IV
Cris acababa de aparcar su coche en el aeropuerto de Túnez-Cartago, adonde había acudido a esperar a su marido en vuelo procedente de Roma, sin darse cuenta de que era seguida por otro vehículo a cuyo volante se hallaba su secretaria particular Jazmyne, quien tenía órdenes expresas de la organización para convertirse en la sombra de la señora Antuña. El vuelo de Alitalia en el que viajaba Jorge tenía una demora de treinta minutos, como Cris pudo comprobar en los paneles electrónicos de la terminal; ello le permitía acercarse hasta la cafetería y tomar una bebida refrescante mientras mitigaba el sosegado y cadencioso paso del tiempo en el reloj que presidía el Meeting point de llegadas del aeropuerto internacional. A menos de cien metros de distancia, Jazmyne vigilaba con disimulo los movimientos de la señora Antuña, ajena totalmente a este seguimiento.
Era la víspera de la Navidad cristiana, y aunque Túnez es un país de confesión mayoritariamente musulmana, sin embargo su enorme dependencia del turismo internacional y su pasado colonial francés le hacen conservar ciertos detalles que recuerdan a quien llega a su aeropuerto que estamos en Navidad. Las guirnaldas y lucecillas titilantes que poblaban la sala de llegadas internacionales hicieron recordar a Jorge la fecha en la que estaba. Su esposa estaba allí, al final de una ingente masa de siluetas que se esforzaban en agitar sus brazos para hacerse notar por los recién llegados. Cris era inconfundible para Jorge, y no tardó ni cinco segundos en detectarla tras la barandilla existente frente a la salida de la aduana del aeropuerto.
- ¡Jorge! ¡Estoy aquí! -dijo Cris, agitando ostensiblemente su mano derecha para hacerse notar por su marido, que aceleraba el paso para correr a su encuentro y abrazarla.
- ¡Cariño! -Acertó a decir Jorge tras estrecharla entre sus brazos, y añadió-: Te encuentro estupendamente.
- En cambio, yo a ti te noto más delgado -comentó Cris-. ¿Te encuentras bien?
- Por supuesto que sí -respondió Jorge, y agregó-: Es posible que esté más delgado, pero sin duda es debido al exceso de trabajo que he tenido en estos últimos días.
- ¡A propósito! ¿No iba a venir Kimi con nosotros al crucero? -preguntó de improviso Cris como movida por un resorte.
- Era su mayor deseo -respondió Jorge-, pero un imprevisto laboral le impidió acompañarnos, y hasta ayer a última hora de la tarde no me llamó por teléfono para decírmelo. No sabes como lo ha sentido. Se le notaba abatido cuando hablé con él.
- No me extraña. Me consta que le hacía ilusión realizar este viaje -respondió Cris.
- En cualquier caso, lo importante para él es que se vaya reponiendo del mazazo que supuso la muerte de su madre.
- Sí. Es verdad. Por eso creo que este viaje con nosotros le ayudaría.
- ¡Qué le vamos a hacer! El trabajo es el trabajo. Hablando de otra cosa. ¿En qué has quedado con tu jefe?
- Verás. Le dije que tan pronto llegaras y descansaras un poco, prepararíamos el equipaje, y después nos dirigiríamos hasta su casa en Sidi Bou Said listos para embarcar en el Al ribat.
- ¿Dónde has dejado el coche?
- Mira. Ahí lo tienes -dijo Cris, señalando el mercedes aparcado en la primera fila de plazas del aparcamiento del aeropuerto.
- ¿Conduces tú, o conduzco yo? -preguntó Jorge, alargando la mano para hacerse cargo de las llaves del vehículo.
- Será mejor que lo lleve yo -respondió Cris-, que a fin de cuentas me conozco el trayecto como la palma de la mano.
- Como quieras -dijo Jorge colocando su escaso equipaje en el maletero del coche y subiéndose posteriormente al mismo.
Acto seguido, Cris arrancaba el anticuado mercedes y emprendía el camino hacia la capital a través de la autopista que une el aeropuerto con aquella. Lo que tanto Cris como Jorge desconocían en aquellos momentos era que otro vehículo de menores dimensiones, que el pilotado por la señora Antuña, les seguía a una prudente distancia conducido por la secretaria particular de la esposa de Jorge, que cumpliendo órdenes la vigilaba constantemente.
Unos cuantos días antes, una vez que Milienko recibió vía libre de sus superiores para eliminar al matrimonio Antuña, el bosniaco decidió coordinar las labores de vigilancia de Cris y de su marido, y para ello tuvo que contar con la inestimable colaboración de Jazmyne, a quien sus jefes habían puesto momentáneamente a las órdenes de Milienko para realizar aquellas tareas. Por eso, la secretaria de Cris estaba en aquellos momentos siguiendo a su jefa y al marido de ésta. En cualquier caso, mantendría a Vllasi perfectamente informado de los movimientos de la pareja; cosa que en aquellos momentos se disponía a hacer a través del manos libres de su auto, mientras seguía al mercedes conducido por Cris. Lo que no disponía Jazmyne en aquel coche era de un escáner que le permitiera interferir las posibles comunicaciones que los pasajeros del vehículo al que seguía pudieran realizar desde un móvil mientras estuvieran en movimiento, y esto la incomodaba; máxime cuando minutos más tarde comprobaría cómo Jorge se aprestaba a realizar ó a recibir una llamada desde su celular, que ella no podía impedir ni controlar.
Mientras se dirigían hacia la capital, Cris iba contando a su marido los mensajes que había detectado en la oficina de la CTE de Túnez.
- Mira Jorge. Yo no estoy muy al corriente de estos temas, o por lo menos tanto como lo puedas estar tú, pero es lo cierto que desde que descubrí los teletipos hace unos días y escuché algunas frases inconexas del secretario particular de mi jefe Abú Yussuf cada día pienso con mayor convicción que en el seno de mi empresa se está cociendo algo de bastante envergadura. Además, hay otra cosa. Las idas y venidas de gentes extrañas preguntando por Omar Amir se suceden a diario. La verdad, cariño, es que como suele decirse estoy con la mosca detrás de la oreja, en una situación incómoda.
- ¿Quieres que vuelva a ponerme en contacto con Thomas Berry por si este sabe alguna cosa que a nosotros nos convenga conocer para estar prevenidos?
- No me parecería mal que lo hicieras. Y cuento primero, mejor. Jorge introdujo su mano izquierda en el bolsillo de su americana y sacó su portátil en el que después de buscar en su agenda de números encontró el que buscaba y se disponía a hacer la llamada cuando se dio cuenta de que en Florida aún sería de madrugada, y no era cuestión de molestar a nadie a semejantes horas.
A Jazmyne, que seguía de cerca el coche del matrimonio Antuña, le extrañó que la llamada por el celular que parecía que realizaba Jorge durara tan poco. Ella tenía órdenes del propio Milienko de seguir a la pareja hasta su domicilio en Túnez, y así lo haría sin perder ripio.
Jorge y Cris llegaban media hora más tarde al piso que ésta última ocupaba en la capital tunecina, y tras dejar aparcado el coche en el garaje subieron al domicilio para asearse y tomar un tentempié antes de dirigirse al palacio de Abú Yussuf en Sidi Bou Said donde éste les aguardaba para comer, y después emprender el crucero en el yate Al ribat fondeado en el puerto deportivo del lugar.
- Iba a llamar ahora desde el teléfono fijo a Florida pues ya son más de las doce y a esta hora allí seguro que Berry está despierto -dijo Jorge-, pero es muy probable que tengas tu línea telefónica intervenida y si ello es así no me extrañaría nada que “tus amigos de la CTE” tuvieran un escáner de barrido de ondas para los teléfonos móviles, amén de micrófonos en alguna parte de este piso. Así que ya buscaré el momento propicio para hacer la llamada.
- Pero… ¿Tú crees que llega a tanto mi seguimiento? -Me temo que sí. Y ahora, si te parece, hablemos de otra cosa. Cris comprendió al punto que su esposo empezaba a creer en lo que ella consideraba sucesos extraños en torno a su persona, y no objetó nada. Cerca ya de la una del mediodía emprendieron el viaje en el mercedes de Cris hacia el palacio de Abú Yussuf situado en una de las colinas que dominan el puerto de Sidi Bou Said. Ni que decir tiene que el coche de Jazmyne, que había permanecido aparcado en la calle durante todo ese tiempo, se puso en marcha conducido por la misteriosa secretaria personal de Cris. Ésta se había vestido con un atuendo informal propio para le viaje que pensaba realizar y Jorge había hecho otro tanto de lo mismo.
A los cinco minutos de haber comenzado el viaje Jorge, al ver una cabina telefónica libre, ordenó a su esposa que detuviera el coche donde le fuera posible aparcar, y tras haberlo hecho se bajó del mismo y se encaminó hacia el poste telefónico donde introdujo su calling card marcando un número de Florida. Jazmyne que les seguía no pudo detener a tiempo su auto y tuvo que rebasar el mercedes de Cris y estacionarse unos sesenta metros más adelante.
- Hello! -oyó decir Jorge al otro lado de la línea. - ¿Thomas? Soy Jorge Antuña. Ya sé que es muy temprano, pero lo que tengo que comunicarte me parece urgente. Te ruego que me disculpes.
- ¿De qué se trata? -preguntó a su vez el agente de la CIA
- Mi esposa me acaba de contar una serie de hechos que creo debéis de tener en consideración. Y que conste que te estoy hablando desde una cabina de teléfono en medio de la calle, ya que tengo la sensación de que alguien nos está vigilando.
- No me extrañaría nada -respondió Berry, y agregó-: ¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme?
- Pues verás. En la CTE se están recibiendo casi a todas horas teletipos cifrados en los que aparecen reiteradamente las palabras envío y Los Ángeles y según mis conclusiones, que mi mujer comparte, o bien se trata de un alijo importante de droga que se pretende introducir en California (cosa que por lo demás no me extrañaría nada), o estamos asistiendo a la preparación de un importante atentado terrorista en la Costa Oeste de los EEUU.
- Te diré, aunque de forma confidencial, que la Casa Blanca está al corriente de determinados manejos que se están produciendo en el centro del Mediterráneo, pero de momento estamos con las manos atadas porque si Abú Yussuf, el jefe de tu mujer, es quien sospechamos, está afiliado a Hamás y una intervención por nuestra parte contra él desataría las iras de esa organización que creería a pies juntos que se trataría de una operación de Israel y la Intifada, que ahora parece bastante calmada, resucitaría con un brote explosivo que provocaría “la acción-reacción” típica de Sharon de consecuencias imprevisibles en estos momentos.
- Entonces… ¿No vais a hacer nada? -preguntó Jorge.
- Por el momento seguir recopilando datos hasta que tengamos la certeza absoluta de que los comandos de Al- Qaeda que operan en el Mediterráneo, en Europa y contactan con los durmientes americanos, están dirigidos y coordinados por Abú Yussuf. En mi opinión, creo que en estos momentos donde más seguros estáis tu mujer y tú es en el yate de su jefe. De todas formas, si tenéis algo importante que comunicarme hacedlo tan pronto desembarquéis en el primer puerto en el que recale el yate de recreo en el que vais a hacer el viaje. Estaremos en contacto. -Gracias por escucharme y ten por seguro que cualquier anomalía que detectemos te la haremos saber por el medio más rápido posible.
Jorge salió de la cabina un poco más tranquila de lo que había entrado, y así se lo comunicó a su mujer. Ambos no tardarían en llegar al palacete de Abú Yussuf situado en aquel privilegiado promontorio desde el cual se divisaba todo el puerto deportivo de Sidi Bou Said. Ni que decir tiene que Jazmyne no los había perdido de vista hasta que no entraron en la casa del jeque.
