INTRODUCCIÓN

Paternidad del «Diálogo»

Es una cuestión muy controvertida desde hace muchos años. Diversas obras y gran número de artículos de revistas especializadas propugnan o rechazan la paternidad tacítea. En la segunda alternativa, las razones que más se aducen son las de estilo. En efecto, en una primera lectura, unida a la de las otras dos obras llamadas menores, parece observarse un habla diferente. A esto se han opuesto estudiosos del tema arguyendo que se trataría de una obra de juventud; más bien pensamos en lo contrario, como pretendemos defender en el capítulo siguiente.

En realidad, como dice Marín Peña, «la diversidad puede ser un efecto artístico e intencional». Esto es muy cierto. Recuérdese la Germanía: en el caso de que los datos aportados por Tácito pudieran ser originales, en cuanto a la mise en scène es muy verosímil que se hubiera insertado en la tradición etnográfica, que ya había creado su propio estilo. ¿Qué tiene, pues, de particular que haga lo mismo con una obra en la que va a hablar, entre otras cosas, precisamente de oratoria? Más aún, él era un orador de reconocida fama y tendría más facilidad en este caso que en el de la Germania; su ductilidad no hace más que confirmar que Tácito es un extraordinario escritor.

Por otra parte, hemos dicho «una primera lectura», porque, si se recorre la obra con más atención, veremos que hay continuas semejanzas de estilo; en lugar de señalarlas (ya lo han hecho numerosos filólogos), volvemos a recomendar al lector que trate de hallarlas por sí mismo.

Por lo que respecta al contenido, nos limitaremos, de momento, a señalar un punto muy significativo: la distribución entre paz y mala oratoria, turbulencias y elocuencias magníficas, se encuentra en el mismo nivel que la eterna contradicción entre paz y orden, citada en nuestra Introducción General, cuando nos fijábamos fundamentalmente en sus obras históricas. Es más, los pensamientos en torno a este problema aparecen más sedimentados en el Diálogo.

Definitivo parece el que todos los códices lo dan como autor, y este dato es tanto más fidedigno cuanto que Tácito era conocido como historiador; el toparse con otro tipo de obra podría haber confundido a cualquier copista.

Reseñemos, para terminar, que Paratore[1] atribuye el Diálogo a Titinio Capitón, basándose en las cartas de Plinio (V 8, y, sobre todo, I 17) dirigidas a este personaje.

Fecha de composición y publicación

En 1, 2, dice: «a los que oí tratando esta misma cuestión siendo yo muy joven». Recordemos que Tácito nació entre el 54 y el 57, tal vez en el 55. Si confrontamos este pasaje con el 17, 3 («sexta etapa de este feliz Principado, en la que Vespasiano ejerce su labor bienhechora…»), podemos sacar la conclusión de que la aludida conversación habría tenido lugar hacia el 75, es decir, tendría Tácito unos veinte años.

Pues bien, creemos que tuvo que pasar un espacio de tiempo lo suficientemente amplio como para justificar el que «necesite memoria y recuerdo», y esa expresión, ese «matiz de nostalgia», como dice Bardon, del «siendo yo muy joven». Igualmente, por lo que respecta a la fecha aproximada de la composición, Bardon[2] establece, creemos que con sólidos argumentos, que el Diálogo es posterior a la Institución Oratoria de Quintiliano; si para ésta se ha establecido entre el 93 y el 96, para el Diálogo podría señalarse hacia el 97. En efecto, muchos estudiosos la señalan como contemporánea de las otras dos obras menores, aunque algo anterior, por razones de estilo; ya hemos visto cómo este tipo de razones no son válidas, aparte de que en este caso la rapidez con que habría evolucionado nuestro autor sería asombrosa.

Lo que sí pueden descartarse son fechas claramente anteriores, como el 81, sostenida por otros autores (como Gudeman). Pensamos que el 97 sería un término post quem. Syme[3] propone una entre el 101 y el 102, que coincidiría con el consulado de Fabio Justo, al que se dirige en el exordio de la obra, y otros autores llegan hasta el 107; se basan fundamentalmente en razones históricas: el criticar a ciertos delatores sería más factible cuanto más lejana quedara la época de Domiciano y los Flavios; igual argumento, aunque al revés, utiliza Bornecque para situar la obra en el 81; observemos que en un caso o en otro habría que referirse a la publicación.

Nosotros creemos más acertado aducir razones de contenido. Ya hemos dicho, e insistiremos en ello, que los juicios emitidos a lo largo de la obra, tanto literarios, como sociales y políticos, hacen pensar en una obra de madurez, quizá no posterior a las Historias (hacia el 106), pero sí posterior a la Germania y al Agrícola. La publicación, así las cosas, podría haber sido inmediata.

Los interlocutores

Materno, gran abogado, intenta dar otro rumbo a su vida; se ha llegado a decir que es el portavoz de las ideas de Tácito; si no de todas las ideas, sí refleja su encrucijada vital.

Mesala, hábil abogado en su tiempo, aunque defensor de la antigua elocuencia, también reflejaría las ideas de Tácito.

