CUATRO KILOS
DAVID CRESPO
El infierno empieza donde empiezan tus propios recuerdos. No podemos elegir en qué lado hemos caído. Personalmente, hubiera preferido estar del lado de la página en el que tú te encuentras, a unos metros del mar, quizás. Sentado bajo una sombrilla que bloquee el sol sobre la piel mientras se abrasa la arena. Tal vez leyendo bajo una cálida manta, es invierno, afuera la lluvia arrastra las colillas por el cemento de las aceras y tú dejas que las letras te acunen en ese dulce instante que precede al sueño. Estés donde estés, prefiero tu lado, porque si soy yo el que cuenta la historia, es que no ha ido bien. Y cuando tu vida se resume ya en poco más que vivir de los recuerdos más te vale haber sido feliz en algún momento, pero sobre todo, tener pocos remordimientos.
Me temo, no obstante, que mi envidia no es esencial para el relato de los hechos. El testimonio que contiene este libro detalla unos sucesos que cambiaron para siempre las vidas de un grupo de amigos, entre ellas la mía. Ese copyright grupal que yo asumo me da derecho a avanzarte estas palabras. A prevenirte. A disculparnos.
He rebuscado una y otra vez en la cronología de los acontecimientos tratando de desentrañar qué demonios nos pasó por la cabeza para emprender lo que hicimos, cómo llegamos tan lejos para urdir y perpetrar algo tan imprudente. De todas las posibles razones solo he encontrado una que nos sirva de coartada. La llamo así porque doy por sentado que seremos moralmente juzgados, por banales, por prepotentes, por avariciosos, por no haber respetado una ética que va más allá de separar el bien del mal, una ética que pone el listón en el punto donde comienza el odio. Más que una coartada, es un atenuante. Mi generación, la que hizo su primera comunión en los funerales de Franco, recibió una educación pseudo-liberal muy confusa: estrictamente católica en la infancia y extremadamente subversiva en nuestra juventud. La incoherencia de ese contraste es la razón que nos llevó a creer que la frontera, entre lo que se puede hacer y lo que no, es una línea subjetiva plagada de fisuras. La justicia y la moral no son valores absolutos, cambian con la velocidad con la que fluctúan las tendencias sociales y los gobiernos al mando, por lo tanto, si no son ciertas, no son de obligado seguimiento. Durante nuestra juventud nuestra ética estuvo basada en una premisa muy simple: romper con las normas es el modo de construir un futuro. Nadie nos dijo que sería tan peligroso romper con todas.
Puede que este atenuante no excuse los hechos que tuvieron lugar y que aquí se relatan, ni tampoco algunas de las decisiones que se tomaron. Sin embargo, tengo la seguridad de que en esa premisa se encuentra arraigado el germen de los hechos. ¿Por qué si no tomamos todos la misma determinación sin escisiones? Ninguno de los involucrados en los hechos éramos igual de superficiales, o de avariciosos, y a todos nos movían razones muy diferentes, supongo que legítimas en aquel momento. Todos tuvimos ocasión de ver con claridad lo que aquello suponía, y aun así, ninguno cuestionó las decisiones. Lo hicimos, sí, porque teníamos la libertad para hacerlo, pero no pudimos prever sus terribles consecuencias, la metamorfosis que supuso en nuestras vidas. Desde entonces, muchas noches me ha desvelado el intento por comprender la naturaleza de una hipótesis: si el destino es la ecuación donde las variables son el resultado de nuestros actos, entonces ¿somos culpables de haber conjurado a la adversidad?, ¿nos merecemos el castigo a pesar de que nuestras intenciones eran otras? Tal vez sea cierto y nos lo hayamos buscado. Aunque, tal vez, pueda sospecharse lo contrario. Que fuimos víctimas de una injusticia trivial, cruel y despreciable que nos golpeó con la violencia de un atentado en lo más íntimo de nuestras vidas.
Démosle la vuelta al orden de los factores. Podrías haber sido tú, y no yo, quién hubiera estado en este lado de las páginas. Puedes pensar que tu propia ética forjada sobre valores universales no te permitiría nunca derribar sus limitaciones tan sólidamente construidas. A lo mejor, simplemente juzgas los acontecimientos como la consecuencia presumible a un estilo de vida frívolo y peligrosamente aspiracional. Quizás aciertes en tus conjeturas. Pero llegado el caso real y puestos en la misma situación, de ser tú, ¿lo habrías hecho? Créeme, no es tan difícil, ninguno de nosotros somos tan diferentes a ti. Después de todo, si la ética es modificable, si son relativos el bien y el mal, es porque no existen argumentaciones absolutamente verdaderas. Solo hay una cosa indiscutible, las consecuencias.
La responsabilidad por los hechos me cuelga del cuello como si arrastrara una pieza de desguace, mi culpa es una chatarra que me aplasta contra el suelo. Después de todo este tiempo ya no tengo fuerzas para deshacerme de mi cruz. No voy a entonar un mea culpa. En aquel momento tomamos la decisión de que así debía hacerse, por nosotros mismos, por preservar el valor de nuestro pasado y nuestra continuidad en el futuro. Y ahora el futuro se ha ido, dejando una estela de basura en un sillón de terapia.
Supongo que sin conocer los incidentes esto parecerá fuera de lugar, pero me gustaría dejar una última voluntad: quiero escuchar, una vez más, la versión que hicieron los Gypsy Kings de “And more, much more than this, I did it my way”.
PARTE I. EL GRUPO
1. MADRID. NOCHE DE REYES
- ¡Me cago’n Dios! ¿Es que no se te ha ocurrido probarlo antes? Está demasiado cargado de brandy. Iván, la crema apesta a coñac. Hostia tú, no me mates, hay que rebajarlo con más caldo de pescado. Y por tus muertos, ¡que no esté frío!
- No te preocupes – respondió atemorizado el joven pinche de cocina –. Tengo preparada una segunda jarra, casi llena, dame unos segundos para que la caliente.
Su jefe lo miró por encima de la cuchara que blandía en el aire a modo de sable. Su jefe, Pascual Garmendia-Sola, el cocinero vasco para el que llevaba trabajando menos de dos meses, tiempo insuficiente para que su joven ayudante se hubiese aconstumbrado al lenguaje soez de aquella estrella de los fogones. Encima tendría razón, pensó Iván, desde que echó el brandy a la crema no había vuelto a probarla. Creía, es más, estaba seguro de que Pascual le había dicho que le añadiera 50cc de la bebida alcohólica.
El ayudante se apresuró con la jarra en la mano hasta el otro extremo de la mesa de trabajo donde se encontraba el microondas, pulsó sesenta segundos y volvió al centro de la mesa. Comprobó de nuevo que las tablas y cuencos, con los ingredientes cortados del plato que estaban preparando, se alineaban en impecable orden sobre la brillante superficie de Silestone como si fueran un ejército de soldaditos de juguete. Con la punta de los dedos, cuadró la bandeja de carne de nécoras cocidas para que quedara a idéntica altura que la bandeja con el cabracho y la merluza, milimétricamente perfecto. En su mente saltó una alarma. Corrió hacia las maletas negras que siempre les acompañaban en sus trabajos, preparadas cuidadosamente con todo lo que el cocinero pudiera necesitar en una cocina ajena. Sacó una mezcladora de brazo curvo y aspas largas, más delgadas de lo habitual. Garmendia-Sola no se atrevería a hacer una crema sin aquel arma culinaria, más parecida a un aparato quirúrgico que a una batidora.
Una corriente de aire se coló por la puerta de la cocina al abrirse de golpe provocando el repiqueteo de una hilera de cazuelas de diseño colgadas del techo a lo largo de una barra de aluminio sobre sus cabezas. Envuelta en la corriente de aire atravesó la puerta abatible una cabellera rubia peinada hacía menos de cinco horas, que acariciaba un generoso escote enmarcado en cristales de Swarovski, marcando el paso con unos Manolos de tiras doradas y tacones imposibles por los que su dueña había pagado una cifra absurdamente alta.
- Pascual, cariño, ¿cómo va todo? Vengo siguiendo el aroma por todo el corredor, es realmente delicioso, de veras. ¡Decididamente fantástico!
El pitido de alarma del microondas resonó sobre los azulejos de baldosa hidráulica en el otro extremo de la cocina. La cabellera rubia se volvió asustada, como si fuera la primera vez que escuchara aquel sonido.
- Mina, cielo, creía que habíamos dejado esto claro, no trabajo con comodidad si se producen intromisiones – Pascual se acercó hasta la intrusa, también dueña de la casa, blandiendo la batidora inalámbrica a pocos centímetros de su cara –. Ni hago show cuisine, ni consiento que se tomen notas de mis recetas. No es nada personal, está escrito con letra grande en el contrato.
- Lo sé, lo sé, querido – se apresuró a contestar Mina –. Sólo quería estar segura de que no precisabas nada extraordinario. Rosa ha preparado una mesa preciosa y …
- ¡Mina! - la interrumpió con un gesto brusco señalando tras ella- ¿Ves ese baúl tan grande junto a la puerta? Dentro descansa, todavía, la vajilla grafito que acordamos para servir la cena. Sabes que mis creaciones no se sirven en porcelana casera – el tono de Pascual subió en volumen y grado de sarcasmo, quizás demasiado exagerado para dirigirse a una cliente –. ¡Joder! Mina, ¡tú misma elegiste la vajilla oscura porque te pareció que iría perfecto con el árbol de navidad negro!
- Cierto, cierto, querido, pero ha habido un imprevisto importante de última hora que afecta de gran forma a toda la planificación. Verás, ha confirmado sus asistencia la duquesa de Devonshire, la madre de Paul. Se trata de la vajilla de su familia; según asegura la señora, que ya está muy mayor y aquí no tenemos más remedio que creerla, es la misma vajilla en la que comió una vez la reina madre. Pensándolo bien, me ha parecido una idea encantadora: el contraste entre el menú minimalista y la vajilla victoriana. ¿No te parece absolutamente fantástico?
- Mina, ¿estás de guasa? Esto es una puta broma, ¿no? – Pascual, bastante más alto y ancho que su anfitriona, se acercó hasta hablarle a pocos centímetros del rostro, sin soltar la batidora que amenazaba hacer suflé de maquillaje – Porque si veo mis creaciones perdidas entre ridículas florecillas de pequeños platos ingleses, o salpicando una escena de caza en una vieja jarra de consomé con los bordes dorados, te juro por mi madre que arrojo mi cena a la chimenea.
- ¿Tu cena? Pareces olvidar que te pago una fortuna – Mina trató de erguirse sobre las agujas de sus tacones para evitar que las aspas de la batidora le quedasen a la altura de los ojos.
- Un cuarenta por ciento por debajo de mi caché. Por ese precio no dejaré que contamines mi obra.
- Pero Pascual, querido, piensa en la edad crítica de la duquesa, le haría tanta ilusión un pequeño detalle como ese por tu parte. De algún modo es un homenaje a su relación con la familia real.
- ¡Me importa un rábano la realeza! La única corona que soporto es en una cerveza o sobre la peluca de una drag queen, y no siempre. Mina, ahora en serio, o retiras esa vieja vajilla de la mesa o recojo el tinglado y esta noche llamas a un tele-chino para dar tu cena de Reyes. Lo siento, pero es mi reputación la que se juzgará esta noche en tu mesa, no los recuerdos de una vieja duquesa a punto de palmarla – Pascual cruzó tajante los brazos sobre su fuerte tórax –. No hay negociación.
Frente a ella se erguía aquella mole calva de casi dos metros vestida completamente de negro, con algo de barriga debajo del mandil, pero anormalmente fuerte, blandiendo su arma mezcladora de diseño enmarcada en unos brazos de gimnasio. Un chef del lado oscuro. Mina suspiró, calculó las posibilidades de llegar a un acuerdo, quizás engañarle y cambiar los platos de camino a la sala. Desechó por absurdas todas las posibilidades.
- ¡Está bien! Vale, serviremos en la vajilla grafito. ¡Virgen santa! Hay veces que no se puede con vosotros. Ciertamente, desde que se os considera artistas estáis intratables – Mina giró sobe sus Manolos y siguió hablando mientras se alejaba dándoles la espalda – Hablaré con Rosa para que retire la vajilla, al menos el servicio aún no goza de privilegios creativos.
Los bucles rubios desaparecieron junto al generoso escote posterior que dejaba a la vista la espalda al completo y el inicio de unas sugerentes curvas de un, natural o no, un culo perfecto. El ayudante siguió con la vista aquellas nalgas hasta que la puerta se cerró de golpe y volvieron a vibrar sobre sus cabezas las cazuelas colgantes.
- ¡Iván! – el grito de Pascual le bajó de nuevo al suelo de la cocina – ¿Listos para rematar esa crema de nécoras?
El joven ayudante volvió a meter la jarra en el microondas, después de aquella discusión el caldo estaría otra vez frío, no quería ser el siguiente en sufrir otro ataque de ira del cocinero. Era definitivamente uno de aquellos días para Pascual Garmendia-Sola, días marcados por la frustración y la rabia que acababan en una furia desmedida con todo lo que se cruzara en su camino, días negros que se sucedían cada vez con mayor frecuencia. El esfuerzo que necesitaba desplegar en su trabajo para conseguir un mínimo de resultados era enorme, mucho más agotador y estresante que unos años atrás. Los platos ya no fluían naturalmente de sus manos como si hubieran estado siempre allí. Recurría a la memoria, a una experiencia no tan lejana, para resucitar el sabor más puro de sus recetas, la armonía de las combinaciones de texturas y el equilibrio de los extremos ácidos y picantes que explosionaban en las papilas como la revelación de una obra de ingeniería química. Hacía tiempo que le costaba sacar algo de frescura en el proceso, y eso le irritaba hasta transformar completamente su ánimo. ¡Mierda! Con sólo cuarenta y cinco años se estaba haciendo viejo. ¿Cómo era posible que eso le estuviera sucediendo a él? Detuvo la batidora en seco, su suave murmullo electrónico se apagó en el aire. Se sirvió una copa de una de las botellas de tinto que había hecho traer especialmente para la carta de esta noche. Miró por encima del cristal a su ayudante. Iván sintió la mirada y levantó una ceja en señal de pregunta.
- Iván, si tú fueras gay – Pascual adoptó un tono trascendente –, ¿me tirarías los tejos?
- …
- ¡Joder! He dicho… si fueras, no hace falta hacerse la circuncisión para responder a la pregunta de la receta de un falafel.
- Bueno – el joven ayudante, nervioso, revolvía con obstinado ahínco bajo un gran chorro de agua el cuenco con chufa fresca para el postre con naranja amarga –, supongo que lo haría, aunque, no sé, eres mi jefe.
El escurridor se deslizó entre sus dedos y docenas de pequeñas chufas marrones se desparramaron botando en el interior del impoluto fregadero de aluminio.
Pascual apenas dejó traslucir una sonrisa ante los nervios de su ayudante. Una vibración debajo del pantalón desvió su atención. Desde el bolsillo sonaba, “Let’s talk about youuu and me, let’s talk abouuut sex…” Chequeó de quién provenía la llamada antes de contestar con tono de disgusto.
- Marga, estoy trabajando, nos vemos esta noche en el Room.
- Esta noche no creo que tenga estómago para bares. ¿Tienes un Valium a mano?
- Más te vale que lo necesite. Hay un grupo de selectos comensales, que en estos momentos estarán tomando sitio en la mesa, con la intención de ser servidos y degustar una gran cena… ¿adivinas quién es el cocinero?
- Han detenido a David – Marga esperó un instante esperando una gran conmoción.
- ¡Pues que pague la multa! Mejor, no se te ocurra prestarle un duro. Que lo dejen en comisaría unos días, aislado si es posible, a ver si aprende. ¿Qué ha hecho esta vez?
- Me temo que para salir de esta no va a ser suficiente con pagar una multa. La verdad es que ya le han encerrado, pero no en una cárcel española. A David le han cogido intentando salir de Venezuela con cuatro kilos de coca en el interior de una maleta– Marga esperó una respuesta pero al otro lado el teléfono permanecía mudo –. Me ha llamado una chica, parece ser que también tiene a su novio allí dentro, otro gilipollas por tráfico de drogas. Me he metido en Internet. Te leo: “David Martín de la Torre, español de cuarenta y dos años, detenido en el aeropuerto internacional de Maiquetía Simón Bolívar con cuatro kilos de droga oculta en el interior del material con el que estaba confeccionada la bolsa con la que viajaba.” Poco más, no han publicado fotos pero no hay duda, es él. Sale en las noticias internacionales de un par de medios digitales.
- ¡Me cago’n Dios!
- Haces bien, Dios se acaba de cagar con toda su mierda sobre David.
……………….
Se dejó caer frente al ordenador dejando escapar un leve resoplido de fastidio, sacudió sus dedos en el aire, como si escurriera agua, y los cruzó estirándolos hacia atrás de la misma forma que si fuera a interpretar una pieza maestra al piano. A Marga el teclado le recordaba el viejo teatro del colegio y sus frustrados pinitos con la música; buena vista y nulo oído, un factor biológico clave para que finalmente se decantara por el diseño. Metió su clave, el nombre de su perra, para acceder al sistema. Quería comprobar una vez más el patrón de corte en la pieza de tejido, revisar el documento en el programa, podría ser que hubiera cometido un error al encajar las piezas en el modelo. Podría perjurar sobre lo más sagrado que sus patrones eran correctos, pero necesitaba asegurarse totalmente antes de depurar responsabilidades. La producción estaba siendo un absoluto desastre. Su colección para el siguiente invierno llevaba retraso, descontando el hecho de que este año era ya considerablemente más pequeña. Los talleres de costura con los que trabajaban habitualmente les habían relegado a una poco operativa segunda fila cuando disminuyó a casi la mitad su volumen de facturación, obligándoles a buscar nuevos proveedores, menos exigentes en cuanto a sus cifras de negocio, también menos eficaces a la hora de sacar adelante el trabajo.
El escalado del diseño estaba bien cuadrado, no había errores, lo sabía, lo sabía. Marga daba golpecitos en la mesa con la mano mientras comprobaba uno a uno los datos de la ficha de producción que acompañaba al patrón de corte. Lo que ocurre es que esa banda de zoquetas no sabe leer una ficha. Había empleado horas en ajustar el modelo de corte para encajar el escalado de las piezas en el tejido, la dirección exacta de los cortes, las marcas de pliegues y las especificaciones de ancho de las costuras. Odiaba aquella parte de su trabajo. Su primera experiencia con un software de diseño textil y de moda ocurrió al mismo tiempo que se producía su primer divorcio. La informática y los hombres le imponían igual desconfianza, no se movía con fluidez en su manejo y siempre la dejaban colgada antes de haber guardado los cambios. Marga desvió la mirada hacia el balcón huyendo de la pantalla. La luz amarillenta de la noche entraba suavemente tiñendo los colores de la oficina como si le hubiesen pasado un filtro de Instagram. Atraída por la luz, como una polilla, se levantó de la silla de cuero y pegó la nariz en los cristales del enorme ventanal sin cortinas que daba a la calle Argensola. A ella siempre le gustó desnudar ventanas, las telas son para vestir cuerpos, no cristales. La calle bullía de gente estresada por terminar las últimas compras en el embotado ambiente iluminado por miles de LEDs de diseño conceptual, muy moderno, muy poco navideño. Por la estrecha acera discurría un inhabitual número de niños pequeños, se apresuraban nerviosos de la mano de sus mayores sorteando racimos de bolsas que se chocaban en su camino; los que tenían más suerte, miraban anonadados las luces navideñas desde la comodidad de sus sofisticados carritos 4x4. A solo unas manzanas la cabalgata de Reyes recorría el centro de la ciudad. Calculó que le quedaban aún tres horas para salir de aquella ratonera sin sufrir un atasco regio. Pensó en Kali. Akman estaría con ella viendo las carrozas de Majadahonda. Debería haberla traído a la ciudad. Las de su pueblo parecerían calabazas de Cenicienta comparadas con el derroche y el poderío de las madrileñas. El dinero de los grandes anunciantes construye la magia de la navidad con sumas enormes para construir gigantescas cajas brillantes envueltas en millones de luces brillando en la noche. Pensar en ello la disgustó. De esta forma los trabajan desde pequeños, a una edad en la que todavía son impresionables: con un puñado de lucecitas. Cuando ni siquiera distinguen la diferencia entre el mundo real y su serie de dibujos preferida les llevan a presenciar un hecho mirífico en sus vidas, una caravana de marcas. Cuando crecen ya es tarde para rescatarlos, la primera proveedora de telefonía estará siempre asociada a sus fantasías. Pero ¿qué le vas a hacer? O los integras en el sistema o los educas como a unos frikies. Seguro que a Kali le hubiera encantado el show navideño de Cortilandia, esas cosas te parecen la hostia a los cinco años. Lástima que su marido pensara que el espectáculo que montan cada Navidad no está diseñado para un público infantil inteligente. De golpe, le salta a la mente la imagen de Akman con las venas del cuello hinchadas, berreando en contra de la mediocridad de la masa. Marga todavía se sorprende del peso que tienen en la India los prejuicios de las castas, incluso sobre un hombre como Akman que nació en Londres y se crió en una cosmopolita Paris.
- Marga, perdona, me marcho ya. ¿Necesitas algo?
La voz de Olga la rescató con un sobresalto de sus pensamientos frente a la ventana. Se volvió con violencia para enfrentarse a la anémica figura de su jefa de producción, tres cabezas más alta que ella, encapsulada en un ajustado mono negro coronado con una boina del mismo tono. Le faltaba un cigarrillo con boquilla larga para participar en un happening “Da-da”. Eso y quitarse la batería de piercings en la ceja izquierda.
- Perdona, no te he escuchado entrar, estaba en una nube navideña – Marga se desplazó ligera hasta la mesa mientras continuaba hablando –. ¿Sabes?, he vuelto a repasar el patronaje y las fichas de los “Cofián”. No tienen errores, los cortes y las indicaciones están correctos. De verdad, no entiendo cómo han podido equivocarse. ¿Has visto lo que han hecho?
