V
La noche no había proporcionado un placentero sueño a ninguno de los dos matrimonios amigos. Sin duda, la leyenda de Ornocoy, que el brujo amigo del capitán Pitt les había contado la noche anterior, había hecho mella en ellos. Cris no paraba de dar vueltas en su cabeza a la idea, que cada vez cobraba mayor fuerza, de sensación de haberse equivocado aceptando la invitación de Nacho para acompañarles en aquel viaje por el archipiélago de las Bahamas. «¿Qué es lo que he conseguido hasta el momento?», pensaba la señora Antuña mientras acababa de desperezar la somnolencia que la embargaba. «He venido para distraer mi mente y olvidarme de las secuelas de lo ocurrido en Madrid» - se decía a sí misma y argumentaba-: «No he tenido, desde que aterricé en Miami, ni un solo momento de reposo; ni tan siquiera un segundo para mí sola sin estar expuesta a que un sobresalto o una dude me atormente» «¿Realmente, son esto unas vacaciones?», concluía Cris con su razonamiento. Había descubierto, que el plan de Anna para vengarse de ella, por haber conseguido retener a Jorge, era mucho más sutil de lo que en un principio pudiera suponer. Su marido resultaba inocente de algunos cargos que en principio pudieran imputársele, como el de ocultar la paternidad de Kimi, pero a la vez era reo a sus ojos de no haberle dicho nada durante tantos años del romance con la sueca. «Nunca se lo podré perdonar del todo», comentaba Cris para su capote, mientras hacía un esfuerzo por aparentar sosiego ante su marido, que se acababa de levantar y le dirigía una tierna sonrisa mientras le daba un beso de buenos días.
En la suite contigua a la de los Antuña, Anna y Nacho habían terminado de ducharse y se disponían a vestirse para desayunar. La noche para ellos tampoco había sido placentera, y el sueño resultó esquivo hasta altas horas de la madrugada. En la mente de Alonso, como también en la de Jorge, bullía la idea de tratar de eludir de la mejor manera posible las consecuencias de un viaje que podían resultar fatales para todos. Era necesario, imperativo sería más apropiado, que se volviera a poner en contacto con su amigo de la CIA Thomas Berry, para preguntarle por el curso de la investigación en torno al asesino que les tenía sometidos a vigilancia, y que aprovecharía cualquier descuido para atacarles, y si fuera posible eliminarles. Es verdad que su hombre en Florida había quedado en mantenerle al corriente de cualquier novedad, pero también era cierto que sus deseos, por conocer el progreso o estancamiento de la investigación, aumentaban por momentos haciéndose incontenibles. «Tengo que volver a llamar a Thomas», pensaba Nacho mientras se disponía a acompañar a su esposa al comedor, donde se servía el buffet.
Trece millas al sur de Freeport, en un mar que aquella mañana amanecía tranquilo, Milienko Vllasi consumía su tiempo enfrascándose en la tarea del lanzamiento de anzuelos desde la gran caña situada en la popa del Bonefish. Para cualquiera que pudiera estar observándole -incluso ante la eventualidad de que los satélites espías tuviera orden de vigilarle en sus órbitas sobre la zona -, tenía que aparentar ser un pescador dedicado a la pesca deportiva, tan abundante por lo demás en aquellas latitudes. Desconocía el bosniaco que las autoridades españolas le habían identificado, así como también que por parte de éstas se había cursado una orden de búsqueda y captura internacional contra él. Igualmente, ignoraba que la petición realizada por le Gobierno Español, para que los satélites americanos le tuvieran permanentemente localizado, había sido desestimada con gran enfado de Thomas Berry, que veía como los esfuerzos llevados a cabo hasta el momento para identificar y seguir al sospechoso se podían venir abajo en cualquier momento. Si el acto terrorista cometido en Madrid, se hubiera desarrollado en EEUU, o directamente en contra de los intereses americanos en el mundo, toda la impresionante maquinaria USA se habría puesto inmediatamente en acción para apresar a Milienko. Los hechos habían ocurrido en un país, que si bien ayudó a América en su “Cruzada contra el terror”, con su apoyo en la ONU y el envío de tropas a Irak, sin embargo, para un gran número de americanos era desconocida su ubicación dentro del mapamundi. Por suerte para Milienko, la imponente maquinaria de detección y prevención de los EEUU no se iba a poner en funcionamiento para detectarle. Lo más que podía esperar Thomas, después de todas las consultas y presiones realizadas en los distintos ámbitos de la administración americana a los que tenía acceso, era que, si en aguas internacionales, el barco en el que viajaba Vllasi se topaba con una patrullera de EEUU se le pediría su identificación, siempre y cuando navegara por algún punto próximo a una de las muchas bases americanas existentes en las Bahamas. Mientras eso no ocurriera - aunque Milienko no lo sabía -, podría navegar a su antojo sin que fuera molestado ni vigilado. Lo único, pues, que debía procurar era no adentrarse en aguas territoriales del archipiélago, y eso no lo haría nunca por elemental precaución. Seguiría de lejos con el radar el barco de sus perseguidos, y no se dejaría ver hasta el momento en el que tuviera decidido intervenir. Entre tanto, y mientras no observara a través de los instrumentos de localización del Bonefish la salida de puerto y el rumbo del Lukku-Cairi, se seguiría dedicando a realizar prácticas de puntería con su rifle de mira telescópica.
En Nassau, el superintendente Morgan había accedido al ruego de Berry permitiendo que Jasper se desplazara a Freeport y pudiera cooperar, con la policía de Bahamas destacada en Gran Bahama, en la vigilancia del Bonefish, que seguía dedicado a las labores de pesca fuera de las aguas jurisdiccionales del estado insular en un punto situado a trece millas al sur de Port Lucaya. Dos lanchas deportivas, con agentes de la policía sin uniforme simulando deportistas, se habían desplazado hasta las inmediaciones del barco de Milienko y mantenían informado al superintendente y a Jasper de la posición del Bonefish, que era comunicada a tierra, para que desde el control de la operación se pudieran adoptar las medidas más convenientes en cada caso.
Pitt había pasado la noche en el barco. Sus ganas de pasear por la ciudad y de introducirse en aquellos ambientes, que unos años atrás le habían cautivado, se habían esfumado casi por ensalmo. Parecía como si, en lugar de tener la edad que tenía, fuera un hombre sin deseos de emociones, rayano en la senilidad. Decididamente, el capitán del Lukku-Cairi estaba pasando por un mal momento. Desde que a comienzos de la década de los noventa había sido enviado a Irak para intervenir en la operación Tormenta del Desierto, formando parte de la 104 división Marines, habían pasado muchas cosas en su vida. Indudablemente, lo más notorio era el paso del tiempo, que lógicamente había influido en sus energías y en su forma de enfrentarse a la vida. También otras circunstancias habían contribuido a aquel cambio que experimentaba el capitán Pitt. En efecto, la mujer, con la que había convivido tantos años desde que se había alistado en le cuerpo de Marines, le había dejado un buen día sin dar ningún tipo de explicación. Cuando supo que se había marchado con otro, lo pasó muy mal. No era Pitt de esos hombres que saben admitir fácilmente una derrota en el terreno amatorio, y fueron años los que tardó en rehacerse de aquel golpe, que para él supuso el abandono de su pareja. Ahora había regresado, después de unos cuantos años, a la isla de donde era natural aquella mujer que había compartido su vida. Pero ya no era igual, o al menos eso pensaba él la noche anterior, cuando vencido por el abatimiento y la nostalgia decidió quedarse en el barco y pasar la noche en él. Antes de irse a dormir, y despedirse de sus pasajeros, recibió por parte de Alonso toda la información que debía conocer en orden a las supuestas asechanzas que se cernían sobre las personas que llevaba el barco por él patroneado.
Nacho le había puesto al corriente de cuanto debía saber, y ahora Pitt se sentía con una mayor responsabilidad, por cuanto tenía que cuidar con especial esmero a sus pasajeros. Alonso le informó en los siguientes términos:
- Pitt -comenzó diciendo Nacho, y agregó-: Me veo en la obligación de poner en su conocimiento un hecho de singular trascendencia para todos cuantos viajamos en este barco. No sé si se da cuenta, aunque espero que sea Vd. capaz de comprender, que, como consecuencia del atentado de Madrid del que sin duda habrá tenido noticias por la prensa, la señora Antuña ha sido testigo de la presencia de uno de los implicados en el mismo, dentro de uno de los trenes. Es el caso, que este sujeto, que no está fichado, ha logrado sortear todos los controles existentes y, en estos momentos, después de seguir a la testigo por medio mundo, se halla en una embarcación de recreo situada a trece millas al sur de este puerto, esperando que nuestro Lukku-Cairi se haga a la mar para seguirle, y buscar el momento oportuno para desembarazarse de la incómoda testigo y de su marido, si llega el caso. Es preciso que tanto el señor Antuña como yo podamos hacer uso de los rifles que lleva este barco para un supuesto de legítima defensa. Tanto mi amigo como yo somos expertos tiradores, por razones que ahora no vienen al caso, y sabremos utilizar correctamente las armas.
- Estamos hablando de un profesional, ¿verdad? - preguntó el capitán Pitt.
- Por supuesto -respondió Nacho sin dudar, y añadió-: ¿Es cierto que estuvo Vd. en los Marines durante años, Mr. Pitt?
- Sí. No es ningún secreto -respondió el aludido.
- No dudo entonces que su experiencia en combate nos pueda ser de una gran utilidad, si tenemos por fin que enfrentarnos con ese peligroso terrorista -señaló Nacho.
- He sido comandante de Marines durante la primera Guerra del Golfo y allí aprendí a luchar con enemigos verdaderamente astutos -salió al paso Pitt, y añadió-. Déjenme a mí lo referente a la logística. ¡A propósito! ¿Con qué información contamos hasta el momento? -preguntó el capitán.
- La policía de Nassau y los confidentes de la CIA existentes en el archipiélago nos han facilitado la información relat iva a la posición que mantiene en estos momentos. Sabemos además, por las mismas fuentes, que su barco, el Bonefish con bandera de Bahamas, se encuentra al pairo en la zona que antes le he indicado No disponemos, en cambio, de información sobre si el verdadero capitán de la embarcación, el capitán Rolle, está todavía a bordo, o, si por el contrario, ha sido eliminado por el terrorista que se hallaría entonces como dueño absoluto de la nave y de la situación.
- ¿Cuenta con armamento? -interrumpió Pitt.
- De acuerdo con las últimas informaciones, parece que dispone de un arma con mira telescópica que le proporcionó un compinche en los muelles de Nassau.
- ¿Quiere Vd. decir Mr. Alonso que ese asesino nos ha seguido hasta aquí desde Nueva Providencia? -volvió a inquirir Pitt.
- Me temo que sí -respondió Nacho.
- Ahora me explico muchas cosas -dijo el capitán.
- ¿Qué está Vd. sugiriendo Steven? -preguntó Alonso.
- ¿Recuerda que cuando veníamos hacia aquí, a unas cien millas de este puerto, le comenté que me daba la sensación de que éramos seguidos por otro barco? -preguntó de nuevo Pitt.
- Sí. Algo creo recordar.
- El radar y el sonar no engañan, y aquel puntito, que veía en la pantalla a una invariable distancia de unas quince millas a popa, correspondía sin duda al Bonefish que nos venía siguiendo a una prudente distancia.
- ¿Por qué no me comunicó sus temores entonces? - Preguntó Nacho, y añadió-: ¿Hubiera sido fácil eludir el seguimiento?
- Al menos, imposible no lo sería -respondió el capitán.
- Yo soy partidario de olvidarme de “lo que pudo haber sido y no fue” -respondió Alonso, y continuó-. ¿Nos sirve de algo el recuerdo?
«En el fondo tiene toda la razón del mundo», pensó Pitt, y contestó en voz alta:
- Vivamos el presente. Ésta siempre ha sido mi máxima en la vida -respondió el aludido.
- También la mía, capitán -le contestó Nacho.
Con un «hasta mañana» los dos hombres se habían despedido la noche anterior dejando ya bien atados los extremos que convenía tener sobre ojo para evitar sorpresas desagradables. A la mañana siguiente zarparían de nuevo, esta vez en dirección Sureste hacia la gran isla de Eleuthera, a donde pensaban arribar tras seis horas de navegación pasando junto a las islas Berry y de nuevo ante Nueva Providencia.
El tiempo había cambiado en las últimas horas, y un fresco Nordeste se dejaba sentir a aquella hora de la mañana cuando el capitán Pitt abandonó los recuerdos que le habían tenido entretenido durante la última media hora mientras permaneció acodado sobre el puente del Lukku-Cairi. «Tengo que localizar a Mr. Alonso e informarle de que estoy listo para zarpar en cuanto se me ordene», pensaba el patrón mientras accionaba su terminal móvil y trataba de contactar con sus pasajeros que, a buen seguro ya habrían terminado de desayunar en el hotel, dada la hora que era.
- ¿Mr. Alonso? -preguntó Pitt al sentir que respondían a su llamada.
- Dígame, capitán -respondió Nacho.
- Tengo que informarles de que por mi parte está todo listo para hacernos a la mar en cuanto Uds. lo soliciten - contestó el aludido, mientras a la vez pensaba: «Debo comentar con mis pasajeros la situación tal y como yo la veo en este momento»
Nacho se adelantó a su pensamiento y le contestó:
- Creo que sería oportuno, capitán, tener una reunión esta mañana entre Vd. y nosotros para analizar la situación, y tomar una decisión definitiva en orden a la continuación del crucero por las islas, o al desistimiento del mismo -se adelantó Alonso.
- Precisamente era eso lo que yo quería proponerles - respondió Pitt.
- Véngase a nuestro hotel ahora. Le estaremos esperando.
Treinta minutos después de aquella llamada, el capitán del Lukku-Cairi aparecía en el hall de recepción del hotel donde, en un sofá del mismo, le estaban esperando ambos matrimonios.
- Buenos días, capitán -dijeron todos los reunidos al ver aparecer a Pitt por la puerta de acceso al lugar donde se encontraban.
- Buenos días, señores -respondió el capitán al saludo de sus pasajeros. Jorge, que había permanecido un poco al margen de los contactos entre el patrón del barco y Nacho, fue el primero en tomar la palabra, tras invitar a Pitt a que tomara asiento.
- Nuestras respectivas esposas están al corriente de cuanto sucede a nuestro alrededor en relación con la presencia del presunto asesino, a quien mi mujer Cris vio bajarse del tren en Madrid dejando abandonada una mochila con explosivos. Todos los aquí presentes somos conscientes, además, del enorme peligro que estamos corriendo mientras seguimos siendo vigilados y controlados por ese terrorista. Queremos que Vd. nos dé su opinión sobre la conveniencia o inconveniencia de continuar el viaje de placer en el que estamos inmersos -dijo Jorge.
- Señores -comenzó Pitt, y prosiguió-: Tenemos dos opciones a considerar, a cuál más comprometida. Si decidimos continuar el viaje, necesitamos contar con la colaboración de las autoridades del archipiélago para que nos presten su apoyo con una estrecha vigilancia del sujeto en cuestión. Si, por el contrario, optamos por regresar a Florida, y abandonar el crucero, no tendremos, a mi juicio, ninguna seguridad de que el terrorista que nos persigue no logre entrar en los EEUU y continúe siguiéndonos. Si esto ocurriera, siempre le sería más fácil atacarnos en tierra que en el mar, donde los espacios son más amplios y los aparatos de navegación permiten tener controlada a distancia la nave del asesino. ¿Están Uds. seguros de que, caso necesario, podrían contar con la ayuda de la policía de las islas? -preguntó al fin Pitt.
- Seguro, en este mundo, nunca se puede estar al cien por cien, pero creo que hay indicios de que, caso necesario, la policía de las islas nos prestaría protección. No conviene olvidar tampoco que nuestros amigos de la CIA nos proporcionarán también cobertura en la medida de lo posible -respondió Nacho, y agregó -: Todavía ayer estuve en contacto con el agente Berry de la CIA en Miami, y me ha asegurado que, caso de decidir continuar el viaje, contaríamos con la inestimable ayuda del confidente Jasper residente en Nassau, que nos seguiría a una prudente distancia en una embarcación de recreo vigilando los movimientos del asesino en todo momento. Igualmente, el superintendente Morgan, de la policía del Estado de Bahamas, haría un seguimiento de nuestro barco mientras estuviera en las aguas jurisdiccionales del archipiélago, y no le sería fácil al terrorista acercarse a nosotros. Hay, además un principio que siempre se debe de mantener en la lucha antiterrorista, y no es otro que aquel de jamás dar apariencia de temor ante las amenazas de los terroristas. Si nuestro perseguidor ve que abandonamos el crucero y regresamos a los EEUU se crecerá sin duda, y creerá que nos ha vencido. Esto, a mi entender, no lo podemos consentir bajo ningún concepto - terminó Nacho.
- Estoy totalmente de acuerdo con su postura -dijo el capitán Pitt, y añadió-: ¿Qué opina el resto?
Jorge y las dos mujeres respondieron al unísono.
- Debemos de continuar. Si hemos venido aquí para evadirnos de una pesadilla no podemos permitir que la misma nos atormente. En mi opinión -se adelantó Jorge-, siempre y cuando contemos con la protección, que parece ser que disponemos, debemos proseguir el viaje, por lo menos hasta completar la visita a Eleuthera y la jornada de pesca en la fosa abisal situada entre esa isla y la de Andros -terminó Antuña.
- Nosotras pensamos lo mismo -respondieron al alimón Cris y Anna.
- Está bien. Entonces continuamos viaje, capitán Pitt.
