—¡Maldito seas, Kaj Nedmak! —gritó Carmesí, empapada de sudor. Sus rizos rojos estaban apelmazados en su frente y las lágrimas saltaban de sus ojos.

Un disparo pasó rozando su caza estelar. Carmesí sujetó los mandos de la nave con ambas manos y se inclinó bruscamente a babor.

—¿Esto es lo que gano por ayudar a un amigo? ¡Supongo que nunca escarmentaré! —Inclinándose a estribor, gritó—: ¡Tú me has metido en este lío! ¡Tú y tus deudas de juego… pagarle a Rass, traicionando a Bwahl! Si aún sigues vivo… —hizo una pausa lo bastante larga para arrojar su ala-Y en un barril picado, tratando desesperadamente de esquivar a su perseguidor— ¡…te mataré yo misma!

Otro disparo sacudió su nave. Tras ella, el carguero del cazarrecompensas imitaba cada uno de sus movimientos. El fuego láser trazaba arcos por el negro vacío del espacio profundo, momentáneamente invisible contra la silueta de Ord Simres antes de golpear su costado de estribor.

—Nunca te perdonaré esto, Kaj —dijo en voz baja. Guiando la nave en un giro de 180 grados, Carmesí bloqueó sus cañones láser en disparo continuo. Estableció el ala-Y en un curso de impacto y se lanzó contra su atacante. En cuestión de segundos, todo habría terminado.

Con la nave de su adversario llenando rápidamente la pantalla, Carmesí susurró silenciosos adioses a cualquiera que en algún momento hubiera significado algo para ella, mientras su visión se estrechaba y su consciencia se desvanecía…

***

—¿Sabes, Roja? Tu problema es que tienes una visión muy limitada.

Celia «Carmesí» Durasha se giró en su asiento de copiloto, con los brazos cruzados a la defensiva, y el fuego de sus ojos haciendo juego con el color rojo fuego de sus cabellos.

—¿Así que volvemos a eso? ¿No puedes pensar nada mejor que decir, de modo que insultas mi visión? Qué típico, Kaj. Qué malditamente típico. —Se frotó con cansancio las piernas entumecidas; arreglar el colector de impulso dañado le había costado todo el día, y esta discusión, que no era la primera que él y su socio corelliano habían tenido en los últimos días, no aliviaba en absoluto su dolor muscular—. Bueno, pues mi visión funciona perfectamente, gracias, y ahora mismo veo a un hombre que se está metiendo de lleno en problemas. —Se volvió y le miró directamente a los ojos—. Y no me llames «Roja». Sabes que lo odio.

Kaj Nedmark mostró los dientes a su socia en una media sonrisa, recostándose en el cuero de bantha con el que había personalizado el asiento del piloto de su carguero YT-2400, el Tryan Kajme.

—¿Problemas? Ahh, no estoy preocupado por Bawhl. Es sólo un cargamento. En algún momento podremos pagarle. ¡Ten algo de fe!

—«En algún momento»… Ves, ya empiezas de nuevo, Kaj. Nunca te tomas nada en serio, y siempre soy yo quien acaba pagándolo. Cuando Bwahl venga buscando su dinero, no le va a importar si yo tengo algo que ver o no con tu pequeño plan; simplemente nos matará a ambos, se llevará la nave, y acabará con ello. Eso es lo que mi «visión» me dice.

—Bueno, entonces tal vez necesites gafas.

—Eso no tiene gracia, y estás evitando la cuestión.

Soltando un sonoro suspiro, Kaj se puso las manos en las rodillas.

—Mira, Roja… —Al ver cómo ella entrecerraba los ojos, suavizó su expresión. Le tomó la mano con suavidad—. Carmesí, no estoy tratando de evitar ninguna cuestión, simplemente tiendo a ver las cosas de forma más optimista que tú, eso es todo. Todo saldrá bien… confía en mí.

Carmesí soltó un bufido, pero parte de la ira abandonó su voz. Se puso de pie y estiró las piernas.

—Confío en ti, Kaj. No habría permanecido siendo tu socia durante dos años si no confiase en ti. Pero esto no es una cuestión de confianza, y ya es hora de que afrontes los hechos. Estás corriendo un riesgo muy elevado con nuestras dos vidas: cuando Bawhl descubra lo que ocurrió realmente con ese cargamento de armas, va a ponerse tan furioso como un rancor hambriento. No, lo retiro; sería más fácil enfrentarse a un rancor hambriento. Lo estás subestimando si crees que va a tragarse nuestra historia de «piratas» tan fácilmente. Necesitamos pensarlo mejor.

—Ah, se lo creerá. Bwahl el hutt no es ningún tonto; no querrá perder la oportunidad de recuperar su dinero con intereses. En el fondo, es un hombre de negocios.

—Un hombre de negocios con la reputación de matar a cualquiera que trate de engañarle…

—¿Quién le está engañando?

—… A quien ya conseguiste hacer enfadar, no hace demasiado tiempo…

—Todo eso es agua pasada, Carmesí. ¡Estoy seguro de que Bwahl ya ha olvidado todo el asunto del Alcance Gordiano!

—… Que es demasiado listo como para no darse cuenta de que le estás mintiendo.

—Con el tiempo, obtendrá su dinero. Cuando todo esto haya acabado, él cobrará, Rass cobrará, tú vivirás, yo viviré, ¡todos felices, nadie sale herido!

Ella lo atravesó con una mirada punzante.

—¿Y qué pasa si él no lo ve de ese modo?

—Bueno, entonces simplemente tendremos que atravesar ese campo de asteroides cuando lleguemos a él, ¿no?

—Sí, bueno, no quiero terminar como escombros en ese campo, Kaj, así que más vale que cuando lleguemos a Yefowr superes tu record de escapar de aprietos a base de labia.

***

El espaciopuerto de Taskeed bullía de tráfico, aunque de algún modo parecía tan oscuro y ominoso como las arenas negras de las Llanuras Desoladas que lo bordeaban. Las sombras envolvían las calles donde los incautos podrían encontrarse sorpresas letales. Yefowr, similar a otros puertos de contrabandistas como Mos Eisley, Soco-Jarel, o Nar Shaddaa, no era un lugar seguro para visitar a menos que uno supiera en lo que se metía.

Pagando al jefe de muelle una larga serie de tarifas que apenas tenían créditos suficientes para cubrir, Kaj y Carmesí caminaron a una cantina de aspecto medianamente respetable, el Diente del Sable. Se sentaron en un reservado al fondo, donde tenían instrucciones de esperar. Un fuerte aroma a tabaco carababba flotaba en la sala, mezclado con el olor rancio de numerosas sustancias intoxicantes. Carmesí advirtió que había en marcha varios juegos de azar: sabacc, locura de Nierer, dos manos, e incluso dootch. Sin embargo, ninguno de esos juegos era especialmente de su agrado; de algún modo, los juegos de cartas y dados nunca mantenían su interés por mucho tiempo, para disgusto de Kaj como ávido jugador de sabacc. Los juegos de tablero holográficos eran otra cosa… ¡oh, estar de vuelta en Vorzyd 5 para una partida de Oportunidad Cósmica!

Ahora no era el mejor momento para estar pensando en juegos, se recordó Carmesí cuando Kaj le golpeó el pie y señaló con la cabeza, casi imperceptiblemente, hacia la puerta trasera. Pocos habrían visto siquiera su gesto, pero ambos se habían acostumbrado bastante al lenguaje corporal del otro —tal vez un poco más acostumbrados de lo que cualquiera de ellos estaría dispuesto a admitir— y supo inmediatamente lo que significaba: permanece alerta… empieza la diversión.

A través de las sombras de la ancha puerta entraron dos elomin y un weequay que miraron en silencio a los contrabandistas que permanecían sentados. A simple vista, ninguno de ellos estaba armado, pero Carmesí no tenía la menor duda de que todos ellos podrían mostrar cualquier cantidad de armas letales en cuestión de un instante. Un minuto después entró deslizándose en la sala un gran aerotrineo, sobre el cual descansaba la repugnante y nauseabunda masa que respondía al nombre de Bwahl el hutt. Repugnante incluso para los estándares hutt, a Bwahl le faltaba un ojo y su viscosa piel tenía una enfermiza palidez grisácea que le daba la apariencia de estar hecho de arcilla.

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Bwahl y sus tres guardaespaldas se acercaron a la mesa. Carmesí, siguiendo el ejemplo de Kaj, se levantó lentamente. El hutt los miró detenidamente a ambos, evaluando las curvas de Carmesí mientras su lengua se meneaba lujuriosa. Ella sintió nauseas, pero se obligó a dejarlas a un lado.

Kaj frunció el ceño, cambiando su postura y colocándose protectoramente entre Carmesí y la babosa gigante. Capaz de hablar huttés con cierta fluidez, saludó a Bwahl en su lengua nativa.

¡Kaj! ¡Mal shoda, mi buki! —La voz grave y áspera del hutt resonó por toda la sala.

Kaj pasó al básico para que Carmesí pudiera seguir el contexto de la conversación.

—Y yo a ti, Bwahl. Hemos venido a recoger el… eh… cargamento, como nos solicitaron.