Marga agarró con decisión el traje de seda que descansaba colgado en la barra perchero y lo arboló entre sus manos mostrando la sisa del costado. La tela del traje parecía muy delicada, estaba estampada con líneas simétricas que se cerraban en los laterales formando una sensación volumétrica, un efecto muy logrado a simple la vista. Pero al acercarse a observar el detalle, se apreciaba un salto visible en la proporción de la trama sobre la costura del talle.
- Lo he visto, ¡es horroroso! – respondió Olga sin mirar la prenda - Han hecho mal el corte. No he podido hablar con la jefa del taller, se han marchado todas al mediodía. La que menos tiene niños o novio, son iguales – Olga era algo más que lesbiana, era activista de primera línea en la causa contra el sexo masculino –. Creo que vamos a tener problemas para repetir el trabajo.
- ¿Por qué? – Marga intentó sonar más sorprendida que cabreada – Está mal confeccionado, es su responsabilidad.
- Alegarán que el grado de dificultad no se ajusta al presupuesto. En cualquier caso, el verdadero problema es si son o no capaces de rematar correctamente la producción.
- Ellas vieron los bocetos de la colección antes de dar precio, nunca dijeron que no pudieran hacerlo. ¡Tienen una muestra nuestra cosida a mano! ¡Por Dios!, ¿qué más quieren?, ¿qué vaya yo y me siente a cortarlos?
- Es un corte difícil, requiere un taller con más experiencia – Olga cogió el vestido de los brazos de Marga y lo levantó en el aire –. Es una pieza de ochocientos euros en la calle, estamos pagando menos de un diez por ciento de su coste por la confección. ¿Qué te dice eso?
- ¿Y tú de qué lado estás? – Marga arrancó el vestido de sus manos con rabia y lo arrojó con despecho sobre la mesa, después se sentó dramáticamente en la silla con las manos sobre su cabeza, mesando su pelo en un gesto de desesperación coreográficamente calculado.
- No te preocupes – Olga se acercó hasta su jefa y le puso una mano sobre el hombro con delicadeza –. Esta noche no podremos hacer nada, pero hablaré con ellas el lunes. Haré algo mejor, cogeré el coche hasta Toledo y me quedaré hasta solucionar el problema. Puede que sea más sencillo de lo que pensamos, tal vez un pequeño ajuste de las marcas de corte en el tejido.
- Tienes razón, eres un ángel. No sé qué me ocurre hoy – Marga cogió la mano de Olga entre las suyas y la besó con ternura –. Te estoy entreteniendo y es noche de Reyes. ¿Qué planes tienes?
- Vetusta Morla, tocan en La Casa Encendida. Hemos conseguido entradas, Lucía tiene una novia en Radio 3. Va a ser espectacular. ¡Imagínate!, será como escucharles en directo sentada en el salón de tu casa.
- Pues sí que parece pequeño el local, creo que no he estado nunca en un concierto en esa sala. La verdad, hace años que no piso una sala – Marga empujo a Olga suavemente hacia la puerta –. Pásatelo en grande y ya me contarás el lunes qué te regala tu chica mañana.
- Marga…
- ¿Sí? – Marga se paró en seco, asustada.
- El vestido – dijo Olga señalando la pieza arrojada sobre la mesa –. Será mejor que me lo lleve si quiero estar el lunes en Toledo cuando abran el taller.
Marga se dejó caer agotada en la silla. Cerró el ordenador, por el momento se había quitado un problema de encima. La silla giró sobre sí misma hasta quedarse vuelta hacia la calle. Siempre la calle. Un globo cruzó el espacio de la ventana en su ascenso libre hacia el cielo. Se imaginó la pequeña mano vacía, desconsolada, que lo estaría siguiendo también desde la acera. No le duraría mucho tiempo la tristeza, ésta era una noche repleta de ilusión y de nervios para cualquier niño, sin espacio para la insignificancia de un globo. Siempre había sido su noche favorita, la mayor entre todas las noches. Cuando era una cría su nani la llevaba hasta el parque de El Retiro para ver desde allí la cabalgata. Se montaban en un autobús atestado de gente, con la nani siempre viajaba en autobús o en el metro, cargadas con la pequeña escalera de cocina en la que luego se subía para ver las carrozas desde un púlpito, como una princesa. En el momento en que pasaba el último camello cargado de paquetes se volvían andando por toda la calle Alcalá, los bolsillos llenos de pequeños caramelos de anís, hasta las puertas del circo instalado cada invierno en la plaza de toros de las Ventas. Marga chillaba nerviosa cuando veía aparecer los grandes carteles de colores bajo la luz de cientos de gordas bombillas incandescentes. La fascinaban aquellas enormes vallas publicitarias, pasar por debajo, entre las piernas larguísimas de las patinadoras sobre hielo y fuertes domadores de torso desnudo. Del circo en sí no recuerda mucho, tan solo las coreografías de los animales alrededor del fuego. Lo mejor esperaba a la vuelta, en casa. Todavía puede sentir los nervios con los que se metía en la cama aquella noche, el hormigueo en el estómago mientras susurraba a su hermana, dos años mayor que ella, lo que pensaba que sí le traerían este año. Incapaces de dormirse, vigilaban los murmullos apagados de sus padres al otro extremo del corredor, afanados en colocar junto al Belén los regalos que llevaban semanas escondidos en el fondo del armario, dentro de las maletas de viaje. Había sido siempre una gran noche. Aquella otra, también fue noche de Reyes. Tenía veinte años. Había diseñado unos gorros para venderlos en Navidad, de terciopelo negro, rematados con largas tiras de colores que se cruzaban al cuello a modo de bufanda. Después de una semana muriéndose de frío en el mercadillo navideño de la calle Goya, todos sus diseños languidecían en igual número sobre la mesita de camping cubierta con una sábana azul. Fue esa noche cuando David se presentó en el puesto callejero, se calzó un gorro sobre la cabeza y comenzó a hacer el payaso en plena calle. David tenía algo más que labia, era capaz de seducir a cualquiera que paseara por el mercado. Le hicieron corro, él sin parar de soltar tonterías mientras le probaba sus gorros a todas las mujeres. Se vendieron en menos de tres horas. Más que eso, Marga consiguió su primer encargo profesional, crear una colección de complementos para una firma de moda. Nunca lo había reconocido, pero siempre pensó que aquella noche se convirtió en el arranque de su carrera. Su vida podría habría sido muy diferente sin aquel golpe de suerte. Aquella oportunidad le abrió una puerta directa a la escena de la moda del momento. Si aquella noche de Reyes, David no hubiera convertido una ingenua colección de gorros en una sensación comercial, ella no estaría ahora en un show-room de la calle Argensola, y su nombre en una selecta red de tiendas en toda España. Marga sonrió al repasar el recuerdo de su imagen. David, esa cara de sexy bribón con aires de inocencia. Ojos azules, sonrisa de labios carnosos, de esos que al mirarlos sólo deseas morder con fuerza. Y su nariz, ancha, grande, con una pequeña curva en el tabique que le daba ese perfil de adonis griego en una película de gladiadores maricas. David siempre supo cómo sacarle partido a su belleza. La cara de David sobre los cristales. Marga apartó la vista de la ventana. Ahora quizá sean unos atributos demasiados llamativos para lucirlos en el interior de una cárcel venezolana.
………………….
Dos hileras de personas se distribuían a ambos lados de la infranqueable entrada del Room, aguantaban el frio de la noche pegados unos a otros, guardándose del fuerte viento que soplaba calle abajo. En la cola de la derecha esperaban para entrar los más afortunados, incluidos en la “guest list” de la noche. A los que aguantaban el tipo en la larga hilera de la izquierda les tocaría esperar un poco más y, además, pagar una entrada para acceder al local de moda. En la puerta, tres armarios de gimnasio con traje oscuro, abrigo de piel largo y pasamontañas cubriéndoles el cuello hasta la base de los ojos, hacían guardia a una morena altísima, con moño muy prieto y gafas de montura, embutida en un traje de fiesta rojo que no perdía de vista un gran bloc que sostenía en el brazo. Lorena cruzó decidida por en medio de las dos filas de gente, ignoró a la caperucita agresiva y se acercó hasta el portero que cerraba el paso para soltarle un beso en cada mejilla.
- ¡Hola, cielo! – le saludó resuelta, ignorando las miradas asesinas que le lanzaban desde ambos lados de la puerta - ¿Cómo va la noche?
- Estamos completos – contestó el portero retirando el pinganillo de su boca – La crisis, o nos deja vacíos o saca a la calle a todo el mundo el mismo día.
- ¡Asco de navidades! – Lorena se quitó un gorro de lana, soltando la corta melena de un intenso rubio albino, casi blanco, que ahuecó entre los dedos –. Yo las borraba del calendario. ¿No somos multi-religioso-culturales? Pues eso, celebremos el año chino y que se joda el niño Jesús sin un puto rey Mago en el portal.
- Soy ortodoxo, para mí esto acaba de empezar.
- Te compadezco, yo no podría pasar por dos navidades seguidas – Lorena palmeó el fuerte hombro del portero eslavo –. Voy para adentro. ¿Has visto a Pascual?
- No, pero Juanma y su chica están abajo. Pásalo bien, guapa.
Lorena atravesó la frontera dejando atrás las filas de outsiders esperando cruzar el férreo puesto de control de la entrada. Bajó decidida las escaleras hasta el guardarropa, aquel local era como su segunda casa. Se quitó el abrigo ,de piel sintética, bajo el que llevaba únicamente unos vaqueros y la camiseta de tirantes que dejaban al aire sus delgados brazos blancos y sus hombros cubiertos de pecas. Extrajo la pequeña cartera de su bolso, que se guardó en los vaqueros, y lo entregó junto con su abrigo a la encargada detrás del mostrador: una rubia cardada, entrada en décadas de años, enterrada bajo pilas de ropa y parapetada tras múltiples displays de chupa-chups y preservativos. La mujer dejó escapar un guiño cansado de complicidad mientras le entregaba la ficha de plástico. Lorena se preguntó cuántas noches habría repetido aquella mujer el mismo gesto. En una ocasión le había confesado que ya era camarera cuando aquel establecimiento no era más que un salón de café, llevaba casi treinta años trabajando en el local. Lorena abrió la doble puerta que daba acceso a la sala y la música la golpeó con fuerza. A juzgar por el estridente nivel de agudos y los bajos que hacían retumbar el suelo bajo sus pies mientras caminaba, Sha-sha debía estar al mando de los platos en ese momento. Pocos deejays como ella tenían la capacidad de vaciar las barras y hacer que el público bailase como un ejército de muñecos descoyuntados. Lorena recorrió con la vista la pista central repleta de gente, brillaba luminosa y blanca sobre una superficie de cristal retro iluminado desde el suelo. Todavía recordaba las primeras veces que acudió a esta discoteca, de eso hacen ya unos cuantos años. ¡Dios santo! Había cambiado tanto. No podría decir cómo se llamaba entonces, sin embargo en su memoria perduraban con claridad algunos detalles: el papel pintado desaparecido de las paredes, la barra de aluminio que separaba la pista de baile de los sofás de terciopelo azul oscuro, el hueco en el que ahora se iluminaba la pista que entonces era el espacio ocupado por una bolera donde jugaban los niños pijos de El Viso los domingos por la tarde. Dio un rodeo evitando la zona de baile, abriéndose paso con dificultad entre la masa hiperactiva que daba botes con la copa en la mano. Al fondo, envuelta en intensas luces naranjas, ardía la barra junto a la que solían hacerse fuertes marcando su territorio, su barra favorita, porque estaba cerca de los lavabos. Enseguida distinguió la figura de Nadia, fácil, la única mujer de color en todo el local. Apoyaba sus manos en el brazo de su acompañante mientras reía abiertamente. Algo no cuadraba en la escena: Nadia mantenía una animada conversación con Carlos, el discurso de Carlos puede llegar a ser muy interesante pero pocas veces provoca la risa. Si le dejas, Carlos diserta sobre el movimiento de las personas, en concreto, sobre por qué se desplazan en una dirección determinada y hacia dónde dirigen sus miradas. Trabaja como arquitecto especializado en los flujos de público dentro de los centros comerciales. Sus recomendaciones se plasman en un plano que parecerá construido para ofrecer un acceso libre de impedimentos; sin embargo, y ese es su trabajo, está diseñado de forma que mires los escaparates, los anuncios, y acabes cargado de bolsas cuando tu única intención había sido ir al dichoso centro comercial a comer palomitas en el cine. Esta noche parecía que las corrientes migratorias de las familias los sábados por la tarde no eran el tema estrella de la charla. Nadia reía sin control mostrando una dentadura blanco nuclear, dejaba caer sensualmente la cabeza hacia atrás con un movimiento orgánico, totalmente natural pese a lo forzado, que resaltaba su cuello étnico, largo, delgado y orgulloso. Su piel indi, oscura como las aceitunas, brillaba igual que si se hubiera untado aceite virgen, un guante de lujo para una creación exótica. Llegó a España siendo un bebé sucio en los brazos de una hippie que había cambiado durante unos años Oslo por un macuto en la India, allí vivió un romance con el padre, en la incipiente Goa psicodélica de los 80. Mientras el padre viajaba en ácido a su séptima reencarnación, le anunció que su karma y el de ella se encontraban en los lados opuestos del yin y el yang, el bebé dibujaba la curva línea del medio. La madre de Nadia abandonó las fiestas de las playas, se sacudió el polvo hippie, aunque no del todo, y acabó recalando en Ibiza al frente de una tienda de importación de muebles asiáticos. Realizaba viajes frecuentes a la India, muchos de ellos acompañada por Nadia. Primero de niña, y luego siendo ya una joven que destacaba por su belleza, Nadia había absorbido sin complejos los colores intensos, la luz, la cadencia de la India y las bellas historias de su herencia ancestral, fascinada por una cultura que sentía tan extraña y tan propia. Ahora luce con orgullo sus genes mixtos. Sus profundos ojos verdes saben mirar con la majestuosidad del tigre en la selva de bambú gigante y el movimiento de sus músculos es una danza ejecutada con la sutil armonía de las marionetas de agua balinesas. Es una extraña flor tropical con una eficaz mente centroeuropea. Estudió relaciones públicas y turismo en Londres. Habla con fluidez seis idiomas, entre ellos tres asiáticos. Tiene un don especial para tratar con la gente y a pesar de su juventud se ha hecho un hueco en el competitivo mundo del espectáculo llevando la producción de grupos artísticos y organizando giras por todo el mundo. Es tan buena que en la mayoría de los casos elige ella a los grupos que va a producir, mucho más de lo que otros productores a su edad se atreven a soñar. A Lorena, la exótica Nadia le cae como una patada en los ovarios. Nadia es, de lejos, mucho más atractiva que ella y tiene más éxito profesional en una carrera en algunos aspectos paralela a la suya. Para colmo, se ha enrollado con uno de sus chicos, Juanma, que además es su jefe, en más de una ocasión. Pero lo que la hace recelar de la mujer negra perfecta, por la que todos los tíos beben los sesos, es su humildad. Jamás la ha pillado echándose flores. No se puede negar que sabe utilizar sus poderes de seducción para conseguir sus objetivos, saca sus armas cuando las necesita como parte de una buena educación de hembra destinada a comerse el mundo, pero hay algo diferente en su manera de afrontar sus éxitos, no se pavonea ni exige un trato preferencial por ellos. Nadia se muestra siempre solidaria, trabaja duro y es, “on top”, feminista militante. En una ocasión canceló un circuito de actuaciones en Dubai cuando le preguntaron muy amablemente si podían negociar las condiciones económicas directamente con su jefe. Una auténtica hembra alfa en la manada.
¡Dios! ¡Es imposible que haya alguien así de perfecto! Rumiaba Lorena acercándose a la barra para enfrentarse a los estragos que causaba a su alrededor la diosa de ébano. ¿Es que no se desangra como todas?
- ¡Loreeeeena! – chilló Nadia a unos metros de distancia al verla venir hacia ellos.
Carlos se dio la vuelta, una mueca feliz le cruzaba la cara, estaba disfrutando en exclusiva de la atención de aquella belleza y ahora de golpe aparecía su otra amiga, otra tía bastante imponente. Aquella era su noche de suerte. Lorena se abrió paso partiendo en dos un grupo de niñatos que se apartaron intimidados ante la incisiva entrada de la rubia platino. Saludó a Nadia con dos sonoros besos que no llegaron a rozarle la mejilla, respetando maquillajes.
- ¿Qué me he perdido? – dijo Lorena saludando a Carlos – Hazme un briefing rápido para que me ponga al tanto, esto está petado, tiene que saltar por algún sitio.
- ¿Piensas que puede haber un disturbio? – pregunto Carlos ante la mirada sorprendida de las dos mujeres – De hecho, el pánico de las masas es siempre una posibilidad seria.
- Cariño, me refiero a saltar sobre alguien – Lorena no sonaba sarcástica, aunque hubiera podido –. Venga, ¿qué me dices, Carlitos? Esto está lleno de pivones en su última noche de fiesta antes de que vuelvan a sumergirse en la cruda rutina del invierno, es ahora o tendrás que matarte a pajas hasta carnavales.
- A ver, Carlos, céntrate en un objetivo abordable – Nadia intentó colaborar, animada por la buena disposición de su amiga, sin embargo no podía evitar algo de sorna -. Y después, suéltate la melena. ¡Ataca! Clava tus uñas en carne fresca.
- Si, bueno, quizás tengáis razón – Carlos cambió de mano su copa, tenía a dos mujeres despampanantes atendiéndole a él solo, seguro que a su alrededor ya se habrían fijado en ese detalle -. ¿Os habéis dado cuenta de que la gente no circula más allá de un diez por ciento de la superficie del local? Entran, se radican en un sitio y desde allí establecen rutas cortas con objetivo barra o servicios, excepcionalmente la pista. Después de tres o cuatro horas sólo han pisado unos escasos diez o quince metros cuadrados. Ese territorio reducido es el factor clave por el que es más fácil ligar en un club, incluso más decisivo que el alcohol. La invasión de tu burbuja personal obliga a la interactividad. Es curioso que esto no suceda cuando vamos en el metro.
Ahora fueron las dos mujeres las que no pudieron evitarlo, tras cruzar una mirada cómplice soltaron una tremenda carcajada. Carlos no se lo tomó mal, sabía que esto pasaría. Ha domesticado sus registros de comportamiento para no perecer un friky social. Aquellas observaciones eran parte de su personalidad, seguían provocando las risas de sus amigos hasta convertirse en un punto a su favor para mantenerse en el grupo.
- Y Pascual, ¿no ha llegado? – Lorena cambió de tema sobreponiéndose al efecto espasmódico – Tampoco veo a Juanma. ¿Ya se ha perdido?
- Juanma ha bajado a los lavabos – Nadia miró su vaso vacío –. ¿Me acompañas a por una copa?
- Por vena. Carlos, ¿algo de la barra?
- No gracias, voy a quedarme en mis diez metros cuadrados vitales, justo aquí, hasta que pesque a alguien.
- Pescarás – Lorena le dedico un mohín –. Tan solo procura no abrir la boca durante los primeros minutos.
Las dos chicas se alejaron hacia la barra anaranjada. El bar se encendía en llamas en contraste con la luz azulada que emanaba de la pista. Tuvieron que esperar mientras servían a un grupo de guiris para conseguir un hueco en primera línea de barra.
- ¿Cómo llevas esa búsqueda? – preguntó Nadia.
- ¿De novio o de trabajo? – Lorena sabía que su preocupación era sincera, pero no le gustaba airear sus problemas, y menos recibir mensajes de lástima.
- De lo que no puedes conseguir entornando los ojos, con la cabeza ligeramente ladeada y mordiéndote una uña.
- No me seas naif – Lorena dejó escapar una risa desdeñosa –. No podrías seducir con un gesto tan obvio ni a Carlos. Aunque creo que el manga japonés está recuperando ese código, pero claro, puede que funcione para los exquisitos dibujantes en Tokio, aquí serías algo más parecido a una puta de provincias.
- Pon la cara que quieras, pero si yo fuera un tío te perseguiría el trasero.
- Qué quieres que te diga, ¡no hay una hostia de trabajo! – Lorena cambió drásticamente de tema, sencillamente no le apetecía seguir recibiendo adulaciones de quién las da porque no las necesita – Esto no es una crisis, es un puto derrumbe. Las televisiones están recortando gastos, producen menos series de ficción, las productoras se resienten y despiden a gente, gente muy competitiva que se va acumulando a la espera de lo que salte, lo que hace casi imposible volver a encontrar un hueco en una producción. Están tirando por los suelos los salarios, como si fuera una puta subasta inversa de E-bay. Además, ahora solo quieren producir nuevos formatos, microseries de dos y tres capítulos, o microespacios de diez minutos, tipo cóctel de chorradas, ya sabes, marujeo, un poco de músculos y sexo fácil. Una basura. ¡Joder!, debo ser la única productora de televisión que piense que todo es una mierda total. Si no fuera por los trabajos que me pasa Juanma estaría durmiendo bajo unos cartones.
- Es lógico que seas exigente – dijo Nadia solidarizándose con Lorena mientras le alargaba su vodka con naranja.
- No, lo lógico sería bajarse las bragas con el primer director de producción gilipollas que me ofrezca una mierda – Ahora Lorena estaba cabreada, su fracaso laboral parecía un agujero enorme frente al éxito natural de su amiga –. Tú ves los toros desde la barrera, así es muy fácil dar consejos.
- No te lo tomes así, te juro que entiendo por lo que estás pasando.
Un figura más alta que ella se le acercó por la espalda, hizo un guiño familiar a Nadia para que guardara silencio y agarró a Lorena por la cintura.
- ¿Quién ha disparado primero? – dijo Juanma abrazándola, Lorena no se inmutó, como si lo hubiera estado esperando se restregó contra un sweater de lana gris, el suave tejido marcaba las formas del tórax y los brazos – Gatitas, está visto que no se os puede dejar un minuto a solas.
- Como vuelvas a llamarnos gatitas rompo un vaso y te marco la cara – Lorena lo amenazó levantando su vodka lleno –. Un clásico que no dudaré en ejecutar como la Crawford en “Johnny Guitar”.
- Hola cielo, yo también me alegro mogollón de verte – Juanma apartó con la mano la copa amenazante de su amiga y le dio un beso en la mejilla.
