7 de
Septiembre de 2013
Incluso en una gran ciudad como Madrid, los chismorreos corrían tan veloces como la pólvora. Así se enteró Alex Jordán de que Sara Ferrer había tenido a su hijo.
Aquel sábado sus amigos estaban comentándolo en el gimnasio del que era propietario y que apenas abandonaba desde hacía varios meses.
Le habría gustado olvidar ese asunto después de su terrible pérdida.
El hijo que iba a tener con Rebeca había sido algo inesperado sin ninguna duda, pero después de tener tiempo de hacerse a la idea, ya no había podido dejar de pensar en ello. Cuando en aquel desafortunado accidente de tráfico Rebeca perdió al bebé, sintió que algo se rompía en su interior por primera vez en su vida. Entonces entendió lo que era el sufrimiento.
Y recordar la conversación que tuvo con Sara unas horas antes de enterarse de lo que ocurría a escasos metros, no ayudaba nada a superar aquel doloroso trance. De nuevo pensó que de haber podido reconquistarla, habría sido más sencillo pasar página tanto por su relación con Rebeca como por lo sucedido con su hijo. Lamentablemente Jorge sí había sabido jugar bien sus cartas con ella y ahora estaban casados y formando una familia. Sabía que él había desaprovechado esa oportunidad y si hubiese hecho las cosas de otra manera ahora la tendría a su lado.
Pero era demasiado tarde para todo aquello y estaba cansado de darle vueltas a lo mismo.
Estuvo tentado de llamar a Rebeca y pasar un rato con ella, pero desde que lo dejaron de forma definitiva, ninguno de los dos se sentía cómodo con la situación. Diferente fue en el pasado cuandose veían a escondidasporque estabasaliendo con Sara, ya que sentía algo muy distinto entonces. Pero en esos momentos, en que tenía claro que quería a la única mujer que no estaba disponible para él, no se sintió con ánimos de fingir ningún tipo de interés por otra, que estaba deseando ver en su rostro la más mínima muestra de afecto sincero.
Nunca había podido mentirle a Rebeca, porque le conocía demasiado bien y por eso su relación había sido tan estresante y diferente a la que tenía con Sara. Ésta no le atosigaba ni le sometía al tercer grado[1] cada vez que quería saber algo de lo que hacía, y había intentado hacerla entrar en razón en varias ocasiones, pero aunque le costara, comprendía que le había hecho daño y que nunca llegaría a confiar de nuevo en él. Intentó por todos los medios que nunca se enterara de su relación ilícita con Rebeca, pero aquel embarazo del que tanto renegó al principio, había sido el detonante que necesitara para que todo aquel desastre le estallara en la cara a ambos.
Pese al esfuerzo que hizo para que su relación funcionara por su hijo en común, no tardó mucho tiempo en darse cuenta de que nunca sería feliz con Rebeca, porque aunque a los dos les costara separarse, nunca tuvieron una relación normal y sincera. Siempre había de por medio un montón de mentiras, peleas y conversaciones dolorosas que sólo hacían que su aventura, aunque adictiva hasta lo enfermizo, nunca se basara en nada por lo que valiese la pena luchar.
Mandó callar a sus amigos con un tono más brusco de lo normal. No quería saber nada más sobre los pormenores de Sara y su embarazo, y como todos los presentes la conocían y también algunas de las parejas de éstos eran amigas o conocidas de ella, parecía que tenían mucho que contar.
Se hizo el silencio y notó que casi con total seguridad intentaban sonsacarle algo al respecto, pero tenía claro que en ese momento no le apetecía lo más mínimo hacer una tertulia sobre el asunto. Nunca le había gustado hablar sobre nada que tuviera que ver con su intimidad y mucho menos cuando ni siquiera sabía qué podía decir. Estaba totalmente perdido al no poder hacer nada para que todo volviera a ser como deseaba y no estaba acostumbrado a no salirse con la suya. Tampoco a esforzarse por nada, pero ya le fallaban las fuerzas al saber que lucharía por algo que jamás volvería a ser suyo.
Después de un rato de charla insustancial sobre las horas de entrenamiento de algunos clientes, Alex decidió despedirse de sus colegas y cerrar. Se marchó a casa para asearse y salir un rato, al fin y al cabo era sábado y no tenía por costumbre pasar las noches del fin de semana encerrado. Eso le haría perder muchas oportunidades de diversión a manos de las muchas chicas que abarrotaban el local que solía frecuentar con sus amigos. Era la mejor forma de pasar las madrugadas y además librarse por unas horas de sus demonios interiores.
