9
Hogar, ¿dulce hogar?
En las primeras horas del amanecer nos levantamos. Nuestro aspecto dejaba mucho que desear. Connor tenía la camisa rasgada y en la venda había una mancha oscura de sangre reseca, pero eso indicaba que la herida estaba curando. Su barba era más poblada, pero completamente rubia, lo que le daba una apariencia descuidada, de pirata, y sus ojos turbios y enrojecidos por el sueño ayudaban a crear esa aura peligrosa. Yo no lucía mejor, notaba el labio partido dolorosamente hinchado y me dolía todo el cuerpo. Ambos nos observamos con cuidado, pero no pronunciamos palabra. Connor sacó unas manzanas de las alforjas y ese fue todo nuestro desayuno. Montamos en el caballo, que pacía descuidadamente y se mantenía ajeno a nuestros sentimientos.
Notaba la tensión que embargaba a Connor. Al principio creí que era porque nos encontrábamos en terreno peligroso, luego me di cuenta de que era por mí. Su tono era brusco y el caballo lo notaba, mostrándose más díscolo que de costumbre.
—¿Qué demonios te pasa? —le pregunté cuando paramos a estirar las piernas a media mañana protegidos por una superficie rocosa que nos mantenía bastante ocultos.
—¿A mí? Nada —respondió bruscamente.
—¿He hecho algo que te moleste? —inquirí notando cómo borboteaba la furia en mi interior.
—Podría decirte bastantes cosas, desde que te conozco, pero dudo que tengan el menor efecto sobre ti —respondió igual de enfadado que yo.
—¿Cómo? —pregunté desconcertada.
—Intento por todos los medios mantenerte a salvo y tú lo único que consigues es meterte en problemas una y otra vez. La verdad es que no sé cómo tratarte ni qué hacer contigo la mayor parte de las veces. —Su tono era bajo y noté cómo un súbito enrojecimiento le subía por el cuello.
Me aparté un paso. Notaba su enfado pero no lo comprendía.
—¿Crees que yo busqué lo que pasó anoche? —exploté enfurecida.
—¡No lo sé! —maldijo en gaélico—. Me alejé un momento a buscar agua y cuando volví me encontré a un hombre intentando violarte. Tengo la sensación de que cada vez que me doy la vuelta voy a encontrarte debajo de algún hombre manoseándote.
—Te recuerdo que fue idea tuya traerme aquí.
—Y yo te recuerdo que si no lo hubiera hecho ahora estarías colgando de una cuerda con el cuello roto y piedras volando a tu alrededor.
—Y yo te recuerdo que si no llega a ser por mí tú ahora tendrías una bala metida entre pecho y espalda.
Entrecerró los ojos mostrando una sola línea verde esmeralda en su rostro enrojecido. Yo hice lo mismo, casi estábamos nariz con nariz, mirándonos con los brazos y puños cerrados a nuestro costado y con la misma expresión de terquedad en los ojos.
—¿Sabes acaso lo difícil que resulta matar a un hombre como lo hiciste anoche? Hasta para mí habría sido complicado. No lo entiendo por más vueltas que le doy. Y creo que tú tampoco eres consciente de ello. Y además, ¿tan poco hombre crees que soy que no hubiera podido con esos tres malaich? No sé quién eres, y cada vez me sorprende más cómo actúas. ¿Es que no se te ocurrió ni por un momento huir a esconderte en el bosque?
Lo miré meditándolo un momento. Lo había pensado, pero al ver que él estaba en peligro reaccioné de forma contraria.
—No, no lo hice porque tú necesitabas mi ayuda. Y sigo sin saber quién eres. No tengo ni idea, lo único que sé a ciencia cierta es que eres un espía y un asesino —le grité con furia.
—¿Eso piensas de mí? Te llevo a mi hogar. Yo no soy el que se esconde, eres tú. —Su tono era frío como el hielo.
—Sí, lo pienso. Odio estar aquí, con toda mi alma, y sin embargo no tengo adónde ir, ni sé cómo volver. ¡Maldita sea! —dije gritando.
—Conque odias estar aquí, conmigo. Pues si lo prefieres te devuelvo al lugar de donde has salido y que Dios te ampare. —Su tono a diferencia del mío se iba volviendo cada vez más bajo, ronco y peligroso.