Ni Jorge ni Cris se esperaban encontrar con tantos invitados a aquella comida también inesperada. Un tanto azorados por la vestimenta casual con la que habían llegado, pronto se dieron cuanta de que todos los presentes estaban vestidos de manera informal, y el propio Abú Yussuf sin abandonar el Kefieh que le cubría la cabeza portaba una amplia sahariana de tela de lino y unos pantalones a juego. Tras las presentaciones de rigor, el matrimonio Antuña pudo comprobar como entre los doce invitados había tres senadores americanos y varios congresistas todos ellos con sus respectivas parejas.
A la impresionante mesa comedor, instalada en una estancia comunicada con el patio central de la casa donde lucía la espléndida fuente con cuatro canales simbolizando las cuatro zonas del Paraíso, se sentaron los invitados presididos por el anfitrión y su esposa Rania. Cris compartía mesa con el senador por California Boxer, mientras que Jorge lo hacía con la esposa del senador Byron. El senador Curtis y su esposa estaban enfrente junto al resto de los invitados. La comida servida de forma exquisita se componía de los platos más tradicionales de la cocina tunecina. Un couscous con Mechuya de exquisitos pimientos y alcaparras; unos dedos de Fátima con una deliciosa pasta brick y el consiguiente relleno de atún, y para terminar el Mechuy de exquisita carne asada sobre brasas vegetales, regado todo ello con un excelente vino para los no musulmanes hicieron que a la hora del Té, servido tras la comida, todos los presentes tuvieran una ligera pesadez de estómago. Pero, hasta ese momento, cada uno de los comensales aprovechó la ocasión para intercambiar puntos de vista con su vecino de mesa.
- ¿Es la primera vez que acude Vd. a uno de estos cruceros con el jeque Abu Yussuf? - había comenzado por preguntar Cris a su compañero de mesa el senador Boxer.
- No. Mi esposa y yo ya hemos hecho varias singladuras en este barco y le aseguro que es fantástico. ¿Vd, es la primera vez, supongo?
- Supone Vd. bien -respondió Cris, y agregó-: En realidad hace muy poco tiempo que trabajo para el jeque Abu Yussuf y no había tenido hasta el momento oportunidad de acompañarle por cuestiones de trabajo.
- ¿Viaja Vd. sola?
- No. Mi marido es ese señor que está sentado dos puestos a su izquierda -dijo Cris un poco contrariada por la escasa atención que el senador había prestado a la hora de las presentaciones, aunque logró disimularlo.
- Señora… ¿Qué nombre dijo? Perdone, pero soy un desastre para los nombres -se disculpó el senador.
- Antuña -respondió Cris con una forzada sonrisa, contrariada como estaba por la escasa memoria o atención que Ted Boxer parecía prestar hacia todo aquel que no fuera americano.
- Señora Antuña -comenzó el senador por California, y añadió-: ¿En qué consiste su trabajo al lado de nuestro anfitrión, porque me da la impresión por la forma en que la trata que es Vd. su mano derecha?
- Llámame Cris -dijo la Sra. Antuña, y añadió-: Prefiero que mis amigos me llamen por mi nombre y a Vd. senador Boxer espero que pueda tenerlo por tal.
- Le ruego que me llame Ted -replicó el aludido, añadiendo-. ¿Va a permanecer mucho tiempo en Túnez al lado del jeque?
- Todo el que sea necesario hasta que termine la campaña para la que fui contratada como traductora de árabe -respondió Cris a la curiosidad de Ted.
- ¿O sea que dominas la lengua árabe?
- Es mi oficio, Ted. Soy traductora diplomada de árabe y de inglés y por eso he sido contratada por el jeque que me necesita para que le haga la campaña de sus productos de cuero en toda Ibero-América y en España -respondió Cris, tuteando a su compañero de mesa al ver que éste hacía lo propio con ella.
- ¡Y yo que pensaba, Cris, que eras árabe cuando nos presentaron!
- Pues ya ves Ted, las apariencias, a veces, engañan. Soy española, auque para muchos árabes puedo pasar por mujer de su raza.
- ¡Increíble! -sentenció Boxer, prosiguiendo su charla con Cris acerca de trivialidades como el tiempo, el clima, el viaje o la comida típica tunecina.
Mientras… Dos asientos más a la izquierda de Ted Boxer. Jorge Antuña se hallaba enfrascado en animada charla con Katty Byron la esposa del senador republicano por California Michael Byron.
- Gatti -decía Jorge que ya había intimado lo suficiente con la esposa de Byron para llamarla por su nombre de pila-. ¿Así que Michael compatibiliza la política con sus negocios de importación de cuero en San Francisco?
- Naturalmente, Jorge -respondió la interpelada-. Si no quieres ser más que un pobre desgraciado con una fortuna de un simple millón de dólares, no tienes más remedio que compatibilizar la actividad política con importantes negocios, y Michael lo sabe hacer bien. Su padre ya fue un importante hombre de negocios y él sigue la tradición familiar. Cuando nos casamos prometió solemnemente que hasta que el negocio de cuero heredado de su padre no tuviera su propio dique en el muelle de San Francisco no estaría satisfecho. Tengo que decirte que hace ya varios años que lo ha conseguido. Me siento muy orgullosa de él. No sé si tú lo podrás entender porque para los hombres dedicados a las humanidades me parece que el poder que da el dinero no tiene el mismo sentido que para los que vivimos de los negocios.
- Aprecio el poder del dinero -respondió Jorge, y añadió-: Sin embargo, como tú muy bien dices, tengo otras prioridades en la vida. Tampoco sé si tú lo podrás entender.
- No muy bien, pero en cualquier caso disfrutemos de este viaje que nos brinda nuestro anfitrión en este maravilloso yate -replicó la aludida.
- Tienes razón. Dejémonos de profundidades y vivamos el momento -respondió Jorge. Dos horas después de aquella comida de presentaciones en el palacio de Abú Yussuf el yate Al ribat se hacía a la mar en el puerto deportivo de Sidi Bou Said con dirección Este-Sudeste para bordear toda la costa oriental de Túnez y recalar en la isla de Djerba destino final de la travesía.
Entre tanto… Milienko siguiendo las indicaciones de Abú Rashim que él cree es el nombre del jefe de los comandos de Al Qaeda que operan en el norte de África a contactado en Marrakech con los sujetos a los que ha ido a ver a través de los métodos diseñados por el jefe del comando operativo, que consistían en seguir las instrucciones del “chat” que aparecía en el anuncio de la CTE aparecido en el diario Al Istiqlal de tendencias más bien panarabistas que pro occidentales. Comprueba con los durmientes a los que ha localizado que toda la operación está perfectamente planificada para el gran atentado en cadena a desarrollar en Madrid con ocasión del Año Nuevo. De todas formas, quedan pequeños flecos en la operación que sólo él puede solucionar. En efecto, se había contado en un principio con que los explosivos a utilizar en el macabro atentado se conseguirían dentro de España a través de los contactos todavía no detectados que habían contribuido al desarrollo del 11-M, pero la policía española había obrado con gran celeridad y ya no quedaba nadie con quien contar que fuera capaz de proporcionar los explosivos. Si alguno de aquellos durmientes con los que había contactado Vllasi se hubiera desplazado a España a recoger los detonadores y las cargas prometidas por los contactos ahora detenidos se hubiera encontrado irremisiblemente perdido; probablemente detenido, y, lo que es peor para el comando, la operación abortada. Tal y como se habían desarrollado los acontecimientos, el único que podía sacar del atolladero la situación era el propio Milienko con sus contactos en Bosnia, pero pera ello tenía que desplazarse hasta allí sin ser detenido, y a la noche siguiente de llegar a Marrakech había podido comprobar en persona como la policía marroquí se presentaba en el hotel que él ocupaba en la Kasbah con el pretexto de hacer un registro en una operación antidroga.
Milienko no era tonto en absoluto y sabía que los servicios secretos marroquíes a instancia del CNI español eran los que andaban tras su pista en aquella ciudad marroquí. Algún chivatazo había propiciado el que los agentes marroquíes hubieran llegado hasta el hotel donde se hospedaba. Vllasi no quiso por más tiempo seguir tentando a la suerte y a la mañana siguiente, tras dejar para sus subordinados un mensaje cifrado en el anuncio de la CTE aparecido en el Istiqlal, decide poner tierra por el medio y huir de Marruecos camuflado entre la carga de un camión que circulaba por las carreteras del Atlas en dirección a Orán, Argelia, adonde llega a media tarde del día 27 de Diciembre provisto de su pasaporte falso a nombre de Ugo Piattelli. Su trabajo se tiene que desarrollar contrarreloj por cuanto tiene que ir personalmente a Mostar y contactar con sus amigos para que le proporcionen los explosivos, que los durmientes de Marrakech tienen que recoger como muy tarde el día 30 para que les dé tiempo a poder colocar las cargas que provoquen en Madrid un gran excidio con cuatro atentados simultáneos en otros tantos puntos neurálgicos de la capital española, a saber: La Audiencia Nacional, el Aeropuerto de Madrid Barajas, El Palacio de Congresos y la Puerta de Alcalá.
Nada más llegar a Orán, Milienko tomó un taxi hasta el aeropuerto de la ciudad y allí consiguió por los pelos un avión que despegaría aquella misma noche a las nueve hacia Roma a donde llegaría hora y tres cuartos más tarde, quizás con tiempo de enlazar con el último vuelo de Alitalia hacia Sarajevo, que salía de Fiumicino a las 00,25 del día siguiente con llegada al aeropuerto de destino a las 02,12 de la madrugada. Todo iba contrarreloj, pero Milienko no tenía más remedio que intentarlo a cualquier precio ya que de su celeridad dependía el éxito de la operación criminal que se estaba planeando para cuando en el reloj de la Puerta del Sol de Madrid comenzara a bajar la bola anunciando las próximas doce campanadas que indicaban la llegada del año nuevo.
Hay veces que la suerte parece aliarse con los criminales, y Milienko consiguió llegar a tiempo a Roma para tomar el avión que le depositaría en Sarajevo a altas horas de la madrugada. Su pasaporte de súbdito italiano no infundió por el momento sospechas a nadie y pasó todos los controles sin el menor problema. Alguno, en cambio, iba a tener en la ciudad en la que se había producido el magnicidio que había propiciado el estallido de la Primera Guerra Mundial. En efecto, no tuvo más remedio que pernoctar en un hotel barato hasta el día siguiente en que tomaría un autobús para dirigirse por carretera a su Mostar natal. Cuenta Rohan Gunaratma en su conocidísimo libro “Al- Qaeda: Viaje al interior del terrorismo Islamista”, como “La Red” establece unos cuantos requisitos inexcusables para poder ingresar en cualquier organización islamista que tienen como objeto el poder comprobar sin lugar a la menor duda el grado de fiabilidad, lealtad, fanatismo y determinación del aspirante, y entre los que destacan la capacidad de auto-sacrificio, el sigilo y la discreción, carácter frío e imperturbable, dotes de observación, una fuerza de voluntad férrea y una determinación y un brío a toda prueba. Todas estas características y algunas más son evaluadas por sus superiores, y si consideran que el candidato no cumple alguna se prescinde de él en el acto, se le elimina o se le dedica a tareas menores.
Año tras año, desde que había salido de su Mostar natal, Milienko había superado todas las evaluaciones que sus superiores le habían hecho en la organización. A decir verdad, se encontraba en su mejor momento en todos los aspectos y por eso no se arredró en absoluto cuando el autobús en el que viajaba enfilaba las primaras casas de aquella ciudad que le había visto nacer y crecer hasta que llegaron los serbios y procedieron a la masacre que diezmó a la población musulmana de la ciudad. «¡Cuantos recuerdos me traen estas calles!» -pensaba Vllasi a medida que el vehículo que lo transportaba se iba a cercando al centro de la población donde estaba la estación de autobuses al otro lado del Neretva. «¡Necesito contactar urgentemente con Al-Hariri!», Se decía para su capote mientras descendía del vehículo que lo había devuelto una vez más a su ciudad natal.