Dispóngalo Vd. todo para zarpar dentro de dos horas en dirección
a Eleuthera, nuestro próximo destino -intervino Nacho, y
agregó -: Ahora mismo me voy a poner de nuevo en contacto
con el superintendente Morgan y con mi amigo Thomas Berry
para coordinar las tareas de vigilancia y de protección sobre
nuestro barco. Hasta ahora, capitán. Nos veremos en le barco
dentro de un rato.
Pitt se marchó y los dos matrimonios quedaron solos. Con la mirada, tanto Cris como Anna habían dado a entender que aprobaban la opción que sus maridos habían tomado unos minutos antes. Deberían continuar el viaje, aunque no prolongarlo en exceso, y confiar en que el asesino cometiera un error que permitiera poder apresarlo o, en el peor de los casos, eliminarlo. No podían permitir que el lenguaje del terror hiciera mella en ellos y les impidiera vivir una vida normal. Claro que habría que tomar precauciones. De estos pensamientos de las dos mujeres vino a sacarlas la llamada en el móvil de Anna que repiqueteaba insistentemente, con su machacona melodía de tono de aviso, dentro de su bolso. Contestó a la llamada.
- ¿Eres tú, Kimi? -preguntó Anna al llamante. -Sí. Soy yo, mamá -respondió el hijo de la señora Alonso, y añadió -: Te recuerdo que ayer de noche, en la nota que te dejé en el hotel, te informaba que te volvería a llamar hoy por la mañana. Pues bien, eso es lo que estoy haciendo, porque no quiero marcharme a la francesa sin despedirme de ti, máxime cuando no sé si podré volver a verte en una larga temporada, ya que tengo que desplazarme a Japón por necesidades de trabajo -terminó Kimi.
- ¿No te voy a ver entonces cuando regrese a Florida?
- preguntó Anna con un cierto malestar.
- Me temo que así va a ser -respondió Kimi.
- ¿Que te han parecido nuestros amigos? -preguntó la
señora Alonso, dando un giro a la conversación.
- Te refieres a Jorge y a Cris, ¿no? -respondió Kimi.
- Claro. ¿A quien iba a ser?
- Me han parecido encantadores los dos -dijo el hijo de
Anna.
- Tengo que decirte una cosa, Kimi, y me duele tener que
comunicártela por teléfono, pero lo cierto es que ya no puedo
aguantar más sin que lo sepas.
- ¿A qué te refieres, mamá? -preguntó Kimi.
- A que has estado comiendo y charlando amigablemente
ayer tarde con tu padre biológico -contestó Anna, con voz un
tanto quebrada por la emoción de lo que estaba comunicando a su
hijo.
- Madre -comenzó Kimi, y prosiguió con nudo en la
garganta-. No sé cómo has podido hacerme esto después de
tantos años deseando conocer a mi progenitor. ¿Por qué me lo
has ocultado hasta hoy?, Y, lo que es más importante, al menos
para mí, ¿por qué no has tenido la valentía de decírmelo cuando
le tenía presente cara a cara?
- Hijo. No creas que para mí ha sido fácil el ocultar la
identidad de tu progenitor, pero eran tantos los miedos que me
embargaban, conociendo como conozco tu temperamento, que
sentía verdadero pánico sólo de pensar en abordar el problema.
Además había otra circunstancia que me impedía mostrarte a tu
verdadero padre, y no era otra que la ignorancia que él mismo
tenía de su paternidad con respecto a ti.
- ¿Me estás diciendo que Jorge ignoraba que era mi pa dre? -preguntó incrédulo Kimi.
- Sólo te cuento la verdad, porque en este momento de sinceridad los embustes no conducen a nada. Kimi, tu padre no supo que lo era hasta hace unos pocos días, y, es más, no lo supo directamente de mi boca; lo tuvo que escuchar de labios de su mujer a la que yo previamente había puesto en antecedentes - respondió Anna a su hijo.
- Me parece que estoy hablando con otra persona que no
es mi madre, porque sigue sin caberme en la cabeza un comportamiento como el que has tenido conmigo al respecto -razonó
Kimi incrédulo.
- ¿Te has parado a pensar qué hubiera sido de mí si tu progenitor no resultara de tu agrado? ¿En que situación me hallaría yo en estos momentos? Por una parte estaría ante un hijo que me adora, y, por otra, en presencia de un descendiente que odia a la persona con la cual yo pude en un momento compartir mi vida y darle lo más hermoso que una madre puede dar: un hijo. ¿Sabes lo que significa eso para una madre? No creo que puedas tan siquiera hacerte una remota idea. Si Jorge no hubiera resultado de tu agrado, en estos momentos yo estaría enfrentada a mi hijo, que es sin duda lo que más quiero en este mundo. -No pases cuidado por ello. Mi padre biológico es un ser que me cae muy bien, y lo único que lamento en estos momentos es no haberle conocido antes. Si no sabía nada, no le puedo culpar de no haberse entregado a mí como cualquier padre. En cualquier caso, y a pesar de los años transcurridos, aún estoy a tiempo, creo, de poder conectar con mi padre, si su esposa no se opone a ello.
- Eso es algo que no te puedo garantizar, Kimi - respondió Anna.
- Ni yo te pido que lo hagas. Necesito ser yo quien me gane el afecto de Cris para poder disfrutar del cariño de mi padre sin tapujos. ¿Cómo has podido prescindir de Jorge en tu vida? - terminó Kimi preguntando.
- No he sido yo la que he prescindido de Jorge, fue él
quien me dejó tirada como quien dice -contestó Anna, y añadió en voz ligeramente más baja-. Creo que aún le quiero.
- Me cuesta trabajo admitir de Antuña una conducta así -razonó el hijo de Anna.
«Yo tampoco lo hubiera esperado nunca de Jorge», pensó entonces la señora Alonso antes de contestar a la pregunta de su hijo. «¿Cómo iba a hacer ver a su Kimi que las conductas de los hombres casados pueden resultar inexplicables para la lógica?» Armándose de valor, afrontó el reto que suponía decirle ahora a su hijo que lo había concebido de un padre que a la sazón estaba casado.
- Es muy posible que lo hayas sospechado, pero, caso de que no haya sido así, he de comunicarte que fuiste engendrado como fruto de una pasión prohibida por la conciencia social; por el amor entre un hombre casado y una mujer sin compromiso - le espetó Anna a su Kimi.
- Soy un joven moderno y puedo comprender muchas cosas que otros de mi edad a veces son incapaces de admitir. No tengo nada que perdonarte por tu conducta. Sin duda hiciste lo que creíste conveniente sin importarte nada. Calculaste mal tus bazas, y perdiste sin duda lo que para ti era la felicidad. No te puedo culpar por ello, te repito, y he de decirte que probablemente si yo fuera mujer y estuviera en las mismas circunstancias, seguramente hubiera hecho lo mismo que tu hiciste.
- No sabes cómo me alegra oírte decir eso, Kimi. -Es la verdad, mamá. Te estoy hablando con el corazón y lo único que lamento en este momento es no estar a tu lado para enjuagarte esas lágrimas que creo están perlando tus mejillas en estos momentos por efecto de la emoción contenida - respondió Kimi, y añadió-. Te quiero, mamá, y siempre te querré.
- Hijo. Volveré a llamarte esta noche y seguiremos hablando. Me ha hecho mucho bien oírte decir las cosas que me has dicho.
- También a mí me ha serenado saber de una vez por todas quién ha sido mi progenitor, a quien a veces denostaba por no haber dado la cara conmigo. ¿Cómo la iba a dar si desconocía que lo era? -terminó preguntando en voz alta Kimi.
- Te tengo que dejar, cariño. Esta noche te volverá a llamar y seguiremos hablando. ¿De acuerdo?
- De acuerdo, mamá. Hasta la noche, entonces -dijo el joven, y colgó.
Anna sentía que un gran peso se le había quitado de encima cuando cerró su celular y pidió excusas a su marido y amigos por haber estado tanto tiempo hablando por teléfono. El tiempo había transcurrido entre una cosa y otra, y la hora de abandonar el hotel y dirigirse al Lukku-Cairi había llegado. Casi se podría decir que se había hecho tarde de acuerdo con los planes previstos.
Nacho y Jorge, si bien se habían mantenido distantes, mientras duró la conversación de Anna con su hijo, no por eso dejaron de advertir que aquella madre le había contado a Kimi algo muy trascendente. Sus ojos permanecían humedecidos por las lágrimas que a no dudar habían discurrido por aquel óvalo de porcelana, todavía perfectamente conservado a pesar de los años. Una frase de su hijo, sin embargo, le martilleaba aún en su cabeza haciéndola pensar: «Aún estoy a tiempo de recuperar a mi padre, si su esposa no se opone», había dicho Kimi hacía breves minutos. «En realidad, ¿qué sabía Anna del carácter y de las posibles reacciones de Cris?» Ambas cosas eran una auténtica incógnita para la esposa de Nacho Alonso. Algo había oído a su marido en relación con el momento en que aquel había conocido a la señora Antuña, pero lo cierto era que lo desconocía casi todo.
Muchos años atrás, a mediados de la década de los sesenta, Cris vivía en la misma capital de provincia en la que Jorge y Nacho habían cursado sus estudios universitarios. En la cultura provinciana de la ciudad, en la que ambos habitaban, las normas sociales de un cierto convencionalismo decimonónico imperaban en las relaciones de los chicos con las chicas. La “apertura” de las costumbres, que había comenzado a llegar a las grandes ciudades, tardaba en asentarse en aquella mediana capital de provincia. Las clases en la universidad por aquel entonces se prolongaban durante toda la semana, incluido el sábado por la mañana, y los jóvenes sólo disponían de la tarde de la víspera del domingo y del conocido como Día del Señor para descansar de sus estudios y quehaceres de los seis días de trabajo. Las diversiones que se ofrecían a los universitarios pasaban por el paseo por las aceras de las principales arterias de la ciudad, la asistencia al cine o a algún otro espectáculo, y la concurrencia a lugares como el club del sindicato universitario obligatorio, que respondía a las siglas de SEU. Fuera de estas actividades sólo quedaba la marginalidad de aquellos otros jóvenes de estrato social más bajo, que mataban su ocio con juegos de naipes, con las consiguientes borracheras adquiridas dentro de los bares, o con partidos de fútbol jugados en terrenos yermos de los alrededores de la ciudad, donde aún no había comenzado la voraz especulación inmobiliaria que se iba a producir pocos años después. ¿Y las chicas? ¿Tenían las mismas ocasiones de diversión que los chicos? Para las mujeres, el campo de actividades lúdicas del fin de semana aún se mostraba más angosto que el de los chicos. Salvo el paseo por la principal avenida de la ciudad, en pareja o en trío con amigas a la “caza” de novio, la asistencia a las sesiones de estreno de los principales cines, y la concurrencia si eran universitarias a los locales del club social del sindicato universitario, no les quedaban mas alternativas, a las conocidas como “chicas decentes”. Claro que, como en cualquier sociedad desde que el mundo es tal, existían las “no decentes” pero en estas no encajaba el estereotipo de Cris.
Cristina Arroyo era hija de una familia de industriales, que se habían ganado una posición en aquella sociedad gracias al enorme esfuerzo desarrollado para, con mucho trabajo, haber llegado a codearse con personas que por entonces se consideraban de clase superior a la suya. Como consecuencia de la Guerra civil y de la Segunda Guerra Mundial, las barreras insalvables existentes entre las distintas categorías sociales comenzaban a ser
derribadas. Los industriales y comerciantes habían conseguido entrar, como consecuencia del poder económico alcanzado gracias a su denodado trabajo o a tareas especulativas, en el hasta entonces restringido club de los profesionales liberales de la por entonces clase media. Cris era la tercera de tres hermanos: dos chicos y una chica. Como la niña mimada que había sido, fue educada en un colegio de monjas donde adquirió una formación y una serie de atávicos prejuicios que la iban a acompañar a lo largo de su vida.
Cuando la ahora señora Antuña comenzó a salir con Jorge, que a la sazón cursaba el último curso de su licenciatura, y al que había conocido en uno de los interminables paseos por las aceras de la principal arteria de la ciudad, tenía sólo diecisiete años recién cumplidos. Sus padres, como era habitual en aquella sociedad, habían hecho todas las averiguaciones pertinentes para informarse de las cualidades de su novio. Al parecer, resultó ser de buena familia, y en principio no se le encontraba ninguna tacha para prohibirle a la chica iniciar unas relaciones con el muchacho. Ni que decir tiene que la madre de Cris llamó a capítulo a su hija, y la “informó” de los “peligros” de una relación con un joven mientras la misma no estuviera consolidada. Claro está que lo relativo a unas posibles relaciones sexuales de la pareja no entraban en los esquemas de la madre de Cristina, que concebía, como la mayoría de las madres de entonces, el matrimonio como un sacramento al cual la mujer debe de concurrir virgen para entregarse después a su marido, procrear y ganar hijos para el Cielo, observando siempre una absoluta fidelidad al padre de sus hijos. Pero Cris era rebelde por naturaleza, y a acrecentar esa rebeldía contribuyó su relación con Jorge, que habiendo vivido en el extranjero logró adquirir otras luces negadas en principio a los que se resignaban a permanecer inmóviles en la Piel de Toro. La señora Antuña no había hecho ninguna carrera universitaria. La ausencia de sus dos hermanos varones, que pronto abandonaron el domicilio familiar para irse a trabajar a Madrid y a una capital del sur de España, contribuyó a que la “niña” se quedara el frente del negocio familiar, en un momento en el que su padre, aquejado de una grave enfermedad que le llevaría a la tumba en dos años, tuvo que apartarse de la dirección del mismo.
Las ansias de independencia de Cristina la llevaron a aceptar el matrimonio con Jorge cuando éste, después de haber conseguido un trabajo estable, le pidió que se casara con ella. «¡Son tan jóvenes!», decían ambas familias cuando los chicos les plantearon la papeleta de su intención de casarse. En efecto, eran jóvenes, pero se querían y el tiempo llegaría a demostrar que ninguno de los dos estaba dispuesto a prescindir del otro. Podían existir infidelidades - y alguna hubo por parte de Jorge -, pero la compenetración y el amor que ambos sentían el uno por el otro podían con todas las chinas que se encontraban en su camino. Ambos eran capaces de perdonar. Jorge incluso podía olvidar las ofensas, pero Cris jamás lo haría, y trataría siempre de vengarlas. La rebeldía innata en la señora Antuña le impediría seguir aquellos dictados, y por eso procuraría que los culpables recibieran el castigo adecuado. Consecuencias de la educación recibida, según la cual había que poner la otra mejilla ante los agravios. El “Nacional-Catolicismo” de la España de los sesenta había conseguido en Cristina el efecto opuesto a sus predicados.
Anna, con su intuición femenina, estaba segura de que Cris trataría de devolver la “ofensa” de haber sido engañada, y lo haría en la cabeza de la persona que más podía sufrir como consecuencia de ello: en la de Kimi. Procuraría aparentar una cierta normalidad en sus relaciones con Anna, con su marido, y sobre todo con Kimi, pero haría todo lo posible para que Jorge y su hijo echaran a pique la reciente empatía que había notado entre ambos. «Yo tendré que cuidarme de Cris», pensaba la señora Alonso mientras accedía con estos pensamientos a la cubierta del Lukku-Cairi después de haber subido por la escalerilla colgada de la amura de estribor.
Todos habían llegado al barco un poco antes de lo pensado. La rapidez observada por los empleados del hotel a la hora de hacer la facturación de sus muy bien. Era hora de partir, de soltar las amarras y de comenzar a realizar la maniobra de desatraque del barco. El capitán Pitt era un experto estancias había contribuido a aquel adelanto que a todos venía navegante y en pocos minutos había conseguido separar el Lukku-Cairi del muelle de Levante, donde había permanecido atracado durante treinta y seis horas. El permiso para abandonar el puerto ya lo había obtenido previamente de las autoridades portuarias y no restaba más que hacerse a la mar poniendo rumbo Sur-sureste en dirección a la isla de Eleuthera, en la que procurarían olvidar a su perseguidor.
Entre tanto… Jasper había llegado en le avión de la compañía de bandera de las islas a primera hora de la mañana procedente de Nassau, y previo acuerdo con Morgan, siguiendo órdenes de Thomas Berry, había alquilado una pequeña embarcación de recreo de unos trece metros de eslora con motor de mediano caballaje, en la que pensaba seguir a una prudencial distancia la estela del LukkuCairi. Las instrucciones recibidas de sus superiores le impedían acercarse al barco en el que viajaban las personas a las que había que vigilar. Igualmente, tenía prohibido aproximarse a cualquier otra embarcación que siguiera un rumbo parecido al del barco del capitán Pitt. Parecía obvio, por lo tanto, que lo conveniente era mantener vigilado a Milienko si, como se pensaba y las imágenes del radar lo demostraban, pretendía seguir al Lukku-Cairi. Por eso, aunque Jasper había salido con un cierto retraso con respecto al barco de Stocker del puerto de Freeport, aún lo había hecho a tiempo para no perder la estela de la embarcación patroneada por Pitt, aunque el seguimiento se hiciera a través del radar.
En el barco de Pitt…
El Lukku- Cairi navegaba ya desde hacía más de una hora por las entre tanto tranquilas aguas que separaban la isla de Gran Bahama de la de Eleuthera, punto de destino de aquella singladura. Un puntito en la pantalla de radar informaba al capitán Pitt que una embarcación más pequeña que la suya les seguía a unas quince millas con una velocidad constante. Media hora después, el curtido Steven comprobaba también cómo otro puntito luminoso en el radar seguía también, acercándose cada vez más, al primero que había visto en el monitor. El capitán Pitt dedujo que era procedente establecer una comunicación con tierra a través del teléfono móvil para obtener confirmación a sus sospechas. No era prudente usar la radio, si, como creía, los barcos que tenía detrás estaban involucrados de alguna manera en el seguimiento del Lukku-Cairi. En efecto, Milienko, a quien tenía a su popa siguiéndole con rumbo y velocidad constante a unas quince millas, se mantenía en silencio de radio, y a la vez a la escucha de cualquier novedad que pudiera producirse por aquel medio, desde el barco de sus perseguidos o desde tierra. Incluso tendría que preocuparse también de otro puntito luminiscente en la pantalla del radar, que parecía seguirle a él.