—¿Es eso lo que quieres? Pues dime por dónde se vuelve que me voy solita —dije volviéndome por donde habíamos venido.
—De eso nada —me sujetó con fuerza del brazo—, acabarías en el regazo del duque de Argyll, no, mejor bajo sus faldas.
Me volví con la mano en alto dispuesta a darle una bofetada. Él me cogió la mano y me la sujetó con fuerza detrás de mi espalda.
—Ni se te ocurra intentarlo —susurró roncamente.
Entrelazamos nuestras miradas furiosas y se acercó tanto a mí que por un instante creí que me iba a besar. Y maldita fuera mi estampa, deseaba que lo hiciera casi con desesperación. Sin embargo me soltó y se volvió.
Me quedé parada y temblando de indignación observando su espalda tensa y su respiración agitada. Finalmente me volví y comencé a correr en dirección contraria. No sabía adónde iba ni lo que hacía, pero ya nada tenía sentido.
Noté una mano fuerte que me atrapaba y tropecé cayendo al suelo mojado. Me retorcí y quedé aplastada bajo su peso.
—¿Adónde crees que vas?
—Lejos de ti.
—No te dejaré.
—¿Por qué?
—Porque soy un hombre de honor.
—¡Ja! Tú no sabes lo que significa esa palabra —dije hiriéndole en lo más profundo.
Él se quedó un momento callado observándome. Yo lo miré desafiante.
—¿Crees que yo te voy a hacer daño? —Su tono era suave.
—¡No lo sé! ¡No sé quién eres! Dices que no sabes nada de mí, pero ¿qué sé yo de ti? Eras francés, ahora escocés, espía, soldado, ¡qué sé yo qué más! —exclamé intentando quitarme su peso, a lo que él respondió apretándose más contra mí.
—¿Qué voy a hacer contigo, mo anam? —Su tono había cambiado, no había furia, solo algo de sorpresa.
Yo lo miré fríamente.
Él enterró la cabeza en el hueco de mi cuello y susurró algo que no entendí.
—¿Qué has dicho? —pregunté con tono helado.
Se incorporó para mirarme directamente a los ojos.
—He dicho que si me perdonas. Tha mi cluilich. —Sus ojos mostraban dolor y yo no entendía por qué.
—¿A ti? No tengo nada que perdonarte —contesté extrañada.
—Juré que te protegería y te he fallado. Tienes razón, si no hubiera sido por ti, ahora estarías muerta o algo peor. Lo siento, mo anam.
Lo comprendí todo en un instante. Aquel hombre fuerte, orgulloso, capaz y controlador, por primera vez en su vida tuvo miedo. Tendida en el suelo húmedo de las Highlands descubrí que tuvo miedo por mí y no por él. Y no sabía lidiar con ese sentimiento.
—Connor —dije suavemente cogiéndole el rostro con las manos—, jamás me he sentido más protegida que estando a tu lado. Nunca me pediste nada a cambio, y sin embargo me lo has ofrecido todo. No tengo nada que perdonarte, más bien agradecerte todo lo que has hecho por mí.
—¿Estás segura de tus palabras? —inquirió mirándome directamente a los ojos, buscando algún tipo de indicio de mentira. No lo encontró, porque yo era completamente sincera.
—No he estado más segura de nada en toda mi vida.
Se incorporó sobre los codos y pasó un dedo por la herida abierta de mi labio, luego se inclinó y con su lengua cálida rozó la sangre que manaba de ella. Cerré los ojos cuando un súbito estremecimiento me acogió.
—¿Te duele? —preguntó obligándome con sus palabras a abrir los ojos.
—No. —Respondí cautelosa.
—Bien. Porque voy a besarte. —Y sin más preámbulos se inclinó sobre mis labios y posó los suyos, primero con suavidad y luego con insistencia. Yo entreabrí la boca recibiéndole con pasión contenida. Su lengua se introdujo y buscó la mía, y ambas se entrelazaron como si hubieran estado esperando una eternidad a estar juntas.
Una voz resonó a nuestra espalda.
—Os lo había dicho, es una selkie, y mo brathair ha caído en el hechizo. —Hamish suspiró fuertemente y sentí cómo pateaba el suelo.