- Te ha quedado algo, ¿o te has fundido todo en el baño? – le cuchicheó Lorena aprovechando la proximidad a su oreja – Salgo de una cena de familia, necesito un estímulo, muy fuerte y muy urgente.
- Sure, darling – Juanma metió una mano en su bolsillo e inmediatamente después la apretó contra la palma abierta de Lorena sin dejar de mirarla a los ojos por un instante -. ¡Ups! Cambio de idea - retiró en el último momento la papelina de la mano y se la guardó en su bolsillo –. Mejor bajo contigo, tengo algo que contarte. No te preocupes, no hay nadie controlando los servicios, parece que esta noche no dan abasto. Cielo – dijo dirigiendo una sonrisa cómplice a su novia –, ya lo has visto, esto es una urgencia, volvemos en cero coma dos.
Juanma agarró del brazo a Lorena y la arrastró tras él sorteando a la gente. Llegaron con dificultad hasta las escaleras que descendían a los servicios. Juanma tenía razón, el matón con corbata que solía estar de vigilancia había desaparecido, del interior de los aseos salía un jaleo de voces mayor del habitual. Se metieron en los lavabos de chicos y esperaron unos minutos hasta que un cubículo quedó libre. Los servicios del Room son los mejores de Madrid para meterse rayas, son tan grandes y están tan limpios que parece que estás en la suite de un hotel, hasta tienen una luz indirecta que no te hace perecer un cadáver.
- Me gusta más así, me recuerda los viejos tiempos – Lorena acomodó su espalda sobre los baldosines negros relucientes mientras Juanma sacaba un par de tarjetas de la cartera y lo colocaba todo sobre la tapa del inodoro –. Es mucho más divertido que bajar sola, ya podían olvidarse del paripé de las drogas.
- No te vas a creer lo que ha pasado – respondió Juanma sin mirarla, concentrado en hacer un par de lonchas blancas de considerable tamaño. Se levantó y le tendió un turulo. Lorena no esperó a conocer la noticia y se sumergió en la raya con el billete en la nariz –. Han detenido a David con cuatro kilos de coca en una maleta.
Lorena casi expulsa de golpe todo el polvo blanco que acababa de aspirar. Se levantó con los ojos abiertos como si hubiera presenciado el fin del mundo y agarró a Juanma tirando de su camisa blanca.
- ¿Has dicho cuatro kilos?
- Exactamente, el muy animal se ha lanzado al tráfico internacional. Pero la cosa tiene todavía más guasa. Al parecer, hace un par de años, David dio su dirección personal para que alguien enviara una bici cargada de droga a España. La bici nunca llegó a salir de Venezuela, por supuesto la policía guardaba su dirección, como si le estuvieran esperando, así que cuando David llegó al control del aeropuerto saltaron en la pantalla luces de todos los colores, parecía que hubieran hecho jackpot todas las tragaperras de Las Vegas.
- ¿En qué aeropuerto? ¡Joder!, no me digas que lo han detenido en la puta Venezuela.
- La misma, cuna del café, el azúcar, el petróleo, el chavismo y la cocaína – Juanma se agachó y esnifó con potencia la raya sobre la VISA.
- No me lo puedo creer. Será idiota, ¡joder! – Lorena no sabía si reírse de la estupidez de su amigo o preocuparse seriamente por el asunto, que desde luego, no pintaba nada bien – Y ¿dónde está detenido?, ¿en una comisaría de Caracas?, ¿del aeropuerto?
- Por el momento está en una cárcel preventiva de la capital a la espera de juicio, pero la verdad, creo que son igual de chungas que donde retienen a los condenados – Juanma se miró en el espejo, pasando la mano sobre la barba. Se echó un poco de agua en el pelo y alisó el flequillo negro estirando las puntas entre la yema de los dedos –. Sabes, cuatro kilos es mucho, puede que allí le caigan quince o veinte años.
Lorena cerró los ojos, visualizó por un instante la cara de David golpeada y sucia en un barracón de presos sudamericanos. Por alguna rara asociación le vino a la mente Robert de Niro jugando a la ruleta rusa en “El Cazador”. Tuvo que abrir los ojos para escapar de Vietnan.
- Pero, ¿en qué coño estaba pensando ese subnormal? – Lorena estaba demasiado cabreada para controlar su tono de voz – ¡No se puede ser más imbécil! Él debía saber mejor que nadie como funcionan esas cosas. No se le ocurre otra puta idea más ingeniosa que hacer de correo, ¡en persona! No entiendo cómo se puede tener tan poco cerebro.
- Puede que estuviera muy pillado y debió pensar solo en el color del dinero. Igual se le había ido la olla del todo, últimamente se metía demasiado. No sé, estaba también la chica esa con la que salía, mira por dónde, la morena es del distrito de Bolívar, me apostaría los cuatro kilos a que está detrás del tema de alguna forma. Si no, ¿por qué no responde al teléfono? Ha abandonado el piso y su trabajo en el bar.
- ¡Joder!, qué fuerte.
Lorena abrió el pestillo y salió decidida, una mole de uno noventa con pinganillo le dirigió una mirada asesina desde la puerta de los lavabos. Lorena tosió y se paró en seco cerrando la puerta tras de sí, Juanma casi se empotra con ella. Se acercó sonriente hasta el tipo de seguridad.
- Perdona pero estaba teniendo una crisis de ansiedad – Lorena gesticulaba con algo de exageración mientras trataba de que los ojos del de seguridad no se despegaran de ella mientras se desplazaba alejándose del campo de visión de la puerta del servicio –. Realmente me puse mala, pensé que vomitaría aquí en medio, de verdad tío, no sé que hubiera pasado si no llego a entrar ahí a tiempo.
- La próxima vez que te vea aquí dentro te pongo en la calle.
- Vale, vale, prometo no volver a hacerlo. Gracias, cielo.
Lorena subió deprisa las escaleras, la coca le había subido derecha al cerebro y lo único que deseaba era encenderse un cigarrillo. Nadia hablaba con un grupo de gente que conocía de vista. Lorena volvió la cabeza y buscó con la mirada a Juanma en las escaleras, esperaba que su maniobra de distracción hubiera tenido resultado. Dio un trago a la copa y trató de dejar la mente en blanco. Su cerebro trataba de procesar la noticia sobre David evitando grandes traumas.
Pero qué gilipollas se puede llegar a ser, mandar a la mierda tu vida de la manera más estúpida, cometiendo algo ilegal, pero ilegal a lo bestia. ¡Joder!, si al menos le hubieran detenido en España, no quiero ni pensar en cómo son de cutres las cárceles venezolanas.
- Acaba de llamarme Pascual – Juanma sacó a Lorena de sus reflexiones.
- ¿Ha terminado ya la cena?, ¿viene para acá?
- Esa era su intención, hasta que se ha topado con un control de policía bajando a Madrid y le han hecho soplar.
- ¡¿Pero qué coño pasa esta noche?! – Lorena cruzó los dedos en el aire – Aléjate de mí si tú eres el gafe.
- No sabéis de lo que me acabo de enterar – Carlos se había acercado hasta Lorena y Juanma y les rodeó con sus brazos formando un pequeño corro en el que él era la figura más pequeña-. Sha-sha, la deejay, no es lesbiana.
- ¿Nooooo? – dijo Juanma.
- Sí. No, no lo es.
- Carlos – Lorena acercó sus labios hasta rozar su oído –, gogos, camareras y deejays son como los ángeles: no tienen sexo… con nadie.
2. MADRID. DOS DÍAS DESPUÉS
Las voces provienen del despacho de al lado, no puede dejar de escucharlas, parece que se produjeran en el interior de su cerebro. La discusión se desarrolla en un tono que carece de lógica, en instantes aparece salpicada de carcajadas, luego hay largos silencios en los que la tensión parece ser enorme. Pensar que debería estar al otro lado del tabique de cristal multiplica por varios dígitos su dolor de cabeza. Juanma levantó la mirada a través de las persianas de lamas para ponerle foto al desarrollo de la batalla. La sala de reuniones contigua estaba ocupada por su equipo creativo estrella: Jorge, Sonia y Mark, el publicista americano, la última adquisición de la agencia, directamente importado de la 49th St. de New York, destetado del mejor equipo en estrategias de marketing digital de Ogilby One Worldwide. Su fichaje había costado una pequeña fortuna en comparación con el sueldo medio de los creativos en España, aún así, fue más barato traerle a él que robarle uno a Lowe Londres.
“¡Joder! Cómo me duele la maldita cabeza.”
Abrió el cajón de su escritorio y sacó un bote de paracetamol, sacó un par de pastillas blancas y se las metió en la boca. Mientras apuraba el agua de una mini de Solán de Cabras volvió a mirar de reojo hacia el otro lado de los cristales. Encerrados desde hacia dos días, su equipo creativo se encontraba en el punto álgido de un brainstorming para la campaña del año del cliente más importante para la agencia, el primer fabricante de ropa deportiva del mundo quería hacer un experimento que podría cambiar la publicidad para siempre. Se había elegido España como mercado de prueba y estaban convocadas cinco agencias a concurso de ideas, Mclan entre ellas. La agencia estaba entre los primeros puestos del ranking de las top-agencies en marketing viral, etiqueta pata negra que no les libraba de la imperiosa necesidad de ganar ese concurso aunque tuvieran que encerrar a los creativos un mes. La publicidad es lo primero que recortan las empresas cuando se enfría el consumo. Las cuentas de resultados se habían resentido enormemente por culpa de la caída de contratación en medios durante el último año. La agencia podía estar de moda pero el cash-flow no circulaba por sus venas, había un coágulo a punto de provocar un ictus que se extendería por todo el grupo empresarial. La responsabilidad de Juanma como director creativo es evitar la hemorragia, necesitaban ganar ese concurso. Y él debería estar encerrado en la pecera con su equipo, exprimiendo sus neuronas en la sesión de ideas. Se metió un chicle en la boca y salió al hall central del edificio, un gran espacio abierto alrededor de un hueco circular que se abría paso desde la planta baja hasta la cubierta de cristal, por donde entraba una intensa luz a pesar de estar el cielo nublado. En el hall de la planta tercera trabajaban unas veinte personas distribuidas en largas mesas blancas, con ordenadores Macs blancos y sillas de piel blanca. El suelo también es blanco y las paredes de los despachos son todas de cristal, con venecianas de metal lacadas en gris perla, casi blanco. La única nota de color la pone un gigantesco árbol de hojas verdes plantado en el interior del edificio que sube cuatro plantas. Los arquitectos habían recibido un premio por su trabajo. En la agencia, al edificio lo llaman Hiroshima. La luz es a veces insoportable. Juanma trabaja con gafas de sol en su interior, y no es el único. El estudio de arquitectura es holandés, a nadie en el sur de Europa se le hubiera ocurrido construir semejante tortura lumínica.
- ¿Qué pasa, chicos?, ¿cómo lleváis la cosa? – dijo Juanma cerrando la puerta de la sala de juntas tras él.
- Bueno, tenemos algunas ideas y eso, pero es sólo el principio – Sonia, la joven creativa, repasó con la vista una gran hoja llena de garabatos y notas.
- Soltadlo, vamos.
- Verás – Sonia miró a sus compañeros antes de seguir –, creemos que puede haber algo en un aspecto del briefing del trabajo, la idea nos ha venido al tratar de leerlo desde otra perspectiva. Podríamos pensar que lo que realmente plantea Nice es su desaparición en los medios convencionales para reencarnarse en una marca que no sea tal, que deje de ser un producto, que tenga unos valores propios ajenos a cualquier cosa que venda. Para lograr que una marca se disocie del producto y tenga vida propia deberíamos conseguir que la gente la interiorice de forma íntima, igual que hace con sus creencias religiosas o con algún valor o pensamiento que sea estrictamente personal del que se sientan orgullosos.
- Entonces la comunicación ya no se produciría unidireccionalmente desde la marca hacia los consumidores – prosiguió Jorge levantándose para gesticular y mover los brazos como una azafata, parecía un poco fumado –. El diálogo se invertirá, será el consumidor el que se dirija a la marca para hablarle, venerarla y formar parte de ella. Algo de lo que te sentirás orgulloso porque formará parte de su propia red social. Igual que si fuera la puta selección de futbol de tu país, el partido político al que votas, si es que votas, o el Dios al que rezas por las noches, porque ahí fuera hay todavía un montón de tipos raros rezándole a alguien.
- ¡Vale, vale, chicos! – Juanma tenía muy poco aguante con las salidas de Jorge, a pesar de que sus ideas eran de las más galardonadas de la agencia – Hemos convertido a Nice en el Dios particular de cada uno, jodidamente genial, superb!. Ahora, ¿cómo coño llenamos de gente la iglesia?
- Yo pensaba que en España las iglesias estaban llenas, por eso de las procesiones – el chiste de Mark podía tener buena intención, pero poca gracia.
- Mark, las procesiones son una excusa para que un montón de marujas se vistan por un día de meretrices sado y los costaleros hagan botellón después de correrse en plan gay debajo del paso – Juanma no tenía derecho a ser borde, pero le mataba la resaca y su humor era pésimo –. ¿Me puede explicar alguien por qué estamos hablando de esto?
- No hace falta llevar a nadie hasta una iglesia – Mark miró desafiante a Juanma –. Dios está en todas partes.
- Ahora te escucho.
- Nice no va a ser una página en Internet, ni una marca a la que sigas en Facebook o Twitter – Mark hablaba pausadamente, seguro de su exposición –. Vamos a conseguir que cada vez que compartas algo con tu mejor amigo lo mandes a través de Nice, y que Nice te responda personalmente.
- Eso se llama Whats-app, y logísticamente es imposible que podamos responder a esa demanda – dijo Juanma algo decepcionado.
- No es Nice quién va a responder – Sonia salió en su defensa –. Serás tú, o yo, o cualquiera.
- Nice será como una especie de servidor madre – continuó Mark –. Una gigantesca red P2P donde Nice somos todos, una plataforma que se enriquece con lo que es todavía el valor más elevado del ser humano, su relación con otros como él.
- Nice no utilizará una red social para hacer marketing – Sonia arrastró las pausas entre las palabras –. Nice… será la red.
Juanma sintió un vértigo que le subía desde el estómago, vértigo ante la magnitud de la idea y ante un motón de interrogantes que se abrían a partir de ahora hasta dar forma al proyecto, un mundo en el que le costaba navegar con la fluidez con la que nadaban estos tiburones veinteañeros.
- Quiero que sigáis esta vía, hasta que os salga sangre – Juanma sonaba entusiasta, no fingía –. Creo que podía ser lo que estábamos buscando. Y otra cosa más: no quiero que nada de esto salga de esta sala. ¿Queda claro?
- ¡Pero eso es imposible! – chilló Sonia – Vamos a tener que consultar a un montón de gente, especialistas de sistemas, de plataformas, de redes. Tú sabes cómo se las gasta esa gente, la palabra confidencial no puede teclearse en su keyboard.
- Tendréis que extremar las precauciones, hablaré con el director web para que ponga a vuestra disposición un listado de su gente más competente. Si esto nos lo pisa alguien estamos jodidos – Juanma se levantó para salir y les dedicó una sonrisa sincera –. Puede ser una bomba chicos. Vamos a cambiar el mundo más que el puto 11S.
Juanma salió de la sala. Los tres creativos le siguieron con la mirada a través de los cristales.
- La vieja gloria ha hecho su aparición – dijo Sonia.
- Patina neuronas – confirmó Jorge–. ¿A qué ha venido lo del 11S?
- ¡No se ha enterado de una puta mierda!, lol! - Zanjó Mark, antes de que todos volvieran a enfrascarse en el debate de sus ideas.
…………………..
Unos cúmulos negros, densos, plomizos, se expandían lentamente en la pantalla como grandes nubarrones gestando la madre de todas las tormentas. Parecían soltar chorros de una negra sustancia pesada, muy densa, como si estuvieran asistiendo a una explosión de petróleo en crudo que en lugar de ser líquido se comportara con la ingravidez de un gas. Su efecto sobre el fondo blanco inmaculado era aterrador. Marga pasó otra fotografía en la presentación, deleitándose en la contemplación de esas formas que emergían flotando en algún tipo de elemento acuoso invisible. Eran formas voluptuosas, acechantes, parecían tener vida propia. Daban ganas de tocarlas con los dedos, de envolverse la piel en ellas.
- Son increíbles, en serio, tienen mucha fuerza – Marga siguió pasando fotografías de la misma serie.
- La idea es fotografiar a la modelo con un movimiento forzado, roto, para incrementar la sensación de que flota ingrávida en el espacio junto a las manchas negras, quizás algo de danza contemporánea. Los vestidos deben resultar vaporosos, de tejidos ingrávidos, como si flotaran dentro de un líquido transparente – Juanma seguía la expresión de Marga mientras miraba las fotos -. Las telas, la textura y el empaque del tejido tienen que ser una prolongación de este líquido negro. Tendríamos que estudiar si podemos conseguirlo fotografiando con una corriente suave de aire, o necesitamos sumergirlos en agua. Y su retoque digital, por descontado.
- Es realmente asombroso, parece que estén vivas – Marga acercó sus dedos a la pantalla sin poder resistir la tentación de tocar aquellas formas –. ¿Cómo lo hacen?, ¿es una foto?
- Claro que no, es una creación 3D. Utiliza un programa de simulación de comportamientos líquidos. Lo que las hace diferentes es lo inesperado del color, negro intenso, con esa suavidad. ¡Pueden quedar fantásticas! Tu colección de este año está muy centrada en el negro, incluso las pequeñas notas de color resaltarán aún más por contraste. Unas modelos muy pálidas y de piel muy blanca. Las fotos las tiraremos en ese background blanco nuclear, me gustaría probar un suave efecto de reflejo distorsionado debajo de los zapatos. Lo más importante es conseguir esa ingravidez líquida, sin líquido.
- ¿Quién es el fotógrafo? – preguntó Marga en tono de pregunta con una buena causa.
- Walkers, un inglés, uno de los nuevos cachorros que despuntan en Londres. Además de manchar una página de negro también sabe sacarle jugo a las modelos, tiene un book de moda, pequeñas marcas pero muy vanguardistas, su portfolio es increíble.
- También lo será su tarifa – a ese punto quería llegar Marga.
- Tenemos dos opciones – Juanma ya tenía preparada su estrategia –. La primera es intentar negociar con él, venderle lo interesante del proyecto, la repercusión artística y comercial de abrirse al mercado español, todas esas chorradas. Yo calculo que podríamos sacar una reducción entre un treinta y un cuarenta de su tarifa.
- ¿Y el plan B?
- Bueno, la patente del 3D no es suya. Buscamos un chico espabilado, un ilustrador digital con ganas y le enseñamos estas fotos. Luego cogemos a las modelos y hacemos una sesión con nuestro fotógrafo habitual por su tarifa de día, más lo que nos cueste el retoque y la postproducción – Juanma hizo una mueca de indiferencia –. Puede que nos ahorremos cuatro o cinco mil euros, pero no tendremos garantizada la misma fuerza. Igual el diseñador 3D es menos espabilado, o le falta ese toque de genialidad artística.
- Te dije que necesitaba una campaña barata, que no tengo ni un duro este año.
- Yo no te cobraré por mi trabajo.
- Eres un cielo y te lo agradezco de veras – Marga le pasó su mano cariñosamente por la mejilla –. No creas que no reconozco lo que vale.
- Bajo ningún supuesto deberías sacar algo cutre por escatimar costes – dijo Juanma, su ego se sentía halagado, pero lo que no podía soportar era perder una buena gráfica por falta de presupuesto -. Estás jugando con la imagen de tu marca.
- Cuando la gente vea mi catálogo, no sabrán que se han perdido la cojofoto del siglo.
- Vamos, ¡no me jodas! Tú sabes que las cosas no funcionan así – Juanma cogió una revista de encima de la mesa y la blandió en el aire - Para que hablen de ti tienes que tener unas fotos de la hostia, porque a la Directora de Arte de Vogue no le vas a impresionar con una modelo en la trasera de un garaje, o en el espejo de un camerino. Te he traído estas fotos porque son de un impacto descomunal y porque creo que en este momento difícil necesitas algo que llame la atención sobre ti. Tienes una marca y su imagen es tan importante o más que las colecciones.
Marga se dio la vuelta hacia el ventanal de su despacho, sabía que Juanma tenía razón. Si ahora rebajaba su nivel de calidad en la imagen de sus colecciones, luego le costaría una inversión mucho mayor en creatividad y dinero para posicionarla de nuevo. Estaba lloviendo en la calle, una lluvia fina, como aguanieve. Las cuentas eran las cuentas y las suyas eran malas.
- ¡Vale! – gritó Marga apartándose de la ventana. Hay que joderse, el dinero, la vida, la lluvia… – Las manchas negras. Pero quiero que negocies un cincuenta por ciento. Una sola modelo y únicamente tres fotos. Con tres vestidos tenemos que mostrar la colección entera, ninguna revista publicará más de eso.
- Puedo conseguir cuatro por el mismo precio, si es una sola sesión de modelo.
- ¿Pago a seis meses? – Marga puso cara de niña indefensa.
- Sabes que eso es imposible, mucho menos con Londres – Juanma se acercó a la mesa para servirse otro vaso de agua, todavía tenía la garganta seca, aunque ya no le dolía la cabeza como por la mañana en la agencia –. Hablaré con el fotógrafo mañana. ¿Está ya en máquinas la colección?
- Mejor no menciones ese tema, es delicado – Marga se dejó caer pesadamente en un sillón –. Esas chicas nuevas destrozan todo lo que tocan. Olga lleva desde esta mañana en el taller intentando salvar la producción.
- ¿Puedo hacer un comentario? – Juanma no pudo evitar sonar sarcástico.
- Dejémoslo, ¿vale? Akman me lo recuerda todo el tiempo. Que si he metido la pata al cambiar de taller, que si debería haber abierto otra línea de crédito. Está hecho, ya veremos cómo salimos de la temporada.
- Saldrás, ya verás. ¡Con las nuevas fotografías que sólo te costarán el cincuenta por ciento de una fortuna! – ninguno de los dos se rió tras el sarcasmo, Juanma cambió enseguida de tema – ¿Qué novedades hay de David?