El celular del capitán Pitt logró al cuarto intento establecer comunicación con el teléfono de Morgan que no se esperaba aquella llamada.
- ¿Superintendente? -preguntó Pitt al escuchar la voz al otro lado de la línea.
- Morgan al habla -respondió el interpelado, y añadió -. ¿Es Vd. Pitt?
- Sí, señor. En efecto, le hablo desde el Lukku-Cairi navegando rumbo Sur-sureste en dirección a Eleuthera.
- ¿Hay alguna novedad? -preguntó Morgan.
- Me gustaría saber… -comenzó Pitt, y continuó-: ¿Conoce Vd. si en estos momentos existe alguna embarcación siguiendo la estela de mi barco a unas veinte millas a popa? - terminó preguntando el capitán del Lukku-Cairi.
- Según las informaciones de las que dispongo en estos momentos, el terrorista Milienko, o como se llame, le sigue en su barco, el Bonefish, aunque, a decir verdad, desconozco quien lo está patroneando en estos momentos. Se ha comprobado también que Jasper se ha incorporado al seguimiento y navega unas cinco millas por detrás del barco de Vllasi.
- Gracias, señor. Era lo que quería confirmar. Una pregunta más, si me permite.
- Por supuesto, Pitt. Vd. dirá.
- En caso de que se presenten complicaciones, ¿podría contar con apoyos de otra índole? -preguntó Steven.
- Una simple llamada al 911 añadiendo el código 23 en cuanto respondan a la misma será suficiente para que la “caballería” se ponga en marcha y un dispositivo aéreo entre en acción a través de los helicópteros de la policía y de la Rescue Patrol de salvamento marítimo.
- Me quedo mucho más tranquilo al oírle -afirmó Pitt.
- Una cosa, capitán -dijo Morgan, y añadió-: ¿Sus pasajeros están informados de la situación por la que están pasando?
- Se hallan al corriente de todo -respondió Steven, y añadió-: Ellos han sido los que después de evaluar la situación han acordado por unanimidad continuar con la singladura.
- Entonces, no tengo más que desearle suerte. Manténgame informado en cualquier caso de posibles situaciones extrañas. Sepa, además, que la CIA, a título personal de uno de sus colaboradores amigo del señor Alonso, mantiene también su peculiar servicio de vigilancia - afirmó Morgan.
- De acuerdo -contestó Pitt, y añadió-. Si hay novedades Vd. será el primero en conocerlas - y colgó.
Mientras los Alonso y los Antuña permanecían en la toldilla del Lukku-Cairi relajados en sus respectivas tumbonas charlando amigablemente sobre una multitud de temas comunes de conversación, el barco seguía surcando las aguas del Atlántico rumbo a la isla de Eleuthera. Fue el nombre de la isla lo que provocó que la charla mantenida por las dos parejas se animara un poco y surgiera una pequeña desavenencia entre Nacho y Jorge sobre le origen del nombre del punto de destino de aquella singladura.
- En algún sitio he leído -afirmaba Jorge-, que fueron unos aventureros procedentes de Inglaterra los que dieron no mbre a la isla cuando, después de haber naufragado en su travesía hacia Abaco, llegaron a las playas de lo que consideraron como su liberación, y por eso le dieron el nombre de “libertad” que en realidad es lo que significa Eleuthera en griego.
- En cuestiones de etimologías no voy a discutir con un Doctor en Filología Clásica, y admito que el nombre pueda derivar del griego. Sin embargo, permíteme discrepar de la procedencia de los colonizadores de la isla. Según mis averiguaciones, éstos eran unos aventureros que partieron de Virginia en pleno conflicto con Inglaterra durante la Guerra de Independencia de los EEUU fundando esa colonia como la primera república independiente de América. Por eso le darían el nombre de “Libertad” - respondió Nacho.
- Es curioso el nombre de Eleuthera -intervino Anna en la conversación.
- Bueno -atajó Jorge, y continuó -: Sin ánimo de ser pedante os diré que durante todo el siglo XVIII hubo una importante reviviscencia en Europa de todo lo relativo a las culturas griega y latina.
- ¿Por qué no nos dedicamos a otras cosas de menor enjundia como puede ser la contemplación de aquel grupo de delfines que se divisan a lo lejos y que vengo observando nos siguen desde hace un ratito?-intervino Cris.
- Es verdad -respondió Nacho, y añadió -. Parece como si practicaran algún ritual con sus movimientos.
No era, en efecto, la primea vez desde que habían comenzado el viaje que varios delfines acompañaban durante un buen trecho la estela del barco tratando de llamar la atención de los embarcados con sus movimientos y piruetas, a veces espectaculares. En realidad, en aquellos mares esta especie de mamíferos es bastante abundante, y no es nada infrecuente que los pasajeros de cualquier barco se encuentren con ellos en cualquier momento de la navegación. Por eso, durante cerca de media hora los dos matrimonios se dedicaron a la contemplación de aquellos alegres peces a los que estuvieron grabando en sus piruetas con sus cámaras de video digitales.
Cuando llevaban aproximadamente unas dos horas de navegación, el tiempo pareció cambiar de golpe. Las nubes, que hasta ese momento estaban ausentes del cielo, comenzaron de pronto a aparecer por el Este acercándose al rumbo del LukkuCairi a una velocidad inusitada. El horizonte se cubrió de pronto, y el sol, que hasta ese momento lucía con todo su esplendor, dejó de calentar los cuerpos de cuantos se hallaban en la toldilla en traje de baño, obligándoles a ponerse alguna ropa para protegerles del acusado descenso térmico que había comenzado. Pitt, no creía en cambio que se estuviera aproximando una tormenta, y su opinión era muy de tener en cuenta ya que su reputación de experimentado marino no podía ponerse en tela de juicio. Simplemente se trataba «del típico cambio momentáneo de tiempo primaveral propio de aquellas latitudes» en opinión del avezado marino. La razón se la vino a dar la meteorología una hora después, cuando, ya a menos de dos horas del puerto de destino en el sur de la isla de Eleuthera, el horizonte se volvió a despejar de nuevo y el astro rey reapareció calentando con sus rayos los cuerpos de los viajeros que habían quedado momentáneamente ateridos por el brusco descenso de la temperatura que habían padecido.
Entre tanto… En Washington.
Thomas Berry no era de esas personas que se conforman fácilmente con una negativa. Cuando unos días antes había sido llamado a capítulo por sus superiores, para informarle de que sus insistentes peticiones de ayuda para sus amigos españoles, habían sido rechazadas por los altos responsables de Langley, él no se había venido abajo como hubiera sido normal en otro tipo de personas. La propia Agencia le había enseñado a sobrellevar este tipo de contratiempos, y a perseverar en sus convicciones cuando estas fueran tan importantes como las que en aquel momento él tenía en relación con los peligros reales a los que estaban sometidos sus amigos, si no se les prestaba la ayuda que solicitaba. Con o sin la autorización expresa de sus superiores, pondría toda su carne en el asador para no dejar “tirados” a sus amigos que además, en otros tiempos, habían colaborado con la Agencia y ésta no podía ser ingrata, aunque de hecho lo era. Acababa de salir del Capitolio, donde se había entrevistado con un viejo conocido de los tiempos gloriosos en los que el servicio funcionaba de una manera distinta, sin el sometimiento tan profundo que ahora se dejaba sentir a favor del Congreso de los EEUU. En estos momentos bastaba un ligero malestar en las filas de la mayoría dominante en la Cámara para que se dieran instrucciones muy precisas desde las altas instancias del Ejecutivo para que las acciones emprendidas fueran paradas de inmediato. No importaba en absoluto que el destinatario de las mismas fuera o no un estado amigo. Por encima de todo prevalecía el interés del partido gobernante, que apoyándose en los conocidos pretextos de la seguridad nacional trataría siempre de llevar el agua a su molino, haciendo coincidir sus intereses con los de la “nación”. Thomas bajaba las escaleras del capitolio repitiendo en su cerebro las frases que acababa de escuchar de boca de alguien en quien había creído hasta hacía muy poco tiempo. «¿Cómo es posible que las decisiones políticas coyunturales puedan influir de tal forma en la toma de decisiones?», se preguntaba Berry en aquellos momentos mientras descendía con paso cansino la escalinata del majestuoso edificio. «¿Cómo los viejos conocidos pueden darte la espalda cuando más los necesitas?», era otra de las interrogantes que bullían en el cerebro del agente de los servicios de inteligencia americanos completamente descorazonado del escaso éxito de las gestiones que acababa de realizar dentro del edificio del Congreso de los EEUU.
Berry llegó a la avenida de Pennsylvania, y caminó por sus aceras con paso lento mientras en su cabeza iba repasando uno por uno los argumentos que terminaba de escuchar de labios de Jeff Latimer, su ex jefe en los servicios secretos y ahora uno de los grandes mandamases de la Agencia con un despacho imponente en el edificio del Congreso. Si se paraba a pensarlo con detenimiento no podía dar crédito a lo que le había dicho su antiguo superior. «¿Era lícito sacrificar a un viejo agente que había colaborado en múltiples misiones con importantes éxitos por una coyuntura política concreta?», se volvía a interrogar a sí mismo Thomas. «Si en España no se hubiera producido un vuelco electoral como consecuencia del 11- M, ¿la actitud de los políticos americanos hacia un antiguo colaborador con la CIA que ahora se hallaba en peligro sería la misma?» La respuesta a esta pregunta era negativa para Berry.
- Thomas -le había dicho Jeff nada más verle entrar en su despacho-. Ya sé a lo que vienes y tengo que decirte de antemano que lo he intentado todo, pero no puedo autorizar una operación especial para proteger a nuestro antiguo colaborador y a sus amigos españoles. Varios senadores y congresistas, ante la demanda formulada por mí a instancias tuyas, me han respondido con una sonora negativa. «Los intereses geoestratégicos de los EEUU no pueden ponerse en peligro en estos momentos autorizando una operación de cobertura para tus antiguos subordinados” fue la frase empleada para despacharme y quitarme de en medio.
- ¿Y tú, qué respondiste? -había sido la pregunta de Thomas.
- ¿Te gustaría que yo te hubiera dejado morir en el Delta
del Mekong, sólo porque no era políticamente correcto que mi unidad se implicara en aquella operación? -Fue mi respuesta, y añadí-: ¿Qué habrías pensado de mí?
- No me presiones, Berry. En estos momentos tengo las manos totalmente atadas. Nuestro Gobierno quiere mantener una actitud expectante ante el presumible giro en las relaciones bilaterales, como consecuencia de las intenciones manifestadas por los miembros del nuevo ejecutivo español que tomará posesión en breve plazo. La petición de ayuda del Gobierno de España en
funciones para detener al terrorista, ha sido denegada.
- ¿Y qué argumentos esgrimen para defender esa postura? - había preguntado de nuevo Thomas.
- Simplemente que no existen a juicio de nuestro gobierno pruebas concluyentes que incriminen al sujeto en cuestión. -Y tú, ¿te lo crees?
- Lo que yo crea o deje de creer es algo que importa muy poco en estos momentos.
- Sí que importa. Me importa a mí, y mucho -había apostillado Berry.
- Está bien. Yo creo que se trata del típico humo para eludir la situación. A mi juicio las pruebas aportadas por el ejecutivo español a través de su embajador son bastante concluyentes, pero… «Siempre se puede sembrar una duda razonable» - concluyó Jeff.
Aquella conversación, que de forma insistente Thomas repetía mentalmente una vez tras otra sin poder dar crédito a las palabras de su antiguo jefe, acompañó a Berry a lo largo de su interminable paseo por la avenida de Pennsylvania. La primavera se había hecho su irrupción aquel año con una fuerza extraordinaria y los árboles de aquel inmenso boulevard lucían su follaje y sus flores con todo su esplendor. Se notaba en el ambiente ese aire especial que proporciona la estación florida del año. Olía a primavera, y ese olor característico de la misma lo impregnaba todo. Después de media hora de caminar por aquella avenida Thomas se decidió a tomar un taxi para que le llevara hasta el aeropuerto. El avión para Miami tenía su salida en dos horas, y tal y como estaba el tráfico aquel viernes por la tarde la prudencia aconsejaba realizar el desplazamiento con tiempo para evitar quedar atrapado en un atasco. El vuelo salía de Dulles, y aunque el aeropuerto no estaba muy distante del centro de Washington convenía por ser fin de semana no demorarse en acercarse hasta la terminal para evitar problemas de última hora.
El taxi en el que se subió Berry iba conducido por un puertorriqueño. Éste tenía unas enormes ganas de trabar conversación con el pasajero, pero Thomas no deseaba articular palabra. Como pudo, eludió cortésmente los deseos de conversación del taxista y se centró en repasar mentalmente lo que había estado elucubrando desde que había abandonado el despacho de su ant iguo jefe de la CIA en el edificio del Capitolio. «No puedo defraudar a Nacho» se repetía a sí mismo una y otra vez mientras acababa de perfilar el plan que había diseñado para ayudar a su amigo español a pesar de la prohibición expresa de sus jefes. A Alonso no podía dejarle en la estacada en estos momentos, sobre todo cuando un peligroso terrorista le pisaba los talones tratando de eliminar a sus amigos españoles, y ¿quien sabe? A lo mejor al pobre Nacho también. Le llamaría por teléfono desde la terminal de Dulles y le pondría al corriente del plan que estaba pergeñando.
Thomas había llegado con suficiente antelación a la terminal de pasajeros del aeropuerto. Su maletín de mano, como único equipaje, le había facilitado las tareas de embarque y de control que parecían bastante rigurosas para un vuelo doméstico como el que iba a emprender rumbo a Miami. Berry se sentó en una de las sillas de la sala de espera delante de la puerta prevista y sacó del bolsillo de su americana el celular. Marcó el 1+242 como prefijo de Bahamas, y a continuación los nueve dígitos del número de móvil de su amigo Nacho. La llamada tardó unos cuantos tonos en ser atendida. No en vano Alonso se hallaba en la cubierta del Lukku-Cairi en aquel momento gozando del espectáculo que los delfines que seguían al barco proporcionaban a cuantos les observaban.
- ¿Nacho, eres tú? -preguntó Thomas al notar que su llamada era atendida.
- Dime Berry. ¿Cómo han ido las gestiones en la capital? - preguntó Alonso a su amigo.
- Si quieres que sea sincero, te tengo que decir: “Mal” - respondió Thomas a la pregunta.
- ¿No puedo entonces contar contigo? -inquirió Nacho preocupado.
- ¿Cuándo te he fallado yo? -preguntó a su vez Berry.
- Las mismas veces que yo.
- Entonces no sé qué te preocupa.
- No es preocupación. Es curiosidad por saber lo que has urdido para la ocasión.
- Un detalle. ¿Están al corriente tus amigos de cuanto acontece a su alrededor en relación con el caso? -preguntó de nuevo Berry.
- Hasta hace unos días no lo estaban, pero en estos momentos se hallan totalmente al corriente de cuanto acontece. Es más, ellos han sido los que unánimemente han acordado, tras analizar los pros y los contras, la continuación del viaje.
- Entonces te pondré al corriente de cómo tengo montada mi operación para protegeros de ese asesino -dijo Thomas.
- Adelante. Estoy ansioso por saberlo -replicó Nacho.
- Lo primero que debes conocer -comenzó Thomas, y prosiguió-, es que no vais a poder contar en ningún momento con protección de la marina de los EEUU. Por otras parte, ninguna da las bases americanas existentes en Bahamas os van a proporcionar la más mínima ayuda, y si por casualidad os vierais en la necesidad de buscar cobijo en alguna de las mismas creando un incidente internacional nuestro gobierno negaría cualquier tipo de implicación en el asunto. En resumidas cuentas: estáis solos, lo que se dice completamente solos.
- ¿Dónde intervienes tú, entonces? -inquirió Nacho a su amigo.
- A partir de este momento, y gracias a mis contactos con antiguos amigos que comprenden mi situación y la vuestra, y que no están cegados por los intereses políticos del momento, te iré facilitando todo tipo de información sobre la posición en la que se halle en todo momento el barco de Milienko. Tengo que deciros, además, que Jasper sigue a vuestro perseguidor sin contacto visual en una motonave que, auque sea detectada por el radar de Milienko, éste puede pensar que se trata de otro barco que está siguiendo la misma derrota. Vosotros, además, la veréis reflejada en vuestro radar y sabréis que en todo momento vuestro perseguidor está siendo controlado. Por otra parte, sería muy conveniente que tuvierais siempre a mano las armas de a bordo para poder utilizarlas en un momento de emergencia. Igualmente, es mi consejo, que cuando vayáis a tierra procuréis hacer todos los desplazamientos que tengáis previstos por carretera. A él le será imposible desembarcar y seguiros por tierra sin ser detectado por la policía de Bahamas. Es más, nunca creía que estos súbditos de Su Majestad del archipiélago fueran tan eficientes. Os cuento. Me he puesto al habla con el superintendente Morgan, y dada mi antigua amistad con él es receptivo a facilitaros cualquier tipo de ayuda que preciséis en todo momento. De hecho, parece que vuestra causa le ha conmovido y no desea que os pueda pasar nada ni en sus islas ni en las aguas jurisdiccionales de las mismas. Os proporcionará toda la intendencia y toda la ayuda que preciséis para que vuestro viaje termine felizmente sin ningún tipo de contratiempo. En cualquier caso, si las cosas se pusieran muy difíciles, siempre se podría contar con mi amigo el coronel Jackson que es el jefe de operaciones de la base de investigaciones de Autec que EEUU posee en la isla de Andros. Es un marine que estuvo conmigo y con Jeff en Vietnam, que me debe favores, y a quien yo aprecio mucho por haberme rescatado en la selva de las garras del Vietcong cuando ya no daba ni un centavo por mi vida.