Al-Hariri, con el que Milienko mantenía una discreta relación a través de mensajes cifrados enviados por correo electrónico, vivía en la misma calle en la que él lo había hecho de niño hasta que sus padres fueron masacrados por los serbios y arrastrados como alimañas por las calles de la ciudad tras haber violado a su madre. El recuerdo de aquellas escenas exacerbaban, si cabe aún más, el profundo odio que como buen musulmán sentía hacia los que habían causado semejantes tropelías. Al-Hariri, en cambio, había preferido quedarse en Mostar después de la guerra y ayudar sus correligionarios de “La Red” a través de los corruptos soldados de la OTAN que robaban explosivos de los polvorines y los vendían a las células islamistas sin importarles el dest ino de aquellas armas de destrucción. Milienko tenía que encontrar a su amigo y correligionario para que le pusiera en contacto con algunos soldados españoles de laxa moral que regresaran en aquellos días a España y no tuvieran inconveniente en trasportar en sus mochilas los explosivos para entregarlos, de acuerdo con el contacto preestablecido, a los durmientes marroquíes que irían a recogerlos. Parecía que las cosas le salían a pedir de boca y no tardó más de una hora en encontrar a su viejo amigo Al-Hariri.
- ¡Alá es grande! ¿De donde sales viejo zorro del desierto? -preguntó Al-Hariri sorprendido por la presencia de Milienko.
- Es una larga historia de la que después te hablaré, viejo truhán -respondió Vllasi a la interpelación de su amigo.
- Creo que sé a por lo qué vienes -dijo a bocajarro AlHariri, y añadió-: Has tenido suerte porque mañana día veintinueve parten para España ocho soldaditos de las fuerzas de la OTAN que, por quinientos dólares la mochila de veinticinco kilos, no tendrían ningún inconveniente en transportar el explosivo plástico hasta España.
- Como veo que me has leído el pensamiento aquí tienes cuatro mil dólares y te encargas del asunto.
- Salgo corriendo a cerrar el trato -respondió Al-Hariri, al tiempo que recogía el dinero y añadía-: Espérame aquí una hora y media en esta taberna a que regrese para confirmarte la operación.
Milienko asintió y no dudó en sentarse ante una bastante destartalada mesa de aquél miserable bar donde, ante una tetera con té a la menta, comenzó a rememorar aquellas conversaciones que de niño había escuchado a sus padres, mientras esperaba el regreso de su amigo. «Veía a su padre como le contaba al vecino de la zapatería existente al lado de su domicilio los sufrimientos que había tenido que soportar de adolescente cuando los nazis invadieron Albania y se llevaron a la mayor parte de los musulmanes de sus ciudades al campo de concentración de Mauthausen en Austria donde milagrosamente lograron sobrevivir. Estaba en estos pensamientos cuando su compinche Al-Hariri regresó y le sacudió fuertemente el hombro para sacarle del ensimismamiento en el que se hallaba. «La operación ha quedado resuelta», le había dicho. «Sólo hay un pequeño problema y es que los “soldaditos” no llegarán a la base española de Torrejón de Ardoz hasta mañana día treinta al mediodía y se situarán junto a las consignas de la estación de autobuses para Madrid» «Como contraseña para entregar las mochilas con el explosivo me han dicho que quien las vaya a recoger diga en voz alta al grupito de soldados: “¿Traéis la ropa de la lavandería?”» Milienko tomó nota mentalmente y se despidió a toda prisa de su amigo. El tiempo apremiaba y necesitaba comunicar la clave a sus durmientes marroquíes para que acudieran a recoger a tiempo el explosivo.
En un ciber-café de Mostar entró en la página Web convenida con sus células marroquíes, que le confirmaron que ya se hallaban en Madrid y que podrían acudir a tiempo a recoger “el envío” que llegaba desde Mostar. Acabado su cometido, se dirigió de nuevo a la estación de autobuses para dirigirse de nuevo a Sarajevo y desde allí, vía Roma, directamente a Túnez donde se presentaría ante quien él suponía era Abú Rashim para informar del operativo realizado.
Lo que no había podido predecir Milienko es que la “Gran Oreja” hubiera interceptado su comunicación con las células marroquíes a través del “Chat” de aquella página Web recién creada y que el Servicio Secreto Americano se hubiera decidido a través de la INTERPOL a alertar a la policía española de la magnitud de la tragedia que se preparaba para cuarenta y ocho horas después, si no conseguían detener a los durmientes marroquíes que habían entrado en España como turistas, y a su vez habían contactado con durmientes españoles que serían los que en definitiva irían a recoger el “envío”, y a terminar cayendo en las manos de la alertada policía española que habría evitado de esta manera una tragedia de extraordinarias proporciones. Esto no lo imaginaba Milienko cuando ufano se presentó para dar cuanta de su gestión ante Omar Amir a quien él creía Abú Rashim, o lo que es lo mismo, el jefe del comando operativo del Norte de África de la red de Al Qaeda.
A todo esto… Durante todos los días que había durado el periplo de Milienko por Marruecos y Bosnia-Herzegovina el yate Al ribat había navegado siguiendo la costa oriental de Túnez. En algunos puertos como Hammamet los invitados de Abú Yussuf habían bajado a tierra y disfrutado del lugar como cualquier turista. Su anfitrión, en cambio, siempre había permanecido a bordo donde Jorge pudo comprobar que había sido instalado un inhibidor de frecuencias para los celulares y le era imposible hacer ni recibir llamadas. Desde ese punto de vista estaban como secuestrados, aunque agasajados constantemente por el jeque Yussuf que se mostraba como el perfecto anfitrión.
Jorge y Cris fueron algunos de los pasajeros del Al ribat que desembarcaron en Hammamet. Ambos tenían ganas de conocer el lugar donde descansaban los restos de Bettino Craxi muerto hacía dos años en aquella ciudad en la que se había auto-exiliado a raíz de los escándalos que en torno a su persona se produjeron en Italia. Su tumba, al abrigo de una de las paredes de la zona cristiana del cementerio, sólo tenía una simple inscripción con su nombre y la fecha de su muerte, aunque, eso sí, estaba totalmente cubierta de flores y cuando el matrimonio Antuña la visitó se hallaba ante la misma una mujer que, aunque estaba de espaldas, tenía todo el aspecto de ser la viuda de Craxi. Realmente, salvo la Medina y la zona portuaria, junto a la cual se podían aún encontrar norias para la extracción de agua del subsuelo, pocas más cosas dignas de interés podían tener aquella población a no ser sus numerosos Hamma de aguas termales que habían dado el nombre a la población.
El viaje de placer en el yate del jeque Yussuf seguía placentero cercano a la costa, y desde la cubierta se podían contemplar a simple vista las poblaciones turísticas de la zona que iban quedando atrás. Souza, Monastyr y Sfax se veían sin el esplendor del verano a medida que el Al ribat iba pasando frente a las mismas.
Fue aquella noche, cuando después de haber rebasado Sfax, y ya a escasas millas del destino final del crucero en Djerba, Abú Yussuf decidió convocar a todos sus invitados a una cena informal en la toldilla para hacerles una proposición, ya que lo que se podía visitar en Djerba en aquella época del año no era mucho y podía ser recorrido en una jornada, y aún sobrarían horas.
Jorge y Cris, como el resto de los invitados del jeque, acudieron puntuales a la cena que a la hora del crepúsculo era servida en la toldilla del yate por dos camareros árabes de la tripulación del yate. Fue el anfitrión el que tomó la palabra y anunció de esta guisa sus planes a sus invitados:
- Mis queridos amigos -Yussuf hizo una pausa y prosiguió-. El motivo de este viaje como sabéis no es otro que el fomentar los lazos de solidaridad entre todos los aquí reunidos y el pueblo árabe por mí representado en este caso. Mis deseos, por otra parte, de que conozcáis las bellezas naturales de la famosísima isla de Djerba pueden hacerse perfectamente compatibles, a mí entender, con una excursión a la tierra firme del continente una vez que hayamos visto lo más importante de la isla. Yo os propongo que os desplacéis a El Djem y visitéis el mejor conservado coliseo romano de todo el Mediterráneo. Creo que vale la pena la visita y así podréis estar de vuelta en el Al ribat para celebrar la entrada de año con una fiesta sorpresa que os tengo preparada para la ocasión. Yo no os acompañaré a El Djem porque necesito hacer gestiones en la isla. ¿Qué os parece mi plan?
- Fabuloso -se apresuraron a responder casi al unísono la mayor parte de los presentes.
- Entonces, no se hable más -respondió Abú Yussuf, quien agregó-: Nada más llegar a Djerba os acompañaré en la visita guiada a los lugares más importantes de la isla y después os dejaré en El Qantara, al Sur de la isla, para que allí podáis alquilar coches que os trasladen a Zarzis en el continente y desde allí os acerquéis hasta las ruinas de El Djem. Hay un buen trecho de casi tres horas de viaje y otras tantas de vuelta, pero merece la pena.
Tras las palabras de Abú Yussuf, y entre murmullos de aprobación, la cena prosiguió con una agradable tertulia hasta altas horas de la madrugada. Parecía que ninguno de los presentes tenía prisa por retirarse a su camarote a descansar. Cuando ya la mayor parte de los presentes, en torno a las dos de la mañana, se habían recogido a sus respectivos camarotes, Jorge y Cris se despidieron de Abú Yussuf al que dejaron en compañía del senador Byron y su esposa (Rania se había retirado a su camarote hacía ya un buen rato) manteniendo todavía una agradable charla.
A medio camino entre la toldilla y el camarote, Cris se dio cuenta de que había dejado olvidadas sus gafas de sol en la mesa de la toldilla y le dijo a Jorge que no le esperara y que prosiguiera el camino hacia el camarote; que ella iría a recoger sus gafas y enseguida estaría de nuevo con él.
Cuando Cris volvió a la mesa donde habían cenado, con gran sorpresa por su parte, porque no habían transcurrido más de cinco minutos, se encontró con que Abú Yussuf y el matrimonio Byron ya no estaban allí. Si bien le extraño, sin embargo no le dio excesiva importancia. Recogió sus gafas de encima de la mesa y se dispuso a regresar a su camarote por el camino opuesto al que había seguido en la ida. Al llegar a un recodo del pasillo, que desde la toldilla conduce a los camarotes, Cris oyó un murmullo y se quedó parada tratando de escuchar sin ser vista. La conversación en la que sólo intervenían dos hombres giraba en torno a un envío. La señora Antuña creyó reconocer las voces como pertenecientes a Abu Yussuf y al senador Byron. Ambos hablaban en inglés.
- Nuestro químico experto en armamento ya ha conseguido realizar el montaje del artefacto añadiendo unos ochocientos gramos de U-238 a la carga explosiva convencional. Por eso, mañana cuando lleguemos a Djerba yo no podré acompañaros porque necesito ponerme en contacto con nuestro médico que ha estado en el Zaire y ha conseguido sustraer una importante cepa del virus del Ébola que pretendemos agregar a la ya de por sí bomba sucia. Tengo pues que poner en contacto al químico con el médico para que entre los dos realicen el ensamblaje definitivo y lo transporten por tierra hasta Túnez para proceder a su embarque. Por cierto. ¿Has avisado ya a tus durmientes en Los Ángeles para que se hagan cargo del envío?
