image1

Alex soltó un grito cuando el insoportable dolor le recorrió el brazo y el hombro. Sentía la tela chamuscada bajo la yema de sus dedos y, al mirar su chaqueta, pudo ver el tajo dentado que atravesaba su piel. Con el sudor perlándole el rostro, Alex alzó la mirada hacia la imponente figura que permanecía de pie en lo alto de la colina.

—¿Quién eres?

Una carcajada demencial resonó en la impenetrable oscuridad de la ladera del monte.

—¿Por qué estás haciendo esto? —gritó Alex.

—¿Señorita Winger?

Una voz filtrada, áspera, sacó a Alex Winger de su ensoñación. Con el corazón desbocado, se limpió el sudor frío de la frente y se apartó un mechón de pelo suelto de los ojos.

—Señorita Winger. Ya puede pasar.

Alex se quedó mirando al rostro de un soldado de asalto imperial. Tras ella, sentía las suaves vibraciones de los motores repulsoelevadores de su deslizador terrestre mientras esperaban silenciosamente en punto muerto en el control de seguridad.

—Disculpe —dijo, recuperando su identificación. Mientras el soldado de asalto la dejaba pasar, la visión de pesadilla permanecía como una intrusión en sus sentidos.

Cerrando los ojos, respiró profundamente y luego dejó escapar lentamente el aire. Cálmate, se dijo. Breves destellos de la peculiar escena volvían a reproducirse en su mente. Eran imágenes vívidas y estremecedoras, acompañadas por sentimientos de temor e indefensión.

Como en la visión, el dolor recorría su cuerpo. Alex podía escuchar el latido apagado del sable de luz mientras rozaba su piel. Sus manos se tensaron sobre la palanca de control. Con los nudillos blancos y temblorosos, sintió que otra presencia la alcanzaba desde esa oscura aparición. Alguien por quien se preocupaba gritaba de agonía.

Acelerando los motores del deslizador terrestre, Alex se esforzó por apartar de su mente la obsesionante aparición. Resonaron disparos de bláster en la distancia; y por el rabillo del ojo captó el movimiento de tropas armadas en los tejados de los edificios que se alineaban en la avenida principal de Ariana. Desde que se había filtrado en la capital la noticia de una inminente invasión de la Nueva República, la situación en Garos IV había cambiado drásticamente en los últimos días. El tráfico colapsaba las calles: esquifes de carga vacíos se dirigían al norte de la ciudad, donde soldados exploradores escoltaban los esquifes, los cargaban hasta arriba de equipo y oficiales imperiales, y volvían al sur hacia el espaciopuerto.

Alex ignoró las caóticas escenas, buscando en su mente alguna pista en su visión. Alzándose desde su memoria, la aparición se materializó en su mente. Era un renegado sin rostro consumido por sombras oscuras que amenazaban con engullirla. A sus pies, en la colina azotada por el viento, Alex podía ver un cuerpo. Y más allá de ellos, resonaba un tremendo trueno que sacudía la tierra. ¿Qué podía significar?

Alex agarró firmemente los controles del deslizador y lo detuvo enfrente del Cuartel General Imperial. Estudió el edificio antiguo de granitita. Sus arcos volados y gráciles líneas eran un tributo al ingenio garosiano. Columnas grises se alineaban en las entradas principales. De casi cuatro pisos de altura, esas imponentes e inmóviles centinelas de piedra sostenían el peso de la estructura y los ideales de los hombres y mujeres que trabajaban en el interior. Sus ojos se detuvieron finalmente en la oficina de la esquina de la cuarta planta: el despacho del Gobernador Imperial Tork Winger.

Respiró profundamente, observando el movimiento de las sombras en el cristal de la oficina privada de su padre. Pensó en el hombre amable que la había adoptado cuando tenía seis años. Aunque le quería sinceramente, explicarle sus intenciones de permanecer en Ariana no era algo que tuviera muchas ganas de hacer. Alex había ensayado esa conversación una docena de veces en su cabeza, pero el resultado era incierto.

Winger desconocía sus actividades con el movimiento de resistencia en Garos, o su más reciente involucración con la Nueva República. ¿Cómo podría decirle la verdad… que su hija era una traidora al Imperio que él servía? Sólo sería cuestión de tiempo hasta que se filtrasen noticias acerca de los agentes involucrados en el movimiento para liberar Garos de la autoridad imperial. Y el nombre de Alexandra Winger estaría en las primeras posiciones de esa lista.

Alex inclinó la cabeza, tratando de que su corazón aminorase su ritmo frenético. Alisando el cuello de su túnica color zafiro, salió del deslizador y cerró la puerta. El esfuerzo hizo que le dolieran los hombros y la espalda, pero se sobrepuso a ese ligero peso y comenzó a ascender por el pasillo.

Las rejillas de iluminación fluorescentes del interior eran una bendición que se recibía con agrado. Dentro de su cálido resplandor, no había sombras que la acechasen o que gritasen de agonía. Guiada por la costumbre, Alex atravesó el entresuelo desierto hacia la plataforma elevadora. Al llegar al nivel restringido del despacho de su padre, descendió de la plataforma. Los soldados de asalto al final del pasillo apenas dieron muestra de haber advertido su llegada, reconociéndola de sus frecuentes visitas a la oficina de su padre. Al llegar a la puerta, se dio cuenta de que estaba ligeramente entreabierta; y a sus oídos llegó sonido de voces.

—¿Es cierto que es un Caballero Jedi? —preguntó el teniente Dair Haslip.

Alex reconoció la voz del oficial imperial y se detuvo con nerviosismo, esperando —al igual que él— una respuesta. Inconscientemente, su mano recorrió la zona de su brazo donde el sable de luz de su visión le había herido.

—Claro que lo es —respondió Winger—, razón por la que precisamente ha sido enviado para dirigir la evacuación. Su entrenamiento fue supervisado en algún momento por el Emperador, según creo. Antes de todo eso —Alex escuchó cómo su padre tosía abruptamente, aclarándose la garganta—, antes de todo ese desagradable asunto con la Alianza Rebelde en Endor. Que sea un actor es realmente una bendición. Pensé que una actuación improvisada podría elevar un poco los ánimos. Él estuvo completamente de acuerdo.

—¿No hay nadie de más confianza que Brandl para llevar esto a cabo?

—Nadie tan cerca. No lo olvides, obviamente Lord Brandl ha sido capaz de complacer al Emperador… si no lo hubiera sido, no seguiría con vida.

Brandl. Era un nombre del pasado que hacía que a Alex se le helara la sangre. Era el nombre de un Jedi oscuro, que por orden del Emperador llevó a cabo la misión que resultó en la destrucción de su mundo natal y en la muerte de sus abuelos quince años atrás. Al escuchar el nombre, sus sentidos se llenaron de vívidos detalles de las naves imperiales y las tropas que dirigieron la destrucción. Le dolía el cuerpo por los intensos recuerdos de los escombros calientes por los disparos de bláster y el transpariacero que casi la sepultó. Jaalib Brandl. ¿Podría ser el mismo hombre?

Alex echó un vistazo a la oficina de su padre, empujando ligeramente la puerta abierta. Tork Winger se encontraba de pie junto a la ventana, con las manos agarradas a la espalda, mirando al exterior, a los cielos que comenzaban a oscurecerse.

—¿Estás seguro de que no quieres unirte a nosotros, teniente? Alexandra quedará muy decepcionada.

—Dejaré que usted y ella se ocupen, señor —respondió Dair Haslip—. Nunca he sido de los que van al teatro. Dejaré que ustedes se ocupen de Lord Brandl y su entorno.

—¿Lord Brandl? —preguntó Alex, ocultando su temor bajo una sonrisa.

—Buenas tardes, Alex —dijo Dair.

—¿Quién es ese Brandl? —repitió ella, mientras cruzaba la sala para unirse a su padre junto a la ventana.

—Un actor —dijo Dair con mordiente sarcasmo.

Alex alzó bruscamente la mirada y se encontró con sus ojos resueltos. Tragándose el nudo que tenía en la garganta, leyó la preocupación en su rostro e hizo una ligera inclinación de cabeza para indicar que lo había percibido.

—No es sólo un actor, Alexandra. Jaalib Brandl es el caballero encargado de supervisar la evacuación ordenada de Ariana. —Mirando fijamente a Dair, Winger suavizó la dura mirada con una sonrisa—. Y sus credenciales son impecables… tanto en el mando de tropas como en conquistar a su audiencia. —Tomó suavemente la mano de Alex y la apretó, besándole los nudillos—. Estás adorable esta noche, Alexandra.

—Gracias. —Alex se sonrojó, con las mejillas acaloradas por el cumplido—. Pero realmente no entiendo esto, padre. Parece absurdo asistir a esta representación cuando estamos a punto de ser invadidos por la Nueva República.

—Lord Brandl tiene todo bajo control, Alexandra. Además, esta representación teatral puede ayudar a suavizar los nervios de nuestros compatriotas. —Winger miró por encima de su hombro y luego volvió a mirar al exterior, a la actividad de las calles—. Bueno para la moral, ya sabes.

Alex miró a Dair, advirtiendo la expresión de disgusto que cruzó su rostro. Como ella, no sentía nada salvo desdén por el Imperio Galáctico y su autoridad. El uniforme que llevaba era puramente una tapadera. Le permitía infiltrarse en el mando militar imperial de Garos con el propósito de desestabilizarlo y desmantelarlo.