- Casi lo había olvidado – dijo Marga mientras cogía su móvil y empezaba a teclear –. Tengo que quedar con Nadia, mañana vamos las dos al Ministerio de Exteriores, nos han dicho que hablemos con la Secretaría de Estado para Iberoamérica y con la Dirección General de Asuntos y Asistencia Consulares. Traté de sacarles algo de información pero no discuten ningún caso por teléfono. La verdad, le agradezco mucho a tu chica que se haya ofrecido a acompañarme mañana. ¡Odio a esos burócratas funcionarios! Nos harán más caso a las dos juntas, aunque sólo sea por mostrar un buen par de piernas. ¿Te has parado a pensar en lo injusto que es esa maldita obsesión con la belleza? Las personas muy atractivas reciben mucha más atención que el resto de los mortales. ¿Recuerdas a mi ex-socio? Era uno de esos guaperas que aderezados con un buen traje llaman la atención. Cuando me acompañaba a una reunión se limitaba a posar sentado en silencio, con una sonrisa seductora, de vez en cuando lanzar un guiño barato en plan colegas íntimos. Mientras, yo, la bajita moderna, les soltaba la charla del proyecto o les presentaba las colecciones. Pues bien, en la reunión sólo tenían ojos para él. A mí, ¡ni siquiera me dirigían la mirada!
Juanma se dio la vuelta para asomarse al ventanal. Los árboles pelados del invierno creciendo entre el empedrado de las aceras, las pequeñas y carísimas tiendas de diseño en los bajos de los edificios señoriales. Realmente la calle ofrecía una coqueta vista, daba la impresión de estar en París, contemplando algún rincón del Pigalle.
- Estoy muy preocupado – dijo volviéndose para mirar a Marga –. He estado investigando en Internet sobre las cárceles venezolanas. ¡Joder!, me puse tan malo que tuve que apagar el ordenador y bajar a la calle para asegurarme de que pisaba el suelo de Madrid, que nadie iba a coserme a navajazos al salir de la ducha. No pude pegar ojo en toda la noche imaginándome a David durmiendo en el suelo, encima de la mierda. Es horroroso. ¿Sabes?, tienen que pagar hasta para eso, para poder tumbarse en el puto cemento infestado. ¡Hostias! Ni siquiera les dan un mísero colchón.
- Lo sé, yo también he estado investigando. Desgraciadamente cambiar eso está fuera de nuestras manos.
- No es solo la inmundicia, allí todos van armados hasta las cejas – Juanma se revolvió nervioso –. Los mismos presos tienen granadas y rifles de asalto dentro de la cárcel.
- También lo he leído, están fuera de control. Parece que el sistema penitenciario es lo último que le preocupa al nuevo gobierno, desde que el chavismo se hizo carne no se ha metido un solo dólar para sanearlo.
Juanma paseaba de un lado al otro del despacho, Marga le dejó que se desfogara a su manera. Había algo que su amigo quería decir y parecía no encontrar las fuerzas para sacarlo fuera.
- Marga, tú quizás no lo comprendas porque no te gusta la coca, pero David no aguantará allí dentro sin meterse lo que sea.
- ¿Y? – trató de ser objetiva para aliviar la tensión – Tengo entendido que el gramo en Colombia está a menos de cinco euros, aparte de que vaya a freírse el cerebro, no veo dónde está el problema.
- No es el precio. Es la deuda que contraes, los tipos con quien te codeas, no perder el control cuando estás puesto y hacerle un corte de mangas a quien no debías. ¿Sabes el número de muertos que hay en esas cárceles?, ¿y lo gamba que es David? Es un bocazas prepotente.
- Vamos, no dramatices. David es listo, sabrá arrimarse a quién pueda defenderle en ese ambiente – Marga animó su voz hasta parecer casi despreocupada –. También he leído que al grupo de presos extranjeros le protege porque son una fuente de ingresos, por eso de las extorsiones. Tienen jefes de pabellón, o algo parecido, que asumen el orden. Supongo que, a su manera, existirán unas reglas no escritas. David sólo tiene que adaptarse. De acuerdo, es una situación extrema, pero el ser humano tiene un aguante que en estas situaciones límite es precisamente ilimitado. Sobrevivirá, es lo que ha hecho siempre.
- No volverás a verlo con vida – Juanma se dejó caer en una silla –. Es más que una corazonada, es un simple cálculo de probabilidades.
- Estás montándote una escena.
- No lo creo, el pálpito tiene su argumentación. ¿Recuerdas cuando hicimos ese viaje juntos a Bali? David y yo – Marga quiso hacer memoria. Juanma continuó hablándole a la ventana –. Aquel puto invierno tampoco se acababa nunca. Y la facultad era un coñazo. Decidimos que ese año no nos presentaríamos a los exámenes hasta septiembre. Empaquetamos las mochilas y sacamos un billete tirado de precio a Bangkok. A los pocos días conocimos a un grupo de australianos bastante enrollados. Enseguida hicimos piña, ellos ya habían terminado la carrera y recorrían medio mundo en su año sabático. ¡Eran la hostia los tíos! Igualito que nosotros que habíamos salido huyendo de los exámenes. Nos caímos bien. Estuvimos tres días sin bajarnos de un pedo de alcohol mezclado con opio. Se marchaban a Bali a trabajar en un pequeño hotel con un centro de buceo. Nosotros nos habíamos gastado la pasta que llevábamos para dos meses en solo dos semanas. Llamamos al resort de Bali, nos dijeron que podían ponernos a fregar en el bar, además nos daban cama y comida. No tuvimos que pensarlo mucho. Cuando llegamos, las cosas se torcieron desde el principio. Empezaron a tratarnos malamente, como si fuéramos basura. ¡Nos pasábamos el puto día limpiando servicios! Lo único que queríamos era conseguir un poco de cash para salir de allí. Nos pusimos gallitos, pero los hijos de puta no soltaban la pasta.
- ¿Y los australianos?
- Llevaban un doble juego. Por supuesto, no lo sabíamos. Parecía que nos apoyaban cuando hablaban con nosotros pero nunca daban la cara, iban a su rollo. Les trataban como a reyes. Tenían el título de instructores PADI para bucear y bajaban con los grupos al arrecife. David se hizo su aliado, su esclavo más bien, estaba deslumbrado. Yo lo veía venir. Le dije a David que no se confiara, que nos la estaban jugando. Y el bocazas que no, que yo era un puto desconfiado y que así me iba en la vida. Nos iban a pagar las cuatro semanas de trabajo. Los australianos se adelantaron y cobraron por nosotros. Cuando nos enteramos ya habían cogido el único autobús al día que salía del resort para llegar hasta Denpasar. A David le dio un ataque. Se subía por las paredes, gritaba que no aguantaría un día más limpiando mierdas. Robamos una moto del hotel. Estábamos en una puta playa a más de cuarenta kilómetros circulando por unos caminos de montaña. Durante el camino solo tenía una idea en la cabeza: ¡joder! ¿qué pasaría si nos pillaban en Tailandia con una moto robada? Le convencí para que dejásemos la moto en una gasolinera, a las afueras de un pequeño pueblo en la carretera, y nos fuimos hasta la ciudad en la trasera de un viejo camión. Llegamos después de tres horas de botes. Sabíamos que los tíos no se perderían una última noche de marcha en la capital, sobre todo después de estar aislados en aquella playa de rocas en el fin del mundo. “¿Qué vamos a hacer si los encontramos?” Le preguntaba yo “¡Darles de hostias!” Gritaba David, fuera de sus casillas. Pero ellos eran tres. ¡Joder! ¡Jugaban al puto rugby australiano!
- Y los encontrasteis, claro.
- Tuvimos esa mala suerte. David estaba encendido de rabia, se lanzó a por los tíos como un Miura. Al menos podíamos haber intentado hablar con ellos primero. Salimos a la calle enganchados en una pelea sin miramientos. ¿Sabes?, no es como en las películas. Nos mandaron al hospital, no estoy exagerando.
- ¿Por qué nadie me lo había contado?
- Podríamos habernos llevado una buena paliza y haber salido de allí con el rabo entre las piernas, pero David es incapaz de asimilar una derrota. Embestía una y otra vez, les seguía insultando mientras ellos se ensañaban a lo bestia con nosotros. Le iban a matar. A mí me habían dejado tirado, inconsciente. Uno de ellos, una mala bestia, le estaba pateando la cabeza. Los otros jaleaban a su amigo para que metiera goles con su cráneo. Agarré una botella y la partí contra el suelo. Se dieron la vuelta para mirarme y soltaron una carcajada, una botella no era suficiente amenaza. Entonces me la puse contra la garganta, con los cristales cortándome la piel, sentía unas gotas espesas resbalar por el cuello. Te juro que estaba dispuesto a hacerlo. Todo el mundo en el bar les había visto salir a pegarse con nosotros, les entró el miedo de cargar con un muerto y nos abandonaron allí tirados. Si David hubiera estado solo, su cuerpo se hubiera quedado aquella noche en un callejón de Bali. Todo por no darse por vencido.
- No tenía ni idea – Marga se levantó y abrazó por detrás a Juanma que miraba al vacío de la calle –. Lo siento por ti cariño, debiste de sufrir mucho con aquello. Pero no debes preocuparte por David, ya no es un estudiante descerebrado. Le mandaremos dinero, hablaremos con los de Exteriores, lo que sea. Saldrá de esta.
- Ojalá tengas razón – Juanma acarició las manos de su amiga – No me gustaría tener que repatriar un cadáver.
…………………….
Aquel médico estudiaba el informe del laboratorio con la misma despreocupación que usaría al ojear un cómic. Tras un rato, dejó escapar una sonrisa, apenas trazada bajo la barba blanca, y se recostó hacia atrás sobre su asiento. Llevaba gafas redondas pasadas de moda que le hacían parecer un joven universitario. Sentado al otro lado de la mesa, Pascual pensó que quizás fuera esa su verdadera intención. Si pretendía quitarse años debería comenzar por teñirse el pelo y la barba. El doctor echó a un lado los papeles del informe y le miró fijamente. Pascual, incómodo con el silencio, puso una mueca de sonrisa lacónica, como si todos estuvieran esperando a que él dijera algo. “¡Hostia tú! Yo no soy el puto médico.”
- Pascual, sigues como una rosa – el facultativo rompió por fin la tensa espera –. O fuerte como un oso, si me permites la broma.
- Claro, doctor – le animó Pascual –, oso es un buen cumplido.
- El recuento de tus CD4 supera los seiscientos y tu carga viral es indetectable, no hay novedades en eso. Tampoco hay cambios en tus valores de colesterol – el médico cambió de tono –. Continúan muy altos, ¿has seguido la dieta?
- Verá doctor, la he seguido, pero también me la he saltado con, digamos, que cierta frecuencia. No estoy seguro de dónde poner el límite en la adherencia a una dieta para que sea efectiva. Lo único que yo sé con seguridad es que cocino platos, y tengo que comerlos para saber qué hostias estoy sirviendo a la gente. Y hay que comerlos, ¡joder! no basta probar a ver si están bien de sal. Soy cocinero, de momento, no voy a pasarme a la cocina cero en grasas porque resulta cero lucrativa. Hasta aquí es donde llego.
- Vale, vale, me has convencido – dijo entre risas el médico –. Pero has de ser consciente de que si los valores no bajan deberemos ponerte medicación. Esperaremos algo más de tiempo para ver como evolucionan. De momento sigue con el mismo tratamiento para el VIH, como siempre. Te volvemos a ver en tres meses.
- Le prometo que haré lo que pueda con la dieta, no crea que no me preocupa.
- Estoy seguro, Pascual. Antes de irte te haremos un control rutinario de enfermedades de trasmisión sexual. Pasa al despacho de al lado para que te hagan un exudado uretral. No te preocupes, sólo será tomar una muestra. La enfermera irá contigo – el médico tendió un papel a la enfermera que se levantó de la mesa –. Y mientras te toman esas muestras yo hablaré un momento a solas con la Doctora Cervera, tengo un asunto diferente que charlar con ella.
- Por supuesto. Gracias, doctor – dijo Pascual siguiendo a la enfermera que ya abría la puerta. Volvió la cabeza y se dirigió a la mujer al fondo del despacho que había permanecido en silencio –. Sophie, te espero aquí al lado, cuando termines.
Sophie Cervera le hizo a Pascual un gesto afirmativo con la cabeza y se adelantó hacia el centro de la consulta. No llevaba bata de médico, vestía un traje ejecutivo con falda estrecha y tacones altos. Llevaba la melena rubia recogida detrás de la cabeza, con algunos mechones cayendo con un descuido intencionado por delante de sus luminosos ojos. Pascual siempre piropeaba sus ojos: “la incandescencia de una tarde de verano”. Poniendo cerco a semejantes soles, unas gafas de montura oscura caídas sobre el caballete de la nariz. Su aspecto en general era más el de una ejecutiva de productos financieros que el de una médica. Sophie caminó un par de pasos y se sentó en la misma silla que había dejado vacía Pascual.
- Gracias, Jesús, por hacer todo esto – su voz sonaba un tanto nasal, por el ligero acento inglés que Sophie no se preocupaba demasiado en ocultar.
- No es nada. Solo he tenido que robar este despacho y subirme una enfermera de infecciosos para hacerle la toma a tu amigo. Sophie, ¡esto es ridículo! ¿Por qué no podemos atenderle en la consulta de Medicina Interna como al resto de pacientes positivos?
- Sé las molestias que esta situación te ocasiona, pero no quiero que lo vea otro médico. Pascual significa mucho para mí.
- Sophie, sabes lo mucho que te aprecio. Nunca he compartido tus razones para marcharte y hubiera sido el jefe de planta más feliz si aún trabajases en el hospital. Lo sabes también, te seguiré apoyando en lo que me pidas. Pero este número con tu amigo… ¡ni siquiera es mi especialidad!
- Eres el mejor médico que tiene el hospital – Sophie le miró por encima de las gafas, haciendo que pareciera natural un gesto medido con precisión –. Ese detalle te convierte en el mejor especialista, aunque no sea tu especialidad. Escucha, será sólo por un tiempo, mientras termina de hacerse a la idea.
- ¡Hace casi dos años que le vemos! Ni siquiera es mi despacho de Oncología, tenemos que verle en una consulta de Trauma.
- Entiéndelo, es un cocinero famoso – Sophie se arrepintió nada más decirlo.
- Si lo que le preocupa es su imagen, que se vaya a la privada. Mira, accedí a verle porque me convenciste de que estaba pasando por un momento muy delicado, pero no podemos continuar con esta trama de novela. O le citas en psicología y se espabila, o te lo llevas a una clínica para estrellas.
- Hablaré con él – accedió Sophie tras un instante de silencio –. Pero quiero que me prometas que si hay el mínimo problema, lo seguirás llevando tú.
- Cómo quieras. Es un estadio A2 asintomático. Si sigue tomando la medicación con una buena adherencia no creo que dé problemas nunca.
- Será un buen chico – Sophie sonrió –. Y tu mujer, ¿cómo está?
- Echando pestes de los políticos. Es igual que tú, podía haber sido una buena clínica y mírala, dejándose la vida rodeada de papeles y reuniones con ministros.
- Alguien tiene que ser voluntario en el frente, imagina que dejas la sanidad en las manos de burócratas.
- No seas ingenua, sabes de sobra que la Sanidad está en manos de burócratas que ni siquiera son capaces de dejarse aconsejar. Además, al final, hasta los médicos más íntegros acaban cediendo a la presión política – Jesús cambió incómodo de tema –. Háblame de la gallina de las pastillas de oro, ¿cómo te va en ese laboratorio tuyo?
- Le piso los talones a dos moléculas. Su rendimiento es más que aceptable, con horquillas de éxito hasta del ochenta por ciento. Avanzamos muy deprisa, los resultados de toxicidad nos han dado vía libre. Sanidad nos dará el visto bueno para empezar la siguiente fase, puede que antes de un año empecemos con los ensayos clínicos.
- ¡Es magnífico! Contarás con nosotros para el ensayo, espero. Pondremos el departamento de Oncología entero a tu disposición.
- Te aseguro que no hemos acabado con el cáncer. Sabes que no puedo comentarte detalles, pero no os dejaría fuera por nada. Nos pondremos en marcha pronto, a los americanos les preocupa sacar cuanto antes el medicamento a la calle para aprovechar los derechos de patente antes de que comercialicen un genérico. – Sophie se levantó y se acercó para besarle –. ¿Estará listo ya el paciente? Tengo prisa.
- ¿Hablarás con él?
- Que sí, Jesús, no me machaques más. Además esta es la única forma que tienes de verme a menudo – Sophie abrió la puerta que daba a la sala de curas –. Gracias por todo.
- En eso tienes razón, me gusta verte de vez en cuando. Cuídate.
Sophie cerró la puerta tras de sí, en cierta forma aliviada de haber salido. Quería mucho a Jesús, pero no se le escapaba la forma que tenía de mirarla a veces. No es la mirada de un tío chequeando discretamente el polvo bajo tu vestido, su mirada te desnuda la mente, como si quisiera penetrar tu cerebro, leerte cada uno de tus pensamientos, adueñarse de tus neuronas y esclavizar tu voluntad. Aprendió mucho a su lado, los dos saben que mantiene una deuda con él, pero a ella le disgusta que la relación contenga trazados de miedo, irracional probablemente, pero miedo.
Pascual estaba sentado en una camilla a la que se agarraba con todas sus fuerzas. Los pantalones caídos por los tobillos. Sudaba y echaba la cabeza hacia atrás en una mueca contraída de dolor. Ajena a su pequeña tragedia, la enfermera manipulaba unos botecitos dándole la espalda.
- ¿Tan terrible ha sido? – preguntó Sophie acercándose a la camilla con una amplia sonrisa.
- ¡Hostia!, ¡he visto las estrellas! – dijo Pascual entre dientes.
La enfermera se dio la vuelta precintando con la habilidad de una larga experiencia una bolsita con varios palitos dentro.
- Ya se puede vestir. Puede que se irrite un poco en las primeras doce horas pero enseguida se pasarán las molestias.
La enfermera salió mientras Pascual se subía los calzoncillos con extremo cuidado, como si estuviera acercando una plancha ardiendo a su entrepierna. Sophie lo miró reprimiendo una carcajada.
- Eres un hipocondríaco crónico.
- ¡A ti no te acaban de meter un palo por la punta de la polla! Y para joderme más, se han puesto a hurgar dentro.
- Es un diminuto bastoncito de muestras. Vamos, Pascual, seguro que tienes prácticas sexuales mucho más dolorosas.
- ¡Así que es eso! Como soy un jodido pervertido, no pasa nada por torturarme clínicamente porque seguro que me gusta.
- Perdona, no he querido decir eso – Sophie le tendió un sobre grande –. Guárdalo, el informe y tu próxima cita.
- Salgamos de aquí, con este olor a… ¡yo que sé qué mierda química! me estoy poniendo malo. No sé cómo podéis trabajar aquí dentro. El aire apesta a amoníaco, a plástico, a cloro, como si hubieran echado pesticidas en el aire. Huele a antibiótico, a formol y a sudor enfermo. Y por encima de todos esos aromas, una acidez que se te mete en la nariz… ¡Hostia!, ¿por qué huele también a gas?
- Vale, vámonos, te estás poniendo realmente blanco – Sophie le cogió del brazo –. Le diré a Jesús que cambien de ambientador.
Salieron de la consulta y caminaron por el pasillo del hospital. Pascual mostraba un incómodo silencio mientras miraba a un lado y a otro. Traumatología es la carnicería, la sala de despiece del mundo hospitalario, casi tanto como urgencias. A su paso se desplegaba un catálogo de prótesis, muletas, escayolas y extremidades vendadas. Realmente no era el mejor lugar para traer a un paciente tan aprensivo como Pascual. Jesús tenía razón. Debería buscar una clínica privada para hacer las revisiones. No sería muy caro y ella podría arreglar que le siguieran proveyendo de los retrovirales en el hospital. Se cruzaron con un médico que saludó con un gesto a Sophie tras reconocerla. Hacía cinco años que no trabajaba en aquel lugar, pero el hospital había cambiado poco desde entonces y parte de su personal la seguía tratando como si siguiera formando parte de la plantilla. Aquel hospital había sido su verdadera escuela después de la facultad, durante sesenta horas a la semana, doce meses, diez años. También había sido el epicentro de su vida social. Allí conoció a Roberto y allí rompió con él. Gracias a Jesús, su médico jefe en Oncología, logró salvar su embarazo, RCIU por sobrecarga de trabajo. En su maternidad dio a luz a Olivia. El hospital había sido su hogar, su vida, su mundo. Hasta que los cazatalentos de las industrias farmacéuticas pusieron sus ojos rapaces en aquella inquieta doctora. Entonces su vida cambió. Mientras camina por los pasillos se da cuenta: echa de menos mancharse las manos de barro. Igual que un arqueólogo que deja las excavaciones para encerrarse en la biblioteca de un museo. Ella abandonó la atención a los pacientes para sumergirse en una urna de cristal, rodeada de ratones de laboratorio y fieros ejecutivos como ratas. Un médico suele nacer para la clínica o para la investigación. Sophie nadaba entre los dos mundos. Tenía ese don de los antiguos facultativos, inspiraba seguridad. Más que de soldado, usaba mente de estratega, implantando variaciones dentro de los estrechos protocolos de los tratamientos. Nadie se imagina lo que se siente al hacer algo así. Poseer el poder de sanar, algunas veces. Pero Sophie también contaba con unas prácticas en investigación que le abrían las puertas para trabajar en cualquier equipo de investigación del país. Su currículo era excelente, le fallaron los padrinos. Se quedó a trabajar en el hospital. A verlos entrar con cáncer, a verlos salir, a verlos entrar de nuevo. Si otra enfermedad ajena a su especialidad no se hubiera cruzado en su camino ahora seguiría peleando entre aquellos pasillos. Pero es muy duro enfrentarse a la muerte a diario cuando ya tienes cita con ella, aunque aún esté por confirmarse una hora.