Esa noche en particular sentía que necesitaba grandes dosis de alcohol para olvidar. Se fue hasta su casa caminando ya que quedaba cerca de Gran Vía, apenas a unas pocas calles de su gimnasio.
Una vez en su piso, sintió un extraño vacío y no precisamente por la falta de decoración, pero era un sentimiento que no había experimentado antes y mucho temía que pudiese ser algo parecido a la soledad.
Jamás en sus veintinueve años había estado tan solo. Era muy independiente en todos los aspectos, pero a la vez le gustaba poder estar con una mujer atractiva a su lado para satisfacer ciertas necesidades aunque lo que nunca había sido capaz de sacrificar era su estilo de vida: le gustaba hacer en todo momento lo que más le apetecía sin tener en cuenta los sentimientos u opiniones ajenas.
Él no tenía intención de cambiar eso y la persona que estuviera a su lado tenía dos opciones: aceptarlo o buscarse a otro.
Tras una ducha rápida envolvió su escultural cuerpo con una toalla a la altura de su cadera que apenas le llegaba por debajo de la rodilla y peinó con los dedos su sedoso pelo oscuro. Entró en su dormitorio, que en realidad era en el único que había en su apartamento y se despojó de la toalla para ponerse unos vaqueros negros y una camisa gris. Pensó para sus adentros que la ropa congeniaba muy bien con su estado de ánimo aunque esperaba que eso pudiera cambiar a lo largo de la noche.
Quedó con sus amigos en encontrarse en el pub, que también quedaba más o menos cerca de su casa y se fue dando un paseo para despejarse y olvidarse de las pocas ideas nefastas que pasaban por su mente y concentrarse en la única que valía la pena para él: una noche de fiesta.
Una vez que entró, su humor cambió drásticamente. Ese era su ambiente: estaba en una zona exclusiva, buena música y gente igualmente distinguida, ya que era un local frecuentado por muchos deportistas famosos y entre ellos varios que se entrenaban a menudo en su gimnasio. La noche prometía y estaba acostumbrado a divertirse a lo grande siempre que iba.
A las tres de la madrugada y en un estado bastante ebrio pensó que por una vez en su vida se iría a casa y a la cama completamente solo. No era lo normal en él, porque si bien valoraba mucho su independencia, no le importaba lo más mínimo que su cama estuviera ocupada por las noches, y como era un hombre innegablemente atractivo, viril y carismático y lo sabía muy bien, a menudo lograba captar el interés de gran número de mujeres allá por donde iba.
Sin embargo Alex pensó que esa noche la gente que llenaba el local se habría percatado del humor que se escondía bajo la fachada que había creado y ni siquiera sus amigos se acercaron demasiado, posiblemente por miedo a que descargara su furia con ellos. Vaya panda, se dijo.
A punto de marcharse del local e irse a casa, se despidió con un gesto de todos ellos y ya en la salida se quedó un momento mirando hacia la calle sin saber muy bien qué debería hacer, porque no recordaba que en su vida se hubiera sentido tan perdido.
Alguien habló a su espalda y le preguntaba algo por tercera vez. Debía de estar bastante borracho para no entender lo que decía esa persona aunque Alex se notaba tan fresco como siempre a pesar del desconcierto que bullía en su interior desde esa tarde.
—¿Estás bien? —preguntó una mujer tremendamente atractiva.
Alex pensó que en toda su vida no había conocido a una chica tan hermosa y sexy. Decidió que su suerte esa noche podía cambiar. Se puso a trabajar su encanto a toda velocidad y la obsequió con una sonrisa que estaba destinada a derretir a toda mujer que cayera bajo su hechizo. La combinación de su mirada penetrante con esos ojos verde claro, no hacía más que añadirle puntos.
Se extrañó cuando vio que ella tenía una expresión risueña aunque calculadora en su bello rostro.
—Estoy de maravilla, ¿y tú? —respondió él.
Ella tardó unos instantes en contestar mientras parecía que estudiaba a Alex como si fuese una pieza de colección del museo de historia.
—¿Eres Alex Jordán?
—Sí, pero creo que no nos conocemos… aún. —Alex estaba desconcertado pero no cambió su famosa expresión seductora porque imaginó que era bastante normal que la gente de la zona le conociera, ya que la frecuentaba a menudo además de vivir no muy lejos.
—Pues sí que nos conocemos, sin duda —replicó. Su expresión de reconocimiento y completa felicidad confundió a Alex.
