4. En los vestuarios
Maggie era una buena chica. Un corazón inocente bajo la presión familiar y social de tener que ser una chica diez. En el mundo en que vivía, no había opción si quería encajar. Sin esta presión, no hubiera encontrado el tiempo ni la forma de superar su timidez para convertirse en animadora. Compatibilizar estudios, equipo y sus tareas asignadas en casa, y llevarlo todo bien adelante, no era fácil para ella, pero luchaba cada día para conseguirlo e intentar aparentar que lo hacía sin problema.
Esa noche asistía a la primera fiesta de su vida. Era un compromiso social, pues su equipo había ganado el campeonato y las animadoras no podían faltar. Rocío, la capitana de las animadoras, lo había organizado todo con eficacia para dar una sorpresa a los chicos en el mismo estadio del campus. El entrenador había hecho de cebo, llamando a todo el equipo masculino para una reunión de urgencia a última hora, cuando ya todo el campus se retiraba y comenzaban a encender las luces. Al entrar a la pista del estadio, las luces se encendieron y apareció la sorpresa: el entrenador, alumnos de todas las facultades, confeti, una disco móvil y mesas de comida y de poncheras para todos.
Las chicas llevaban sus uniformes de animadoras y sus pompones. Maggie se comportaba como si todo aquello fuera con ella y fingía divertirse y sonreír. Su pelo rubio, natural y angelical, se movía sensualmente sobre su uniforme ajustado en colores azul y amarillo al bailar, pero, aun así, Maggie no era el centro de atención de los chicos precisamente. Nunca lo había sido; ellos intuían su carácter inaccesible y preferían buscar algo más fácil de alcanzar.
Maggie bebió ponche por primera vez. Rocío la animaba a hacerlo, sin ninguna mala intención, tan solo hacer que Maggie se divirtiera. Rocío era una buena amiga y la protegía, la había ayudado mucho a integrarse con el equipo. Pero el ponche estaba bien cargado y no tardaron en notarse sus efectos. A las dos horas de baile frenético y ponche, en el que habían echado todo tipo de cosas, la música comenzó a diluirse y ralentizarse en su cabeza. Las luces y las caras comenzaron a difuminarse y a desplazarse ante sus ojos como estrellas fugaces. Maggie bailaba como nunca, sintiendo la música bien dentro, moviendo la cadera como en los ensayos. De repente sintió que se orinaba muchísimo. Tenía la vejiga llena desde hacía un rato. A trompicones y sin decirle nada a nadie se fue en busca del baño, directa a los vestuarios. Observó de reojo que algunos grupitos y algunas parejas habían dejado la pista y hablaban o se besaban en las gradas.
Al fin llegó a los vestuarios femeninos. Abrió la puerta, deseando un poco de intimidad… y encontró a su compañera Marta subida sobre uno de los lavabos, con las piernas entorno a la cintura de Tim, uno de los jugadores. Maggie cerró la puerta instintivamente, sin que la vieran. Se moría de vergüenza. No pensaba entrar allí, pero no podía aguantarse más… Se dirigió al vestuario masculino, unos metros más adelante, al fondo del penumbroso pasillo. Le empezaba a dar igual que estuviera ocupado o no. Abrió la puerta y, afortunadamente, comprobó que estaba desierto.
Fue derecha a uno de los baños del fondo, junto a las duchas. Gracias a Dios que no estaba muy sucio y había papel, porque en esos baños era demasiado normal encontrarte los rollos vacíos y porquería a todas horas. Justo estaba acabando de limpiarse, cuando escuchó cómo se abría la puerta de fuera. Dos voces masculinas llegaron a sus oídos.
—Cierra la puerta, tío. No quiero que nos pille nadie.
Era la voz de Jon, el capitán del equipo. Un moreno de casi dos metros de alto por uno de ancho, con los brazos más impactantes que hubiera visto. Todo el mundo decía que, a pesar de ser el centro de atención, era buen chico; algo bromista, pero buena persona. A ella siempre le había intimidado lo bastante como para no hablar con él. No habrían cruzado más de dos palabras.
—Casi todos están yendo a los baños de fuera, siempre están más limpios, o están bailando y potando por el parking. El entrenador está como una cuba y echando los trastos a Rocío, a ver si cuela, ¡qué fuerte!
Ese era Adrien, un novato rubio, campeón de piragüismo en su país, Inglaterra, que estaba aquí con una beca y haciendo sustituciones en el equipo, aunque las pelotas no se le daba igual de bien que las piraguas.
—Saca la maría, tío –ordenó Jon a Adrien.
—¿Qué pensaría el entrenador si viera a su capitán perfecto fumando porros?