¡Ba naska po feda tos numa wenghi!

—Ah, los permisos no serán un problema; ya me he encargado de eso.

Nerota datcha Tammuz-an.

—¿Tammuz-an? Bueno, no sé por qué podría interesarte una bola de barro como Tammuz-an, pero, oye, tú decides. Puedo llevarlo hasta allí en dos días, tres como máximo.

¡Wanani no dutche Torqua-na!

La mandíbula de Kaj se tensó.

—¡Eh, eso no fue culpa mía! ¿Quién iba a saber que el Imperio iba a decidir montar un bloqueo en el Alcance Gordiano? No había forma de llegar a Torque. Deberías haberme dicho…

¿Bal forta meecha koj?

Carmesí contuvo el aliento, dándose cuenta del error de Kaj. Por suerte, Kaj también se dio cuenta.

—Eh, no… no, por supuesto que no; fue todo completamente culpa mía. Debería haber comprobado mis permisos antes de llegar, tienes razón. Esta vez no pasará lo mismo, no te preocupes.

¡Kal navu boska! Trory na.

Conforme Bwahl se volvía para marcharse, una carcajada hutt llenó la sala, acompañada de risitas de sus secuaces. El weequay les indicó que les siguieran, cosa que hicieron.

—¿Qué ha sido eso último que ha dicho? —susurró Carmesí.

Kaj tenía los ojos clavados en el aerotrineo del hutt que se dirigía hacia el muelle.

—Ha dicho: «No soy yo quien debería preocuparse, sino vosotros».

—Te dije que esto era un error, Kaj.

Por una vez, Kaj Nedmak no tenía una respuesta ingeniosa para ella.

***

Una hora más tarde, el Tryan Kajme despegaba de Taskeed, con la bodega llena con un surtido de piezas de bláster, paquetes de energía de repuesto, cortabrillos, vibrohojas, y otras armas.

Desde su asiento del copiloto, Carmesí se volvió a Kaj.

—Bueno, ¿y ahora qué?

—Ahora ponemos rumbo a Tammuz-an. Estoy seguro de que Bwahl nos está rastreando, y de este modo pensará que vamos a entregar las armas allí, como está previsto.

Carmesí frunció los labios, meneando nerviosamente la cabeza.

—Te das cuenta de que esto nos va a apartar demasiado del camino, Kaj… Tammuz-an está muy lejos de Ord Mantell.

Esperando poder aplacar sus temores, Kaj colocó suavemente la mano sobre la de ella.

—No vamos a recorrer todo el camino hasta Tammuz-an; sólo lo bastante lejos para engañar a los sensores de seguimiento de Bwahl. Una vez fuera del alcance, haré girar la nave hacia Ord Mantell para que podamos llegar a la cita con nuestro viejo amigo Rass.

Cuando ella no respondió, se volvió al ordenador de navegación y tecleó las coordenadas necesarias.

Carmesí miró con aire escéptico a su socio, negándose a conceder que puede que su plan funcionase.

—Algún día, Kaj, uno de estos planes tuyos te va a salir por la culata, y cuando ocurra, espero no estar ahí para verlo. —Una pizca de diversión asomó en un extremo de sus labios.

Él le devolvió la sonrisa.

—Bueno, entonces ya somos dos.

***

Al llegar a Ord Mantell una hora antes de su cita con Rass, los contrabandistas visitaron la Taberna de Nadie en busca de un poco de raava fresco. La mayoría de las mesas tenían juegos de tablero integrados, bien holográficos o manuales. Notando el interés de Carmesí en los juegos, Kaj se rio.

—No sé qué es lo que tienes con los juegos de tablero, Carmesí. Si quieres mi opinión, necesitas jugar a un auténtico juego de contrabandista.

—¿Como el sabacc? Si no recuerdo mal, fue tu obsesión con este juego auténtico en particular lo que nos metió en este lío, para empezar.

—Eh, tuve una mala noche, ¿de acuerdo? A veces pasa. Tenía un posible Arreglo de Idiota a punto de salir hasta que un pastor de nerfs con un intercambiador sacó un Tres de Cálices y me limpió. No pude demostrar que el tipo estaba haciendo trampa, y Rass cubrió mis apuestas. No es que eso pase habitualmente.

—No, en absoluto. Habitualmente, ni siquiera llegas a estar cerca de ganar.

Kaj dejó caer las manos en señal de derrota. Carmesí se descubrió observándole con el rabillo del ojo, advirtiendo las claras diferencias entre él y Adion Lang. Eran diferentes, y pese a todo había algo en el valor y la chulería de Kaj que le recordaba al hombre al que había amado. Tal vez cuando todo este lío esté solucionado, se dijo a sí misma.

***

Rass M’Guy era un individuo corpulento, plenamente consciente de que su mole intimidaba a los demás. Sin embargo, a pesar de su tamaño, no era un bruto. Estafador, usurero, ladrón, atracador, sí… era todas esas cosas, y eso le había convertido en un elemento importante en el inframundo criminal en los últimos años. Pero seguía siendo un hombre con estilo, y su credo era que el trabajo y el placer debían combinarse siempre que fuera posible.

Era por eso que, cuando Kaj Nedmak llamó para arreglar el pago de su vieja deuda, Rass optó por reunirse con ellos en la flanthería más elegante de Ord Mantell, el Hutt de Hierba.

Al entrar en el restaurante, dejando sus blásters y chaquetas en la puerta, Carmesí y Kaj vieron a Rass en una mesa al fondo, devorando ya un filete de flanth asado con giviots y verdura balka salteada. Extrañamente, no estaba acompañado. Sin esperar a que les ofrecieran mesa, Kaj caminó tranquilamente hacia la mesa de Rass, con una caja bajo el brazo. Cautelosa, Carmesí le siguió.

—Ah, Nedmak, siéntate, por favor —dijo Rass, y luego vio a Carmesí detrás de él y se puso en pie—. Y usted, querida, únase también a nosotros, por favor. ‘Mak y yo tenemos algunos asuntos de los que ocuparnos, pero creo que encontrará que la comida de aquí no tiene parangón. —Le sonrió con una mirada evaluadora, y ella recordó con disgusto la mirada lasciva de Bwahl.

—Gracias, pero no tengo hambre. —Ella y Kaj tomaron asiento en la mesa.

—Muy bien. Pero discúlpeme por comer delante de usted… no he comido en casi dos horas, y me muero de hambre. —Se llevó un tenedor lleno de giviots a la boca; entonces advirtió la caja sobre la mesa y soltó el tenedor, alcanzando su bláster con una velocidad asombrosa para alguien de su tamaño—. ¿Qué es esto, ‘Mak? ¿Intentas algo en mi contra?

Sorprendida por el súbito cambio de Rass, Carmesí se cuestionó en silencio si había sido inteligente dejar los blásters en la puerta.

Con cautela, Kaj respondió:

—Nada de trucos. Sólo es una muestra.

Rass no bajó su arma.

—¿Una muestra de qué?

—Deja que te lo muestre —dijo Kaj, inclinándose para abrir la caja. En el instante siguiente, tres chasquidos característicos indicaron a los contrabandistas que Rass no estaba realmente solo. Volviéndose lentamente, Kaj vio tres humanos fornidos que les apuntaban con sus blásters, a los que habían quitado los seguros—. Eh, muchachos, tranquilos. Sólo estoy pagando a vuestro jefe lo que le debo. —Con los blásters todavía apuntándole, abrió lentamente la caja y la giró para que Rass pudiera ver su contenido. Dentro de la caja había una pequeña muestra de las armas que habían sido contratados para llevar a Tammuz-an.

Rass tomó de la caja el cañón de una pistola bláster, examinó su manufactura, estimó su alcance; luego estudió un cortabrillos y un paquete de energía BlasTech.

—No es mala calidad. No es mala en absoluto. —Volvió a dejar los objetos en la mesa, miró a los contrabandistas por un instante, y luego hizo un gesto a sus acompañantes, quienes enfundaron sus armas y desaparecieron de la vista—. De acuerdo, ‘Mak, ¿qué es lo que tienes?

Kaj sonrió con esa irritante media sonrisa suya, cruzó una pierna sobre la rodilla de la otra, y extendió las manos en un amplio gesto.

—Bueno, Rass, resulta que me encuentro con una bodega de carga repleta de esos soldaditos, todos ellos en excelente forma, y ninguno de ellos rastreable hasta su fuente original. Considéralos tu pago.

—Considéralos tus intereses —le corrigió Rass, metiéndose en la boca un pedazo tostado de flanth.

Kaj se incorporó de golpe.

—¿Intereses? ¿Estás loco? ¡He dicho que tengo toda una bodega llena de esas cosas, justo ahí fuera!

—Y yo he dicho «intereses». Me debes mucho dinero, ‘Mak, y mis tasas de interés suben a diario. Podría matarte y estaría en mi derecho, y si fueras cualquier otro, lo habría hecho hace tiempo. Sin embargo, me caes bien, y voy a ofrecerte un trato. Las armas que me has traído cubrirán todos los intereses desde hoy hasta dentro de dos semanas, que es el tiempo que tienes para pagarme la deuda. Después de eso, bueno…

Kaj no dijo nada, y Carmesí simplemente meneó la cabeza, sin disfrutar en absoluto al ver cómo los cuidadosamente trazados planes de su socio se convertían en poodoo.