Marco Apro, de las Galias, tal vez tribuno de Claudio en Britania. También nos hace entrever algo de Tácito. En definitiva, en el desgarro que nuestro autor siente a una cierta edad, los diversos fragmentos toman vida en esta obra, cada cual por su lado.

Julio Secundo, discípulo del famoso orador Floro y amigo de Quintiliano. Se piensa que su intervención corresponde a la laguna existente entre el capítulo 35 y el 36; podría ser que no hubiera participado oralmente.

Estructura y asunto de la obra

La introducción y, sobre todo el final, son muy breves. Tras una comparación entre la poesía y la oratoria, defendidas, respectivamente, por Materno y Apro, acude Mesala a casa del primero y establece claramente que la oratoria está en decadencia; Apro lo rebate; cuando Mesala va a responderle, Materno le invita a que hable sobre las causas del declive, lo que ocupa menos de quince capítulos, cosa extraña si éste fuera el tema de la obra. Pero no lo es. Vamos a hablar de ello sin ahondar demasiado, dada su enorme complejidad.

Kennedy nos transmite las ideas siguientes[4]: 1) Cuando no hay democracia real, hay que encubrir tal situación con palabras; la oratoria se aplica, incluso, a otras formas de la literatura; la expresión literaria se complica, porque no se puede hablar con claridad. 2) En el Imperio no hay aemulatio, sino imitatio; a los niños hay que entrenarlos para medrar, de acuerdo con la nueva situación política. 3) Todo se ha burocratizado e institucionalizado; la oratoria ha perdido fuerza, al no estar en contacto con la realidad.

Bonner insiste en los factores políticos, pero orientándolos hacia un campo ya puramente literario-social[5]. Ya nos advierte la norteamericana Fantham[6] que el cargar toda la responsabilidad en un régimen político concreto no es muy acertado.

El examen que García Calvo[7] hace sobre las circunstancias históricas de la producción poética y literaria es muy revelador. Recomendamos leerlo con detenimiento y fijarse especialmente en las páginas 26-28. Nosotros nos atreveríamos a establecer aquí el principio de que la oratoria muere en cuanto se fija por escrito; ya no se practica la de antes; se la estudia, con lo cual se va a producir otra distinta, que ya no sería tal oratoria, sino un género o subgénero nuevo y, como consecuencia, se introduce en las mentes la tendencia a incluir todo lo que nos tropecemos en alguna casilla. Pues bien, esto es lo que quiere decir Materno: que el hombre es plural e irreductible por naturaleza; que el Poder se encuentra muy incómodo, si ello es así; hay que burocratizarlo todo, por tanto, y crear una oratoria adecuada; suprime la escuela de la vida y crea una convencional e institucionalizada.

Pero Tácito, ¿qué pensaba? Porque las críticas de Apro a Cicerón, por ejemplo, no son rebatidas por ninguno de los presentes. ¿Tampoco estaba de acuerdo con la literatura anterior, con toda la situación anterior? Pero ya vimos que eso no es todo. Bardon[8] se pregunta: «¿Se puede hablar del pensamiento de Tácito apoyándose en el Diálogo? Los personajes se enfrentan dialécticamente unos a otros. Las discusiones sobre si Secundo habría intervenido en la laguna entre el capítulo 35 y el 36 hacen ver las contradicciones de la obra.» Nosotros añadiríamos que las contradicciones están en el mismo Tácito. Llegado a un momento determinado de su carrera por la vida (no somos partidarios de la dicotomía de Bardon arte/vida), se autocuestiona sobre la eficacia de su propia existencia. Se ha dicho que sigue a Platón en el presentar una serie de temas en forma de diálogo; creemos que hay algo más: esa forma sería una reproducción de su dialéctica interna; su unidad anímica desgarrada queda fragmentada en los variados personajes de la conversación en esa de Materno. Por tanto, podríamos responder a Bardon diciendo que, aunque el Diálogo tal vez no sea la obra clave de Tácito desde el punto de vista literario, sí es la más sugerente para reconstruir su mentalidad. Y lo que queda más claro es que su composición requiere una cierta madurez en el autor.

El texto

El arquetipo es el Codex Hersfeldensis, descubierto en el siglo XV, pero al parecer escrito en el XIII. De transcripciones desaparecidas de este códice provienen seis manuscritos importantes: 1) El Vaticanus 1.862: contiene la Germania, un fragmento de Suetonio y el Diálogo. 2) El Leidensis Perizonianus, que coincide con el anterior en puntos en que los demás difieren; el mismo contenido, aunque aquí el Diálogo figura el primero. 3) El Vaticanus 1.518: una biografía de Horacio, un comentario de Porfirio, un fragmento de Suetonio, el Diálogo y la Germania. 4) El Farnesianus o Neapolitanus: contiene los libros XI al XVI de los Anales, las Historias, el Diálogo, la Germania y un fragmento de Suetonio. 5) El Ottobonianus 1.455: se creía copia del anterior y hoy se considera independiente. 6) El Vaticanus 4.498: el fragmento de Suetonio, el Agrícola, el Diálogo y la Germania, tiene el mismo origen que el Farnesianus. Puede añadirse el Vindobonensis 711, del que consta un parentesco estrecho con el Ottobonianus.