- No te preocupes que esté absolutamente todo controlado y tan pronto como les demos la señal acudirán a recibir el “envió” y a guardarlo hasta el momento adecuado para su ubicación en el lugar del atentado.
- ¡Qué poco se espera Bush este golpe que le vamos a dar en el corazón de la Costa Oeste, con el aditamento de la propaganda que se generará como consecuencia de la efeméride que sabotearemos!
- Creo que el infiel se lo tiene merecido -respondió Byron, y añadió-: ¿Has pensado ya en la forma de hacerlo llegar a su destino sin que pueda ser detectado?
- Naturalmente. Pienso dar mensajes confusos a través de varios medios. Como sabes, y a sugerencia tuya, pensé que una buena forma de hacer entrar en los EEUU la “bomba sucia”, con lo que en la jerga militar se conoce internacionalmente con el nombre de Depleted Uranium (DU) o uranio empobrecido, sería precisamente a través de tu propio muelle en el puerto de San Francisco, dentro de un contenedor de los que tu recibes en el que se transportan pieles en el que la carga declarada tuviera un peso superior al de un contenedor normal. Lógicamente es imposible que todos los contenedores que entran en le puerto de San Francisco sean pesados y controlados, porque la cola entonces daría la vuelta al mundo antes de poder acceder a puerto. Además, envuelta en plomo como va a ir la bomba, superaría la prueba de los rayos gamma. También se me ocurre que, ahora que hemos añadido el componente de la cepa de Ébola a la “bomba sucia” podemos hacerla viajar por aire en alguna aeronave que tenga como destino Los Ángeles porque debes saber (cosa que yo no sabía pero que me insinuó el armador de la bomba) que en el fuselaje de los reactores se contienen determinadas piezas construidas con DU, y de esta forma podrían pasar desapercibidas ante los rayos gamma.
- Está visto que estás en todo, Yussuf -dijo Byron, y añadió-: Cuando tengas decidido el modo de envío me lo comunicas para yo poder actuar. ¡Ah! No comentes nada de esto con mi mujer ni con Boxer. Curtis, en cambio está al corriente de todo y es de plena confianza. Mañana después de que hayamos bajado a tierra para la excursión a El Djem y hayamos regresado a bordo me cuentas lo que has decidido y así yo poder dar el aviso vía Internet con mensaje encriptado a mi secretaria en Los Ángeles para que ponga en marcha el operativo. Tis ´báh ´l Khéyr, Yussuf -dijo Byron, despidiéndose con aquel “Buenas Noches” de su jefe y correligionario.
- Tus ´báh ´l Kheyr -respondió a su vez el jeque. Cris acababa de quedar petrificada ante lo que acababa de oír. Ahora ya no le cabía la menor duda. «Efectivamente su vida y la de su marido estaban a merced el jefe operativo de los comandos de Al Qaeda en el Norte de África, que desde el propio yate en el que ella estaba ahora daba las órdenes oportunas para que se realizaran atentados contra los EEUU en su propio territorio»
Arrastrándose, más que caminando, llegó sin ser vista por nadie a su camarote en el que Jorge la estaba esperando impaciente.
- ¿Cómo has tardado tanto? -preguntó Antuña a su mujer sin reparar en la cara de susto que aquella traía.
- ¡Si supieras lo que acabo de escuchar en el pasillo lateral que conduce al camarote! -respondió a la pregunta de su marido.
- ¿De qué se trata? -inquirió éste a su vez.
- No te lo vas a creer aunque puede que alguna vez algo así se te haya pasado por la imaginación.
- ¡Por Dios! ¡Dime ya de que se trata, o me volveré cardiaco!
- Mi jefe en complicidad con los senadores de California está planeando un terrible atentado en la Costa Oeste de los EEUU -dijo, por fin Cris poniendo gran énfasis en todas y cada una de sus palabras, y procediendo acto seguido a contar pormenorizadamente aquello que había escuchado a Abú Yussuf y a Byron en el pasillo junto a la toldilla.
- Cris -comenzó Jorge, y continuó-. Creo que aún estamos a tiempo de evitar una tragedia y de salvar a la vez nuestras vidas. Dame mi móvil, por favor, que necesitó comunicarme con Thomas Berry ya que en Florida serán aún las nueve de la noche.
Lo que Jorge desconocía en aquellos momentos era que el yate mientras estaba navegando contaba con un inhibidor de frecuencias que impedía la comunicación de cualquier tipo de móvil con el exterior del barco y viceversa. Ante semejante eventualidad, dejó el celular y se volvió a dirigir a su esposa.
- Mañana iremos a tierra con todos los demás, pero desde la primera cabina pública de teléfono que encontremos yo tengo que realizar una llamada a Thomas Berry, sin que importe la hora que sea en Florida. Si por casualidad estuviéramos cerca de Abú Yussuf pretextaría que voy a contactar con mi hijo en Roma para interesarme por su salud. No te muevas de mi lado en ningún momento desde que hayamos desembarcado, y recemos para que esta pesadilla salga bien.
- Hasta mañana, cariño. No sé si podré conciliar el sueño después de haber escuchado lo que te he contado.
- Otro tanto me ocurre a mí -respondió Jorge, y añadió-: Buenas noches, cielo. Procura dormir, que mañana nos espera un largo día.
El que tampoco se había dormido todavía era el jeque Yussuf que nada más llegar a su camarote se había puesto en contacto vía circuito Internet en “chat” encriptado con Omar Amir, su mano derecha en Túnez.
- «Necesito que esta misma noche Jazmyne se ponga en camino hacia Zarzis para que mañana por la tarde cuando nuestros invitados lleguen a la ciudad desde la isla de Djerba haga un seguimiento de los Antuña para ver si regresan al anochecer a la isla para embarcar de nuevo o por el contrario “se pierden” por alguna parte» -decía Yussuf en aquel “Chat” encriptado a su interlocutor en Túnez.
- «¿Qué hacemos si descubrimos que los Antuña “se pierden” intentando escapar?» -replicó Omar Amir.
- «Ten avisado a Milienko para que mañana emprenda el camino hacia el Sur en permanente comunicación con Jazmyne, que será la que le informe de los movimientos del matrimonio» «Si los Antuña trataran de huir es que habrían descubierto algo, y en ese caso sería Milienko el que tendría que asumir con absoluta libertad de acción el modo y el momento más adecuado para eliminarles» «Le dices en mi nombre que venga preparado para cualquier eventualidad, y que no se olvide de traer consigo un potente escáner de ondas para poder seguir la baliza de radiofrecuencia que Jazmyne se encargaría de colocar en el auto de los Antuña sin que éstos se dieran cuenta, traspasando a partir de ese momento la dirección de la operación por entero a Milienko, que hace muchos meses que anida deseos de eliminar a la testigo de su intervención en el atentado de Atocha en Madrid»
- «Todo ha quedado perfectamente claro y ahora mismo me pongo a ejecutar lo concretado», había terminado Omar Amir.
A la mañana siguiente después de haber fondeado en el puerto de Humt Suq capital de la isla de Djerba, por indicación del anfitrión todos los invitados del Al ribat fueron despertados a las seis de la mañana. La cantidad de cosas que había que visitar en la isla en aquella visita guiada por el propio Abú Yussuf era bastante abundante, y puesto que se pretendía que después del almuerzo todos estuvieran en Al Qantara para poder alquilar coches en los que dirigirse al El Djem y regresar al barco para la cena (por supuesto antes de la media noche) no había más remedio que soportar el madrugón con estoicismo. La visita, aunque rápida, prometía ser interesante sobre todo porque algunos como Jorge y Cris iban a tener ocasión por primera vez de poner los pies en la renombrada sinagoga de Ghriba, que aunque su edificio actual es de construcción reciente, sin embargo, se alza sobre las ruinas de lo que muchos consideran la más antigua sinagoga del mundo, famosa por el canto de la Ghriba que dice: «Vengo a ti a pedir, no me iré decepcionado. He hecho un voto, ¡OH! solitario: Tú me has mostrado maravillas» y que había sido objeto de un atentado de la Yihad hacía un par de años en el que murieron en torno a dieciséis personas, muchas de ellas de origen alemán. También visitarían el May en el centro de la isla, y cuyo poblado habría servido en tiempos para delimitar el territorio de las dos ramas ibadies. Los zocos y las mezquitas, sobre todo la de la capital, merecerían también una cierta atención para los invitados de Abú Yussuf, como también la ciudad de Al Qantara en el Sur donde tomarían los coches de alquiler.
Los planes se estaban desarrollando según lo previsto, y Jorge y Cris hacían el recorrido turístico con el resto de sus compañeros de barco. Había surgido un pequeño problema y no era otro que el del exceso de equipaje, que los Antuña habían bajado a tierra. Si no llega a ser que un microbús les estaba esperando en el puerto a pie de yate no hubieran podido trasportar tan abultado equipaje del cual tuvieron que dar ingeniosas explicaciones a los otros miembros del grupo para no llamar la atención. «Ellos, lógicamente, no pensaban volver al barco y para “perderse” por el desierto hasta que alguien viniera a rescatarlos necesitaban más equipaje que el resto de invitados del jeque. Después de una frugal comida en el poblado de El May habían emprendido camino hacia Al Qantara adonde llegaron en torno a las dos menos cuarto de la tarde. A pesar de estar a finales de año, la latitud, la ausencia de viento y el cielo despejado hacían que el sol cayera a plomo y fuera difícil de soportar para personas no acostumbradas. Jorge y su esposa caminaban junto al matrimonio Boxer y en inglés se contaban mutuas experiencias sobre las costumbres de los países del Magreb. Esta animada conversación hizo que se agregara al grupo el matrimonio Byron y Antuña tuvo ocasión de comprobar por determinadas frases del senador cual era su talante para con el islamismo integrista radical.
Otro problema se iba a añadir a los deseos de los Antuña de poder perderse y quedarse solos por cuanto los Boxer se empeñaban en compartir coche con ellos para hacer la visita a El Djem. Cris, en un alarde de ocurrencia, se le ocurrió decir que ellos se iban a demorar un poco, por cuanto ya que estaban allí harían una visita a unos parientes lejanos de Cris que habían fijado su residencia desde hacía muchos años en Gabes y ya les habían llamado por teléfono para anunciarles la visita. Muy a su pesar los Boxer comprendieron la actitud de los Antuña y éstos pudieron alquilar un coche en solitario, que, después de cargado con toda la impedimenta, ponía rumbo primero al Sur hacia Zarzis y después hacia el Este-Nordeste en dirección a Gabes hasta donde llegaron en caravana con el resto de los coches de la expedición. Entraron en la ciudad y se detuvieron un rato hasta que comprobaron que todos los demás les habrían rebasado en dirección norte hacia El Djem por lo que ellos reemprendieron la marcha hacia la importante y cercana ciudad de Sfax donde estuvieron dando vueltas hasta que encontraron una plaza hotelera en un céntrico y moderno hotel, desde el cual a través de las ventanas de su suite situada en el undécimo piso podían contemplar el importante puerto de la ciudad, que en cierta medida se asemejaba a la industriosa Barcelona aunque el número de habitantes era considerablemente inferior, ya que apenas rebasaban el millón.
Lo que tanto Cris como Jorge desconocían en aquellos momentos, cuando ya tenían decidido no volver nunca más al yate Al ribat, era que desde su partida de Al Qantara estaban siendo seguidos por un escarabajo blanco, con más de veinte años de rodar por todo tipo de carreteras y a cuyo volante iba Jazmyne, la falsa secretaria particular de Cris, había llegado al lugar donde los excursionistas alquilarían los vehículos sin conductor diez minutos antes de que el microbús con aquellos llegara ante la puerta del Rent a car. Abú Yussuf la había visto llegar y con un gesto la hizo entender que se daba por satisfecho de que ella ya hubiera llegado para hacer el seguimiento de la pareja. Los temores del jeque no eran infundados, por cuanto hora y cuarto después de haber partido de Zarzis, en el Al ribat se recibía una llamada del móvil de Jazmyne que le era transferida al celular de Abú Yussuf y en la que se le daba cuenta que la pareja se había separado del grupo y se había quedado en Sfax.