- ¿Eso es todo? -preguntó Nacho tras escuchar atentamente a su interlocutor.
- Por el momento, sí -respondió Thomas, y añadió-: Volveré a llamaros cuando tenga algo importante que comunicaros. Aunque esta comunicación es bastante segura para nosotros no estamos libres de que la célula que controla a esos asesinos no tengan medios para hacer barridos de ondas y escucharnos. Es mejor que callemos por el momento. Repito que me volveré a poner en contacto con vosotros si lo considero imprescindible - terminó Berry, y colgó.
Quince millas más al Noroeste…
Vllasi escruta con sus prismáticos el mar que tiene por delante. Es perfectamente consciente de que unas millas ante él se hallan las personas a las que está decidido a eliminar a cualquier precio con tal de no ser descubierto. Pero Milienko es astuto. Acostumbrado a vivir desde su infancia coqueteando con el peligro sabe que un descuido por su parte puede ser fatal en cualquier momento. La Marina de Bahamas tratará de tenerle controlado y en cuanto se decida a poner el pie en alguna de sus islas correrá el riesgo de ser apresado por entrada ilegal en le país con pasaporte falso. Desconoce por el momento si se he dictado contra él, o no, una orden de búsqueda y captura internacional por razones de terrorismo, e ignora asimismo si de haberse dictado el gobierno de las islas va a proceder en su contra dado lo endeble de las pruebas que existen en su contra. También desconoce cual va a ser la postura que va a tomar el Gobierno Americano en el caso de que se pretenda detenerlo a causa de las escasas pruebas que al parecer existen en su contra… «¿Querrán los americanos someterse a los dictados de la Unión Europea dando como buenas las acusaciones formuladas contra él?», pensaba Vllasi mientras seguía oteando el horizonte.
Una llamada en su móvil, que había dejado depositado en el puente junto a la bitácora, le vino a sacar de sus pensamientos. Procedía de otro móvil y éste correspondía al número de Mahboub, que seguía en Nassau tratando de recopilar datos para poder mantener informado a Milienko sobre las acciones de sus perseguidores, de la policía de las islas y de la marina USA que sin duda se mantendría en una actitud expectante esperando órdenes para actuar en consecuencia.
- ¿Milienko? -preguntó la voz de Mahboub al otro lado del teléfono.
- Sí. Aquí estoy -respondió el interpelado, y añadió-: ¿Hay alguna novedad importante?
- Creo que sí -respondió la voz que le hablaba agregando-: Has de saber que se ha dictado una orden de búsqueda y captura internacional contra ti por parte de las autoridades españolas, que argumentan la existencia de testigos en los trenes que te han visto abandonar el vagón en la estación de Alcalá de Henares. Sin embargo, para satisfacción de todos nosotros, tengo que comunicarte que el Gobierno Americano ha decidido que las pruebas aportadas por los españoles son muy endebles, y en consecuencia no van a actuar en contra tuya por lo que consideran un delito de terrorismo “no suficientemente” probado. Sin embargo tienes que tener en cuenta que las autoridades policiales de la isla poseen un cargo que ellos consideran suficiente para detenerte y encausarte, y no es otro que el de entrada ilegal en el país utilizando pasaporte falso. En esto si no que no tienes escapatoria y te reitero una vez más la conveniencia - yo diría mejor la necesidad
- de evitar poner pie en territorio de las islas, y mantenerte siempre en aguas internacionales donde los policías no consideran que existan acusaciones para poder proceder en tu contra.
- ¿O sea que los americanos han decidido mantenerse al margen? -preguntó Milienko.
- Parece ser que así es -le respondió Mahboub.
Un tremendo estrépito de cristales rotos y maderas hechas astillas escuchó de pronto Vllasi por el teléfono mientras seguía en conversación con su jefe de célula en Bahamas. En efecto, los hombres de Morgan con la ayuda de la tecnología proporcionada por los americanos habían conseguido realizar un seguimiento de la llamada de Mahboub, que aunque se realizaba a través de un terminal móvil con tarjeta prepago podía ser detectada con los equipos adecuados. Ésta era la tercera llamada que el jefe operativo de Al Qaeda en Bahamas realizaba desde el mismo lugar y los policías especializados habían tenido el tiempo suficiente para poder controlar el lugar desde el cual se realizaban aquellas. La casa, situada junto a la esquina de las calles George y Marlborough, muy famosa por ser un edificio del siglo XVIII, donde se halla la atracción conocida como Pirates of Nassau que recrea el fascinante y entretenido mundo de los piratas, albergaba también en una de sus plantas la vivienda provisional de Mahboub. La policía - unos diez agentes entrenados en la cercana Florida - había rodeado la casa tomando todo tipo de precauciones ante la evidencia de la peligrosidad del sujeto al que se pretendía detener. Apostados en los rellanos de la escalera que conduce a la vivienda del terrorista, y vigilando todas las ventanas al igual que la salida trasera del inmueble, que comunica con la atracción que reproduce el puerto de Nassau en el siglo XVII, los agentes sólo esperaban la orden directa del superintendente Morgan que, como acababa de escuchar Milienko desde alta mar a través del teléfono, terminaba de producirse. A la orden de ¡adelante! los hombres apostados en pos de Mahboub irrumpieron dentro de la casa después de haber destrozado la puerta de la misma con una patada. El cabecilla de Al Qaeda no se esperaba aquella intromisión de los agentes, y tardó unas décimas de segundo en reaccionar. Cuando por fin lo consigue un policía está tratando de forcejear con él para reducirle. Mahboub es un hombre fuerte y perfectamente entrenado. Logra desembarazarse con una llave de Karate de su asaltante, y localiza con inusual rapidez una cápsula de cianuro que lleva en uno de los bolsillos de su sahariana introduciéndola en la boca, consiguiendo morderla sin que el resto de los hombres del comando policial pueda hacer nada para impedirlo. La comunicación telefónica con Milienko no se había interrumpido por la acción y éste escucha los pormenores de la lucha desde alta mar. Los agentes de la policía tardan en darse cuanta de que el móvil de Mahboub sigue estando operativo, y ello le permite a Vllasi enterarse de todos los comentarios que los hombres del comando asaltante hicieron hasta que el terminal fue desconectado.
Milienko ahora tenía ya muy claro que su apoyo dentro del territorio de Bahamas había sido neutralizado por los ho mbres del superintendente Morgan. Igualmente, sospechaba que su posición en el mar hubiera sido detectada - como en realidad había ocurrido -, y temía que envalentonados por el éxito obtenido con la muerte de Mahboub los policías decidieran pasar a la ofensiva y trataran de apresarle pretextando cualquier infracción de navegación. Su jefe de Al Qaeda no había tenido más remedio que suicidarse para evitar ser apresado, y él corría en estos momentos un peligro bastante mayor. Su mente se puso a pensar en cómo solucionar la controvertida situación. Mahboub no había hablado, así que: «¿De qué podían acusarle? ¿De haber entrado ilegalmente en el país?» Era posible, pero ello no iba a justificar un asalto en pleno océano a su embarcación. «¿Y si hubiera aparecido el cadáver de Rolle?», se le ocurrió de pronto. En ese supuesto siempre cabría la posibilidad de que ante un delito de asesinato que seguramente le imputarían no dudaran en hacer caso a la orden de búsqueda y captura emanada de los jueces españoles a todas las policías del mundo. «Tengo que camuflar este barco», se dijo a sí mismo mientras analizaba todos los pormenores del posible cambio de identidad del Bonefish. La operación, aunque tendría que realizarse mientras el barco continuaba navegando para no perder la estela del Lukku-Cairi a través del radar, no revestía a su juicio una gran complejidad. Con cambiar el pabellón de la nave y borrar el nombre de la misma pintado a popa sustituyéndolo por otro, sería suficiente. Al fin de cuentas, barcos de las mismas características que el que patroneaba en aquellos momentos había muchos por los alrededores, como había tenido ocasión de comprobar en el tiempo que llevaba navegando en pos de la nave donde viajaban los testigos de su crimen en Madrid.
Milienko tenía otro pasaporte a nombre de Ugo Piattelli y de él pensaba servirse en el futuro si la ocasión se presentaba. Se encaminó hacia el camarote que había sido de Rolle y comprobó las distintas banderas que el barco llevaba enrolladas y amontonadas en los cajones de los muebles del camarote qua había sido del difunto patrón. ¡Por fin! La había encontrado. Aunque un poco deshilachada y deteriorada en sus colores, la bandera de la República Italiana estaba allí dispuesta para ser izada en el mástil de popa en sustitución de la de Bahamas, que era la que ondeaba hasta el momento en aquel palo. Sacó la bandera encontrada y se dirigió con ella hacia popa para arriar la que llevaba el barco e izar la enseña italiana. En cinco minutos había concluido la operación. Sin embargo, aún quedaba otra tarea bastante más complicada y duradera: la de borrado del nombre del barco y su sust itución por otro distinto. «El tiempo apremia», pensaba Milienko después de haber escuchado los sucesos de Nassau que habían acabado con la vida de su jefe operativo en las islas. A grandes zancadas se encaminó al pañol de proa y lo registró de arriba abajo hasta que encontró lo que estaba buscando: pintura y brochas, así como unas cuerdas y a un arnés para colgarse de la borda y proceder a la sustitución del nombre del barco.
Dos horas escasas después de haber encontrado lo que buscaba en el pañol de proa, Milienko había transformado el viejo Bonefish en el nuevo Aquille con matrícula de Miami, cosa nada infrecuente en Florida donde los acaudalados habitantes de las distintas comunidades que habitan la capital del Sureste de los EEUU suelen poner a sus embarcaciones nombres propios de sus patrias de origen, aunque los matriculen en Miami.
Según su nuevo pasaporte falso, Milienko era un súbdito italiano residente en Florida que se había podido permitir el lujo de irse una semana a las Bahamas a practicar sus deportes favoritos: la pesca y el golf.
Entre tanto… En Miami. Thomas Berry había vuelto a llamar por teléfono al superintendente Morgan para convencerle de la necesidad de presionar a su parlamento para que se adoptara una resolución que permitiera a los súbditos de Su Graciosa Majestad proceder en contra de Milienko, y perseguirlo incluso en aguas internacionales por los presuntos delitos de terrorismo. La suerte parecía no estar aquel día del lado del agente de la CIA, Mr. Berry. A pesar de sus esfuerzos y de las presiones sobre Morgan, éste no había podido conseguir otra cosa que el Primer Ministro reuniera el Parlamento en sesión extraordinaria para informar de los hechos relativos a Milienko. La Cámara no había querido tomar partido por la tesis del viejo Morgan y había acordado no perseguir a Vllasi más que a través de aguas jurisdiccionales y siempre bajo la única acusación de entrada en el país con pasaporte falso; nunca por delito de terrorismo. A juicio de los sesudos varones que constituían la cámara parlamentaria de Bahamas no había pruebas suficientes para esto último.
- ¿Nacho? -preguntaba de nuevo Thomas a través del celular.
- Sí. Dime. ¿Ocurre algo? -respondió Alonso.
- Tengo que reconfirmarte noticias, y la verdad es que creo no son muy buenas -contestó Berry.
- Entonces, ¿estamos peor de lo que estábamos? - volvió a interrogar Nacho.
- Ni mejor, ni peor, diría yo -volvió a responder Thomas, y añadió-: Mis presiones sobre Morgan no han dado el efecto apetecido. Me consta que se ha esforzado mucho tratando de convencer el Primer Ministro de la necesidad de cambiar de actitud con relación a la persecución de Vllasi en aguas internacionales por delitos de terrorismo, pero no ha podido conseguir romper el bloque monolítico de los parlamentarios que siempre se han mostrado en contra de seguir los dictámenes impuestos por cualquier policía que no sea la suya propia. Nacho. A vuestro perseguidor y probable asesino no le podremos parar en alta mar. Hay que confiar que vaya a tierra y entonces allí conseguiremos apresarle. De todas formas él no es tonto y sabe que esa posibilidad existe, por lo que eludirá en todo momento desembarcar. Claro que eso también es una suerte para vosotros porque mientras estéis en tierra estaréis libres de ataques.
- Triste consuelo. ¿No crees? -preguntó Nacho.
- Siento que las noticias no puedan ser mejores -replicó Thomas, y agregó-: ¿Sabéis si su barco os sigue a la misma distancia que venía manteniendo hasta el momento?
- Pitt no deja de contemplar la pantalla de radar y no ha observado ninguna variación. También el barco de Jasper sigue en el mismo lugar persiguiendo a Milienko.
- Bien. Te voy a adelantar una noticia. Acabo de hablar con mi amigo Johnnie Jackson, que como sabes es el coronel jefe de la base de la Marina Americana de Andros, y me ha dicho que aprovechando que sus muchachos están de maniobras a escasas millas de vuestra actual ruta van a forzar un poco la máquina para introducirse en vuestra derrota e interceptar “casualmente” al barco de Milienko pretextando que navega por aguas excluidas a causa de las maniobras, de las que todos los puertos de las islas, susceptibles de albergar una embarcación lista para zarpar en ese destino, estaban avisados. Mi idea, como comprenderás, no es otra que la de subir a bordo y comprobar qué es lo que está pasando en el interior de ese barco. Si logramos ponerle nervioso quizás podamos apresarle cuando cometa la primera tontería. En cualquier caso, no soy nada optimista. Milienko es un ser curtido, hecho a sí mismo, y no se dejará caer en las provocaciones. En cualquier caso, con saber qué es lo que tiene en el barco tanto Johnnie como yo nos damos por satisfechos, aunque nos veamos obligados a dejarle proseguir viaje libremente, si no queremos tener problemas con nuestro gobierno que ha “prohibido expresamente cualquier acto en contra de Milienko mientras se encuentre en aguas internacionales”. Como comprenderás, como miembro de la CIA ya tengo bastantes problemas con aguantar a mis superiores sin buscarme otros quebraderos de cabeza. De todas formas, Jackson es un hombre cauto - no te olvides que fue marine en Vietnam - y no se lanzará a la aventura de la interceptación en aguas internacionales sin hacer previamente una comprobación. Ni él ni yo despreciamos la inteligencia de Milienko, y en consecuencia podemos suponer que haya decidido cambiar el pabellón y el nombre del barco. Si esto fuera así, un abordaje en aguas internacionales por nuestros marines podría llevar aparejado un conflicto internacional si resulta que el barco detenido no fuera en realidad el Bonefish en el que se supone viaja Milienko. Antes de actuar, Johnnie enviará un avión de reconocimiento a la zona para que sobrevuele la nave sospechosa e informe, no vaya a ser que nuestro asesino nos haya dado esquinazo y el barco que perseguimos sea otro distinto. Sólo en el caso de que se tratara del Bonefish podríamos abordarle por cuanto las autoridades de Bahamas no iban a crearnos ningún conflicto internacional, pero, sí se tratara de otro lo más que podríamos hacer era ordenar que se detuviera y se identificara, y eso ayudaría muy poco, por cuanto lo importante sería poder subir a bordo.
- Si se produce la interceptación del barco por los chicos de tu amigo Johnnie espero que me lo comuniques, si lo hallado en el registro reviste alguna importancia para nosotros -dijo Nacho, y agregó-: Estamos ya muy próximos a la costa de Eleuthera. De hecho, la podemos ya divisar con prismáticos. Pitt dice que en media hora habremos desembarcado en Governor´s Harbour donde tenemos pensado alquilar un coche para atravesar la isla hasta el norte, mientras Pitt lleva el Lukku-Cairi por mar hasta Harbour Island donde hemos reservado hotel para esta noche. Si hay novedades me llamas o te llamo -dijo Nacho, sin saber en aquellos momentos todavía que Milienko había cambiado el pabellón y el nombre del barco, y colgó.
El Alonso y los Antuña permanecían acodados en la barandilla del puente del Lukku-Cairi junto al capitán Pitt que dirigía la maniobra de atraque del barco en el puerto de Governor´s Harbour. Jorge hacía constantes preguntas al patrón de la embarcación sobre aspectos de la isla que iban a visitar y de los cuales Pitt parecía un consumado experto.
- ¿Así que la isla se puede recorrer toda ella en un día? - preguntó Jorge sin dirigirse a nadie en concreto.
Fue el capitán Pitt el que tomó la palabra para contestar a la pregunta de Mr. Antuña. -Eleuthera es extremadamente alargada, pero a la vez muy estrecha. De norte a sur no sobrepasa las 100 millas - unos ciento sesenta kilómetros - y dada la hora que es, todavía primeras horas de la tarde, si toman Uds. un vehículo alquilado pueden recorrerla completamente hasta el norte donde tienen reservado el hotel en otra isla pequeñita llamada Harbour Island que está en la punta norte de la principal y donde se hallan los principales complejos hoteleros rebosantes de turistas en estas fechas.
- ¿Siempre se llamó Eleuthera? -preguntó Cris, dirigiéndose al capitán.
- No. Antes de la llegada en de William Sayle, el aventurero que le da el nombre de “libertad”, la isla en dialecto Arawak se llamaba Cigatoo, y precisamente la islita en la cual Uds. van a pernoctar esta noche recibía el nombre de Briland.
- ¿Qué hay interesante en esa pequeña isla en la que vamos a pasar la noche en el hotel? -volvió a preguntar Cris.
- Salvo un casino, hoteles de lujo y el tipismo de Dunmore Town, la principal ciudad de la isla, con sus casas de madera y los tejados llenos de buganvillas, poco más pueden Uds. esperar, salvo que lo vengan buscando sea la tranquilidad y la benignidad de un clima como el que parece que vamos a gozar en las próximas veinticuatro horas -respondió Pitt.