Sonriendo, Rass llamó a un camarero gamorreano.

—Miradlo de este modo, amigos: es mucho más civilizado que un baño de carbonita, y un buen trato mucho más agradable para vosotros, diría yo. Ah, camarero, traiga a estas dos personas un plato de este excelente flanth para cada uno, por favor. Gracias. —Se volvió hacia sus compañeros de mesa, que le miraban inexpresivos—. Realmente lo disfrutaréis, os lo prometo; la comida de aquí es simplemente exquisita. —Mirando fijamente a Kaj a los ojos, apuñaló una verdura balka y dijo—: Consideradlo un regalo.

***

Carmesí miró de soslayo a su socio mientras el Tryan Kajme se alzaba en los cielos estrellados sobre el espaciopuerto de Ord Mantell. Kaj no había dicho nada desde su encuentro con Rass. Mientras los esbirros de Rass descargaban su «pago de intereses» en la bahía de atraque, había permanecido inusualmente pensativo, evitando su mirada durante todo el rato. Ella no estaba segura de si debía estar enfadada o asustada.

Finalmente, Kaj dejó escapar un largo y lento suspiro.

—Pon rumbo a Yefowr.

Carmesí abrió los ojos como platos.

—¿Yefowr? ¿Estás loco? No podemos volver allí. Ya puestos, también podríamos meternos en el pozo de un sarlacc. Vayamos a Nar Shaddaa. Allí podemos conseguir algunos transportes de especia, obtener los créditos que necesitamos tanto para Bwahl como para Rass…

Negando con la cabeza, Kaj puso suavemente su mano sobre el hombro de Carmesí y respondió con una calma cautivadora.

—Van a hacer falta más que unos cuantos transportes de especia para pagarles a ambos.

—¿Tienes una idea mejor?

Kaj se volvió para mirarla, mostrando en sus ojos oscuros una inusual vulnerabilidad. Inclinándose sobre el reposabrazos de su asiento de piloto, se acercó lo suficiente para que ella pudiera sentir su cálido aliento sobre su rostro. El corazón de Carmesí se aceleró. Quería apartarse, pero se encontró atraída hacia él. ¿Qué daño podría hacer olvidar —por un pequeño instante— los apuros en los que se encontraban?

Cerró los ojos mientras sus labios se rozaban suavemente. Él se apartó despacio, acariciándole la mejilla con los dedos. Carmesí sonrió y abrió los ojos. Advirtió la mirada intensa en el rostro de Kaj. Pero su siguiente pregunta no fue lo que ella se esperaba:

—¿Qué dirías si te dijera que quiero empezar a traficar armas para la Alianza Rebelde?

La sonrisa de Carmesí desapareció abruptamente. Un peso plomizo cayó sobre su corazón. Negando lentamente con la cabeza, susurró:

—No.

Kaj volvió a inclinarse hacia ella, levantándole ligeramente la barbilla para poder ver su rostro.

—¿Qué ocurre?

Carmesí tragó saliva con un nudo en la garganta.

—Mi mejor amigo en toda la galaxia fue descubierto traficando con bienes e información para la Alianza. —Una única lágrima se deslizó por su mejilla—. Traté de ayudarle y yo misma terminé en la lista de los más buscados del Imperio.

Kaj apartó suavemente la mejilla y luego le tomó la mano.

—De modo que así terminaste en el Oasis —dijo, recordando donde se habían conocido por primera vez—. ¿Qué pasó con tu amigo?

—Está muerto —dijo Carmesí, con voz triste pero llena de rabia—. Kaileel trató de venderme su «buena causa», su rebelión, y casi me dejo convencer. ¿Pero qué le ofreció a él? Murió y a nadie le importó. —Apartándose de Kaj, miró por la ventanilla con la mirada perdida—. ¿Cómo puede ser buena cualquier causa si acabas arriesgando tu vida? ¿O perdiendo a la gente que más quieres?

—¿Qué gente? —preguntó Kaj.

—Olvídalo —respondió cortante, deseando poder apartar para siempre los dolorosos recuerdos. Pero en el fondo de su mente sabía que eso nunca ocurriría. ¿Cómo podría olvidar al hermano que murió en Ralltiir, al padre con el que no había hablado en años, al amante que servía al Imperio y que mató a su mejor amigo?

—Siento lo de tu amigo, Carmesí. En serio, lo siento. Pero no planeo morirme todavía. Y las «buenas causas» no tienen nada que ver con esto. Tal vez no sea correcto no tener unos ideales tan elevados y poderosos, pero, ya sabes… Nosotros, los comerciantes libres… trabajamos donde están los créditos.

—¿Créditos? ¿Los rebeldes tienen créditos? —preguntó sarcásticamente—. Eso sí que es nuevo.

—Bueno, puede que ahora no muchos. Pero tengo la corazonada de que el Imperio se dirige hacia una supernova, si sabes lo que quiero decir. Cuando todo haya acabado, quiero estar en el lado correcto. Y para mí el lado correcto es el lado que paga.

De pronto, el Kajme se sacudió con violencia.

—¡Maldición! —gritó Kaj. Sus ojos y manos recorrieron rápidamente los controles de la nave.

—Tres Cazadores de Cabezas acercándose por cero-nueve-cero —informó Carmesí cuando otro disparo impactó en la nave. Alzó la mirada—. Es Bwahl.

—No puede ser.

—¿Quién va a ser si no? —preguntó Carmesí—. ¿Tienes alguna otra vieja deuda que hayas olvidado mencionarme?

—No —dijo Kaj a la defensiva—, ninguna otra deuda.

—Bwahl nos ha hecho seguir —dijo Carmesí constatando lo obvio mientras molestas luces rojas parpadeaban en su panel de navegación. Una alarma comenzó a aullar y se volvió a apagarla mientras la nave recibía un tercer impacto—. Hay también una cuarta nave ahí fuera, acercándose tras esos cazas estelares. Un ala-Y. Oh, y ese último impacto acaba de inutilizar nuestros escudos de estribor.

Lanzando al Tryan Kajme en un cerrado viraje a babor, Kaj dirigió el carguero hacia el espacio abierto.

—No puede ser Bwahl. No puede ser —repitió, enfocando su concentración en una lectura del ordenador de navegación—. A la espera. Cinco segundos para el hiperespacio.

Kaj empujó las palancas del hipermotor, pero las familiares líneas del salto al hiperespacio no aparecieron. Carmesí meneó la cabeza mientras Kaj maldecía. Ardía fuego en sus ojos.

—Nadie va a añadir mi nombre a los libros de historia. Aún no —dijo con calma mientras la nave recibía otro impacto—. Potencia adicional a los deflectores delanteros.

—¿Qué?

—¡Hazlo! —dijo, maniobrando la nave en un rizo cerrado que los dejó cara a cara con sus atacantes.

—Tenemos potencia en el extremo delantero —respondió Carmesí mientras Kaj abría fuego. Los disparos láser del Tryan Kajme rasgaron la oscuridad. Un Z-95 recibió un impacto y estalló en una bola de llamas.

—¡Uno menos! —exclamó Kaj.

—Eh, Kaj, tenemos una fuga en… —Otra fuerte explosión casi arranca a Carmesí del asiento del copiloto.

—¡Aguanta! ¡Vamos a bajar! —gritó Kaj.

—¿Bajar? ¿Bajar adónde?

—De vuelta a Ord Mantell…

—Este cascarón va a romperse antes de que lleguemos al espaciopuerto, Kaj —gritó Carmesí por encima de las alarmas mientras más disparos pasaban por delante del parabrisas.

—Podemos llegar a la meseta.

—¿La vieja estación de energía estelar?

—Exactamente.

—¡No hay nada ahí, Kaj! —gritó Carmesí mientras su socio inclinaba fuertemente la nave a babor.

—¡Claro que sí! —insistió Kaj—. Podemos encontrar materiales que podamos aprovechar para reparar la nave.

—Sí, claro —respondió Carmesí—. Si es que queda algo que reparar. —Estudió la docena de luces que parpadeaban ante ella—. Los deflectores traseros no van a aguantar mucho más, Kaj. Será mejor que bajemos a tierra, rápido.

—Agárrate, Carmesí. Esto no va a tener buena pinta.

Gruesos cúmulos de nubes negras cubrían las escabrosas tierras de Ord Mantell. Relámpagos restallaban en las nubes como látigos; los estallidos se sucedían uno tras otro como en un staccato, iluminando el Tryan Kajme con un fantasmal brillo blanco. Atrapado en violentas corrientes de viento, la nave se agitaba mientras caía a plomo por el cielo.

El sudor manaba del rostro de Kaj mientras luchaba por mantener el control.

—Bueno, ¿dónde está? —preguntó Carmesí.

—Si los sensores aún funcionan, deberíamos estar prácticamente encima —respondió Kaj—. Inicia el ciclo de aterrizaje.

