie que tenía una visita en la puerta.
Mientras hablaba con Millie, la chica hojeaba el correo que tenía delante.
—Ha llegado un paquete para ti, Millie —añadió mientras palpaba un abultado sobre marrón con letra picuda.
—¡No toque eso! —dijo Tony repentinamente, mientras sacaba rápidamente el móvil del bolsillo.
Seguidamente llamó a los servicios de urgencia y pidió un coche patrulla y una brigada antibombas.
La recepcionista lo miraba como si se hubiera vuelto loco.
—Haga salir a todo el mundo del edificio —le dijo con autoridad—. ¡Vamos, no pierda el tiempo! —añadió al ver que ella vacilaba—. Ese paquete contiene explosivo suficiente para volar toda la ciudad. ¡Rápido!
La chica se levantó y entró corriendo en la sala justo cuando Millie salía al vestíbulo. Se acercó al mostrador, donde Tony seguía discutiendo con la operadora sobre la brigada antibombas.
—Escuche, trabajo para el gobierno —dijo en tono grave y sereno—. He visto cartas bomba antes, y sé lo que digo. ¿Quiere leer en los periódicos de mañana que una biblioteca ha volado por los aires, sólo porque usted no quiso tomarse en serio una amenaza? Incluso saldrá su nombre… sí, eso es lo que he dicho, la brigada antibombas…
Miró a Millie con expresión severa y ojos brillantes.
—Tenemos que salir de aquí —le dijo mientras se guardaba el teléfono.
—¿Salir? Tengo un paquete…
Él le asió la mano rápidamente al ver que ella iba a retirarlo de la mesa.
—Si te gusta tener dos manos y una cabeza, harás lo que le digo —dijo Tony: —. ¡Rápido! —urgió a la recepcionista, que ya instaba a clientes y empleados a salir rápidamente de allí.
—Estás loco —dijo Millie—. ¡No pienso salir…!
—Lo siento —Tony la levantó en brazos en un santiamén y salió con ella del edificio—. No tengo tiempo para discutir.
Llegaron dos coches, un coche patrulla y otro de la brigada antibombas. Tony se acercó al teniente al mando en cuanto éste bajó del coche.
—Es una carta bomba; está en el mostrador de la entrada —informó al hombre—. Trabajé en un caso en Nairobi con una carta exactamente igual que ésa, pero nadie me hizo caso. La explosión mató a dos empleados extranjeros.
El teniente suspiró.
—De acuerdo. Vamos a comprobarlo. Pero si se ha equivocado, se va a meter en un buen lío.
—No me he equivocado —le dijo Tony, y le enseñó sus credenciales.
El teniente no dijo nada más, y pasó directamente a la acción.
Las bibliotecarias se mostraban escépticas, lo mismo que Millie y los clientes. Pero a pesar del frío permanecieron todos esperando pacientemente, mientras los miembros de la brigada antibombas entraban despacio en el edificio en busca del sobre marrón que Tony les había descrito.
El teniente salió al momento, con mala cara.
—No estoy del todo convencido —le dijo a Tony—, pero haremos lo que se debe hacer en estos casos. Sin duda, el paquete parece sospechoso.
El equipo antibombas había llevado un robot que agarraba objetos con la mano y al que enviaron al interior del edificio para retirar el sobre. Tardaba mucho en salir, y cada vez había más curiosos delante de la puerta a ver qué pasaba. Habían llegado dos coches patrulla más, y los policías acordonaron la zona para evitar que la gente se acercara demasiado.
También llegó un equipo de televisión. Algunos curiosos sacaban fotos con la cámara de sus móviles, seguramente para enviárselas después a los medios. Otros se reían, como si aquello fuera una broma. Un cliente de la biblioteca que no dejaba de protestar dijo que iba a pillar un resfriado mientras la policía perdía el tiempo con una carta que acabaría conteniendo un montón de fotos o algo parecido.