Connor se separó bruscamente y se incorporó, tendiéndome la mano para levantarme. Lo hice sintiéndome extraña, como si el espacio-tiempo se hubiera alterado momentáneamente.
Varios hombres nos observaban con cautela y a la vez con diversión.
Uno de ellos, el que parecía mayor, se acercó a Connor y lo palmeó en la espalda.
—Pequeño Connor, ¡qué alegría que hayas vuelto después de tanto tiempo! —bajó la voz y se acercó un poco más—, aunque yo buscaría un sitio un poco más cómodo para…, bueno, ya eres un hombre, no tengo que explicarte para qué.
Noté que Connor se ruborizaba, y eso supuso toda una sorpresa para mí. El hombre frío y calculador tenía sentimientos. Y sabía besar, muy bien, por cierto. Como en una nube, me fueron presentando y yo saludé e hice pequeñas reverencias, sin recordar ninguno de los nombres que pronunciaron.
Connor saludó a todos con familiaridad y sin soltarme de la mano nos dirigimos al caballo, que recibió el peso de nuestros cuerpos con un quejido.
—¿Estamos en tierras de los Stewart? —le pregunté susurrando, cuando todos se subieron a sus monturas y emprendieron el trote.
—Sí, desde hace algún tiempo —contestó Connor.
—Entonces, ¿no hay peligro?
—Eso, Genevie, con el clan de mi padre, es difícil de saber. —Chasqueó la lengua y el caballo comenzó a galopar.
Con algo de incredulidad me di cuenta de que había dejado que aquellos hombres nos sorprendieran. Su cautela no había desaparecido, y no había mostrado demasiada sorpresa cuando nos encontraron.
—¿Por qué me has besado? —pregunté en voz baja.
—Porque lo deseaba —dijo él inclinándose sobre mi cuello.
No había enfocado bien la pregunta.
—¿Por qué has dejado que todos esos hombres lo vieran?
—Porque tenía que enviar un mensaje.
Estaba totalmente desconcertada.
—¿A quién?
—A mi padre.
Hamish se acercó montado a caballo, y se situó a nuestro lado. Nos observó con curiosidad.
—¿Qué demonios os ha ocurrido?
—Tuvimos un pequeño encuentro con unos salteadores de caminos anoche. Nada importante.
Yo bufé. ¿Nada importante? Para mí había supuesto un shock mental. Atraje la atención de la mirada de Hamish, que se fijó detenidamente en la herida de mi labio y el vestido desgarrado.
—¿Estás herida? —preguntó suavemente, con ese extraño acento escocés que acortaba las palabras.
—No. —Respondí brevemente, sin ganas de explicar lo sucedido.
—Mo brathair, ¿sabes ya cómo explicar su presencia? —preguntó dirigiéndose a Connor.
—Ya te expliqué quién era Genevie. Tendrán que aceptarlo. —Su tono era brusco y Hamish, molesto, aceleró el trote de su caballo hasta dejarnos solos.
—Y bien —dije—, ¿puedes explicarme quién soy?
—Eso solo lo conoces tú, de momento. Para mi familia eres una conocida de Edimburgo que necesitaba salir de allí porque… Digamos que estabas en peligro. No voy a explicar, ni tú tampoco, el porqué de ese peligro. Esa información tendrá que servir.
—Pues déjame que te diga que como explicación es bastante endeble. —Respondí de forma sarcástica.
Paró el caballo y me hizo volverme, hasta que tuve su rostro a solo unos centímetros del mío.
—Y dime, Genevie, ¿prefieres acaso explicar quién eres en realidad? —preguntó con los ojos ensombrecidos.
Abrí la boca y luego la cerré.
—No, esa explicación tendrá que ser suficiente —contesté sintiéndome furiosa y triste por no poder contar a nadie cuál era mi pasado. Nunca había tenido nada que ocultar, mi vida anterior era clara y cristalina, aquí era un pozo oscuro de agua negra y turbia.
Connor hizo que el caballo siguiera el trote de los demás.
—¿Cómo me recibirán? —pregunté algo asustada.
—Primero con sorpresa, luego con desconfianza y cautela, y finalmente de forma cordial. Recuerda que me tienes a mí. Eso no ha cambiado. Nadie te hará daño, si es eso lo que te preocupa. Las mazmorras del castillo ahora solo se utilizan para almacenar vino y comida. —Noté un amago de risa en su voz.
