24. El otro mundo

LA habitación estaba a oscuras. Nina Fawcett, sentada a un lado de la mesa; al otro, una mujer con la mirada fija en una bola de cristal. Tras años de buscar a su esposo y a su hijo en este mundo, Nina había empezado a buscarlos en otra dimensión.

Se rodeó de videntes y adivinos, muchos de los cuales le enviaron largas cartas donde le detallaban sus intentos de contactar con los exploradores. En una ocasión, una médium le dijo que había percibido una presencia en la sala y que, tras alzar la mirada, había visto a Fawcett de pie junto a la ventana. La médium dijo a Nina que le había preguntado: «¿Está vivo o muerto?», y que Fawcett se había reído y le había contestado: «¿No puede ver que estoy vivo?». Y que había añadido: «Transmítale mi amor a Nina y dígale que estamos bien».[1]

Otra médium informó que había visto a un joven con una larga barba flotando frente a ella. Era Jack. «Algún día nos veremos», dijo. Y luego desapareció, dejando «un agradable aroma tras de sí».[2]

El hermano de Fawcett, Edward, refirió a la RGS la obsesión de Nina por lo oculto: «Su vida transcurre con más fluidez así».[3]

No era la única que había recurrido a los videntes para encontrar respuestas a lo que el mundo visible se negaba obcecadamente a revelar. En la última etapa de su vida, Reeves, mentor de Fawcett en la RGS, había conmocionado a sus colegas haciéndose espiritista, o lo que en ocasiones se denominaba «investigador espiritual». En la década de 1930 asistió a sesiones de espiritismo en busca de indicios sobre la suerte de Fawcett.[4]Lo mismo hizo sir Ralph Paget, amigo del explorador y antiguo embajador en Brasil. A principios de la década de 1940, mientras asistía a una reunión en Seaford (Inglaterra), en casa de la vidente Nell Montague, Paget colocó una carta de Fawcett sobre la bola de cristal de la médium. Montague afirmó ver tres siluetas blancas titilantes. Una yacía inmóvil en el suelo. Otra, de mayor edad, respiraba con dificultad y se aferraba a un hombre de pelo largo y barba. La bola de pronto se tornó roja, como anegada en sangre. Entonces Montague dijo que veía a indios con lanzas y flechas cargando contra los tres hombres blancos. Las personas congregadas en la sala contuvieron el aliento. Por primera vez, Paget sintió que su amigo había muerto.[5]

En 1949, Geraldine Cummins, una célebre practicante del «automatismo», método por el cual una persona supuestamente entra en trance y transcribe mensajes de los espíritus, describió cómo Jack y Raleigh fueron asesinados por los indios.[6]«¡Dolor […], que cese el dolor!»,[7]masculló Raleigh antes de morir. Fawcett, afirmó Cummins, finalmente se sumió en un estado de delirio: «Las voces y los sonidos se transformaron en un murmullo lejano mientras yo caía en el gris de la muerte. Es un momento de horror sobrenatural […], un instante en que el universo parece implacable y la soledad eterna se cierne como el aparente destino del hombre».[8]

Aunque Nina desestimaba esas informaciones, sabía que se enfrentaba a su propia mortalidad. Incluso antes de la profecía de Cummins, Brian Fawcett, que cuidaba de Nina en Perú, escribió a Joan: «Ciertamente creo que sus días en la tierra no serán muchos […]. Ella misma es la primera en decir que empieza a flaquear».[9]En una ocasión, Nina se despertó a las dos de la madrugada y escribió a Joan que había tenido la visión de que debía «estar preparada para “la llamada” en cualquier momento». Pensaba: «¿Te has preguntado alguna vez con sinceridad: “¿Tengo miedo de la Muerte y del Más Allá?”»? Confiaba en que su muerte fuera fácil… «Quizá me iré a dormir y ya no me despertaré.»[10]Brian dijo a su hermana: «En cierto modo, sería bueno para ella ir allá. Habría algo plácido en la idea de dejar sus restos en el mismo continente que su esposo… y su hijo».[11]