—Dair, ¿estás seguro de que no quieres quedarte en nuestra compañía? —preguntó Winger.

—Lo siento, gobernador Winger. —Dair miró a Alex y se encogió de hombros—. Prometí a unos amigos que me encontraría con ellos en el Pub de Chado. Esta evacuación va a dispersarnos en distintos destinos, así que queremos juntarnos para un trago de despedida.

—Entonces tendremos que dejarte marchar, teniente. Vamos, querida, veo que nuestra escolta ha llegado. —Winger ofreció su brazo a Alex mientras el intercomunicador zumbaba para anunciar la llegada. El gobernador hizo un gesto a Dair con la cabeza—. Diles que estamos bajando.

***

Una fina neblina descendía de las baldosas del techo sobre el escenario del Teatro Tihaz mientras una niebla baja surgía de las cortinas laterales. El engañoso ritmo de la lluvia primaveral resonaba en las alcobas interiores y en el tejado del elaborado decorado de la cabaña de un noble. Era de noche en la obra; y se escuchó como fondo los gritos nocturnos de un animal herido, en la distancia. El grito agonizante era la sutil señal del director.

Sentado en un taburete al borde de una anticuada mesa de juego, el actor estalló en un torbellino de movimiento. Presa de la rabia, barrió la mesa de Jj’abot con sus manos, arrojando al suelo del escenario todos los peones salvo tres. Alex ahogó un gemido, tratando de reprimir una reacción mientras el resto del público que la rodeaba se estremecía y saltaba en sus asientos. Hubo una poderosa perturbación en la Fuerza cuando Jaalib Brandl la utilizó para manipular a su hipnotizada audiencia.

Alex lo veía como una conjugación maligna de su talento y su habilidad. Respiró profundamente. Se le había formado un nudo en el estómago por la efusión de oscuridad que emanaba de la presencia del escenario. Tragó saliva pensativamente mientras echaba un vistazo a los rostros que la rodeaban. Los subordinados y colegas de su padre vibraban con la fuerza de la actuación, siguiendo sonrientes y atentos el desarrollo de la obra.

Alex lamentó su insensibilidad. Molesta por ello, se concentró en la figura oscura y taciturna sentada justo más allá de las sombras del proscenio. Vestido con una túnica negra y larga, el cuerpo erguido de Brandl tenía el aire arrogante de la aristocracia inherente. Aunque su cabello largo y negro estaba apartado hacia los lados, lejos de su rostro, la tenue iluminación del escenario hacía difícil estimar su edad. ¿Era él el hombre que dirigió a los imperiales en su mundo natal? No podía estar segura.

Cuando el ruido de las piezas del juego contra el suelo se desvaneció, la puerta de la cabaña se abrió y la actriz principal se quedó en el portal, bañada en un halo de luz de fondo.

—Querido, gentil Dontavian —susurró la actriz. Alex puso los ojos en blanco, reconociendo el acento sobreactuado en su voz—. ¿No vas a entrar para guarecerte del frío?

—¿Acaso quieres que abandone mi tumba? —replicó Brandl.

—¿Abandonar tu tumba, Dontavian?

—¡Sí, abandonar mi tumba, como he abandonado a mi padre y abandonado a mi rey! —dijo Brandl con voz grave y uniforme que hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Alex. Había un tono siniestro en ella que sólo había sido sugerido a lo largo de la tragedia. Ahora, en los actos finales, la amenaza era demasiado real. Habiendo traicionado el amor de su padre a favor de su lealtad hacia su rey, y luego a su vez traicionado a su rey por el amor de su padre, el guerrero y caballero Dontavian estaba solo para afrontar las consecuencias de su doble traición.

—Soy un hombre sin país, sin familia, sin lealtad. Soy peor que cualquier hombre muerto en su tumba. —Brandl se volvió para mirar a su consternada compañera de reparto—. Sólo puedo desear la paz de la tumba. ¡Porque no soy nada! Ni hijo, ni caballero, ni nada. —Se levantó del taburete, agarrando la imagen esculpida de un caballero negro del tablero de Jj’abot. Alex se maravilló por el uso de esa particular pieza de atrezo, por su significado simbólico. Un caballero negro para un Jedi oscuro, qué apropiado.

—¡Dontavian! —La actriz cayó a sus pies, agarrando su oscura túnica—. Dontavian, esposo mío, ¿qué será de ti? —jadeó, sobreactuando su papel hasta el extremo. Enterró su rostro en el dobladillo de la túnica, fingiendo llorar por su desdicha—. ¿A dónde irás?

—Me convertiré en una sombra —declaró Brandl. Miró fijamente a la audiencia, como si tratara de mirar fijamente a los ojos de cada uno de los espectadores—. Y me iré, a donde sólo la oscuridad reina…

Con esta frase final, cayó el telón sobre el escenario. La escogida audiencia de oficiales y ciudadanos imperiales aplaudió sinceramente, alabando la interpretación.

—¡Impresionante, simplemente impresionante! —comentó uno de los oficiales de mando, levantándose de su asiento para unirse a una unánime ovación de pie. A regañadientes, Alex se levantó de su asiento y elogió la actuación con tanta sinceridad como pudo reunir, escudando su incertidumbre bajo una fina sonrisa.

—Quién habría pensado que un Jedi fuera capaz de una actuación tan conmovedora —dijo con incredulidad su padre. Apoyado contra el respaldo de su asiento, miraba fijamente las oscilantes cortinas mientras Jaalib salía por ellas para ofrecer sus saludos finales—. Creo que ya es hora de que conozcamos a ese joven. ¿Vamos, Alexandra? —Se levantó, ofreciendo su brazo a Alex.

image2

Alex agradeció el peso de su vestido cuando este disimuló su ansiosa reacción por conocer a Lord Brandl cara a cara. Oficiales y ciudadanos importantes se apartaban a su paso, inclinando la cabeza con respeto mientras pasaban entre sus filas. Mientras su padre la escoltaba por el estrecho pasillo entre los dignatarios de Garos, Alex fijó sus ojos en el Jedi oscuro. De pie a tan sólo medio metro de la multitud que rodeaba a la ominosa figura, estudió la fría profundidad de sus ojos azules. Imposible, pensó, concentrándose en el hermoso rostro. Sólo era unos pocos años mayor que ella. Habría sido un niño en la época del asesinato de sus abuelos.

Un oficial imperial, un teniente, permanecía a la sombra de Brandl examinando a la multitud. Alex no reconoció la mata de cabello rubio, casi blanco, ni la ilegible expresión en el rostro del extranjero. Su expresión era de una calma absoluta, pero vigilante, como si esperase algún ataque contra el Jedi. Se volvió, como si sintiera la mirada directa de Alex. Sin apartar sus ojos de ella, el oficial dio unos golpecitos en el hombro a Brandl.

Con una intensidad tangible que pasó a su mirada, Brandl se volvió hacia ellos. Sus ojos brillaron inmediatamente al reconocerlos.

—Gobernador Winger. —Hizo una educada reverencia—. Es un gran honor conocerle.

—Creo que el honor debería ser mío —respondió Winger con sinceridad, ofreciendo amistosamente su mano al Jedi. Volviéndose a Alex, el gobernador la acercó hacia sí y la sostuvo con cálido afecto—. Lord Brandl, esta es la estrella más brillante de mis cielos. Mi hija, Alexandra.

Varios centímetros más alto que Alex, Brandl dio unos pasos hacia ella, envolviéndola en la longitud de su sombra. Alex luchó contra un súbito temblor que le recorrió toda la espalda cuando la visión de pesadilla volvió, inoportuna, a su memoria. Brandl le tomó cortésmente la mano e hizo otra reverencia, sin apartar sus ojos de los de ella.

—Es todo un placer, señorita Winger. —Advirtiendo las gráciles curvas de su rostro y la forma almendrada de sus ojos, ojos brillantes, azules y apasionados, sonrió de buena gana—. Un hombre sólo puede sentir envidia ante una estrella tan resplandeciente, gobernador.

La sonrisa de Winger se ensanchó ante el cumplido.

—Viene usted altamente cualificado, Lord Brandl. Estoy ansioso de entregar la evacuación a las capaces manos de usted y su equipo. —El gobernador señaló con la cabeza al oficial que estaba junto a Brandl.

El Jedi puso los ojos en blanco en señal de desesperación.

—¿Acaso he olvidado mis modales? Hablando de gente cualificada, este es el teniente Werth, Bane Werth, mi ayudante. Supervisará aquellas áreas que yo no pueda atender personalmente.

—Gobernador —susurró Werth—. Señorita Winger.

—Debe usted estar exhausto después de una interpretación tan escalofriante —dijo Winger mientras la multitud de personalidades imperiales se congregaba a su alrededor—. Permítame que ofrezca mi hogar como santuario para usted y su ayudante, Lord Brandl.

—Gobernador Winger, unas palabras con usted —exclamó un comandante imperial desde el fondo del grupo—. Ese asunto inacabado con la resistencia, gobernador.

Alex observó cómo el rostro de su padre se ensombrecía con la mención del movimiento de resistencia.

—Alexandra —dijo en un susurro, volviéndose hacia ella—. Por favor, lleva a Lord Brandl y al teniente Werth de vuelta a la mansión para un poco de hospitalidad bien merecida. Tengo otro pequeño asunto del que ocuparme. Me uniré a vosotros en breve.

