Me siento aturdido

Noah

Me fui del despacho temprano. No podía hacerlo, no podía seguir sentado ahí fingiendo que no pasaba nada, ocupándome de los negocios como de costumbre cuando me sentía fatal.

—¡Hola, Crawford! —exclamó Mason deteniéndome al salir yo del despacho—. ¿Te vas? ¿Va todo bien?

Sí, probablemente debería haberle dicho algo a mi ayudante, ¿verdad? Estaba hecho un lío en mi puta cabeza y a cada segundo que pasaba me sentía peor. Para variar.

—Ac va el contestador por si alguien me llama. Yo ya tengo bastante por hoy. Y si alguien pregunta por mí, dile que no sabes adonde he ido.

—Pero es que de hecho no lo sé.

—Exactamente.

Di media vuelta y seguí andando, ignorando la pregunta de Mason de «¿Va todo bien?» La verdad era que no. Y tampoco pensaba hablar de ello. Lo único que quería era regodearme en mi sentimiento de culpa un rato y encontrar luego la forma de salir de ese atolladero.

Sabía que había solo un lugar donde encontraría la paz y la calma que necesitaba para aclararme un poco y no iba a dejar que ningún empleado cotorra me entretuviera. De modo que tenía que ser an pá co y lo fui ... con un puñado. Pero ¿sabes qué? Me importaba un pimiento si les sentaba mal, porque no pensaba sonreír amablemente cuando me preguntaran cómo estaba yo, ni responderles tampoco un superficial «Bien, bien. ¿Y tú?» Me daba igual cómo estaban o si el pequeño Johnny tenía la nariz llena de mocos, o si Susie había creado el equipo de animadoras o siquiera si Bob había conseguido el ascenso. ¡Me importaba un cuerno todo!

Salí del edificio y me subí al primer taxi que se paró al alzar yo la mano, porque no pensaba llamar a Samuel para que me llevara. No quería que nadie supiera dónde estaba. ¿Era un irresponsable por desaparecer sin decir nada? Probablemente, pero a mí me la traía floja.

Hice ondear un billete de cincuenta pavos ante las narices del taxista.

—Llévame al Sunset Memorial.

—De acuerdo. ¿Es usted por casualidad el hijo de Crawford?

—No. Debes de haberme confundido con otra persona —le solté suspirando mientras me reclinaba en el asiento de atrás. El taxista sabía perfectamente que era una men ra como una casa. ¡Por el amor de Dios!, si me acababa de recoger en la puerta del edificio del «hijo de Crawford». Pero se lo merecía por hacerme una pregunta tan estúpida.

Al poco tiempo nos libramos del denso tráfico del centro de Chicago y el sol se asomó por el cielo encapotado. Fue extraño ver los rayos del sol abriéndose paso por un minúsculo claro, sobre todo estando tan rodeado de nubarrones que parecía que fuera a diluviar en cualquier momento, pero me tranquilicé un poco al ver que los rayos caían justamente en el lugar al que me dirigía.

La cripta de los Crawford.

Bueno, supongo que mausoleo era la palabra más adecuada, pero cripta sonaba mejor. De cualquier manera era el lugar de reposo de las dos únicas personas que me habían comprendido y amado por quién era yo. Y una de ellas iba a levantarse seguramente de la tumba para darme una colleja por el tipo en el que me había convertido.

—¿Quiere que le espere? —me preguntó el taxista al detenerse en el sendero al pie de la colina que llevaba al lugar donde estaba enterrada mi familia.

—No. No hace falta —le respondí.

—¿Está seguro? Por lo nublado que está parece que va a descargar el cielo.

—Pues mucho mejor —musité, y luego me bajé del taxi. Una lluvia torrencial pegaría con cómo me sentía por dentro.

—Si decide quedarse aquí solo, llévese al menos esto para calentarse los huesos —me propuso el taxista alargando la mano por encima del asiento para coger una bolsa de papel marrón con una botella por estrenar de José Cuervo y ofrecérmela. Qué curioso, era la bebida preferida de mi padre.

—Gracias —dije dándole otro billete de cincuenta pavos y cogiendo la botella.

Subí la cuesta para dirigirme a la cripta de mi familia y en cuanto llegué al lugar, me senté en un banco de mármol que había frente a la puerta. Luego saqué la botella de tequila de la bolsa, la abrí y eché un buen chorro al suelo. Después de todo, habría sido una descortesía por mi parte beber ante un anciano sin ofrecerle un poco, ¿verdad?

—¡A tu salud! —exclamé inclinando la botella antes de dar un trago. Sen una quemazón en la garganta al tomármelo e hice una mueca de dolor, como la primera vez que probé el tequila del mueble-bar de mi padre a los trece años. David me había desafiado a hacerlo y como no quería parecer un debilucho, me contuve el ataque de tos para que no descubriera que yo no era tan fuerte como pretendía. Pero lo más curioso es que cuando le tocó a él, tosió como un condenado sacando tequila hasta por la nariz. Todavía puedo verlo apretándosela y quejándose de la quemazón una hora entera.

No pude evitar soltar unas risitas al recordarlo y luego tomé de nuevo un buen trago antes de dejar la botella en el suelo. Aunque pensándolo bien, David se podía ir al infierno. Y yo, también.

Todavía me acordaba de la noche en que perdí a mis padres. Claro que la recordaba, ¡cómo la iba a olvidar si fui yo quien los asesiné! Si bien no lo hice con mis propias manos, habían muerto por mi culpa y esto me convertía en un asesino.

David y yo habíamos estado follando, como de costumbre. Estábamos borrachos perdidos. Creo que aquella noche el culpable había sido el whisky y lo habíamos estado tomando como si fuera agua. ¿El reto? Ver quién se bebía antes una botella de golpe, a palo seco. Nos importaba un bledo sufrir una intoxicación e lica o que al día siguiente tuviéramos que levantamos al amanecer para asis r a la ceremonia de nuestra graduación. Y ninguno de los dos estaba en condiciones de conducir. Aquella noche cuando yo los llamé, mis padres acababan de salir de la ópera y se dirigían de vuelta a casa. Yo solo quería que me mandaran a nuestro chófer a recogerme, pero mi padre se puso hecho una furia y mi madre se quedó muy preocupada. Por eso insis eron en ir a recogernos ellos mismos de paso. Pero nunca llegaron. Algún otro hijo de puta borracho que tuvo la gran idea de ponerse al volante en vez de llamar a alguien para que condujera, chocó de frente contra el coche de mis padres. Los dos murieron en el acto, agarrados de la mano. Lo supe porque fui a pie al lugar del accidente cuando vi las luces parpadeando. Estaban solo a tres manzanas.

Aquella noche le gané a David bebiendo, aunque la victoria me costó muy cara. La muerte de mis padres ocurrió por mi culpa, pero lo de la madre de Delaine no era culpa de nadie, y mucho menos de Delaine. Ella no era una niña mimada que hubiera nacido con un pan bajo el brazo y que no tuviera ninguna idea de lo afortunada que era. Ni un gilipollas agresivo que creyese que emborracharse y follar todo cuanto tuviera un par de tetas macizas y un buen culo era la receta perfecta para pasárselo bien. ¿Por qué ella entonces había tenido tan mala suerte?

Suspiré y alcé la vista hacia el cielo aborrascado.

—¡Dime lo que he de hacer! —exclamé alzando las manos en alto desesperado, agitando sin querer el tequila de la botella. En ese instante los nubarrones decidieron soltar la carga que llevaban.

Tuve mi respuesta. Tenía que dejarla ir. Ella debía estar al lado de su madre y de su padre, lo cual era mucho más fácil de decir que de hacer. Incliné la botella de nuevo, pero antes de que el fuego líquido me quemara la lengua, la aparté y la arrojé por encima de la loma cubierta de hierba a la izquierda del mausoleo. La contemplé rodar cuesta abajo hasta detenerse al pie de la colina sin la mayor parte de su contenido, aunque no vacía del todo.

El simbolismo me hizo lanzar una carcajada como la de un loco. Delaine era el jugo del demonio que me quemaba por dentro. Cuando estaba cerca de ella se me nublaba la cabeza y no podía pensar con claridad. Y ahora ella era libre, pero yo llevaría siempre una parte suya conmigo. Porque no te sacabas a Delaine Talbot del organismo tan fácilmente, al menos del mío.

No podía hacerlo. Era incapaz de dejarla ir.

Me quedé en el cementerio hasta llegar la noche. Quizás hasta varias horas después de anochecer, pero no estoy seguro, porque mientras me regodeaba en mi sen miento de culpa, el empo pareció detenerse. Me estaba quedando helado y tenía el culo y las piernas entumecidos por no haberme movido del banco. Por suerte la lluvia solo duró media hora y la ropa se me secó enseguida.

Ignoré mis tripas rugiendo, mi boca seca y el móvil sonando sin cesar. Me estaban buscando. Lo sabía. Y Polly no tardaría en recurrir a los sabuesos para que me rastrearan. Pero la llamada de Delaine apareciendo en la pantalla fue la única que despertó mi curiosidad.

No voy a men r, quería hablar con ella más que nada en el mundo. Cogí el móvil a la primera llamada, me lo quedé mirando a la segunda, y lo estrujé con tanta desesperación a la tercera que estaba seguro de haberlo machacado. Pero no me puse al teléfono. ¡Qué diablos le iba a decir!

He contratado a un detec ve privado para que meta las narices en tu pasado, porque soy un entrome do hijo de puta con una ligera tendencia a ser un puñetero controlador... Joder, se iba a poner hecha una furia cuando descubriera lo que yo había hecho. Te lo putogaran zo. ¿Y a que no adivinas lo que he averiguado? Pues lo has acertado. Sé que vendiste tu cuerpo para pagar el trasplante de corazón de tu madre moribunda, pero voy a seguir follándote pese a todo, porque estoy mal de la cabeza y necesito ayuda, y montones y montones de terapia de choque para mi polla sería justamente lo que el médico me recetaría.

Sí, no pensaba mantener esta clase de conversación.

Oí la conocida señal anunciándome la llegada de un mensaje de texto y cogí el móvil. Al ver que era de Delaine, sen que el corazón me daba un vuelco y, antes de darme cuenta, ya lo estaba abriendo. El reloj digital me indicaba que eran más de las diez de la noche. ¡Mierda!, ¿cómo podía ser que llevara tanto tiempo en ese lugar?

¿Dnde stás? Esty sola... en sta cama tan gmde... desnda.

La polla se me movió dentro de los pantalones al ver en mi cabeza la imagen que tanto ella como yo conocíamos demasiado bien. «¡Cierra el pico! Tú eres la culpable de metemos en este lío, maldita calenturienta» —le espeté a mi amiga de toda la vida.

Tngo una reunión de trbjo. No me espers.

Mierda.

He hbldo con Polly, me algro k stés vivo. Se lo diré.

¡Qué bien que por el momento se conformara con esta excusa! Sabía que cuando la viera, se daría cuenta de que me pasaba algo. Pero al menos ella avisaría a Polly para que no se preocupara en absoluto por mí.

Me voy a la cma. Desprtme cuand vuelvs. Si kires ;) Oh, sí que quería. Pero no lo haría.

Me me el móvil en el bolsillo y volví a quedarme mirando al vacío. El fantasma de mi madre no se había aparecido para darme un manotazo en la cima de la cabeza. El fantasma de mi padre tampoco se había levantado de la tumba para echarme una bronca por desperdiciar un tequila de tan buena calidad o para decirme que me aclarara de una vez y dejara de comportarme como un idiota. No había tenido ninguna gran epifanía ni tampoco había decidido lo que iba a hacer. Por lo visto había desperdiciado el día y la noche.

Me saqué el móvil de nuevo y llamé a mi o. Daniel era cardiólogo, el mejor de Chicago, y además parecía conocer a todo el mundo. Probablemente porque apoyaba con gran entusiasmo cualquier cosa que tuviera que ver con la medicina. Por eso había comprado el centro médico de Evere . Este edificio apoyaba a los especialistas de prác camente todos los campos habidos y por haber, y Daniel era como una esponja que intentaba empaparse constantemente de los máximos conocimientos posibles. Sabía que llamarle sería dar palos de ciego, pero tal vez él podría enterarse del estado de Faye Talbot y también ayudarla, porque con esas malditas cláusulas de confidencialidad médica, nadie iba a darme ninguna información sobre ella, y aunque me la dieran no entendería una palabra. Pero Daniel podría conseguir cualquier cosa en este sentido.

Después de hacer la llamada y lograr que mi o aceptara ayudarme, llamé a Samuel para que me fuera a recoger. Ya iba siendo hora de volver a casa y aunque yo temiera cómo iba a reaccionar mi cuerpo al ver a Delaine, mi corazón necesitaba hacerlo.

De camino de vuelta a casa Samuel no me preguntó nada. Sabía que yo no estaba de humor. Al llegar salí del coche sin decir palabra y me dirigí al dormitorio. Aunque me supiera el camino de memoria, sen como si una fuerza invisible jalara de mí hacia esa dirección. Delaine estaba ahí, y me atraía como un imán.

Por primera vez desde hacía mucho tiempo me metí en la cama con toda la ropa puesta, salvo los zapatos, claro está. Delaine dormía tumbada de cara hacia mi lado de la cama, su rostro angelical se veía sereno, aunque yo sabía el infierno que el destino —y yo— le estábamos haciendo pasar.

Cada molécula de mi cuerpo quería alargar la mano y tocarla, pero no podía. Porque yo estaba sucio y ella no. Y no me refería a haberme pasado el día con la ropa empapada y no haberme dado una ducha aún, sino que no quería ensuciar algo tan prís no. Pero mis manchas ya estaban por todo su cuerpo, ¿verdad? La había tocado por todas partes, sin dejarle ni un cen metro de su perfecta piel sin marcar.