- Ha sonado tu móvil – dijo Pascual sin detenerse, estaban saliendo del vestíbulo del hospital.
- Es Marga – Sophie abrió el mensaje –. Parece que mañana tienen una cita en el Ministerio, me pregunta si puedo ir yo también. Tengo un montón de trabajo mañana. Además, Nadia va a acompañarla.
- Había olvidado lo de ese puto desgraciado. El bueno de David. ¿Tú crees que con un poco de suerte se lo pasará por la piedra un narco bajito y con los dientes negros?
- ¡Cómo te pasas! – pero Sophie no pudo evitar la risa al visualizar la escena.
3. MADRID. UNA SEMANA DESPUÉS
Incrustada en el asfalto nocturno, la pequeña galería de arte brillaba como una luciérnaga inmersa en la oscura selva empedrada del barrio de Malasaña. La vieja zona de Madrid recuperaba noche a noche, calle a calle y tienda a tienda, su robado prestigio en la ciudad. A Malasaña, como se hace con un insecto molesto, la aplastaron junto a la movida madrileña hace ya tiempo. El barrio envejeció mal entre chutes y botellones. Se apagó el color de los neones de su época, cuando bullían los locales de copas, puerta con puerta, como si no fuera posible poner otro negocio. Solo algunos de aquellos míticos garitos siguen hoy abiertos, pasados de moda, cubiertos de cierta patina con olor a nostalgia. La Malasaña golfa, nocturna y libre agonizó enferma durante años, desierta incluso por los gatos en abandonadas calles con olor a alcohol y a orín. Hasta que Chueca dio a luz a su milagro rosa y vino en su rescate. Chueca, la cenicienta Queen. Su transformación había sido meteórica e imprevisible. A principios de los ochenta los yonquis se picaban en la Plaza Vázquez de Mella, en el corazón del barrio, compartiendo espacio con travestis de medias de rejilla con grandes agujeros. Era normal que alguien te pidiera un cigarro con una jeringuilla clavada en el brazo. Un par de décadas más tarde, el metro cuadrado de vivienda en el distrito ocupaba uno de los primeros puestos en el ranking de los más caros de la capital. Las tiendas se partían la cara por plantar sus escaparates en la calle Fuencarral y los restaurantes más modernos abrían sus fogones en antiguas licorerías y viejos almacenes. Lirios blancos creciendo en el barro de la ciénaga. El milagro de Chueca floreció en la primavera en que los gais salieron a la calle sin miedo a que les metieran de hostias. Se arremangaron y se pusieron en faena pasándole una fregona a la puerta de sus armarios. Igual que las varitas mágicas de las hadas de Disney, los gais dejaban a su paso una estela de dinero que lo transformaba todo. Abrieron tiendas con su ropa de marca, trajeron al barrio sus delicatesen de comida, sus floristerías, sus restaurantes y sus negocios. El dinero rosa puso a Chueca en el mapa con un lazo rojo, como el Green Village o el Soho. A finales de los noventa el lazo se hizo tan grande que la solapa donde prendía su alfiler empezó a quedarse pequeña. Los comerciantes necesitaban locales, la gente apartamentos más asequibles para ocuparlos con su estilo urbano y cosmopolita. Chueca estaba geográficamente ahogada por otras zonas ya establecidas. Alonso Martínez, la calle Almirante o Banco de España no permitirían una incursión hostil en su estilo de vida. La Castellana y la Gran vía le cerraban el paso. Sólo quedaba una salida libre, por el norte, la zona que va desde Tribunal hasta Noviciado: Malasaña. Calles empinadas, cuestas de aceras estrechas donde pululaban prostitutas, hostales baratos e indigentes durmiendo en los soportales junto a las casas de beneficencia. Una zona virgen para el dinero. Y el dinero empezó a empujar desplazando del barrio su miseria y a su gente. Una nueva generación de madrileños ocupó las calles del Pez hasta el Dos de Mayo. Sus plazuelas se poblaron de terrazas, restaurantes vegetarianos, gimnasios urbanos a pie de calle, tiendas vintage, escuelas de música, pequeños sellos de nuevos dj’s, librerías de arte, cafés y trattorias. En el barrio de hoy, familias de inmigrantes con una tanda de niños corretean entre las mesas junto a modernos urbanos vestidos de negro y hipsters que discuten de videoarte, del Experimenta Club y de su último viaje a Camboya. Malasaña y Fuencarral volvían a recuperar su pálpito en la calle. Otra vez nueva, otra vez diferente. Fénix nacida de las cenizas del acero herrumbroso y las vigas de madera carcomidas, de la ropa que colgaba tras los geranios de sus ventanas, sobre los carteles publicitarios de crece-pelos de sus centenarias farmacias ahora convertidas en centros de diseño alternativo.
Del interior de la galería se escapan risas que salpican la calle y obligan a los transeúntes a volver la mirada hacia el lumínico interior. La sala de arte ocupa el espacio que antes pertenecía a una pescadería. Todavía se respira su atmósfera húmeda. No huele a pescado, pero a nadie le extrañaría ver aparecer a un pescadero con delantal a rayas verdes y negras arremangándose para colocar un cuadro. Se han conservado los mostradores de baldosines blancos cargados de hielo. En lugar de sardinas y júreles, ahora hay botellas de vino espumoso y folletos de artistas conceptuales. Las paredes son blancas, de un blanco brillante y salado. Sobre su color níveo satinado cuelga una colección de cuadros miniatura pintados en rojo y negro, el mismo efecto que una fotocopia coloreada, sujetos entre sí por una red de finos alambres plateados que brillan como si una ciberaraña hubiera tejido su gigantesca tela de acero sobre los baldosines. Los pequeños lienzos atrapados entre los hilos reproducen caricaturas demoníacas con una técnica tan hiperrealista que es difícil distinguirlos de una fotografía. La pincelada es diminuta, tan pequeña como la punta de un alfiler, como un píxel digital. Los retratos enseñan rostros rojos, diablos surcados por líneas negras. Una cicatriz les atraviesa la cara de oreja a oreja, o desde la entrada del pelo hasta la boca. Las cicatrices son delgadas, como si las hubiera hecho la mano hábil de un cirujano.
Marga se acerca hasta casi tocar el cuadro con la nariz, las cicatrices le recuerdan las torpes costuras de sus vestidos y se revuelve inquieta sobre si misma. Al volverse, su cara se topa, casi se golpea, contra los pectorales de Pascual.
- Son muy agresivas, ¿no es cierto? – Marga interrogó a su amigo mirando hacia arriba.
- A mí me parecen muy bellas – Pascual señaló uno de los pequeños cuadros –. ¿Dónde ves tú esa agresividad?
- Vale, Pascual, este retrato tiene una brecha que le atraviesa los párpados ¿Dónde ves tú la calma?
- En los ojos cerrados, en el alma tranquila que parece vivir en su interior. Creo que la cicatriz significa solo eso, una herida lejana.
- Pues esa herida les ha dejado un buen recuerdo. Me ponen nerviosa – sentenció Marga haciéndose a un lado –. Será el color rojo. Necesito una copa.
Dejó a Pascual extasiado con las obras y avanzó hacia el mostrador lleno de hielo. A su lado, la dueña de la galería, la había visto antes repartir unos folletos, charlaba locuazmente con una pareja vestida totalmente de negro a los que mostraba un voluminoso catálogo de arte. Su ayudante, un tipo con melena larga recogida en una diadema, se adelantó unos pasos al verla dudar ante la mesa.
- Dígame en qué puedo complacerla – le susurró el joven galerista –. ¿Una copa de vino, tal vez?
- Por favor – Marga le dedicó una sonrisa enorme.
- Si te dejas seducir por el mariposa ese, se lo contaré a Akman.
Marga se estremeció, se quedó paralizada el instante que tardó en identificar la voz que acababa de comerle la oreja, el mascullado timbre de Juanma. Quitó una, después otra, las manos que le tapaban los ojos desde la espalda y se dio lentamente la vuelta hasta enfrentarse a su amigo.
- La próxima – le espetó Marga frunciendo el ceño –, te llevas una bofetada.
- I love you too, darling – respondió Juanma poniendo morritos y tirando de la mano de Nadia a su espalda para traerla al frente.
- ¡Hola, Marga! – Nadia se zafó de la mano de Juanma y acercó su mejilla hasta la de su amiga - ¿Cómo va todo? Juanma me ha dicho que vais a hacer unas fotos espectaculares para la nueva colección. Me muero por verlas.
- Espero que las fotos lo sean, o veo a Juanma vendiendo los vestidos a la puerta de su agencia.
- No será para tanto – dijo Juanma haciendo amago de irse -. Siempre te estás quejando.
- ¿Quieres que se lo preguntemos a mi banco? – le desafió Marga.
- Si acabas en bancarrota, te llevaré unos sándwiches a la cárcel – Juanma remató la frase con una risotada, Marga tragó saliva y se dio la vuelta.
- Pero qué bocazas eres, anda ve – le dijo Nadia empujándole detrás de Marga.
Pascual se acercó en ese momento desde el otro extremo con un par de copas en la mano.
- Qué pasa, morena. ¿Qué abejorro les ha picado a esos? – Pascual le tendió un vaso – Toma, ¿quieres uno?
- Gracias, cielo – Nadia tomó un sorbo del vino espumoso –. Ha sido Juanma, le cuesta pensar antes de abrir la boca. Sus neuronas del lenguaje no consiguen una conexión en tiempo real con las del sentido de la oportunidad. Es una lástima, el pobre. Marga está muy sensible con el tema de David en la cárcel, creo que lo está pasando mal.
- Marga siempre está muy sensible por algo, dale tiempo para que lo asimile.
- Puede que tengas razón – dijo Nadia –. Es solo que se la ve tan triste.
- Ha estado siempre muy unida a David. Te contaré algo – Pascual se acercó a ella para poder hablar con más confidencialidad –. Cuando éramos estudiantes, Marga le tiraba los tejos a David, constantemente, estaba obsesionada con él. David no le hacía ni puto caso, claro que el cabrón tampoco se lo decía abiertamente. Flirteaba un poco con ella, incluso le metía mano y se echaban algún morreo, hazte una idea, éramos muy jóvenes. Hasta que un día David empezó a salir con una chica de Majadahonda, una pija. David sólo la quería para sablear la jugosa paga de papa pijo, que era, todo sea dicho, muy considerable para nuestros escasos bolsillos. David acabó encaprichándose con ella y a Marga no volvió a dirigirle una mirada tierna, simplemente la ignoró como a una mosquita insignificante. La mosquita estuvo meses sin bajar a la calle.
- ¿Tú crees que todavía le quiere?
- ¡Y a mi qué coño me preguntas! Yo no creo en toda esa mierda del amor – Pascual guiñó un ojo –. Pero sí, puede que Marga esté todavía enamorada de David… y de Santiago, el de su facultad, también de Carlitos el arquitecto, y de Flórian el alemán. Creo que todavía sigue enamorada de su profesor de Pilates, de aquel inglés que daba conferencias, y por supuesto, de Akman, aunque sólo sea porque se casó con ella. ¡Qué hostia! La pobre Marga, una vez que quiere a alguien lo hace para siempre, aunque la dejen tirada como a una perra.
- Qué suerte tenéis los gais de no enamoraros.
- No generalices, ese don es exclusividad mía, los gais se enamoran de cualquier cosa que tenga rabo entre las piernas, aunque esté escondido entre el pelo de un galgo afgano – Pascual se agarró con la mano abierta el paquete –. Lo mío es otra cosa, la esencia de mi naturaleza, lo llamo celibato emocional, nada que ver con el sexual. Algo así como, fóllatelo como un animal y, durante el cigarrillo, jamás se te ocurra preguntarle por su nombre.
- No tendrías que hacerlo si no fumaras cigarrillos – Nadia no pudo contener una pequeña carcajada –. ¿Has visto ya la exposición?
- Será un pequeño éxito en ARCO. Aunque el entorno de esta galería hace mucho con la obra, todo hay que decirlo, tengo la sensación de que voy a llenarme de escamas.
- Voy a darme una vuelta antes de que alguien proponga una copa en otro sitio.
- No te pierdas los pechos lacerados, son toda una belleza de color, como tú.
Nadia le dedicó una sonrisa de cumplido y se alejó para acercarse a los pequeños cuadros rojos colgados de las paredes blancas. Pascual cruzó los brazos y tomó otro sorbo de vino blanco mientras su mirada recorría uno a uno todos los culos masculinos de la sala. En un extremo de la galería, Juanma le arrancaba una sonrisa a Marga mientras le cogía cariñosamente del brazo contándole algo que debía resultar mucho más gracioso para él mismo, a juzgar por el volumen de sus carcajadas. Por la puerta de la calle entró Lorena como una exhalación, embutida en una oscura gabardina de fino plástico brillante, la pieza negra producía al caminar una campana bajo la que golpeaban con firmeza una botas negras de tacón de aguja. Enseguida divisó la figura de Pascual, y sin mirar nada más, atravesó la sala para darle un beso.
- ¡Joder!, acabo de cruzar la ciudad en un puto atasco, y he tenido una pelotera con un taxista gilipollas porque no quería quitar el programa de Losantos en la radio – Lorena tomó aire mientras se desabrochaba la gabardina -. Pero quién coño se han creído que son por llevar un taxi, ¿jueces del supremo? Te juro que esta ciudad da asco.
- ¿Te bastará con una copa de vino? – dijo Pascual levantando su vaso -, ¿o te busco algo por vena?
- Veinte minutos metida en un atasco, ¡joder!, el puto taxi me ha costado una fortuna. Y encima no se lo puedo cargar a nadie porque esta semana no estoy trabajando – Lorena miró su pequeño bolso y luego levantó asustada la cabeza –. Por tu madre, ¿no tendrás un cigarrillo?
Pascual sacó un paquete del interior de la chaqueta y se lo tendió. A sus espaldas Nadia seguía mirando los pequeños cuadros a pocos centímetros de la pared. Todo el mundo se arrimaba tanto a las pinturas para poder apreciarlas que el centro de la sala permanecía casi vacío. Juanma y Marga se acercaron unidos del brazo.
- Me encanta tu gabardina, ¿es de látex? – Preguntó Marga mientras le daba un beso a Lorena y masajeaba el tejido plástico entre sus dedos.
- Yo que sé, cielo. Es de H&M. En algún lado nos tendremos que vestir los pobres.
- Estás cañón – dijo Juanma –. Si ya estamos todos, propongo que nos vayamos.
- ¡Joder! ¡Acabo de llegar y me he tragado un puto atasco en el taxi! Deja al menos que vea la exposición y me tome un vino tranquila.
- Tus deseos de paz mundial se verán cumplidos – Juanma plegó los dedos como si realizara una oración budista –. Por el bien de tu karma nos quedaremos en esta pescadería hasta que el artístico espíritu de la lubina te llene el hígado de alcohol. ¿Te bastarán quince minutos?
- Me sobran cinco – le contestó Lorena –. Los otros diez, piérdete de mi vista.
Lorena se dio la vuelta y se dirigió decidida hacia las paredes de la sala, el lugar no era muy grande, pero aquellos cuadros realmente estaban pintados para verlos a un palmo de la cara. Creía que este formato ya había pasado de moda, igual vuelve ahora que se ha disparado el precio del metro cuadrado de vivienda. Seguro que los galeristas encuentran mejor salida para estos tamaños. ¿Quién va a colgar un gran formato, de tres por cuatro metros, en un apartamentito de veinte?
Queda algo menos de un mes para ARCO. En el Madrid de la cultura, y de la noche, la feria de arte contemporáneo es la fecha que marca el final del periodo de hibernación, justo antes de carnaval, después viene Semana Santa y cuando quieres darte cuenta estás tomándote cañitas en las terrazas de verano. Bueno, así más o menos. A Lorena le gusta ARCO, le gusta ver arte y le gustan sus fiestas, mucho más sus fiestas. Artistas, fotógrafos, periodistas especializados, galeristas, el público internacional que suele asistir a sus celebraciones es una fauna que hace brillar sus neuronas en el mismo plano que sus Cavallis. Eso la excita aún más que las nuevas tendencias de la expresión artística. Lorena recorre la exposición sin perder un detalle de las pequeñas pinturas, al mismo tiempo, ha hecho una radiografía de todos los asistentes a la inauguración. Una pareja veinteañera, un tanto góticos en la indumentaria, probablemente ella estudia una carrera de filología y él trabaja en algo de diseño. Junto a ellos, un hombre mayor, no parece un jubilado, su traje tiene un corte de temporada y lleva hecha una buena manicura. Otra pareja, pueden ser extranjeros, franceses u holandeses, son los únicos que vistiendo de negro de los pies a la cabeza no parecen emos. Probablemente, también son los únicos profesionales del medio artístico en la sala, quizás sean también galeristas, por eso la dueña no les deja a solas ni un momento. Al otro extremo hay un grupo de estudiantes de arte que comenta un buen rato cada pieza, incluso toman notas. Tres señoras mayores algo nerviosas, podrían ser familia del artista. Una pareja de gais vecinos del portal de al lado porque no pueden pagarse un apartamento en el corazón de Chueca. Dos lesbianas, de las bajitas y matonas con cara de pocos amigos, a no ser que… eso es, están ligando con dos niñas del grupo de estudiantes de arte. Lorena se muerde el labio. Ni un solo tío presentable mayor de treinta y cinco, menuda mierda de inauguración. No, el de la melena que trabaja en la galería no vale, no tiene los veinticinco, ¡joder! pero tiene unos ojos que… sí, sí que vale, esos ojos te mojan las bragas cuando te miran fijamente unos segundos. Bueno, no hará falta abrir un contacto nuevo en la agenda, será sólo un buen polvo. ¡Dios, qué pena que se estropeen tan pronto! Como dice mi madre, si no crecieran...
- Nosotros nos vamos - Juanma interrumpió la charla entre Lorena y el galerista menor de veinticinco –. Vamos a tomar la última a la Fábrica de Pan antes de que cierren.
- Si me esperas a cerrar nos tomamos un café juntos – los de menos de veinticinco no tienen tiempo que perder-. En mi casa, si quieres.
- Vale guapa, no hace falta que contestes a esa pregunta sin tu abogado – Juanma se acercó a besar a su amiga -. Te llamaré mañana. Encantado, y… no haréis algo que no sea hablar de arte, ¿no?
Dejaron a Lorena con su joven fichaje y salieron al frío de la calle, al menos no llovía. A pesar de las temperaturas glaciales que perforan los huesos, las aceras están atestadas de gente; a los madrileños les gusta la calle, no pueden quedarse mucho tiempo encerrados, ni en casa, ni dentro de los bares. Junto a la galería de arte, una tienda de decoración cuelga un luminoso con su nombre “El perro que ladra a la luna”. Tras sus ventanales, un dogo argentino de fibra óptica ilumina el escaparate con muebles de diseño. El grupo se detuvo junto al animal fluorescente mientras dilucidaban el siguiente paso. Pascual, con algo de envidia por la suerte de su Lorena con el galerista, quería escabullirse él solo de farra a un local gay. Marga estaba cansada y buscaba un taxi para irse a casa.
- Vamos chicos, la última, ¡que no se diga! – animó Juanma –. Una última todos juntos y después cada mochuelo a su árbol.
- Es a su olivo, cada mochuelo a su olivo – le corrigió Marga.
- Ni siquiera sé que es un mochuelo. ¿Es un pájaro o un ratón de campo?
- ¡Joder! ¡Juanma! – se interpuso Pascual – Es un puto virus de Internet, ¡no te jode! ¿Es que habéis perdido la perspectiva del mundo real entre tanta pantallita de ayuda?
- Es como un tipo de lechuza, pequeña creo – dijo Marga suavizando.
- Lo que sea, como si es un sapo de hábitos nocturnos. Pero tenemos que tomar la última copa. Por David, a su salud. En este mismos instante nuestro colega estará despertándose encerrado en una mísera cárcel de un jodido país tercermundista, ni tiene olivo al que volver, ni nadie para charlar como nosotros. Se lo debemos, no podemos renunciar a disfrutar de un solo segundo mientras él se pudre allí dentro.
El silencio recorrió al grupo mientras todos asimilaban esa extraña diferencia que los separaba de su amigo y que, en un principio, no parecía tener una lógica natural. ¿Por qué estaba ocurriéndole algo tan terrible? ¿Cómo es que no estaba allí, junto a ellos, discutiendo dónde tomar la siguiente copa? Solo después de volver a repasar mentalmente las circunstancias que habían motivado su reclusión, la situación volvía a parecerles verosímil. Él se había metido en ello, solito y en barrena. Aún así, resultaba difícil asumir la dureza de las consecuencias. Desde luego, lo mínimo que le debían era una copa.
- Iremos andando. No está muy lejos, ¿no? – preguntó Marga – Quiero que me de un poco el aire.
Echaron a caminar en dirección a la calle Fuencarral. Juanma estrechaba con su brazo la cintura de Nadia, caminaban muy juntos unos pasos por delante del grupo. Por detrás, Marga movía los pies tipo autómata, mirando al suelo, como si tuviera que pensar el porqué de dar cada paso sobre la acera. Pascual caminaba a su lado con las manos en los bolsillos, medio metro por encima de su cabeza. La miró encorvada y le pasó un brazo por debajo del suyo tirando un poco de ella hacia arriba.
- ¿No te ha dicho nadie que andas como una bruja? Sabes, cuando era pequeño jugaba a los cuentos con mis hermanas. Yo quería hacer siempre de princesa porque caminaban sujetándose la falda con una mano, como si bailaran en lugar de caminar.
- No te imagino en el papel.
- Mis hermanas tampoco. Pero me tocaba el soldado que la lleva al bosque y no tiene valor para matarla. ¡Tenías que ver mis lágrimas!
- Ahí si te hago la foto – Marga esbozó una sonrisa –. A mi hija no le gustan los cuentos clásicos, le parecen una memez. Donde esté un buen troll persiguiendo a un hobbit, que se mueran los anquilosados hermanos Grimm.
- Pues tiene razón, yo me pasé enseguida a Tintín y a Mortadelo.
- ¡Qué pena!, ¿no es cierto? No poder volver, aunque sólo fueran unos momentos.