Ahora era Nacho el que comentaba. -Governor´s Harbour, al menos lo que se ve desde aquí, parece una ciudad bastante grande para el tamaño de la isla en la que vamos a desembarcar -afirmó Alonso sin dirigirse a nadie en particular.
- Es una ciudad muy extendida superficialmente, pero el número de habitantes es escaso, aunque en realidad no sabría decirles en estos momentos cuantos la pueblan -respondió Pitt, dándose por aludido por la afirmación de Nacho.
- ¿Dejamos a bordo nuestros equipajes y nos lleva Vd. en el barco hasta el hotel donde vamos a pernoctar? - preguntó Jorge al patrón.
- Creo que será lo mejor - respondió el aludido, y añadió-: A mi entender, y conozco un poco la zona, lo mejor que pueden hacer Uds. es alquilar un coche en las mismas oficinas del puerto y en el mismo, sin pasar siquiera por la ciudad, emprender la ruta hacia Rock Sound para ver su agujero azul, antes de continuar hacia el norte por toda la línea de costa y terminar en el Coral Sands Hotel de Harbour Island donde les esperan con
sus reservas para la hora de la cena, y donde yo llegaré con mi barco y sus equipajes con la suficiente antelación para que lo tengan todo dispuesto a su gusto en el momento en el que Uds. lleguen.
- Entonces, vamos a ir descendiendo a tierra y alquilando el auto -dijo Nacho, y añadió-: ¿Es en aquellas oficinas pintadas de azul que se ven al fondo del muelle donde los alquilan, no?
- Sí. Allí es -respondió Pitt, dándose por aludido. Eran cerca de las cuatro de la tarde cuando a bordo de un viejo Rover con volante a la derecha, como corresponde a los vehículos que circulan por las rutas de los países de la Commonwealth, donde se sigue manteniendo la circulación por la izquierda, los Alonso y los Antuña emprendieron ruta por una bastante bien cuidada carretera en dirección norte a través de los puntos más significativos de la isla. No era tarde, pero tampoco era excesivamente temprano para recorrer las casi ochenta millas que les separaban de su hotel de destino en la minúscula isla del norte a la que tendrían que acceder en ferry, y éste realizaba el último recorrido diario a las diecinueve horas. Por eso no sobraba el tiempo si se quería llegar sin agobios a la cita con el taxi del hotel que les esperaría, como al resto de clientes del mismo, y la vez viajeros del ferry que tenían reservadas habitaciones para aquella noche en el lujoso complejo hotelero rodeado de una de las más hermosas playas de arenas rosadas de todo el archipiélago.
En su ruta hacia el norte, pasan por Gregory Town, llena de tipismo por sus casas de colores, que en cierta medida semejaban a las de otros muchos lugares del Caribe, pero que a Jorge se le antojaban iguales a las de los poblados de la República Dominicana cercanos a Higüey en la ruta que va desde Punta Cana a la capital de la provincia donde se asienta ese importante complejo turístico de la antigua isla “Española”. Según las informaciones que Pitt les había proporcionado, lo más destacable era sin duda la visita a Glass Window, que dado el estado del mar en aquellos momentos prometía ser espectacular. Pero aún faltaban unas quince millas para llegar a aquel punto.
Entre tanto… Sean Sayle, sin duda uno de los descendientes de aquel aventurero llamado William que a mediados del siglo XVII había llegado a la isla, era un conocido pescador residente en Gregory Town a escasa distancia de la costa. Aquella tarde había decidido salir a faenar en las aguas occidentales de la isla emprendiendo rumbo sur para bordearla y dirigirse luego hacia el noroeste hacia la Tongue of the Ocean con profundidades de unos 6000 pies en las que la pesca de importantes y apreciadas especies de pescados eran muy abundantes. Sayle se había procurado las suficientes provisiones para poder pasar al menos cuarenta y ocho horas en el mar sin necesidad de tener que acudir a tierra a repostar combustible, agua o alimentos. Los servicios meteorológicos de Bahamas y del centro de coordinación de huracanes y tormentas tropicales con base en Miami presagiaban un tiempo estable para las próximas setenta y dos horas en toda la zona comprendida entre Andros, Nueva Providencia y Eleuthera. En principio Sayle no tenía por qué preocuparse de nada. Su esposa Minnie y sus dos hijos de corta edad solían ayudarle en las faenas de la pesca acompañándole en sus singladuras, pero aquel día habían decidido quedarse en casa preparando los gallos para la fiesta que tendría lugar en el pueblo dos días más tarde. En efecto, los ejemplares que con tanto mimo criaban los Sayle en su pequeña granja eran afamados por ser casi siempre los vencedores en las peleas de estos animales que se celebraban con ocasión de la fiesta del “Atarakai” en honor de un viejo dios lucayo de la pesca. La leyenda cuenta que en la segunda luna de abril los pescadores que quieran recibir las bendiciones del dios, y en consecuencia obtener grandes capturas de peces, deben poner a pelear entre sí a los gallos de su propiedad. El dueño del animal que resulte triunfador será colmado por Atarakai con las más importantes capturas de peces del año. Hasta el presente, Sayle siempre había vencido con sus gallos en aquel singular combate, y en esta ocasión quería estar de vuelta en su casa para el momento en el que se celebrara la pelea de aquellos animales. «El pobre hombre no sabía que no lo iba a conseguir».
Sayle, en su derrota hacia el sur se iba a encontrar con el Lukku-Cairi que navegaba en dirección contraria. No podía siquiera llegar a imaginarse aquel pescador de color que no tardando muchas fechas iba a ser testigo de importantes acontecimientos que afectarían a aquel lujoso yate que ahora se cruzaba en su singladura hacia los bancos de pesca. El Hurricane patroneado por Sayle seguía navegando en dirección a las profundas aguas de la “Lengua del Océano” en la que se encontraban las más importantes especies de peces comestibles de las aguas del archipiélago. Con sus casi dos mil metros de profundidad aquellas aguas eran un inmenso y productivo banco de pesca tanto para los pescadores profesionales como para los aficionados que acudían al mismo en lujosos yates desde Nassau y las principales ciudades de la costa atlántica de Florida. Sayle se iba a dedicar al macabí. Esta especie, más abundante en las aguas situadas más al sur, junto a las costas cubanas, la forman peces de forma cilíndrica con abundantes espinas, ojos saltones y cola partida que suelen dar bastantes quebraderos de cabeza a sus captores a causa de los imprevistos movimientos que llevan a cabo a partir del momento en el que muerden el anzuelo. Sean era ya veterano en la pesca de esos ejemplares y aceptaba con deportividad el reto que le suponía la captura de los mismos.
Los Antuña y los Alonso habían llegado por fin a ese estrechamiento de la isla de Eleuthera que se conoce con le nombre de Glass Wndow y que suponía, hasta que fue derribado hace años por un huracán, un puente rocoso producido por la erosión de las aguas del Atlántico estrellándose contra la roca que separa este océano de las aguas más tranquilas de la costa oeste de la isla. Hoy, sobre el destruido pasadizo, los hombres han construido un puente de madera de unos veinticuatro metros que une las dos orillas del hueco provocado por las embravecidas aguas del Atlántico. El puente, cuya conservación requiere grandes cuidados a causa de la inclemencia a la que tiene que estar sometido a diario, recibe el nombre de Glass Window Bridge y es uno de los mayores atractivos de la isla.
Más al norte estaban los “pozos españoles” o Spanish Wells lugar turístico ya casi en la punta norte de la isla principal donde abundan los hoteles de lujo y también Preacher´s Cave en la que tuvieron lugar las primeras expediciones de aventureros con los barcos hundidos en lo que fue durante casi siglo y medio “República Pirata”, y que aún no del todo explorada la gruta tiene las dimensiones de una enorme catedral. Eran casi las siete menos cuarto cuando el coche alquilado por los dos matrimonios llegaba al embarcadero donde les aguardaba el ferry que en un cuarto de hora les depositaría en la pequeña isla de Harbour Island en donde les aguardaba un merecido descanso en el Coral Sands Hotel situado junto a Dunmore Tawn la capital de la diminuta isla paraíso de los gallos y cuya industria está dedicada a la construcción de barcos, el cultivo de la caña y el turismo.
Cuando llegaron al hotel, Pitt les estaba esperando en el hall de recepción. Había atracado el barco en el puerto hacia ya un buen rato y se había dirigido al alojamiento hotelero a esperarles. Su travesía a lo largo de la costa de la isla se había desarrollado con toda normalidad y sin incidentes de ningún tipo. A los viajeros les esperaba un descanso reparador en aquel hotel hasta que al día siguiente a media mañana emprendieran ruta hacia la Tongue of the Ocean en busca de los macabíes y los atunes tan abundantes en aquellas fechas en esas aguas.
En aquellos momentos, en Miami.
Thomas Berry acababa de recibir una llamada de su amigo Johnnie Jackson desde la base de los marines en la isla de Andros. Un avión de reconocimiento de la marina americana acababa de regresar de sobrevolar la zona por la que presumiblemente navegaría el Bonefish en le que viajaba Milienko y éste les había dado esquinazo. El barco que aparecía en las pantallas de radar como correspondiente al capitán Rolle, y en el que se presumía que el terrorista seguía a sus víctimas, en realidad llevaba bandera italiana y el nombre que figuraba en la popa era el de “Aquille”. O habían estado vigilando a un fantasma que se les había escapado, o Milienko había cambiado el nombre y el pabellón al barco. «¿Habría también eliminado a su dueño y patrón Rolle?» «¿Cómo era posible que desde el avión de reconocimiento se divisaran dos personas en popa sentadas junto al bichero y sujetando las pesadas cañas situadas en aquella zona del barco?» «¿A qué se debía que en el puente de la embarcación el piloto del avión hubiera visto a un hombre de pelo color ceniza patroneando el barco?» Todo indicaba que Milienko les había dado esquinazo y que se hallaban ante otro barco de similares características y de bandera italiana patroneado por turistas ávidos de la pesca de aquellos mares. Johnnie no podía arriesgarse en aquellas condiciones a interceptar en alta mar a aquella embarcación sin exponerse a un grave incidente internacional con un país amigo como Italia que en aquel momento mantenía un importante contingente de tropas de la coalición en Irak apoyando incondicionalmente al gobierno de su país. Si metía la pata, los políticos de Washington habrían acabado con su carrera en menos de veinticuatro horas. Su amigo Thomas tendría que conformarse con un seguimiento de los movimientos del LukkuCairi y de los barcos que navegasen en un radio de veinte millas en su derredor. No podía hacer otra cosa, y así se lo hizo saber a Berry, que siguió insistiendo y apelando a los viejos tiempos de Vietnam. No podía ser. Johnnie no se iba a jugar toda su carrera militar por una corazonada. Sin embargo, a su modo, seguiría haciendo cosas. «Al fin y al cabo Thomas le había salvado la vida hacía años»
En el hotel de Eleuthera… Los Alonso y los Antuña estaban rendidos después del viaje a través de la isla y de la larga travesía por mar que les había ocupado la mayor parte del día. Las mujeres, aún así, deseaban realizar una cena en el afamado restaurante del hotel donde, al parecer, las especialidades de pescado cocinadas por el chef no tenían parangón con las de ningún otro restaurante del entorno y categoría similar. Al día siguiente había que levantarse temprano para darse una vuelta por la magnífica playa que ahora, a la hora del crepúsculo, lucía con unos impresionantes tonos rosados que la hacían distinta de cuantos paisajes habían contemplado desde el inicio del viaje por el archipiélago. Jorge, que era el más reacio a una velada en la que tuviera que vestirse para la ocasión, terminó cediendo a los deseos de su esposa, e incluso animó a Nacho que mostraba un mayor desánimo a participar en la cena con la excusa de que había que matizar aspectos de la jornada de pesca programada para el día siguiente.
- ¿A qué hora os parece que debemos iniciar la salida hacia la zona de pesca? -preguntó sin rodeos Nacho dirigiéndose a todos una vez sentado con el resto de comensales en una mesa del restaurante que daba a un enorme ventanal desde el que se contemplaba la impresionante playa privada de arenas rosadas que refulgía con los debilitados rayos de la luz del crepúsculo.
- Creo que el capitán Pitt que nos acompaña hoy a la mesa es quien mejor nos puede informar de la conveniencia o inconveniencia de un determinado horario -contestó Jorge a la pregunta de Nacho.
- Yo puedo opinar -terció Pitt, y agregó -: En el fondo son Uds. los que mandan, y los que deciden lo que les conviene.
- Aún así -manifestó Cris, y continuó -: Nos gustaría conocer su opinión de experto sobre la zona, y los horarios más convenientes para iniciar la jornada de pesca.
El camarero ya había comenzado a servir la langosta solicitada por todos, que por indicación de Pitt fue aderezada especialmente con una salsa de aguacate que la hacía realmente deliciosa y distinta de cuanto ninguno de los dos matrimonios había probado hasta el momento. No cabía la menor duda. Steven era un fantástico gourmet que había tenido la suerte de convivir muchos años con una nativa de las islas de la que aprendió los secretos de los platos tradicionales de las mismas. Lástima que su relación no hubiera durado.
- A mi modo de ver, y por lo que les conozco hasta este momento, considero que si la singladura hasta la fosa abisal nos puede llevar unas tres horas, iniciando la travesía por el norte y bordeando la isla para atravesar los cayos junto a Rose Island y acercarnos a Norman´s Cay junto al Parque Nacional de las Exumas, conque salgamos de aquí en torno a las nueve de la mañana hay tiempo más que suficiente para poder pasarnos en el mar una jornada entera de pesca y poder regresar directamente a Nassau para que pasado mañana puedan tomar Uds. el avión de regreso a Florida -opinó Pitt.
- Entonces. ¿Salimos a las nueve? -preguntó Nacho, dirigiéndose a todos los presentes.
Todos asintieron, incluso Pitt que a fin de cuentas ya había dado su opinión al respecto. -Bien -dijo Anna, y añadió-: ¿Qué os parece si como despedida vamos esta noche un ratito después de la cena a la sala de fiestas del hotel?
- ¡Un día es un día! -Afirmó Nacho, y añadió-: Siempre he presumido de tener amigos marchosos y no me gustaría que ahora me dejarais en mal lugar -dijo dirigiéndose a los Antuña.
- Por nosotros no va a quedar -intervino Cris, y añadió-: ¿No creéis que es hora de que nos divirtamos un poco a pesar del cansancio acumulado durante todos estos días?
- Señora Antuña. Si se me permite opinar, creo que tienen más que merecido el derecho a disfrutar del lugar - intervino Steven, que agregó-: Perdóneme que no me quede con Uds. Pienso que el momento no es apto para mí. La fiesta la deben celebrar solamente Uds. así que pásenlo lo mejor posible y sepan que a las nueve les estaré esperando para zarpar rumbo a mar abierto -dijo Pitt, se levantó de la mesa sin esperar al postre.
«Este hombre huye de algo» pensaba Cris mientras veía alejarse por el fondo del comedor al patrón del Lukku-Cairi. Parecía que por fin, después de mucho tiempo Anna iba a poder comprobar las auténticas reacciones de la pareja Antuña ahora que ya estaban enterados del pasado y de los secretos del mismo. Tomaron entre todos un delicioso postre realizado con frutas tropicales y fue entonces cuando les llegaron las notas de la música que comenzaba a sonar en la sala de fiestas del hotel situada en la planta inferior a la que en aquel momento se encontraban. Jorge tomó del brazo a su mujer y Nacho hizo lo propio con la suya encaminándose los cuatro hacia el lugar de donde provenía la música que en aquellos momentos interpretaba un conjunto caribeño que deleitaba con salsa a los asistentes. La verdad es que no eran todavía muchas las parejas que estaban en la pista. A pesar de ello, Nacho invitó a bailar a Anna, y Jorge hizo lo propio con Cristina. Al cabo de algunas piezas seguidas todos se dieron cuenta de que los años no pasaban en balde, y que era necesario reponer fuerzas para continuar la noche - que por cierto no sería muy prolongada por cuanto la sala de fiestas cerraba con puntualidad británica a las dos de la madrugada- porque el calor, a pesar del aire acondicionado, se hacía sentir como consecuencia del ejercicio del baile. La velada prosiguió con las mismas características durante las dos horas siguientes hasta que llegó el momento en el cual las luces se atenuaron en la sala y una música más lenta invitaba a las caricias y a los mimos de las parejas.
- ¿Quieres que bailemos? -preguntó Cris a Nacho en un momento de silencio mientras se relajaban un poco.
- ¿No le parecerá mal a tu marido? -preguntó Alonso en tono de burla a Cristina.
- ¿No ves lo contento que está? ¿Por qué le iba a parecer mal? Estoy segura de que él desea también bailar con tu mujer. ¿No es cierto cariño? -preguntó la señora Antuña a su marido, con un imperceptible retintín en sus palabras.
- Claro que sí, mi vida -respondió Jorge con el mismo tono, y añadió-: Hacía mucho tiempo que no bailábamos tú y yo. ¿Verdad, Anna?
- Casi cuarenta años -respondió la señora Alonso, que agregó-: Por lo que he visto esta noche has mejorado bastante desde entonces. Eras un auténtico patoso. ¿Recuerdas?
- Claro que lo recuerdo -respondió Jorge. No sé cómo me podías aguantar con los pisotones que te daba.
- Señores. ¡Vamos a la pista! Dejémonos de añoranzas y a divertirnos, que es la última noche que pasamos en esta isla - dijo Cris, sin darse cuenta de que aquella última afirmación iba a resultar trágicamente cierta.