Llegamos a una pequeña planicie que descendía ligeramente hasta un lago, y allí fue donde vi por primera vez el castillo de los Stewart de Appin, el Castillo Stalker. De lejos parecía situado sobre el lago inmenso como flotando en una pequeña isla cubierta de bruma, como en los cuentos de misterio. Sin embargo, a medida que nos acercamos, observé que estaba construido en una lengua de tierra que se extendía no más de cien metros hacia el centro del agua, como si hubiera emergido de las profundidades oscuras del Loch Linnhe. Me quedé maravillada por su belleza y a la vez atrapada por su realismo. Una calzada de piedra con un puente conectaba el castillo con la tierra firme. Se podía llegar por debajo, cuando la marea dejaba al descubierto un pequeño camino, pero el tránsito principal se hacía atravesando el puente, que era a la vez lugar de paso y de defensa frente a los ataques externos.
Me recosté todavía más contra Connor, estaba nerviosa y con razón. No sabía qué esperar y no sabía qué esperaban ellos de mí. Empezaba a ver cómo salía gente a recibir a la comitiva, pero lo peor estaba por llegar, cuando atravesamos las arcadas de piedra y nos paramos en el patio empedrado.
Los habitantes del castillo se arremolinaron a nuestro alrededor, e incluso noté cómo algún niño valiente tiraba de mis faldas instándome a bajar. Apreté más las piernas contra el caballo y mi mano atrapó la pierna de Connor con fuerza. Sin embargo noté que él estaba contento, repartía saludos y acariciaba las cabezas de los pequeños curiosos. Bajó del caballo y yo con él, pegando un pequeño salto, que hizo que todos mis músculos doloridos protestaran al unísono. Los hice callar irguiéndome, ya que ahora tenía otras cosas más importantes en las que centrarme, como por ejemplo qué hacer. Me sujeté al brazo de Connor con tanta fuerza que él se volvió sorprendido.
—No me dejes —le susurré, algo asustada por las miradas curiosas tanto de mujeres como de hombres.
—No lo haré —contestó él esbozando una pequeña sonrisa.
Me fijé en que un pequeño grupo de hombres armados vestidos con kilts de otros tonos se mantenían apartados, pero observaban la escena con la misma curiosidad y suspicacia que los demás.
Una mujer en avanzado estado de gestación se abrió paso entre la gente, pero un niño no mayor de seis o siete años se le adelantó y saltó hacia Connor.
—Brathair mathair! —exclamó contento.
Connor lo cogió en brazos y lo volteó sobre su cabeza poniéndolo boca abajo, lo que hizo que el niño riera y se agitara como un renacuajo atrapado en una red. Connor rio con él, con una risa abierta y sincera que pocas veces había mostrado y que hizo que yo lo mirara embobada. Finalmente lo dejó en el suelo ante las protestas del pequeño.
—¿Me has traído algún regalo? —inquirió dirigiéndose a las alforjas del caballo.
Connor lo sujetó por el hombro.
—Sí, pequeño demonio, ya te lo daré después. ¿Cómo podría olvidarme de mo peathar preferido?
La mujer nos alcanzó por fin, y sujetó a Connor por los hombros, fijándose en la herida. Su gesto alegre se tornó serio y preocupado.
—¿Qué ha ocurrido?
—Nada que deba preocuparte y menos en tu estado. A Dhia! Estás gordísima —exclamó abrazando a la mujer. Yo sonreí recordando con cierta tristeza cómo a las mujeres el único momento en que se nos puede decir que estamos gordas es cuando estamos embarazadas, y esta mujer lo estaba como poco de ocho meses, dado su tamaño.
El niño se acercó a la mujer y la sujetó por la falda. Por el parecido supe que era su madre.
—Y esta ¿quién es? —preguntó en voz demasiado alta, lo que hizo que varias cabezas se volvieran en nuestra dirección. Yo mascullé una maldición en silencio por la divina inocencia infantil.
—Una dama en peligro —contestó Connor agachándose hasta quedar cabeza con cabeza.
—Ah —contestó el chiquillo como si aquello fuera toda la respuesta que esperaba—, ¿y tú la has salvado?
—Creo que sí. —La mirada de Connor se dirigió a mí y yo intenté sonreír, aunque solo conseguí una mueca.