—Joder, yo creo que lo sospecha, pero prefiere hacerse el loco.
—Vamos a cerrar con llave por si acaso. La he cogido del cuarto del conserje.
—Joder con el ladrón inglés. ¿Qué eres 007, tío, o qué? Bien pensado.
Adrien debió hacer algún tipo de gracieta porque se escuchó la risa de Jon.
—Y si alguien quiere mear que se vaya al parking o a los de fuera. Punto.
—La mitad ya está sacando botellón de los coches. Que les den.
Maggie escuchó cómo giraba la cerradura y el corazón se le paró. De repente sintió como si el eco de la estancia fuera más fuerte. Estaba inmóvil dentro del baño. Tensa hasta el punto de morderse el labio sin darse cuenta. ¿Cómo iba a salir de allí? Si los chicos se enteraban de que ella había oído esa conversación, le iban a matar. Las sanciones por consumo de drogas eran estrictamente duras en el campus, pero para los deportistas y los estudiantes con beca, aún más. Seguro que la amenazarían; se jugaban mucho. Lo mejor sería esperar muy quieta a que acabaran, aunque se perdiera media fiesta.
Se sentó muy despacio sobre el váter, encogió las rodillas y las abrazó para que no cayeran. Pasaron los minutos. Los chicos fumaban fuera, en los bancos del vestuario, riéndose de tonterías, cada vez más colocados. Un olor característico comenzó a inundarlo todo y a hacer que Maggie se sintiera aún peor. Se preguntaba por qué no estaba en su casa, leyendo tranquila en su cama, soñando con el mundo. Se preguntó por qué se había obligado a sí misma a ir a la fiesta… para acabar así.
Estaba cada vez más mareada. Pero intentaba aguantar. De pronto uno de ellos se levantó.
—Voy a echar una meada –dijo Adrien.
El corazón de Maggie se puso a mil por hora. Rezó porque el “caballero” inglés no eligiera su baño; no tenía porqué. Escuchó cómo los pasos se acercaban y una puerta se abría cerca.
—¡Mierda! ¡Cómo está esto ya! ¿Quién ha entrado aquí? Joder…
Maggie escuchó cómo se abría otra puerta… y otra más. Su vejiga pareció aflojarse de nuevo debido a los nervios, afortunadamente vacía. Sospechaba que se había metido en el único baño limpio… Vaya ironía del destino. O quizá no, quizá no fuera el único… Y, entonces, la puerta se abrió ante ella.
Hundió, tontamente, la cara entre las piernas.
—¡Coño, vaya susto, joder! –clamó Adrien, que dominaba los insultos en el idioma del campus a “nivel usuario”.
—¿Qué pasa, tío? –preguntó Jon.
—Hay una pava aquí dentro.
—¿Qué dices? ¿Qué llevaba la mierda que has fumao?
Adrien, ni corto ni perezoso, agarró a Maggie por el pelo y tiró de ella hacia fuera.
—¡Joder! –gritó Jon al verla.
—¿Se puede saber qué coño hacías ahí? –preguntó Adrien, arrastrándola y estampándola contra la pared de la zona de los bancos.
Maggie levantó los ojos, aterrada.
—Joder, lleva cuidado con ella, Adrien –dijo Jon—. No seas bruto.
—¿Qué has oído? –le preguntó Adrien, muy agresivo. Maggie nunca había imaginado así al “caballero” piragüista inglés. Le había supuesto unos modos más suaves.
—Pues lo ha oído todo, joder –dijo Jon—. Pero no va a contar nada, ¿verdad?
—¿Y cómo podemos estar seguros? Parece la típica niñata chivata. ¿Eh?
—Es una chica bien –dijo Jon—. Pero también es lista y sabe cuándo tiene que callar –dijo guiñándole un ojo a Maggie—; déjala en paz.
A Maggie le sorprendió que Jon supiera si ella era lista o si no lo era. Pensaba que él nunca había gastado un solo pensamiento en ella, pero al parecer se equivocaba.
—No –dijo Adrien—. No voy a dejarla salir de aquí así, sin más. Tengo una idea mejor. Te hemos visto bailar ahí fuera –dijo, mirándola a los ojos y luego de arriba abajo—. Bailas muy bien, ¿sabes, rubia? Haznos un bailecito privado y te dejamos salir, así todos tendremos algo que callar –propuso.
Maggie no podía mover un músculo. Adrien la tenía agarrada de la camiseta por el pecho, empujándola contra la pared. De ninguna manera les iba a hacer un baile.
—¿Qué te pasa? ¿Eres una chica tímida? –preguntó Adrien.