Nacho y Cris llevaban un buen rato bailando como buenos amigos que eran tratando de compenetrarse cada uno con su respectiva pareja. Determinados ritmos los llevaban bastante bien cuando la música lenta parecía que no iba a terminar nunca para el deleite de parejas más jóvenes que ellos que abarrotaban la pista. Jorge y Anna trataban de seguir el ritmo pese a los esfuerzos de ambos por aparentar una total normalidad. Hacía muchos años que ambos no estaban abrazados y aquella nueva sensación sentida después de tan largo paréntesis les había trastornado un poco los sentidos. El calor, unido al champagne de la cena y al ron de las copas que estaban bebiendo, contribuían a aquella sensación extraña que los dos padecían bajo la atenta mirada de Cris que, sin perder la compostura ni un ápice, no dejaba de observarles. Cristina había deseado un momento como aquel desde que llegaron a tierras americanas. Quería saber lo que podía sentir al ver a su marido en brazos de la mujer que había sido su amante y que - ¡por qué no! - a lo mejor todavía constituía el objeto de deseo de su marido. Por la mente de Anna, en cambio, eran otros muy distintos los pensamientos que pasaban. Volvía a sentir el calor de Jorge pegado a su cuerpo y eso la hacía estremecerse. Sí. «Le seguía queriendo y le querría siempre» Deseaba a aquel hombre. «¡Dios, cómo lo deseaba!» «Sin duda es el hombre de mi vida» No podía manifestárselo de ninguna manera ya que su mujer estaba presente, pero no desaprovecharía la menor ocasión que tuviera para decirle que, pese al tiempo transcurrido seguía queriéndole. No había podido nunca quitárselo completamente de la cabeza. La boda con Nacho había ayudado bastante, pero ahora comprobaba que, como suele decirse, donde hubo fuego permanecen las cenizas que llegado el caso pueden revitalizar a aquel. Sí. Ahora estaba segura. «Quería a Jorge y siempre le había querido», aún cuando este la alejó de su vida. Lucharía por él con uñas y dientes, aunque en cierta manera le daba lástima de Cristina a la que veía tan enamorada de su marido. «En la guerra y en el amor todo vale» se repitió Anna a sí misma mientras seguía bailando abrazada a Jorge. Éste había vuelto a sentir, entre tanto, una serie de confusos sentimientos. Por una parte aquella mujer que tenía abrazada mientras bailaba le atraía y excitaba sexualmente, y por otra no deseba que la situación se prolongara por más tiempo. «¿Tengo miedo de mis sentimientos?», se preguntaba Jorge mientras aquella interminable pieza le mantenía unido a la que había sido su amante. «Quizás la idea de la velada de baile no haya sido ni brillante ni oportuna», pensó Antuña cuando por fin, la música paró y ambas parejas volvieron de nuevo a sus respectivos asientos a refrescarse sus gargantas con los deliciosos zumos de frutas tropicales que los camareros servían con profusión entre los asistentes.
Cerca ya de las dos de la madrugada las dos parejas decidieron retirarse a sus respectivas suites a descansar. En seis horas habrían de estar despiertos para proseguir la singladura por los bancos de peces de la zona. Anna tardó un gran rato en caer rendida. Nacho, que hacía tiempo no ingería tanta cantidad de alcohol como aquella noche, había caído dormido nada más poner la cabeza en la almohada. Ella le daba vueltas en la cabeza a las sensaciones que había de nuevo experimentado mientras bailaba con su antiguo amante. Serían las cuatro cuando el sueño la venció. En la suite de al lado, Jorge pretextaba un fuerte dolor de cabeza producto del alcohol ante los requerimientos de Cris para hacer el amor. Quizás el abrazar a Nacho aquella noche le había hecho comprender que el verdadero amor y además objeto de su deseo no era otro más que su marido. Éste se debatía en un mar de dudas. Le atraía Anna, pero con quien deseaba en aquel momento hacer el amor era con su mujer, aunque un sentimiento extraño de culpabilidad le impedía materializar aquel deseo. Sí. Estaba seguro. «Si Anna le había excitado mientras bailaban, sin embargo, a quien veía mientras la tenía abrazada era a Cris.» Consiguió dormirse aunque sintió dar las cuatro en el reloj de péndulo de la salita situada frente a su suite. Su mujer hacia largo rato que se había abandonado en poder del sueño.
A la mañana siguiente, a la hora convenida, las dos parejas se hallaban en el comedor tomando el desayuno antes de emprender el viaje en taxi hasta el lugar donde les esperaba atracado el Lukku-Cairi en cuyo puente el capitán Pitt esperaba como Gregory Peck en el anuncio de su película “The World in his arms” representando al capitán Jonathan Clark en aquella vieja cinta de mediados del pasado siglo en la que actuaba como coprotagonista Anthony Quinn.
Al estar tomadas las decisiones desde el día anterior, la maniobra de desatraque del barco se llevó a cabo con la mayor diligencia por parte del capitán que fue auxiliado para la ocasión por otros marinos de los yates amarrados junto al suyo. Quince minutos después el barco de Stocker se hallaba navegando rumbo a la fosa abisal conocida como Tongue of the Ocean.
Mientras tanto…
A trece millas del puerto, Milienko esperaba en su puente frente a la pantalla de radar del Aquille la aparición en la misma del puntito que indicaba que el barco de sus víctimas se había comenzado a mover en alguna dirección. Estaba muy contento de la estratagema ingeniosa que había puesto en práctica para despistar a posibles curiosos o perseguidores. En efecto, a popa junto a las dos cañas para la pesca de altura, había colocado dos muñecos hechos con paja y ropa que simulaban a dos pescadores asiendo las artes de pesca. Con ropa del difunto Rolle y con la suya propia había conseguido aquel impresionante efecto, que por el momento lograba despistar a los aviones de reconocimiento como el que no hacía muchas horas, al atardecer del día anterior, le había sobrevolado. No le cabía la menor duda de que sus próximas víctimas no eran estúpidas y, en consecuencia, emplearían todos los medios a su alcance para tratar de localizarle y estar prevenidas. No era de extrañar, por tanto, que si tenían algún conocimiento e influencia en las esferas de poder de EEUU utilizarían los mismos en su beneficio para tratar de eliminarle. El tiempo pasaba lentamente para Milienko. Las siete, las ocho, las nueve y media. «¡Por fin!» El puntito anclado en los muelles de Harbour Island comenzaba a moverse, pero… ¡hacia el Norte! ¿«Qué rumbo pensaban seguir sus víctimas?» «¿Acaso tenían previsto volver directamente a Nueva Providencia.?», se preguntaba Milienko sumido en un mar de dudas. Arrancó los motores de su embarcación y se mantuvo atento a la pantalla durante unos cuantos minutos hasta que comprobó que el puntito que simulaba ser el Lukku-Cairi tomaba rumbo suroeste. Entonces lo comprendió perfectamente. Había estudiado durante todo el día anterior las cartas de navegación del viejo Rolle y sabía que con aquella derrota sólo se podía ir a un sitio: A la fosa abisal situada entre Andros, Eleuthera y Nueva Providencia en la que la abundancia de bancos de peces durante los meses de abril y mayo hacen las delicias de los pescadores de altura más exigentes. Y sus próximas víctimas parecían estar dentro de esa categoría. Empujó la manivela hacia delante e hizo que las hélices comenzaran a girar impulsando al Aquille tras la estela del Lukku-Cairi aunque sin acercarse lo suficiente para poder tener un contacto visual con este barco. En cualquier caso, tenía que mantener los motores al máximo de revoluciones, por cuanto el barco de sus próximas víctimas era bastante más rápido que el suyo, aún cuando Pitt lo mantuviera a medio gas. Lo que desconocía Milienko a aquella hora de la mañana era el descubrimiento que Johnnie Jackson acababa de realizar con el video y las fotos que el avión de reconocimiento que había enviado a la zona donde se presumía que estaría el Aquille había tomado a última hora del día anterior. «¿Cómo no me habré dado cuenta antes?», pensaba el coronel jefe de la base americana de Andros mientras sujetaba entre sus enormes y curtidas manos de marine la cinta de video de la cámara del avión, provista de captador de imágenes térmicas que el piloto le había proporcionado. «Es el fallo típico de un novato», se decía a sí mismo Johnnie mientras volvía a comprobar en el espectrógrafo el video que el comandante del avión de reconocimiento había tomado el día anterior, y que no habían sido visionadas hasta entonces por un fallo en el equipo. «¡Ahí está la verdad!», decía Jackson a su ayudante mientras seguía manoseando la película. «Sólo a un necio se le ocurre ignorar la comprobación térmica de las imágenes del video», se martirizaba Johnnie. Ahora lo tenía completamente claro. Milienko les había tratado de engañar como a chinos. «Los hombres que aparecían pescando en la popa del barco, ¡no eran más que muñecos!» Las imágenes térmicas demostraban que aquellos bultos no despedían más calor que el resto de la embarcación. Sólo en la figura que aparecía en el puente se veía una temperatura algo superior a la de la cubierta del buque, y aquello no podía significar otra cosa que la presencia real de una persona en aquel puesto de mando, y esa persona no podía ser más que el terrorista buscado ya que las características del barco coincidían plenamente con las del antiguo Bonefish. Milienko había tratado de enmascarar la embarcación cambiándole el pabellón y el nombre, y casi lo había logrado. «Vamos con retraso», pensaba Johnnie. «Nuestro asesino nos lleva ventaja, la que supone haber permanecido fuera de control toda la noche y nos va a resultar difícil poder volver a seguirle el rastro» «Claro que su intención no puede ser otra que la de localizar y atacar a los amigos de Thomas, y eso nos permite seguir al menos una pista: La del itinerario del Lukku-Cairi. Aquella era una de las reflexiones que se hacía Jackson mientras decidía en aquel momento ponerse al teléfono para contactar con su amigo Thomas Berry.
- ¿Thomas? Soy Johnnie. Tengo noticias que creo debes saber -dijo Jackson tan pronto como sintió que descolgaban el auricular al otro lado del hilo telefónico.
- Algo grave debe de haber sucedido para que me llames a esta hora -respondió Berry, y añadió-: ¿Qué sucede, Johnnie?
- Algo tan simple como que nuestro asesino ha tratado de tomarnos el pelo, y casi lo consigue -replicó Jackson.
- Espero que me lo cuentes, ya.
- Hay muy poco que contar -comenzó el coronel, y continuó-: He caído en la trampa como un auténtico novato, y eso es algo que tardaré tiempo en perdonarme. ¿Recuerdas que te informé de que en el barco avistado y del que habíamos tomado fotos y un video se veían las siluetas de dos personas a popa pescando? Pues no había tales personas. La imagen térmica nos ha demostrado que esos bultos no eran otra cosa que maniquís que el propio asesino había colocado en aquel lugar para simular la existencia de varios pasajeros en el barco y confundirnos. Aunque nos hemos dado cuenta, nos lleva la suficiente ventaja para habernos despistado provisionalmente, pues aunque suponemos que continúa siguiendo al Lukku-Cairi va ser difícil de identificar en las pantallas del radar, por cuanto en la zona por la que presumiblemente se moverá el barco de tus amigos es un banco de pesca en la que abundan las embarcaciones de profesionales y de turistas dedicados a faenar con todo tipo de artes. Lo voy a tener complicado para poder continuar manteniéndolo vigilado, salvo que tu amigo Jasper no le haya perdido de vista. Creo que convendría que te pusieras al habla con él y me informaras de nuevo sobre lo que te hubiera dicho -terminó Johnnie.
- Lo cierto es que me dejas de piedra -respondió Thomas, y continuó-: Sospechaba que el sujeto era un tipo escurridizo, pero no podía imaginar que dispusiera de tantos recursos. Bien es verdad que si se trata de quien sospechamos en la Agencia, la vida ha sido tan dura con él en Bosnia desde su infancia que le habrá agudizado el ingenio con la misma eficacia que si hubiera estado durante un curso completo en vuestra academia de comandos de Florida. Me pondré en contacto de inmediato con Jasper y te mantendré informado.
Diez millas al norte de Eleuthera… Jasper seguía manteniendo un perfecto contacto por radar tanto con el Lkku-Cairi como el Aquille a los que no había extraviado en ningún momento pese a la parada que ambos habían realizado en Harbour Island: uno en el puerto, y el otro a unas trece millas de la costa. En la última conversación mantenida con el superintendente Morgan había conocido las intenciones del Lukku-Cairi de seguir una derrota que le permitiera, después de atracar en la islita al norte de Eleuthera, dirigirse a la Tongue of the Ocean donde emplearían todo aquel día en una jornada de pesca. Jasper había comprobado cómo el barco en el que viajaba Milienko seguía el mismo rumbo a una prudente distancia de la embarcación de los amigos de Thomas, sin contacto visual con la misma. Además una pura intuición le decía que el único punto, apropiado para detenerse y comenzar a faenar con cualquiera de las especies propias de la estación estaría situado, a unas cuarenta millas de la costa oeste de Eleuthera entre ésta y la de Andros, siempre al sur de Nueva Providencia. Siguiendo la corazonada se había dirigido hacia aquel lugar a esperar la llegada del LukkuCairi y de su perseguidor el antiguo Bonefish ahora convertido en el Aquille.
Cuando recibió la llamada de Thomas, Jasper se hallaba a punto de marcar en su celular el número de su llamante para informarle de la situación.
- ¿Cómo van las cosas por ahí? -preguntó Berry al sentir que atendían su llamada.
- Ha habido un cambio de planes por mi parte - respondió Jasper, y añadió-: En estos momentos me estoy dirigiendo, anticipándome al barco de tus amigos y al de nuestro sospechoso, a un punto situado a unos 24º Norte y a unas cuarenta millas de la costa de Eleuthera donde espero que el LukkuCairi fondee para que sus pasajeros se puedan dedicar a la pesca. Espero que la embarcación del terrorista continúe con la misma derrota y siga al barco de tus amigos. De hecho, lo tengo identificado en le radar y parece que mantiene el mismo rumbo y la misma distancia con el barco de sus perseguidos.
- ¿Dices que lo tienes identificado en tu pantalla de radar? -preguntó Thomas un tanto incrédulo.
- ¿Por qué no iba a tenerlo? -se apresuró a responder Jasper.
- Por nada. Por un momento pensé que podías haberlo perdido y eso sería trágico.
- ¡Thomas! Sabes que soy concienzudo en mi trabajo y me molesta que después de los años que hemos pasado juntos dudes de mí.
- No es eso Jasper. Se trata de que nuestro objetivo es un tipo escurridizo que ha logrado despistar momentáneamente al coronel Jackson, que como sabes es de los mejores y lo ha demostrado muchas veces en combate. Tú, al fin y al cabo, nunca has entrado en batalla y determinados trucos pueden resultarte ajenos -afirmó Thomas.
- Berry. Admito que jamás he entrado en combate, pero soy muy tenaz y concienzudo con mi trabajo y procuro atar bien todos los cabos para que nada se me escape. Sé que en este momento hay cuatro vidas de amigos tuyos que corren un serio riesgo y haré todo lo posible por conjurarlo, aunque para ello tenga que poner en peligro mi vida.
- No esperaba menos de ti -replicó Thomas, y añadió-: Informaré de inmediato tanto a Johnnie como a mi amigo Nacho que navega en el Lukku-Cairi para que estén prevenidos porque, a mi no me cabe la menor duda, nuestro hombre atacará cuando el barco de mis amigos se halle detenido mientras sus tripulantes se dedican a las faenas de pesca en el banco elegido- terminó Berry, y colgó.
Thomas volvió a contactar con Johnnie y brevemente le puso al corriente de la conversación que acababa de mantener con su subordinado Jasper. Jackson pareció aliviado al escuchar la noticia de que el Aquille seguía en la ruta y con la misma actitud que había mantenido hasta entonces. «Sólo es cuestión de esperar a que cometa un desliz», pensó el coronel de marines después de que Thomas le hubiera informado con detalle. «El único problema reside en que mientras no le veamos cometer un delito en aguas internacionales no podemos actuar» «Es inteligente, ¡qué diablos!, pero por mucho que haya aprendido en Bosnia y en Afganistán no puede competir con alguien que como yo ha recibido la Medalla del Congreso, ni tampoco lo puede hacer con los chicos de Langley como mi amigo Thomas», se esforzaba en razonar Johnnie.
Entre tanto… En el Lukku-Cairi.
Nacho había descolgado su móvil al comprobar en la pantalla del mismo que el número llamante correspondía a su amigo Berry. «¿Qué querría Thomas a aquellas horas de la mañana, máxime después de haber hablado con él el día anterior?», pensaba Alonso. Pronto se puso al corriente del motivo de la llamada de su amigo. El bosniaco no les había perdido la pista y mantenía una implacable persecución del Lukku-Cairi. Thomas estaba seguro de que intentaría algo en el momento en que se detuvieran - y en ese análisis coincidía también Nacho -, pero ambos creían que si la detención se producía en un lugar en el que hubiera muchas embarcaciones faenando, las probabilidades de que Milienko se decidiera a actuar disminuirían. «Claro que cabía también la probabilidad de que al hallarse confundido con otros muchos barcos tuviera más movilidad para poder pasar in advertido a sus perseguidores», pensaba Nacho. «Bueno. A fin de cuentas, ya estoy enterado de cual es la situación, y entre Jorge- que aunque nunca fue hombre de acción es un analista inteligente
- y el capitán Pitt, contando también con la ayuda que nos pueda proporcionar la “caballería” del coronel Jackson, creo que podremos conjurar el peligro», analizaba Nacho. «En otros saraos más difíciles me he hallado a lo largo de mi vida», pensó antes de dar por finalizada la conversación con su amigo Thomas. Después comunicaría a Jorge y a Pitt cual era la situación real en aquellos momentos. Lo cierto es que éstos no la consideraron desesperada; a lo sumo complicada, pero con “riesgos asumibles” empleando la terminología de los marines a la cual difícilmente se sustraía el capitán Pitt en cuanto se le daba la menor oportunidad para poder utilizarla. En resumidas cuentas. La situación aparecía como delicada, pero no excesivamente compleja, salvo que Milienko sorprendiera a todos con una actuación inesperada.