La mujer embarazada salvó el momento incómodo. Se dirigió a mí y se presentó como la hermana de Connor, se llamaba Meghan, y su marido era, dirigió la vista en derredor…
—Aquel que lleva una jarra en la mano, Ewan —dijo con una mueca. Era uno de los hombres que nos había acompañado hasta el castillo, y nos hizo una seña de reconocimiento levantando la jarra—. Si alguna vez lo buscas —prosiguió—, estará donde esté el whisky, sigue el olor del alcohol y encontrarás a mi marido. —No obstante no había desagrado o molestia por la confesión, sino que simplemente estaba constatando un hecho.
Yo esbocé una pequeña sonrisa, que hizo que el labio se volviera a abrir, y noté el sabor metálico de la sangre otra vez en la boca.
—¡Jesús! ¡Estás herida! ¿Qué te ha ocurrido? —preguntó preocupada. Miré su rostro dulce, en forma de corazón, con ojos azules y cabello castaño, y supe que era sincera.
—Nada importante, solo un pequeño golpe —contesté sin dar más explicaciones.
Ella se fijó en mi cuello, pero no dijo nada más.
Un hombre se acercó cojeando, caminaba como torcido, y cuando levantó la vista hacia mí y vi su rostro, contuve la respiración. Rondaba los veinte años, solo que su cuerpo herido y su cara de facciones retorcidas le hacían parecer mayor. «Parálisis cerebral», contestó mi mente a una pregunta no mencionada. No obstante el joven hizo un intento por sonreír, y un hilillo de baba se le cayó de la comisura de los labios. Y sin mediar palabra me besó en la boca. Yo me quedé paralizada hasta que unos brazos fuertes lo separaron de mí.
—Ian bi modhail, es nuestra invitada. No puedes ir besando a las jóvenes atractivas sin que ellas te lo pidan primero, mo charaid —dijo Connor abrazándolo.
Él se soltó y dirigió su vista hacia mí.
—Me gusta —dijo—, ¿es este mi regalo?
—No, no lo es. Luego os daré a todos lo que he traído —exclamó mirando al pequeño y al joven de forma alternativa. El joven sin embargo alargó una mano y me acarició el rostro, y yo en un impulso le cogí la mano y sonreí con dulzura. Si la vida para un niño así era muy difícil en mi tiempo, aquí lo tenía que ser mucho más. Connor y su hermana nos observaron con una mirada inescrutable, pero no dijeron nada.
Sin darme tiempo a recuperarme de todo el barullo, dos personas más se acercaron a saludar, una mujer mayor y bajita y un hombre alto y estirado, ambos de unos cincuenta años. El hombre estaba pulcramente vestido y afeitado y la mujer olía agradablemente a comida y llevaba el pelo canoso sujeto por una pañoleta.
La mujer apretó los brazos de Connor.
—¡Gracias a Dios, ya ha vuelto el hijo pródigo! Estábamos muy preocupados por ti, pequeño Connor —exclamó con lágrimas en los ojos.
Connor cogió a la mujer en un abrazo y la levantó del suelo un palmo. Aunque era bajita tenía el tamaño de un tonel, sin embargo para él no supuso ningún esfuerzo. Ella rio como una chiquilla pataleando y gritando que la bajara.
—Para ti también he traído algo, Elsphet —susurró a su oído. Vaya, había viajado con Papá Noel y ni me había enterado. Me sorprendí reprimiendo una sonrisa.
El saludo del hombre fue mucho más cauto.
—Señor —dijo inclinando la cabeza—, nos es grato que vuelva a estar con nosotros otra vez. ¿Se quedará mucho?
La mujer le dio un codazo en las costillas, pero el hombre ni se inmutó.
—Me alegro de volver a verte, William. El tiempo que esté aquí depende de varias cuestiones. ¿Dónde está mi padre? —respondió de forma cauta Connor.
—Le espera en el despacho, Señor.
William hizo un gesto de asentimiento y se alejó, para dar paso a Hamish, que venía acompañado de dos jovencitas. ¿Más familia?, me pregunté. Bueno en realidad todos estaban relacionados de una forma u otra.
Noté la tensión en el rostro de Connor, pero no supe adivinar por qué.