Carmesí, sorprendida de que sus manos no temblasen, las desplazó diestramente por una media docena de botones.

—¡Maldición! —exclamó—. ¡Una de las patas de aterrizaje está atascada!

—¡Demasiado tarde! ¡Allá vamos!

Kaj agarró con firmeza los controles mientras el carguero tocaba tierra, rebotaba un par de veces en la pista de aterrizaje llena de baches, y luego inclinaba el morro hacia el suelo antes de deslizarse hasta detenerse. Un Cazador de Cabezas pasó zumbando sobre ellos, ametrallando la nave mientras Kaj y Carmesí abrían la escotilla y corrían buscando cobertura en el interior de la estación de energía abandonada. Tras ellos, aterrizaron el segundo Cazador de Cabezas y el ala-Y.

—¡Separémonos! —gritó Kaj cuando el fuego de bláster cortó el aire entre ellos.

Carmesí corrió por un pasillo oscuro y escuchó los pasos de Kaj desvanecerse en dirección opuesta. En la distancia resonaban los disparos. Carmesí se detuvo, apretándose contra un muro mientras sacaba su DL-44 de su funda. Preparada para recibir al enemigo, escuchó atentamente a la espera de signos de persecución, obligándose a tomar varias respiraciones largas y profundas. El corazón le latía desbocado.

Hubo voces amortiguadas en la distancia, sonidos de lucha, voces gritando, y más disparos de bláster. Luego, de pronto, un silencio mortal llenó la noche.

Carmesí tragó saliva con un nudo en la garganta. ¡Kaj!

—¿Qué hay de la chica? —escuchó que decía alguien.

La respuesta fue ininteligible. No hubo sonido de pasos acercándose en dirección a Carmesí. Y en cuestión de segundos se escuchó el inconfundible sonido de dos naves despegando. Sin convencerse del todo de que se hubieran ido sin ella, Carmesí permaneció inmóvil en su sitio durante casi una hora. Finalmente, decidió que sus atacantes se habían marchado y se aventuró a salir con cautela para averiguar qué había ocurrido con Kaj.

Examinó su entorno. La tormenta se había detenido. Las ruinas de una gran fábrica de acero y plastipiedra se erguían ante ella, decrépitas y cubiertas de musgo y líquenes. En silencio salvo por el lejano ulular y los chillos de algunos animales, el lugar parecía desprovisto de vida. Los restos de una grúa de carga se extendían de un costado del edificio, terminando abruptamente sobre un escarpado acantilado, cerca del cual yacían el humeante y desvencijado carguero que había compartido con Kaj.

Caminó hacia la nave, y luego se detuvo y respiró profundamente. Más allá de la grúa destrozada, a no más de seis metros del lugar de descanso final del igualmente destrozado carguero, el acantilado caía hacia un profundo abismo montañoso.

No podía ver el fondo.

Un escalofrío recorrió su sistema nervioso al darse cuenta de lo cerca que el aterrizaje a ciegas de Kaj había estado de convertirles en parte permanente del hermoso terreno rocoso.

Temblando, Carmesí se abrió paso por los restos de la nave, pero tanto el sistema de comunicaciones como los sensores estaban muertos. Es asombroso que nosotros sigamos con vida… pensó con un escalofrío …suponiendo que Kaj aún esté vivo. Advirtió una grieta dentada que corría a lo largo del casco exterior del carguero. Recuperar este pedazo de chatarra estaba probablemente fuera de su alcance.

Bueno, Tryan Kajme… parece que finalmente llegó tu hora.[1]

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Al escuchar el sonido de botas sobre metal, se dio la vuelta instintivamente, bláster en mano. Una mujer alta, delgada pero musculosa, con cabello rubio cortado casi al cero, estaba de pie a la entrada de la estación. No era atractiva en el sentido convencional, pero tenía el físico tonificado de una atleta, de alguien acostumbrado al trabajo duro. Pero era su bláster —enfundado en una fina pistolera de soldado— lo que ponía nerviosa a Carmesí.

La otra levantó las manos respetuosamente.

—Eh, tranquila, no voy a hacerte daño —dijo con voz tranquila y controlada—. No soy el enemigo.

Insegura, Carmesí mantuvo su bláster levantado. La mujer no hizo el menor intento de alcanzar su propia arma.

—¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? —preguntó Carmesí—. Esta estación lleva años abandonada.

—Thune —respondió la mujer—. ¿Y tú eres…?

—Soy yo quien está haciendo las preguntas, y hasta ahora sólo has respondido una de ellas.

Thune la examinó en silencio.

—Muy bien. Estaba buscando en las ruinas. Cuando escuché todo el ruido, pensé que alguien me había visto y vine a comprobarlo.

¿Una carroñera? Carmesí entrecerró los ojos. La mayor parte de los carroñeros que había conocido tenían un aura de desesperación a su alrededor, nacido de los duros tiempos que les habían conducido a convertirse en carroñeros. Thune parecía demasiado limpia, demasiado segura de sí misma, para ese papel. Carmesí no dijo nada, pero mantuvo el bláster levantado.

Lentamente, la mujer bajó las manos pero no trató de agarrar su bláster.

—¿Te importaría guardar el arma?

—¿Para qué, para que puedas dispararme?

—No, porque no me gusta que me apunten con un bláster. Un pequeño tic nervioso, y estoy viviendo con los Jedi. —Sintiendo la incertidumbre de Carmesí, añadió—: Mira, ya ves que estoy armada; si te quisiera muerta, te habría disparado por la espalda antes de que supieras siquiera que estaba aquí.

La verdad en las palabras de Thune desconcertó a Carmesí. Tenía razón. ¿Pero valía la pena correr el riesgo? Ahora mismo, Carmesí era la única esperanza de supervivencia para Kaj. Y parecía que esta carroñera podría ser su único modo de abandonar la meseta. Decidió confiar en la mujer. Por ahora. Thune sonrió cuando bajó el bláster.

—Gracias. —Miró más allá de Carmesí—. Bonita nave. Lástima que tuvieras que estrellarla. Ya no irá a ninguna parte.

Dejando escapar un suspiro con la respiración que llevaba demasiado rato conteniendo, Carmesí se apoyó contra el carguero muerto.

—Sí, bueno, parece que yo tampoco.

—¿Qué ha pasado ahí fuera?

Insegura de su compañera, Carmesí decidió no abundar en detalles.

—Piratas. Abrieron fuego sobre nosotros cuando nos acercábamos a la velocidad de escape. Nos pillaron desprevenidos. Le dieron a nuestro estabilizador.

—¿Nuestro? —Thune señaló el carguero—. ¿Hay alguien más ahí dentro? ¿Están heridos?

Carmesí hizo una mueca ante su desliz.

—Sólo yo y la nave. Tiendo a pensar en ella como en una socia.

Thune asintió.

—Lo entiendo. El Facetado y yo hemos estado juntos muchos años, y si alguna vez lo perdiera sería como perder a un amigo.

—¿Dónde está tu nave?

—Oculta.

—Escucha, llevo doscientos créditos conmigo. Es todo lo que tengo. Son tuyos si me llevas de vuelta al espaciopuerto.

—Doscientos… no es mucho por un viaje hoy en día, ¿sabes?

—Bueno, como he dicho, es todo lo que tengo. ¿Hay trato?

Thune lo pensó, y luego asintió y comenzó a caminar rodeando el edificio.

—Trato hecho. Sígueme. —Se detuvo en seco y se giró—. Una cosa, antes…

Carmesí se puso tensa.

—¿…Cómo te llamas?

Carmesí pensó en mentirle, pero decidió no molestarse.

—Carmesí.

—Encantada de conocerte. Especialmente ahora que no tienes un bláster apuntándome. Vamos; mi nave está a la vuelta de la esquina.

***

Claramente, el carguero YT-1300 Facetado había sido altamente modificado a lo largo de su vida. Equipamiento de aspecto precario cubría el exterior gris, algunos de ellos reconocibles como armas o sistemas sensores, y otros que Carmesí no pudo ni empezar a identificar. Demasiado agotada para preguntar por ello, siguió a la mujer alta al interior. Contrastando con el caótico exterior, el interior de la nave estaba inmaculado, excesivamente para tratarse de una nave propiedad de un carroñero. O de un contrabandista, pensó Carmesí, recordando lo «relajado» que Kaj y ella tendían a dejar el interior del Kajme.

Para sorpresa de Carmesí, Thune soltó una risita.

—Sí, esa es la reacción de casi todo el mundo… aunque no mucha gente llega a ver el interior de esta nave. Por suerte, tengo ayuda.

Como si eso hubiera sido una señal, un droide de tonalidad verdosa entró en el pasillo desde popa. Una variación del modelo estándar 3PO de relaciones cibernéticas-humanas, el droide era ligeramente más corpulento que su predecesor pero tenía la misma expresión de perplejidad perpetua que había divertido o fastidiado a tantos propietarios a lo largo de los años.

El droide alzó sus brazos metálicos.

—¡Oh, que los dioses me asistan! ¡Ama Thune, no tenía ni idea de que iba a traer visita! ¡Habría puesto orden! Oh, este desorden es completamente terrible. Realmente debería haberme informado de…

Thune interrumpió al droide.