—Permanece con el gobernador —ordenó Brandl a Werth. Había una urgencia en su voz que no admitía réplica—. Insisto, gobernador —dijo antes de que Winger pudiera protestar.

—Realmente es una buena idea, padre —convino Alex, observando cuidadosamente la reacción del Jedi—. Mi deslizador terrestre está justo fuera del edificio del Cuartel General, Lord Brandl. ¿Sería tan amable de seguirme?

Brandl sonrió ominosamente.

—Una flota de Destructores Estelares no podría retenerme. —Le ofreció su brazo con un aire de desafío.

Alex se mordió la lengua y aceptó su brazo. Le condujo al exterior del teatro, y tras un breve paseo llegaron a su deslizador terrestre.

—¡Alex!

Al escuchar su nombre, se volvió hacia las caóticas sombras del interior del Pub de Chado. La taberna imperial estaba a rebosar de parroquianos uniformados y civiles. A pesar de eso, inmediatamente reconoció a Dair Haslip saludándola con la mano desde el reservado de la esquina. Devolvió el saludo, sintiendo los ojos inquisitivos de Brandl sobre ella.

Alex se volvió para abrir la puerta del deslizador terrestre. Se detuvo, mirando fijamente a Brandl, que miraba intensamente al pub detrás de ella.

—El Pub de Chado —indicó—. Es un lugar muy popular, como puede ver. Incluso en medio de nuestra crisis.

—¿Es un amigo suyo?

—Mío y de mi padre.

Había algo peculiar alrededor de Brandl, como si estuviera sopesando la verdad en sus palabras. Luego, sin advertencia previa, estalló en una placentera sonrisa.

—¿Vamos?

Alex miró por encima de su hombro al pub, preguntándose qué oscuro interés había tomado Brandl en el establecimiento. Sentándose tras la palanca de control, arrancó los motores del deslizador y recorrió las calles de Ariana, siguiendo la carretera principal hacia el sur hasta la mansión del gobernador, su hogar.

***

Un elaborado mosaico de estrellas se extendía por el cielo nocturno sobre Garos IV. Demasiado numerosas para poder contarlas, las vacilantes luces creaban un fondo inspirador para las lunas gemelas que flotaban en órbitas elípticas sobre el planeta. Conforme la intensidad de la luz lunar se dispersaba por la campiña, una suave brisa sacudía los árboles de los terrenos de la mansión del gobernador. Los orbes celestes iluminaban la traicionera línea costera bajo la finca y dejaban un rastro de luz blanca en las aguas del Océano Locura.

Alex observó cómo una bandada de crupas alzaba el vuelo desde el tejado, se recortaba contra los rostros de las lunas gemelas de Garos, y se perdía en la noche. Escuchando el rugido del mar chocando contra los acantilados, cerró los ojos y se deleitó de la serenidad de su hogar.

—Gracias por la visita guiada, Alexandra —dijo Brandl. Dejó su copa de vino sobre la vieja balaustrada de piedra del patio. Apoyándose sobre la suave superficie, sus ojos siguieron la luz de la luna más allá de las rocosas laderas garosianas, hasta las sombras de los acantilados—. Es una lástima que tenga que abandonar todo esto.

Preguntándose si Brandl trataba de provocarla, Alex enderezó los hombros y alzó orgullosamente la barbilla.

—Amo este lugar. —Estudiando los rasgos del hombre en la oscuridad, otra vez surgió la aparición de las profundidades de su mente. Se obligó a sí misma a enterrar las visiones en lo más profundo de su subconsciente—. ¿Le apetece que demos un paseo por el borde del acantilado? Las vistas desde allí son realmente hermosas.

—¿Los caminos no son peligrosos de noche?

—No con las lunas brillando con tanta intensidad. Y no con una guía experimentada para guiarle —dijo Alex con una sonrisa, recogiendo con cuidado bajo el brazo la cola de su vestido.

Brandl se apresuró a ayudarla a sujetar el lazo del recogido, liberando así sus piernas para moverse por el terreno desigual.

—Después de usted —ofreció galantemente, permitiéndole avanzar en primera posición.

Rodeando los bordes rocosos, Alex abrió la marcha por un sendero bien marcado por el uso. Fingió deslizarse en la superficie suelta y sintió las manos de Brandl en sus hombros, sosteniéndola con confiada seguridad. Mientras la ayudaba a bajar de una roca cubierta de musgo, él dijo:

—Aún no me ha dicho qué piensa sobre la actuación de esta noche.

Era una pregunta justa, pensó Alex.

—De acuerdo. ¿El padre de Dontavian?

Brandl se volvió hacia ella, intrigado por la pregunta tácita.

—¿Qué pasa con él?

—Era ciego, ¿no?

—En efecto, lo era.

—Entonces por qué él y su sirviente se disfrazan como incursores tusken para evitar ser capturados. ¿Un tusken ciego? ¿No es un poco ridículo?

—Creo que no entiende el simbolismo detrás de…

Un animal aulló lastimeramente en la distancia, y su grito resonó por la montaña y entre los árboles cercanos.

Brandl se giró instintivamente hacia el sonido, Fijando su mirada en las sombras que se movían bajo el dosel del bosque.

—¿Qué ha sido eso?

—Un boetay salvaje. Recorren la campiña en pequeños grupos.

—¿Son peligrosos?

—Pueden ser bastante agresivos, especialmente si molestas a sus crías. Pero tienden a evitar el contacto con los humanos.

—¿Alguna vez ha visto uno? —Brandl avanzó rápidamente por el camino delante de ella, examinando detenidamente el bosque en busca de algún rastro de la criatura.

—Sólo desde cierta distancia —respondió Alex, sorprendida por el súbito entusiasmo de Brandl.

Por un instante, Brandl pareció convertirse en un chiquillo, curioso e intrépido ante el rostro de un peligro cierto. Cerró los ojos, oscureciendo su rostro hasta adquirir una sobrenatural expresión de absoluta tranquilidad. Alex le observaba fascinada, sintiendo la presencia de la Fuerza mientras el Jedi concentraba la energía de la fuerza vital a su alrededor. A través de sus capacidades, se convertía en una esencia tangible; una extensión de su mente, llamando a la presencia que se encontraba más allá de ellos, en las sombras.

Se escuchó un leve sonido de arrastre en la maleza, que se fue haciendo cada vez más fuerte, rompiendo la concentración del Jedi. Antes de que Alex pudiera reaccionar al ruido, un cachorro de boetay salió saltando de las sombras. Con apenas tres semanas de edad, el lomo del animal era de un color beige oscuro, interrumpido a intervalos regulares por rayas negras que iban a lo largo de su cuello, lomo y cuartos traseros. Inusualmente juguetón, el cachorro andaba a saltos sobre la maleza seca, con el profundo compost de las ramas torcidas y las hojas caídas entorpeciendo sus patas sin terminar de desarrollar. Sin dudarlo, trotó hacia Brandl y se acurrucó en sus manos cuando él lo alzó del suelo, acunando al cachorro en sus brazos.

—¿Un boetay? —Trató de ofrecer la criatura a Alex.

—¿Es que no me escuchó antes? La madre de ese pequeñín debe de estar cerca. Si llega a sospechar que usted…

—Mire detrás de usted, Alex. —Había un tono siniestro en la voz de Brandl. Su frase había sido una orden, no una petición—. Mire.

Después de mirarle fijamente, Alex obedeció lentamente, mirando con cautela por encima de su hombro. Ahogó un grito cuando la sombra de un boetay adulto cruzó su línea de visión. Apenas estaba a medio metro de distancia. El animal jadeó pasivamente al verla, ignorando el aroma del miedo que emanaba de la chica humana. Con inusual complacencia, el boetay se postró sobre sus cuartos traseros y luego se tumbó a sus pies, como si esperase a que terminasen las formalidades del inesperado encuentro.

—Ya ve —susurró Brandl, inclinándose sobre su hombro—. No hay nada que temer, Alex. Tenga. —Acarició el cachorro por última vez y luego posó la criatura en los brazos de Alex.

Alex no pudo resistir la tentación de acariciar la cabeza del boetay, sintiendo el suave pelaje bajo sus dedos. El cachorro le mordisqueó suavemente la mano, fascinándola con un alegre juego de mordisquitos y pellizcos. Tragó saliva cautelosa, doblando la cintura para bajar el cachorro junto a su madre. En un alarde de valor, se acercó al boetay adulto.

—No tengas miedo —escuchó susurrar a Brandl a su espalda. Acariciando el rostro de la criatura con los dedos, retrocedió maravillada. Observó, como si estuviera mirando a través de un imaginario espejo, cómo el boetay recogía a su cachorro en sus inmensas mandíbulas y se alejaba, de vuelta al sombrío santuario del bosque.

Alex dejó escapar el aliento, temblando visiblemente mientras la emoción del momento la embargaba. Volviéndose hacia Brandl, recibió su rostro sonriente con incrédulo asombro.

—¿Cómo… cómo ha…?

El estallido de estática de un comunicador la interrumpió.

—Lord Brandl, código de contacto rojo. Responda.

Llevándose rápidamente el comunicador a los labios, el rostro de Brandl se endureció bajo el brillo de la luz de la luna.

—¡Informe!