—Connor —dijo llamándole por su nombre, eso ya me extrañó—, te presento a mi prometida lady Moira MacLeod. —Connor agachó la cabeza, y la joven respondió con una pequeña reverencia, luego su mirada se dirigió a mí, con todo el desprecio que pudo reunir en sus fríos y hundidos ojos azules. También arrugó la nariz, como si le molestara mi olor, y yo retrocedí algo intimidada, aunque me descubrí respondiendo con la misma mirada despreciativa que ella me había lanzado.
Hamish se volvió a la joven que permanecía detrás y la animó a que se acercara. Parecía más joven que la primera y su rostro era bastante más agradable, parecían hermanas, pero esta última no tenía el rictus de amargura de la primera. Yo sonreí de forma mecánica y la sonrisa se me congeló en el rostro.
—Lady MacLeod, te presento a tu prometido, Connor Aiden MacIntyre Stewart.
¡¿Prometido?! La palabra se ahogó en mi garganta y noté cómo todos los rostros se volvían a mirarme. ¿Lo había dicho en voz alta? Miré a Connor y noté furia en su rostro y cómo apretaba las manos a sus costados, mientras la joven hacía una profunda reverencia, para incorporarse después y mirarlo ruborizada.
Connor no me dio tiempo a que yo replicara nada. Llamó a su hermana y le susurró algo en gaélico que no comprendí. Yo miré a Hamish y noté su mirada divertida. El maldito escocés estaba disfrutando como un gato jugando con una madeja de lana. No me gustó nada saber que yo era esa madeja.
Noté el brazo de Meghan en el mío y con una fuerza de la que creí que no era capaz, dado su estado, me sacó de allí a rastras y me introdujo en el castillo. No tuve tiempo de dirigir ni siquiera una sola mirada a Connor.
Entré tropezando y trastabillando siguiendo a Meghan y deseando escapar del escrutinio de la gente. Dentro había un gran salón vacío. Elsphet y William entraron detrás de nosotros.
—Hay que buscarle una habitación —dijo Meghan.
—Las del servicio servirán, milady —contestó William.
—No, la pondremos en la pequeña del primer piso. Ella no es una doncella, es una invitada, y actuaremos como tal —explicó dando una orden que no admitía réplica.
Yo estaba aturdida y dolida. Me había prometido protección, me había besado, por un instante creí que yo le importaba algo más…, más que…, no sabía qué. Y sin embargo me encontraba en medio de las Highlands en un castillo y en un lugar desconocido y sin tener ni idea de qué hacer ni cómo actuar. Sentía la falta de Connor como un desgarro en mi corazón, sin él me sentí completamente perdida, así que me dejé hacer y seguí a Meghan escaleras arriba.
Entramos en una pequeña habitación en el fondo de un pasillo. No pude observar apenas nada alrededor, salvo algún tapiz en las paredes iluminado por antorchas cuidadosamente colocadas cada pocos metros. La habitación era pequeña, con escaso mobiliario, una cama pegada a la pared, una mesilla y un arcón de madera.
Ella misma se arrodilló con dificultad y encendió fuego, que pronto iluminó y caldeó la estancia. Elsphet entró detrás de nosotras portando una pequeña jofaina y una pastilla de jabón, una toalla de lino le colgaba del antebrazo.
Meghan se volvió y se acarició la tripa pensativa. Al ver su gesto contuve otro gesto de dolor. Mi pérdida ahora parecía tan lejana y sin embargo tan cercana que no supe disimular. Lágrimas ardientes comenzaron a deslizarse por mi rostro, que yo froté con furia haciéndolas desaparecer.
—¿Estás bien? —preguntó acercándose un paso, pero sin tocarme.
—Sí, gracias. No es nada. Solo estoy un poco cansada por el viaje —expliqué de forma evasiva.
Elsphet nos observaba curiosa.
—Vamos, pequeña, que no nos comemos a nadie. Al menos no todavía. —Rio a carcajadas sinceras—. Voy a buscarte algo decente que ponerte, y podrás quitarte ese vestido andrajoso. Me pregunto qué demonios te habrá sucedido para que tenga ese aspecto. —Se rascó la barbilla y me miró de forma inquisitiva.
No contesté, estaba tan turbada que no supe qué decir.
—Da orden de que traigan también algo de comer y de beber, parece famélica —indicó Meghan.