- Te aseguro que ni aunque me pagaran dinero – Pascual hizo una cruz con sus dedos en el aire –. No volvería a mi niñez por nada del mundo, todos esos putos traumas, y volver a pasar la adolescencia. ¡Uf!, se me eriza la espalda sólo de pensarlo.
- Me hubiera gustado conocerte cuando eras un niño, yo te habría permitido hacer de Blanca Nieves. ¿Recuerdas cuando nos disfrazábamos para ir al Bellas Artes la noche de carnaval?
- Claro y enfocado. El mejor año, cuando me disfracé de nadador, en albornoz, llevando sólo un turbo debajo. Casi cojo una pulmonía pero me ligué a unos cuantos esa noche.
- Tus disfraces siempre nos sorprendían a todos.
- En esa época íbamos disfrazados siempre. Te recuerdo que tú vestías con zapatos de plataforma, medias de redecilla rojas y llevabas el pelo rosa.
- Eso prefiero no recordarlo - Marga sonrió al verse con veinte años menos.
- Por no hablar de cuando íbamos de acampada a la sierra y te ponías esos ponchos de lana andina a lo Joan Báez.
- ¡No me puedo creer que todavía te acuerdes de aquel poncho! Me encantaba cuando nos íbamos de acampada. Ahora me resulta extraña esa la libertad de qué disponíamos. Entonces montabas una tienda de campaña en medio del monte, donde te salía del moño, y nadie te decía nada. Aunque, qué más da… ahora sería incapaz de dormir una noche en el suelo.
- Lo que era tremendo es que subiéramos varías horas de marcha de montaña cargados con las mochilas llenas de botellas – Pascual se paró asombrado por su propio recuerdo –. ¡Hostia!, ¡íbamos de botellón a los Parques Naturales!
- Acuérdate de cuando subimos al Circo de Gredos con un cargamento de ron para hacer mojitos.
- Se nos rompió la tienda, los hijos de puta del refugio no nos dejaron pasar la noche dentro. Menos mal que David se ligó a aquellas dos de Valencia y nos dejaron dormir a los cinco en su tienda.
- David siempre nos sacaba de los apuros.
- ¿Y quién nos metía en ellos? ¡Hostia, Marga! ¡Esa noche fue él quién quemó la tienda haciendo una hoguera dentro!
- Allí arriba sí que hacía frío – Marga se acurrucó un poco más cerca del cuerpo de Pascual –. ¿No te pasa? No sé, ahora me gustaría que todo fuese igual que entonces.
- Marga, lo de David no es culpa de nadie. Ni tuya, ni de ninguno de nosotros.
- Lo sé, lo sé, solo que me da miedo. Párate a pensarlo de verdad, imagina un sitio desagradable y asqueroso, como los lavabos del colegio cuando eras pequeño. Y de repente te dicen que no puedes salir de allí en veinte años, el retrete será lo único que veas del mundo a partir de ahora. ¿Puedes imaginarte estar encerrado y saber que mañana, y la semana que viene, y dentro de unos meses, de años, seguirás en el mismo sitio? En ese pequeño retrete sucio rodeado de la misma calaña de gente. Es absolutamente espantoso.
- No deberías atormentarte de esa forma – Pascual paró de caminar y la miró a los ojos, con una sonrisa –. Sé que lo quieres mucho, pero no es responsabilidad tuya, hace mucho que todos dejamos atrás el instituto. Lo sabes, ¿verdad?
- Cómo olvidarlo, la vida no es un cuento de los hermanos Grimm - Marga miró al cielo negro por encima de las farolas y cambió el registro de su voz –. Esta noche voy a aprovechar esa copa ¿Cuánto falta para la Fábrica?
Pascual y Marga están apoyados en la barra esperando las bebidas. Juanma y Nadia han cogido un mesa libre al fondo del local, la Fábrica de Pan, un clásico de la antigua tropa en el epicentro de Chueca. Está lleno, siempre está lleno a las tres de la mañana, la hora mágica. En unos minutos cerrarán y la magia se la llevarán los camiones de la basura, entre maldiciones al alcalde y su ley seca. El partido conservador que rige la ciudad desde hace años ha dado muerte a los afterhours. Uno a uno, los ha ido cerrando todos en una cruzada por la moral etílica que ha dejado a los taxistas sin trabajo. Si quieres tomarte una copa en Madrid después de las tres, o te vas a tu casa o te vas a un puticlub, o eso piensan todavía en la alcaldía.
- No querían servirnos las bebidas, van a cerrar – dijo Pascual depositando los vasos en la pequeña mesita.
- Siempre hacen lo mismo – contestó Nadia cogiendo su vaso –. Luego aguantan un rato a puerta cerrada.
- Está bien, escuchadme todos – Juanma levantó su vaso en alto –. Nos conocemos desde hace muchos años, juntos, codo con codo, hemos vivido los mejores episodios de nuestras vidas, lo que le ha sucedido a uno de nosotros siempre nos ha afectado a todos. Ahora, más que nunca, nuestro grupo sufre un golpe que nos hiere en lo más hondo de nuestros miserables corazoncitos. Es peor que la muerte, porque a nuestro dolor de no poder verle se une otro más horroroso, el que sufre David en su propia carne.
Marga se derrumbó sin poder contenerse en un sonoro sollozo y Pascual la arropó entre sus grandes brazos dejando que llorará sobre su pecho. Nadia miró a su novio que había callado de golpe, pensó en darle un sonoro guantazo.
- ¡Pero que animal eres! – dijo Nadia sin contenerse – ¿No tienes otro enfoque algo más positivo para hacer un brindis?
- Lo siento – dijo Juanma confundido –. Yo, sólo quería hacer un homenaje.
- La culpa es mía – Marga se secó las lágrimas con el dorso de la mano –. Soy una estúpida sentimental. Pero es que me parece tan fuerte estar aquí sin hacer nada.
- Estamos haciendo lo que se puede – intervino Pascual –. Tú y Nadia habéis estado en el ministerio. Le vamos a enviar dinero a la cárcel para sobornos, podrá sobrevivir un tiempo con eso. Le mandaremos más cuando sea necesario.
- ¡Esa visita no ha valido una mierda! – dijo Marga cabreada – Nos han paseado de despacho en despacho. Hemos tenido que soportar la cara de ese inepto, el secretario para los desplazados en Latinoamérica, el muy arrogante, mirándonos de arriba a abajo, juzgando cómo narizes teníamos un amigo que traficaba con cocaína y era tan estúpido de dejarse pillar en la frontera. Nadie sabía nada del caso. Y cuando se enteren, tampoco van a mover ficha. Seguirán el caso de lejos, como hacen con todos. Lo han dejado muy claro, le quedarán unos dos años hasta que salga el juicio, depende del número de narcos que tengan entre rejas. Después pasarán otros tantos hasta que se pueda solicitar la extradición para que cumpla aquí la condena. El tipo nos dijo que pensáramos en cinco o seis años, con suerte, antes de poder traerlo a España.
- Bueno, no está tan mal después de todo, cinco mejor que quince – dijo Juanma.
- ¡Tú sabes de sobra que no aguantará ese tiempo! – dijo Marga mirando con rabia a su amigo – David es fuerte sólo por fuera, se derrumbará en cualquier momento y no habrá nadie a su lado para sujetarle. No, creo que no lo conseguirá. Enfermará o sufrirá un accidente.
El silencio invadió la mesa, todos se sumergieron en la imagen de su amigo en prisión. Pascual se imaginó la chusma de la cárcel, un montón de narcos sucios y bestias, miró hacia la barra llena de gente tratando de borrar esa imagen de su mente. Juanma le dio un trago a su copa y pensó en la comida asquerosa, en las ratas con sus pequeños dientes comiendo del plato en el suelo. Marga le imaginaba llorando en silencio, por la noche, en un oscuro rincón lleno de moho y hongos. De todos ellos, Nadia era quién parecía menos afectada. A decir verdad, su contacto con David había sido un tanto escaso. Apenas llevaba un año saliendo con Juanma y hacía meses que David no se prodigaba entre el grupo.
- Bueno, ¡pues moved el culo! – Nadia levantó la voz por encima de la mesa – Si tan importante es para vosotros no le dejéis allí dentro, moved el culo para sacarle. No es tan complicado, sólo hay que sobornar a unos funcionarios y estará en la calle en un santiamén. Por lo visto es bastante frecuente. Luego lo sacáis del país a Trinidad Tobago o a las Barbados y desde allí un vuelo a España. Aquí no está procesado, así que no tiene por qué esconderse, habrá sido como un mal sueño.
Todos en la mesa miraron con incredulidad a Nadia.
- Morena – dijo Pascual torciendo el gesto –, ¿estás diciendo que cojamos un vuelo y nos pongamos a tratar con el hampa, sobornar a funcionarios de prisiones y sacarlo de extranjis por la frontera? Así de sencillo, como si fuéramos un puto comando de asalto.
- Mira yo no digo nada, ¿vale? – se defendió Nadia – Es vuestro amigo. Sois vosotros los que estáis sufriendo al dejarle allí.
- ¿Hay que ir armados? – preguntó Juanma – Porque tengo entendido que allí vales únicamente el calibre que lleves encima.
- Es lo único que nos faltaba – intervino Marga –. Os marcháis de rescate y acabáis todos en la celda de al lado.
- Bueno - dijo Nadia –, al menos David ya no estaría sólo.
Marga rió con ganas ante la estúpida idea de verlos a todos dentro de la cárcel. Pascual no quiso ni pensarlo y se terminó su copa. Juanma se quedó mirando a Nadia con cara de ya hablaremos luego.
……………………
El taxi recorría como una exhalación las calle vacías de tráfico. La ciudad parece mucho más pequeña de noche, como dice la canción: “más cercana, más humana, menos mala”. Quizá sea la luz incandescente de las farolas, convierten cualquier rincón del asfalto en un lugar tan acogedor y habitable como la sala de estar de tu casa. Los edificios, los árboles, los monumentos parecen mostrar su cara íntima, su textura más cálida. Juanma vagaba la vista por las fachadas que se deslizaban tras el cristal, los grandes anuncios, las plazas y los kioscos de prensa, pero su mente no veía nada de lo que miraban sus ojos. Se volvió inquieto para enfrentarse a Nadia que observaba distraída por su propia ventana.
- Explícame otra vez de dónde has sacado esa información de los sobornos en Venezuela.
Nadia se volvió despacio. Le miró desde el corazón de una mujer que sabe que acaba de prender una mecha que sólo puede provocar un gran fuego, un fuego que se puede extender hasta quemar una ciudad que duerme.
………………………
El tío se la estaba chupando con ganas. Metiéndosela toda en la boca y jugando con su lengua, dándole un masaje que hacía que le temblaran las piernas. Pascual se apoyó en la pared para afirmarse en el suelo, echó hacia atrás la cabeza y cerró los ojos. Es una cabina estrecha y oscura, la escasa luz llega desde algún lugar fuera de la sala. Hay un inodoro y un pequeño lavabo. Es muy tarde y en el local no hay casi nadie. El chico arrodillado a sus pies es sudamericano, Pascual no le ha preguntado de dónde, pero se le notaba en la cara. Le había dejado pasar al reservado y había cerrado la puerta tras él. El chico iba muy deprisa. Pascual no quiere demorase pero no quiere correrse en su boca. Sujetó con las dos manos la cabeza que buceaba en su entrepierna, retiró la boca de su polla y la subió hasta su pezón para que lo chupara mientras él sacaba un preservativo del bolsillo. De golpe pensó en David.
Allí no tendrá preservativos. ¡Joder! no es ninguna broma. No creo que tengan muchas putas en la cárcel, así que le tocará follar con tíos. Además tendrá que dejarse dar por culo si necesita protección.
El recuerdo de la espalda de David bajo su cuerpo reapareció nítido en su mente, cerró los ojos para dejarlo volver una vez más. Las curvas voluptuosas de su culo saben a sal y a crema solar cuando las muerde. Le abre las piernas y se tumba sobre él. Todavía puede ver sus pupilas dilatarse, son un pozo de agua tropical. Pascual abre los labios y se las bebe. Separa sus piernas y tira de ellas con fuerza. David gime y grita mientras Pascual le embiste y derrama sudor sobre la tabla de su abdomen imberbe. Los días que pasaron juntos en Mikonos, hace muchos años. ¿Hasta cuándo va a tener que soportar ese recuerdo? De tanto recordar los detalles se descubren falsos. Ya no está seguro si follaban en la cama del hostal o en la habitación de la casa de la brasileña, si David empezó a tocarle bajando su mano hasta meterla debajo del bañador o si de verdad fue él quién empezó a lamer su semen cuando habían terminado y le empalmó de nuevo. Eso sí, recuerda la luz de la isla, el sol quemando la piel de sus cuerpos sobre las dunas blancas, la sensación de que no hay nada en el mundo, nada, que pueda ensombrecer ese momento entre ellos. Hasta que el momento se nubla, como todo en la vida. Pascual vuelve de la piscina, hace bochorno y el agua es el único sito fresco. Ha nadado bajo la sombra de las palmeras, lleva el aroma de jazmín en sus manos y chorrea fresa y mango por la comisura de sus labios. Abre la puerta de la habitación. Sobre la cama, David cabalga sobre una brasileña que se contornea clavando sus dedos en la blanca almohada. El sudor de la isla, el sudor del sexo, corre en riachuelos por su espalda, las gotas le resbalan desde su cabello y le obligan a cerrar los ojos. David se da cuenta que Pascual ha entrado y le sonríe, le hace una seña para que entre. Pascual mira el cuerpo moreno de la brasileña, las piernas abiertas por encima de la cabeza. Se da la vuelta y cierra la puerta.
Se ha quedado flácido. El chico sudamericano le miró preguntando qué pasaba, qué quería que hiciese. Pascual se subió los pantalones y le abrió la puerta.
“¡Me cago en la hostia! ¿Por qué siempre tengo que pensar en el puto David cuando estoy follando?”
………………….
Akman roncaba suavemente, como el ronroneo de un coche viejo, o el rumor de las olas rompiendo sobre las rocas. Marga se imaginó que dormía en un barco, mecida por el mar en una ensenada bajo la luz de la luna. Unos peces de neón de color azul brillante brincan sobre la superficie oscura del agua. El agua es como un espejo, mete la mano en el cálido líquido y deja una estela fosforescente tras ella. La bioluminiscencia, el plancton del trópico tintinea verde radioactivo, como luces de navidad fluorescentes dentro del agua. Se levanta sobre el borde de la barca y se zambulle en el mar de cabeza. Se siente como si fuera Campanilla y pudiera volar bajo el líquido elemento dejando un rastro brillante de estrellas verdes. El agua está muy cálida. Chapotea como una niña y miles de chispas centellean sobre su piel. Una ola rompe en una traca de fuegos artificiales contra el casco del barco. Marga abrió muy lentamente los ojos y se movió de un lado a otro de la cama, los ronquidos de Akman se detuvieron. Marga escuchaba ahora los sonidos de su casa. El viento azotaba contra el toldo del cenador de la terraza, el crujido de la tela y los engranajes de metal golpeando las barras. En el recibidor, el reloj de pared exhalaba un pitido de tren de juguete para marcar la hora. Una tubería soltaba aire en los radiadores y el motor de la nevera vieja se encendía a intervalos en la cocina. A veces tiene miedo, no podría conciliar el sueño en otro lugar del mundo que no fuera este. Si lo perdiera vagaría insomne, condenada a morir de extrañeza. Un perro ladró a lo lejos. Marga se hizo un ovillo junto al cuerpo que yacía ahora en silencio a su lado, Akman la abrazó inconsciente. Que no se muevan los planetas mientras ella duerme.
4. MADRID. DOS SEMANAS DESPUÉS
El aroma a marisco de las brochetas de pescado sube desde la barbacoa derecho hasta diluirse en el cielo azul de Madrid, un cielo más claro y diáfano que de costumbre. A doce pisos por encima de la Gran Vía, la ciudad es un sembrado de tejados donde las antenas de televisión y de móviles crecen como cactus silvestres. La terraza del ático revela una panorámica de casi trescientos sesenta grados. Dunas de tejas y chimeneas se extienden hasta donde se pierde la vista. Un skyline salpicado de torres amenazantes, amazonas de hormigón y ladrillo mostrando el secreto de sus azoteas y miradores, exhibiendo sus minaretes y estatuas a la altura de la mirada, de igual a igual; desde aquí, parece que es posible hablar con ellas, con el ángel de enormes alas verdes coronando altivo y despótico el edificio Fénix, con las desbocadas cuadrigas de caballos a la carrera sobre los tejados del BBVA o con la mujer guerrero, de espaldas al torreón del Edificio Bellas Artes, esculpida en un art decó evocador de grandes tiempos. Tanto arte para que lo disfruten solo las palomas. La mirada se pierde en distancias tan largas, el viento se ha llevado la boina de humo que cubre a diario la ciudad, el día es tan claro que la vista llega hasta donde nuestra genética ocular permite; deja atrás las delicadas puntas de la Iglesia de las Calatravas y cruza el bosque de cristal de Azca, pasa bajo las inclinadas torres Kio que sirven de escalón para subir hasta el complejo financiero de las Cuatro Torres Business Area, reflectantes en su brillo de navajas bajo la oblicua luz de invierno, cortando la silueta de la sierra que a modo de decorado de fondo pinta sus puntas blancas de nieve. El sol del mediodía calienta dócilmente el aire frío. Akman cierra los ojos y deja que los rayos le laceren la cara. Como el sol de París en primavera. Juanma le golpea suavemente en un brazo con una lata de cerveza. Akman le agradece el gesto con una sonrisa y se despatarra de nuevo en la tumbona después de dar un largo trago a la cerveza helada. Juanma vuelve junto a Lorena que vigila las brochetas en la parrilla, mimándolas con brochas untadas en aceite de oliva y curry. Pone en este gesto mucha atención, como si los langostinos coletearan vivos entre las brasas y fuera difícil mantenerlos a todos entre barrotes. La fragancia de la parrilla corretea entre grandes macetas de palmeras y se cuela por las puertas de cristal que dan entrada a un gran salón presidido por la chimenea central escoltada a ambos lados por dos sofás blancos. En el hogar abierto, una pira de leña de diseño espera ser convertida en fuego. Al otro extremo del salón, bajo la luz de los ventanales, reposa la larga mesa a la que han añadido un anexo para sentar a las pequeñas. Está cubierta con un mantel de papel rojo que ha sobrado de las navidades. Las servilletas de papel lucen motivos festivos de varios diseños. La mesa tiene un aire a mercadillo de antigüedades de ocasión. Por una puerta cercana, Sophie y Marga entran y salen con fuentes de ensaladas, cuencos de arroz y pequeños recipientes con salsas de colores. En el interior de la cocina, Pascual se ha puesto un delantal y ultima cada plato que sale por esa puerta. Al otro lado de un pequeño hall, en el dormitorio principal, la hija de Sophie, Olivia, y Kali, la niña de Marga, juegan con Nadia ajenas a los preparativos culinarios. La habitación es un bazar de disfraces. El vestuario de Nadia está desparramado sobre la cama. Las niñas se prueban pañuelos, tacones y camisetas brillantes que les caen enormes hasta los tobillos, como si fueran trajes largos de noche. Nadia se ríe con ellas recordando a la niña que fue, escondida en la alcoba de su madre, enrollada como una momia en los saris que su madre traía de la India.
La niña que fue. Le sobraba tanta tela después de dar vueltas y vueltas sobre su pequeño cuerpecito, que lo arrastraba como la cola de un traje de novia. El sari de su madre, el que sólo vestía en ocasiones especiales, cuando daba una fiesta y venían sus amigos. Los amigos hippies de mamá. La casa entonces se llenaba de velas y gasas de colores, se respiraban fragancias de incienso, marihuana y especias. Y ella, como todas las niñas del mundo, bailaba en su habitación al ritmo de la música que llegaba del piso de abajo.
Nadia saca del interior de una caja un sari granate con grandes cabezas de buda doradas y exóticas flores brillantes. Lo muestra con delicadeza a las niñas que abrien la boca y los ojos como si estuvieran frente al ajuar de una reina. Juanma entra en la habitación llevándose cómicamente las manos a la cabeza ante el revuelo. Las niñas se desternillan de risa bajo sus exóticos vestidos. Juanma se sienta en la cama y besa a su novia primero, y a las niñas después, exagerando mucho los gestos, lo que provoca más retortijones a Olivia y Kali que corretean nerviosas entre las puertas de los armarios abiertos. La espigada figura de Sophie aparece en el umbral de la puerta llamando a todos a la mesa. Tienen que hacer un verdadero esfuerzo creativo parar arrancar entre juegos a las niñas de su fantástico mundo de lentejuelas y sedas de colores.
El grupo está sentado frente a los ventanales, con el sesgado sol invernal entrando de lleno por los cristales. Juanma preside la mesa en un extremo. A su lado, Nadia permanece un tanto indiferente al proceso organizativo, aunque es la primera dama no es la dueña de la casa, y se comporta como una relajada invitada. Marga y Akman se han sentado junto a ella. Sophie ocupa el otro extremo desde donde controla a las dos pequeñas en la mesa supletoria. Pascual y Lorena se sientan en frente. La mesa se abarrota con una coreografía de brazos que pasan platos y llenan copas de vino. Celebran la primera comida juntos desde que terminaron las navidades. La alegría de reencontrarse frente a una buena comida, como una gran familia, se contagia a cucharas y tenedores. Todo el mundo come con hambre y habla al mismo tiempo, incluso con la boca llena. Marga les relata la comida reciente de Navidad que hicieron en Londres con los padres de Akman. Antes, sus suegros solían celebrar sólo el Diwali, algo similar a su fiesta de la natividad, en la que intercambian regalos y comen dulces. Pero desde hace unos años también celebraban la navidad cristiana, y lo hacían del mismo modo en que celebraban su Diwali: invitando a amigos y vecinos, organizando fuegos artificiales en el courtyard trasero de la casa y abriendo puertas y ventanas al anochecer para dejar entrar la buena fortuna. En Londres, ¡en pleno mes de diciembre! Grita Marga mientras recuerda que la dichosa gracia le costó un catarro que la dejó en cama el resto de las vacaciones. Akman sólo interfiere en la historia para matizar aspectos técnicos. “En realidad, lo que celebran los hindúes en noviembre no es una Navidad, sino la fiesta de las luces. No nace ningún Dios, aunque en cierto modo sí, es cierto, el Dios Ram vence al diablo Sanka, así que puede ser que haya una simetría en el fondo de la historia, el triunfo del bien sobre el mal. En cualquier caso la fiesta es mucho más antigua que la cristiana. Mucho más.” “Entonces puede ser que los judíos la copiasen después, ¿por qué si no tanta coincidencia con entregar regalos y dulces?” “¡Y abrir las ventanas!” Y todos ríen ante la airada queja de Marga. “Es el solsticio del invierno, lo que se celebra en Navidad en realidad es el solsticio de invierno, los etruscos ya reconocían ese día en sus ritos, adoraban a Jano, dios del sol.” “En India el dios del sol era Mitra.” “Si me apuras en el neolítico también tenían clara esa fecha, no exagero, construían sus dólmenes para dejar entrar el primer rayo del sol del solsticio.” “Sí, algo muy similar a las pirámides de Egipto, así que menos rollo de nacimiento divino porque no me lo trago, la fiesta estaba antes, los cristianos solo la han copiado. Los cristianos lo único que han hecho siempre ha sido copiar.” “Y qué lo digas…” Alrededor de una mesa todas las opiniones son válidas; si para algo se come y se bebe, es para disfrutar del placer de hablar.