Pensó que era incluso más atractiva cuando sonreía de ese modo. Tenía un pelo moreno y liso que le llegaba casi por la cintura y unos ojos increíbles de un color tan oscuro que muy bien podían ser negros. Tampoco su cuerpo lo dejó indiferente, ya que se la imaginó con algo de menos ropa y desfilando como una modelo de lencería totalmente explosiva. Sabía que tenía buen gusto para las mujeres, pero pocas se salían de lo normal, al menos para él.
—Soy Tamara Casas —dijo ella. Comprobó la falta de memoria de Alex por su expresión de desconcierto. —¿Será posible que no me recuerdes? Estuve un par de años viviendo por aquí cerca cuando tenía diecisiete.
—Yo no…
—Vamos —dijo ella riéndose—, perdimos la virginidad juntos —explicó sin cortarse.
Una pareja algo más mayor pasó junto a ellos y les miraron como si estuviesen locos hablando de sus intimidades en un lugar tan concurrido y público. Se alejaron murmurando algo sobre la falta de vergüenza de algunos y apenas les hicieron caso.
Tamara se rió de forma desvergonzada por su comentario. Alex por su parte comprendió que tenía ante sí a una chica que le robó el corazón a sus dieciséis años y a la que no había visto desde entonces, ya que a los pocos meses de su único e íntimo encuentro, ella se marchó a Granada donde siempre había vivido excepto en ese corto período de tiempo.
Al ver que por fin él se había dado cuenta de quién era ella se sintió encantada y le abrazó con ímpetu. Alex correspondió el gesto y sintió que era muy reconfortante volver a encontrarla después de tanto tiempo. Sin duda tendrían que quedar para ponerse al día y aunque le apetecía mucho, no le serviría en absoluto para enfriar sus pensamientos en ese preciso momento.
Tras intercambiar sus números y despedirse Alex se marchó a su piso con intención de hacer uso de su agenda telefónica al día siguiente.
No soportaba tener resaca los domingos y aunque a menudo no hacía nada, ese día en concreto tenía planes que llevar a cabo. Deseaba ver de nuevo a Tamara y cuanto antes mejor. Su intención era pasar del café a una cena y de ahí al siguiente paso: invitarla a su piso.
Cuando deseaba algo no solía perder el tiempo con un sinfín de citas y aunque el sexo a veces no funcionaba para consolidar una relación, a menudo era la maniobra que necesitaba para que las mujeres quedaran enganchadas a él, que se sabía un amante de primera. Pensó que su relación pasada con Tamara cambiaba en efecto esas reglas, ya que al menos por un tiempo estuvieron unidos y pasaron juntos por la etapa más importantenormalmente para una adolescente y era su primera vez.
Después de varios mensajes y llamadas sin respuesta, Alex estaba furioso y algo confundido. Nunca había tenido que insistir tanto cuando quería hablar con una mujer y desde luego él sabía muy bien lo que era desentenderse del teléfono los domingos, pero esperaba que después de su encuentro de la noche pasada, ella estuviera al menos interesada en quedar con él. Tampoco la podía imaginar como loca esperando una llamada junto a su teléfono, pero a su vez deseaba que al menos mostrara un poco de curiosidad.
Por fin casi al medio día recibió una llamada despreocupada de Tamara preguntándole si le apetecía ir a tomar un café. Alex se mostró un poco receloso, pero tenía ganas de volver a verla y fue entonces cuando oyó una voz, sin duda masculina, al otro lado de la línea.
—¿Hay alguien contigo?
—Es mi novio pero tranquilo, no le importa que quede contigo —respondió.
Alex se quedó decepcionado al saber que estaba con alguien. Nunca le había detenido ese insignificante detalle, pero por alguna razón no deseaba compartirla con nadie.
Se quedó paralizado y contrariado porque ese inusual pensamiento cruzara por su mente. Nunca había sido posesivo con ninguna mujer que conociera, aunque era cierto que cuando salía con Sara no le hacía gracia que Jorge se acercara a ella, lo que sentía realmente ante eso era sobre todo humillación, y eso no lo toleraba.
Al final pensó que al diablo con todo. Intentaría conquistarla con todos los medios de los que dispusiera y echaría a patadas a quien quiera que fuese el idiota que había conseguido estar con una mujer tan increíble como ella antes que él.
A las seis de la tarde quedaron en encontrarse en una cafetería del centro que tenía tanto estilo y sofisticación como años, y se rumoreaba que pasaba de los cien.
Cuando la vio entrar, algo se removió en su interior y aunque no le gustara la sensación, era como si volviera a tener dieciséis. La primera vez que la vio no fue muy lejos de donde se encontraban ahora y recordaba haberse fijado en su atractivo, que no había hecho sino aumentar con el paso de los años. Era toda una mujer y se alegraba de que su forma de ser no hubiera cambiado en absoluto. Siempre había sido directa, sincera y simpática: lo que siempre había buscado en las mujeres con la adecuada combinación de un cuerpo perfecto.