—Ha habido una explosión frente al cuartel general imperial. Estructura comprometida. Daños colaterales. Toda la pesca. —La voz del teniente Werth transmitía su calma a través de la señal, ofreciendo una apariencia de control a una circunstancia por lo demás caótica.

—¡Mi padre! —gritó Alex.

—¿El gobernador?

—No estaba en las inmediaciones de la explosión. Estábamos en el edificio del cuartel general. Será mejor que venga aquí. Es una escena bastante impresionante. Werth fuera.

Había en la voz de Werth una familiaridad que levantó las sospechas de Alex. Pero la preocupación por su padre superaba cualquier suspicacia que tuviera hacia el Jedi y su ayudante militar. Cuando Brandl la tomó por el brazo, se apresuró a ascender el sinuoso sendero hacia el patio. No hubo palabras entre ellos mientras corrían al deslizador terrestre, que estaba aparcado bajo el pórtico de la fachada de la mansión.

Brandl abrió la puerta cerrada y se deslizó al asiento del pasajero, mientras Alex se arrojaba tras la palanca de dirección, ignorando los tensos tirones de su vestido. Poniendo en marcha el deslizador, aceleró a fondo y guió el vehículo al camino principal que conducía a Ariana.

A casi un kilómetro de distancia de la ciudad, podía escucharse el ensordecedor sonido de las sirenas de seguridad por encima del esfuerzo de los motores. Alex viró bruscamente en el punto de control abandonado y frenó de golpe cuando el teniente Werth salía de la conmoción de vehículos de emergencia médica y equipo de rescate para encontrarse con ellos. Mirando a Alex, Werth frunció los labios como si estuviera reconsiderando lo que iba a decirle. Pero cuando la severa mirada de Brandl cayó sobre él, el oficial se irguió, ignorando a Alex como si ella no estuviera allí.

—Ha sido un detonador termal. —Tras él, el personal de rescate se esforzaba por sacar otro cuerpo de los escombros del Pub de Chado. Toda la fachada del edificio se había derrumbado por la explosión. Aún quedaban restos de llamas y humo de la explosión que un par de droides trataba de sofocar con espuma ignífuga. Cristales y escombros habían salido despedidos en un radio de unos ochenta metros de la explosión y cubrían la acera y los escalones de la entrada del edificio del Cuartel General Imperial, al otro lado de la calle.

—¿Dónde está el gobernador Winger? —preguntó Brandl, haciendo un gesto a un destacamento de soldados de asalto para que se unieran a él.

—Estábamos en su oficina en el momento de la explosión. Debería estar ahora de camino para examinar los daños en persona —respondió Werth. El imperial se volvió a Alex, sintiendo la pregunta que aún no había hecho—. Está un poco aturdido, pero está bien.

Alex examinaba frenéticamente la multitud, en busca de cualquier señal de sus amigos, mientras dos vehículos de emergencia abandonaban la escena. Al escuchar las noticias sobre su padre, se volvió hacia Brandl y vio el alivio que cruzaba por su rostro.

—Teniente Werth, ¿sabe quién ha resultado herido? ¿A quién han llevado al centro médico?

—Aún no tenemos nombres, señorita Winger. Estoy seguro de que el equipo de extracción…

—¡Alex!

Alex reconoció la voz inmediatamente.

—¡Dair! Gracias a las estrellas que estás bien. —Corrió hacia el imperial y le rodeó con sus brazos—. ¿Cómo saliste vivo de ahí?

Cubierto con partículas de vidrio por la explosión, Dair se sacudió las mangas de su uniforme.

—Salí aproximadamente un minuto antes de la explosión. Nilo y yo estábamos frente al cuartel cuando todo saltó por los aires. —Miró a los escombros del pub y sacudió la cabeza con incredulidad.

—¡Quiero que se precinte toda la zona! ¡Ya! ¡Nada de preguntas! —rugió Brandl—. Sargento, quiero bloqueos en los límites de la ciudad inmediatamente. Nadie entra. Nadie sale. Cada transporte será registrado de arriba abajo. ¡Ya tiene sus órdenes! ¡En marcha!

Mientras Brandl seguía ocupado, Alex se volvió hacia Dair, ocultando su rostro en la penumbra.

—¿La resistencia?

Vigilando cuidadosamente para ver quién le estaba viendo, Dair exhaló aire con esfuerzo, evitando mirar a Alex a los ojos. Meneó la cabeza en un sutil gesto de que había captado la pregunta acerca de sus amigos comunes en el movimiento de resistencia. El Pub de Chado era más que un popular punto de encuentro para parroquianos imperiales y civiles. Era una exitosa tapadera para la resistencia garosiana, de la que el movimiento obtenía gran parte de su información de inteligencia e informes tácticos.

Alex miró fijamente las bolsas de cadáveres, unas veinte, que se alineaban en la devastada acera junto al pub destruido.

—¿Quién puede haber autorizado esto, Dair?

—No tengo esas respuestas, Alex —susurró, observando cómo un destacamento de soldados de asalto escoltaba al gobernador Winger al lugar de la explosión—. Pero vigila tu espalda. Puede que Lord Brandl no sea completamente lo que aparenta ser.

—¿Qué?

—Teniente Haslip —llamó Werth—. Me gustaría tener unas palabras con usted, por favor.

Alex sintió otro escalofrío cuando ese familiar tono siniestro apareció en la voz de Werth. Retuvo a Dair por los hombros, soltándolo sólo después de un breve y silencioso diálogo entre sus ojos.

—Sólo vigila tu espalda, Alex —volvió a susurrar.

Ella se lo quedó mirando un momento, tratando de escuchar la conversación por encima del sonido de las crepitantes llamas y los comunicadores cercanos.

—No —escuchó que decía Dair—. No recuerdo haber visto a ninguna persona sospechosa. El pub estaba repleto de clientes habituales, una velada normal…

—¡Malditos rebeldes! —bramó el gobernador Winger. Al ver a su hija, exclamó—: ¡Alexandra! —Al acelerar el paso para acercarse a Alex, los once soldados de asalto que le rodeaban apresuraron sus pasos para mantener el ritmo. El gobernador la rodeó con sus brazos—. ¿Estás bien, querida?

—Muy bien, ahora que puedo verte en persona. —Apartó un cabello suelto del rostro de su padre, acurrucándose en su cálido abrazo—. Estaba con Lord Brandl. —Al decir su nombre, Alex se volvió para ver al Jedi cruzando la calle hacia ellos. Sus hombros estaban tensos y llenos de rabia mientras todo el peso de su autoridad recaía sobre él.

—No me importa de quién sea ese transporte —bramó al subordinado que le seguía apresuradamente—. Nada está por encima de la seguridad del gobernador o de su hija. ¿Está claro? Quiero ese esquife preparado en menos de una hora. —Deteniéndose de golpe, se volvió hacia el oficial—. Su fracaso será castigado con la más inmediata justicia… mi justicia. ¿Entendido?

—¡Sí, Lord Brandl! —Apartándose del Jedi, el oficial indicó a varios hombres que le ayudaran. Cerca, Alex vio al teniente Werth observando, con una sonrisa de satisfacción cruzándole el rostro. Al advertir que ella le estaba mirando, rápidamente volvió a concentrarse en interrogar a Dair.

—¿Ha sido la resistencia, Lord Brandl? —preguntó ansioso Winger.

El rostro de Brandl estaba oscurecido por la emoción, con intenciones ocultas cruzando sus ojos al alzar la mirada desde la tierra chamuscada para encontrarse con los ojos del gobernador.

—No tengo la menor duda.

¡Mentiroso!, gritó Alex en su mente. Podía sentir claramente la mentira, independientemente de su propio conocimiento del Pub de Chado y sus conexiones con los luchadores por la libertad de la resistencia de Garos.

—Dada la naturaleza de este ataque aleatorio, tan cercano al Cuartel General Imperial, debo insistir en que usted y su hija me acompañen a un piso franco, gobernador Winger. Mis superiores me informaron acerca de este movimiento de resistencia garosiano. Jamás imaginé que intentarían una táctica tan audaz contra nosotros.

Winger meneó la cabeza para protestar.

—No creo que eso sea necesario…

—Gobernador, no estamos hablando de un grupo marginal de radicales. —Brandl se irguió en toda su imponente figura, mirando desde arriba a Winger—. Esa gente está bien armada, y muy probablemente esté relacionada con la Nueva República. No se detendrán ante nada para conseguir sus objetivos. Su seguridad y la seguridad de su hija están en mis manos. Ahora, por favor, permítame que cumpla con mi deber para con usted —señaló a Alex con la cabeza— y ella. —El Jedi agitó la mano ante él para acallar las objeciones de Alex—. Será sólo por unas horas, hasta que nuestro transporte esté listo. Tienen mi palabra de ello.

—Muy bien, Lord Brandl —concedió Winger a regañadientes—. Al menos permítanos recoger algunas cosas de la mansión antes de ir.

—Por supuesto —respondió Brandl con una reverencia—. Teniente Werth. Nos acompañará a la mansión.

Werth asintió confirmando la orden.

—Puede marcharse —susurró a Dair, permitiéndole alejarse de la escena. Alex alzó la mirada mientras Dair cruzaba la calle. Había una expresión de seria preocupación en su rostro, preocupación por ella, preocupación por su padre. Pero había poco que Alex pudiera hacer, y ella lo sabía, al ver la rígida tenacidad en el rostro de su padre. Él había tomado una decisión. Ahora Lord Brandl tenía el control.