—¿Necesitas algo más? —preguntó dulcemente.
«¡Sí! —Quise gritar—. ¡Volver a casa, a mi vida, a mi tiempo!» Sin embargo me limité a negar con la cabeza.
—Bien, si cambias de idea, haznos llamar. No obstante, Connor ha dicho que subirá cuando arregle unos asuntos, y eso entre hombres no se sabe cuánto tiempo será —dijo cerrando la puerta tras ella.
Cuando me quedé sola en la habitación me dirigí a la pequeña ventana y me asomé, daba al patio de armas. Lo recorrí con la mirada, pero Connor, Hamish y las dos jóvenes MacLeod habían desaparecido. Los hombres se afanaban por retirar los caballos y llevarlos a las cuadras, y pronto el patio se quedó vacío salvo por unos cuantos guardias que circundaban la muralla como protección.
Me volví al sentir que se abría de nuevo la puerta. No era Connor, era una doncella que no había visto antes. Llevaba en las manos lo que parecía un vestido y unas medias, también me entregó unos lazos, pero no tenía ni idea de qué hacer con ellos. Como olvidándose de una cosa, antes de salir se volvió y depositó sobre la cama un cepillo y un peine con mango de nácar.
Me desvestí y me lavé. Cuando me sentí lo suficientemente limpia intenté ponerme el vestido, era de seda salvaje gris con bordados de nudos entrelazados en un color más oscuro. Sencillo, pero a la vez elegante. Volví a desechar el maldito corsé y me calcé las medias de lana gris, que me até a media pierna. Me senté en la cama y comencé a cepillarme el pelo, desprendiendo pequeños cardos y hojas que no sabía que se habían quedado prendidos a mi cabellera. Desde luego, frente a las educadas y bien vestidas hermanas MacLeod, yo debía de parecer el muñeco de Guy Fawkes.
Y esperé, y esperé y esperé. Pero Connor no venía, así que cansada de esperar salí a investigar. No había llegado muy lejos cuando me tropecé con un hombre.
—Lo siento. —Dijimos los dos a la vez. Levanté la cabeza sorprendida. Ese tono de voz me era familiar, y abrí desmesuradamente los ojos cuando tuve al alcance su rostro. Si bien sabía que no podía ser él, el parecido era asombroso, hasta el mechón rebelde de pelo moreno que siempre se le caía a media frente.
—Yago —susurré y caí desmayada al suelo atrapada otra vez por los hilos que me llevaban a la oscuridad.
Desperté a los pocos instantes con un rostro sobre el mío, que aunque sabía en mi fuero interno que no era el que esperaba, lo deseé con tanta intensidad que hasta dolió.
—¿Has venido a salvarme? —pregunté en un susurro entrecortado.
—¿Yo? No, señora. No…, bueno…, si usted me indica cómo, yo…, tal vez… ¿Quiere que avise a alguien? —respondió tartamudeando y claramente incómodo.
—No —dije incorporándome—, ¿quién es usted?
Su rostro se iluminó, por fin sabía qué contestar.
—Soy el preceptor de los hijos de lady MacDonald, me llamo James Hamilton.
De mi garganta brotó una risa amarga, hasta el nombre era el mismo, solo que en la acepción inglesa del término. Una joven doncella se aproximaba por el pasillo. James se volvió y observé el rubor que le cubría sus mejillas, así como la mirada de complicidad que le dirigió ella.
—Daisy —dijo James simplemente con un suspiro contenido.
—Hola, James, ¿buscas al pequeño Hamish y a Deirdre? Creo que están en la habitación de lady MacDonald. —Llevaba una bandeja en los brazos haciendo equilibrios. La cogí y le indiqué que acompañara al joven. Ella me lo agradeció con una sonrisa y ambos se alejaron en animada conversación.
Yo me volví y entré en mi habitación. Olisqueé la comida, que olía a las mil maravillas y mi estómago emitió un gruñido en respuesta. Ya casi había terminado la cena y la oscuridad era completa, salvo por el fuego de la chimenea. Connor seguía sin aparecer.
Abrí el arcón y encontré lo que parecía un camisón. Me desvestí y me lo puse, me metí en la cama y con una voluntad ajena a mis sentimientos me obligué a dormir, aunque fuera contando todas las ovejas de Escocia.