Así que hice lo único que podía hacer. Me tumbé en la cama y la contemplé mientras dormía, memorizando cada rasgo suyo, mirándola respirar. Y en ese instante supe que no volvería a tratarla nunca más como a una esclava sexual.

Lanie

—Mueve el culo que si no llegaremos tarde —me había estado gritando Polly en la puerta del baño durante casi una hora y ya me estaba irritando de verdad.

Cuando acababa de abrir de un manotazo la puerta del baño para soltarle que se callara, un estrépito horroroso sacudió de pronto la casa desde los cimientos y un meteorito del tamaño del estado de Texas agujereó el techo y le cayó a Polly en la cabeza antes de desplomarse al primer piso e impactar ruidosamente contra el suelo. Los bracitos y las piernecitas de Polly fueron lo único que vi de ella al asomarme por el gigantesco agujero que había abierto el meteorito para mirar abajo, y además no movía ni un solo dedo. Ding, dong, la arpía había muerto...

—¡Venga, que ya es hora de irnos! —gritó Polly arrancándome de mi alucinación. El agujero del techo se esfumó de golpe, al igual que los escombros y el colosal meteorito. Había sido como un colocón de ácido. Tenía que repetirlo otra vez, me lo había pasado en grande.

Polly dio un grito ahogado, por lo visto se había quedado sin habla, algo muy inusual en ella.

—¡Estás guapísima... jolín, qué envidia me das! —exclamó rodeándome para contemplarme desde todos los ángulos—. Si a Noah después de verte con este ves do no le cambia esa cara de estar cabreado con el mundo, ya nada lo hará.

Me dirigí al armario de Noah y me miré en el espejo de cuerpo entero adosado tras la puerta. El ves do era precioso, al menos la exigua tela de la que estaba hecho. Era de satén azul marino, con un gran escote en la espalda que me llegaba hasta la curva del trasero. La pechera se componía tan solo de una banda que se entrecruzaba sobre mis senos y luego el ves do me envolvía las caderas, dejándome el vientre al descubierto hasta la cintura. Y aunque la falda me llegara a los tobillos, era como si no exis era, porque tenía un corte a par r del comienzo de mi muslo. Al menos el material del vestido era holgado y suelto.

Polly me había peinado con el pelo recogido, pero me había dejado varios pequeños y elegantes bucles alrededor de la cara en los lugares más estratégicos. El maquillaje era mucho más atrevido que el que yo solía ponerme, y los ojos ahumados la verdad es que me quedaban de fábula. Si Dez pudiera verme juraría que ahora yo era una persona dis nta y quizá no se avergonzaría tanto de que la vieran en público conmigo.

Pero por más guapa que me sin era, dudaba que Noah se fijara en mí. Polly tenía razón, parecía estar cabreado con el mundo entero y yo no tenía idea de por qué. No me había tocado desde la noche que estuvimos en la sala de música, cuando interpretamos la música más bella que nunca antes había tenido el placer de escuchar, con nuestros cuerpos y el piano como únicos instrumentos de la orquesta. No pude evitar soltar unas risitas, porque la escena parecía de lo más cursi incluso en mi propia cabeza, pero era verdad.

Le echaba de menos.

Cuando Noah volvió de la «reunión de trabajo» no me despertó. Lo cual era muy raro en él, descorazonador para mí y terrible para el Chichi. Polly me había dicho que Mason le había contado que Noah se largó de la oficina como alma que lleva el diablo sin decir siquiera qué le pasaba. No había respondido a las llamadas de Polly, ni siquiera a las mías, hasta que le envié un mensaje.

—¿Me has oído? —me preguntó Polly en ese tono suyo de «hoooolaaaaa». Vaya, se ve que había estado soñando despierta de nuevo.

—¿Mm..., sí? —le respondí en un tono más de pregunta que de afirmación.

—¿Qué te acabo de decir? —me soltó poniéndose en jarras con la cabeza ladeada, con cara de «si no lo sabes vas a ver la que te espera».

—Que Noah después de verme con este ves do tenía esa cara de nada lo hará y que el mundo estaba cabreado —repe . Vale, tal vez no fuera clavado a lo que ella me había dicho, pero al menos se le parecía, ¿no?

Polly frunció el ceño al oírme.

—Ponte los zapatos. Los chicos nos están esperando.

Me puse los zapatos de tacón, agarré el bolso y seguí al pequeño chihuahua ladrador que era Polly hasta el primer tramo de las escaleras. Cuando llegué al primer rellano, me detuve quedándome sin habla al ver a Noah. Iba perfecto de la cabeza a los pies. Ahí estaba él, con un esmoquin negro, una camisa blanca, zapatos negros y una bonita cara, listo y preparado. Y encima se veía de lo más cómodo con esa ropa.

Alzó la vista mirando el rellano donde yo me había detenido. Casi se dio media vuelta, pero en su lugar volvió la cabeza dos veces para mirarme. Vaya, de modo que después de todo se había fijado en mí. Sonrió de una forma extraña mientras yo bajaba las escaleras y se pasó las manos por entre el pelo antes de tomarme de la mano.

—Estás deslumbrante —me dijo, y luego me besó el dorso de la mano como un autén co Príncipe Azul. En ese instante vi que yo me parecía en muchos sen dos a la Cenicienta. Al igual que ella, no era más que una chica de la clase obrera viviendo una bella fantasía. Solo que en lugar de un hada madrina tenía un contrato de dos años.

A Noah se le ensanchó la sonrisa al ver en mi muñeca el brazalete Crawford, pero de pronto se le borró de la cara y me soltó de la mano. Aclarándose la garganta, se me ó las manos en los bolsillos como si se sintiera incómodo.

—De acuerdo, vamos.

Polly también carraspeó «discretamente» —¡sí hombre, y qué más!—, y cuando Noah la miró, ella ladeó rápidamente la cabeza hacia mí dándose unas palmaditas en el cuello.

—¡Oh! —exclamó Noah pillando por fin algo que para él era evidente—. Tengo un regalito para ti —me dijo me éndose la mano en el bolsillo. Se sacó una cadenita de pla no. Cuando la sostuvo en alto, vi un diamante azul colgando en medio.

—¡Oh, Noah! No tenías que haberlo hecho —dije, ¡por Dios, si hasta sonaba como la Cenicienta!, pero este era el efecto que él me producía.

Noah se encogió de hombros sin mirarme. En su lugar se centró en el cierre de la cadenita.

—No es nada. Te mereces esto... —respondió suspirando y por fin levantó la cabeza con una firme convicción en la mirada—, y mucho más.

Qué raro estaba. Sobre todo teniendo en cuenta la forma en que me había tratado los dos últimos días, huyendo de mí como de la peste.

Noah se puso detrás de mí y me rozó apenas con el pecho la piel de la espalda mientras me cerraba la cadenita alrededor del cuello. Antes de alejarse, deslizó sus dedos por mis hombros, haciéndome estremecer.

Le puse mi mano en el antebrazo para detenerle.

—Gracias —musité, y luego poniéndome de pun llas le di un erno beso. Cuando me aparté, noté que él tenía los músculos de la mandíbula tensos como si estuviera apretando los dientes.

No entendía qué le pasaba. Dos días atrás no me lo podía sacar de encima como si no se cansara nunca de estar conmigo y ahora era todo lo contrario. No sabía si de golpe le asqueaba o si se había enojado por algo que yo había hecho o qué. Pero lo que sí sabía es que era yo la que ahora se estaba empezando a enojar. Pero quizá fuera está la cues ón. Desde que había sabido lo de Julie, había intentando dejar mi aspecto de arpía a un lado y ser amable con él. Pero quizá no le gustaba este aspecto mío. Tal vez no era Noah el que había cambiado, sino yo, y a lo mejor no le atraía esta nueva forma de ser mía.

Muy bien.

Sacando la barbilla con ac tud decidida, le solté el antebrazo y me dirigí a la puerta. Pero entonces vi que nadie me seguía.

—¿Y? ¿A qué esperáis? Acabemos con esto cuanto antes —les solté girándome.

El viaje en la limusina transcurrió en silencio. Polly y Mason habían ido en su propio coche a la fiesta por si acaso nosotros o ellos queríamos marchamos más temprano. Noah se sentó a un lado de la limusina, fumándose un cigarrillo mientras miraba por la ventanilla. Traducción: me estaba torturando con esas vibraciones suyas de «mira cómo hago el amor con el cigarrillo ignorándote».

Y entonces empezó la verdadera tortura.

Gente. Montones y montones de gente. Y cámaras. Por todas partes destellaban los fogonazos de los flashes mientras avanzábamos por la alfombra roja hacia el lujoso edificio que acogía a la élite de Chicago. La gente gritaba y empujaba, intentando conseguir el si o ideal para sacar la mejor foto. ¿Y cuál era el centro de atención? Noah Crawford... y su pareja. Yo procuré ocultar la cara detrás de sus anchos hombros o simplemente la giré. Noah me rodeó por la cintura mientras sonreía y posaba, saludando y agitando la mano a la mul tud, ignorando como si nada la sagaz pregunta de: «¿Quién es esta hermosa joven que va cogida de tu brazo esta noche, Noah?», hasta que por fin entramos al edificio donde estaba teniendo lugar una fiesta por todo lo alto, dejando atrás el caos de la calle.

Sentí un gran alivio.

—¿Estás lista para entrar? —me dijo Polly de pronto colocándose a mi lado.

—¿Es que no lo hemos hecho ya? —pregunté confundida, mirando a mi alrededor.

—¡Qué boba eres! Esto —me dijo abriendo un portón doble— es el baile de gala del Loto Escarlata.

—¡Caray!

El lugar era enorme, aunque no me sorprendió, porque todo cuanto tenía que ver con Noah lo era. Había flores de loto rojas por todas partes: flotando en cuencos de cristal llenos de agua y de velas flotantes, en los ramos, por doquier. Del techo colgaban estandartes rojos de seda, haciendo juego con los manteles y los lazos rojos, parecía como si hubiera tenido lugar una preciosa masacre en la sala.

Y también había fuentes de champán. Va en serio, además de dos docenas más o menos de camareros que no paraban de ir de un lado a otro ofreciendo bandejas repletas de copas llenas del líquido dorado. Lo cual explicaba probablemente por qué la gente estaba tan animada. Demasiado animada para mi gusto.

Los asistentes iban de punta en blanco, todos lucían ves dos o esmoquins de lo más elegantes que costaban más de lo que la mayoría de los paisanos de mi ciudad natal ganaban en un mes.

Incluso olían a dinero. La jerarquía social tenía su propia forma de recordarte cuál era tu lugar.

Noah nunca me había hecho sen r como una pobretona, pero él y yo no nos habíamos dejado ver juntos en público. Hasta esa noche, los dos nos habíamos dedicado a follar como conejos en la privacidad de su enorme mansión. Y ahora, en medio de sus amigos de la vida real, lo vi con una claridad meridiana. Hasta este momento me había sen do como en casa, pero ahora sin duda no era así.

—Bienvenida a mi mundo —me susurró Noah al oído y luego, cogiéndome del codo, me condujo hacia la multitud—. Hay algunas personas que quiero presentarte.

Dios mío. Iba a meter la pata hasta el fondo. Lo sabía.

—¡Noah! Te estaba esperando —gritó una morena menuda y saltarina acudiendo a su lado. Si quieres saber mi opinión, parecía estar ya un poco piripi—. Vaya, ¿has venido con tu pareja? No sabía que salieras con alguien.

—Mandy, que no estemos en la oficina no significa que deje de ser el señor Crawford —le recordó Noah con firmeza. En ese momento llegó un camarero con una bandeja llena de copas de champán. Agarró una y me la ofreció y luego cogió otra para él.

—¡Oh, tienes razón! Lo siento —se disculpó Mandy.

Y luego volvió a mirarme para tasarme. A juzgar por la forma en que arrugó la nariz y sonrió con falsedad, diría que acababa de descubrir que yo no era una prolongación del brazo de Noah.

—¿Quién es ella? —preguntó.

—No es de tu incumbencia. Y ahora lárgate y ve a buscarte otra copa, señorita Peters —dijo despidiéndola agitando la mano.

Ella me echó la úl ma mirada envidiosa y yo me apoyé en Noah con una adorable sonrisa en la cara para fastidiarla.

—¡Oh, ahí están Lexi y Brad! —gritó Polly señalando con el dedo a una pareja deslumbrante plantada a unos metros de distancia de nosotros. Logré agarrar otra copa de champán antes de que me tirara de la muñeca arrancándome casi el brazo de cuajo para presentarme a la pareja más glamurosa del mundo. Noah se quedó hablando con unas personas que acababan de saludarle en ese momento, pero Polly, decidida a salirse con la suya, siguió tirando de mí.

—¡Lexi! —Gritó Polly soltándome por fin para ir a abrazar a una pelirroja con piernas de vér go.

Este bellezón debía de ser la mujer a la que Jessica Rabbit había copiado. Madre mía, era despampanante: con una tez de porcelana, unas tetas enormes, una cintura de avispa y unos carnosos labios rojos. Casi esperaba oír a los Commodores interrumpiendo de pronto la soporífera música que estaban tocando.

—¡Oh, Brad! —gorjeó con voz femenina el po enorme que iba con ella, burlándose de Polly mientras pestañeaba y agitaba las muñecas en el aire—. Te he echado de menos y tú eres mi chica favorita. ¡Ooh! ¡Yo también quiero meterte mano!

Polly se separó del bellezón y se lo quedó mirando mientras la apodada «bellezón» le daba una colleja a su pareja.