- Llama inmediatamente a Milienko, donde quiera que se halle, y dile de mi parte que venga a sustituirte en el seguimiento de la pareja -decía bastante enojado Abú Yussuf a Jazmyne a través de las ondas del móvil.
- Descuide que he visto que me seguía a una prudente distancia y no creo que tarde mucho tiempo en contactar conmigo -respondió la terrorista de melena rizada. ¡Espere! Acabo de verlo por el retrovisor de mi coche. Está aparcando unos cien metros detrás de donde yo estoy. Creo que me ha visto. ¡Sí! Indiscutiblemente, me ha localizado y viene a mi encuentro. Ahora le pongo al corriente de sus órdenes. Inch Allah! -terminó Jazmyne y colgó.
En efecto, Milienko la había visto cuando pasó a su lado circulando con el todo terreno que le habían proporcionado en la CTE y ahora, a pie y por la acera, acudía hasta donde ella estaba para recibir instrucciones.
- El jefe acaba de hablar conmigo y te ordena que me sustituyas en el seguimiento de los infieles. Su coche es aquel todo terreno verde con placas de matrícula de Túnez al que ya le he colocado un radio-trasmisor y la pareja no ha salido todavía del hotel desde que han entrado en él -dijo Jazmyne.
- No los perderé de vista -dijo Milienko, y agregó-: ¿Te acuerdas como despedimos en el Charles de Gaulle de Paris cuando nos conocimos?
Sin dar tiempo a reaccionar a la muchacha, pasó su brazo por encima del cristal bajado de la ventanilla del conductor y abrazando a la chica la besó con deleite simulando un encuentro entre enamorados. Cuando recuperó el aliento, la chica dijo:
- Ya veo que no pierdes el tiempo.
- ¿Es que no te ha gustado? -respondió Milienko. - ¿Es que tú te crees con derecho a robar besos a todas
las mujeres que vas encontrando por la vida? - terció Jazmyne. -Solamente de aquellas que me gustan -respondió el
bosniaco con cinismo, y agregó-: Tú ocupas el número uno del
Ranking.
- Bueno. Eso, al fin y al cabo es un consuelo -replicó la
chica con socarronería. En cualquier caso yo regreso a Túnez de
inmediato y me quedo a las órdenes del jefe para lo que me necesite.
- ¿Y si soy yo el que te necesita, acudirás a mi llamada? -Ten por seguro que por un camarada de la Yihad acudiré a cualquier llamada, pero por la de un Milienko cualquiera en particular no lo haría aunque me lo pidiera de rodillas. - Creía que te atraía un poco- respondió el bosniaco.
- Falso error de cálculo-respondió Jazmyne, y levantó
de golpe el pie del embrague con el motor acelerado de su escarabajo, que salió haciendo chirriar sus ruedas de las que brotó una
pequeña humareda.
Milienko sabía que no podía moverse de aquel lugar hasta que no viera aparecer a la pareja que estaba siguiendo y por eso se enfrascó en fumar cigarrillo tras cigarrillo como una forma de matar el tiempo, y de paso machacar sus pulmones. Más de dos horas estuvo de guardia hasta que a la hora de la cena vio aparecer en la puerta del hotel a la ansiada pareja que se dirigía a su coche sin duda con ánimo de acudir a algún restaurante. No se equivocaba.
Durante todo el tiempo que había durado la espera de Milienko, Jorge había tenido tiempo, desde el teléfono de la cabina que había en el pasillo junto a la habitación de su hotel, de hacer un par de llamadas importantísimas. La primera había sido para su amigo Thomas Berry que a eso de la una de la tarde hora de Florida había sido sobresaltado por el timbre del teléfono de su despacho. La segunda sería para su hijo Kimi en Roma a quien llamaría en solicitud de ayuda.
- Hello! -había oído Jorge desde el otro lado del hilo telefónico en Florida.
- ¿Thomas? ¿Eres tú? -replicó Antuña.
- ¿Quién crees que va a ser, mi espíritu? -replicó el aludido.
- Déjate de bromas que lo que tengo que comunicarte es un asunto muy serio. La verdad es que, tal y como yo veo las cosas desde aquí, la camisa no me llega al cuello -dijo Jorge de sopetón.
- ¿Tan grave es el asunto?
- Más. En primer lugar tengo que decirte que no puedo comunicarme contigo desde hace días porque el barco tiene un inhibidor de frecuencias para móviles y a tierra sin testigos no hemos podido bajar hasta hoy. Además la conversación que Cris oyó casualmente anoche es para poner los pelos de punta a cualquiera (y aquí Jorge aprovecho para contar ce por be lo que su esposa había escuchado de labios de Abú Yussuf y del senador Byron) así que te ruego nos digas qué es lo que debemos hacer a partir de este momento.
- En primer lugar serenaros lo más posible, y en segundo lugar esperar a que yo os vuelva a llamar a ese número por si los terroristas tienen instalados escáneres de ondas de los móviles. Trataré de hablar de inmediato con Jeff Latimer en Washington para ver que es lo mejor que podemos hacer todos. Tranquiliza a Cris y tranquilízate tú también, y ya verás como todo tiene solución cuando el Tío SAM interviene en un asunto.
- No creas que me fío yo mucho en estos momentos de semejante pariente -replicó Jorge.
- Pues me parece que no vas a tener más remedio que hacerlo -le contestó Thomas, y agregó-: Antes de una hora te volveré a llamar con instrucciones.
- ¡Hasta luego, entonces! -se despidió Jorge, y colgó.
Jorge aprovechó entonces para contactar con su hijo Kimi por el mismo procedimiento. Esperaba que a aquella hora ya hubiera regresado del trabajo y estuviera en su casa de Roma. Jorge acertó, y a los pocos timbrazos alguien recogía su llamada en el número de la Ciudad Eterna marcado.
- ¡Kimi! ¿Eres tú? -preguntó Jorge cuando notó que descolgaban el auricular al otro lado de la línea. -Sí, Jorge. Soy Yo -contestó su hijo, y añadió -: ¿Ocurre algo?
- Para que te hagas una pequeña idea te diré que mi mujer y yo estamos huidos en Sfax en el sudeste del país refugiados en un hotel en espera de instrucciones de mis amigos de la CIA desde EEUU para abandonar Túnez con la mayor brevedad posible si no queremos que un comando asesino de la Yihad, que sin duda andará tras nuestra pista, sea capaz de descubrirnos.
Jorge aprovechó entonces para poner al corriente a Kimi de todo lo sucedido hasta el momento sin omitir, como es lógico, la conversación que Cris había escuchado de labios del jeque Yussuf y del senador Byron. Kimi quedó ciertamente impresionado por cuanto acababa de escuchar de su padre, y sólo atinó a decir:
- Si queréis que vaya sólo tenéis que decírmelo y me las arreglaré como sea para solicitar un permiso de la empresa. Afortunadamente en estas fechas el trabajo que tengo adelantado es mucho y por tanto bastante llevadero, y creo que siempre podrá haber alguien que me pueda suplir en mi cometido.
- De momento mantente a la expectativa -respondió su padre, y añadió -: Dentro de un rato nos volverá a llamar Thomas Berry y según lo que nos diga obraremos en consecuencia. Así que espera de nuevo otra llamada mía. ¿Vale?
- De acuerdo. Yo no me voy a mover de casa hasta que me llaméis de nuevo, así que ya sabéis donde localizarme. Un abrazo, y hasta luego -dijo Kimi colgando el teléfono.
Jorge se dirigió a su mujer y abrazándola dijo: -No sabes, cariño, lo que me gustaría en estos momentos estar haciendo.
- ¿Qué te gustaría hacer?
- Pasear contigo bajo el crepúsculo abrazados en medio del desierto junto al palmeral de Chebika. ¿Te acuerdas del lugar?
- ¡Cómo no me voy a acordar! No sé si era la luna de miel que estábamos pasando o verdaderamente se trataba del paisaje, pero aquel atardecer a tu lado en el oasis de montaña será algo que no olvidaré mientras viva. ¡Y pensar que estamos a un paso de poder volver a repetirlo!
- ¡Quién sabe! Lo mismo nos aconsejan que hagamos una excursión para dejar correr un cierto tiempo hasta que la “caballería” nos pueda venir a rescatar. Si Thomas no me lo aconseja, tal vez se lo sugiera yo - dijo Jorge.
- Me parecería una idea estupenda. Al menos mientras pienso en ello me olvido de la penuria que estoy pasando en estos momentos -dijo Cris.
Mientras tanto en Washington…
Jeff Latimer acababa de descolgar el teléfono ante la llamada de Thomas Berry desde Florida. El día era bochornoso en la capital de los EEUU y las nubes amenazadoras de tormenta se cernían sobre el cielo de la ciudad presagiando importantes precipitaciones para le momento de la llegada del Año Nuevo. El congresista se hallaba en mangas de camisa con la corbata desabrochada repantigado en su asiento de cuero negro frente a una imponente mesa de caoba en la que destacaban dos fotografías; en una se veía a los tres miembros sonrientes de la familia: el senador, su esposa y su hijo Rudy con traje de jugador de baseball), y en la otra aparecía el propio Latimer vestido con su uniforme de teniente coronel de marines en una plaza de la antigua Saigón. Las paredes del despacho, prácticamente cubiertas de madera, daban una pequeña sensación de ahogo aliviada por el gran ventanal, cubierto con cortinas y visillos de encaje color crudo, que proporcionaba una excelente vista desde aquel segundo piso sobre los jardines del Congreso.
- ¿Pero qué me estás diciendo? -preguntaba Jeff a su interlocutor a través de la línea telefónica.
- Lo que acabas de oír -replicó Thomas Berry desde Florida.
- ¿O sea que según tus amigos, Yussuf pretende colocarnos una “bomba sucia” en la Costa Oeste? - volvió a preguntar incrédulo el senador a su interlocutor.
- Parece ser que sí -respondió Thomas.
- ¿Pero tus amigos, no escucharon el lugar previsto para la detonación del artefacto?
- No. Ni tampoco se habló nada en presencia de ellos de la fecha en la que tendría lugar el atentado -replicó Berry.
- Tendré que dar traslado urgente de todo lo que me estás contando al jefe de la CIA Milt Anderson para que tome las medidas que considere oportunas. Del mismo modo trataré de contactar con Andrew Card el Secretario General de la Casa Blanca para forzar una reacción por parte del Presidente. En cualquier caso, di a tus amigos que no se muevan de ese hotel hasta que yo te vuelva a llamar y te comunique los planes a seguir -dijo Latimer, y colgó.
Media hora más tarde en el Despacho Oval… George W. Bush, Presidente de los EEUU de América acababa de recibir por la línea restringida una llamada de Andrew Card en la que éste le comunicaba lo que le había contado su amigo el congresista Jeff Latimer. El gesto del hombre con más poder en la Tierra pareció torcerse cuando terminó de escuchar las palabras que le trasmitía el Secretario General de la Casa Blanca. Antes de colgar el teléfono le dio las siguientes instrucciones:
- Andrew. Convoca de inmediato en mi nombre a Milt Anderson, Donald Rumsfeld, Colin Powel, Condoleezza Rice y el general Malcom MacIntyre. Quiero verlos en este despacho antes de diez minutos -terminó el precedente en tono imperativo.
- ¡De inmediato, Señor! -respondió Card y colgó.