Con su salud cada vez más deteriorada, Nina dijo a Brian que necesitaba darle algo importante. Abrió el baúl que contenía todos los cuadernos de bitácora y los diarios de Fawcett. «Ha llegado el momento de entregarte todos los documentos que poseo.»[12]

Aunque Brian aún no había cumplido los cuarenta años, su vida había estado marcada por la muerte: no solo había perdido a su padre y a su hermano, sino que también su primera esposa había muerto víctima de la diabetes cuando estaba embarazada de siete meses. Brian había vuelto a casarse, aunque no tenía hijos, y experimentaba fases de lo que él denominaba «sufrimientos feroces y desesperantes».[13]

Brian hojeó los documentos de su padre y acabó describiéndolos como «las patéticas reliquias de una tragedia cuya naturaleza no tuvimos modo de conocer».[14]Durante las siguientes semanas, se los llevó al trabajo. Tras más de veinte años como ingeniero ferroviario, se sentía aburrido y desasosegado. «Tengo la sensación de que estoy malgastando mi vida, yendo todos los días a una oficina asquerosa, firmando un montón de papeles estúpidos, y volviendo a casa otra vez —confesó a Joan—. Esto no lleva a ninguna parte. —Y proseguía—: Otros pueden encontrar la inmortalidad en sus hijos. Sin embargo, a mí se me ha negado, y quiero buscarla.»[15]

Durante la hora del almuerzo, leía los documentos de su padre y se imaginaba «en sus expediciones, compartiendo con él las penalidades, viendo por sus ojos el gran objetivo».[16]Resentido por no haber sido el elegido para la expedición, Brian había mostrado en el pasado poco interés por el trabajo de su padre. Ahora se sentía consumido por él. Decidió dejar su empleo e hilvanar los escritos de su padre en A través de la selva amazónica. Mientras trabajaba con denuedo en el manuscrito, Brian dijo a su madre: «Siento a papá muy cerca de mí, como si estuviera guiándome en esta obra. Obviamente, hay momentos en que esto me oprime con fuerza el corazón».[17]Cuando Brian acabó el borrador, en abril de 1952, entregó una copia a Nina y le dijo: «Ciertamente es un trabajo “monumental”, y creo que papá habría estado orgulloso de él».[18]Ya acostada, Nina empezó a leerlo. «¡Sencillamente, no podía dejarlo! —escribió a Joan—. Me ponía la ropa de dormir después de cenar y leía el libro hasta las cuatro de la madrugada.» Era como si su esposo estuviera a su lado; todos los recuerdos de él y de Jack afloraron tempestuosamente en su memoria. Cuando acabó de leer el manuscrito, exclamó: «¡Bravo! ¡Bravo!».[19]

El libro, publicado en 1953, se convirtió en un éxito internacional y fue alabado por Graham Greene y Harold Nicholson. Poco después, Nina murió a los ochenta y cuatro años. Brian y Joan ya no podían cuidar de ella, y Nina había pasado sus últimos años en una humilde pensión de Brighton, Inglaterra, enajenada y literalmente sin un céntimo.[20]Tal como un observador comentó, había «sacrificado»[21] su vida por su esposo y su memoria.

A principios de la década de 1950, Brian decidió organizar su propia expedición en busca de los exploradores desaparecidos. Sospechaba que su padre, que rondaría ya los noventa años, estaba muerto y que Raleigh, debido a sus achaques, habría fallecido poco después de partir del Dead Horse Camp. Pero Jack…, él era la causa de las dudas que lo carcomían. ¿Y si había sobrevivido? A fin de cuentas, Jack era fuerte y joven cuando la partida había desaparecido. Brian envió una carta a la embajada británica en Brasil solicitando que le concedieran un permiso para llevar a cabo la búsqueda. Argumentó que, legalmente, nadie había dado por muerto a su hermano y que él no podía hacerlo «sin tener la certeza de que se ha hecho todo lo posible».[22] Además, una misión así podría «llevar de vuelta a su país a una persona que ha estado desaparecida durante treinta años». Funcionarios gubernamentales consideraron que Brian estaba «tan loco como su padre», tal como lo definió un diplomático en un comunicado privado, y se negaron a facilitar su «suicidio».[23]