Estuvieron charlando un rato y poniéndose al día después de tantos años de separación. A Alex le extrañaba que no se hubiese casado ya, porque cualquier hombre que se preciara de serlo y fuese mínimamente inteligente se daría cuenta de lo maravillosa que era. Él no tenía intenciones de ir tan lejos hasta dentro de unos años y desde luego no le importaría tener una colección larga de citas de una sola noche, pero de repente pensó que una relación con alguien con quien compartiera un pasado y, dado que lo que sintió por ella en la adolescencia estaba amenazando con resurgir con fuerza, pensó que podría replantearse sus objetivos al tratarse de ella.
Salieron de la cafetería y Tamara se agarró de su brazo amistosamente. Alex pensó que le gustaría abrazarla más íntimamente, pero sabiendo que estaba con alguien, aunque no había podido averiguar en qué términos, decidió que podía esperar.
—¿Quieres ir a cenar esta noche? —preguntó.
—Lo siento, he quedado.
—Pues llama y lo cancelas.
—Igual que siempre, no has cambiado nada —contestó riendo.
—¿Y eso te molesta? —preguntó con un sorna—. Creía que te gustaba como soy.
Alex se detuvo y como estaban en una calle poco transitada se permitió acercarse a ella hasta casi sentir su aliento en sus labios. Como veía que no se apartaba, colocó ambas manos en sus caderas y se acercó aún más. Le gustaba que ella fuese tan alta, porque con su metro ochenta y cinco apenas tenía que bajar un poco sus labios para besarla.
—Claro que me gustas, pero eso no significa que esté ciega Alex.
Aunque dijo eso con la naturalidad y la frescura que le caracterizaba, él no pudo evitar ponerse a la defensiva. No tenía intención de pedir perdón por su forma de ser y no le hacía gracia que precisamente Tamara, a la que quiso y perdió, fuese la que se lo echara en cara.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó molesto.
—No pretendía molestarte, pero hace unos días me encontré con Pablo y me estuvo poniendo al día sobre tus pequeñas aventuras del año pasado.
—¿Pablo te lo ha contado? —exclamó furioso y sorprendido.
—Su novia —dijo como única explicación.
Alex no podía creer que media ciudad estuviera hablando de sus escarceos y pensó que más le valía buscarse amigos nuevos. Ninguna de sus anteriores relaciones, y había tenido muchasaunque la duración variara considerablemente de unas a otras, le había costado tanto y le había afectado a sus posibles conquistas. En ese momento le molestó pensar en Tamara en ese término, ya que la consideraba algo más que una simple aventura sin sentido y se sintió contrariado además de disgustado consigo mismo. No solía pensar en sus errores porque no era para nada su filosofía de vida, pero ahora creía que debía cambiar eso si quería llegar a conseguir lo que quería, y definitivamente quería salir con la mujer que tenía aún entre sus brazos.
Muy a su pesar se separó de ella y siguieron caminando sin rumbo fijo. Cuando llegó el momento de despedirse le preguntó si podían verse algún día de esa semana.
—Tengo cosas que hacer, pero sacaré tiempo para ti, no te preocupes —contestó con una sonrisa traviesa—. Invítame a tu gimnasio y estaré allí todos los días.
—Claro —dijo Alex pensativo. Verla todos los días con un mínimo de ropa no le ayudaría a pensar con claridad, pero al menos la tendría cerca—. Ven cuando quieras y pregunta por mí o por Pablo —pronunció el nombre de su amigo y compañero de trabajo con cierto tono de resentimiento.
Y así quedaron, Tamara se pasaría al día siguiente por el gimnasio y tendría unas horas gratis de entrenamiento y además estaría rodeada de hombres atractivos y musculosos, ¿quién podría negarse a eso?
Acababa de terminar una sesión bastante intensiva de entrenamiento cardiovascular y se había dado una ducha de diez minutos, cuando Alex vio entrar a Tamara con ropa deportiva consistente en un top pensado para realzar sus evidentes encantos y unos shorts que revelaban unas piernas interminables.
No sabía si sería por el ejercicio o el agua caliente, pero se sintió encendido como un fuego al que atizas para que no se apague después de llevar mucho tiempo prendido. Sin saber cómo había pasado se dio cuenta de que realmente ella había causado estragos en su juventud y ahora comprendía que nunca la había olvidado realmente.
Le iba a costar trabajo no ponerle las manos encima ya que con ese conjunto era como un gran cartel con luces anunciando: Atención aquí.