—¡No seas imbécil, imbécil, que no estamos solos! —le soltó la pelirroja señalándome con la cabeza con cara de curiosidad.

—¡Oh, sí! Te presento a...

Noah la interrumpió, apareciendo de pronto de la nada.

—Delaine. Mi Delaine —dijo rodeándome la cintura con el brazo y arrimándome a él posesivamente—. Delaine, te presento a Alexis, mi prima preferida, y a Brad Mavis, su marido.

—Puedes llamarme si quieres el Tierno Gigante —dijo Brad.

—Juega en la Liga Nacional de Fútbol Americano como placaje defensivo y es un jugador increíble —aclaró Noah.

—¡Así es! —se jactó Brad sacando pecho.

—Lexi es su implacable agente —prosiguió Noah señalándola con la cabeza—. Creo que Brad la teme más que a cualquiera de esos chupasangres que negocian los contratos.

—Alguien lo ha de meter en cintura. Además a él le gusta que le den caña —puntualizó Lexi con una sonrisita de complicidad.

—Encantada de conocerte —dije saludando a Lexi ofreciéndole la mano—. Noah no me ha dicho ni pío de ti —añadí soltando una risita violenta.

—Lo mismo te digo —respondió Lexi estrechándome la mano.

Aunque «lo mismo te digo» se refiriera a que también se alegraba de conocerme, a mí me pareció que además me daba a entender que Noah tampoco les había hablado de mí, y aunque yo lo entendiera perfectamente, a ellos les había parecido muy raro.

—Patrick, ¿has visto ya a Mamá y Papá? —le preguntó a Noah.

Miré a Noah con las cejas alzadas.

Él supo al instante por qué yo le miraba así. Puso los ojos en blanco avergonzado.

—Todos los miembros de mi familia me han llamado siempre por mi segundo nombre, así les resultaba más fácil referirse a mí o a mi padre sin tener que llamamos Noah padre y Noah hijo.

—Claro —repuse. Esta clase de detalles eran el po de cosas que debería haberme contado antes de presentarme a su familia como «mi Delaine», pero ¡quién era yo para decírselo! Así que me tragué de golpe media copa de champán para no ponerme de los nervios.

—Y no, Lexi, todavía no les he visto —prosiguió Noah echando un vistazo a los invitados como si intentara arreglarlo.

—Pues están por aquí. Estoy segura de que volverán enseguida —dijo ella agitando la mano para quitarle importancia—. Ya sabes cómo se comporta Papá en estas fiestas.

Brad, Mason y Noah se pusieron a charlar sobre algún equipo depor vo, al que yo no presté ninguna atención porque Noah me estaba trazando círculos con el pulgar en la parte inferior de la espalda mientras me me a el meñique por debajo del ves do hasta pegármelo a la rajita del trasero. Polly y Lexi también estaban charlando animadamente, conversación en la que yo no podía par cipar porque no tenía idea sobre los co lleos de su círculo de amistades. De ahí que hice lo único que podía hacer: entretenerme con un juego de «veamos si puedo tomarme todo el champán antes de que el siguiente camarero pase por aquí con más», y lo estaba ganando. Y que conste que era toda una hazaña, porque había montones y montones de bandejas llenas de copas de champán.

—No bebas tanto, ga ta —me susurró Noah al oído, y al escuchar su voz me sen como si flotara. Qué curioso, me había tomado cuatro, quizá cinco copas de champán y no se me había subido a la cabeza. Pero él me llamaba «gatita» y de golpe y porrazo me sentía ebria.

—Voy a hacer pis —solté.

Las conversaciones que estaban manteniendo cesaron de golpe y me conver en el centro de las miradas. Supongo que lo que acababa de soltar no era propio de una dama ni la clase de cosas que diría en alto la mujer que saliera con Noah Crawford. Tomé nota.

Lexi se echó a reír.

—Yo también tengo que hacer pis. Ven, Polly. Parece que todas necesitamos ir al baño.

—¡Habrase visto, Lexi! —exclamó Polly arrugando el ceño con una mirada de reproche—. Tal vez parezca una debutante —me señaló—, pero no te lo creas. Pese a todo su encanto y glamour, es en realidad una tía grosera y ordinaria.

—¡Esta es mi chica! —alardeó Brad dándole un azote en el culo mientras ella se iba.

—No tardes —me susurró Noah con su voz sensual en la sensible piel de debajo de mi oído—.

Quiero que estés a mi lado toda la noche —y luego pegó discretamente sus carnosos labios a mi cuello, y al notar su beso sen que me derre a como si fuera mantequilla sobre una pila de panqueques calientes.

—Por Dios, Patrick. Solo vamos al maldito lavabo. Te prometo que no la asustaré —le soltó Lexi poniendo los ojos en blanco.

—Pues que tengas mucha suerte —se burló él—, porque verás que Delaine es capaz de aguantar tus grandes encantos.

—Que te jodan —replicó Lexi.

—Yo también te quiero, querida prima —le respondió Noah sonriendo, y luego me hizo un guiño antes de tomar un sorbo de champán y girarse para seguir charlando con los chicos.

Cuando nos abríamos paso entre la abarrotada sala para ir al lavabo de las damas, Lexi se paró de golpe.

—Mirad lo que el perro se ha traído a la fiesta —dijo por lo bajo señalando con la cabeza a nuestra derecha.

Un po como una mole con el pelo negro lacio y brillante, un moreno de solárium, pa llas de boca de hacha y dientes blanquísimos estaba plantado en el centro de un corrillo, en medio de nuestro camino, rodeado de mujeres aduladoras, y de alguna manera se las apañaba para prestarles atención a todas. Poseía sin duda un gran magnetismo animal.

—Pues no está mal el po si lo que te pone es el rollo del Ken hombre lobo —comenté resoplando—. ¿Quién es?

—David —dijo Lexi con desdén.

—¿Y quién es ese David?

Polly se arrimó a mí como si fuera a decirme un secretillo sucio.

—El que antes era el mejor amigo de Noah.

Di un grito ahogado y de pronto sen que me hervía la sangre, aunque no me refiero claro está a la de ahí abajo.

—También es el socio de Patrick —musitó Lexi empujando la puerta del baño de las damas—. El muy cabrón ha estado intentando que Noah le vendiera su parte del Loto Escarlata desde que mis tíos murieron.

Y así fue cómo empezó mi idilio con Lexi Mavis.

—¿Acabas de decir que los padres de Noah murieron? —pregunté antes de darme cuenta de que probablemente también debería haber sabido este detalle, pero me había quedado demasiado anonadada. Él nunca me había hablado de ellos.

—Sí, en un accidente de coche hace seis años —repuso Lexi—. No me sorprende que no lo supieras, porqué Noah nunca habla de ello.

Polly se puso seria de golpe.

—Los perdió a los dos al mismo empo y desde entonces se ha estado torturando, así que no saques el tema. Cuando se sienta preparado, te lo contará, ¿de acuerdo?

—Sí, de acuerdo —de pronto eché de menos a mis padres.

Lexi abrió la puerta de un lavabo y me hizo entrar a toda prisa.

—Apresúrate. Necesito tomar una copa. ¡Dios!, me encantan las barras libres.

Me ocupé de mis propios asuntos mientras Lexi y Polly se ponían a charlar animadamente.

Eligieron el tema de tener hijos: Polly quería uno, pero Mason no se sen a preparado aún; Brad quería otro, pero Lexi se negaba a quedarse embarazada e ir descalza porque se vería obligada a dejar de lado su carrera.

—¿Y qué me dices de ti y Noah, Delaine? —me preguntó Lexi al salir yo del retrete.

—Mm... — tubeé acercándome a las piletas para lavarme las manos. ¿Qué se suponía que debía responder?

—Lanie —interrumpió Polly—. Le gusta que le llamen, Lanie, ¿no es verdad?

—Sí, simplemente Lanie —dije con una sonrisa de incomodidad—. Y, mm..., Noah y yo no hemos hablado todavía de tener hijos. Me refiero a que en nuestra relación no hemos llegado a este punto... aún.

—Mmm, mmm, ya veo —dijo Lexi y luego lanzó un teatral suspiro—. Bueno, ¿qué os parece si acabamos con el asunto de una vez?

Cerré el grifo y me sequé las manos.

—¿A qué te refieres exactamente? —le pregunté.

—Oye, Lanie. Noah no ene madre, ni padre, ni hermanos. Conque recae sobre mis hombros el rollo de sobreprotegerle advir éndotelo —empezó diciendo—. No te conozco, pero de entrada me has caído bien. Sin embargo, te lo tengo que decir: si le haces daño a mi primo, te daré una patada en el culo. Y «por una patada en el culo» me refiero a que cuando te la haya propinado necesitarás un trasplante. Eso es todo. ¿Te ha quedado claro?

La admiré por su par de ovarios, pero como todos creían que yo era la pareja de Noah, tenía que replicarle algo, de lo contrario pensaría que era una falsa. Arrojé la toalla de papel usada al contenedor y me la quedé mirando con los brazos en jarras. Polly dio un paso atrás porque se la vio venir.

—Pues sí. Pero te voy a decir algo a y a cualquier otra persona que quiera meterse en nuestra relación. Quiero a este hombre más de lo que creí poder amar a nadie, de manera incondicional e irrevocable —en ese momento vi que lo que le decía era verdad—, y si alguien ene que preocuparse por si le rompen el corazón, soy yo. Dicho esto, si crees que lo mío con Noah no funciona y necesitas darme una patada en el culo, hazlo. No me in midas. Por lo que si alguna vez te mueres de ganas... adelante.

Polly contuvo el aliento e incluso la oí tragar saliva. Seguí mirando con intensidad a Lexi, sin flaquear. Era una autén ca amazona que podría perfectamente haberme dado una tremenda paliza, pero yo no iba a echarme atrás. Se lo habría tomado como una señal de debilidad, y aunque me sin era tan vulnerable como un caracol fuera de su caparazón en lo que concierne a Noah, yo no era una persona débil por naturaleza.

A Lexi se le relajó la cara y en la comisura de su boca afloró una sonrisa, era clavada a la de Noah.

—Juro por Dios que si no estuviera casada, esta noche me fugaría contigo —me soltó.

Yo también sonreí y Polly respiró aliviada.

—¡Sois tal para cual! —observó Polly sacudiendo la cabeza. Si ya habéis acabado con vuestro rollo de ver quién ene los ovarios más grandes, ¿os parece bien si regresamos de una vez con nuestros hombres?

—De acuerdo —repuso Lexi enlazando su brazo al mío—. Pero yo los tengo más gordos.

—Bueno, esto está por ver —le solté mientras salíamos del baño.

Pero la sonrisa se me esfumó de la cara cuando el mar de gente que había frente a nosotras se abrió para dejamos pasar y entreví a Noah. Estaba sonriendo y asin endo con la cabeza delante de un hombre muy atrac vo de pelo negro de más edad que él. Pero al ver a la mujer agarrada del brazo de Noah, se me hizo un nudo en el estómago. Alta y con un pelo rubio rojizo, estaba pegada a él como si formara parte de su vestuario, me recordó a Ginger de la serie La isla de Gilligan. Ella parecía una estrella de cine y, por lo visto, lo sabía.

—Lexi, dime por favor que esa es tu hermana.

—¡Pero qué dices! Ya le gustaría a esa fresca tener mis genes.

—¿Entonces quién es?

—Esa... es Julie —dijo Polly con voz asqueada—. Alias la pulpo. Se rumorea que se folló a ocho tíos de golpe... después de romper con Noah. No me preguntes cómo lo hizo.

—¿Así que es la pulpo, eh? Supongo que esto explica por qué ene sus viscosos tentáculos puestos en mi hombre —dije enrojeciendo de rabia y sin endo también, por más que me fas die admi rlo, un poco de envidia. Me empezaron a venir a la cabeza toda clase de maniobras letales como las de los gladiadores de Arena, estaba tan cabreada que seguro que me saldrían como si nada.

—¿Quieres que me ocupe yo de este honor? Hace mucho que me muero por arrancarle la cabeza a esa cabrona —se ofreció Lexi.

Yo la adoraba. Se estaba convirtiendo rápidamente en mi hermana del alma.

—No gracias. Prefiero hacerlo yo misma —le dije sacando pecho y yendo directa hacia mi hombre.

—¡Formidable, formidable! —la oí decir riendo a mi espalda.

14.

La presa se rompe

Noah

Odio a la maldita Julie. Mientras estaba con mi o Daniel y mi a Vanessa no podía hacer nada sobre la no deseada ni solicitada atención de Julie. Salvo beber más a toda caña para embotar mi cuerpo y no sen r sus repulsivas caricias. En cuanto llegara a casa tendría que restregarme el cuerpo con un estropajo o algo parecido.

Poco después de que Delaine —que por cierto estaba encantadora con aquel ves do— desapareciera con Lexi y Polly para ir al lavabo, la traidora arpía fue derechita donde yo me encontraba. Como si creyera que yo estaba deseando volver a verla. Sin embargo yo me había olvidado de que pudiera presentarse a la fiesta, aunque como dije antes desde que Delaine había aparecido en mi vida no había estado demasiado centrado que digamos.

—¡Oh, joder! —exclamó Mason fijándose en algo a mis espaldas.

Naturalmente tuve que girarme para ver qué era lo que le había chocado tanto, pero en cuanto lo hice deseé no haberlo hecho.

—Caramba, qué sorpresa... Noah Crawford —oí que me susurraba la conocida voz de mi an gua novia. Estaba intentando sonar sensual y esto no le iba para nada. Tal vez fuera un bellezón, pero lo único que yo podía ver era a Julie a cuatro patas con la polla de David me da en el culo en plena faena.

—Pues yo no puedo decir lo mismo... Julie Frost —repuse con aire cansino.