***

Transformado en refugio temporal, el puesto de escucha imperial abandonado estaba construido en las profundidades del terreno montañoso al sudeste de Ariana. De cerca de tres pisos de alto, el bunker estaba bien oculto en las remotas selvas de Garos IV. Desprovisto de todo el equipamiento de inteligencia y el personal de apoyo, el supuesto piso franco ofrecía pocas comodidades. Alex pasó la mirada de una esquina a otra de la sala. La pequeña guarnición le recordaba una celda de prisión o un centro de interrogación. El único mueble era un sofá de aspecto bastante incómodo y una mesa de conferencias con cuatro sillas que reconoció como el modelo estándar… obviamente confiscadas del cuartel general imperial.

La única ventana de la sala se abría a una cubierta de observación desde la que podía ver a uno de los cinco soldados exploradores imperiales enviados para protegerlos. Desde la plataforma y la cubierta extendida, los muros internos de la guarnición subterránea descendían en pendiente hacia la montaña y hacia fuera para formar los muros interiores de un pequeño hangar. Había poca luz, ya que la base estaba funcionando con la energía al mínimo. Los pequeños fragmentos de iluminación que se reflejaban en la armadura del soldado provenían de una fuente exterior, una farola cercana o la luz de la luna que se filtraba por las puertas del hangar.

Dando vueltas en los confines de la pequeña sala, Alex se sentía como un animal enjaulado. La cárcel invisible que la aprisionaba no tenía puertas, ni barrotes, ni cadenas para sujetarla… lo que únicamente servía para acrecentar su agitación. La barrera era su lealtad y su devoción hacia su padre. Él se encontraba de pie junto al cristal de observación y la miraba con creciente impaciencia. Pasándose la mano por la frente, Winger la miró con el ceño fruncido, en una demostración de emociones poco habitual.

—¿Quieres parar de una vez, por favor, Alexandra? —insistió—. ¿Qué te está pasando? No creo que te haya visto nunca tan alterada.

Alex cerró sus manos formando apretados puños, y escuchó como los nudillos chasqueaban por la presión.

—Es que me siento tan… —Agitó la cabeza, buscando las palabras para describir su dilema—. Tan desconectada de lo que está pasando. —Dejó de caminar y agarró los bordes de la mesa con frustración—. ¡Me siento como una prisionera!

—Sólo es por un breve tiempo. Lord Brandl me aseguró que no sería más de una hora o dos como mucho. Y después de esa bomba en la ciudad, estamos más seguros aquí, bajo su cuidado, hasta que salgamos del planeta.

¡No voy a marcharme de Garos! Tomó una profunda respiración para calmarse. No tenía la menor intención de marcharse de Garos. Si eso significaba admitir su lealtad a la Nueva República, de algún modo esperaba que su padre lo entendiera.

—Padre, no sabemos si fue la resistencia quien plantó esos detonadores en el pub.

—¿Quién si no podría ser responsable, Alexandra? ¿Quién más tendría acceso a explosivos de uso militar?

Mirando al exterior por la plataforma de observación, hacia el oscuro hangar de debajo, Alex se preguntó dónde estaba Brandl y qué sabía acerca de la explosión.

—La resistencia no haría algo así, padre. Sé que no lo haría. No había ningún propósito en ello. —Se volvió hacia su padre, observando las profundas arrugas de su rostro. El estrés de enfrentarse al movimiento de resistencia y a la inminente invasión le había hecho envejecer en los últimos días.

Winger la miró fijamente.

—¿Qué quieres decir?

—La resistencia garosiana no mata a inocentes. Ni siquiera a inocentes imperiales. Sólo atacan convoyes de suministros, estaciones de arsenales, objetivos militares… —Alex tragó el nudo que tenía en la garganta y se alejó de él—. Lo sé —susurró—. Yo misma lideré muchas de esas misiones.

—¿Eres uno de ellos?

Alex asintió, mordiéndose nerviosamente el labio inferior.

—Desde hace ya cinco años.

—¿Cinco años? —Winger meneó la cabeza con vacilante incredulidad. Una expresión de dolor inundó sus ojos mientras una lágrima comenzaba a formarse—. ¿Mi propia hija?

Acercándose a él, Alex se enfrentó a su mirada agonizante. Tomó sus manos en las de ella, acercándoselas al corazón.

—Te quiero, padre. Por favor, nunca lo dudes. Siempre fuiste bueno conmigo, me diste tu amor, tu respeto. Ninguna hija podría pedir más.

—¿Entonces por qué…? —Su voz se desvaneció cuando la mirada desafiante de un oficial imperial endureció su rostro. Retiró sus manos de las de ella, horrorizado por su confesión—. Te quise como si fueras de mi propia sangre. ¡Confié en ti, Alexandra! Cinco años… años —dijo, con un tinte de rabia en su voz—. ¡Confié en ti! ¡Por todas las estrellas! ¿Qué se supone que debo pensar ahora?

Antes de que Alex pudiera responder, Winger la silenció con un gesto de la mano. La angustia de su corazón era tan evidente que se trasladaba a la postura rígida de sus hombros y su cuello.

—Recuerdo, cuando eras una niña pequeña, que siempre decías que querías pilotar un caza estelar. Por supuesto, pensaba que te referías a un caza TIE. —Estrechó suspicaz los ojos, como si cuestionase la veracidad de esos recuerdos—. Todos esos años que hablabas de acudir a la Academia.

—Todo lo que siempre quise era luchar contra las injusticias del Imperio, padre.

—El Imperio al que sirvo.

—El Imperio que te obligó a servirle. —Alex alzó las manos, sentándose en la mesa de conferencias—. El Imperio que mató a mis abuelos y a miles de personas inocentes en mi planeta natal.

—Me dijeron que los rebeldes destruyeron Janara III, asesinaron a su propia gente para mantener sus secretos a salvo de nosotros.

—El Imperio te mintió, padre. ¡Mienten a todo el mundo!

Inclinando la cabeza por el pesar, Winger se esforzaba en aceptar esa revelación.

—Cuando te trajeron a Garos, nos diste a Sari y a mí más felicidad de la que jamás habíamos conocido. —Agitó la cabeza, luchando todavía con la revelación de su hija.

—¡Padre, los imperiales te mintieron! —dijo Alex, con voz que sonó dura en sus propios oídos—. Nunca los cuestionaste porque no querías saber la verdad.

—Tal vez no podía enfrentarme a la verdad. No estaba preparado. Ni entonces, ni ahora. No para esto. —Winger se estremeció, tomando una respiración profunda—. He trabajado la mayor parte de mi vida para traer la paz a Garos. La guerra civil estaba literalmente haciendo trizas este planeta.

—Y lo conseguiste —dijo Alex—. Mediante el poder imperial.

Se quedó mirando el escudo de observación, tratando de soltar sus emociones en el reflejo del cristal. Un movimiento abajo, en el hangar, atrajo su atención cuando una sombra pasó cruzando el suelo del hangar. Instantáneamente, el soldado explorador se puso en posición de firmes y saludó.

—No voy a irme de Garos, padre.

Alex se puso en pie y salió a la plataforma de observación sobre la bahía de atraque. Al examinar la oscuridad, vio una forma sombría acechando en la bahía del hangar. Activada por un sensor de movimiento, una solitaria luz de servicio iluminó la esbelta figura de Jaalib Brandl. Él la miró fijamente y luego se volvió para marcharse por la puerta del hangar.

Ella volvió junto a su padre.

—Siempre has hecho lo que sentías que era mejor para Garos. Sólo puedo esperar que lo entiendas. —Le miró a los ojos con firme resolución, sintiendo su dolor—. Tal vez decidas que no es demasiado tarde para cambiar de bando. —Cruzó la sala y abrió la puerta.

—¿A dónde vas? —preguntó Winger.

Alex quiso sonreír al notar que en su voz la preocupación volvía a aparecer por encima de la rabia por su traición.

—Creo que a ambos nos vendría bien un poco de tiempo para pensar en esto. Voy a tomar un poco de aire fresco.

Se deslizó al exterior, a la templada noche garosiana. Descendiendo por la escalera tallada en la roca, se apresuró a bajar a la planta baja del bunker. Había dos soldados exploradores de servicio junto a las puertas de entrada del hangar. Antes de poder preguntarles, sintió la presencia de Brandl. Volviéndose instintivamente hacia el único camino que llevaba al bunker y su hangar, Alex vio a Brandl en el extremo opuesto del complejo. Una figura oscura bañada en sombras, estaba montado a horcajadas sobre una moto deslizadora, con la capa ondeando con la brisa. Parecía estar esperándola. Revolucionando los motores de la moto, salió disparado por el estrecho y retorcido camino.

—¿A dónde va? —preguntó Alex a uno de los soldados exploradores.

—Hemos descubierto algunas lecturas de sensor inusuales, señorita Winger —respondió el jefe de la escuadra—. Lord Brandl quería investigarlas personalmente.

¿Por qué no enviar a un par de soldados a comprobar la perturbación? ¿Qué podía ser tan delicado para que Brandl optase por arriesgarse él mismo en el bosque? Una inquietante sospecha asomó en el fondo de su mente mientras las sombras le tentaban a seguirle. Cerca había un campo de la resistencia que raramente se usaba. ¿Y su sus amigos de la resistencia los habían rastreado hasta aquí? ¿Habrían detectado su presencia?