Había pasado una hora desde el Lunch Time y no fue difícil localizar a los convocados por el presidente Bush. Éste, mientras esperaba la llegada de las personas a las que había convocado, paseaba su mirada por las distintas partes de su despacho. Sentado en su silla de espaldas a los tres ventanales que daban vistas a los jardines de la Casa Blanca, tenía ante sí su mesa oficial de trabajo plagada de informes y de fotos de su esposa e hijas. Al fijarse en la pared del fondo, empapelada con un papel de rayas verticales de color arena y salmón muy claro de dudoso gusto, se fijo en el cuadro que colgaba sobre el sinfonier de raíces de cerezo que decoraba parte de aquella zona del despacho. Lincoln parecía mirarle desde la profundidad del cuadro como advirtiéndole de la gran decisión que iba a tener que tomar en breve tiempo. Tras de sí, como mirándole al cogote mientras permanecía sentado en su sillón, Jefferson y Washington, desde ambos lados de las cristaleras que tenía a su espalda, también parecían escrutar los íntimos pensamientos que pasaban por la mente del presidente.
Cualquiera que hubiera entrado en aquel momento en el Despacho Oval por la puerta situada a la derecha de la mesa del presidente (la de la izquierda era casi inaccesible para la mayor parte de los mortales, ya que tras ella se escondía la biblioteca privada del presidente y la sala de los miembros del Servicio Secreto encargados de la protección del más alto dignatario de la Casa Blanca) se habría topado con un suelo de parquet de tabla brillante en exceso, recubierto por una inmensa moqueta azul que llegaba hasta medio metro de las distintas paredes y en cuyo centro estaba dibujado el escudo del presidente de los EEUU. Delante de la mesa, tras la cual Bush esperaba a sus convocados, había dos sofás de cuero color marfil y una pequeña mesa auxiliar de cerezo situada entre dos enormes butacones del mismo cuero que los sofás. La cristalera, de tres enormes ventanales que proporcionaba el contraluz del presidente, estaba decorada por unas cortinas color arena sujetadas con cintas hacia la mitad de las mismas, y rematadas con un bandò del mismo color. Unos visillos blancos de encaje dejaban pasar la luz y una imagen desdibujada de los jardines de la residencia presidencial. A la derecha de la mesa presidencial, la decoración del despacho se completaba con un mueble bar también a juego, en lo que a madera se refiere, con el resto del mobiliario.
Card y Rumsfeld fueron los primeros en entrar en el despacho presidencial. Dos minutos más tarde lo hacían el resto de los convocados. El presidente se levantó de su sillón presidencial e indicó a sus asesores que se sentaran en los sofás y butacones mientras él ocupaba otro que, girándolo un poco, le permitía ver a todos los allí reunidos. Bush tomó la palabra y se dirigió sin más preámbulos a Condoleezza Rice.
- Condi -comenzó Bush, y añadió -: ¿Qué opinas de todo esto que Latimer ha contado a Card?
- Señor Presidente. Sin poner en duda en ningún momento la veracidad de las palabras del testigo de la conversación que ha originado esta pesadilla, creo que en estos momentos tenemos muchos cabos que atar, empezando por el dónde y cuando los terroristas piensan cometer el atentado.
- En eso estoy totalmente de acuerdo -intervino Powel. -Yo también soy de la misma opinión -afirmaron
Rumsfeld y MacIntyre casi al unísono.
- En eso creo que todos los aquí reunidos estamos de acuerdo -dijo Bush, y añadió-: Señores. Lo que yo quiero saber en primer lugar es si la amenaza que al parecer se cierne sobre los EEUU es tan temible como parece a primera vista, y por eso les he convocado a Uds. como expertos.
- Si me permite, Sr. Presidente -dijo Milt Anderson que hasta entonces no había intervenido, y añadió -: ¿No creen que sería aconsejable que tuviéramos aquí presente a un especialista bacteriológico del Centro de Investigación de Enfermedades Infecciosas del Ejército de los EEUU con sede en Fort Detriok en Frederik (Maryland)?
- Pienso que es una estupenda idea -afirmó el General MacIntyre que hasta entonces había permanecido en silencio, y agregó-: Si el señor Presidente le convoca en veinte minutos puede estar aquí volando en un blackhawk de los que hay en el propio Fort Detriok…
- Llámele en mi nombre -dijo Bush a Andrew, y añadió-: Cuando lo tenga al aparato me pasa el teléfono que quiero hablar personalmente con él.
Card tomó el listín y llamó a Fort Detriok preguntando por el Profesor Leicester, más conocido como “Dr. Ébola”. Éste no tardó en ponerse al teléfono y Andrew se lo pasó al presidente.
- Leicester, le habla su Presidente. Por motivos de seguridad nacional le ruego que tome un helicóptero de los de la base y se desplace de inmediato directamente a mi despacho en la Casa Blanca. Le espero en veinte minutos -dijo Bush, y colgó.
- Sr. Presidente -comenzó el General MacIntyre, y prosiguió-: Acostumbrado como estoy a actuar con un riguroso método de análisis, me permito sugerir a todos los presentes que volvamos a replantearnos la situación. En primer lugar, sabemos que si las palabras del testigo son ciertas (y no hay motivo para dudarlo) unos terroristas tienen en estos momentos armada lo que en el argot se conoce con el nombre de “bomba sucia”, en la que han introducido al parecer material radioactivo, pero, ¿sabemos que material se trata? ¿Sabemos la cantidad exacta del mismo? ¿Sabemos siquiera como lo han podido obtener?, Y por último, ¿sabemos acaso como pretenden introducirlo en nuestro país, y cuando piensan detonarlo? Señores, creo que de momento estamos en mantillas. Es decir, no sabemos apenas nada. Les diré algo que como experto debo confesar. Si se trata de Plutonio, la situación puede ser realmente peligrosa y no resultaría difícil de obtener ya que existen en el mundo dos millones de fuentes de las que obtenerlo, pero también sería peligroso manejarlo para los terroristas, a no ser que lo hubieran convertido en MOX. Este combustible es muy peligroso y de fácil expansión su potencial radioactividad. Si se trata de U-238 (Depleted Uranium), como ha creído al parecer escuchar la testigo, la cosa no es tan peligrosa y resulta fácilmente obtenible para cualquiera que quiera fabricar eso que llamamos “bomba sucia”, por cuanto nuestras petroleras en bancarrota, dedicadas al levantamiento de planos en yacimientos petrolíferos del Norte de África, abandonaron toneladas de este material que cualquier experto de la organización Al Qaeda pudo haber recogido. En realidad, la radiación que se podría producir al liberar unos ochocientos gramos de U-238 en la atmósfera como consecuencia de una explosión no crearía un gran aumento de la radioactividad, y eso los terroristas lo saben. Pero, ¿lo sabe el común de los mortales? Me temo que las gentes en nuestro país, y en el resto del mundo, están muy sensibilizadas por las soflamas de los grupos ecologistas que ven tragedias por todas partes. Estamos ante terroristas y éstos, por definición, lo que tratan es de conseguir el terror a cualquier precio. Si llegara a filtrarse a los medios que Al Qaeda, o cualquier otra organización terrorista, trata e hacer explotar una “bomba sucia” en alguna parte de la Costa Oeste de los EEUU, el pánico entre la población estaría garantizado, y provocaría quizás más muertes que la propia explosión y posterior radiación. Señores. Como nada sabemos, por el momento, sugiero que actuemos con rigor y método.
- ¿Qué sugiere, MacIntyre? -preguntó el presidente, al que se unieron en la pregunta los demás asistentes, especialmente Powel.
- Verá, Señor Presidente -comenzó el general de gran influencia en el Pentágono, y prosiguió-: Creo que lo primero en hacer debería centrarse en averiguar las posibilidades reales que tiene los terroristas de introducir semejante artilugio dentro de los EEUU. ¿Estamos seguros de que nuestras fronteras están totalmente blindadas? En mi opinión, con los datos que tenemos hoy en día, no sería difícil a un terrorista introducir a través de un contenedor cargado en un buque que recale en cualquiera de nuestros puertos, y fíjense que digo cualquiera, una bomba de semejantes características. Si lo que pretenden es hacerla entrar a través del espacio aéreo tampoco lo considero difícil. ¿Saben Uds. que determinadas piezas de los alerones de las aeronaves están realizadas con componentes de U-238? ¿Quién le impediría a un terrorista aligerar de peso un avión e introducir en el lugar adecuado la bomba en cuestión? ¿Los detectores de rayos gamma la descubrirían? Mi respuesta es, no. Si además tenemos en cuenta que dos de los senadores que se han pasado al enemigo y ahora están con Al Qaeda poseen aviones privados, nadie osaría a la llegada de los mismos a cualquier base o aeropuerto de nuestra nación el realizar un minucioso análisis del avión. Señores. No quiero que me tachen de pesimista, pero lo cierto es que en mi opinión, y mientras no conozcamos más datos de la operación proyectada por “La Red” nos hallamos indefensos.
- ¿Qué sugiere Vd.? -preguntó Powel
- Que empleemos todos nuestros recursos en averiguar cuando y donde pretenden cometer el atentado. Eso nos dará la pista para saber cómo piensan introducir la bomba en el país.
- Imaginémonos que lo descubrimos -terció Bush, y añadió-. Nuestra obligación es abortar el plan con todos los medios a nuestro alcance. Pero, veamos. Si descubrimos los datos una vez que los terroristas hayan conseguido introducir en los EEUU el artefacto, actuar contra ellos estaría plenamente justificado donde quiera que estos se encontraran y pertenecieran a la organización que fuera, porque según mis informes, y corríjanme si me equivoco, el jeque Abú Yussuf que se perfila como la cabeza visible de la célula pertenece a Hamàs, y esto no podría crear un problema para nuestros aliados israelíes ya que las masas palestinas comprenderían la amenaza real. Si, en cambio, actuamos de forma “preventiva” tendríamos en contra a Sharon, que vería como los palestinos le atribuirían al Mossad la operación y generarían otra Intifada ahora que las cosas parecen más calmadas.
- En cualquier caso -dijo Condi-, no podemos demorar la solución más de tres o cuatro días ya que hay varias personas que corren un serio peligro, y en justa reciprocidad por su información debemos salvarlos, aunque para ello tengamos que montar una operación especial en el Mediterráneo.
- Voy a llamar a Sharon -dijo Bush, cogiendo el teléfono y ordenando a la operadora que le pusiera con el mandatario israelí
- ¿Arik? ¿Qué tal estás viejo zorro? Hace mucho que no me llamas -le espetó George W.Bush al astuto Sharon.
- Me parece muy raro que me llames cuando casi son las nueve de la noche en mi país. ¿Qué ha sucedido? -preguntó el mandatario judío.
- Verás. Me consta que el jeque Abú Yussuf, con residencia en Túnez y en Marrakech y que se pasa la vida en su yate Al ribat navegando por el Mediterráneo, es el jefe operativo de la célula de Al Qaeda en el Norte de África y en estos momentos está preparando un atentado contra nosotros en la Costa Oeste. Creo que no vamos a tener más remedio que abortarlo de forma preventiva y por eso te aviso ya que el sujeto en cuestión como sabes pertenece a Hamás -terminó Bush.
- Ni se te ocurra semejante cosa -gritó Sharon, y agregó-: Si no me haces caso en esto las consecuencias económicas y de otro tipo pueden ser desastrosas para ti y para tú país -terminó Ariel amenazante.
- ¿Pero es que el Mossad no lo sabía? -replicó Bush, sin hacer caso de la amenaza de Sharon.
- George. El Mossad sabe muchas cosas. Mas de las que tú te crees -dijo Ariel en plan enigmático, y agregó-: Si tengo datos complementarios a tu información te la haré saber personalmente.