—Venga, Noah, si te portas bien tal vez te dé otra oportunidad al final de la noche —me dijo, pero yo no pensaba volver con ella ni loco.

—¡Que te den! —le solté dándole la espalda.

—Esto es exactamente lo que quiero.

Sonaba tan segura de que iba a suceder que lo único que pude hacer fue burlarme de ella y terminarme el champán. Iba a necesitar tomarme algo más fuerte para pasar la noche.

—¿Quién ha sido lo bastante idiota como para traer a una zorra como tú a una fiesta tan elegante?

—¡Cuidado con lo que dices, Crawford! Estás insultando a mi pareja —dijo David acercándose a nuestro pequeño clan y abrazando a Julie por detrás—. Ya te dije que mi chica era un bombón.

Me apostaba mi cojón izquierdo que lo que David esperaba conseguir con esta treta de zopenco era sacarme de mis casillas para que estallara y quedara mal como dueño de la compañía.

Esperaba que perdiera los estribos en medio de una sala repleta no solo de empleados, sino también de clientes —actuales y potenciales— y sobre todo de miembros de la junta direc va. Era un buen plan, pero no tenía la menor posibilidad de funcionar al estar una zorra como Julie Frost implicada en él. No pensaba darle este gusto. Así que apreté los dientes y me obligué a sonreír.

—Esta noche enes muy buen aspecto, David. ¿Dónde has comprado el esmoquin? ¿En el Emporium de las Puñaladas Traperas? —le pregunté. Hay que decir que Brad y Mason se taparon la boca para ahogar sus risitas.

—Muy gracioso. ¿Se te ha ocurrido a o ha sido tu novia la que te lo ha soplado? ¡Oh, me había olvidado! Ahora tu novia sale conmigo —le soltó David con una repelente carcajada que me obligó a tensar todos mis músculos para no par rle la cara—. Voy a la barra a buscar una bebida más potente. ¿Te vienes conmigo, nena?

—No gracias. Creo que me quedaré charlando un poco con Noah de los viejos empos —repuso ella sin apartar la vista de mí. Aunque no la mirara, la notaba desnudándome con los ojos. Sí, yo no pensaba rar por ese camino. Julie había tenido su oportunidad y la había mandado a tomar por el culo, literalmente.

Daniel y Vanesa se unieron a nuestro grupito, poniendo fin a nuestro pequeño téte-a-téte y catapultándome a un oscuro pozo sin fondo en el que me sentí atrapado.

—¡Patrick! —canturreó mi a con su tono maternal. Prác camente se deslizó junto a mí y me rodeó con los brazos para darme un achuchón—. Da gusto verte.

—Tía Vanessa —le dije con una amplia sonrisa cuando se separó de mí—. Me alegro de que hayáis podido venir.

—¡Qué quieres que haga! Ya sabes cuánto le gustan a tu o estas fiestas —respondió alzando la vista para mirar a Daniel con adoración.

—Patrick —me saludó él, asin endo con la cabeza y dándome unas amistosas palmaditas en el hombro antes de echarle una mirada a Julie—. Espero que esta noche te comportes como es debido.

Sí, sabían la mierda que había habido entre los dos, pero manejaron la situación con una gran clase. Asentí con la cabeza sonriendo inocentemente.

—¡Ni lo dudes!

Julie enlazó su brazo al mío arrimándose a mí.

—Patrick y yo estábamos a punto de recordar los buenos empos —la muy zorra men a como una bellaca, incluso me llamó por mi segundo nombre como si fuera de la familia cuando no lo era para nada.

—Me pregunto por qué las chicas estarán tardando tanto —terció Mason intentando a toda costa cambiar de tema.

Mierda.

Si Delaine llegaba y me pillaba con Julie colgada del brazo... me estremecí solo de pensar en lo que podría pasar. Sobre todo después de cómo había reaccionado con Fernanda. Tendría suerte si el edificio no quedaba reducido a un montón de escombros y cenizas después de arrojar Delaine fuego por la boca como Godzilla.

En ese instante salió del lavabo con Lexi y Polly. Y la situación no pintaba demasiado halagüeña para mí, porque sabía que esas dos eran unas liantas de cuidado.

Al principio estaban riendo, hasta que alzaron los ojos. A juzgar por la cara de ferocidad de Delaine, yo tenía todas las razones para ponerme a temblar como un flan. Y lo hice, pero por dentro, porque dar muestras de debilidad solo hubiera empeorado las cosas. No podía hacer más que mirar y esperar mientras Lexi y Polly se separaban de Delaine y seguían andando, echándole a Julie todo el empo una mirada asesina, pero mi nena de dos millones de dólares no las siguió. En su lugar...

¡Oh, mierda, no!

Lanie

Clavé mis ojos en el blanco: Noah Patrick. Me fijé un obje vo y decidí alcanzarlo, con mis chicas contemplando la escena animadas a mi lado. Él era mío y no iba a dejar que ella le clavara sus garras. Julie había tenido su oportunidad y la había echado a perder. Ya era hora de que viera lo que se había perdido y esperaba que Noah no fuera lo bastante estúpido como para caer en sus redes de nuevo.

—¡Lanie, espera! —me susurró Polly apresuradamente saliendo corriendo tras de mí para detenerme—. Daniel está aquí.

—¿Y?

—Julie es la hija de Evere, ya sabes, del doctor Evere Frost —dijo cabeceando y retorciéndose las manos para animarme a pillarlo—. El padre de Julie es uno de los colegas más cercanos de Daniel, y encima es un amigo de la familia desde hace muchos años. No puedes presentarte de golpe y porrazo y agarrar a la hija de Everett del pelo para partirle la cara delante de Daniel.

—¡Venga, Polly, no soy tan estúpida! —le solté poniéndome en jarras—. No pienso hacerlo a no ser que no me deje otra salida y me obligue a llegar a las manos. O a los puños.

—Por más que deteste admi rlo, ene razón —terció Lexi contrariada—. Papá se enojaría mucho. Y además no querrás hacer una escena delante de todos los empleados de Patrick. Por más entretenida que fuera, lo dejaría en muy mal lugar y además le iría de fábula a David Stone. Este cabrón ha estado deseando encontrar la manera de obligar a Patrick a dejar la compañía desde que la heredaron de sus respec vos padres. Aunque todo el mundo sabe que es Patrick quien hace todo el trabajo.

—Además, el ves do es demasiado caro como para estropearlo por culpa de Julie Frost —añadió Polly.

—¿Sabes lo que debes hacer? Matarla a base de amabilidad —me sugirió Lexi—. Y de paso aprovecha para meterle una o dos manos a Patrick —añadió sonriendo con picardía—. Ya sabes, para refrescarle la memoria acerca de a quién le pertenece.

—Ese era mi plan, Lexi. Pero por lo que veo, Noah parece estar encantado con que ella le meta mano por el momento.

En cuanto resolviera lo de Julie, le iba a arrancar la cabeza. Me refiero a que era una situación muy embarazosa. Yo era su novia y él estaba dejando que ella le magreara como si protagonizaran una escena porno delante de todo el mundo. Era una imagen vergonzosa y era evidente que la a se moría por echársele encima. Noah estaba haciendo el ridículo al dejarla seguir.

Pero entonces se me ocurrió que aunque Julie se estuviera comportando como una puta, en la vida real era yo la que lo era. Y que no tenía ningún derecho sobre él. Noah no era mío. Solo habíamos estado jugando al papá y a la mamá, o al Playboy o a lo que fuera, pero no era una situación real. En cambio lo de Julie sí lo era.

Noah había estado enamorado de ella en el pasado y tal vez lo seguía estando hasta cierto punto. Tal vez Julie era más su po. O a lo mejor al ser de una familia adinerada y estar más familiarizada con el es lo de vida de Noah, sabía dar el pego mucho mejor que yo. Mi familia vivía al día y a veces no llegábamos a fin de mes. Noah y yo no estábamos cortados por el mismo patrón y yo siempre lo notaría. Al fin y al cabo yo no era más que una especie de asalariada, o una chica de alquiler en cuanto a mi relación con él. Aunque Noah y yo no mantuviéramos una relación normal en el sen do tradicional, me había presentado de todos modos como su novia y yo era una persona de carne y hueso con sentimientos y me estaba dejando fatal delante de todos.

Polly se plantó ante mí y, agarrándome de los hombros, me zarandeó un poco para que la mirara a ella en lugar del espectáculo porno gratuito que estaba teniendo lugar en la otra punta de la sala. Vale, quizás estaba exagerando, pero así es como yo lo veía.

—Lanie, conozco a Noah. Sé que ahora no está disfrutando en absoluto. Solo está manteniendo las apariencias por guardarlas. Probablemente está haciendo todo lo posible para no vomitar la cena en este momento. Por tanto no seas tan dura con él y dale el beneficio de la duda. ¿De acuerdo?

—Sí, de acuerdo —mentí.

No le montaría un numerito, pero sin duda iba a hacerme sen r, aunque con clase y dignidad. Y

si a Noah no le gustaba, peor para él. Lo único en lo que pensaba era en Julie me éndole mano a mi hombre y en Noah no haciendo nada para impedírselo. De hecho, estaba sonriendo con esa cara suya tan jodidamente guapa como si se lo estuviera pasando en grande. Y a mí la escena me repateaba.

Necesitaba una copa para pensar con claridad e idear un plan de acción. Marcar mi territorio era una buena sugerencia, pero como estaba tan furiosa con Noah, seguramente metería la pata y le arrancaría los huevos con mis propias manos. Y eso sería bastante horripilante y entonces acabaría liándola a mi pesar.

Al girarme hacia la barra, vi a David Stone plantado junto a ella. Solo. Se me ocurrió un plan y decidí llevarlo a cabo porque sabía que si Noah seguía sin endo incluso una pizca de posesividad, lo que yo estaba a punto de hacer le obligaría a fijarse en mí.

—No me esperéis —les dije a Lexi y Polly—. Voy a tomarme una copa y a tranquilizarme un poco antes de levantarme la falda y mearme en la pierna de Noah.

—¿Te he dicho úl mamente que te quiero? —me dijo Lexi con una mirada de adora ción y luego hizo entrechocar su hombro con el mío—. Pide de paso un vaso de Patrón para mí, ¿de acuerdo?

—Claro, y gracias —repuse sonriéndole y luego me dirigí a la barra. David Stone era el arma que había elegido para que Noah Crawford se sin era tan insignificante como me estaba haciendo sentir a mí.

—Ponme dos vasos de Patrón con hielo —le pedí al camarero.

—Hola, señorita —me dijo el maldito cerdo acercándose sigilosamente a mi lado, exactamente como yo esperaba. Apestaba a una colonia que habría olido bien de no haberse echado el bote entero. Además rezumaba por los poros una dosis letal de mierdosismo. Reconocí el tufillo porque con Polly también me pasaba un poco. Por suerte ella solo lo soltaba un pelín, en cambio David Stone era la mierda personificada.

—Hola —le respondí zalamera, siguiéndole la corriente.

—Soy David Stone —se presentó ofreciéndome la mano.

—Y yo Delaine Talbot —le contesté estrechándosela.

—¡Caramba! Qué brazalete más bonito. ¿Es un regalo? —me preguntó examinando la pulsera que marcaba el territorio de Noah como un joyero aquilatando su valor—. Es de Crawford, ¿verdad? ¿Estás emparentada con él?

—Gracias. Y no. Noah es mi novio. ¿Le conoces? —le pregunté fingiendo la mar de bien ignorarlo.

—Sí. Somos muy buenos amigos, casi como de la familia. Es curioso que no me haya hablado de ti. Debe de ser su secretillo sucio —dijo juguetonamente.

—Supongo que es una forma de verlo. Como a Noah no le gusta compar r nada, me ene escondida.

—¡Qué lás ma! Un diamante como tú tendría que exhibirse para que el mundo entero lo pudiera contemplar.

Casi vomito por su estúpido intento de halagarme, pero seguí sonriendo mientras miraba más allá para asegurarme de que Noah nos estuviera observando, y así era. De modo que me acerqué a David y le deslicé los dedos por debajo de la solapa del esmoquin.

—¿Sabes... que lo sé todo de? —le dije inclinándome hacia él, siguiendo con mi papel para fastidiar a Noah.

—¡No me digas! —respondió con una voz grave y seductora arrimándose más a mí—. No te creas todo lo que oyes. La gente es muy envidiosa.

—Mmm. Tienes razón —asentí—. Pero en este caso creo que lo que dicen de ti es verdad.

Él se acercó incluso más a mí, poniéndome una mano en la cadera mientras me comía el canalillo con los ojos.

—Pues ahora me has picado la curiosidad. Dime, ¿qué has oído decir de mí?

—Que eras el mejor amigo de Noah hasta que te raste a esa golfa a sus espaldas. Supongo que técnicamente sería más bien por atrás —añadí encogiéndome de hombros mientras le deslizaba los dedos por la solapa y alrededor del cuello del esmoquin, hasta llegar a su cuello—. Por eso es lógico que Noah me mantenga como su pequeño secreto. Pero lo que no ve es que no todas las mujeres caemos con una facilidad tan pasmosa en tus garras.

—¿Ah sí? —me preguntó sonriendo con seguridad, dejando ver sus colmillos, lo cual no hizo más que confirmar lo que acababa de decirle.

Asentí con la cabeza, sonriendo coqueta.

—Te veo tal como eres.

—¿Y cómo soy exactamente?

—Eres una sanguijuela, un parásito, una rémora.

Sin éndose incómodo, transfirió el peso de su cuerpo de un pie a otro. Saltaba a la vista que no le había gustado mi observación.

—¿Qué es una rémora?