—Uthre, esta es Carmesí. Va a volver al espaciopuerto con nosotros.

—¿Volver al espaciopuerto, ama Thune? Pero yo creía que…

—Cállate, Uthre, y ve a comprobar los amortiguadores aluviales.

—Pero yo…

—Ve.

Molesto, el droide obedeció, y su voz siguió escuchándose cada vez más amortiguada mientras se dirigía a la cabina.

—Cielos, realmente no sé cómo se espera que pueda trabajar eficientemente con tantos cambios de planes. Vaya, yo…

Thune meneó la cabeza mientras se quitaba la chaqueta y la funda del arma.

—A veces esa maldita máquina puede ser increíblemente molesta. Uno de estos días, voy a abandonarlo sin más en alguna parte.

Carmesí, que había conocido varios droides de protocolo en su vida, no pudo evitar reírse.

—Te compadezco. Yo nunca quise tener uno.

—Bueno, pese a ser un quejica, U-THR es un valioso recurso; tiene una asombrosa capacidad de almacenamiento de archivos y puede encontrar cualquier dato que necesite en un instante. Resulta útil en mi trabajo.

—¿Tu trabajo? Creí que eras una carroñ… quiero decir… —La tez de Carmesí se aproximó al color de su cabello—. Bueno, no pretendía ofender.

—No me ofende. Me dedico a veces al carroñeo, pero mi línea de trabajo principal es la distribución de bienes sin los impedimentos de ciertas partes interesadas, si entiendes a qué me refiero.

Carmesí parpadeó. Una contrabandista. Al igual que ella, Thune era una contrabandista.

—Sí… creo que sé a qué te refieres.

Thune la miró a los ojos.

—Tenía el presentimiento de que lo harías.

Carmesí mantuvo su mirada, calculando cuánto contarle a esta mujer que acababa de conocer.

—¿Qué buscaban?

La pregunta directa de Thune la pilló con la guardia baja, y de pronto sintió una tremendamente fuerte necesidad de contarle a alguien —a quien fuese— lo que les había ocurrido a Kaj y a ella. Durante casi un cuarto de hora, le explicó su situación.

—Me da la impresión de que vuestro amigo Bwahl no compartía la visión de tu amigo de la situación —señaló Thune cuando Carmesí hubo terminado.

Suspirando, Carmesí recordó la discusión que habían dejado a medias acerca de traficar armas para los rebeldes.

—No, y no estoy segura de que yo lo hiciera tampoco, la mitad de las veces. No logro entender cómo me dejé convencer por ese cabeza de ronto para seguir adelante con su plan.

—Te das cuenta de que los cazarrecompensas lo han capturado, ¿verdad?

Carmesí apartó la mirada.

—Sí, eso supuse. Bwahl dijo que pronto tendríamos su respuesta… supongo que ya la hemos recibido. —Apoyó la cabeza en sus manos. Kaj… pedazo de idiota.

—Puedo ayudarte a recuperarle.

Eso hizo que la cabeza de Carmesí se levantase de golpe.

—¿Cómo? No hay forma de saber quién lo tiene, o a dónde lo han llevado.

—Ya te he hablado de mi valioso recurso. —Thune pulsó un interruptor de intercomunicador—. Uthre, te necesito aquí.

—Ya voy, ama Thune, yo… —La alegre voz del droide quedó interrumpida cuando ella cortó el contacto.

—No puedo pagarte. Te he dado mis últimos créditos.

Thune simplemente meneó la cabeza.

—No te preocupes por eso… pareces bastante mañosa. Puedes trabajar para pagarlo.

Sin ninguna otra opción, Carmesí aceptó los términos.

Un momento después, el droide entró.

—¿Cómo puedo ayudarle?

—Uthre, parece que el socio de nuestra amiga ha sido capturado por cazarrecompensas…

—Oh, cielos, eso es atroz, es…

—Silencio. Necesito que accedas a nuestra base de datos y busques cazarrecompensas conocidos por trabajar en este sector. —Se volvió hacia Carmesí—. A través de varios contactos, hemos sido capaces de rastrear los esfuerzos de varios buscadores de recompensas, pero no de todos ellos. Puede que esto no nos diga nada, pero merece la pena intentarlo.

—Gracias. —Carmesí escuchó cuando el droide comenzó inmediatamente a recitar los datos.

—Skorr, Gribbet, Giles Durane, Valance, Cypher Bos…

—Uthre. La mayoría de ellos están muertos. ¿De qué me sirve una lista de cazarrecompensas muertos?

—Oh, lo lamento terriblemente, ama. Por supuesto, limitaré mis parámetros de búsqueda a aquellos que sigan en activo buscando recompensas.

—Gracias —respondió Thune con aire cansado.

—Oh, de nada, ama —respondió complacido el droide, y luego procedió a enumerar otros diecisiete nombres, ninguno de los cuales había sido visto cerca de Ord Mantell en el último mes.

Carmesí se hundía cada vez más en su asiento con cada nombre que era descartado.

—Bueno, eso no ha sido de mucha ayuda.

Thune se volvió hacia ella y alzó una ceja.

—Al contrario, nos ha permitido descartar muchos de los jugadores más importantes: Fett, Nataz, Goa, Dengar. Ahora que sabemos quién no es, es hora de descubrir quién es.

***

Carmesí examinó a su oponente, entrecerrando sus ojos verde esmeralda.

—Tú mueves.

U-THR estudió el holotablero de juego, inclinando la cabeza de un lado a otro, con la mano bajo su barbilla metálica, recorriendo su «mandíbula» con el pulgar; si Carmesí no supiera que no era así, casi habría imaginado que el droide era más humano que mecánico.

—Debo decir, ama Carmesí, que es una jugadora de lo más hábil. No he tenido la oportunidad de jugar contra nadie de su talla desde antes que la ama Thune me adquiriera.

—¿Thune no juega a holojuegos? —preguntó Carmesí.

—Oh, no. La ama Thune prefiere el sabacc.

Carmesí soltó una risita.

—Se llevaría bien con Kaj.

—¿Quién se llevaría bien con Kaj? —preguntó Thune, entrando a la cabina central del Facetado.

—Estábamos hablando de ti y el sabacc.

Thune frunció los labios, pensativa. Por un momento, Carmesí habría jurado poder detectar un atisbo de preocupación, o tal vez empatía.

—¿Tú y Kaj estabais muy unidos?

Carmesí bajó la mirada al tablero de juego. No estaba segura de lo que sentía por Kaj. Desde luego, ahí había algo, no podía negarlo. ¿Estaba dispuesta a admitir que puede que lo viera como algo más que un simple socio de negocios? Él le gustaba… probablemente más de lo que debiera. Pero sus planes eran descabellados. Y su última idea de trabajar para la Alianza… ¿cómo podía arriesgarse a perder a alguien a quien amaba? Alzó la mirada, convirtiendo su rostro en una máscara de piedra.

—Llevamos… trabajando juntos mucho tiempo.

—No se preocupe, ama Carmesí —intervino U-THR—. La ama Thune es experta en rastrear gente; estoy seguro de que encontraremos a su amigo.

—¿Experta? —preguntó Carmesí, pasando la mirada del droide a Thune y luego de vuelta al droide.

—Desde luego —respondió Uthre—. Así es como llegué a estar a su servicio. Mi anterior amo, antes de su muerte a manos de…

—Uthre… ¡cállate! —gruñó Thune.

Carmesí sonrió. Típica contrabandista, poco dispuesta a dejar su pasado a la vista para que cualquiera pudiera verlo, especialmente cuando había negocios cuestionables involucrados. Lo entendía porque había sido su propio credo esos últimos dos años. Había tantas cosas que aún no había compartido con Kaj…

Thune miró con desdén al droide, y luego se volvió hacia Carmesí.

—Lamento interrumpir tu holojuego, pero tenemos un ligero cambio de planes. Nos dirigimos a Ord Simres.

—¿Has escuchado algo? —preguntó Carmesí.

—He estado hablando por el comunicador con un traficante de información colega mío en Ord Mantell. Hay una oportunidad de que tu socio haya sido capturado por un cazarrecompensas llamado Treytis Prash.

—Pero, ama Thune, Prash trabaja para…

—Silencio, Uthre —ladró Thune con voz desagradable. Volvió a mirar a Carmesí—. Prash fue visto por última vez en el SalvaCartas, un pub de moda en Ord Simres. Estaba fanfarroneando acerca de una recompensa que iba a obtener de vuestro colega Bwahl.

—¿Prash? ¡Tiene que ser el que se llevó a Kaj! —dijo Carmesí, esperanzada por primera vez en horas de poder volver a verle con vida.

—¿Querrías venir conmigo a la cabina?

—Claro —respondió Carmesí. Poniéndose en pie, estiró las piernas—. Uthre, tal vez podamos terminar esta partida más tarde.

—Eso sería ciertamente de lo más agradable, ama Carmesí.

—Thune, tal vez deba retirar lo que dije sobre los droides de protocolo. Uthre es un competidor bastante bueno. Hacía eones que no jugaba una partida de B’shingh tan entretenida.