—Por favor, dejad que salga –pudo articular, al fin, Maggie—. Solo quiero irme. Prometo no decir nada.
—Tus promesas no valen nada para mí, no te conozco.
—Adrien, venga tío –intervino Jon, acercándose.
—¡Si abre la boca puedo perder la beca, joder! De aquí no va a salir si no me da una prueba de su silencio. –La volvió a mirar de arriba abajo—. Joder, estás muy buena.
Adrien comenzó a meter su mano por debajo de la falda de ella. Maggie cerró los ojos y ladeó la cabeza. Trató de apartarle la mano. Veía casi borroso y se sentía débil, pero reunió fuerzas y lo empujó. Corrió hacia la puerta y comenzó a tirar del pomo, inútilmente. Entonces cometió el error de soltar un grito.
Ahora fue Jon quien fue hacia ella y la cogió por detrás, con una mano en su cintura y otra en sobre su boca, tiró de ella, apartándola de la puerta.
—Esto ya no –dijo Jon—. No puedes gritar así.
—¿Qué te he dicho? –apostilló Adrien.
Jon se sentó en el banco con Maggie sobre sus rodillas, bien sujeta aún. Ella lo escuchó suspirar. Acto seguido, notó la presión del miembro creciente de Jon bajo su trasero. Sus manos estaban ardiendo sobre su cintura y su boca y el aliento cálido de él le daba justo en el cuello. Ella le mordió la mano, pues sin querer, él le estaba presionando demasiado; tenía demasiada fuerza como para saber controlarla. Jon se revolvió ante el mordisco. Tiró más fuerte de ella, llevando su cabeza hacia atrás y haciendo que se le subiera la falda.
—¡Ah, zorra! –dijo instintivamente Jon, sin querer insultarla realmente.
Ella trató de zafarse, arañando a Jon en los brazos. Pero aún estaba bastante mareada y no tenía demasiada fuerza ni control.
Adrien se acercó a ellos y le agarró las manos a Maggie. Le abrió los brazos en el forcejeo y se quedó un momento inmóvil, mirándola directamente a los pechos, que subían y bajaban con los jadeos. Maggie quería llorar. Había soñado con esos dos chicos muchas veces, para qué negarlo. Pero ahora estaba asustada e indefensa, atrapada entre ellos, sujeta por ambos. Se sentía amenaza y solo quería irse.
—Quítale la camiseta, Jon. Quiero vérselas a esta palomita cabrona.
Ahora sí que tenía miedo. Los ojos de Maggie se abrieron como platos. Jon, evidentemente excitado, trataba de controlarse, pero estaba al límite de dejarse llevar por sus deseos. No reaccionó.
—Está bien. Sujétala. Yo se la quito –refunfuño Adrien.
Adrien tiró con rapidez y fuerza de la camiseta de Maggie hacia arriba. Ella intentó evitarlo, pero poco pudo hacer. Se dobló sobre sí misma, ocultando el pecho y mostrándole su espalda y el inicio de su trasero a Jon al hacerlo. Jon tocó la tira de su sujetador blanco como hipnotizado por él y, acto seguido, lo desabrochó.
—Parad, por favor –suplicó Maggie, sin fuerzas.
Adrien la incorporó y trató de separarle los brazos. Jon fue finalmente quien lo hizo, de un solo golpe. El sujetador de Maggie cayó al suelo, sus pechos blancos quedaron totalmente expuestos ante Adrien. Maggie pudo ver cómo algo crecía bajo el pantalón de él, ante sus ojos. Adrien se abalanzó sobre sus pechos, puesto de rodillas, como si un hambriento encontrara de repente un festín en su camino. Al tiempo, se desabrochaba el pantalón y metía su mano en él en busca de su miembro. Maggie notó la humedad y agresividad de su boca en sus pezones y se avergonzó al sentir que éstos se endurecían sin su permiso. Suspiró sin querer. Las manos de Jon, entonces, tomaron la iniciativa y se movieron por su barriga, su cintura, sus pechos y se deslizaron por sus ingles. Mordisqueó su oreja con suavidad y le dio un beso en el pelo. Parecía más inexperto que Adrien, quién lo iba a decir. Maggie podía forcejear algo menos, era como si se le fuera la energía. Los dedos de Jon llegaron al pezón que no estaba en la boca de Adrien y Maggie gritó; entonces la mano de Jon volvió a su boca. Le giró la cabeza hacia atrás, recostándola en su hombro, le dedicó una sonrisa extraña y la besó.