Las pequeñas se aburrían. Se levantaron para tirarse en un sofá a ver una película. Juanma siempre tiene un montón de películas de animación que las vuelven locas. Los platos sucios desaparecieron en una incursión a la cocina desde la que salieron cafés humeantes y un postre light de chocolate negro con té. Vinieron los hielos y los vasos largos, el alcohol, los licores y el cigarrillo junto a la puerta abierta de la terraza. Lorena, Juanma y Pascual expulsaban satisfechos bocanadas de humo azul al cielo blanco. Era un fantástico domingo de finales de enero en sus vidas. Son colegas, de corazón, de los que permanecen siempre unidos, lo han sido desde hace muchos años y así ha de seguir.
- ¿Sabéis? – dijo Juanma soltando la ceniza en un cenicero de pié estilo años sesenta – He estado haciendo algunas investigaciones sobre lo que dijo Nadia la otra noche. Creo que no es ninguna tontería.
- Esa me la perdí, que pena – contestó Lorena con una sonrisa cínica.
- Puta – le susurró Pascual mientras la pellizcaba.
- Básicamente es todo muy sencillo, sólo hay que contratar a la banda correcta de sicarios, les pagas y ellos lo hacen todo por ti.
- ¿Banda de sicarios? Me he perdido una muy gorda, creo. ¿De qué coño hablas?
- Bueno, tampoco hace falta que les llame de ese modo – aclaró Juanma –. En realidad es gente que conoce a gente, y entonces entregan el dinero a quien mueve los hilos, y los hilos abren las puertas de la cárcel. Ellos organizan hasta la salida del país.
- ¡Stop!, un momento – Lorena estrujó la colilla en el cenicero –. ¿Estás hablando de sacar a David de Venezuela?, ¿es eso?
- Créetelo – dijo Pascual apagando también su cigarrillo –. ¿Tienes algo que ponerte para ir de comando a la selva?
- Ok, chicos, dejad que me explique.
- ¿Pero qué os metisteis la otra noche?
- ¡Joder, que no es ninguna rayada! – Juanma sonaba enfadado – Se puede hacer, sólo cuesta setenta mil euros.
- No me lo puedo creer - Lorena entró en el salón hacia la mesa donde estaba sentado el resto del grupo y habló alto de modo que le oyeran también en la terraza –. ¡Atención base!, hemos perdido a Juanma. Lástima, mientras estés internado me quedo con tu casa. Vosotras, vosotros, ¿sabéis algo de todo esto?
- Sólo os pido que me escuchéis un momento – dijo muy serio Juanma entrando también en el salón. Todo el mundo guardó silencio –. Estoy seguro de que a todos se os ha pasado por la cabeza la posibilidad de que, quizás… David no lo consiga. Marga, tú misma lo dijiste. Aquello no está hecho para nosotros, menos para alguien como David. Sin entrar en si se lo merece o no, David se está jugando su vida. Y nosotros aunque no queramos, estamos en el juego.
- ¿Es lo que me contaste, Marga? – interrumpió Sophie – ¿Lo de pagar un soborno para sacarle? A mí me parece bien.
- ¿Que te parece bien pagar un soborno? – dijo Lorena con los ojos desorbitados – No entiendo nada. A ver, que alguien cuente esta mamarrachada desde el principio.
- Es lo que estoy tratando de hacer. ¡Joder!, que no podéis cerrar la boca ni un momento.
- Mira guapo, nadie, y menos tú, me cierra a mí la boca – saltó Lorena –. Pero venga, sigue, que me corroe la ansiedad por conocer todos los detalles. Eso de los sicarios, empieza por eso.
- Lorena, deja al niño hablar – la cortó Pascual –. ¡Hostias tú! Lo de David no es ninguna broma.
- No he dicho que lo sea, yo…
- ¡Vale!– atajó Marga, y Lorena calló – Dejemos que lo cuente, después dejaremos también muy claro lo que opinamos cada uno al respecto.
Se hizo silencio alrededor de la mesa. Akman preguntaba con la mirada a su mujer de qué iba todo aquel asunto. Lorena sacó un cigarrillo y jugueteó con él sin encenderlo. Al fondo se escuchaba la televisión. Juanma volvió a tomar la palabra sentándose en la mesa, en un tono más calmado.
- Hay una organización en Caracas, un grupo, no sé si son sicarios o forman parte de una mara local. El caso es que este grupo está especializado en sacar a reos de la cárcel. Parece ser que el asunto se hace con relativa frecuencia, especialmente en casos de traficantes de otros países, o con buenos contactos fuera para evitar que en el procesamiento judicial se pida una extradición y vuelva de nuevo al agujero. En la mayoría de los casos las fugas las preparan para sacar de allí a presos europeos y americanos, que son los que están más desesperados. El grupo se encarga de toda la logística de la operación, de los sobornos a guardias y de los transportes en el interior del país hasta una frontera. Una vez fuera, David sólo tendría que coger el primer avión a Europa y todo habría acabado.
- ¿De dónde has sacado a esa gente? – preguntó incrédula Lorena – Porque seguro que no se anuncian en Internet.
- Verás, cuando Nadia comentó que había oído hablar de ello – Juanma dirigió a Nadia una sonrisa –, me puse a dar vueltas sobre cómo investigar el asunto. No es algo que puedas llamar pidiendo información a un cero noventa y dos, así que pensé en preguntar primero a alguien que tuviera la misma experiencia. Hablé con la chica de Barcelona, la que tiene a su novio también detenido, la misma que avisó a Marga comunicándonos que David estaba en la cárcel. Ella personalmente no sabía mucho del tema de las fugas, pero había oído hablar de ellas. Me contó que a un colega de su chico lo habían sacado en una ocasión de allí, con un arreglo organizado por el mismo dealer para el que estaba trabajando de narcomula. Me dio un nombre, un tal Tano, dijo que estaba en Madrid pero no sabía nada más. ¿Y qué coño iba a hacer yo con un puto nombre y nada más? Estaba a punto de desistir cuando se me ocurrió que si era un traficante más o menos potente sería conocido por algún camello...
- ¡Joder! Es como una película de Guillermo del Toro – dijo Pascual.
- Yo estoy alucinando en colores, sigue, sigue – le animó Sophie.
- Llamé al tío que nos pasa a nosotros la coca, Soares, es un tipo bastante fiable para ser un camello. Lorena también lo conoce.
- Yo también sé quién es – dijo Pascual –. He hablado con él en alguna fiesta, parece majo.
- Cierto – continuó Juanma –. Le conté el asunto y ¡bingo!, el tal Tano es el barba-papá proveedor del boss para el que Soares trabaja. No os podéis imaginar la de gente que mueve este negocio. Total, que dijo que intentaría enterarse de qué iba la cosa. Un par de días después me llamó y nos vimos para tomar café. Soares me contó excitado que se fue con su jefe y le soltó la historia al barba-papá camello en persona. Entonces, el tal Tano sacó un teléfono y se puso a llamar a contactos en Caracas. Allí mismo, delante de ellos. Cuando terminó de hablar le dijo a Soares que David era “un huevón con suerte” porque lo habían trasladado al centro penitenciario de Los Teques dónde el Tano tiene a su gente metida.
- ¿Metida significa presa dentro de la cárcel? – Le interrumpió Lorena – ¿Y por qué no las saca si es tan poderoso y es todo tan fácil?
- No he dicho que sea fácil, solo qué puede hacerse. Tienen que ponerte fuera del país y todo eso. Supongo que además, por el dineral que cuesta, no será algo que vayan haciendo con todos sus camellos en nómina.
- O sea, que puso precio allí mismo. ¡Joder con barba-papá camello! – dijo Lorena.
- ¿Y de qué precio estamos hablando? – pregunto Marga con la boca pequeña.
- Entre setenta y cien mil euros.
- Bueno, pues hasta aquí ha llegado tu fascinante aventura policiaca – Sophie sonaba realmente decepcionada por no poder seguir con la historia.
- Estoy contigo – dijo Marga –. Pero aún así, no entiendo muy bien la fase final de la operación. Puedo asimilar que untando con dinero a un montón de gente sea posible escamotear un preso de sus cárceles. Por lo que he leído en Internet, sufren tal caos que no entiendo por qué los presos se quedan dentro y no vuelan por los aires los muros de los penales ellos mismos.
- Yo también lo he leído – se apresuró a decir Sophie -. Tienen armas dentro de la cárcel. ¿Cómo pueden controlarles los guardianes?
- Hay una doble ley – le explicó Juanma –. Por un lado está el poder judicial soportado por los guardianes y el ejército, que tienen mucho poder, no te engañes; y por otro, los carteles mafiosos de los mismos presidiarios que se rigen por sus propias reglas. El equilibrio entre los dos poderes se rompe a veces y los motines son especialmente sangrientos, pero por lo demás parece que funciona.
- Es sencillamente alucinante – decía Sophie moviéndose inquieta en la silla –. Es que no me entra en la cabeza.
- Yo sólo os digo una cosa – Juanma le cogió la mano tranquilizándola -. Hay que sacarlo de allí o no volveremos a verle.
- Pero, ¿cómo lo envían fuera del país? – Marga se levantó de la mesa – Me refiero a que, una vez que pasa la frontera, sigue estando ilegal en otro país. ¿O es que le devuelven amablemente su pasaporte? Señor Martín, lamentamos haberle encarcelado por tráfico de drogas, vuelva a visitarnos cuando quiera.
- Es una buena pregunta – dijo Juanma –. Supongo que hay alguna forma de que el consulado te expida un papel para volar, como cuando lo pierdes y estás de viaje.
- No es igual, tendrías que justificar cuándo entraste, en qué vuelo llegaste. Tampoco vas y les dices que has cruzado la frontera con Venezuela en el capó de un coche.
- Creo que esa es una cuestión menor – interrumpió Lorena encendiendo un cigarrillo, todos se volvieron incrédulos a mirarla –. Esa parte me parece fácilmente solucionable. Si se da el fantasioso caso que no ha fallado nada en el largo e insostenible proceso anterior. ¿Qué ocurre si entre medias algo sale mal y le meten un tiro?, ¿o si deciden quedarse con el dinero y tirar a David a una zanja? ¡Es rocambolesco y peligroso! Simplemente, Juanma, no sé ni cómo se te ha pasado por la cabeza. No creo que una banda de camellos de Caracas sea lo más seguro para confiar la vida de un amigo.
- ¡La vida de tu amigo ya está en sus manos! De hecho, esa panda de camellos de Caracas le da de hostias por la noche antes de joderle, joderle en todos los sentidos que se te ocurra. Cualquier día, en cualquier pelea, pueden pegarle un navajazo. Ellos están en su medio, es su terreno y allí son los dueños de su insignificante vida. Lo único que yo sugiero es pagarles para que le suelten. Y sí, es cierto, estaremos sobornando a los mismos camellos de Caracas que ahora le piden dólares para comer y tumbarse a dormir.
- Volvemos al punto sin retorno – dijo Sophie –. No estamos hablando de cinco o seis mil euros. ¡Son cien mil!
- Entre setenta y cien – rectificó Junama.
- Yo tengo uno – dijo Pascual.
- Genial, sólo nos quedan noventa y nueve – dijo Sophie –. Mirad, todos queremos mucho a David, daríamos lo que fuera por sacarle de allí. Pero estamos hablando de una cifra enorme que no volveríamos a recuperar, y esto lo sabéis igual que yo. David nunca reembolsaría semejante suma. Estamos hablando de un cifra que nos costaría sangre y sudor conseguir en estos momentos. Lorena está en paro crónico, Marga tiene hipotecadas sus colecciones hasta el dos mil veinte, Pascual, tú vives al día…
- Ya lo he dicho, yo pongo uno. No credit at all en el banco.
- Juanma, no sé como estarán tus finanzas – siguió Sophie –, pero yo no me puedo permitir en estos momentos perder veinte mil euros de golpe. Lo siento de veras, no quiero sonar egoísta, pero es que no puedo.
- Perdóname, Sophie – dijo Juanma cogiendo de nuevo la mano –. Es culpa mía, debía de haber pensado en el desembolso que supondría antes de contároslo. La verdad, es que yo tampoco tengo esa cantidad.
Nadia, que no había abierto la boca durante la discusión dio unas palmadas sordas, lentas, y todos los ojos se volvieron hacia ella.
- ¡Bravo, realmente bravo! Chicos, nunca he visto a nadie comprometerse así con un amigo. Estáis hablando tranquilamente de cometer algo ilegal por un colega. Es más, os da pena porque no tenéis la pasta para hacerlo. Me parece fantástico. No, no estoy siendo sarcástica, lo digo en serio. Estoy segura de que si tuvierais la plata, ¡sacaríais a David de aquel agujero en la selva!
- No te quepa duda, guapa – dijo Lorena, a la que no le había gustado nada el tono de Nadia, a pesar de su afirmación a ella le había sonado bastante sarcástico –. La historia puede ser rocambolesca, pero no es por falta de huevos por lo que David se pudre en Venezuela.
- Venderemos los huevos por euros. ¿Cuánto pagan por huevo? – dijo Pascual.
- Robaremos un banco – sugirió Marga –. Quien roba a un ladrón…
- Mejor una discoteca – bromeó Pascual –, es el único sitio en que nos dejan entrar sin levantar sospechas.
- Un cuadro de un museo – pujó Sophie – últimamente está de moda volver a robar cuadros, es así como cool.
- Juanma, ¿tú no tienes que grabar un spot para el museo ese de gemas? – pregunto Nadia con descuidada inocencia.
- Eso, robemos un pedrusco de unos cuantos millones y de paso ¡nos hacemos todos ricos! – dijo contento Pascual.
- Pues no es tan absurda la idea – dijo Lorena –. De hacerse rico, me refiero. Cuando estábamos preparando la producción del rodaje hace unas semanas, se me pasó la idea por la cabeza.
- ¿Se te pasó por la cabeza robar una gema?, ¿el diamante más grande del mundo tal vez? – preguntó Juanma atónito – ¿Y luego protestas por mi plan de salvar a David?
- No pensaba robar una gema, estaba más bien cavilando la idea de… un tapiz – un montón de ojos interrogantes se posaron en Lorena -. Veréis, el spot es un video documental para el nuevo museo de Málaga que será la sede de la colección de piedras preciosas y artes suntuarias de la Royal Collections.
- Pedruscos de Swarosvki – le interrumpió Pascual divertido con la historia.
- Swarosvki es plástico de los chinos comparado con estas gemas. Se exponen allí por su tamaño. ¡Son más grandes que una pelota de tenis! No puedes hacerte a la idea hasta que no ves esa pedazo de piedra enorme, con ese color azul transparente. Pero aunque parezca mentira, lo más impresionante no son las gemas. La colección del museo muestra también una selección de tapices regios, tapices hindúes en su mayoría, de la época del esplendor de los marajás.
- ¡Conozco esa colección! – gritó Akman, contento de poder intervenir en algo de lo que se hablaba en aquella extraña sobremesa – Tienen unas piezas absolutamente increíbles del Rajasthan. Cuando era joven hice un trabajo en una clase de arte sobre uno de ellos, la exposición pasaba por París. Son unos tapices muy valiosos, bordados en hilos de oro y seda y cubiertos de gemas preciosas, esmeraldas, rubíes, topacios. Su tamaño es mucho menor que el de los tapices europeos, casi me desmayo cuando Marga me llevó a ver los del Palacio la Granja, ocupaban una pared enorme entera, pero el valor histórico de estas piezas menores es incalculable.
- Es cierto, estos son mucho más pequeños, y están muy desatendidos - Lorena puso cara de niña mala –. Las medidas de seguridad son enormes, aunque limitadas por las condiciones de eventualidad del museo, todavía están terminando las obras y la mayoría de las piezas está aún embalada dentro de sus cajas. Lo que llamó mi atención, porque me chocaba como algo que chirría mucho, no es tanto el especial cuidado que se presta a la protección de las gemas, sino el descuido en que caía la seguridad de los tapices. Entendedme, no es que tengan las telas tiradas por allí como cualquier cosa, simplemente no se les presta igual atención. Por ejemplo, cuando nos enseñaron las gemas había dos gorilas de seguridad sin quitarnos ojo, no se despegaron de nuestro lado hasta que pasamos a una sala donde se exponían dos de los tapices. Entonces desaparecieron. ¡Nos dejaron solos!, como si no les importara lo que hiciéramos con ellos.
- ¿Y tú pensaste en llevarte uno? – gritó Juanma – ¡Es la última vez que te llevo a un rodaje!
- Pensé en lo fácil que sería darles el cambiazo. No sé, lo pensé.
- ¿Lo pensaste?
- ¡Coño! Sí, ¡estaba aburrida y se me cruzaron los cables! Sabes, me recordaron a la colección de vestidos con tejidos hindúes de Marga de hace un par de años, y pensé, ¡joder!, si parecen iguales.
- ¿Te refieres a los echarpes? – dijo Marga excitada – No me extraña que te recordaran a los tapices, me costó lágrimas convencer al taller hindú de que los quería como si realmente fueran antiguos de verdad. Tuvimos que incluir pequeños errores y desviaciones en el programa de bordado para crear el aspecto de cosido natural. Y luego los sometimos a un proceso de envejecimiento a base de lavados con algas que olían a mierda. Yo pensaba: Dios mío, cómo se quede el olor en el tejido me voy a comer cincuenta echarpes de tres mil euros cada uno. Y es cierto, también llevaban piedras, bueno no precisamente gemas, pero cristales que las imitaban. Por cierto, también rayamos un poco los cristales para envejecerlos.
De golpe, todos se quedaron en silencio. Habían llegado a otro punto sin retorno, esta vez moral. Una cosa era asumir que para salvar la vida de su amigo autorizaran a una banda de narcos a cometer un hecho delictivo en un país centroamericano. Esto, por sí solo, podía tener justificación dentro de su escala ética: es una práctica que ya se realiza, no perjudica realmente a nadie y no es ejecutada directamente por ellos en persona. Pero algo bien diferente era la sugerencia de falsificar un tapiz para conseguir el dinero, un tapiz que puede valer millones, y dar el cambiazo en un museo. Eso era simplemente el guión para una película. Ninguno iba a tomar esa opción en serio, por mucho que les pesase el grave peligro en que se encontraba la vida de David. El silencio continuó por unos instantes mientras se escuchaba el ronroneo de los cerebros elucubrando cálculos de probabilidades. Ninguno en aquella mesa quería volver un paso atrás, al punto de cómo obtener el dinero tirando del fondo de sus maltrechos bolsillos.
Suavemente, Marga y Lorena movieron la conversación hacia las copias del arte en el diseño de las colecciones de moda. Sophie se levantó de la mesa porque la cinta de Pixar había llegado a su fin y las niñas corrían descontroladas por la casa. Akman y Juanma hablaron algo más de la exposición en París, de la empresa que lo organizaba y del video que éste tenía que grabar con su agencia en unas semanas. Nadia y Pascual se dispusieron a sacar brillo al lío de artefactos sucios en la cocina. A pesar de que no habían manchado demasiado para hacer la comida, la encimera lucía el aspecto de haber sido el escenario de una batalla a microescala. Nadia se acercó al fregadero donde estaba Pascual y le preguntó.
- ¿Crees que lo que han dicho era una tontería?
- ¿Lo de sacar a David de la cárcel o lo de robar el tapiz de un museo?
- Lo de sacar a David, claro – Nadia estrujó una bayeta sacándole todo el agua – No sé, parece tan fácil. No me imagino cómo os sentiríais después si de verdad le pasa algo. Me entiendes, ¿no?
5. MADRID. El DÍA SIGUIENTE
Las carreteras de Madrid amanecieron envueltas en una tormenta de nieve, como si la circunvalación M30 discurriera al pie de los Alpes suizos. Una espesa cortina de grandes copos blancos caía sobre la ciudad desde antes de despuntar el alba. Deslizándose en la noche como un ladrón, la fuerte nevada había pillado totalmente desprevenidos a los madrugadores. Caminaban con recelo sobre una superficie virgen y resbaladiza, con miedo a estamparse en el suelo para llegar hasta sus coches o subir a los primeros trenes de la mañana. La intensidad de la nieve caída en muy pocas horas había cogido también por sorpresa a los servicios de emergencia. No habían echado sal durante la noche, y seguía nevando, cuando quisieron poner remedio era ya tarde. Los coches circulaban despacio, inexpertos en esa superficie nueva bajo sus llantas. Los primeros vehículos que se aventuraron en las pistas nevadas tuvieron suerte de ser eso, los primeros, unas horas después los atascos habían colapsado todas las entradas a la ciudad. Las vías de comunicación eran una masa de torpes coches deslizándose entre los carriles, chocando entre si como patinadores novatos. Los afortunados que iban a pie o en tren tuvieron mejor suerte, por un día pudieron disfrutar de una ciudad mágicamente blanca, envuelta en esa densidad del aire que producen las nevadas, cuando las nubes están tan pegadas al suelo que parecen desgranarse sobre tu cabeza, y el silencio suena sordo, rebotando en el vacío de la niebla de copos. El suelo es blanco, no es gris, ni verde, ni negro, ni sucio, ni da asco pisarlo. Es blanco. La luz que refleja es tan intensa que te sientes caminando sobre cristal. La ciudad se levanta sobre un manto de zorro ártico construida con tejados montados con nata. Los edificios navegan sin aceras, como buques atrapados en un mar helado, flanqueados por filas de árboles que arañan el cielo con sus ramas de chocolate tintadas de glasé.