Alex corrió hacia la moto deslizadora restante.

—¡Señorita Winger! —escuchó que exclamaba el soldado explorador—. Señorita Winger, Lord Brandl dejó órdenes directas de que no le permitiéramos…

Su voz quedó ahogada por el rugido atronador de los motores repulsores de la moto cuando Alex aceleró a fondo y salió tras Brandl.

Las lunas gemelas creaban la ilusión de un atardecer tardío. Su luz combinada se filtraba por el grueso dosel del bosque, lanzando largas sombras sobre el peligroso sendero de montaña. Alex pilotó con cuidado la moto deslizadora, navegando por las curvas cerradas con facilidad. A dos kilómetros del piso franco, aminoró la velocidad de su moto y examinó rápidamente la oscuridad. Viendo cómo Brandl desaparecía al tomar una curva, escuchó con atención el rugido de los motores de la moto. El gemido disminuyó lentamente, pero no debido a la distancia. Estaba aminorando, tal vez saliéndose fuera del camino para inspeccionar la ladera.

El zumbido familiar del vehículo de Brandl continuó resonando en los árboles, pero ya no se movía. Brandl se había detenido cerca y estaba revolucionando los motores. ¿Qué pretende?, se preguntó.

Inconscientemente se acarició el brazo con la mano. Un escalofrío recorrió su espalda cuando la sensación de quemazón y el hedor de la carne chamuscada asaltaron sus sentidos. Vigila tu espalda, vinieron súbitamente a su memoria las palabras de Dair. Puede que Lord Brandl no sea completamente lo que aparenta ser.

Había algo terrorífico en Brandl, terrorífico y aun así fascinante. Desde su llegada, habían pasado algunas cosas peculiares. La bomba en el Pub de Chado ciertamente no había sido obra de los luchadores de la libertad de Garos. Al recordar el incidente, el rostro de Brandl apareció en su memoria. Su expresión era indescifrable, tan desconcertante como su interés en el pub cuando habían pasado junto a él esa misma noche.

Estudiando las profundas tinieblas del bosque, Alex sintió que se le aceleraba el corazón. Las sombras se alargaron sobre ella, desafiando al resplandor de las lunas gemelas de Garos. Había un profundo silencio que se asentaba en el interior del bosque, como si toda la vida de las zonas cercanas hubiera sido súbitamente barrida del paisaje.

Dirigió su moto deslizadora fuera del camino y se dirigió hacia los árboles en dirección a la cima de una meseta poco elevada. Brandl se encontraba de pie al borde del precipicio. Daba la espalda al horizonte iluminado por la luna mientras la miraba de frente a ella, observando con interés cómo se acercaba. El viento cobró fuerza abruptamente, agitando el oscuro cabello que le llegaba hasta el hombro. La Fuerza estaba con él, retumbando con un estrépito de absoluta hostilidad.

No era la suave vibración que Alex recordaba por su experiencia o por su encuentro con Skywalker. Esta era una manifestación malévola… y Brandl se encontraba en su misma raíz. Usando inconscientemente sus limitados sentidos, retrocedió con agonía cuando la formidable presencia del lado oscuro la azotó. El gélido mordisco de sus dientes fantasmales se clavó en su piel.

Mi visión, pensó Alex con temor. Sus dedos descendieron al costado de la moto deslizadora, localizando la pistola bláster en su funda. Manteniendo el arma pegada al costado, en las sombras, bajó del vehículo y comenzó a subir la suave pendiente hasta la cima.

—Fuiste tú quien organizó la explosión en el Pub de Chado, ¿no es así?

Una oscura risa fue la respuesta.

—Fui yo.

—Has venido aquí para eliminar la resistencia. ¿Con qué fin? La Nueva República está de camino. El Imperio no tiene ninguna oportunidad de recuperar este mundo.

—Oh, mis intenciones no son tan elevadas como eso —susurró Brandl.

—¿Entonces cuáles son tus intenciones? —exclamó Alex—. Al matar a esos luchadores de la libertad rebeldes, mataste imperiales. Imperiales inocentes. ¿No hay alguna norma contra eso?

—Ya te lo he dicho, Alexandra. No estoy aquí para detener vuestro movimiento rebelde u obstruir a la Nueva República. Esas son las menores de mis preocupaciones. Estoy aquí para enviar un mensaje a mis propios amos en el Imperio. —Había cierta cualidad de niño mimado en su voz—. Ya no quiero formar parte de ellos, de sus juegos, de su guerra.

—¿Entonces por qué no abandonarles sin más? ¿Por qué matar gente inocente?

Los hombros de Brandl se mecían en la corriente que ascendía desde las tierras bajas, con su túnica agitándose a los lados como las gigantescas alas de alguna especie de oscura ave depredadora.

—No es tan simple como podrías pensar. El Imperio tiene modos de reeducar a aquellas mentes poco inspiradas que traten de desertar. Particularmente a aquellos de nosotros con… valiosos talentos. —Se acercó varios pasos hacia ella y se detuvo cuando ella se tensó por su cercanía—. Necesito que mi separación quede muy clara para ellos, quemando todos los puentes a mi paso. No puede haber retorno, ni aceptación para este hijo pródigo.

—¿Esperas romper con el Imperio destruyendo a sus enemigos?

—Oh, no. —Una malévola sonrisa asomó en sus delgados labios y sus oscuros ojos se centraron en ella sosteniendo su mirada desafiante—. Mi plan para cimentar la brecha entre mis superiores y yo comienza y termina con el asesinato de un gobernador imperial y su única hija. —La sonrisa pícara se ensanchó, volviéndose aún más malvada entre las sombras—. Irónico, ¿no es cierto? Que deba llegar a Garos encargado de proteger al gobernador y su familia, mientras secretamente albergo la intención de mataros a ti y a tu padre.

Alex sintió que el color le desaparecía del rostro. Hizo una mueca de dolor al sentir una opresión en el pecho.

—¿Me has traído aquí para matarme?

—No, te he traído aquí para perdonarte la vida. —Brandl rió con tranquilidad—. Nunca imaginé que pudieras ser una joven tan fascinante, Alexandra Winger. Ni en mis sueños más salvajes.

—¿Y mi padre?

—Oh, él no es ni de lejos tan fascinante como tú. —Miró por encima de su hombro en dirección al campamento—. Y en cuestión de instantes, estará bastante muerto.

betrayal3

Al asumir las intenciones del Jedi, Alex gritó con los dientes apretados y sacó el bláster. Antes de poder apretar el gatillo, el arma le fue arrebatada de la mano. Voló por el aire de la noche, aterrizando en la maleza baja muy fuera de su alcance. Mientras Brandl reía, el bosque cobró vida y se tragó completamente el arma en sus profundidades.

Desarmada y furiosa, Alex saltó hacia Brandl, lanzando un fuerte puñetazo. Mientras el Jedi la esquivaba ágilmente, el súbito siseo de un sable de luz rompió el silencio. La hoja trazó un amplio arco en la oscuridad al moverse por el aire inmóvil y atravesar la chaqueta de Alex hasta su piel. Gritó de dolor, agarrándose su brazo herido.

—No sé por qué estás tan molesta —se burló Brandl—. Con Winger muerto, serás libre. Libre para unirte a tus amigos de la resistencia.

Alex la miró con los ojos como platos, sintiendo que el calor subía a sus mejillas.

Él rió ante su reacción de sorpresa.

—¿Pensabas que no sabía nada? ¿Sobre ti y tu relación con el movimiento de resistencia? Es la única razón por la que sigues con vida.

La presencia del lado oscuro era tan potente en él que ahogaba a Alex.

—¿Cómo podrías saberlo?

Brandl volvió a reír con franqueza, dejando que asomase a su rostro un encanto juvenil fácilmente oculto por la oscuridad de su ser.

—Tus pensamientos y emociones son muy fáciles de leer, Alexandra. Me sorprende que Skywalker te permita andar por ahí anunciándolos. —Abrió mucho los ojos, burlándose del asombro que podía verse en los ojos de ella—. Sí, conozco al gran Maestro Skywalker y tu peculiar afecto por él.

Airada por su insinuación, Alex se apresuró a ponerse en pie.

—¡No sabes nada! ¡Ni sobre mí ni sobre la resistencia!

—Oh, pero sí que sé —susurró con sinceridad ensayada—. Sé sobre la pequeña niña perdida, asustada y sola, enterrada bajo los ardientes escombros de su casa… huérfana y varada en un mundo distante y extinguido. —La risa de Brandl volvió a resonar en los árboles—. Suena a una tópica tragedia que escribí una vez cuando era un niño. —Su apatía era escalofriante—. No es de extrañar que ellos te encontraran.

—¿Ellos? —preguntó Alex, entrecerrando los ojos.

—Mi padre, Lord Adalric Cessius Brandl y el ejército imperial que destruyó Janara III. Mi padre era uno de los Altos Inquisidores del Emperador; los ejecutores Jedi que observaban más despiadadamente Su Voluntad Imperial. Debía de estar buscándote a ti y a otros como tú. —Brandl se sentó en un tocón cercano—. Un millar o más de vidas para encontrar a una niña pequeña y un puñado de aspirantes a Jedi.