—Vaya, gracias, ama Carmesí. He sido programado para varios niveles…

—Sí, muy bien —interrumpió Thune—. Uthre, comprueba los proyectores del escudo deflector trasero. Me están dando algunas lecturas extrañas.

—No lo entiendo —dijo Uthre. Caminando hacia la parte trasera de la nave, continuó murmurando para sí mismo—. Efectué una comprobación completa de sistemas después de corregir el problema con los amortiguadores aluviales. Parecían estar perfectamente en orden…

Thune puso los ojos en blanco.

—No es una unidad 3PO tan mala, Thune —dijo Carmesí mientras seguía a la otra mujer hasta la cabina—. Deberías tratarle con más… humanidad.

—Es sólo un droide, Carmesí, una herramienta. Yo soy la jefa. Él sólo hace lo que yo digo. No me gusta la cháchara inútil, y le hago callar cuando quiero.

—De acuerdo. —Carmesí se encogió de hombros y se sentó en el asiento del copiloto. Por el rabillo del ojo, vio las manos expertas de Thune manipular una docena de controles distintos en rápida sucesión. Buena piloto, pensó, casi tan buena como yo.

***

Cuarenta minutos después, las dos mujeres vigilaban el SalvaCartas en Ord Simres. ¿De moda? Carmesí rio entre dientes. Si esta era la idea de Thune de un local de moda, le encantaría ver qué es lo que consideraba cutre. Pero Carmesí tenía que admitir que el SalvaCartas tenía cuatro veces mejor aspecto que los demás establecimientos que habían pasado de largo en su camino desde el cercano espaciopuerto.

—Thune —dijo Carmesí—, quiero volver a darte las gracias por ayudarme.

—Mis servicios no son gratuitos, ¿recuerdas? Accediste a trabajar para pagarme.

—Sí, lo sé. Pero…

—Ese es —dijo Thune—. Ese es Prash.

Carmesí estudió al caballero elegante que caminaba hacia la entrada de la cantina. Era un humano bien vestido, alto, de cabello negro y una buena planta musculosa… en absoluto el cazarrecompensas típico que hubiera visto o del que hubiera oído hablar. Sus dos compañeros tenían aspecto de guardaespaldas. Los ojos del rodiano capturaban cada movimiento que hubiera en las calles, con la mano posada ligeramente por encima de la empuñadura de su bláster enfundado, mientras que el krish era más obvio, blandiendo un rifle BlasTech Sharpshooter V totalmente ilegal con un amplio movimiento de barrido.

Prash y sus amigos desaparecieron en el interior del pub.

—Vamos —dijo Thune.

—¿Estás segura de querer hacer esto? —preguntó Carmesí cuando Thune comenzó a cruzar la calle.

—Sí, estoy segura —respondió Thune en ese tono impaciente que usaba tan a menudo con U-THR.

Meneando la cabeza, Carmesí dio varias largas zancadas por la escasamente iluminada avenida y la alcanzó.

—Supongo que no podremos solucionar esto hablando —dijo mientras aminoraban su paso a una tranquila marcha.

—Me temo que tendrá que ser rápido y sucio —respondió Thune en voz baja—. Esos dos guardaespaldas no serán muy dados a hablar. Ocupémonos de ellos primero, y luego podremos hablar amablemente con Prash.

Carmesí asintió con aire sombrío mientras entraban en el pub. Todos los ojos del lugar estaban clavados en el escenario, donde una curvilínea mujer y sus coristas cantaban melódicamente. Thune encendió su comunicador tratando de no hacer ruido, susurró algunas palabras en él, y luego lo apagó. Sacó su bláster, señalando con la cabeza hacia una mesa cerca del fondo de la sala. Carmesí agarró con fuerza su propio DL-44 y caminó junto a Thune.

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El krish las vio primero. Mientras levantaba su rifle bláster, Thune abrió fuego, matándolo en el acto. El disparo de Carmesí medio segundo después abatió al rodiano. Prash se quedó mirando fijamente a las dos mujeres, con una mezcla de rabia y sorpresa en su rostro. Era demasiado listo como para intentar sacar su propia arma.

—¿Dónde está Kaj? —dijo Carmesí casi gritando.

Prash frunció el ceño.

—¿Quién? —dijo.

—Kaj Nedmak, el piloto que tus cazarrecompensas capturaron.

—No sé de qué me estás hablando —dijo Prash, mostrando más indignación en su voz con cada palabra—. Nunca he oído hablar de nadie llamado Kaj. No tengo ningún cazarrecompensas. Y si alguien está hoy de caza, ¡diría que sois vosotras!

—¡Silencio! —ladró Thune—. Comprueba la sala, Carmesí. Yo vigilaré a este.

De pronto, Prash se lanzó contra Carmesí, haciendo que el bláster se le cayera de las manos. Sonó un disparo. Prash se derrumbó en el suelo a los pies de Carmesí. Carmesí miró fijamente a Thune.

—¿Por qué lo has matado? ¡Ahora nunca encontraremos a Kaj!

Thune meneó la cabeza y se rio.

—Eres demasiado ingenua para ser contrabandista, Roja —dijo, inclinándose para recoger el bláster de Carmesí—. Además, no está muerto.

—¿Qué? —gritó Carmesí, confusa y enfurecida por la actitud de Thune.

—Agarra al tipo este por los brazos y ayúdame a llevarlo fuera —dijo Thune. Su tono no era nada amable. Su comentario era una orden, lisa y llanamente—. Uthre ya debe de haber llegado con el deslizador.

—¿Qué está pasando, Thune? —preguntó Carmesí, con el corazón latiéndole con fuerza cuando vio su bláster desaparecer en los pliegues de la chaqueta de Thune.

—Acabas de ayudarme a capturar a uno de los principales traficantes de armas para la Alianza Rebelde. Hay tantas recompensas imperiales por la cabeza de Prash que podría vivir como el propio Emperador y no volver a trabajar un solo día de mi vida.

—Espera un momento. ¿Eres una cazarrecompensas? ¿Prash decía la verdad?

—Ya empiezas a entenderlo, Roja —gruñó Thune mientras cruzaban la puerta.

Fuera, dejaron caer el cuerpo de Prash y miraron la calle con impaciencia hasta que apareció U-THR en un OP-5 alquilado.

El droide salió rápidamente del deslizador terrestre.

—No he sido programado para este tipo de trabajo, ama Thune —se quejó Uthre mientras ayudaba a Carmesí a subir el cuerpo de Prash al vehículo—. Mi función primaria es…

—Tu función primaria será quedarte aquí en un montón de chatarra dentro de un instante, Uthre. Simplemente haz lo que te digo para que no acabes en pedazos.

—Por supuesto, ama Thune. No me estaba quejando por el trabajo, simplemente explicaba…

—¡Uthre!

—¿Sí?

—¡Hazlo y punto!

Carmesí trepó al deslizador junto al cuerpo inerte de Prash. Thune se sentó junto a U-THR, con la espalda pegada a la puerta. Su cuerpo estaba medio retorcido, y miraba a la parte trasera del vehículo, apuntando con su bláster a la cabeza de Carmesí.

—¿Por qué me apuntas con esa cosa?

—Porque sé algo sobre ti también. Algo sobre una antigua navegante de crucero que conspiró para liberar a un colaborador rebelde y atacó salvajemente a un oficial imperial. Oh, sí. Tú también tienes una bonita recompensa por tu cabeza, amiga mía.

—¿Lo supiste todo el tiempo?

Thune respondió con una carcajada.

—¿A dónde vamos? —preguntó Carmesí.

—Después de encontrarnos con mis hombres, voy a hacer una entrega a Bwahl el hutt.

—¿Vas a entregarme a Bwahl? —La mente de Carmesí pensaba a toda velocidad. Hacer un trato con Bwahl podría resultar más fácil que escapar de una prisión imperial—. No sabía que fuera tan popular —añadió con una sonrisa.

—No te des tanta importancia, Roja —escupió Thune—. A Bwahl no podrías importarle menos, pero estará bastante complacido de ver a tu amigo Kaj.

—¿Kaj? —Los ojos de Carmesí se iluminaron pese a la gravedad de su propia situación—. ¿Tienes a Kaj?

—Por supuesto. Algunos de mis «empleados» me lo han estado guardando. Sí, un viaje bastante provechoso para mí; obtengo la recompensa de Bwahl por Kaj, y luego os entrego a ti y a Prash al Imperio.

Cuando el deslizador terrestre se detuvo junto al Facetado, Prash gimió. Carmesí se preguntó si él se sentía tan mal como ella. ¿Cómo podía haber estado tan ciega? ¿Por qué había confiado en Thune tan rápidamente? ¿Para ayudar a un amigo? Amistad… eso es lo que había causado todos estos problemas desde el principio. Su vida entera había sido puesta del revés por culpa de la amistad.

Sin embargo, puestos a pensar en ello, no cambiaría nada.

De algún modo, de alguna manera, iba a rescatar a Kaj. O moriría en el intento.

***

A bordo del Facetado, Thune envió a U-THR a la cabina para preparar la nave para el despegue. Sujetó a Prash a una silla cerca de la estación técnica y ató a Carmesí al tablero de juego. Tecleando en el panel de comunicaciones, mantuvo un ojo vigilante sobre sus prisioneros.