- Shalom, Arik! -se despidió Bush.
- Shalom, George -replicó Sharon.
- Aunque por la hora que es me parece que Leicester está a punto de llegar para terminar de ilustrarnos sobre la amenaza que se cierne sobre todos nosotros, sin embargo, antes de que él llegara, me gustaría aclarar algunos puntos que, por lo menos para mí, aún permanecen oscuros -dijo Anderson.
- Tú dirás -le contestó Bush.
- Presidente. Por las palabras que acabo de escucharle en su conversación con Ariel Sharon hace un momento creo poder deducir que nuestro aliado judío no está por la labor de que realicemos un ataque preventivo contra Yussuf, ¿o me equivoco? - respondió Milt.
- En absoluto -dijo el presidente, y añadió-: Arik no está por la labor de que se vuelva a armar una tercera Intifada si no podemos justificar ante el mundo las sospechas que tenemos. Quiere evidencias y no simples indicios que, a fin de cuentas, son por el momento lo único con lo que contamos.
- Creo que está en su derecho -terció la Sra. Rice, quien añadió-: En mi opinión, y siempre dependiendo de las aportaciones que nos haga al respecto el Profesor Leicester, deberíamos fijar un calendario de actuaciones e implicar en el mismo a Sharon, aunque a él no le guste.
- Me parece una buena idea -dijeron Card y Rumsfeld al alimón.
- Creo que no está mal pensado -sentenció Bush, al tiempo que por la puerta de la izquierda de acceso al Despacho Oval hacía su entrada la singular figura del Profesor Leicester precedido por uno de los agentes del Servicio Secreto de la Casa Blanca.
- Señor Presidente. Queridos amigos. Pido disculpas a todos por mi retraso debido provocado por la festividad del Año Nuevo debido al colapso en el tráfico aéreo del espacio acotado sobre la Casa Blanca, que espero no nos coja a todos por sorpresa todavía aquí reunidos -dijo Leicester, el recién llegado, con una cierta ironía.
- Toma asiento ahí mismo -le dijo Bush al recién llegado al tiempo que le inquiría con una pregunta sobre el objeto de su comparecencia. ¿Qué nos puedes decir sobre las armas de destrucción masiva vírica y bacteriológica? -terminó por preguntarle el mandatario de la Casa Blanca.
- ¿Qué es lo que queréis saber al respecto? -contestó el interpelado.
- Si tú fueras un terrorista, que quisieras realizar un atentado indiscriminado contra tu país utilizando armas bacteriológicas, ¿emplearías el Ébola? -le espetó directamente Condi.
- El Ébola es una de las cinco principales armas bacteriológicas conocidas junto con el ántrax, la peste bubónica, la viruela y el botulismo. En mi opinión el Ébola es la más mortífera de las cinco, y a día de hoy no vacuna que lo prevenga. Me habéis preguntado qué haría yo si quisiera montar un excidio en los EEUU y os respondo que utilizaría las cepas de Ébola que hasta hoy son bastante fáciles de conseguir -replicó Leicester.
- ¿Quieres decir que está al alcance de cualquier terrorista? -preguntó el presidente.
- Quiero decir que cualquier terrorista que haya estado en hospitales del África central, que tenga conocimientos de medicina y acceso a los laboratorios de estos centros de salud, puede sin lugar a dudas hacerse con cepas de este virus asesino descubierto en 1976. Como veis, del otro día -respondió el profesor del Centro de Investigación de Enfermedades Infecciosas.
- ¿Así que te decantas definitivamente por el Ébola? - preguntó MacIntyre al especialista.
- Vuelvo a repetiros que sería mi favorito, y ello por varias razones. Veréis. En primer lugar se trata de un virus hemorrágico de origen desconocido del que no se sabe la fuente del microorganismo ni su mecanismo de trasmisión, aparte de que como ya os he comentado, por ahora no existe vacuna contra él. En segundo lugar, se contagia por contacto directo y se replica por todo el organismo del enfermo, destroza la integridad de los capilares y produce coagulación intra vascular diseminada haciendo que al cabo de una semana el 90% de los infectados fallezca -terminó de exponer Leicester.
- Antes de que me preguntéis otras cosas al respecto, os añadiré un tercer por qué yo utilizaría el Ébola con preferencia a cualquier otra bacteria. Desde el punto de vista psicológico representa un arma magnífica ya que sus síntomas son aterradores, sembrando el pánico entre las tropas o la población civil -añadió el experto.
- ¿Introducido el virus en un maquiavélico envase en el que cohabitara con explosivos convencionales y partículas de U238, se dispersaría con la explosión contaminando a las personas, o quedaría destruido por la combinación de elementos? - preguntó Powel.
- Se dispersaría en el ambiente y conque solo contagiara a un sujeto esto sería bastante para provocar una gran epidemia con una elevadísima mortalidad -respondió Leicester.
- Te hemos llamado a este mini-gabinete de emergencia porque tenemos noticias de que una bomba sucia con todas las características que te hemos descrito está a punto de dirigirse hacia la Costa Oeste, si es que no ha llegado ya -dijo el Presidente dirigiéndose al Profesor.
- Presidente. Acabo de comunicar todo lo que yo sé y haría al respecto, pero ahora que me decís que “la bomba” se dirige hacia la Costa Oeste, ¿os habéis parado a pensar en el objetivo? El sentido común me dice que lo que quieren los terroristas es publicidad, y yo os pregunto, ¿qué sentido tiene hacer estallar una bomba de esas características en Fin de Año en San Francisco, los Ángeles o San Diego? En mi opinión, ninguno. Sería de un gran efecto un atentado contra el Golden Gate, pero no en el día de hoy que todos los ojos del mundo estarán puestos dentro de escasas horas en Times Square de New York. Pensemos entonces con lógica en las fechas venideras más próximas que deriven la curiosidad mundial hacia la Costa Oeste. ¿No se os ocurre nada? -preguntó Leicester.
- ¡Claro! ¿Cómo no se me habría ocurrido antes? - se preguntó Condi, respondiéndose a sí misma-: ¡LOS OSCAR DE HOLLYWOOD! ¿Qué día tienen lugar el año que entra dentro de unas horas? -preguntó Rice a todos los presentes.
- El veintisiete de febrero -le respondió Andrew Card, gran aficionado al cine.
- ¡Cómo se me pasó semejante efeméride sin considerarla! -se lamentó Bush, quien añadió-: Señores. Pongámonos manos a la obra a trabajar sobre la hipótesis del próximo veint isiete de febrero. Tenemos muchos días por delante para descubrir el artefacto y para eliminar a los terroristas si llega el caso. No dejaré que la prensa pueda titular el día veintiocho de febrero que bajo mi mandato Al Qaeda ocasionó una catástrofe en el Kodak Pavillon el día en que el mundo entero estaba pendiente de los Oscar de la Academia.
- Señor Presidente -intervino MacIntyre, y prosiguió-: ¿No convendría establecer un plan estratégico de evacuación de nuestros confidentes, sin duda asediados a estas horas en Túnez?
- Me parece elemental -replicó Milt Anderson, quien añadió-: Si el señor presidente me autoriza puedo ser yo mismo el que contacte con Jeff Latimer para que este le trasmita a Thomas Berry el plan a seguir para rescatar al matrimonio en peligro en este momento.
- Me parece perfecto -dijo Bush-. ¿Y a vosotros?
- Nos parece la solución ideal -replicaron los demás asistentes.
- Señor -dijo Milt dirigiéndose al Presidente-. En mi opinión Thomas Berry debería de comunicar a su amigo Antuña que iniciara un recorrido turístico por el Sur de Túnez para despistar a Abú Yussuf, teniendo siempre presente que nuestro hombre de Langley en tierras tunecinas, Ben Hassan, les seguiría a una prudente distancia, y que pasados cuatro días a partir del año nuevo que comienza dentro de unas horas un helicóptero del portaviones Washington aterrizaría en el oasis de Chebika junto a la frontera de Túnez con Argelia para recogerlos si es que antes no se tenían que cambiar los planes por imprevistos surgidos. En cuanto a Abú Yussuf, una lancha con un agente tunecino que trabaja para nosotros no le perdería de vista mientras estuviera en su yate Al ribat.
- Está bien, señores. Se levanta la sesión. Espero que me tengan informado de cualquier eventualidad que se pudiera producir -dijo Bush, añadiendo-: Milt. Espero que mañana tras la resaca de esta noche de bienvenida al año nuevo me mantengas perfectamente informado de los progresos de la operación. HAPPY NEW YEAR! -terminó el presidente disolviendo la reunión.
A Milt no le dio siquiera tiempo para abandonar la Casa Blanca antes de poner en ejecución lo convenido minutos antes con el Presidente Bush. Desde el primer teléfono que encontró en una de las salas, en la que un agente del Servicio Secreto le aseguró que era absolutamente seguro, llamó a Jeff Latimer y éste, a su vez, a Thomas Berry que tras escucharle atentamente, se dispuso a comunicar las instrucciones a Jorge Antuña, que seguía esperando en su habitación la llamada desde Florida, antes de abandonar el hotel para disponerse a celebrar de la mejor manera posible dadas las circunstancias la llegada del nuevo año.
Por fin, sonó el teléfono en la habitación del céntrico hotel Abú Nawas donde se hospedaba aquella noche de fin de año el matrimonio Antuña. Jorge saltó como impulsado por un resorte cuando oyó el primer timbrazo, y a punto estuvo de perder el equilibrio en el intento de coger el auricular. La noche se mostraba bastante templada para la época del año en la que estaban.
- ¿Sí? -dijo Antuña al responder al teléfono.
- ¿Jorge? -preguntó con un terrible acento americano Thomas Berry desde Florida.
- Sí. Soy yo. Dime Thomas. ¿Hay ya alguna solución? - preguntó Antuña con impaciencia, tratando de apartar un poco de su lado a Cris que, a causa de la innata curiosidad por saber lo que Thomas le decía a su marido, tenía agobiado a éste con su cuerpo tratando de oír lo que Berry decía desde Florida. -Verás. La cosa ha sido muy larga, pero te la voy a resumir. A instancias mías y de Jeff, ha habido esta tarde una reunión en la Casa Blanca y, tras mucha discusión, Bush me ha dado carta blanca para que te diseñe un plan para que tú y Cris podáis salir del país - dijo atropelladamente Thomas.
- ¿Y se puede saber en qué consiste el plan? -preguntó Jorge.
- En primer lugar te diré que sólo disponemos de cuatro días a partir de la medianoche de hoy hora de Washington, lo cual quiere decir que a las seis de la mañana del día cinco, hora de Túnez, se acaba el plazo. Mi idea, contrastada con Milt Anderson y con Jeff Latimer, consiste en que mañana a primera hora abandonéis el coche que tenéis alquilado, y a primera hora de la mañana os desplacéis hasta una agencia de viajes y contratéis la primera oferta en microbús que se os presente para recorrer el Gran Sur de Túnez en un viaje que teóricamente termine el día cinco por la noche y que os permita estar ese día a primera hora de la mañana en el oasis de montaña de Chebika. Me he informado ya y hay una agencia española de turismo que tiene sucursal en Sfax y realiza un tour con unas características muy similares. Para más detalles, te diré que la agencia está muy cerca de vuestro hotel, concretamente en la plaza del Ayuntamiento. - ¡Oye Thomas! ¿Crees que sería conveniente que avisara de este plan a mi hijo que está en Roma para que viniera a reunirse con nosotros?