Resopló por la nariz con desdén, retomando el aliento mientras soltaba una risita.

—Seguramente se reiría si estuviera aquí ahora con nosotros. Lo haría. Sé que lo haría…

El súbito trueno de una explosión le interrumpió. Tras ellos, brilló una cegadora luz blanca, desplazando momentáneamente la noche mientras las llamas y los escombros fundidos salían despedidos a casi 100 metros de altura.

Brandl volvió la espalda a la explosión y miró a Alex, estudiando su expresión. Con una siniestra sonrisa aún dibujada en su hermoso rostro, susurró:

—Y ahora, unos quince años después, la historia se repite.

—¡Padre! —Con una mueca de dolor cuando el doloroso corte de su brazo pellizcaba y tiraba de su suave piel, Alex salió disparada hacia las motos repulsoras. En el momento en que montó e hizo girar el manillar, ya había encendido los motores repulsores, impulsándola de vuelta al camino del bosque. Siguió a las brasas moribundas de la explosión y a un rastro de humo acre que surgía del lugar. Casi a un cuarto de kilómetro del búnker, los árboles estaban caídos, arrancados de raíz y aplastados por la explosión. Alex aceleró la moto deslizadora sobre el umbral del radio de la explosión. La maleza baja era poco más que cenizas que se levantaban en su estela a su paso.

En el exterior del puesto de escucha, los cuerpos de los soldados exploradores habían salido despedidos a treinta metros de la base de la escalera. Alex apenas pudo soportar el hedor a armadura quemada mientras detenía la moto deslizadora y saltaba al suelo. Corrió a lo que había sido la entrada al bunker.

Toda la cara de la montaña se había colapsado sobre sí misma. Con la feroz fuerza destructiva de la explosión, era imposible imaginar que nadie pudiera haber sobrevivido. Los motivos de Brandl para trasladarlos allí a ese lugar aislado en el bosque era un toque de genio. Estaban completamente incomunicados, aislados y sin personal de apoyo. Nada ni nadie podría haberle impedido matarles y conseguir escapar después.

Excepto por el chisporroteo de algunas llamas restantes, el silencio reinaba en la zona derruida. Alex luchó por rechazar las lágrimas, temblando cuando una sensación de desesperación la invadió. Sus ojos pasaban de una sección destruida a la siguiente, determinada a encontrar una forma de llegar a su padre o de permitirle escapar. Aunque sabía que finalmente sus esfuerzos resultarían vanos, continuó examinando las ruinas aún ardientes. No podía permitirse asimilar la muerte de su padre.

Entonces escuchó unos suaves arañazos desde un lado. Enfocando su concentración, escuchó cómo el sonido se intensificaba. Venía de detrás de los escombros humeantes cerca del hangar. Canalizando sus sentidos hacia los arañazos, percibió un débil destello de vida enterrado entre las rocas y el mortero.

—¿Padre? —Su voz se rompió cuando la presencia se agudizó y pudo reconocerla. Lanzándose hacia los escombros, Alex comenzó a apartar rocas a un lado y a excavar entre los restos. Ignoró las dolorosas laceraciones que se extendían por sus dedos y sus manos, desesperada por llegar a Winger, que estaba enterrado justo bajo el muro de entrada colapsado. En cuestión de instantes, descubrió una de sus manos.

—¿Alexandra? —dijo una voz amortiguada en la que podía notarse la angustia.

Con esfuerzos renovados, ignoró el dolor de sus músculos y continuó liberándolo de debajo del muro caído del bunker.

—Padre, ¿puedes moverte? —susurró, descubriendo su torso, sus brazos y luego liberándole las piernas. Winger continuaba inmóvil y sin respuesta.

Tras ellos, escuchó el reconocible gemido de los motores repulsores cuando Brandl regresó al bunker en ruinas. Había en su rostro una expresión de satisfacción mientras se regodeaba examinando su obra.

Alex atrajo a su padre hacia sí, usando su ligero peso para extraerlo de su tumba humeante. Cuando salieron del cráter, hubo una explosión secundaria en las profundidades del bunker. La explosión causó un deslizamiento en los escombros de la superficie cuando el bunker se hundió más profundamente en la cavidad de la montaña, enterrando rápidamente los pies de Winger en las ruinas.

Cuando el ensordecedor temblor se apagó, Alex se lanzó junto a su padre y se puso de rodillas. Mirando por encima del hombro, vio cómo Brandl les observaba.

—Ayúdame —dijo.

—Eso no es parte de mi plan —respondió con una sonrisa arrogante—. En esta escena, el padre de la heroína debe morir.

—Maldito y despiadado… —Alex apretó los dientes y tiró, liberando finalmente el cuerpo de su padre de los escombros. Estaba vivo, aunque a duras penas, y sin la atención médica adecuada, los planes de Brandl se cumplirían.

Más allá de la destrucción de la explosión había un pequeño barracón de almacenamiento. Permanecía intacto, a pesar de la explosión, medio oculto en un nicho formado por grandes pedruscos. Apoyando contra ella el peso de su padre, Alex luchó por moverlo hacia el oscuro refugio. Lo depositó en un catre improvisado que debía haber sido usado por los centinelas entre turnos. Activando la fuente de energía, soltó un juramento cuando la parrilla de iluminación parpadeó con esporádicos y débiles destellos de luz. Los generadores de emergencia, sin atención en ausencia del personal de apoyo, eran inadecuados y estaban en mal estado. A los pocos momentos de encenderla, la unidad se apagó, permitiendo que la oscuridad regresase.

Viendo una vara luminosa en la esquina opuesta, Alex la sacó de su soporte en la pared y la activó. Junto con la vara luminosa, tomó un kit de primeros auxilios de un montón de cajas de equipo tiradas. Desvanecido detrás de ella, Tork Winger no era consciente de sus intentos por salvar lo que le quedaba de vida. Su trabajosa respiración se volvía cada vez más débil conforme empezaba a sucumbir a sus heridas.

—¡No! —susurró Alex, apretando las manos de Winger—. Padre, tienes que luchar. ¡Lucha! —Cuando la figura triunfante de Brandl oscureció la puerta del refugio, se volvió hacia él—. Se está muriendo.

—Tal como exige el guión.

Alex miró fijamente a Brandl, midiendo el desafío en sus ojos.

—Jaalib, por favor. Ya has ganado. Le diré al Imperio cómo les traicionaste. Cómo casi matas al gobernador. Se lo diré a la Nueva República. Conseguirás tu deseo. Por favor. —Sintió el aguijón de las lágrimas—. Por favor, ayúdame.

Sus ruegos no quedaron sin respuesta. Alex vio cómo la endurecida fachada de satisfacción se derrumbó de su rostro, reemplazada por una fina máscara de remordimiento.

—No eres lo bastante fuerte —respondió él.

—¡Entonces usaré el lado oscuro de la Fuerza si es necesario!

—¿Tan ansiosa estás de poner tus pies en esa senda, Alexandra?

—Sólo dime qué he de hacer.

—¿Sabes lo que estás pidiendo? —Al ver la mirada desafiante y llena de lágrimas en los ojos de ella, el Jedi se detuvo—. No, no creo que lo sepas.

—No es necesario que preocupes tu conciencia por las consecuencias.

—La traición es el peor delito que un Jedi puede cometer. Traición a un ser amado, a un amigo, a un mentor. La traición a sí mismo es un crimen aún mayor. —Brandl se irguió en toda su estatura, mirando a Alex desde lo que ella percibió como una altura imposible—. El camino al lado oscuro es diferente para cada uno de nosotros. No puedo decirte cómo llegar allí. Lo que te lleve a ti será completamente diferente de las circunstancias que me llevaron a mí. Pero una cosa es segura… ya has estado allí antes. El sendero es antiguo y conocido para ti. —Evitando mirarla a los ojos, susurró—: La rabia y el miedo serán tus guías.

Traición. Alex se quedó mirando al Jedi oscuro, inquieta por sus palabras. Cerrando los ojos, tomó una profunda respiración que hizo vibrar sonoramente sus pulmones. Se concentró en el rostro de su padre, sintiendo del dolor de sus heridas tan vivamente como el mordisco cauterizado del sable de luz. Sin previo aviso, su dolor se intensificó. Hemorragias internas, huesos rotos, órganos aplastados. Alex se derrumbó en el polvo del suelo con un sonoro golpe seco. Retorciéndose de agonía, buscó un alivio, una salida. Sus habilidades con la Fuerza eran limitadas y difusas. Su intento por controlar y definir ese poder sólo intensificaba el dolor y prolongaba el sufrimiento, enojándola.

Con los ojos abiertos como platos por el terror, se concentró en las sombras de la esquina opuesta de la sala. La estaban llamando, pero resistió la tentación, súbitamente insegura de lo que estaba ocurriendo… insegura de sí misma. El miedo al fracaso aumentaba su tormento, eliminando cualquier oportunidad de canalizar la Fuerza como Skywalker le había enseñado.

No te resistas. Las sombras permanecían, invitándola a entrar en la oscuridad. Alex bajó sus defensas y se rindió a ella, permitiendo que el lado oscuro la poseyera.