En ese momento salió el robot y fue directamente a un contenedor donde se depositaban los paquetes sospechosos. Nada más echarlo, se produjo una tremenda explosión que derribó al robot y ahuyentó al público, que chillaba y echaba a correr.
Tony miró al teniente, que hizo una mueca de pesar. Se volvió hacia Millie.
Ella tenía ganas de vomitar, y sintió que se mareaba. Si Tony no hubiera llegado a tiempo, si ella hubiera abierto esa carta…
Afortunadamente, Tony la sujetó antes de caer al suelo.
Cuando volvió en sí, estaba tumbada en el asiento trasero del coche de alquiler de Tony. Él la sujetaba con un brazo mientras con la otra mano le acercaba una lata de refresco a los labios.
—Vamos, bebe un poco —le dijo en voz baja.
Ella consiguió dar un sorbo de la bebida gaseosa.
—Me he desmayado… Es la primera vez que me pasa…
—Si alguien me enviara una carta bomba, creo que también me desmayaría —dijo Tony con una sonrisa—. Afortunadamente, estás bien, y también los demás. Nadie ha sufrido ningún daño.
Ella lo miró en silencio.
—¿Por qué?
La sonrisa desapareció.
—Algunos hombres son posesivos incluso desde la tumba. Como John no pudo tenerte, quiso asegurarse de que nadie lo hacía. Pagó un montón de dinero a otra persona para hacer eso. Y casi lo consiguió. Ahora tenemos que protegerte hasta que demos con la persona que contrató John.
Ella se incorporó con agitación.
—No creo que vuelvan a intentarlo. Sabrán que la policía está tras ellos.
—La policía no dispone de presupuesto para ofrecerte protección veinticuatro horas al día. Él que ha puesto la bomba lo sabe, y volverá a intentarlo.
—Ya tiene el dinero —balbuceó ella.
—No estoy tan seguro de eso. Seguramente John lo planearía de tal modo que el asesino no pueda cobrarlo hasta que no remate la faena —le dijo con rotundidad—. Si el jefe de la banda tiene el dinero, será una cuestión de honor para él… No pongas esa cara; esa gente tiene también un código de honor, por muy extraño que nos parezca. Sobre todo si el jefe era amigo de John y se sentía en deuda con él de algún modo.
—Supiste que era una bomba sin tocarla —dijo ella—. ¿Cómo?
—No es la primera carta bomba que veo —respondió él—. Aprendí mucho observando a otros; el resto fue gracias a un sexto sentido que te da la experiencia.
Ella frunció el ceño.
—¿En el ejército? ¿O trabajando para equipos de construcción?
Él vaciló.
—Trabajo para el gobierno, entre otros trabajos que hago por cuenta propia —respondió Tony—. Soy contratista autónomo.
—¿El qué?
—Un soldado profesional —le dijo—. Estoy especializado en operaciones antiterroristas.
Ella se quedó estupefacta. Sus ojos pálidos buscaron los suyos oscuros con inquietud.
—¿Sabía esto tu madre adoptiva?
Él negó con la cabeza.
—Jamás le habría parecido bien, ¿no crees?
—Entiendo.
Observó con ojos entrecerrados su rostro ladeado.
—A ti tampoco te parece bien, ¿verdad?
Ella no quería mirarlo a los ojos. Se frotó los brazos, muerta de frío.
—Mi opinión no importa.
Millie fue a salir del coche, visiblemente inquieta; pero él la agarró del brazo.
—Tienes que ir a por el abrigo y el bolso y venir conmigo —le dijo—. Tenemos que hablar.
—Pero… —protestó ella.
—No discutas, Millie —la interrumpió—. Si te quedas en la biblioteca ahora pondrás en peligro la vida de tus compañeros.
A Millie no se le había ocurrido eso; y de pronto estaba horrorizada.
—Pero tengo que trabajar —protestó—. Tengo gastos…
—Puedes pedir permiso, ¿no? —insistió él—. No te van a poner en la calle porque faltes unos días.