Carmesí maldijo su propia estupidez. ¿Cómo podría salir de ese lío? Un gemido le dijo que Prash estaba despierto. Tosiendo, tomó consciencia de dónde se encontraba, mirando primero a Thune y luego al bláster junto a ella. Finalmente, se volvió hacia Carmesí, atravesándola con una mirada envenenada que le hizo palidecer.

—¿Por qué? —preguntó él.

Carmesí simplemente se le quedó mirando, incapaz de encontrar palabras.

—¿Qué queréis de mí?

—Lo siento —dijo Carmesí, agobiada por la culpa.

—Oh, parad con ese maldito melodrama —les ladró Thune—. Os necesito a ambos vivos para recibir mi paga, pero eso no significa que tengáis que mantener todos los miembros intactos. Así que callaos.

Prash miró de una mujer a la otra.

—Pensé que vosotras dos erais…

Thune soltó una carcajada.

Él se volvió hacia Carmesí.

—¿Entonces por qué matasteis a Beidlo y Skurvis?

—Pensaba que estabas reteniendo a mi compañero —tartamudeó ella—. Lo siento.

Él no dijo nada, simplemente la miró, confuso y enfadado.

El sonido de otra nave aterrizando cerca resultó bienvenido; cualquier cosa servía para distraer a Carmesí de los sentimientos de culpa que invadían sus pensamientos.

—¡Muévete, Roja! —gruñó Thune—. Es hora de colocar la alfombra de bienvenida.

Thune escoltó a Carmesí a la base de la rampa de acceso del Facetado, extendida hasta el suelo. Calculó sus probabilidades de escapar, pero las esposas de sus muñecas y el bláster en la nuca le hicieron pensárselo dos veces.

Se abrió la escotilla del ala-Y. Un gank saltó fuera de la cabina y se volvió hacia el pasajero del asiento trasero. ¡Kaj! Hubo un breve forcejeo en la cabina, luego el gank ató las manos de Kaj a su espalda y el forcejeo se detuvo. Levantó en vilo a Kaj de su asiento y lo arrojó al pavimento. Kaj gruñó, con sangre manando de un corte que le cruzaba la frente. A Carmesí le dolía verle así, pero no había nada que pudiera hacer.

—Tráelo a bordo —dijo Thune, tirando de Carmesí de vuelta a la nave—. No quiero atraer la atención.

El gank obedeció en silencio, poniendo a Kaj en pie y haciéndole subir la rampa a empujones. Una vez dentro, Kaj se detuvo en seco y se quedó boquiabierto.

—¡Carmesí! ¿Qué dem…? ¡Maldición! ¿También te han atrapado?

Entes de poder responder, el gank volvió a golpearle, haciéndole caer sobre una rodilla. Usando la caída en su provecho, Kaj empujó las piernas del gank, haciéndole perder el equilibrio y enviándole rodando rampa abajo. Thune apuntó a Kaj con su bláster, pero Carmesí se revolvió, con sus puños atados, y le asestó un fuerte puñetazo. Con un agudo grito y el sonido de una costilla rota, Thune se dobló sobre sí misma, y su disparo hizo añicos un monitor en una lluvia de chispas. Kaj se puso en pie de un salto y se lanzó hacia ella, tirándola sobre la cubierta y agarrando su bláster.

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Carmesí corrió a su lado y él rompió sus ataduras con el bláster. Ella hizo lo mismo por él, y luego se volvió hacia Thune, con voz temblorosa por la ira.

—Ahora, cazarrecompensas… ¡creo que voy a acceder a los bancos de memoria de Uthre y a averiguar a cuánta gente has vendido! Tal vez te venda a los supervivientes de las víctimas… ¡pedazo a pedazo!

Thune la miró dolorida.

—No eres diferente a mí, Durasha. Mataste a ese rebelde a sangre fría porque pensaste que eso te devolvería a tu querido amante. Él se interponía en tu objetivo, y lo asesinaste. Igual que yo habría hecho. Tú, yo, Lang… —hizo una pausa, regodeándose en la sorpresa que mostraba el rostro de Carmesí—… ¡sí, incluso tu viejo amigo el teniente Lang ofreció cinco mil créditos adicionales a la recompensa imperial por tu cabeza! En el fondo, todos somos iguales. Así que olvida esa superioridad moral.

La culpa invadió a Carmesí, mezclada con la rabia por la verdad en las palabras de Thune. Agarrando el bláster que sostenía Kaj, lo alzó sobre su cabeza como si fuera a golpear con él la cabeza de la cazadora…

…Y al instante siguiente rodaba por el suelo, agarrándose la mano quemada y dejando caer el pedazo de chatarra medio fundido.

El gank, de quien se habían olvidado durante la lucha, estaba de pie en la puerta, apuntando con un bláster a los contrabandistas.

—Apartaos de la capitana Thune. No os lo diré dos veces.

Maldiciendo, Kaj se puso en pie. Pero cuando Carmesí se levantó, sacó su propio bláster de la chaqueta de Thune y abrió fuego, abriendo un agujero en la placa facial del gank. Cayó al suelo con un filtrado grito de agonía.

Kaj levantó a Thune.

—Arriba, señora. Estoy pensando seriamente en retorcerte el pescuezo ahora mismo.

—Kaj, espera. —Carmesí detuvo su brazo.

Kaj la miró con fiereza.

—Esta escoria casi nos vende por dinero, Carmesí… ¿Tienes una idea de lo que Bwahl me habría hecho? ¿Sabes lo que el Imperio hace a los traidores? Merece morir… ¡estabas dispuesta a matarla tú misma hace un momento!

—Lo sé, pero ya ha habido suficientes muertes. No quiero seguir formando parte de ello.

Cruzaron las miradas por un instante, luego Kaj frunció el ceño y se volvió a Thune.

—Muy bien, cazarrecompensas, hoy vivirás, pero no hagas planes a largo plazo. Ahora, ¡en marcha!

Thune le lanzó una mirada asesina cuando él la empujó hacia la cabina. Kaj volvió la mirada a Carmesí.

—Escuché hablar al gank; sus colegas estarán aquí en cualquier momento. Atémosla y salgamos de aquí en ese ala-Y.

—Eso no funcionará, Kaj. Somos demasiados. Necesitamos el Facetado.

—No vais a llevaros mi nave…

—Silencio, Thune, o cambiaré de opinión con respecto a dejarte fuera de servicio permanentemente —dijo Kaj.

Carmesí se volvió de golpe y les condujo al interior de la nave, hacia la estación técnica. Kaj vio al otro prisionero atado de Thune y alzó una ceja.

—¿Quién es? —preguntó.

—Un aliado —dijo Carmesí, desatando a un confuso Prash—. Treytis Prash, Kaj Nedmak. —Los dos hombres se saludaron incómodamente con una inclinación de cabeza—. Escucha, Prash, tanto si quieres creerlo como si no, estamos en el mismo bando. Kaj y yo estábamos… estábamos pensando en trabajar para vosotros, los rebeldes. Ven con nosotros. —Le tendió la mano.

Prash se la quedó mirando fijamente, y luego pasó de largo a su lado, ignorando la mano.

—Muy bien, en marcha. Podéis empezar terminando lo que Beidlo había comenzado; entregar un cargamento de rifles bláster a una base rebelde. Después de eso… ya veremos.

—Prash —preguntó Kaj—, ¿te importaría echarle un ojo a Thune hasta que saquemos esta nave de aquí?

—En absoluto, será un placer —respondió Prash, tomando el bláster de la mano extendida de Kaj.

Kaj y Carmesí cruzaron sus miradas. Ella sonrió, inclinando levemente la cabeza, y ambos se volvieron para dirigirse a la cabina. Pero antes de que alcanzaran el pasillo, Thune sacó una navaja y la lanzó con fuerza al pecho de Kaj. Él dejó escapar un jadeo, mirando sorprendido la gruesa empuñadura metálica que sobresalía de su cuerpo.

—¡Kaj!

Thune trató de alcanzar el bláster de Prash, pero Kaj reunió las fuerzas suficientes para lanzarse contra ella. Los tres cayeron al suelo.

—¡Carmesí, huye! —exclamó Kaj.

Estaba congelada en su sitio, sin querer abandonarle.

—¡Vete! ¡Yo no voy a lograrlo, Roja! —Kaj tosió sangre, y luego miró las manchas de color escarlata en su túnica. Con dificultad, logró soltar una risita—. En realidad… parece que voy… a dejar la nave, Roja… —Thune lanzó un fuerte puñetazo a su mandíbula. Él se encorvó, sujetándola contra la cubierta, mientras Prash rodaba alejándose de ellos—. ¡Iros! ¡Marchaos! ¡Yo os cubro!

—¡No!

Kaj gritó a Prash.

—¡Sácala de aquí! —Prash vio el charco de sangre que rodeaba a Thune y Kaj y agarró el brazo de Carmesí.

—¡Vamos!

—No… —dijo, resistiéndose a su agarre.

—¡Vamos! —volvió a insistir, tirando con más fuerza.