Hubo una súbita explosión de energía cuando cada célula de su cuerpo quedó impregnada de consciencia y sentidos. El desconcierto y el miedo dejaron paso al asombro cuando sus sentidos despertaron a la aparentemente infinita fuerza vital que rodeaba Garos. Acurrucada en esa vasta fuente de poder, creyó ser capaz de consumir la vida de cualquier criatura, realinear esa energía, y dirigirla a voluntad. Se deleitó en esa sensación, permitiéndose entrar en comunión con esa complicada telaraña de vida. Con la mente desbocada, sintió que los secretos ocultos del universo se ponían a su alcance. Luchó por mantener la mente concentrada en el aquí y el ahora, resistiendo la tentación de saltar a esos reinos desconocidos.

image4

Apoyando sus manos en el pecho de su padre, dirigió la energía hacia él. Pero conforme sentía el asombro ante su recién adquirida habilidad, esta comenzó a escapársele. Sin la rabia ni el miedo, no había nada a lo que aferrarse salvo su propia frágil fuerza vital.

Cayó presa del pánico cuando la influencia del lado oscuro drenó su energía. Era un pequeño precio que pagar por la vida de su padre; pero ahora era ella quien se moría. Conforme el corrupto manantial continuaba alimentándose de ella, el poder de salvarse a sí misma huía de ella.

Las sombras se reunieron sobre ella y Alex sintió una presencia. Entre los hambrientos fantasmas, Brandl se alzó tras ella, dirigiendo la mano hacia ella. Tomó fuerza de ello, sin dudar un momento en aprovecharlo mientras el aliento se le escapaba del pecho. Se acercó más a la oscura visión, pero no era el rostro de Brandl el que veía devolviéndole la mirada tras el velo de oscuridad.

Reconociendo su propio rostro bajo la oscura capucha, trató de alejarse. Pero la aparición la agarraba fuerte de la muñeca con su mano descarnada. La otra mano se estaba dirigiendo a su garganta.

Alex reculó horrorizada al sentir los huesos escamosos en su cuello. Cuanto más luchaba por liberarse, más se apretaba la mano, dificultando el flujo de aire a sus pulmones.

—No te resistas —le decía—. No te resistas.

Alex se relajó, y por un breve instante la presión en su cuello disminuyó. Pero al renovar sus esfuerzos, sus músculos volvieron a apretarse, cortando el suministro de aire a sus pulmones.

Sacudiéndose salvajemente al intentar respirar, se lanzó contra la aparición. Sus manos la agarraron por la garganta conforme iba consiguiendo liberar su consciencia de las garras del fantasma, sólo para descubrirse a sí misma retorciéndose en el sucio suelo del refugio de almacenaje. Tiritando bajo una ligera capa de sudor, se incorporó de golpe y miró fijamente el rostro de su padre. Su respiración seguía siendo débil, pero estable. Conforme el siniestro poder del lado oscuro se desvanecía en ella, observó cómo las fuerzas aumentaban en su padre y cómo su respiración se suavizaba en el lento y uniforme ritmo de un pacífico sueño.

¿Y dónde está tu fuerza, Alex?

Cerró los ojos y se estremeció ante el eco de su enloquecida voz interior. Se sentía violada, engañada. Poniéndose rápidamente en pie, se apartó de las sombras, tratando de ocultarse en el débil halo de la vara luminosa.

—Cuidado con el brillo del lado luminoso —susurró Brandl—, porque aunque ilumina y calienta, arroja un brillo frío y cegador para aquellos demasiado humildes para mirar a las sombras más allá. —El Jedi se acercó a ella, ofreciéndole la mano—. Querida y dulce Alexandra —suspiró tristemente—, ¿no quieres regresar del frío?

Temblando en la luz, Alex le miró fijamente.

—¿Qué es lo que he hecho?

—El lado oscuro tiene un precio. Tan sólo has probado una pequeña parte de él. —Acariciándole el rostro, la rodeó con sus brazos en un intento de protegerla del frío.

Aunque Alex escuchaba la voz del Jedi, no podía registrar sus profundos y variables tonos. Lo sentía, pero sus sentidos estaban fallando. Los muros del refugio y otros elementos comenzaron a desenfocarse y sintió que las rodillas se doblaban bajo su peso. Brandl la tomó antes de que su cuerpo chocara contra el suelo. Incapaz de resistirse, Alex apoyó su cabeza contra el Jedi y, una vez más, se rindió a la oscuridad.

***

Alex se despertó con el lastimero aullido de un boetay. Desde la distancia, el grito desesperado resonaba en su cabeza, agravando la presión que sentía detrás de los ojos. Con un terrible dolor de cabeza, abrió los ojos y trató de sentarse. Cuando su visión comenzó a enfocarse, se concentró en la peculiar sombra sentada frente a ella. Pocos minutos después, el tranquilo rostro de Bane Werth apareció en la cálida estela de una vara luminosa.

Vestido con una chaqueta y unos pantalones de vuelo corellianos, parecía más cómodo con el atuendo de un contrabandista que con un uniforme imperial. Su cabello estaba húmedo y se apartó un mechón del rostro, mirándola con un pesar tan tangible que Alex pudo sentir sus emociones, claras y visibles.

—¿Dónde está mi padre? —preguntó ella, agarrando el borde del catre.

Werth se levantó de su silla y caminó unos pasos hacia la entrada del refugio.

—¡Está despierta! —gritó. Dubitativo junto a la puerta, se volvió para verla, con ese peculiar remordimiento intensificándose en su mirada. Luego, sin más comentarios, salió al exterior por la estrecha apertura.

Al marcharse, Alex pudo escuchar el ritmo estable de la lluvia cayendo en el exterior. Preocupada por su padre, dejó caer las piernas por el borde del catre y se puso lentamente en pie. El gobernador Winger estaba tumbado en el jergón improvisado donde lo había dejado. Arrodillándose junto a él, Alex comprobó sus constantes vitales y sonrió al comprobar que sus esfuerzos habían logrado una mejora en su condición. A pesar de su ligero toque, su padre se despertó ante la suave sensación de sus dedos.

Abriendo sus ojos hinchados, Winger sonrió al verla junto a él.

—Alexandra —susurró, tosiendo por el esfuerzo. Tembló visiblemente al levantar el brazo para acariciarle el rostro. Su sonrisa se ensanchó al confirmar lo que sus nublados sentidos le mostraban. Ella estaba viva y a salvo. Entonces, en silencio, volvió a sumirse en un pacífico sueño.

A cada momento que pasaba, Alex podía sentir cómo recobraba las fuerzas. Y al sentir esa energía, sintió el poder de Brandl en funcionamiento, sosteniendo la esencia vital de su padre. Sentada en el suelo junto a Winger, se volvió hacia la aparición que permanecía de pie tras ella en la puerta del refugio.

—¿Siempre vas a estar ahí, sobre mis hombros, observándome desde las sombras?

—La próxima vez que mires en la oscuridad, ¿te sentirás más a salvo sabiendo que yo estoy allí? —Brandl permaneció en la puerta, sin hacer ningún esfuerzo por acercarse más a la luz—. Si esa es tu petición, buena dama, como tu más amable caballero, siempre estaré donde más me necesites. —Alex escuchó la voz amortiguada de su sinceridad—. Las fuerzas de la Nueva República han llegado —dijo—. Me he tomado la libertad de alertarlos acerca de vuestro estado. Deberían estar aquí en pocos minutos.

—¿La invasión? —preguntó Alex, en vilo por el signo de la batalla.

—La Nueva República está ganando mientras hablamos. Tú y tus colegas de la resistencia podéis estar de enhorabuena. Garos IV es libre. —Alzando la barbilla con fría arrogancia, Brandl bajó la mirada hacia ella—. Puedo arreglar un regreso seguro de tu padre al Imperio. Estará bien protegido…

—¡Bien protegido! —escupió Alex—. ¿Por ti? —Negó con la cabeza, con firme determinación—. La lealtad de mi padre está con Garos, Lord Brandl. No con el Imperio ni la Nueva República. Haré los arreglos que sean necesarios para honrar sus deseos.

—Están aquí —dijo la voz de Werth desde la oscuridad—. Es hora de irse.

Evitando la mirada penetrante de Brandl, Alex se sentó sobre sus rodillas. Subió las mantas hasta el cuello de su padre, sosteniéndole la mano mientras dormía. Deseando que el Jedi se quedase, susurró:

—No sé si debería darte las gracias o maldecirte.

—Decidirás qué hacer a su debido tiempo. —El Jedi lanzó un objeto oscuro a través del refugio hacia ella.

Alex vio la extraña figurilla cayendo sobre las mantas. Recogiendo la pieza de Jj’abot esculpida, observó al caballero negro y recordó la obra de teatro.

—¿Qué será de ti? —declamó las frases que recordaba—. ¿A dónde irás?

—Me convertiré en una sombra, mi señora —respondió—. Y me iré, a donde sólo la oscuridad reina. —Brandl sonrió, ofreciéndole una leve reverencia con la cabeza. Era una expresión débil y melancólica que conmovió a Alex con su sinceridad—. Adiós, Alex.

Con el sonido de los equipos de búsqueda que llegaban, Brandl salió a la noche del exterior, como si esa fuera su señal para desvanecerse en las sombras. Alex escuchó a la hueca cadencia de la lluvia contra el tejado. Apretando con más fuerza la mano de su padre y el peón del juego, apoyó su cabeza contra la calidez de la manta y esperó hasta que la luz de las naves y las tropas terrestres de la Nueva República diluyó la oscuridad.