—Las rémoras son esos pececillos que se adhieren a los burones y a otras especies marinas más fuertes y poderosas. Los u lizan para dejarse transportar por el gran océano y no tener así que ir de arriba para abajo. Se alimentan de las sobras de lo que comen sus anfitriones y a veces incluso de sus heces —le expliqué en una voz que me recordaba la de una maestra de parvulario.

»En esta imagen Noah sería el burón, matándose a trabajar, luchando por cada bocado, abriéndose camino. Pero tú... tú eres una rémora parasitaria que te alimentas de su mierda y que haces todo lo posible por recoger sus sobras mientras esperas que te lo den todo hecho —añadí con una amplia sonrisa, expresión que se contradecía con mis palabras.

»Tú te aprovechas de las debilidades ajenas y las manipulas hasta encontrar la manera de sacarles provecho, llenando así el vacío que sientes en tu vida, aunque solo sea momentáneamente. Me das lás ma, de verdad. Pero si por un instante me ves como el punto flaco de Noah Crawford para usarlo contra él, piénsatelo mejor. Porque yo, a diferencia de su ex, le seré leal hasta la muerte. Él lo es todo para mí.

David tragó saliva y luego soltó una risita.

—Joder, tía. Me la has puesto tan dura y gorda como el estado de California.

—¡No me digas! Pues no está mal —asen con la cabeza—. Pero en esto Noah también te gana, porque aunque no sea tejano, su polla es como si lo fuera. Y ya sabes, cariño, lo que dicen: en Texas todo es más grande.

Al entrever por el rabillo del ojo a Noah viniendo directo hacia nosotros, di un paso atrás.

—Me alegro de haberte conocido, David Stone. Ojalá pudiera decir que ha sido un placer, pero entonces estaría min endo. ¡Chao! —dije me éndome el bolso bajo el brazo y luego agarré mi vaso y el de Lexi y, dando media vuelta, me largué.

Tras dar unos pocos pasos, Noah ya me había alcanzado. Y menudo cabreo llevaba encima. Sus ojos color avellana habían adquirido un tono gris acerado y me echó una mirada furibunda con las ventanas de la nariz ligeramente dilatadas de rabia. Agarrándome del brazo, me arrimó a él para poder hablar conmigo sin que nadie nos oyera. Su cuerpo rezumaba rencor y lanzó una mirada asesina hacia donde estaba David.

—¿Qué coño crees que estás haciendo?

—Tienes dos segundos para soltarme antes de que me ponga a gritar como una loca —le adver con voz calmada.

Me soltó de golpe y se metió las manos en los bolsillos.

—Respóndeme de una puta vez.

—Estaba sedienta. Fui a la barra a buscar una copa. Y un amable caballero entabló conversación conmigo —dije despreocupadamente—. Y no quise ser antipática con él.

—¿Ah sí? Pues ese amable caballero... —gruñó y luego se detuvo.

—¿Qué?

—Nada —dijo sacudiendo la cabeza. Clavó la vista en el suelo y luego me miró—. Es que... no quiero que hables más con él. A decir verdad, no quiero que hables con ningún hombre. ¿Me has oído? Eres mía.

Vaya, vaya, vaya con los dichosos celos.

Ahora me tocaba a mí.

—Pues no lo parece —le solté arrugando el ceño, y le sorteé para reunirme con Polly y Lexi, que estaban embelesadas con nuestra escenita.

Noah volvió a gruñir y oí sus apresurados pasos intentando darme alcance.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Venga, qué te crees que estoy ciega o qué —dije resoplando—. Sabes perfectamente a lo que me refiero. ¿Quién es ella, eh?

—Quién.

Me giré en redondo, derramando casi el tequila de uno de los vasos que sostenía.

—¿Ah sí, Noah? ¿Crees que no me doy cuenta? Y no intentes decirme que ella es una pariente tuya o alguna socia del trabajo, porque las parientes y las socias no te magrean de esa manera a no ser que pertenezcáis a alguna colonia de especímenes pervertidos e incestuosos.

Él se pasó la mano por entre el pelo, frustrado.

—Ella es... nadie. Oye, hablaremos de ello más tarde —dijo haciendo amago de sortearme, pero yo le bloqueé el paso.

—Quiero hablar de ello ahora.

—No hagas una escena, Delaine. Trabajo con esa gente —me advirtió.

—Oh, de acuerdo, ya que lo pones de esa manera, no te preocupes. No te montaré ningún pollo —respondí haciendo el gesto de cerrar mi boca con una cremallera siguiendo con mi ac tud irónica y obediente.

—¡Ya era hora! —exclamó Lexi cuando le entregué su vaso de tequila.

Polly me miró con el ceño arrugado inquisi vamente primero a mí y luego hacia la dirección donde David estaba ahora plantado con Julie —que por lo visto se había largado disparada al aparecer Polly y Lexi—, y después a mí otra vez. Sacudí la cabeza casi impercep blemente para darle a entender que no había pasado gran cosa.

—Por fin has vuelto —dijo Noah poniéndome una mano en la parte baja de mi espalda. Ya no tenía el ceño arrugado y ahora lucía una gran sonrisa de orgullo en la cara al presentarme a la hermosa pareja plantada frente a nosotros.

—Delaine, este es mi tío Daniel y su esposa Vanessa.

Por Dios, su familia debía descender directamente de los mismos ángeles de lo guapos que eran.

Daniel tenía los mismos ojos risueños color avellana que Noah, solo que las arruguitas de los suyos eran una versión más pronunciada de las que le habían salido a su sobrino con el paso del empo.

Sus labios, en forma de arco, tenían el mismo color rosa, y su pelo era del mismo color chocolate que el de Noah, solo que el de Daniel estaba salpimentado en las sienes. Sus os eran dis nguidos y magníficos, aunque yo ya me lo esperaba.

Puse cara de contenta, esbozando una sonrisa tan amplia como las mejillas me permitieron.

—Hola. Me alegro de conocerte —le dije a Vanessa, pasando olímpicamente de Daniel.

Noah me había dicho que no hablara con ningún hombre y él defini vamente lo era. Y yo me limité a seguir sus órdenes como una buena subordinada.

Daniel se aclaró la garganta, intentando ignorar el hecho de que no le hubiera saludado.

—Así que, ¿está siendo Patrick un buen anfitrión? —me preguntó.

¡Oh, sí! Me desvirgó, se desprendió de toda mi ropa y me compró un nuevo vestuario —salvo bragas, claro está—, y me permitió chuparle la polla en más de una ocasión. Pero a cambio de nuestro pequeño trato he tenido múl ples orgasmos y no me digas que esta no es la definición de un buen anfitrión.

Esto es lo que le podría haber dicho, pero por suerte para Noah, como me había prohibido hablar con los hombres, no lo hice. En su lugar me limité a asen r con la cabeza y a sonreír. Noah me lanzó una mirada de reproche frunciendo el ceño. Polly se me quedó mirando con los ojos desorbitados. Y Lexi hizo como si tosiera para sofocar sus risitas.

—¿Qué te parece Chicago, querida? —me preguntó Vanessa.

—¡Oh, me encanta! —dije animándome de pronto—. Lo poco que he visto de la ciudad, claro está. Porque Noah me mantiene ocupada la mayor parte del tiempo.

—¡No me digas! —repuso Daniel—. ¿Y qué hace exactamente para quitarte tanto tiempo?

Vaya. ¿Cómo iba a responder a eso bamboleando o sacudiendo la cabeza?

¡Ajá! Me encogí de hombros.

Daniel y Vanessa pusieron cara de no entender nada. Brad, Mason, Lexi y Polly se volvieron de espaldas como si de pronto estuvieran interesados en el montón de gente congregada. Pero vi que se les agitaban los hombros, una clara señal de estar partiéndose de risa.

Noah se aclaró la garganta.

—Perdonadnos. Me gustaría ir a bailar al compás de la música con mi pareja.

—Sí, claro, cariño —respondió Vanessa con una violenta sonrisa.

Noah me cogió el vaso de la mano y lo dejó en la mesa que había al lado.

—¿Quieres bailar conmigo? —me preguntó, aunque yo capté por su tono su l que era más una orden que una pregunta.

—Encantada, señor Crawford, será todo un honor —le repuse intentando hacer mi mejor interpretación de una belleza sureña.

Sin decir nada más, Noah me tomó de la mano y me llevó a la pista de baile. Desaparecimos en medio del montón de invitados y nos pusimos a girar, pegando él su cuerpo al mío antes de sen r yo su cálido aliento al arrimarse Noah a mi oído. Entonces nos pusimos a mover de un lado para otro al ritmo de la música.

—¿Por qué coño te has comportado así?

—¿Qué? —le pregunté con su aroma invadiéndome los sen dos y haciéndome olvidar de lo que me estaba diciendo.

—Has sido muy grosera con mi o. Si no fuera porque hablaste con su mujer, estoy seguro de que habría creído que eras muda.

Pegó un poco sus labios a la zona de debajo de mi oreja. Por suerte bailábamos pegados, porque de pronto sen como si mis piernas estuvieran hechas de gela na y seguro que me habrían flaqueado.

—Me dijiste que no hablara con ningún hombre, y corrígeme si me equivoco, pero creo que tu tío lo es —le respondí entrecortadamente—. Y si no debe ser un traves muy convincente. ¿O acaso...

—dije dando un grito ahogado— es un hermafrodita?

—Muy graciosa —me soltó con sequedad y luego me mordisqueó juguetonamente el lóbulo de la oreja—. Hazme un favor, ¿quieres? Deja de comportarte con una actitud tan sarcástica.

—Sí, señor. Lo que usted diga, señor Crawford.

Noah se apartó para mirarme, era evidente que mi tono no le había hecho ninguna gracia.

—¿Qué te pasa? ¿Es que tienes algún problema?

—¿Problema? No, no tengo ninguno —dije encogiéndome de hombros—. Solo estoy siendo yo misma. El único que tiene un problema eres tú.

Él lanzó un suspiro.

—Lo que tú digas. He cometido un error al traerte a esta fiesta. Debería habérmelo imaginado.

—¿Por qué? —le pregunté intentando separarme de él sin lograrlo—. ¿Porque no soy más que una chica a la que compraste? ¿O porque no encajo con la gente de tu clase social?

Noah me apartó de pronto mirándome a los ojos.

—Estás bromeando, ¿verdad? —me preguntó, pero al ver que mi expresión no cambiaba, se arrimó a mí—. Eres la mujer más bella de la fiesta, Delaine —me susurró al oído.

No era verdad ni por asomo, pero me lo habría creído con más facilidad si no hubiera visto aquella escenita al salir del lavabo. De manera que, fiel a mis principios, se lo hice saber.

—Y sin embargo no dejabas de mirar a esa otra mujer —farfullé—. A Julie Frost, ¿verdad? ¿Es tu ex?

Sen su cuerpo pegado al mío tensarse de repente, con cada uno de sus músculos enroscándose como una víbora lista para atacar.

—¿Quién te lo ha dicho?

—¿Acaso importa? La cuestión es que tú no lo hiciste. Tal vez porque aún la quieres.

De pronto se separó de mí para mirarme. Al mismo empo deslizó su mano por mi espalda hasta posarla en mi trasero.

—No puedes estar más equivocada.

—¿Ah, sí? —le pregunté sosteniendo su mirada. Pero al verle la lengua asomando por entre su boca me entraron ganas de lamerle sus carnosos labios, y tuve que hacer un esfuerzo para mantener el hilo de la conversación—. Porque has pasado de estar todo el día encima de mí a no querer ni tocarme. Has estado durmiendo con la ropa puesta y ya no hablas conmigo o ni siquiera me gritas. Es evidente que ya no te atraigo. Y sé que no tengo ningún derecho a preguntártelo, pero maldita sea, Noah, no me gusta sentirme como... como si no te importara.

Él se detuvo de pronto y se me quedó mirando, moviendo los ojos de un lugar a otro como si estuviera comprobando algo. Luego, sin decir una palabra, me tomó de la mano y me condujo hacia una de las salidas.

—¿Adónde vamos? —le pregunté apretando el paso para no quedarme atrás.

—A un lugar más privado —me respondió el abriendo la puerta para salir de la sala.

Giré la cabeza echando un vistazo a la abarrotada sala y vi a Julie y David pegados el uno al otro bajo la araña de luces, que ahora se había puesto a temblar. Y de repente los cables se rompieron y la lámpara se desprendió pesadamente del techo con sus numerosos brazos y caireles de cristal, y Noah me sacudió del brazo, y a mí, en mi mundo imaginario. Al diablo con todo.

Noah miró de izquierda a derecha, y eligió ir por la derecha. Giró por la esquina de otro pasillo y luego por otro hasta que la música de la fiesta se convir ó en un tenue repiqueteo. A la izquierda de donde habíamos ido a parar se encontraba el oscuro hueco de la escalera y Noah abrió la puerta de un manotazo y me hizo entrar dentro.

Me quedé con la espalda pegada a la pared y Noah arrimó su cuerpo al mío. Antes de darme empo a decir nada, ya me había puesto las manos en las caderas y sus suaves labios se unían a los míos en un sensual beso que yo le devolví con la misma ternura. Y de pronto, tan rápido como me había besado, dejó de hacerlo y me rodeó la cara con sus manos.

—Lo que haya o no entre Julie Frost y yo no importa. ¿Pero tú? Tú sí que me importas, joder, no lo olvides nunca —me dijo quedamente con una voz ronca y seductoramente eró ca. Y además se le había puesto tan dura y gorda como... el estado de Texas.

Empujé las caderas para restregar mi cuerpo contra él.

—¿Es ella la que te la ha puesto así?

Noah lanzó un suspiro poniendo los ojos en blanco.