Pese a ello, Brian perseveró en sus planes y se embarcó rumbo a Brasil; su llegada propició una tempestad mediática. «Ciudadano británico en busca de padre y hermano perdidos en la selva», anunció el Chicago Daily Tribune. Brian se compró un equipo de exploración, un cuaderno de bocetos y otro de notas. Un brasileño que había sido amigo de su padre se quedó estupefacto al verle. «Pero… pero… ¡yo creía que habías muerto!»,[24]dijo.

Brian dijo a su hermana que se estaba convirtiendo en un explorador contra su voluntad, pero que sabía que jamás sobreviviría a una caminata en la selva. Por ello, y confiando en los métodos que el doctor Rice había instaurado décadas antes y que ahora eran mucho más asequibles, alquiló una diminuta avioneta de hélices y, con un piloto, examinó la jungla desde el aire. Lanzó miles de folletos que planearon sobre los árboles como si fuera nieve. En los folletos se preguntaba: «¿Eres Jack Fawcett? Si tu respuesta es afirmativa, haz esta señal con los brazos en alto […]. ¿Podrás controlar a los indios si aterrizamos?».

Nunca recibió respuesta ni encontró pruebas de que Jack siguiera vivo. Pero en otra expedición fue en busca del mismo objetivo que su hermano y su padre: la Ciudad de Z. «Sin duda el destino debe de haber guiado mis pasos por este camino con un propósito»,[25]escribió. Con ayuda de unos binoculares, atisbo en una cadena montañosa distante una ciudad en ruinas con calles, torres y pirámides. «¡Debe de ser aquello!»,[26]gritó el piloto. Pero, cuando la avioneta se aproximó, advirtieron que se trataba de un afloramiento de tierra arenisca que la erosión había modelado en formas insólitas. «La ilusión fue notable, casi increíble», dijo Brian. Y, con el paso de los días, empezó a temer lo que nunca se había permitido considerar: que jamás hubiera existido una Ciudad de Z. Tal como escribió tiempo después: «Toda la romántica estructura de creencias falácicas, que ya oscilaba peligrosamente, se desmoronó ante mí dejándome aturdido».[27]Brian empezó a cuestionar algunos de los extraños documentos que había encontrado entre los escritos de su padre, y que nunca había divulgado. Originalmente, Fawcett había descrito Z en términos estrictamente científicos y con cautela: «No doy por hecho que “La Ciudad” sea grande ni rica».[28]Pero en 1924 Fawcett había llenado infinidad de hojas en las que se plasmaban ideas delirantes sobre el fin del mundo y sobre un reino atlante místico, que se asemejaba al Jardín del Edén. Z se transformó en «la cuna de todas las civilizaciones»[29]y en el centro de una de las «Casas Blancas» de Blavatsky, donde un grupo de seres espirituales superiores dirigían el sino del universo. Fawcett confiaba en descubrir una Casa Blanca que había permanecido allí desde «los tiempos de la Atlántida»[30]y trascender el mundo material para alcanzar la pureza del espíritu. Brian escribió en su diario: «¿Era el concepto de “Z” de papá un objetivo espiritual, y la forma de alcanzarlo, una alegoría religiosa?».[31] ¿Era posible que se hubieran perdido tres vidas por «un objetivo que nunca había existido»?[32] El propio Fawcett escribió en una carta a un amigo: «Aquellos a quienes los Dioses pretenden destruir ¡los dioses primero los enajenan!».[33]