Maggie, ahora sí, estaba fundida, perdida. Perdida en el beso de Jon. En el placer que estaba recibiendo por casi todo su cuerpo al tiempo. Él la acarició con algo más de suavidad al notar que ella se relajaba. Adrien se estaba masturbando al tiempo que seguía devorando sus pechos. De repente, empezó a descender con lascivia por su vientre, hasta la cinturilla de su falda. Cuando llegó a este punto, con ambas manos de deshizo de la ropa interior de Maggie, y sin dar tregua le lanzó un pequeño mordisco en la vulva. Ella dio un respingo, pero estaba subyugada por lo que estaba sintiendo. Se revolvía, pero se empezaba a dejar llevar. Adrien buscó su clítoris con la lengua mientras Jon seguía besándola y encargándose de sus pechos: estaba recibiendo el doble beso que la derrotó por completo.
Al rato, Adrien no pudo más; se incorporó y puso su polla, larga y estrecha, entre los pechos de ella y los apretó. Maggie se quejó de nuevo. Entonces Jon buscó también su propio miembro y lo liberó, quedando bajo el trasero desnudo de Maggie y restregándose contra él. Adrien obligó a Maggie a meterse su glande en la boca, mientras su miembro aún seguía entre sus pechos, apartándola del beso de Jon. Maggie lo hizo un segundo, con algo de disgusto, y luego apartó la cabeza.
—¡Qué zorra! –gritó Adrien, enfadado.
Jon, entonces, decidió cortar la tensión y cambió de postura. Se recostó a lo largo en el banco, sujetando a Maggie sobre él y abriéndole las piernas con las suyas, exponiéndola a Adrien. El inglés se puso de rodillas sobre el banco, frente a ella, y se tumbó encima. Maggie quedó envuelta por los dos, uno arriba y el otro abajo. Nunca la habían penetrado y, sinceramente, prefería que el primero no fuera ese inglés, apuesto, pero tan rudo. Prefería a Jon. Y lo tenía a su alcance. Como de aquello no iba a librarse sin más, prefirió hacer algo. Curvó un brazo hacia atrás y buscó la gran polla de Jon, la encontró bajo su trasero, extensa en su plenitud, y la dirigió hacia la entrada de su vagina. Cuando estuvo ahí, se clavó en ella con un movimiento de cadera que dejó a Adrien sin opción y a ella sintiendo un profundo pero al tiempo satisfactorio dolor. Lo hicieron así un momento, con la punta del pene de Jon dentro de Maggie, curvada, recostada sobre él. Adrien quería participar así que se agarró su propio miembro y comenzó a masturbar a Maggie en el clítoris con su glande. Jon le tocó los pechos al tiempo, dejando rodar sus dedos por ambos pezones con intensidad y Maggie sintió una descarga eléctrica tan intensa que creyó que caería muerta en cualquier momento. Le faltaba el aire.
—¡Ah! Qué mojada está –exclamó Jon, con la voz rasgada—. Puedo notarlo en mi polla.
Al cabo de unos momentos, Adrien aulló:
—Joder, ¡yo también quiero hacérselo!
La agarró por las caderas y la forzó a darse la vuelta, quedando cara a cara con Jon, pecho con pecho, y de espaldas a Adrien. Se la metió desde atrás, y comenzó a sacudirla con mucha fuerza. El pene de Jon había quedado justo bajo la vulva de Maggie y se frotaba contra él con cada sacudida de Adrien. Eso era más placentero aún… Era increíble. Maggie miró a Jon y cerró los ojos. Entonces sintió que él buscaba su boca para besarla. Se besaron arrolladoramente, mientas Adrien acababa su trabajo y la zona íntima de Maggie se calentaba cada vez más al frotarse contra Jon. Estaba al rojo vivo. Sintió que todo se desbordaba. El pene de Adrien entraba y salía de ella con mucha rapidez. Jon se convulsionaba debajo de ella también. El rozamiento contra Jon la hacía sentir que saldría humo entre ellos en cualquier momento… y, sin decir nada a los chicos, increíblemente excitada, falta de aliento, Maggie se corrió.
—No puedo más… —dijo Adrien.
—No lo hagas dentro –dijo Jon.
Entonces Adrien la sacó de golpe y se la introdujo, también bruscamente, por el trasero, tan solo un poco, pues encontró muchísima resistencia. Jon se la metió entonces por la húmeda vagina, tal y como estaba deseando. Lo hicieron así durante unos minutos más, ensartada Maggie en ambos hombres…. Hasta que todos se desbordaron. Adrien lo hizo sobre su espalda, Jon la sacó justo a tiempo para hacerlo en su vientre.
Exhaustos los tres, al fin todo acabó por esa noche. Pero no para siempre para Maggie y Jon.