Cuando ella le vio se fue directamente a su encuentro con una sonrisa enorme y una mirada sugerente que no pudo sino catalogar en su mente como una advertencia de que buscaba algo más que un entrenamiento corriente. Notó que algo se movía en sus pantalones y Alex se alegró de estar detrás del mostrador a solas y que nadie más se diera cuenta de lo que le estaba pasando, lo cual era bastante embarazoso y nada normal en él. No le gustaba sentirse tan expuesto con una mujer porque siempre había sido él el que controlaba la situación y ver que se le escapaba de las manos no le gustaba en absoluto.
—Hola —dijo alegremente—. Bueno, ¿por dónde me recomiendas que comience?
—Pues eso depende —Alex quiso sugerirle que el baño turco sería perfecto si entraba desnuda y le dejaba acompañarla, pero se lo pensó y creyó que ya tendría tiempo durante la semana—.¿Quieres asistir a alguna clase? Carlota acaba de empezar una de aerobic combinado y Estela empieza en diez minutos una de body combat[2] —dijo esta última con una sonrisa perezosa.
—¿De qué te ríes?
—Creo que te encantará, Estela mete mucha caña.
—¿A sí? —preguntó a la vez que Alex se le acercaba. Compuso una expresión sugerente y bajó el tono de voz—. Eso me gusta.
Alex se mostró sorprendido y cuando vio esa mirada en los ojos de Tamara, supo que no hablaba de la clase de su entrenadora. Le encantaría llevarla a un sitio más íntimo, pero estaban en su gimnasio y sabía que ya estarían dando de qué hablar. Decidió que después quedaría con ella para llevarla a su piso donde nadie estaría pendiente de cada una de sus palabras así como del maravilloso cuerpo de la mujer que tenía delante.
—Creo que iré al vestuario —dijo ella muy cerca del oído de Alex.
Éste casi explota y tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no cogerla en volandas y llevársela, olvidándose de todo lo demás. Se apartó y con una sensación de mareo se alejó y entró en una de las salas donde le esperaban para otra sesión.
A las once y media, cuando ya estaba casi cerrado el gimnasio y solo quedaban los dos, Tamara buscó a Alex para despedirse y lo encontró en su despacho muy serio y mirando por la ventana.
Como si supiera que se estaba acercando, él se dio la vuelta y la miró como si quisiera devorarla entera. Ella se había puesto unos vaqueros ajustados y una camiseta sin tirantes, llevaba el pelo recogido en una cola alta y aunque no llevaba ni una pizca de maquillaje, Alex no había visto nunca a una mujer que fuese más hermosa a sus ojos.
—Venía a despedirme.
—¿A dónde vas? —a Alex no le gustó el tono suplicante de su propia voz.
—A casa, Esteban me está esperando —contestó girando la cabeza.
—Pues que espere —espetó con furia.
—Vamos no te pongas así, tú y yo no estamos juntos —dijo suavemente—. Además aunque lo estuviésemos, debes saber que las relaciones complicadas no van conmigo, prefiero no tener nada serio y evitarme muchos problemas.
—Somos iguales, deberíamos funcionar perfectamente —dijo en voz baja—. Déjame demostrártelo.
Alex acarició los hombros desnudos de Tamara. Era tan suave que sus dedos notaban un extraño hormigueo al contacto. Sabía que a ella le estaba gustando porque notaba que su pulso se estaba acelerando y si lograba eso con un roce estaba seguro de que podría hacerla llegar al cielo si lograba que se dejara llevar.
Sabía que tenía las mismas ganas que él porque de repente se volvió y acercó sus labios humedecidos hasta rozar apenas los suyos. Sintió su aliento cálido y su olor delicado y femenino que le hacían pensar en un prado lleno de flores perfumadas de todas las clases inimaginables.
Se sintió enardecido y profundizó el beso mientras bajaba sus manos desde sus caderas hasta los muslos para apretarlos contra él. Su deseo aumentaba a tal velocidad que creía que no aguantaría mucho más si no lograba tenerla pronto desnuda y dispuesta. Tamara pasó sus brazos por su cuello y se apretó aún más aclarando las pocas dudas que Alex pudiera albergar sobre lo que ella deseaba en ese momento. No tuvo que pensarlo mucho cuando una urgencia se apoderó de él y le instó a despojarse de toda su ropa mientras ella hacía lo propio con la suya. Sin apenas separarse acabaron desnudos y en un frenesí de besos y caricias que los volvía locos a ambos. Alex la sujetó hasta colocarla encima de su escritorio que estaba lleno de cosas, pero en ese momento todo carecía de importancia para él. Acarició íntimamente a Tamara y comprobó que estaba más que preparada para que por fin se hiciera cargo deella. Abrió un cajón que tenía a su lado y extrajo un pequeño sobreporque él siempre estaba preparado para lo que pudiera pasar dentro de esas cuatro paredes y después de ponerse el condón se hundió en el corazón de su feminidad hasta hacerla sofocar un grito de placer.