—Delaine...

—Porque si es así, no pasa nada. Yo ya me ocuparé de ello. Por eso es por lo que me has pagado —dije yéndome por las ramas—. Me refiero a que sé que yo no soy ella, pero...

—Tú nunca podrás ser ella —me soltó enojado, apartándose tanto de mí que la pared opuesta le impidió recular más.

No, yo no podría ser ella, ¿verdad? Él antes la amaba. Y por lo visto todavía la seguía amando. Yo nunca estaría a su altura. Julie estaba forrada y era prác camente como de la familia. Y yo era la puta a la que había comprado para superar su desengaño amoroso.

Lentamente crucé el espacio que nos separaba.

—No, ya lo sé. Y nunca intentaría llenar su lugar —le aseguré arrodillándome delante de él.

—Delaine, no —me pidió con voz rasposa, pero no hizo nada para impedírmelo cuando yo le desabroché los pantalones y le saqué la polla.

—Tal vez no sea la mujer que amas, pero soy la que ahora está con go. Así es que deja que cumpla con mi cometido —le dije arrimándome a su verga y besándosela.

—¡No! —exclamó dándome un empujón, y luego se la enfundó rápidamente dentro de los pantalones.

Nunca me había sen do tan humillada. Me levanté con las manos cerradas con fuerza en mis costados.

—¿Por qué?

—Porque no es eso lo que quiero —me contestó agitando la mano—. No es lo correcto.

—¡Pues que te jodan, Noah! Quizás has olvidado que fuiste tú quien me compraste —le solté furiosa, dolida e... indignada. Sí, al firmar el contrato había hecho algo desesperado en un momento desesperado, pero esto no me conver a en una persona mejor ni peor que Julie. Lo que ella había hecho era muchísimo peor que lo mío. Al menos yo no le había puesto los cuernos—. Tal vez yo no sea Julie, pero estoy segura de que nunca habría dejado que tu mejor amigo ¡me diera por detrás!

Noah alzó la cabeza de golpe y casi me fulmina con la mirada. Supongo que esto equivalió al pico bofetón en la cara. Al instante me arrepen de las palabras que acababan de salir de mi boca, pero la arpía que había en mí se alegró, porque necesitaba herirle y humillarle, lo mismo que él había hecho conmigo.

Yo le amaba, aunque sabía que él nunca podría corresponderme porque amaba a otra mujer. Y

ahí estaba yo, arrodillada ante él con un elegante ves do, deseando que se olvidara de lo que ya no podía tener para que quizá pudiera concentrarse en lo que tenía delante de su estúpida y guapa cara, y Noah me había apartado como si no fuera lo bastante buena para él.

Se sacó el móvil del bolsillo y marcó un número.

—Te esperamos en la zona sur, Samuel. Ya nos vamos de la fiesta —dijo al cabo de un momento.

Cerró el móvil y me agarró de la mano.

—Venga, vamos —me dijo, pero de pronto enmudeció—. ¡Mierda! —exclamó volviendo a abrir el móvil, y luego marcó otro número—. Polly, Delaine y yo nos vamos. Coge su bolso y si alguien pregunta por nosotros, dile que la he llevado a casa porque no se encontraba bien.

—Me encuentro perfectamente —farfullé mientras él tiraba de mí.

—Pues a mí me parece que no estás en tu sano juicio —me espetó.

No discu con él porque para serte franca lo más probable es que tuviera razón. Pero aún me quedaban cosas por decirle. Él estaba cabreado. Y yo también. Y en esa clase de situaciones era cuando él y yo nos volvíamos más fogosos. Nos enojábamos, follábamos como leones y luego hacíamos las paces. Así era como resolvíamos las cosas.

Recorrimos el laberinto de pasillos sin que ninguno de los invitados se percatara de nosotros, lo cual era todo un milagro, y luego salimos a la calle. Me paré en seco porque se había desatado una tormenta de mil demonios y estaba relampagueando, tronando y lloviendo a cántaros. Samuel ya nos estaba esperando con un paraguas para protegernos de la lluvia y Noah me llevó a rastras a la parte trasera de la limusina. A la misma limusina donde él me había follado mientras yo contemplaba a toda esa otra gente llevando sus insulsas vidas, como si fueran ellos los enjaulados y yo la que estando libre les miraba embobada. A la misma limusina donde me había dicho que estaba ahí para hacerme gozar tanto como yo a él. Y donde me había afirmado que le gustaban las mujeres que sabían lo que querían.

Noah se sentó frente a mí y encendió otro de esos cigarrillos pornográficos, y yo ya no pude contenerme más.

—Mírame —le solté autoritariamente. Pero él me ignoró.

—¡He dicho que me mires! —le exigí. Él soltó una bocanada de humo, aunque sin girarse hacia mí.

Me acerqué de golpe a él, le saqué el cigarrillo de los labios y lo arrojé por la ventanilla. Luego me subí la falda, me senté a horcajadas en su regazo y, agarrándole con las dos manos del pelo, le obligué a mirarme.

—No me ignores. No me gusta que me ignoren.

—Entonces deja de actuar como una zorra —me dijo sin ninguna emoción. Debería haberlo abofeteado, tendría que haberlo hecho, pero la cues ón era que tenía razón. Estaba actuando como una zorra. Pero así es cómo nosotros arreglábamos nuestros problemas.

—Fóllame.

—No.

—¿Porque yo no soy ella?

—No. Porque no quiero follarte más.

Me sen como si hubiera perdido de golpe lo único que estaba impidiéndome que me derrumbara y sen el alma cayéndome a los pies, como un buscador de emociones fuertes lanzándose al vacío por el Puente de la Garganta Real de las Montañas Rocosas de Colorado sin una cuerda elástica atada al tobillo. Lo único que yo no quería hacerlo.

—¡Y qué más! No te creo —le solté, y luego le besé aunque él no quisiera.

Noté el sabor del cigarrillo que se había acabado de fumar hacía pocos segundos y del champán que se había tomado antes de que la situación se nos fuera de las manos. Quería que él me deseara a mí y no a ella. Quería que me follara a mí y no a ella. Quería que me amara a mí y no a ella.

Yo... me estaba haciendo falsas ilusiones. Y él... no me devolvió el beso.

Me aparté para mirarle, estaba hecha un lío, no entendía nada.

—Bájate de encima mío —me soltó con una voz inquietantemente serena y fría, como si se hubiera rendido y ya no tuviera energía para luchar.

El coche se detuvo y yo me quedé mirando a Noah. La portezuela se abrió y Samuel volvía a estar fuera esperándonos con un paraguas, quedándose empapado mientras aguardaba a que saliéramos.

—¿Vas a bajarte o no? —me soltó Noah.

Me acabé bajando de su regazo y salí de la limusina, apartando el jodido paraguas que Samuel sostenía. Quería sen r la lluvia contra mi piel porque así al menos sen ría algo. Entré indignada al interior de la casa a oscuras, sin decir palabra, con Noah a la zaga.

Me quedaba una carta más por jugar, un autén co as en la manga, y si no me funcionaba, ya nada lo haría.

—Tú tal vez no quieras follarme —le solté subiendo las escaleras con el ves do empapado por la lluvia—, pero en esa fiesta había al menos media docena de hombres que habrían estado encantados de hacerlo. Sobre todo me viene a la cabeza uno en particular.

Eso fue todo cuanto necesité decirle.

Noah me agarró de golpe por el tobillo, al empo que resonaba fuera el estruendo de un trueno en medio del cielo nocturno, haciéndome perder el equilibrio. Me agarró antes de que me golpeara la cabeza, y me quedé tendida en los escalones, con el cerniéndose amenazadoramente sobre mi cuerpo. Su cara estaba oculta en las sombras, la única luz que había en la casa era la que se colaba por los grandes ventanales.

—¿Quieres follar? —me soltó con una voz fría y dura mientras me subía la falda hasta la cintura—. Pues te follaré —añadió tardando solo medio segundo en desabrocharse los pantalones y liberar su polla, pero yo estaba demasiado absorta en la dureza de su expresión como para fijarme en ello. Me penetró con una embestida veloz e implacable.

Lo hizo sin dulzura, sin len tud, sin sensualidad. Pero era todo cuanto yo quería, porque aunque no me produjera placer al menos él ya no me ignoraba.

Noah me folló con unas acome das rápidas y furiosas y yo me quedé allí quieta, clavándole las uñas en la espalda y tomando todo cuanto él me ofreciera porque al menos era algo. Enterrando su cara en mi hombro, me penetró sin parar, sin darme la sa sfacción de ver su expresión ni permitirme al menos mirarle a los ojos, pero sabía quién no quería que yo fuera en su mente.

—¡No pienses en ella! —le solté, aunque sin despegarme de él—. ¡Ni se te ocurra pensar en ella mientras lo haces conmigo!

Su respuesta no fue más que un ocasional gruñido y jadeo. Me folló a lo bes a, con una rabia salvaje. Vi por la ventana el destello de un relámpago y luego el fuerte estrépito de un trueno hizo vibrar el cristal. El breve destello de luz blanquecina proyectó en las paredes las sombras de nuestros cuerpos entrelazados y comprendí que nosotros éramos aquellas sombras. Unas sombras tan vacías como la imagen que queríamos dar de una pareja locamente enamorada cuando no había nada más lejos de la realidad.

Eso no era lo que yo quería. Quería que nuestra relación fuera real, algo tangible que pudiera tocar, algo que no desapareciera cuando nos quedábamos envueltos en la oscuridad y dejábamos de ser el centro de las miradas.

Noah se corrió, tensando el cuerpo de golpe mientras derramaba su semilla dentro de mí con un gruñido ahogado. Yo me aferré a él para impedir que se fuera, porque sabía que me había pasado de la raya, obligándole a hacer algo que él no quería. Lo único que en ese momento sen a era el cálido cuerpo de Noah y su peso sobre mí, en lugar de la sangre palpitándome con furia por las venas, o los escalones clavados en mi espalda, o el frío que sin duda sen a ahora en mi corazón y que me estaba amenazando con hacer que se me saltaran las lágrimas.

Él me iba a mandar de vuelta a casa. Estaba segura.

Cuando terminó, se separó de mí y se levantó para abrocharse los pantalones. Sus movimientos eran calculados y mecánicos. Yo me quedé quieta y aturdida en el suelo, pero me negué a despegar mis ojos de él.

—No puedo volverme atrás de lo que acabo de hacer. De nada de ello. Y no sabes cuánto lo siento... —me dijo Noah ahogándosele la voz, hasta que lanzando un suspiro, me miró. Torturado por la angus a, tenía el pelo tan húmedo y revuelto como su ropa, y entonces lo vi con claridad.

Estaba tan destrozado como yo.

Se pasó las manos por la cara soltando frustrado un gruñido.

—Lo sé Delaine. Sé lo de tu madre y también que ella fue la razón por la que tú hiciste aquello.

No quería follarte porque no estaba bien. No quería follarte más porque... de algún modo me ha pasado lo inimaginable —dijo arrojando los brazos al aire con incredulidad—. ¡Dios!, me he enamorado de . Hala. ¿Estás ya contenta? Ahora ya lo sabes. Y lo que me pasaba no era por Julie, sino por ti.

No esperó mi respuesta. Aunque para serte franca no habría sabido qué decirle. Ni tampoco importaba que Noah me amara ni que yo le amara a él. Lo nuestro nunca funcionaría. Quizás en otros empos, en otra vida en la que fuéramos de la misma clase social, pero ahora no. En esta vida él siempre sería Noah Crawford el exitoso millonario y yo la puta que había comprado para su placer sexual.

Bajando los brazos exasperado, encorvó la espalda y empezó a subir la escalera sin dejar de soltar palabrotas. En el cielo se oyó el estruendo de un trueno resonando como una solemne ovación a mi gran metedura de pata.

¿Qué diablos había hecho yo? ¿Y ahora cómo lo iba a arreglar?

15.

Haciendo de pronto el amor

Noah

Cuando solté las palabras que cambiarían para siempre la dinámica entre Delaine y yo, oí que se me quebraba la voz, mi conflicto emocional me salió de pronto a borbotones de dentro. Intenté contenerlo, pero al verla en el suelo, con la falda del ves do subida hasta la cintura y su frágil cuerpo tendido sobre los duros escalones, me horroricé por lo que acababa de hacerle. Me había jurado no volver a tratarla nunca más así, pero supongo que rompí mi palabra, decepcionándome incluso a mí mismo.

Me pasé las manos por la cara frustrado, soltando un gruñido. No haberle contado todo cuanto yo sabía fue precisamente lo que la obligó a pasarse de la raya conmigo y lo que nos llevó a ese momento. No pude aguantarme más. Tuve que soltárselo. Tuve que liberarme de ese secreto, porque si no lo hacía iba a cruzar esa fina línea entre la culpabilidad y la locura, y las cosas entre nosotros solo hubieran empeorado.

¡Al cuerno conmigo!, lo había hecho. Se lo había contado todo.

Ella se me quedó mirando, atónita.

Y lo único que yo podía hacer era esperar las consecuencias que esto tendría, pero no quería que fuera en ese mismo instante ni allí. Ella ya me iría a buscar cuando se sin era preparada y yo me sen ría mucho mejor si lo resolvíamos en nuestra habitación. Al menos entre la seguridad de estas cuatro paredes ella no sentiría el irreprimible deseo de empujarme escaleras abajo.

Dejé caer los brazos derrotado y me dispuse a iniciar lo que me pareció un largo trecho hasta la segunda planta. Las piernas me pesaban, mis pies eran como dos bloques de cemento al subir un escalón tras otro, deseando alejarme de allí. Pero todo en mí me gritaba para que fuera en dirección contraria, alzara a Delaine en mis brazos y echara a correr como un loco, llevándomela lejos de todo para ir a un lugar donde el mundo no pudiera seguir entrome éndose en nuestra vida.