Marga salió de su casa en Majadahonda embutida en un abrigo de pelo sintético que la cubría hasta los pies y un gorro de piel de conejo con orejeras, al estilo ruso, que había comprado hace unos años en un viaje a Beijing en el que estaban a menos de veinte grados bajo cero. Kali corría a su lado excitada, deteniéndose a cada paso entre grandes aspavientos de entusiasmo para coger un puñado de esponjosa nieve con sus guantes y aplastarla entre las manos. Sacaba la lengua y atrapaba los copos que flotaban en cámara lenta en su descenso. La niña, sorprendida de que algo tan divertido no provocara un cambio radical en su rutina diaria, se quejaba de la prisa de su madre por llegar al colegio. Es difícil entender por qué hacen las cosas los mayores. Marga la dejó a la puerta de la escuela primaria sabiendo que sería imposible para los maestros contener a los niños dentro de las aulas. “Es muy previsor por su parte que la niña trajera ropa de repuesto… unos pantalones, perfecto, por si acaso, y una toalla, estupendo, ojalá todas las madres hubieran hecho igual… sí, claro que tendremos cuidado, lo pasaremos bien, esté tranquila señora Suárez, tendremos la calefacción al máximo y ya hemos ordenado un chocolate caliente para media mañana… no se preocupe, haremos muchos muñecos, ¿verdad, Kali? ¿a que estás deseando jugar con la nieve?”
Marga le dijo adiós a su hija con la mano, ella no le hizo el menor caso. La niña era una mota de color en el patio. La escuela a su espalda parecía una gran castillo hinchable aún por colorear. Se ajustó su gorro y levantó una orejera para acercarse el móvil y hablar con la chica que recoge a Kali por la tarde. “Sí, lo entiendo, no creo que nieve mucho más, no se preocupe lo más mínimo, estaré preparada para pasar a recogerla antes si me llaman del colegio… descuide, no, no me separaré del móvil en todo el día… igualmente, y no se preocupe.”
Cuando Marga se sentó finalmente en el vagón, una luz se encendió en su cerebro sugiriéndole que sería más razonable dejar el coche en la estación y bajar a Madrid en tren, contempló un paisaje transformado que la dejó fascinada. Era difícil reconocerlo, tan puramente blanco. Tuvo la tentación de dar la vuelta, recoger a Kali y pasar el día juntas jugando en el parque con la nieve. Mayores, siempre piensan las cosas divertidas cuando ya es tarde. Llegó a su oficina de Argensola pasadas las diez y media de la mañana. Madrid era un caos gris y blanco. Olga había llamado desde el coche. “¿A quién se le ocurre en un día como éste? pues a mí, a quién si no, si pudiera lo dejaba aquí tirado, bueno tranquila… sí, tengo mi agenda, haré unas llamadas mientras… no, no creo que sea una buena idea pasarme hoy por el taller, esto es un puto desastre… claro, los llamaré, deja ya de preocuparte, quizás podamos revisar la producción en una semana, dales un poco de aire, se lo hemos dejado muy claro y lo han comprendido, están teniendo mucho cuidado, me consta, y han puesto a sus mejores mujeres en ello… sí, creo que al final lo harán bien, hemos tenido suerte, una vez detectado el fallo son bastante más profesionales de lo que parecían, por cierto, ¿qué tal la comida?… eso, una barbacoa en casa de Juanma, qué suerte tiene el cabrón con esa casa, ya ves, ayer parecía primavera y hoy Siberia, ¡joder! que ahora andamos un poco, te dejo que esto es como la pista de coches de choque… lo que tarde, sí, tendré cuidado.”
Marga abre su correo, lo ojea mientras va leyendo los titulares de su buscador de noticias: caos circulatorio descomunal en Madrid por las nevadas, Barajas paralizado, el Instituto Nacional de Meteorología explica el porqué del retraso en el aviso de alerta por nieve. “Bueno, parece que va a ser uno de esos días.” Suena el teléfono, es Lorena.
- Sí, claro que estoy en la oficina, estás llamándome aquí… pues la verdad yo he venido de maravilla, pero… sí, claro que no voy a moverme, puedes venir, por supuesto que el metro funciona,… bueno vale, luego me cuentas.
Marga dejó el móvil sobre la mesa y lo miró como a un objeto extraño. ¿Le afectará a la gente la nieve?, ¿algo parecido a lo que ocurre con la luna? Marga se asomó al ventanal de su despacho. Las pisadas de la gente empezaban a manchar la calle blanca dejando un color ceniza sucio. “Qué pena, parece que ya ha parado de nevar. Necesito un café bien calentito.”
Una hora más tarde Lorena irrumpía en su despacho como si fuera el brazo rezagado de la tormenta de nieve.
- Pascual se quedó en mi casa hasta las tres de la mañana, ¡imagínate la resaca que tengo hoy!
Lorena tiró el abrigo sobre el diván de cuero junto al ventanal y echó una mirada furtiva a la calle Argensola. Un coche aparcado parecía un pedazo de corte de nata gigante que se estuviera derritiendo, hasta las ruedas estaban enterradas en un palmo de nieve manchada de CO2. Tomó la taza de café caliente que le tendió Marga y dio un sorbo que subió directamente a su cerebro. Sostuvo la taza entre las manos disfrutando de la agradable sensación de calor.
- Creo que Pascual tenía el periodo, anoche estaba pesadísimo. El caso es que pienso que tiene razón. Es una locura, lo que tú quieras, pero yo estoy de acuerdo, no podemos cruzarnos de brazos, tenemos que hacer algo.
Marga se sentó en una de las sillas Verner Panton que decoraban su despacho y miró a su amiga que paseaba nerviosa con la taza en la mano. Realmente la nieve afectaba a la gente, peor que la luna llena.
- Bueno – dijo ajustándose la falda –, yo soy la primera que me siento muy mal con todo esto, pero, la verdad, las ideas que salieron en la comida me parecieron un poquito disparatadas.
- Déjame enseñarte algo antes de seguir con esta conversación – dijo Lorena a la vez que se sentaba en la mesa de Marga y conectaba su pendrive a un portátil –. Lo grabé hace un mes en Málaga, en el museo, cuando hicimos la reunión de preproducción del rodaje. Siempre que puedo saco videos y fotos de referencia de las localizaciones, si tengo alguna muestra delante luego me resulta más fácil hablar con el director de fotografía y con el de iluminación. Te diré que iluminar correctamente esos pedruscos de cientos de quilates va a ser misión imposible, ya lo estoy viendo, horas corrigiendo reflejos. Pero olvídate de las piedras, ahora quiero que te fijes bien en estos retales.
Lorena giró la pantalla para que Marga tuviera mejor visión y pinchó play en el reproductor. El punto mov arrancó mostrando una sala estrecha, casi agobiante y demasiado iluminada. Por unos instantes, la cámara recorría vacilante las paredes vacías de color gris oscuro hasta detenerse en un tapiz protegido detrás de un cristal. El objetivo se acercaba para mostrar la tela con más detalle. La grabación era algo pobre de resolución y se veía empañada por los reflejos de luz sobre el cristal protector; a pesar de ello, la presencia de la obra llamaba poderosamente la atención desde el primer momento. Representaba una escena palaciega de una corte hindú en la que un hombre ricamente ataviado, el maharajá probablemente, se sentaba con las piernas cruzadas sobre unos cojines de fuertes colores. Entre sus manos blancas repletas de joyas - extraño ver representada una piel india con esa blancura - sostenía un instrumento de cuerda que podría ser un sitar, podría estar tocando una melodía pero su postura era más como si posara para un solemne retrato más que la de un concentrado concertista. En un plano paralelo a esta escena, una bailarina ejecutaba una danza mientras se sostenía en precario equilibrio sobre una pierna. Tenía una postura antinatural, forzada por la posición desencajada de sus brazos y la mirada torcida hacia un punto lejano. La bailarina debía de ser de una extraordinaria belleza, el tapiz sólo podía tratar de reproducir las líneas de su hermosura. Había algo fascinante en su expresión: su cara transmitía un profundo sentimiento, sin embargo, era totalmente inexpresiva; quizás fuese lo anormal en la forma de mirar, como si estuviera señalando algo con los ojos aunque no mirara hacia ningún sitio. Detrás de las dos figuras se reproducía un bello jardín salpicado de pequeñas construcciones rajputianas, brillantes cúpulas en tonos rosados y dorados, surcadas por nervios blancos que se cerraban en su punta en una sinuosa curva, se asemejaban a pechos de mujer apuntando al cielo. La escena palaciega estaba enmarcada por unas cenefas de motivos geométricos enriquecidos periódicamente por pequeños elefantes y multitud de flores. La cámara se acercó un poco más a la tela desentrañando la fuerza e intensidad de eso que parecía una explosión primaveral de colores, una infinita gama de tonos desbordándose en sutiles matices sobre la seda, más intensos si cabe por el efecto contraste con las filigranas de hilo de oro. El trenzado del tapiz era delicado y muy fino, pero al mismo tiempo el relieve final del dibujo era asombroso, como si alguien hubiera bordado una y otra vez sobre las mismas líneas hasta resaltar su grosor. La opulencia de la obra se veía aumentada con la inclusión de un más que generoso número de gemas engarzadas en el tejido. Las había de todos los tamaños y de no menos colores, jugando con los tonos de los hilos de seda. Esmeraldas del azul del caribe, rubís como la sangre, zafiros, diamantes transparentes, nacaradas perlas, amatistas, turquesas, jades, turmalinas y lapislázuli. Algunas piedras eran opacas, pero todas ellas estaban finamente talladas. Dentro de la escena principal del tapiz con las dos figuras, las gemas representaban el papel de ellas mismas formando los pendientes y las joyas que lucían los personajes, los adornos de su pelo y de sus trajes. Al mismo tiempo, fuera de ellos, las gemas cambiaban de función para decorar las flores del jardín, los pezones de las cúpulas y los ojos de los elefantes o como realce en las intersecciones de los dibujos geométricos. A pesar de su recargamiento y suntuosidad, el efecto final es armonioso y delicado; de una belleza exquisita que transciende todas las sensibilidades artísticas porque de alguna manera emociona, por la magnificencia de la representación artística, por la complejidad de la ejecución y por la opulencia de su materia prima. El video se paró quedándose fijo sobre una pantalla gris vacía, Marga bajó la pantalla del portátil, como si con ese gesto pudiese olvidar lo que había visto, y miró fijamente a Lorena que esperaba con ansiedad sus comentarios.
- ¡Os habéis vuelto todos locos! – Gritó de repente. – ¿No habréis pensado en serio que se pueda copiar esto?
Lorena no dijo nada, solo esbozó una sonrisa contenida, como si estuviera a punto de cometer un inocente travesura.
- Vamos, Lorena, tú sabes que es completamente imposible. Pero, ¿te has fijado en el tejido? ¡Es un puto tapiz hecho a mano hace siglos! Nudo a nudo, pasando hilaturas de diferente grosor con dibujos complicadísimos sobre una urdimbre de hilos. ¡Un tapiz no se puede imitar! No puede hacerse a máquina, es totalmente imposible. Tendrías que contar con expertos tejedores, no conozco a nadie que pudiera atreverse con una cosa así, es más, si lo hubiera y después de un esfuerzo enorme se consiguiera programar el dibujo y la trama de colores en los hilos, ¡jamás quedaría igual! No se puede reproducir el efecto del anudado a mano, la firmeza del hilo, cómo se ciñe entre sí. - Marga se levantó y paseó nerviosa hasta el ventanal - Esto es ridículo. ¡Estáis todos esquizofrénicos y esta idea es la mayor idiotez que he escuchado en mi vida! ¿Me oyes? Es absurda, pueril, estúpida y nada inteligente. Y me sorprende, Lorena, que haya pasado de un simple comentario gracioso en una comida.
- Estoy totalmente de acuerdo contigo. Creo que sería imposible hacer una copia decente de un tapiz antiguo sin que se dieran cuenta. Y además ni siquiera has mencionado las piedras preciosas.
- Eso es, cualquier técnico se daría cuenta de que son falsas, sólo con acercarse a verlas a unos centímetros se notaría el fraude.
- Al mirarlo de cerca, ¿con una lupa tal vez? – preguntó Lorena indiferente.
- Por ejemplo. No soy especialista en joyas, pero he visto copias artificiales de diamantes que en un primer momento parecen reales, y en cuanto te acercas…
- ¿Cuánto de cerca?
- Lorena, no trates de liarme, las dos sabemos que una copia de un tapiz no engañaría a nadie ni a un metro de la tela.
- Perfecto, no haremos ningún primer plano, será un barrido lento con la cámara a dos o tres metros, de modo que sólo puedas ver que es el tapiz falso si amplias digitalmente la imagen.
- Y ahora, ¿de qué estás hablando?
- Siéntate y escúchame – Lorena empujó a Marga hasta la silla –. Lo más inteligente para robar una obra de arte no es entrar enmascarado, coger la tela y salir huyendo con todas las alarmas sonando detrás de ti. Lo que nadie espera es que un robo suceda delante de todo el mundo, con la gente de seguridad mirando cada paso que das con la tela. Y que, además, la prueba de tu inocencia quede grabada en un video que han visto los responsables del museo y se ha distribuido para publicidad en medio mundo. Lo inteligente de un robo es que nadie se enteren de que han sido robados. Dentro de un par de años, cuando se prepare la apertura de la exposición y saquen la tela de la caja para colgarla, se darán cuenta de que es falsa. ¡Imposible! ¡La tela no ha salido nunca de allí! Entonces se preguntarán cuándo les han dado el cambiazo. Seremos de los primeros en ser investigados, pero nuestra coartada será perfecta, la prueba de que el robo tuvo que ser anterior a nuestro rodaje estará en el mismo video, el video que habrá filmado la tela falsa, el video promocional del museo que mostrará un barrido de un tapiz sin acercarse en ningún plano detalle, y que, ¡sorpresa!, si aumentamos la imagen se probará claramente que es una copia. Nadie podrá explicárselo. ¿Cómo es posible que en el rodaje no se dieran cuenta mientras filmaban un tapiz que era una copia? Se disculparán, por la confusión del rodaje, las prisas del momento, lo inusual de la situación, lo que sea. Da lo mismo, quedará probado que nosotros sacamos de la caja un tapiz, lo filmamos y lo volvimos a guardar; y que en ese momento, esa tela ya era falsa como un bolso de mercadillo.
Marga miraba a su amiga como si un alíen estuviera contándole el crecimiento sin fotosíntesis de las plantas en su galaxia. ¿Era solo ella, o alguien más pensaría que la idea era el guión con final triste de una película argentina? Observó como su amiga se encendía con ansiedad un cigarrillo y pensó que era una verdadera pena que siguieran tomando drogas a su edad, ya no eran tan jóvenes y había que cuidar la población de neuronas. La evolución de la especie humana ha pensado que si desarrollamos nuestra aprendizaje cerebral en la infancia para qué íbamos a necesitar producir nuevas neuronas cuando somos ya casi seniles. Alguien debería haberle advertido a la evolución de que nos íbamos a poner de copas y rayas hasta el culo, y que a la mitad de nuestra vida, ahora mucho más larga, íbamos a necesitar reponer existencias por los importantes destrozos cometidos en aras de pasar un rato memorable.
- Sé lo que estás pensando – dijo Lorena acercándose a coger la mano de Marga –. Es un riesgo enorme, lo sé. Pero créeme cuando te digo que es más sencillo de lo que parece porque nadie se imaginará que vayamos a hacer una cosa así delante de sus narices. Todavía hay que cerrar un montón de detalles pero quiero que tú te concentres en pensar solo en una cosa: si Angelina Jolie te pidiera un caftán para lucir en la próxima entrega de los Oscars y te trajera este video. Tú, ¿dónde lo confeccionarías?
Marga la miró furiosa, sabía que no conseguiría nada oponiéndose frontalmente a la idea. Tenía que sacar a la luz las dificultades secundarias.
- Si Angelina Jolie me hiciera un generoso adelanto de un número muy alto de miles de euros me iría a la India, buscaría el mejor tejedor de alfombras de Jaipur y le pondría un abultado montón de billetes delante para que dispusiera de sus mejores tejedores en el tapiz. Tejido a mano. No sé lo que tardarían pero puede que semanas o meses.
- ¿Pero sería posible?
- Pero carísimo, costaría una fortuna enorme, eso seguro.
- ¿Pero quedaría razonablemente bien?- Lorena insistió, sabía donde acorralarla - ¿Incluso la copia sería mucho más realista porque estaría hecha a mano?
- No soy capaz de poner una cifra, pero puede ser que nos costara casi tanto como lo que necesitamos para sacar a David.
- Yo te voy a dar una cifra – Lorena levantó un puño y fue extendiendo uno a uno los dedos de la mano hasta cuatro.
- Eso qué son, ¿miles de euros?, ¿cientos de miles?
- No, Marga, estos dedos… son millones.
Marga se olvidó de respirar, se puso blanca, luego rosa y finalmente se le amorataron las mejillas. Hasta que Lorena le golpeó en la espalda, tosió y recuperó la consciencia de dónde estaba.
………………………
Los últimos acordes del remix digital del tema “Let it be”, hábilmente mezclado por un deejay francés de moda en las pistas de baile con la voz del último trabajo de U2, se apagaron suavemente al tiempo que la imagen en la enorme pantalla de presentación se fundía a negro. La sala de juntas se quedó en silencio, todavía más profundo después de la atronadora banda sonora. El reproductor carraspeó, hizo un ruidito como si tragara saliva mezclada con tornillos y se detuvo en estado de hibernación. Acababan de pasar la película de la próxima campaña de marketing de Nice, una presentación interna en la agencia para evaluar la estrategia. En la pantalla se había visto el concepto creativo de la idea y su impacto flotaba todavía en el aire sin que ningún gesto, ninguna reacción o ningún murmullo dejaran traslucir si había gustado o era un concepto condenado al fracaso. Juanma sudaba profusamente bajo un jersey de lana, cualquier cosa que bajara de un gran entusiasmo sería considerado una propuesta mediocre. Desde el extremo de la mesa, el Director de Cuentas responsable del cliente más importante para la supervivencia de la agencia seguía con los ojos puestos en la pantalla, ahora blanca. A su lado, otros dos ejecutivos parecían también tener problemas para cerrar la boca. Permanecían con la vista baja, los ojos puestos en el briefing de la campaña, repasándolo a toda velocidad para buscar cualquier indicio en el texto que aclarase dónde y cuándo habían pedido ellos una propuesta como aquella. Junto a ellos, Reny, el Director General de Mclan, su nombre real era Renancio aunque muy pocos lo sabían, exhibía una sonrisa boba, indescifrable. Observándole de reojo, indeciso, Charly, el planner de la agencia, el gurú que predice cuál será el comportamiento de la humanidad con una tarjeta de crédito en la mano, callaba sin atreverse a emitir su valoración. Juanma se derretía bajo la lana, aquello no le gustaba nada, hizo un esfuerzo para romper el hielo.
- Por supuesto, esto es una presentación inicial, aún hay que perfilar el desarrollo de la campaña a medio plazo. Está a falta del trabajo de previsión de resultados que pueda adjuntar el departamento de cuentas – Juanma seguía sudando, por su mente cruzó una sola súplica, ¡joder!, que alguien diga algo, lo que sea, o me voy a licuar delante de todo el mundo. Nadie hizo ningún gesto, era el momento de licuarse –. Bien, creo que, de todos modos, el trabajo del equipo creativo ha sido excepcional…
- Juanma… – le interrumpió el Director de Cuentas con una mirada incisiva- gracias por tu aportación. – Giró su cabeza para dirigirse a los creativos sentados junto a la pantalla, sin afeitar y mal vestidos, como si hubieran salido de un reality show en la selva, parecían ajenos a aquella reunión que era la presentación de su propio trabajo – Chicos, la estrategia para Nice, sinceramente… ¡Creo que es la rehostia! Definitivamente, un gran salto adelante en la forma de hacer publicidad. Esto es agarrar el toro por los machos y plantarle cara a Facebook, a Twiter, al mismísimo Jobs y toda su legión de fruteros de Apple. ¡Es una puta revolución!
La tensión de la reunión se deshizo. Los ejecutivos apartaron aliviados su vista del briefing, si su jefe había dado el visto bueno a ellos no les importaba que los creativos se hubieran saltado aquel informe a la torera. El director de la agencia, Reny, borró la sonrisa boba y volvió a la sala.
- Es genial, ¡extraordinario equipo! Nic@ será un vuelco definitivo en la trayectoria de Nice. Solo hay un detalle que no entiendo del todo: la estructura de comunicación on-line que planteáis es como una red P2P semi-centralizada que se extiende por niveles, donde Nice tiene el servidor principal conectado a un tejido de nodos de segundo nivel que serían nuestros precursores de marca con sus propios ordenadores; y al final de esa red, el conjunto de consumidores demandando y aportando datos. Esto requiere que Nice disponga de un servidor central que reconozca y dirija la información almacenada en los nodos del segundo nivel. Nice puede asumir el coste de gestionar un servidor de semejante calibre, aunque será toda una inversión. Pero, ¿qué pasa con los precursores de Nice? ¿Qué ocurriría si la campaña no tiene éxito y no se apuntan? La red entonces quedaría desprovista de todo aliciente porque nadie tendría material almacenado para compartir.
Juanma miró a Reny como a un bicho raro. ¿De dónde sacaba un vejestorio esa soltura con una información técnica de redes que hasta a él mismo le costaba trabajo visualizar?