No recordaba haber experimentado jamás esa intensidad cuando hacía el amor con una mujer y se sintió casi abrumado mientras luchaba por lograr que Tamara disfrutara al máximo en lugar de concentrarse en su propio placer, como era normal en él.
Se aferraron el uno al otro como si de ello dependieran sus vidas y juntos alcanzaron la cumbre.
Mientras se recomponían y buscaban sus ropas por toda la habitación Alex se percató de que el semblante de Tamara era más serio que de costumbre, de hecho casi podía asegurar al cien por cien que nunca la había visto con una expresión que no fuese alegre en mayor o menor medida. De lo que estaba seguro es que algo rondaba por su mente y tenía que saber qué era para poder hacerla sonreír de nuevo.
Se acercó a ella y la hizo levantar la barbilla para mirarle a los ojos y allí pudo ver desconcierto y algo más que no pudo distinguir, dado que él mismo se sentía algo turbado en ese momento.
—¿Qué te pasa?
—Tengo que irme. Me están esperando.
—¿Vas a irte con él sin más? —preguntó sin saber muy bien qué era lo que esperaba realmente de ella.
—Ya te he dicho como funciona. No me apetece dar explicaciones de cada cosa que hago y él lo entiende. Si tú no lo haces, creo que no deberíamos vernos más —su propia voz le sonaba lastimera y no soportaba eso, no quería que Alex la viera vulnerable o le volvería a romper el corazón de nuevo. Sabía que había hecho bien al marcharse años atrás, pero no por eso fue menos doloroso y no deseaba pasar por ahí otra vez.
—Será como quieres, pero no te vayas —su tono de voz denotó desesperación y sabía que la situación se le estaba yendo de las manos aunque no lo pareciera a simple vista.
—Creo que es mejor que estemos separados unos días, te llamaré antes de irme, lo prometo —se acercó y le acarició la mejilla antes de posar sus labios en los suyos por última vez.
—Claro —dijo sin saber qué más añadir.
Como se le daba de maravilla eso de marcharse, Alex se dijo a sí mismo que ya debería estar acostumbrado, sin embargo la imagen de Tamara alejándose de su despacho le dejo un regusto amargo por todo su ser. No miró atrás y eso de daba muy pocas esperanzas de volver a verla de nuevo.
Cumplía su palabra, de eso no había duda alguna. Tamara le llamó unos minutos antes de coger el coche y salir de la ciudad. Le había dicho que tenía que irse y no se dignó a dar más explicaciones, lo cual dejó a Alex destrozado y con dudas sobre lo que ocurrió entre ellos varios días antes. Pensó que había hecho algo malo, pero lo único que le pareció mal es que se precipitara al acostarse con ella y no haberle dejado algo de tiempo para acostumbrarse a la idea de que pasara algo entre los dos. Él no era un hombre que pasara su tiempo meditando esas cuestiones, pero de todas formas era un poco tarde para dar marcha atrás.
Los siguientes dos meses los pasó creando en su mente un torbellino de recuerdos y dudas sobre Tamara y esa noche. Igual que tantos años atrás ella se había ido y no le había dado motivo alguno por el cual volvía a hacer exactamente lo mismo. La llamaba continuamente y casi cada día, a veces no lograba hablar con ella, pero cuando lo conseguía notaba en su voz cierto recelo y reserva a la hora de aclarar cómo se sentía, aunque era tajante sobre la futura relación que tendrían: era un no rotundo. No se explicaba el motivo, ella no mostraba nada de luz sobre el asunto y Alex sentía desesperación cada vez que colgaban los teléfonos. Le parecía que Tamara estaba en otra dimensión y no a cuatro horas de distancia en coche.
Aunque se le había ocurrido ir a Granada a visitarla, no podía dejar el gimnasio en ese momento y odiaba la idea de no poder escaparse un fin de semana para ir a verla. Ni siquiera sabía dónde vivía y por la forma de hablar de Tamara cada vez que la llamaba tenía claro que ella no se lo diría.
—Estás fatal tío —dijo Pablo al acercarse a su despacho—. ¿Se puede saber qué demonios te pasa?
—Olvídame, estoy perfectamente —soltó, normalmente hablaba de forma abierta con su mejor amigo, pero en las últimas semanas no se sentía con ánimos de hablar con nadie.