El Lukku-Cairi estaba a punto de llegar al lugar prefijado por su capitán para mantenerse al pairo y que los pasajeros pudieran comenzar las faenas de pesca que tan ansiosamente deseaban, sobre todo Nacho que toda su vida había sido un gran aficionado a la pesca de altura. El mes en el que estaban era estupendo para determinadas especies como el macabí, el pez aguja, el atún e incluso el tiburón. Para estos últimos el barco no estaba preparado, por lo que había que descartar esa posibilidad. Sin embargo a todos les apetecía muchísimo probar suerte con los macabíes de por sí tan escurridizos a la hora de ser capturados. Su carne no es que fuera extraordinariamente sabrosa, pero constituía un plato digno en cualquier restaurante de las islas o de la vecina Cuba cuando era aderezado con las salsas especiales de la cocina isleña, que le daban un toque exótico con una mezcla de sabor agridulce capaz de complacer a los paladares más exigentes. Decididamente se dedicarían a esta especie y también al atún del cual Cris era una apasionada y una bastante cualificada pescadora desde que de niña salía con sus padres, grandes aficionados a la pesca, a la captura del mismo. En cuanto a los peces aguja, por consejo del capitán Pitt, iban a ser desechados ya que su carne no era lo suficientemente jugosa para el gusto de los paladares occidentales. En fin, la jornada de pesca se prometía interesante. El mar, por otra parte, se hallaba en inmejorables condiciones ya que apenas una ligera brisa provocaba una débil mar rizada muy próxima a la calma chicha. El cielo estaba también espléndido y ninguna nube enturbiaba el horizonte, mientras que la temperatura no sobrepasaba los veinticinco grados centígrados. Claro que a mediodía aumentaría sin duda hasta alcanzar probablemente los treinta que, aún así se soportarían bien mientras aquella ligerísima brisa no dejara de soplar.
Por los alrededores del punto elegido para mantenerse al pairo, abundaban otras embarcaciones de pesca y de recreo que habían acudido al lugar aprovechando la bonanza del clima. Unos diez barcos entre yates y otro tipo de embarcaciones se hallaban concentrados en un radio de unas dos millas alrededor de donde se encontraba el Lukku-Cairi. Entre las mismas estaba también la pequeña motora de Sean Sayle que respondía al po mposo nombre de Hurricane. El pescador profesional había llegado al lugar la noche anterior y había comenzado a soltar los aparejos en los que se veían ya bastantes piezas de atunes que con sus estertores trataban de prolongar un poco más su agonía antes de dejar de moverse definitivamente. Parecía como si los gallos de pelea que cuidaban Minnie y sus hijos estuvieran obteniendo buenos resultados en los combates que con toda seguridad a aquellas horas estarían celebrando con los de otros pescadores de su pueblo y los dioses le estuvieran premiando con una copiosa pesca. En cualquier caso, esta era abundante para todos.
Cris y Anna comenzaron a probar suerte con las cañas tratando de hacerse con algún macabí siguiendo a rajatabla las instrucciones que tanto sus maridos como el capitán Pitt le proporcionaban al respecto. Después de media hora de intentos, Cris había sido la única que había conseguido apoderarse de un ejemplar de aquella especie; Anna, ni tan siquiera la muestra. Descorazonadas ambas mujeres por el escaso éxito de sus capturas habían optado por abandonar y dejar el puesto a sus maridos que, de momento, parecían estar teniendo bastante más suerte que ellas. Si se miraba en cualquier dirección podían contemplarse a los pescadores asentados en otros barcos todos afanados en la captura de alguna de las especies de la zona. El sol estaba en el centro del firmamento coincidiendo con el mediodía, y apenas se dibujaba ninguna sombra que pudiera mitigar un poco los implacables rayos del astro rey, que caían a plomo sobre los congregados en la cubierta del Lukku-Cairi.
Una media hora larga, después de que los Antuña y los Alonso hubieran comenzado a pescar, llegaba al lugar el Aquille pilotado por Milienko y se colocaba a sotavento del barco del capitán Pitt a una prudente distancia de unos ciento cincuenta metros que hacían imposible sin el uso de prismáticos contemplar quien o quienes eran los que tripulaban el barco. El patrón del Lukku-Cairi estaba muy preocupado y no quería alarmar con sus temores al resto del pasaje. Desde que habían entrado en la zona en al que ahora se hallaban concentrados había perdido la pista en radar del barco de Milienko que se había confundido con la de otras embarcaciones de similares características. Por esa razón no había reparado en aquel barco que se había situado a una corta distancia del suyo, y que a pesar del pabellón americano que ostentaba parecía tener un nombre en la popa que, aunque imposible de leer por la posición de la nave, parecía querer decir algo así como “Ille”o algo similar. Por mucho que lo intentaba Pitt se veía impotente para poder leer aquel nombre que solo en contadas ocasiones, cuando el barco, por efecto del débil oleaje escoraba un poco a babor o a estribor, permitía ver las últimas letras del nombre. Un hombre maduro parecía ser su patrón, aunque a popa se veían unos bultos que parecían personas junto a las cañas de pesca allí emplazadas. «Si el sol avanzara en sentido contrario y no me cegara dejándome ver», pensaba Pitt mientras con los prismáticos no dejaba de escrutar aquel barco que le traía malas vibraciones y junto al cual acababa de situarse otra embarcación más pequeña de nombre Hurricane que parecía estar pilotada por un pescador profesional. A estribor se hallaba también como a unos doscientos metros el barco de Jasper con el cual el capitán del Lukku-Cairi hacía un rato que había contactado por le móvil; la radio era impensable utilizarla en aquella situación en la que Milienko con un simple scanner podía capturar todas sus conversaciones. Y nadie podía asegurar que Vllasi no estuviera cerca. Pitt presentía que lo estaba, pero pretendía solventar él sólo la situación sin alarmar a Nacho y a Jorge, y mucho menos a las mujeres. Fue Anna la que rompió el silencio del puente preguntando al capitán:
- Le veo un poco nervioso, capitán. ¿Ocurre algo que debamos saber? -preguntó Anna.
- Nada anormal, señora -respondió el aludido, y añadió-: ¿Por qué me hace esa pregunta?
- En realidad, no lo sé -respondió la interpelada, añadiendo-: Me ha parecido que no le quitaba ojo a ese barco que tenemos ahí enfrente de espaldas al sol.
- Siento una gran curiosidad por poder leer el nombre del mismo que figura pintado en la popa, pero hasta el momento aún no lo he conseguido, en parte a causa del sol que me ciega, y trato de vencer el reto que me he hecho a mí mismo de poder leerlo -respondió Pitt, agregó-. No hay nada más.
- ¿Sabemos algo de nuestro hombre el terrorista? - volvió a preguntar Cris al capitán.
- Sí. Es posible que se halle cerca de nosotros en este momento y debemos estar prevenidos. Observará Vd. que tengo un rifle en mis manos. Pues bien, es una simple medida de precaución aunque no creo que ese asesino se decida a actuar ante tanto testigo como hay aquí en estos momentos. He contado unos doce barcos visibles a simple vista, más los que sólo se detectan por el radar y están a menos de dos millas de nuestra actual posición -precisó Pitt a su interlocutora que pareció quedar bastante más tranquila después de oír a su capitán.
«Tengo el presentimiento de que aquellos ojos que me aterrorizaron en la estación de Alcalá me están escrutando en estos momentos», pensaba Cris después de escuchar las últimas palabras pronunciadas por su capitán. «Algo me dice que la presencia de ese asesino la vamos a notar muy pronto», continuaba Cristina con sus pensamientos.
La señora Antuña se dirigió a su marido y a Nacho que se hallaban en popa con las cañas de pescar. - ¡Señores! -Dijo Cris a su marido y a Nacho, y continuó-: Es hora de que os acerquéis hasta aquí a tomar un tentempié.
- Enseguida vamos -fue la respuesta unánime de ambos maridos.
- Cuando queráis -respondió Cristina, añadiendo-: Sabed que tenéis todo aquí preparado en la toldilla
Jorge y Nacho aún tardarían como unos diez minutos en hacer caso del consejo de la señora Antuña. No obstante accedieron a abandonar momentáneamente las cañas de pescar y a dirigirse hacia la toldilla donde también Pitt se encontraba junto a las dos mujeres.
En el Aquille, que no había variado de posición, Milienko se preparaba concienzudamente en su camarote para perpetrar el asesinato que durante cerca de una hora había estado madurando a la vista de las posiciones que adoptaban ambos barcos: el suyo y el de sus víctimas. El sol le daba de frente y el cañón del rifle podía producir algún reflejo como consecuencia de la incidencia sobre él de los rayos solares. No tenía otro remedio que envolverlo en un trozo de tela que impidiera cualquier destello que le delatara antes de tiempo. Tendría que colocarse en una posición cómoda desde la cual pudiera dominar toda la cubierta del Lukku-Cairi, y tenía que tener un buen blanco que le impidiera fallar el disparo, porque probablemente no tendría oportunidad de repetir con un segundo. El lugar ideal para poder colocarse y apuntar con la mira telescópica era una de las escotas del puente, sobre el cual se tumbaría impidiendo de esta forma que le viera cualquier curioso que se le ocurriera dirigir unos prismáticos en dirección al Aquille. Concebido el plan, se dispuso a ejecutarlo. Subió con calma las escalerillas que comunicaban su camarote con la cubierta portando en su mano derecha el rifle con mira telescópica ya montada y cuyo cañón había recubierto con un trozo de tela para evitar los reflejos. Llegó al puente y de rodillas se deslizó hasta la escota que le permitía dominar la cubierta del barco de sus víctimas. Se tumbó en el suelo, echándose el rifle al hombro y apuntó con su arma hacia la cubierta del Lukku-Cairi. La visión con la mira telescópica, una vez ajustada a la distancia adecuada, era perfecta. Jorge y Nacho se hallaban en la toldilla frente a él. Los veía con toda claridad, como también veía a las esposas que se hallaban frente a sus maridos, y por tanto de espaldas a Milienko, aunque era Cris la que se encontraba delante de Nacho, y no su mujer. Estaban hablando amigablemente mientras en la mano portaban unas botellas de refrescos, que de vez en cuando acercaban a sus bocas para saborear un trago. Cristina llevaba un pareo naranja cubriendo su bañador y sobre su cabeza había encasquetado un sombrero de ala bastante ancha para protegerla del sol de mediodía en alta mar. Milienko preparó su arma y apuntó cuidadosamente a la cabeza de Cris. La tenía completamente a tiro mientras hablaba con Nacho situado frente a ella. Vllasi sabía lo que tenía que hacer. El arma derivaba hacia abajo dos pulgadas en relación con el punto de mira, a la distancia que estaba. Tendría que apuntar un poco alto para compensar la deriva. Así lo hizo y deslizó suavemente el dedo sobre el gatillo de su rifle. Fue apretando cada vez con más fuerza hasta que el arma se disparó. Una ráfaga de brisa más fuerte de lo habitual sopló en aquel momento y el sombrero de Cris salió volando. Con un movimiento reflejo se movió hacia la derecha para tratar de alcanzarlo antes de que cayera al mar. En ese momento la bala disparada por Milienko impactaba en el corazón de Nacho que caía desplomado, muerto en el acto. El viento había salvado la vida de Cris. Pitt que desde el puente seguía observando a intervalos el vecino barco desde el que Milienko había disparado, creyó ver un fogonazo en el puente del Aquille y disparó su rifle hacia allí. Nadie respondió a su disparo. Entre tanto Nacho Alonso yacía muerto a los pies de Cris y junto a su esposa Anna y su amigo Jorge. El desconcierto era total en el Lukku-Cairi.
- ¿Por qué? -pregunto Anna con un desgarrador grito, mientras se abalanzaba sobre el cuerpo inerte de su marido que yacía tendido a los pies de Cristina. ¿Por qué ha tenido que ser a él? -volvía a insistir dirigiéndose a todos los presentes.
- ¡Por Dios, Anna, cálmate! -le decía al oído Cris, agachada junto a ella y abrazándola. La mala suerte se ha cebado con Nacho, ya que el disparo no iba dirigido contra él, sino contra mí-, trataba en vano de argumentar sin ser escuchada por Anna.
- Y eso, ¿a mí de qué me sirve? -volvía a inquirir la desconsolada Anna entre enormes sollozos. Él está muerto y todo por tú culpa -agregó dirigiéndose a Cris, con ojos inyectados de ira y rabia. Sí. Tú tienes la culpa de todo por haberte cruzado en nuestro camino con los problemas que venías arrastrando desde Europa. El disparo iba dirigido contra ti. Es cierto, pero los efectos los ha sufrido mi marido, y ahora ¿quién le resucita? -volvía a preguntar la señora Alonso mientras sus mejillas estaban completamente húmedas por las lágrimas que resbalaban sobre su rostro, y su corazón latía a un ritmo desenfrenado.
«Hay que ser prácticos», pensaba entre tanto Jorge que hasta el momento no se había atrevido a intervenir. Cuando lo hizo por fin fue para decir:
- Anna. Esto es muy doloroso para todos, pero es necesario que afrontemos los hechos y tratemos de ponerles remedio en la medida de nuestras posibilidades -dijo Antuña, y agregó-: Tienes que calmarte. Así no conseguirás resucitar a Nacho. No podemos levantar el cadáver hasta que no vengan las autoridades a las que ya Pitt me parece que acaba de avisar por radio y por llamada al 911. Cubramos con una sábana el cuerpo del infortunado Nacho y esperemos que llegue la ayuda que estamos solicitando.
El capitán Pitt acababa de contactar por teléfono con las emergencias del 911 y había contado lo ocurrido, dando a la vez cuenta de la posición, que en aquellos momentos ocupaba el Lukku-Cairi en medio del océano, a veinticuatro grados treinta minutos latitud Norte y a setenta y seis grados cuarenta minutos longitud Oeste. Igualmente, había conseguido que la atildada telefonista de la comandancia de policía de Nassau le pasara la comunicación con el superintendente Morgan, que si bien en principio se mostró un poco sorprendido por la noticia, sin embargo no tardó en reaccionar y en reconocer ante Pitt que el hecho era algo que cabía dentro del cálculo de probabilidades, aunque él personalmente no esperaba que Milienko fuera a disparar en un lugar tan concurrido. En efecto, le acababan de pasar la comunicación de un tal Sean Sayle que faenaba en una lancha de pesca en las proximidades del lugar de los hechos y que había llamado a la policía a través del teléfono de emergencias, anunciando que desde su barco había visto como se había producido un disparo desde el puente del Aquille, pequeño yate con bandera de EEUU que, nada más ocurrir los hechos, había puesto rumbo Norte escapando del lugar de la tragedia. También Jasper, que desde su embarcación vigilaba los movimientos del Lukku-Cairi, le había telefonado para decirle que el Aquille fondeado a unos ciento cincuenta metros de su barco comenzaba a moverse, alejándose de la zona. No había podido, hasta el momento, localizar a Thomas Berry para darle la noticia y ponerle en antecedentes de los hechos que acababan de suceder. Sin embargo, esperaba poder contactar pronto con él. En cuanto al fallecido Mr. Alonso, daría órdenes para que un helicóptero de la Rescue Patrol se desplazara al lugar a recoger el cuerpo con un médico y un juez a bordo del mismo, que pudieran certificar la muerte y proceder al levantamiento y traslado del cadáver a Nassau. Por lo que se refiere al resto del pasaje del Lukku-Cairi serían también recogidos por otro helicóptero de salvamento y trasladados a tierra para prestar declaración. Era, igualmente, importantísimo que no se tocara nada en la escena del crimen mientras no llegara la policía. Si existía cualquier tipo de duda o de novedad de la que informar, le rogaba se pusiera de nuevo en contacto con él cuantas veces fuera necesario.
Milienko, entre tanto, navegaba a toda la velocidad que le permitían los motores de su embarcación en dirección Norte. Su destino era una de las olvidadas playas del Oeste de Nueva Providencia a la que pensaba llegar, si las condiciones meteorológicas no variaban, en un plazo máximo de dos horas. El Aquille volvía a llevar pabellón de la República Italiana sustituyendo de nuevo al americano, que durante el tiempo que permaneció estacionado junto al Lukku-Cairi había hecho ondear en el mástil de popa. No contaba Milienko conque las circunstancias fueran a cambiar en un corto espacio de tiempo produciéndose un cambio total en los planes que pretendía desarrollar a partir de aquel momento. Afortunadamente conservaba en su poder el pasaporte falsificado que había recibido en el paquete que el vendedor indio le había entregado en Nassau, con sello de entrada en el país a nombre de Ugo Piattelli. Jasper, que había observado la extraña maniobra del Aquille emprendiendo ruta hacia el Norte, le seguía a una prudente distancia permitiéndole durante un cierto tiempo mantener un contacto visual, que al cabo de una media hora de navegación se había quedado en un simple puntito destellante en la pantalla del radar.
A todo esto Pitt, por su cuenta trataba, de momento sin éxito, de contactar con Thomas Berry en Florida. Cuando al fin lo logró, su incredulidad fue en aumento a medida que el patrón de Lukku-Cairi le iba poniendo en antecedentes de lo ocurrido. «No es posible que ese asesino sea tan osado como para realizar un disparo en un lugar tan concurrido de embarcaciones, y por tanto de posibles testigos», pensaba Thomas mientras escuchaba atentamente a Pitt. «Si ha hecho eso es que tiene un meditadísimo plan urdido para eludir nuestra persecución», era la idea que rondaba por la mente de Berry en aquellos momentos.
- Pitt. ¿Sigue Vd. ahí? -Preguntó Thomas en un momento determinado de la conversación mantenida con el patrón del barco de Stocker, y agregó-: Me gustaría que prestara una gran atención a todo lo que le cuente a continuación, aunque antes desearía hablar personalmente con Mr. Antuña.