- Ya que lo dices. Me parece una excelente idea porque de esa manera vosotros podríais ir en la excursión por el Sur y el ir de Roma a Túnez en avión y desde allí tomar un vuelo interno de la Tunís Air y desplazarse hasta Tozeour donde se uniría a vosotros. Piensa que de cara a vuestros posibles perseguidores siempre sería alguien más al que habría que tener vigilado y ello dispersaría sus fuerzas y estrategias.
- ¿Crees, entonces, que no han desistido de la idea de eliminarnos? -preguntó Jorge.
- Por supuesto que no. Es más estimo que ahora les urge vuestra desaparición de la faz de la tierra porque ya se habrán dado cuenta de que habéis huido y estáis en posesión de los secretos de alguna conversación indiscreta. De todas formas, mientras estéis en viaje o en una ciudad alojados en un hotel no creo que corráis excesivo peligro. Vuestros asesinos esperarán el momento oportuno y si descubren, que lo harán, que una de las etapas de vuestra excursión son los oasis de montaña no lo intentarán hasta que lleguéis allí, puesto que a juicio de cualquier estratega medianamente inteligente este es el mejor sitio para tender a alguien una emboscada. ¡A propósito! ¿Qué sabéis de Milienko? -De momento nada. Cris no lo ha vuelto a ver desde el día en que él apareció por la residencia de Abú Yussuf cuando ésta la despedía en la escalinata de su casa -respondió Jorge.
- Bien. Os diré que he cubierto ya esa eventualidad y hace un rato he dado órdenes a nuestro hombre en Túnez, el agente Ben Hassan para que se desplace en avión a Sfax y tenga controlado a Milienko, que a buen seguro a estas horas estará próximo a vuestro hotel vigilando vuestros movimientos. También te diré que otro agente tunecino, que nos sirve de enlace a través de nuestro hombre de Langley, llamado Alí Amad se ha puesto a seguir a una prudente distancia en una embarcación de recreo al yate de Yussuf en su travesía de regreso a Sidi Bou Said desde Djerba. Como ves, está todo bastante controlado. Lo único
que deseo y necesito es que no os pongáis nerviosos y que actuéis con toda naturalidad pensando que a las seis de la mañana del próximo día cinco un helicóptero del portaviones George Washington os estará esperando en el oasis de Chebika. La policía tunecina también será avisada para que se mantenga a la expectativa. En fin, ¡todo controlado!
- Me alegro de que seas tan optimista Thomas, aunque pienso que si estuvieras en mi lugar estarías como yo lo estoy en éstos momentos, nervioso -replicó Jorge.
- Es muy posible. ¡Ah! Se me olvidaba. De ahora en adelante las comunicaciones entre tú y yo sólo se realizarán a través de llamadas desde cabinas telefónicas. No debes de olvidar que “la Red” dispone de escáneres de ondas de los móviles. -De acuerdo. ¿Alguna otra cosa?
- No se me ocurre nada más por el momento. Tratad de pensar que estáis de vacaciones y manteneros alertas en cualquier caso. Ya conoces mi número en el que localizarme en cualquier momento. Nos veremos muy pronto. Un abrazo -dijo Thomas, y colgó.
Tras comentar a Cris el resumen de la conversación recién mantenida con Berry, Jorge se aprestó a llamar a su hijo a Roma, al que se le notaba impaciente a la hora de responder a la llamada.
- Pronto! -respondió Kimi al teléfono que acababa de descolgar.
- Kimi. Soy tu padre. Te llamo como habíamos acordado. Las cosas parece que se van encarrilando, y aunque a estas horas habrá varios asesinos de Al Qaeda tratando de seguirnos, Berry y yo hemos establecido un plan para salir indemnes. El plan te incluye a ti también -dijo Jorge.
- ¿Qué quieres decir con lo de que le plan me incluye a mí?
- Sencillamente, hijo que te necesitamos en Túnez como muy tarde el día cuatro por la noche en Tozeour -respondió Jorge.
- Creo que podré arreglarlo, pero ¿por qué en Tozeour?
- Porque nosotros vamos a emprender mañana a primera hora una excursión por el Gran Sur de Túnez y partiremos desde Sfax hacia el Este para rematar la misma la noche del cuatro en Tozeour donde dormiremos (todavía no sé en que hotel) para al día siguiente a primera hora emprender la ruta de los oasis de montaña en donde nos esperará a las seis de la mañana, es decir, con el alba, un helicóptero de un portaviones americano en el Mediterráneo que nos sacará del país. Tú debes de estar allí y ser uno más a vigilar a nuestros posibles y probables perseguidores.
- No sé cómo, pero no dudes que estaré en Tozeour la noche del día cuatro. Si no nos podemos volver a llamar antes, hasta entonces un gran beso de tu hijo -dijo Kimi, y colgó.
Prácticamente todas las llamadas urgentes que había que realizar estaban ya hechas y lo único que quedaba era darse prisa para tratar de llevar a cabo la cena de fin de año en algún restaurante en el que sirvieran un buen pescado. El recepcionista del hotel les informó de que no muy lejos de allí, cerca de la plaza del Ayuntamiento, había un buen restaurante que se llamaba La Coquille en el que servían los pescados más frescos y deliciosos de todo Sfax. El Empleado se ofreció a tratar de hacerles una reserva, aunque les adelantó que dada la festividad iba a ser bastante problemático. Unas oportunas frases en árabe que Cris comprendió a la perfección, permitieron al recepcionista confirmarles la reserva de una mesa para dentro de una media hora. Una generosa propina de Jorge, como la que más tarde tendría que dar al maître del restaurante, permitió que los Antuña pudieran al menos durante unas horas despedir con alegría el año y recibir el nuevo con esperanza. No sabían, claro está, que al haber ido a pie dando un paseo Milienko que esperaba su salida del hotel sentado en su todo terreno, les había seguido a una prudente distancia.
A todo esto… Ni la CIA, ni el FBI tenían una imagen de Milienko con la que poder identificarlo, por eso cuando Ben Hassan recibió desde Florida la orden de desplazarse con la máxima urgencia a Sfax tomó el primer avión que encontró disponible y llegó en torno a la medianoche a la ciudad, presentándose en el hotel donde los Antuña se hospedaban. Un billete de veinte dólares, introducido con delicadeza en la americana del recepcionista del hotel, provocó el milagro de que éste le dijera que los amigos por los que preguntaba se alojaban allí, pero que habían salido a cenar para celebrar el fin de año a un restaurante que él les había recomendado y que sin duda los encontraría allí. Dando las gracias, Ben Hassan dio la vuelta y despareció por la acera en dirección al restaurante donde se suponía que los Antuña estarían cenando. Su perspicaz mirada y su fino olfato de policía le hicieron comprender rápidamente que un sujeto joven vestido con vaqueros y camiseta, atlético, aunque no de aspecto árabe, permanecía sentado en un todo terreno aparcado en la acera de enfrente del restaurante. Con disimulo sacó de su bolsillo de su americana de lino una diminuta cámara digital y sacó tres o cuatro fotos al sujeto. Después volvió de nuevo al hotel y pidió una habitación. La propina anterior seguía haciendo milagros y apareció en aquellas fechas, casi como por ensalmo, una habitación disponible. Tras asearse, bajó de nuevo a recepción y preguntó por la posibilidad de enviar en correo electrónico a lo que el recepcionista le dijo que no había ningún problema y le acompañó hasta el ordenador conectado a Internet ante el cual le dejó sólo. Hassan descargó las fotos de su cámara en el ordenador y las envió como archivos adjuntos a la central de policía de Túnez con la orden expresa de que le contestaran vía teléfono móvil con un sí, o un no, en un SMS, sobre la identidad del sujeto de las fotos. Abandonó el lugar y salió a la calle donde la alegría de fin de año se desbordaba por aquellas céntricas calles dando origen a algún que otro incidente creado por la ingestión masiva de bebidas alcohólicas entre los habitantes no musulmanes.
La paciente espera de Ben Hassan dio los frutos apetecidos y en torno a la una de la madrugada vio regresar al hotel al matrimonio Antuña, pero también observó como el todo terreno negro en el que estaba el joven fotografiado llegaba poco después de ellos y aparcaba en el único sitio libre que quedaba en la acera frente al hotel. Jorge aún esperó un rato antes de actuar. Necesitaba que el sospechoso se bajara del coche y poco tiempo después de las dos de la madrugada, cuando ya parecía improbable que los Antuña volvieran a salir del hotel, Milienko bajó de su auto y se dedicó a dar un largo paseo por los alrededores para regresar al cabo de una hora a dormitar en su auto mientras esperaba los movimientos de los Antuña del día siguiente. Fue precisamente ese el momento que Ben Hassan, que ya había recibido un mensaje en su móvil con la confirmación de que el hombre de la foto era Ugo Piattelli, es decir, la falsa identidad de Milienko, se acercó al todo terreno del bosnio y colocó, imantado a su chasis, un radio trasmisor que le permitiría a partir de aquel momento tener controlados todos los movimientos del bosnio. Después se fue a dormir un rato hasta las seis de la mañana que ordenó en recepción procedieran a despertarle.
Unas horas antes, no lejos de allí… Abú Yussuf no se había quedado en Al Qantara como había dicho a sus invitados, sino que cuando todos estos arrancaron con sus coches en dirección a El Djem, llamó por su móvil a Jazmyne, que esperaba su llamada, y le ordenó que le viniera a recoger a la plaza principal de la ciudad en la que estaba en aquel momento. Hora y media más tarde la fiel subordinada recogía a su jefe y se dirigían ambos hacia el Este-Nordeste para, tras pasar El Djem, tomar un desvió a la izquierda y cambiar a rumbo Oeste en dirección a Kairouán a donde pensaban llegar a primeras horas de la madrugada. Yussuf sospechaba que el matrimonio Antuña habría aprovechado la ocasión para “perderse” por el Sur de Túnez y si sabían algo en concreto de sus asuntos como él estaba seguro de que lo sabrían, lo habrían comunicado a “alguien” que pudiera poner en marcha una maquinaria capaz de destruir el Al ribat con su “capitán” a bordo. Si huía hacia su residencia de Sidi Bou Said podría ser fácilmente localizado y neutralizado; si lo hacía en dirección a su otro domicilio habitual en Marrakech, podría ocurrir otro tanto de lo mismo. La única solución era irse a la ciudad santa de Kairouán, a la antigua y primitiva residencia de sus padres en Túnez que nadie conocía, ni incluso su secretario particular Omar Amir. Jazmyne disimulaba como podía su cansancio al volante mientras se encaminaba por las siempre difíciles carreteras de Túnez hacia la ciudad de una de las más importantes mezquitas del Islam.
Lo que no había observado Jazmyne, pero si se había dado cuenta su jefe y pasajero, es que como al cuarto de hora de comenzar el viaje en dirección a la ciudad santa que iba a servir de escondrijo al jeque, otro coche igual que el pilotado por ella se había cruzado en la carretera en sentido contrario llevando en su interior a un pasajero que no era ni más ni menos que el doble de Abú Yussuf y que éste había empleado en el pasado en múltiples ocasiones para despistar a sus probables perseguidores. En efecto, el sirio Amer, que así se llamaba su doble, llegaría a la hora convenida al punto de encuentro pactado por Yussuf con sus invitados para que fueran recogidos en el microbús que les llevaría de regreso al Al ribat, justo a tiempo para la importante cena de Fin de Año que serviría de algo a modo de despedida de la excursión. Ni que decir tiene que ninguno de los invitados notó la diferencia entre el doble y el auténtico Yussuf salvo Byron y Curtis que ya estaban advertidos por éste último, y que la cena en cuestión y el recibimiento del Nuevo Año en el yate fueron memorables a juicio de todo el mundo.
Pensáis escapar de vuestros problemas yéndoos de viaje. Y ellos partirán tras vosotros.
Stanislaw I. WITKIEWICZ