Lo que Tony decía tenía sentido, y ella lo sabía; pero tenía miedo de pedir unos días y que la echaran del trabajo. La biblioteca había sido su único empleo, y le encantaba su trabajo. Su jefa aún no se había olvidado de esos rumores que había iniciado John cuando había insinuado que Millie tenía una doble vida y que se pasaba las noches de orgía en orgía. Sabía Dios lo que diría cuando se enterara de lo de la bomba.
—Tal vez no tenga ya trabajo cuando mi jefa se entere de lo que ha pasado hoy aquí. Está fuera y no vuelve hasta el lunes próximo —añadió con pesadumbre.
—Vamos, entraré contigo.
La acompañó al edificio e insistió en entrar con ella a ver a su supervisor, a quien le explicó la situación con claridad, añadiendo además que estaba seguro de que sus colegas no querrían arriesgarse a que ocurriera otro incidente parecido, y que podría pasar eso si no insistían en que siguiera yendo a trabajar a la biblioteca mientras el culpable siguiera libre.
—Desde luego que no —respondió inmediatamente Barry Hinson—. Millie, podemos pasar sin ti unos días. Estoy seguro de que la señora Anderson no podrá objeción alguna.
Millie suspiró.
—Supongo que no me queda otra. Lo siento mucho — empezó a decir.
—No lo sientas, no es culpa tuya —continuó Barry con firmeza—. Ninguno de nosotros piensa que tú fueras culpable de lo que te hizo ese hombre. Deberían haberlo encerrado — añadió, sin saber que Tony había sido amigo de John.
Millie se puso colorada; pero no miró a Tony.
—Bueno, voy por mis cosas y me marcho. Estaré de vuelta la semana que viene.
Barry sonrió.
—Pues claro —miró a Tony con recelo—. No dejará que le pase nada a Millie, ¿verdad? — preguntó, asumiendo que el hombretón trabajaba para la policía.
—No —le aseguró Tony—. No dejaré que le pase nada malo.
Millie no quería sentir aquel bienestar que le producían sus palabras. Le había entregado su corazón a aquel hombre una vez, y su rechazo casi la había matado. Si al menos, pensaba, pudiera olvidar sus sentimientos para siempre… Fue a por el abrigo y el bolso, y a explicarle a la otra empleada lo que había estado haciendo antes de que la bomba interrumpiera su jornada.
—¿Y ahora qué? —le preguntó Millie mientras se paraba junto al pequeño Volkswagen negro que había dejado en el aparcamiento.
Tenía años, pero estaba limpio y bien cuidado.
—Ahora vamos a algún sitio donde podamos hablar y tomar una decisión.
—Hay una cafetería en esta misma calle un poco más abajo, donde suelo ir a comer —dijo ella, nombrando el local.
—Entonces nos vemos allí.
Millie asintió y se montó en el coche.
Diez minutos después se estaban tomando unos sandwiches y un café, aunque el incidente de la bomba hubiera retrasado la hora habitual del almuerzo. Millie comió y bebió con movimientos automáticos, pero la comida no le supo a nada. Le resultaba desconcertante pensar que John había tenido la intención de matarla.
—Deja de darle vueltas —le dijo Tony—. No te va a servir de nada.
—Nunca pensé que John quisiera matarme —dijo ella.
Él entrecerró los ojos.
—John te pegó.
Millie lo miró sorprendida.
—¿Cómo sabes eso?
—Me lo contó Frank.
Ella apretó los labios.
—Había estado bebiendo ese día. Dijo que yo tenía la culpa de que su vida se estuviera derrumbando porque me negaba a casarme con él. Intenté, por enésima vez, explicarle que no lo amaba, pero él no quiso escucharme. Perdió los estribos, y de pronto me empujó contra la pared. Incluso en ese momento yo no pude creer lo que estaba pasándome; pero me puse a chillar como una loca. Y cuando me soltó, me encerré en la habitación y llamé a la policía.