—¡No! ¡Kaj! —Trató de liberarse del agarre de Prash, pero este le arrastró hasta el ala-Y estacionado. El motor aún estaba en marcha—. ¡Maldita sea, suéltame!

Un sonido familiar llenó el aire, y levantaron la vista para ver un Cazador de Cabezas en la distancia. La visión terminó con el ataque de histeria de Carmesí, y saltó al asiento delantero del caza.

Un grito tras ella, sin embargo, le dijo que Prash no lo había logrado.

Se volvió rápidamente para verle rodar torpemente por el suelo, con un agujero humeante en la espalda. Thune estaba de pie en la entrada, apuntando con su bláster a Carmesí. Eso significaba que Kaj estaba…

¡No! Gritó en su mente. ¡No otra vez! ¡Nunca más!

—Sal de esa nave, Durasha. —La voz de acero de Thune era inflexible.

Agachándose, Carmesí golpeó el botón de cierre de la escotilla y aceleró a fondo sin esperar siquiera a escuchar el chasquido de la carlinga al sellarse. Mientras salía disparada del espaciopuerto, abrió fuego sobre el Cazador de Cabezas. El piloto nunca supo quién le disparó el tiro letal.

Alzándose en los cielos, respiró profundamente. Aún no había acabado todo.

***

Un disparo del carguero de Thune sacudió el ala-Y.

¡No puedo creerlo! ¿Cómo me he metido en este lío…?

Empapada en sudor, Carmesí maldijo a su socio, a su afición por el juego, y a sus malditos planes.

Otro disparo pasó rozando al ala-Y.

Amistad. ¡Ja! ¿Por qué galaxias decidí que necesitaba salvarte el trasero, Kaj Nedmak? ¿Por qué?

—Si aún sigues vivo… —hizo una pausa lo bastante larga para arrojar su ala-Y en un barril picado, tratando desesperadamente de esquivar a Thune— ¡…te mataré yo misma!

El fuego láser trazaba arcos por el negro vacío del espacio profundo, momentáneamente invisible contra la silueta de Ord Simres antes de golpear el costado de estribor del caza. La nave se estremeció y Carmesí se dio cuenta de que el resultado de esa batalla no iba a su favor.

—Nunca te perdonaré esto, Kaj —dijo en voz baja. Guiando la nave en un giro de 180 grados, Carmesí bloqueó sus cañones láser en disparo continuo. Estableció el ala-Y en un curso de impacto, decidida a llevarse por delante a la mujer que había asegurado ser su amiga. En cuestión de segundos, todo habría terminado.

El Facetado llenaba el campo de visión, disparando sus armas. Destellos amarillos y verdes danzaban alrededor del ala-Y, creciendo en intensidad conforme los escudos cedían. Y entonces hubo un fogonazo en la cabina.

***

Estrellas…

Flotando…

Roja…

Brillante…

Luz estelar…

Roja…

Roja…

Luz estelar…

—¿Roja?

Carmesí abrió los ojos, desorientada. ¿Qué…? ¿Viva…? Pero…

Trató de incorporarse, e inmediatamente deseó no haberlo hecho, cuando un dolor cegador le obligó a recostarse de nuevo.

No sólo dolor… una mano… metálica… ¿Qué…?

Abrió los ojos y se encontró mirando al rostro perplejo de U-THR.

—¡Oh, gracias a las estrellas, ama Carmesí! ¡Está consciente!

Uthre… pero… eso significaba que estaba de nuevo a bordo del…

Se incorporó de golpe, ignorando el dolor mientras buscaba a Thune con la mirada. La cazarrecompensas estaba sentada en la estación técnica, de cara a una pantalla.

—Muy bien, Thune, yo… —Se detuvo cuando dos hechos peculiares atrajeron su atención.

En primer lugar, Thune parecía no advertir su presencia.

Y en segundo lugar, estaba atada a la silla.

—Roja…

Carmesí se volvió de golpe al escuchar la voz rasposa.

Allí, tumbado en una camilla gravitatoria portátil, atado y vendado, estaba Kaj Nedmak, Pálido y contusionado, su respiración eran ráfagas desiguales.

—¡Kaj! ¿Estás vivo? ¿Pero cómo?

—Yo… no esperaba estarlo… —tosió—, pero nuestro… amigo de metal verde aquí presente… tenía otros planes.

Uthre le posó suavemente una mano metálica en el hombro.

—Por favor, ama Carmesí, debe tumbarse. Esa explosión de la cabina la dejó inconsciente. Debe tomarse un tiempo de recuperación antes de hacer esfuerzos.

—¿Pero qué ha pasado? ¿Cómo he subido a bordo? ¿Por qué esta nave no ha quedado destruida?

—En serio, ama, no debe preocuparse ahora mismo de eso. Ahora…

—Uthre, necesito saberlo. Por favor.

El droide la miró, inclinando la cabeza a un lado.

—Muy bien, pero luego debe descansar.

—Trato hecho.

El droide explicó lo que había ocurrido. Después de que Carmesí escapara en el ala-Y, Thune había dejado a Kaj por muerto en la estación técnica del carguero, se dirigió a la cabina, y salió en persecución de la nave más pequeña. La batalla fue rápida, con el ala-Y superado sin remedio. Uthre, sentado en los controles del copiloto, casi cortocircuitó sus circuitos de empatía al ver a Thune tratar de matar al único humano que le había tratado como un igual desde la muerte de su anterior amo. Thune ordenó al droide que fuera a la esclusa para preparar un amarre remoto con el caza; ella planeaba mantener a Carmesí con vida, decidida a reclamar su recompensa. Al pasar junto a la estación técnica, Uthre dejó caer accidentalmente un bláster en dirección al malherido Kaj. Kaj consiguió reptar hasta la cabina y disparar a Thune. Y, por suerte, Carmesí se había desmayado antes de completar su intento de embestida. Kaj tomó los controles y apartó el Facetado fuera del alcance del caza mientras Uthre ataba a Thune. Tras realizar un amarre remoto entre las dos naves, Kaj trajo a Carmesí a bordo con la ayuda de Uthre.

Carmesí miró fijamente al droide, asombrada.

—¿Hiciste todo eso?

—Vaya, sí… cómo he dicho a menudo al ama Thune, mi programación primaria nunca ha sido cometer actos de violencia atroz, perseguir fugitivos, o colaborar en sus muertes. —Uthre hizo una pausa, y Carmesí habría jurado que un escalofrío recorrió el cuerpo del droide—. Resulta que mi programación es observar la práctica del protocolo, fomentar la comunicación adecuada y, por encima de todo, proporcionar soluciones pacíficas que aseguren la preservación de la vida racional. Actuar como cómplice del completamente abominable negocio del ama Thune estaba empezando a degradar mis subrutinas éticas.

Carmesí sonrió ante el discurso del droide, y Kaj soltó una breve y rasposa risita desde el otro lado de la sala.

—Uthre —tosió—, serías… un magnífico… contrabandista.

Carmesí le apoyó una mano en el hombro.

—En realidad, Uthre, creo que sería justo tu campo. No pienses en ello como contrabando sino más bien como… libre comercio.

—¿Libre comercio?

—Claro. No tendrías que hacer nada poco ético. Nada de violencia, nada de matar… tal vez algún encuentro ocasional con jefes de muelle conspiradores o con las Aduanas Imperiales.

—¿Aduanas Imperiales, ama?

Carmesí miró a Kaj y le hizo un guiño.

—Traficar armas para la Alianza Rebelde puede ser un poco peliagudo.

Kaj sonrió, asintiendo débilmente con la cabeza.

—Piensa en ello, Uthre —dijo Carmesí—. Pero, de momento, ¿qué tal si llevamos a tu antigua dueña a la bodega de carga? Nos desharemos de ella donde ya no pueda causar más problemas.

El droide salió de la sala, con su voz desvaneciéndose tras él.

—Realmente, no entiendo el comportamiento de la mayoría de los humanos…

Carmesí se acercó con dificultad junto a Kaj y se sentó en el borde de la camilla gravitatoria. Le agarró la mano.

—Veo que… has cambiado de opinión… sobre los rebeldes… según parece…

—He tenido algo de tiempo para pensar, Kaj. —Le apretó la mano con más fuerza y le sonrió. Débilmente, él le devolvió la sonrisa.

—Al menos… hemos conseguido… una nave nueva en el trato.

—Sí. —Carmesí miró el camarote a su alrededor—. Aunque necesita un nuevo nombre.

—¿Qué tal el Comprador Uwana?

—Nooo. Ya se ha usado. —Pensó por un instante y luego sonrió—. Lo tengo. El Luz Estelar Roja.

—¿Luz Estelar Roja? ¿Qué clase de nombre es ese?

—El adecuado.

Kaj miró escéptico a su socia, negándose a admitir que ese nombre podría funcionar.

—Algún día… Roja… uno de estos planes tuyos va… a salirte por la culata, y cuando ocurra… espero no estar allí… para verlo. —Una chispa de diversión asomó por la comisura de sus labios.

Ella se rio al escuchar sus propias palabras usadas en su contra.

—Bueno, entonces ya somos dos.