- De acuerdo. Se lo paso -contestó Pitt.
- ¿Jorge? -preguntó Berry.
- Dime, Thomas -respondió el aludido.
- Es absolutamente imprescindible que no mováis el barco de donde os encontráis en estos momentos, y que esperéis la llegada de la “caballería” en forma de ayuda de la policía de las islas, que me consta ya ha salido para el lugar y no tardará mucho tiempo en llegar. Tú también has pertenecido hace años a los servicios secretos y sabes tan bien como yo lo que hay que hacer en estos casos. Voy a proceder a llamar a Johnnie Jackson para ver si es posible montar un operativo que permita dar el alto al barco de nuestro asesino, porque de lo que estoy absolutamente seguro, es que tiene perfectamente estudiada y planeada la operación de retirada de la zona, y la consiguiente huída.
- Yo también estoy completamente seguro de que si ha obrado como lo ha hecho es porque dispone de planes muy precisos para burlar todo tipo de vigilancia que podamos dirigir contra él -respondió Jorge.
- Ya veo que los dos estamos de acuerdo -afirmó Thomas, y agregó-: ¿Si fueras tú el asesino, qué harías en estos momentos? -preguntó, a su vez Berry.
- Probablemente estrellaría el barco en alguno de los múltiples cayos que existen por los alrededores y a continuación trataría de salir del país por tierra con una identidad falsa- respondió Jorge.
- Veo que somos de diferentes escuelas y métodos -dijo Thomas, y añadió-: Yo, en cambio, pienso que lo perfecto sería tratar de aproximarme a las costas de las Bimini lo más posible; lanzarme al agua cerca de la costa e ir nadando hasta la misma para abordar el ferry que todos los días hace dos viajes entre estas islas y Miami. Con una identidad falsa y una buena caracterización no sería complicado que consiguiera entrar en EEUU donde la lógica no hace presagiar que alguien, que como Milienko es buscado internacionalmente por delitos de terrorismo, pueda estar interesado en introducirse. Ya sabes el dicho de que en situaciones de gran peligro lo mejor, a veces, es introducirte en la boca del lobo. Suele dar resultados. Por lo menos, a mí me los dio algunas veces en Vietnam -terminó Thomas. -En otros tiempos, a mí también me ha dado resultados esa táctica -contestó Jorge, y añadió-: Sigo insistiendo en que en mi opinión Milienko optará por la huída por tierra y la salida del país en avión.
- Avisaré a Johnnie y al superintendente Morgan para que cubran ambas eventualidades -dijo Thomas, y añadió-: ¿Aún no ha llegado el helicóptero con los médicos y la policía? -volvió a inquirir Berry.
- Todavía no -respondió Jorge, quien a continuación dijo-: Espero que estén al llegar de un momento a otro. En efecto, Pitt me está avisando que tiene al aparato localizado en el radar aproximándose al Lukku-Cairi. Te volveré a llamar en cuanto hayan evacuado el cadáver de Nacho mientras esperamos la llegada de un segundo helicóptero que nos traslade a Anna, a Cris y a mí a tierra -terminó Jorge, y colgó.
El tiempo había comenzado a cambiar bruscamente en le zona donde se hallaba el Lukku-Cairi. Unas amenazadoras nubes de tormenta con gran aparato eléctrico se divisaban en el horizonte en dirección Este. El sol se iba nublando por momentos, y comenzaba a descender de forma brusca la temperatura. El helicóptero que estaban esperando en el barco había desaparecido hacía un par de minutos de la pantalla del radar y no había señales del mismo, cosa que comenzaba a inquietar a Pitt, que además veía como aquellas nubes con gran aparato eléctrico se iban acercando cada vez más al punto en el que su barco permanecía al pairo. El mar comenzó a agitarse como consecuencia del fuerte viento que se levantó de pronto, y una gruesa cortina de agua comenzó a caer sobre la cubierta de la embarcación de Stocker en la que se hallaban Anna, Cris y Jorge junto al cadáver de Nacho tapado con una sábana esperando ser evacuado por la aeronave que no acababa de llegar. La lluvia cesó de pronto y una impenetrable niebla lo invadió todo. Los instrumentos de navegación parecían haberse vuelto locos de pronto. La brújula y el GPS no funcionaban; el radar se mantenía inexplicablemente apagado sin detectar nada en absoluto, y el generador eléctrico del barco ha bía quedado paralizado con la consiguiente falta de fluido para todos los sistemas de iluminación del mismo. «¡Santo Dios!» Pensó Pitt al ver como una especie de luciérnagas deambulaban sobre el puente y la cubierta del barco. «No puede ser cierto lo que mis ojos están contemplando», se decía Steven a sí mismo mientras contrastaba que Jorge, el más próximo a él de sus pasajeros, veía las mismas cosas. Las dos mujeres, entre tanto, se mantenían abrazadas la una con la otra junto al cuerpo sin vida de Nacho que yacía en la misma posición en la que había quedado cuando recibió el disparo mortal. La niebla, cada vez más espesa, hacía prácticamente imposible la visión a más de un metro de distancia, y el mar se había calmado como por ensalmo desde que el fenómeno meteorológico, que dificultaba en extremo la apreciación de objetos a escasa distancia, había comenzado. Las comunicaciones a través de la radio habían quedado restablecidas, aunque de una forma un tanto singular. En efecto, no era posible la localización de ninguna de las emisoras que habitualmente se escuchaban desde la posición en la que se encontraban en el mar antes de la tormenta. Por el contrario, ruidos extraños y música de tiempos pretéritos se podían sintonizar en algunos puntos del dial. El sonar, por otra parte, transmitía señales de objetos que, en teoría, se encontrarían navegando por debajo del Lukku-Cairi. No había forma de comunicar ni por radio ni por teléfono con el servicio de emergencias, y mucho menos con la policía de Nassau. Se encontraban como prisioneros en el tiempo y en el espacio, y los dos hombres comenzaron a sentir miedo.
- ¿Había visto alguna cosa así en su vida? -se atrevió a preguntar un tembloroso Jorge al capitán Pitt.
- Había oído hablar de fenómenos extraños en estas latitudes, pero le juro que jamás había contemplando lo que Vd. y yo estamos viendo en estos momentos -fue la respuesta del patrón del Lukku-Cairi.
- ¿Las mujeres, se encuentran bien? -volvió a preguntar Jorge.
- Hace dos minutos las he visto junto al cadáver de Nacho en un momentáneo claro de la niebla -fue la respuesta de Pitt.
- Mire eso, capitán -dijo Antuña dirigiéndose al patrón, a la par que señalaba un punto en el mar por entre los jirones de la niebla.
- ¡Dios mío! Es un barco mercante y parece bastante grande. ¡OH, no! Es un barco carbonero. Es… el Cyclop, que desapareció en 1918 en esta zona de forma misteriosa. ¡No puede ser! ¡Dígame que no está viendo lo mismo que yo, Mr. Antuña!
- Desgraciadamente, capitán veo como Vd. la figura de ese barco que se acerca hacia nosotros.
- Tenemos que virar. ¡Rápido! Ayúdeme en la maniobra. Se lo ruego. Ese carguero, o lo que sea, lleva rumbo de colisión hacia nosotros. Acérquese, por favor, a donde están las señoras y tráigalas hacia el puente. Tenemos que hacer una maniobra arriesgada y pueden caer al agua.
Jorge salió a toda prisa hacia el lugar de la cubierta donde se encontraban Cris y Anna, pero cuando llegó a donde deberían encontrarse ambas sólo estaba Anna. Cris había desaparecido y su compañera no se había dado cuenta de su ausencia. Probablemente un golpe de mar, al inicio de la tormenta, había propiciado la caída al agua de la infortunada Cris sin que Anna, absorta en sus más íntimos pensamientos al lado del cadáver de su marido, hubiera reparado en ello.
Jorge, al ver la escena, no lo pudo evitar y zarandeó a la señora Alonso mientras le preguntaba con vehemencia: - ¿Qué ha pasado con Cris? Anna, dime la verdad. ¿Qué le has hecho a mi mujer? Habla, o te juro que te mato. ¡Vamos! Habla y vente con nosotros al puente porque aquí corres un serio peligro.
- Jorge. No sé de qué me hablas. Estaba conmigo acompañándome junto al cuerpo de Nacho cuando llegó la tormenta. Me abrazaba y me consolaba con frases cariñosas, y yo me quedé como traspuesta pensando en el pobre Nacho. No vi ni sentí nada. No me explico cómo ha podido desaparecer -fue la respuesta de Anna, mientras obediente acompañaba a Jorge al puente aguantando los vaivenes del oleaje y dejaba sólo sobre la cubierta el cuerpo inerte de su marido.
«¿Cómo podía mostrarse tan frío en aquellos momentos?», pensaba Jorge casi sin darse cuenta de lo que había sucedido. «Mi esposa ha desaparecido y ¿yo no voy a tener ni tiempo para mirar en el mar por si su cuerpo permanece flotando en las olas?» «¿Cómo puede ser tan injusto el Destino?» «¿Por qué se me priva de la posibilidad de buscar al ser que más adoro en este mundo?» «¿Seguirá viva?» «Cris es muy fuerte y, salvo que haya recibido un golpe muy grande que la haya privado del sentido, sabrá sobrevivir y tarde o temprano la encontraremos» «Afortunadamente, en esta zona los tiburones que existen no suelen ser de los que atacan sin más» «¡Dios mío!» «Dame ánimos para buscarla y encontrarla con vida en cuanto pase esta tormenta», se decía a sí mismo Jorge mientras, haciendo equilibrios para no caerse con el vaivén del barco, se encaminaba junto con Anna hacia el puente. «No puedo abandonarla» «Tengo que regresar a cubierta y buscarla» «Sé que está ahí y me necesita» Dio media vuelta tras sus pasos, pero el sentido común se impuso y se encaminó de nuevo sujetando a Anna fuertemente hacia donde estaba el capitán.
- El Cyclop se acerca cada vez más -dijo Pitt a Jorge y a Anna cuando les vio aparecer en el puente, y añadió-: Creo que hemos corregido nuestro rumbo y el carguero va a pasar junto a nosotros sin colisionar.
- ¡Dios le oiga, capitán! -fue la respuesta al unísono de Jorge y de Anna, que poco a poco comenzaba a comprender la situación por la que estaban atravesando.
El Cyclop había sido un famoso carguero de la marina americana que en el año en que finalizó la Primera Guerra Mundial desapareció misteriosamente en aquellas aguas con trescientos ocho marineros a bordo. Varias tripulaciones de otros barcos, que también se habían visto envueltas en una situación como la que ahora les tocaba vivir a Jorge, a Anna y al capitán Pitt, tuvieron ocasión de comprobar la aparición con rumbo de colisión hacia las mismas del fantasmagórico carguero, que de pronto se desvanecía en la niebla y los efectos anormales que se vivían en su entorno desaparecían de golpe, aunque los que los habían padecido solían recuperar la normalidad a bastantes millas del lugar donde se hallaban cuando comenzaron los extraños fenómenos.
Pitt, trataba inútilmente de conseguir ayuda a través de la radio, pero le resultaba absolutamente imposible contactar con los servicios de emergencia y con la policía. Sólo oía a través de las ondas música de emisoras que no hacían más que emitir los que fueron los éxitos musicales de finales de la segunda década del siglo XX. Era como si de golpe les hubieran trasportado a comienzos de los famosos años veinte. El GPS no daba tampoco señales de vida, y resultaba absolutamente imposible saber cual era la posición del barco en aquellos momentos. El miedo atenazaba a los tres tripulantes vivos del Lukku-Cairi cuando un nuevo acontecimiento vino a añadir dramatismo a la escena. Pitt acababa de escucharlo, pero no estaba seguro de que sus compañeros lo hubieran oído también, ni tampoco se atrevía a preguntarlo. «¿Serán ciertos esos cánticos que se oyen en la dirección en la que se encuentra el Cyclop?», se preguntaba Steven cuando fue Jorge el que materializó en voz alta la misma pregunta.
- ¿Estáis escuchando esos cánticos? -dijo Antuña, dirigiéndose a sus dos interlocutores.
- Claro -fue la respuesta de Anna, adelantándose a la contestación de Pitt, y añadió-: Esa misma pregunta os la iba a hacer yo.
- Creo que si salimos de esta habremos pasado a engrosar la lista de aquellos que han padecido las consecuencias del caprichoso Triángulo de las Bermudas -intervino Pitt, quien añadió-: ¡Mirad! La niebla comienza a desaparecer. ¡El barco fantasma se ha esfumado! ¡Recobramos los instrumentos de navegación!
Volvía a lucir el sol y el GPS indicaba la posición en la que se encontraba el Lukku-Cairi en aquellos momentos. La radio también comenzaba a funcionar, y Pitt se lanzó a realizar una angustiosa llamada de socorro. La respuesta le llegó por las ondas a los dos minutos de haberlo intentado.
- Aquí la Rescue Patrol de la policía de Bahamas. Díganos cuál es su actual posición, Lukku-Cairi. Repito, señálennos su situación -repitió un par de veces la voz del operador de la emisora de la policía.
- Aquí el capitán Pitt al mando del Lukku-Cairi. Hemos sufrido una tormenta con extraños fenómenos de todo tipo cuando estábamos a veinticuatro grados treinta minutos Norte y setenta y seis grados cuarenta minutos Oeste. La alteración meteorológica ha durado apenas unos quince minutos, pero ahora nos hallamos, según nuestro GPS, cuarenta millas al suroeste, próximos a Green Cay junto a la costa de la isla de Andros, aunque la hora de nuestros relojes sigue siendo la misma que teníamos antes de los extraños sucesos. Una de nuestras pasajeras ha desaparecido misteriosamente, y el cuerpo del fallecido Mr. Alonso permanece en cubierta esperando ser rescatado por su helicóptero. Por cierto, ¿qué fue del aparato que volaba hacia nosotros cuando nos envolvió la tormenta? -preguntó por último Pitt al policía que atendía su llamada.
- El helicóptero les tenía ya localizados en su radar cuando apareció una extraña tormenta que le impidió continuar en la misma ruta a causa del fuerte viento y el abundante aparato eléctrico que le imposibilitaba un vuelo seguro. El piloto dio la vuelta y regresó a la base. Por cierto, ¿qué hora tiene Uds.?
- Las quince y dieciocho fue la respuesta de Pitt. -Sus relojes marcarán la misma hora, pero lo cierto es que han estado “perdidos” durante cerca de dos horas. ¿Dicen que ha desaparecido un pasajero?
- Así es, estaba junto a la señora Alonso y “se esfumó” sin que nuestra atribulada pasajera pueda explicarse cómo ha podido ocurrir -contestó Pitt.
- Está bien. Paren los motores y manténgase en esa posición para que nuestro helicóptero, que va a volver a despegar de inmediato, les pueda encontrar sin problemas. ¡Ah! Y no se olviden de mantener abierta esta misma frecuencia por la que estamos hablando -dijo el operador, y cortó la comunicación.
Entre tanto, Jorge trataba de recapitular y de poner en orden sus ideas. Acababan de pasar por una extraña experiencia, una de esas que solamente ocurren a uno de cada quinientos millones de personas y, afortunadamente podía contarla. Al igual que tantos otros casos sin explicación aparente ocurridos en aquellas latitudes, como el del vuelo 19 en 1945, el del remolcador Good News en 1966 o lo referente al piloto Chuck Wakely en 1972 entre otros muchos, habían sido “engullidos” por aquella famosa niebla, de la cual todo el mundo que había pasado por ella daba testimonio. Además, su esposa había desaparecido misteriosamente en medio de aquella tormenta especial sin que la persona que se encontraba a su lado se hubiera enterado de su ausencia. De pronto, una duda le asaltó. «¿Tendría algo que ver Anna en la inexplicable desaparición de Cris?», pensó Jorge, y el simple pensamiento le estremecía su corazón. «No puedo creer que Anna sea una asesina», se repitió Antuña a sí mismo tratando de desechar aquellos terribles pensamientos que por un momento le habían asaltado. Anna, entre tanto permanecía como ausente en el puente junto al capitán Pitt con la mirada perdida en un indefinido punto del horizonte. El cuerpo de Alonso, cubierto por la sábana, seguía junto a la amura esperando que los equipos de rescate llegaran para transportarlo hasta el depósito de cadáveres de Nassau donde se le practicaría la autopsia. Jorge, en tanto, no paraba de otear el océano tratando en vano de localizar el cuerpo de su esposa.
El helicóptero de la patrulla de rescate tardó aún como unos veinte minutos en llegar hasta donde se hallaba al pairo el Lukku-Cairi. Una vez que hubo sobrevolado el barco, la aeronave soltó una camilla y una cesta con arnés en la que fueron descendiendo a cubierta: el juez, dos médicos y una enfermera, así como también dos agentes de la policía de homicidios de Nassau con instrucciones concretas del superintendente Morgan. Una vez que todos estuvieron sobre dentro del barco, los médicos procedieron a comprobar el estado de Nacho y certificaron su fallecimiento, siendo entonces el turno del juez quien ordenó el levantamiento del cadáver y el traslado del mismo a Nassau. Media hora después de que el helicóptero estuviera volando en círculos sobre el Lukku-Cairi mientras se realizaban aquellas operaciones, el cadáver de Nacho fue izado a la aeronave, y lo mismo ocurrió con el juez y el equipo médico que emprendieron todos juntos el regreso a la capital de Nueva Providencia. Los policías de homicidios tenían aún mucho trabajo que desempeñar en aquel barco interrogando a sus pasajeros y tripulante antes de dar por concluida su misión.
El amor es una bellísima flor, pero hay que tener el coraje de ir a recogerla al borde de un precipicio.
STENDHAL