Esta era mi parte soñadora. Pero mi lado realista sabía que ya no podíamos seguir ocultándonos de todo.

A cada paso que daba por el pasillo para ir a nuestra habitación, más parecía alejarse la puerta, pero por fin conseguí llegar. Agarré el pomo con mis pesados brazos, lo giré y entré al lugar donde consumamos por primera vez nuestra relación. Incluso tuve que burlarme de eso. La palabra «consumamos» era demasiado pura como para expresar lo que en realidad había pasado allí. Más bien había jodido la relación, la había echado a perder desde el puto comienzo.

Me saqué la chaqueta del esmoquin y la arrojé a un lado como si fuera una toalla sucia en lugar de la carísima obra maestra que era hecha a medida. Me daba igual. En mi vida estaban ocurriendo catástrofes mucho peores que la de si le quedaba una arruga a mi chaqueta. Primera catástrofe: poseía una esclava sexual. Segunda catástrofe: me había enamorado de la susodicha. Tercera catástrofe: la madre de mi esclava sexual se estaba muriendo y Delaine no podía estar a su lado por mi culpa. Cuarta catástrofe: sabía todo esto y aun así la había follado como un maldito animal en la escalera.

Agarrando mi paquete de cigarrillos, me dirigí a paso largo al sofá y me desplomé sobre los cojines. La llama del encendedor proyectó un resplandor anaranjado en la habitación a oscuras mientras encendía el pi llo y exhalaba el humo con drama smo. La nico na me calmó un poco y Dios sabe cuánto lo necesitaba. Estaba listo para estallar, listo para destruir la casa de mis padres con mis propias manos hasta dejarla reducida a una pila de escombros. Porque eso es en lo que se había convertido mi vida. En una maldita pila de escombros.

Levanté el culo del sofá y me saqué el resto de la ropa, necesitaba desesperadamente darme una ducha. La ropa fue a parar dondequiera que yo estuviera al arrojarla porque como ya he dicho, me importaba un pimiento. Me dirigí al baño sin preocuparme de encender la luz, no quería verme en el espejo. Ya tenía bastante con las imágenes que me estaban viniendo a mi demasiado lúcida mente, recordándome que era como David Stone por más que me doliera, y no me apetecía verlo reflejado encima en el espejo.

¿Qué me estaba pasando? Cuanto más intentaba no ser como él, más lo era. La había follado en los malditos escalones, ¡por Dios! Sin sen r ninguna emoción, sin darle ningún placer, me la había follado y luego la había dejado allí tirada, no sin antes admitir que le había jodido la vida.

Me me bajo la ducha sin dejar antes correr el agua para que se calentara, porque aunque sen r el agua fría en mis pelotas no fuera nada agradable, me lo merecía. Lo único que quería era relajarme hasta el punto de hundirme en un coma para no notar el dolor que se había apoderado de mi corazón. Pero lo que yo quería y lo que debía hacer eran dos cosas totalmente dis ntas.

Afrontaría lo que había hecho. Me plantaría ante Delaine y aceptaría como un hombre su enojo cuando ella me diera por el culo por haber me do las narices en su vida. Le pediría perdón mirándola a los ojos por haberla desvirgado. Le permitiría salir de mi vida sin esperar volverla a ver.

Y además necesitaba sentir el dolor de perderla.

Agotado emocional y mentalmente, recliné la cabeza contra la pared y apoyándome en el antebrazo, dejé que el agua se deslizara por mi cuerpo. Esperaba limpiarme de algún modo de la suciedad que se me estaba acumulando por dentro, manchándome el alma, pero era imposible, a no ser que encontrara la forma de darle la vuelta a mi piel. Aun así, el jabón y el agua no habrían bastado. Maldita sea, ni siquiera con lejía lo habría logrado.

Lo único en lo que podía pensar era en la mirada de Delaine al bajar la escalera cuando nos disponíamos a ir a la fiesta. La forma de contonear sus caderas y el corte de su ves do revelando la aterciopelada suavidad de su pierna. Lo suave que era su piel cuando le puse el colgante alrededor del cuello. Su sabor al rozarme ella los labios con los suyos agradecida. Y todavía podía olerla. ¡Dios mío! Se me puso dura de golpe al recordarlo. Ojalá las cosas hubieran sido dis ntas. Ojalá en lugar de estar ahí plantado, regodeándome en mi culpabilidad, hubiera podido estar abrazándola y Delaine estuviera haciendo lo mismo conmigo.

Pero lo había echado a perder. Le había destrozado el corazón. Y también me había destrozado el mío.

En la oscuridad mi desorientada mente empezó incluso a jugarme malas pasadas. Te juro que sen a Delaine rodeándome el pecho por detrás y dándome un dulce beso en medio de la espalda.

Y encima percibí su aroma de nuevo, con más intensidad y fuerza que antes en medio del vapor. Mi polla reaccionó a la presencia inexistente y me pregunté cuánto empo tardaríamos ella y yo en superar lo de Delaine.

—Gírate, por favor —oí decir, y habría creído que era ella de verdad de no haber sonado su voz tan dócil e insegura. Fue entonces cuando me dije que no podía ser más que una alucinación creada por mi mente—. Noah, te lo ruego, no puedes huir de mí después de haberme estado ignorando durante días, haciéndome creer que había dejado de gustarte y decirme luego algo como esto.

Sí, era sin duda Delaine. La única razón por la que podía estar allí era para arrancarme la polla de cuajo y metérmela por el culo por haber fisgoneado en su vida privada. No podía huir. No me quedaba más remedio que afrontar su ira porque estaba acorralado. Y yo me merecía hasta la última pizca de todo cuanto iba a decirme y hacerme.

Me giré lentamente, mis ojos se habían acostumbrado por fin a la oscuridad, pero aun así no había forma de verla porque en el baño no penetraba ni un rayo de luz.

—Lo sé y siento...

Ni siquiera pude acabar de disculparme, porque sen de pronto su cuerpo pegándose al mío, estaba desnuda. Tal vez debí de habérmelo imaginado, porque era algo muy propio de ella, pero lo que no me esperaba fue ese beso suyo. Sus labios empezaron a acariciar los míos con una delicadeza y una ternura increíbles, ¡fue la rehostia!

Hundí mis dedos entre su pelo, aumentando mi conexión con Delaine y memorizando su sabor, la suavidad de su piel, su aroma, porque no había forma de saber si tendría la oportunidad de volver a experimentar todo esto de nuevo.

Dios mío, la amaba.

Sen sus manos por todo mi cuerpo, la yema de sus dedos presionando la piel de mi pecho, de mi espalda, de mis brazos. Era como si me estuviera dejando unas marcas indelebles por dondequiera que me tocara. Y al mismo empo estaba intentando acercarse más a mí. Si hubiera sido posible, me habría abierto el maldito pecho en canal para que se me era en él, encerrándola dentro para llevarla siempre conmigo.

Y lo peor de todo era que no entendía por qué joder Delaine lo estaba haciendo.

Y de pronto dejó de besarme. Noté cómo le subía y bajaba el pecho, la oí jadear, sen su cálido aliento en mi húmeda piel.

Apoyó la cabeza sobre mi corazón.

—Hazme el amor, Noah. Solo una vez más, quiero ver lo que se siente al ser amada por ti.

Sabía que no debía negárselo, a pesar de parecer un po duro, yo era un hombre débil —solo con ella—, y quería que supiera que era verdad lo que le había dicho. Pero no en la puta ducha ni donde no le pudiera ver la cara.

La besé en la cima de la cabeza antes de apartarla un poco para levantarle la barbilla y darle un erno beso en sus suaves labios. Luego cerré el grifo, deslicé mis manos por la curva de su culo y la levanté para que se agarrara con las piernas a mi cintura. Delaine enlazó los dedos alrededor de mi nuca y pegó su frente a la mía mientras yo salía de la ducha y la llevaba a cuestas a nuestra habitación.

Sus ojos no se despegaron de los míos cuando la llevé a la cama. La habitación estaba envuelta en la oscuridad, pero la tormenta había cesado y las pocas nubes que quedaban dejaban que la luz de la luna que se colaba por las ventanas bañara la piel de melocotón de Delaine. Al tenderla sobre la cama, vi lo mucho que tenía en común con el cuerpo celeste que pendía destacando en medio de un cielo negro como boca de lobo. Se erguía en medio de un mar de estrellas, eclipsando incluso a las más relucientes. Estaba ahí, pero aunque yo lo deseara con toda mi alma, no podía alcanzarla.

Me habían dado esta oportunidad, esta nave para ir al espacio sideral, y no iba a desperdiciarla.

El corazón me mar lleaba en los oídos con tanta fuerza que sabía que ella lo podía oír. Estaba aterrado, temía que viera lo cobarde que era en lugar del po seguro en el que tanto había luchado por conver rme. Para darle lo que quería tendría que desnudarme por completo, despojarme de todo y quedarme en un estado de lo más vulnerable. Y lo haría... por ella. ¡Qué coño! Le había dado todo cuando me había pedido. Si quería mi brazo, me lo podía arrancar. ¿Mi pierna? Se la podía quedar. ¿Mi corazón? ¿Mi alma? Ya eran suyos.

Me me en la cama y me tendí a su lado, y luego le acaricié la mejilla, dejando que mi dedo descendiera por su cuello. Delaine se estremeció al sen rlo y de pronto me di cuenta de que estaba empapada. ¡Menudo tarado era! No me había preocupado en secarla y ahora ella tenía frío.

Cuando me dispuse a cubrirla con las sábanas, me detuvo posando su mano en mi antebrazo.

—No tiemblo de frío —me susurró con una delicada sonrisa. El corazón me dio un vuelco.

Atrapé sus labios con los míos al empo que me ponía encima de ella, apoyándome sobre uno de mis codos para amor guar mi peso. Le deslicé el dorso de mi mano por el hombro y luego por los mon culos de sus pechos y por el costado, hasta posarla en su cadera. Cada ondulación, cada curva de su cuerpo me recordaba lo preciosa que era o al menos que debía haber sido. Se merecía que la adorara, que la venerara.

Pegué mi muslo derecho al suyo y me mi rodilla entre sus piernas mientras ella se colocaba en la postura idónea para que yo la penetrara. Deslicé la palma de mi mano por sus cos llas y Delaine ró de mí para que me pegara más a ella al empo que le lamía el labio inferior para que me dejara entrar en su boca. Ella no dudó. Recibió mi lengua con la punta de la suya, como una mujer abrazando a su amado al reencontrarse con él después de haber estar separados por muchos mares y años.

Le rocé con los nudillos la suave piel de su vientre y los deslicé por su cuerpo hasta llegar a la erecta punta de uno de sus turgentes pechos. Ella gimió de placer en mi boca y arqueó la espalda, pidiéndome más.

Dejé de besarla para deslizar mis labios sobre el delicado contorno de su mandíbula hasta llegar a su esbelto cuello y a la clavícula, donde le chupé la piel con suavidad, porque no lo hacía para marcarla. Ya no era mi territorio ni mi juguete, sino que ahora la estaba amando tal como se merecía ser amada.

Delaine agarrándome por el bíceps, deslizó la yema de sus dedos por mi brazo hasta llegar a mi pecho, dejando un reguero de fuego en mí. Cada terminación nerviosa de mi cuerpo estaba totalmente alerta, cada caricia suya me enviaba oleadas de placer a mis partes. Ella me producía siempre este efecto, tanto si hacíamos el papel de vampiros en la sala recrea va, como si nos exhibíamos en la parte de atrás de la limusina o freíamos panceta en la cocina. Yo me derre a en sus expertas manos y nunca volvería a sentir lo mismo con ninguna otra mujer.

Llevándome su mano a los labios, se la besé con la boca entreabierta antes de ponérmela sobre el corazón para que lo sin era la r con fuerza pum, pum, pum por ella, y se lo transmi también con mis ojos.

Le di un erno beso en sus suculentos labios y luego arrimando la cara a uno de sus enhiestos pezones, se lo atrapé con la boca y le deslicé la lengua alrededor del turgente botoncito hasta que ella suspiró de placer pegándose incluso más todavía a mí. Le chupé la sensible piel del pezón y se lo acaricié con la lengua. Delaine me agarró con una mano el pelo y con la otra el hombro para estrecharme contra ella. Mientras me ocupaba de su otro pecho para prestarle la misma atención, ella me soltó arrobada de placer.

Le di a su pezón un dulce beso y luego fui bajando por su cuerpo, cubriéndole cada cen metro de su piel con mi boca y mis manos. No dejé ninguna parte sin tocar. Deslizando mi mano por la corva, le levanté la pierna para ponerla sobre mi cadera y pegué mi entrepierna a su cuerpo. Fue una reacción involuntaria al sen rlo tan cerca de mí. No lo había hecho aposta, pero a juzgar por el gemido que se escapó de sus labios y por el modo en que empujó con las caderas, no le molestó, al contrario. De hecho, deslizó su mano por mi espalda hasta rodearme el culo pegándose a mí. Al sen r en mi polla el calor de su turbadora excitación, estuve a punto de correrme. Por tanto me aparté, acallando su gemido de protesta al bajar a su dulce gruta y separarle las piernas para acomodar mis hombros.

Me encantaba que ella estuviera siempre desnuda para mí: desnuda, caliente y ¡oh!, tan mojada.