—Estás bien jodido, seguro que Tamara es la razón, ¿me equivoco?
—¿Por qué dices eso? —preguntó furioso y frunciendo el ceño.
—Vamos Alex, hace meses que no sales con nosotros y no te he visto mirar a otra mujer desde que ella se fue, pareces otro —dijo sonriendo de forma burlona—. Esa mujer te tiene bien pillado y no quieres admitirlo.
—Eso es ridículo, ya sabes que no soy hombre de una sola mujer —dijo con una mirada especulativa—, ¿has bebido algo o qué?
Su amigo se alejó por la puerta y se reía mientras negaba con la cabeza. Alex se quedó furioso y desconcertado sentado en su silla mientras le daba vueltas al asunto que había sacado a relucir Pablo. No podía creer lo que había dicho y es que era de locos. No recordaba haberse enamorado nunca y su modo de ver la vida era que no debía cerrarse ninguna puerta, por eso le gustaba estar con una mujer sin comprometerse en absoluto. Su fallida relación con Sara era la prueba de que no estaba preparado para ese paso y no deseaba pasar por todo eso otra vez. Tendría que pasar página y salir con otra para demostrarse que volvía a ser el de siempre. Llamó a unos cuantos amigos y quedaron para tomar unas copas aunque era jueves, pero pensó tenía que ponerse en circulación cuanto antes si no quería enloquecer.
Después de las dos últimas e infructuosas noches creía que no volvería a salir en otra temporada. No se encontraba con ánimos para estar con ninguna que no fuese Tamara y no podía sacarla de su mente, ni su rostro, ni su olor, ni su tacto. Algunos momentos la desesperación apenas le dejaba respirar y creía estar volviéndose loco. Ni siquiera se reconocía al ver al hombre llorica en que se estaba convirtiendo y si no buscaba una solución acabaría estallando de un modo u otro.
El sábado estaba en la barra de un bar cercano a su casa al que había ido solo para ahogar sus penas. No deseaba la compañía y aunque era algo bastante inusual en él, después de un par de meses esa actitud nueva no le estaba molestando tanto, de hecho Alex casi podía asegurar que se estaba acostumbrando.
Una rubia preciosa se le acercó y con voz sugerente le quiso invitar a una ronda. Normalmente ese tipo de invitación era bienvenida e incluso deseada, pero tal y como estaba su humor, no creyó que pudiera dar la talla como era debido.
En ese momento Tamara entró en el bar donde Pablo le había asegurado que estaría. Todavía no podía creer que hubiera hecho tantos kilómetros para encontrarse con un hombre al que no creía capaz de ser fiel por nada del mundo.
Su actitud fría hacia el compromiso derivaba precisamente del dolor que le causó tener que separarse de él cuando era joven y las muchas relaciones que igual que empezaron, terminaron. No sabía si creer en lo que Pablo le había dicho, y es que al parecer Alex se había quedado destrozado después de su marcha, pero no sabía qué más podía haber hecho. No deseaba pasar por el mismo desengaño una y otra vez, aunque con lo que no contó era con echarlo tanto de menos al volver a su ciudad. Apenas había comido o dormido durante esos meses y pensó que pese a todos sus esfuerzos, no podría olvidarle jamás.
Cuando le localizó se fijó que había alguien más con él. Una mujer. Tamara casi lo esperaba cuando había decidido hacer el viaje, se prometió que hablaría con él a pesar de lo que ocurriera y así al menos aclararía las cosas. No parecía que fuera necesario porque para ella era evidente que él había pasado página a pesar de lo que su amigo en común pudiera haber dicho, estaba claro que no estaba al tanto de sus actividades fuera del gimnasio.
Pensó que esa mujer estaba demasiado cerca de él y sintió un ramalazo de celos que no le gustó en absoluto, aparte de notar un malestar general en el cuerpo.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que él se alejaba sutilmente de ella mientras negaba con la cabeza y aunque estaba lejos y no podía oír lo que Alex le decía, sabía que no sería agradable para la mujer que se alejó decepcionada. Tamara no se lo podía imaginar de otro modo, ya que él era un bombón que muchas quisieran probar aunque era suyo y nadie más que ella tenía derecho a hacerlo.
Se sorprendió por la fuerza de ese sentimiento y es que aunque había aprendido a aceptar que estaba enamorada de él, era realista y sabía que nunca cambiaría a pesar del tiempo o las circunstancias. Eso le entristeció, pero se dijo que era mejor ser sincera consigo misma y de ese modo poder soportar lo que se avecinara.