—No presentaste cargos —murmuró él.
—Cuando llegó la policía, John estaba llorando a todo llorar. Juró que había sido el alcohol, que no sabía cuánto había tomado. No paraba de decir que me amaba; y que no podía creer lo que me había hecho. Me rogó que no presentara cargos —Millie sacudió la cabeza con abatimiento—. Debería haberlo hecho. Pero me dio lástima; John siempre me ha dado lástima. Tenía problemas de conducta, pero él no quería reconocerlo, y por supuesto tampoco quería pedir ayuda. Yo creí que podría hacer algo por él.
—Uno no puede arreglar una mente enferma así como así —dijo Tony con pesar—. John estaba obsesionado contigo.
Por su tono dio a entender que entendía por qué. Ella sabía la opinión que Tony tenía de ella, porque John se lo había dicho una y otra vez. Tony pensaba que ella era la mujer más aburrida del planeta. Al ver la expresión de Tony en ese momento, Millie estuvo segura de que John no le había mentido. Ella era una chica del montón, una chica recatada; no era una mujer sensual. Hacía tiempo que lo sabía.
—Después de esa noche, cada vez que salía de casa me encontraba con John. Me dijo que se aseguraría de que jamás habría otro hombre en mi vida, y que iba a vigilarme día y noche. Cuando empezó a contar todas esas mentiras de mí y a pasarse el día en la biblioteca, empezó a interferir en mi trabajo. Finalmente, decidí que no tenía otra elección que denunciarlo por acoso —Millie se pasó la mano por el pelo—. Eso fue lo que lo precipitó. Yo sabía que pasaría algo así; por eso tardé tanto en denunciarlo. Me juró que, fuera como fuera, se vengaría de mí —parecía cansada, sin vida—. Cuando supe que había muerto, sentí mucha vergüenza porque sólo sentí alivio. Finalmente, me había librado de él.
—Pero viniste a la funeraria —comentó Tony.
Se puso tensa al recordar la actitud de Tony hacia ella.
—Sí. Me sentía culpable y pensé que tenía que verlo. Me pareció que sería una manera de reconciliarme con mis remordimientos.
—Y allí estaba yo —respondió—. Tienes que entender que sólo sabía lo que John me había contado. Y él me contó muchas mentiras, me engañó. Me dejó una carta, culpándote de su muerte. Yo no tenía razón alguna para dudar de él. Estuve engañado hasta que Frank me contó la verdad.
Por supuesto, había creído a su amigo, pensaba Millie. No se le habría ocurrido pensar que ella no era una loca y una fresca. En el fondo Tony no la conocía; claro que tampoco quería conocerla. A Millie le dolió pensar eso.
—Siento mi modo de reaccionar —dijo él en tono entrecortado—. Yo… no sabía nada.
Millie negó con la cabeza.
—Nadie lo sabía. John me chantajeó, me insultó y me acosó durante años; e hizo todo lo posible para que la gente pensara que todo era culpa mía, que yo lo provocaba y que él era una pobre víctima —añadió con expresión anodina—. Creo que era el hombre más repulsivo que he conocido en mi vida.
Tony frunció el ceño.
—John era muy bien parecido.
Ella lo miró a los ojos.
—El cariño no se obliga —dijo en tono bajo—. Por muy guapo que sea uno. John era grosero y violento, era feo por dentro. Eso es lo importante, ¿sabes? Tal vez el exterior sea bello; de hecho, dicen que el diablo era muy bello.
—Lo entiendo.
Millie terminó de tomarse el café.
—¿Y ahora adónde voy a ir?
—A tu casa. Yo voy a ir contigo para ver qué necesito para la vigilancia.
Ella frunció el ceño.
—¿Vigilancia?
Él asintió.
—Quiero poner cámaras y micrófonos por todas partes. Es la única manera de proteger tu vida.
En ese momento, Millie se dio cuenta de verdad de lo desesperado de su situación.