Se acercó a él y se sentó en la barra a su lado. Él no se giró ni hizo ningún movimiento que le diera a entender que la había visto.
—¿Te invito a algo?
—Lo siento, pero paso… —conforme hablaba se iba dando cuenta de que esa voz no era la misma que tenía la mujer que se había ido unos minutos antes. Alex se giró y se quedó atónito a la vez que su corazón latía rápidamente— Tamara —dijo casi con veneración—, ¿qué haces aquí?
—Así que pasas, ¿de mí también? —preguntó con sorna—. He venido a verte, creo que tenemos una conversación pendiente.
—¿A sí? —dijo con ironía y algo molesto—. Como por ejemplo por qué te fuiste, ¿no? Después de todas las llamadas que te hice aún no lo tengo claro.
—Lo siento —se disculpó en voz baja—, pero no quería que me hicieras daño otra vez.
—¿Yo a ti? ¿Y qué pasa conmigo?
—No creí que te haría daño.
—Pues me lo hiciste —dijo tragando con dificultad—, vamos a salir de aquí.
Pagó las copas y se alejaron por la calle sin un rumbo fijo. Caminaron en silencio algunos minutos y Alex aunque se alegraba de verla y tenerla tan cerca, estaba confuso y pensativo. Creyó que estaría allí para ver a su novio y no deseaba hacerse ilusiones en otro sentido.
—¿Cuánto tiempo te quedarás? —preguntó.
—¿Ya quieres que me marche? —preguntó a su vez Tamara.
—Claro que no —soltó bruscamente Alex. Se detuvo y miró profunda y largamente a Tamara—. No quiero que vuelvas a irte nunca más.
—¿Qué? —dijo perpleja.
—Lo que has oído, ven a vivir conmigo —contestó sin pensarlo dos veces. Él mismo se sorprendió, pero era exactamente lo que sentía y no se arrepentía—. Nunca se lo había pedido a nadie antes, siempre he considerado mi piso algo privado y me gusta que sea así, pero puede ser un lugar privado para los dos.
—No sé, mi familia…
—Espera —cortó Alex—, si ese es el único problema, podemos solucionarlo. Puedo ir a vivir allí contigo, si tú quieres —dijo esto pensando que quizás no era lo que ella deseaba y en ese caso no sabía qué más podía añadir para convencerla.
—No sé si seríamos buenos como pareja, nunca hemos sido tradicionales en ese sentido —Tamara decidió ponerle a prueba para tratar de averiguar sus sentimientos sin presionarle demasiado—, ¿crees que no te pondrías celoso si yo saliera con otro de vez en cuando?
Alex se quedó paralizado y un sudor frío recorría todo su cuerpo. Ella le estaba planteando la posibilidad de tener una relación abierta y aunque él era el primero en admitir que le gustaba poder tener relaciones libremente y sin compromiso se dio cuenta de que no deseaba eso con ella ni por asomo, la deseaba y la quería sólo para él. Nunca consentiría que otro hombre la mirara más de dos segundos y ni mucho menos se acercara a ella más de lo debido.
—No creo que pueda tener ese tipo de relación contigo, no soportaría compartirte con nadie —explicó seriamente—, porque estoy enamorado de ti.
Sus propias palabras le alarmaron, pero al escucharlas en voz alta se dio cuenta del profundo significado que encerraban. Se sintió aliviado de comprender al fin que las sentía en cada poro de su piel y en lo más hondo de su corazón. Era como ver la luz después de haber caminado toda la vida bajo la oscuridad. Miró a los ojos a Tamara y se dio cuenta de que había sorpresa en ellos, pero también algo más.
—¿Lo dices en serio? —preguntó casi sin aliento.
—Sí, nunca en mi vida he pronunciado esas palabras hasta ahora.
Hubo un momento de silencio y perfecta armonía entre los dos, Tamara podía ver la verdad en sus ojos y eso contaba mucho para ella. Se dio cuenta de que al final sí que merecen la pena las segundas o terceras oportunidades.
No deseaba romper el intenso momento que estaban viviendo pero tenía que ser sincera y decirle lo que ella sentía. Sabía que de ese modo podrían empezar de nuevo. Se armó de valor, cerró los ojos y suspiró profundamente:
—Yo también estoy enamorada de ti.
Fin
[1] El tercer grado es un eufemismo de "infligir dolor, físico o mental, para extraer confesiones o declaraciones".
[2] Se trata de una clase de fitness grupal, de entrenamiento aeróbico que combina diferentes movimientos y posiciones de varias artes marciales, con una rutina de ejercicios estructurada y enérgica al ritmo de la música.