Sin dejar de mirarla, le di un suave beso en la cima de sus pliegues. Ella cerrando los ojos, se mordió el labio inferior y dejó caer la cabeza contra la almohada. Le produje un triple efecto: arqueó la espalda, alzó el vientre y movió las caderas para arrimar su sexo incluso más cerca aún de donde yo quería que estuviera. Aceptando su ofrecimiento, hundí la cabeza y me comí su delicioso fruto dejando que los labios, la lengua y la cara se me quedaran cubiertos con sus jugos.

—Noah...

Mi nombre sonó como un ruego desesperado al brotar de sus labios. Alzó las caderas y las bajó mientras hundía sus dedos entre mi pelo, rodeándome con los muslos los hombros no para ahogarme, sino para envolverme y mantenerme donde ella quería. Apoyó uno de sus pequeños pies contra mi hombro y deslizó la suave planta por mi espalda hasta llegar a la curva de mi trasero antes de deshacer el camino y volvérmela a deslizar una y otra vez. Me dos dedos dentro de sus carnosos frunces, doblándolos varias veces mientras le lamía, le chupaba y le besaba cada cen metro de su precioso cielo. Y entonces ella se estremeció antes de empo con mis toqueteos.

Tensó los muslos, dejó de mover las caderas, se agarró de mi pelo y soltó un sonido que nunca, nunca olvidaré. No fue ruidoso —Delaine nunca era demasiado escandalosa cuando se corría, pero fue animal, como el ronroneo de una leona bañada por el sol del atardecer después de haberse llenado la barriga.

Sen mi glande humedecerse, amenazándome con soltar mi semilla prematuramente, algo que yo nunca haría. Ignorando mi deseo de sa sfacer mis necesidades, quise llevar a Delaine otra vez hasta el límite para verla caer por el borde del precipicio. Seguí trabajándola con la lengua y los dedos, guiándola al orgasmo hasta estar ella a punto de correrse.

Lentamente los músculos de sus muslos se relajaron, dándome permiso para abandonar mi puesto. No es que quisiera hacerlo, pero tenía que abandonarlo en algún momento o de lo contrario ya nunca lo haría.

Mis ojos se posaron en la figura de Delaine, con su cuerpo estremeciéndose de placer bajo mi mirada. Ella alzó la vista para contemplarme con sus preciosos ojos azules llenos de intensidad.

—Qué hermoso... eres —me susurró ella.

—No tanto como tú —le contesté. Y era verdad. Delaine no necesitaba una casa lujosa, un coche de alta gama o un trabajo prominente. Tenía todo cuanto necesitaba en ese corazón de oro puro.

Era tan hermosa por dentro como por fuera, y eso era lo que la diferenciaba de mí.

Lo que la hacía ser perfecta.

Incapaz de seguir mirándola sin tocarla, subí a gatas encima de ella y me coloqué contra su entrepierna. Procurando apoyar el peso de mi cuerpo sobre los antebrazos, me tendí sobre su cuerpo y le aparté de la cara un mechón de pelo poniéndoselo detrás de la oreja.

—Nuestra primera vez debería haber sido como esta —le dije y entonces la penetré lentamente.

Ella soltó un dulce gemido que yo sofoqué al cubrir su boca con la mía. Delaine me rodeó con las piernas la parte baja de la espalda mientras yo la penetraba con un acompasado vaivén de una embriagadora len tud. A cada acome da de nuestros cuerpos, ella me clavaba las uñas en los omoplatos meneando las caderas. Luego separándome de sus labios, le cubrí el cuello de besos, lametazos y chupetones.

Rodeándole con la palma de la mano sus respingonas nalgas, se la deslicé después por su muslo.

Al llegar a la corva, ré de ella con ternura manteniendo allí mi mano para abrirle más las piernas y penetrarla incluso más a fondo, movido en cada uno de mis actos por la necesidad de que me sin era hasta lo más hondo de su alma. Me incliné un poco hacia un lado mientras ella deslizaba ambas manos por mi espalda y me agarraba también del culo. A Delaine le fascinaban sin duda los culos. Me aseguré de contraer los músculos de las nalgas para mayor sa sfacción suya, penetrándola más adentro, moviendo a un lado y otro mis caderas para frotarle el clítoris tal como ella anhelaba.

Nuestros cuerpos se movieron hacia delante y atrás como el flujo y reflujo de una corriente marina haciendo ba r las olas contra las rocas solo para retroceder y volverlo a hacer una y otra vez. Era una escena mágica, la clase de momento que solo aparece en las novelas románticas cursis.

Pero nunca ha habido dos cuerpos que se hayan acoplado con tanta perfección, ya sea en la vida real o en la de ficción.

Era la clase de momento que te hacía creer que habías encontrado a tu media naranja. Qué lás ma que solo lo sin era yo, pero por más que deseara saber si ella también sen a lo mismo, no me importaba. Estaba des nado a amarla, de esto no me cabía la menor duda. Aunque solo fuera para aprender una lección, al menos sabía por una vez qué se sen a al amar a otra persona más que a tu propia vida.

Ya afrontaría las consecuencias de mi decisión más tarde, por el momento ella estaba allí y tenía que enterarse de cómo me sen a yo. No podía dejarla ir sin que supiera con claridad dónde estaba mi mente, mi corazón y mi alma. Estaban con ella, y lo seguirían estando siempre. Y si ella se iba después de haberle dicho y hecho todo esto, al menos se lo llevaría consigo.

Pegué mis labios a su oreja.

—Te quiero, Delaine. Con todo mi puto corazón —le susurré con una voz cargada de pasión y dolor.

—¡Oh, por Dios, Noah! —me contestó ella tan emocionada que no pude evitar mirarla, con el labio inferior temblándole y los ojos llorosos. Me rodeó la cara con una mida mano—. Llámame por favor Lanie. Simplemente... Lanie —añadió deslizando el pulpejo del pulgar por mi labio inferior.

Busqué con mi mirada su cara y al ver una lágrima surcándole la mejilla, no pude encontrar la menor prueba de que me lo estuviera diciendo solo por darle yo lás ma. Si antes creía que el corazón me mar lleaba y saltaba en el pecho, no era nada comparado con las acrobacias que estaba haciendo en ese momento. El corazón se me hinchó de alegría, sen una ráfaga de ternura soplando en mi pecho y emanando de mis poros antes de ir directa a mi cerebro. Estaba extasiado y, sin embargo, no pude evitar la sonrisa que afloró en mis labios.

—Lanie —repetí en un susurró.

Ella se estremeció en mis brazos.

—¡Dios mío, qué sexi suena! Dilo otra vez —me pidió hundiendo los dedos en mi pelo y alzándome la cabeza para verme la cara.

—Lanie... —repetí acercando mis labios a los suyos, rozándoselos apenas.

—Dímelo de nuevo —dijo rodeándome con los dientes el labio inferior una vez, y otra, y chupándomelo luego entre los suyos.

La besé con más ardor aún, diciendo su nombre una y otra vez, porque ahora ya podía hacerlo.

Por fin. Mis embes das se volvieron más insistentes, y sosteniéndola por las corvas, meneé las caderas pegándome a ella con unas acome das más potentes, profundas y veloces. Agarrándome del borde superior del colchón, cogí impulso para penetrarla con más fuerza aún. Ella se aferró a mí, con el sudor de nuestros cuerpos entremezclándose mientras se deslizaban el uno contra el otro. Los tendones de los brazos y del cuello se me tensaron, los músculos de la espalda, de los abdominales y de las nalgas se contrajeron con fuerza mientras yo se lo daba todo.

Delaine me arañó la espalda y yo le rogué a Dios para que ella me dejara unas heridas, unas heridas que no me cicatrizaran nunca... unas heridas que se parecieran a las que me dejaría en el corazón cuando se fuera.

Me aparté para mirarla, memorizando cada uno de sus rasgos y no pude evitar ver la vena de su cuello palpitando por su respiración jadeante. Otra imagen que me quedaría grabada el resto de mi vida dado lo deliciosa que era.

Una gota de sudor me quedó colgando de la punta de la nariz hasta caer sobre el labio inferior de Delaine, y yo la contemplé mientras sacaba la lengua para saborearla. Cerró los ojos diciendo ¡mmm...! como si se hubiera me do en la boca un chocolate exquisito acabado de salir al mercado y lo estuviera saboreando.

—Mírame, ga ta —le susurré. Y ella lo hizo, conectando al instante con mis ojos al contemplarlos. Era una conexión mucho más profunda que una simple atracción sica—. Te quiero, Lanie.

—Noah, yo... —gimió ella y luego se mordió el labio inferior, echando la cabeza atrás. Presa del orgasmo, su cuerpo embargado por las profundas acometidas de placer se tensó bajo el mío.

Qué imagen. ¡Oh, Dios mío!, qué imagen. La mirada que puso cuando le dije que la quería y al correrse... no puedo describir con palabras cómo me hicieron sentir.

Con una úl ma embes da, yo también me corrí. Sen las paredes de su coño apretándome y acariciándome, muñendo mi palpitante miembro mientras yo derramaba mi semilla dentro de ella en rítmicas sacudidas, hasta quedarme sin una sola gota que darle. Luego me tumbé de lado llevándola conmigo, estrechándola contra mi pecho, sin querer dejarla ir. ¿Y acaso no era este el quid de la cues ón? No podía dejar que se fuera y, sin embargo, debía hacerlo. Porque retenerla conmigo hubiera sido muy cruel.

Nos quedamos tendidos en la cama en nuestro goce postcoital durante lo que me pareció una vida entera, pero aun así no era suficiente. Ninguno de los dos dijo nada, ni tampoco nos separamos, absortos en nuestros propios pensamientos. Las sábanas quedaron empapadas —por nuestros húmedos cuerpos, por el sudor de nuestro retozar, por nuestras corridas. ¡Y oh, qué corridas tan deliciosas!

Y entonces ella rompió el silencio.

—Noah —dijo tan bajo que apenas la oí susurrar mi nombre—. Tenemos que hablar —eso sí que lo oí alto y claro. Y yo no quería, porque esa era la parte en que todo se iría al traste, cuando la maldita realidad me golpease de lleno... y ella me dijera que tenía que irse.

—¡Shh!, aún no —le dije apartándole el pelo y besándola en la frente—. Prefiero que hablemos mañana. Gocemos ahora de este momento en el que estamos juntos.

Delaine... Lanie asin ó con la cabeza y pegó su cara a mi pecho de nuevo sin decir una palabra más, para que pudiera gozar de esta úl ma noche con ella en mis brazos. Era la primera y la única noche en que todo era perfecto en este maldito mundo, porque ella estaba conmigo y sabía que yo la amaba. No pensaba ni por asomo dormir y malgastar un solo segundo del escaso y precioso tiempo que me quedaba para estar con ella.

Me quedé a su lado el resto de la noche. Mientras Delaine dormía apaciblemente, le acaricié el cabello, le froté la espalda, inhalé su aroma. No saqué mi cuerpo de debajo del suyo hasta que el cielo se tiñó con el primer toque anaranjado al romper el alba.

—Te quiero —le susurré dándole un erno beso en la mejilla y luego me levanté de la cama para ir a ducharme.

Al salir de la habitación, una mano invisible pareció salir de la nada para agarrarme. Tiró de mí llevándome por el pasillo y el estudio, hasta descubrirme plantado delante del cajón abierto de mi escritorio. Con una temblorosa mano saqué la copia del contrato que había dentro, el contrato que obligaba a Delaine a estar conmigo durante los dos próximos años.

Lanie

A la mañana siguiente cuando me desperté, me asusté por un instante (vale, solo por un instante) al no sen r ni ver a Noah en la cama. Pero entonces me incorporé y eché un vistazo alrededor, descubriendo que la puerta del baño estaba cerrada, por lo que deduje que él debía de estar dentro. Me percaté de que aún iba desnuda, lo cual no era extraño, porque Noah siempre había insis do en que durmiera de este modo —y la verdad era que a mí me gustaba—, y el ves do que me había sacado seguía todavía en el suelo donde lo había arrojado el día anterior antes de meterme en la ducha. No había sido otro de mis engañosos sueños. Volví a la cama sintiéndome en las nubes y estreché la almohada de Noah contra mi pecho.

Él me quería. Me quería de verdad.

Y no se había limitado solo a decirlo. Me lo había demostrado con cada caricia, cada beso, cada parte suya hasta que no me quedara la menor duda.

Me vino a la cabeza nuestro encuentro de hacía solo varias horas y sonreí tanto que hasta me dolieron las mejillas. Me sentía extasiada por dentro y vibrante por fuera.

En cuanto me dijo que me amaba con «todo su puto corazón», supe que lo decía de verdad. Pero no me pareció bien que me dijera algo así sin pronunciar el nombre que yo tanto había insis do que no tenía derecho a usar. Pero ahora se había ganado con creces llamarme Lanie. Era lo más justo. Y cuando se lo oí decir, pronunciando la L con su talentosa lengua, ¡uy!, se me puso la carne de gallina y me estremecí por dentro, deseando oírselo decir una y otra vez.

Hasta ese momento había estado segura de que lo nuestro nunca iba a funcionar. Veníamos de dos mundos totalmente dis ntos y pese a lo que pudiéramos sen r el uno por el otro, esos mundos podían ser implacables. Pero cuando vi, sen y oí que lo afirmaba con tanta convicción, supe que nos merecíamos la oportunidad de ser felices, y yo no iba a ser la que la echara a perder.

Ni hablar, porque yo también le amaba. Podíamos conseguirlo. Tal vez todas esas comedias románticas no fueran meras fantasías. A lo mejor Noah y yo también podíamos obtener un poco de esa magia.

Cuando le iba a decir que yo también le amaba, me pidió que le mirara y en ese instante vi con mis propios ojos lo que hasta entonces solo había podido imaginar que sen a por dentro. Lo vi con tanta claridad como la sexi nariz en su cara, y luego me dijo esas dos palabras otra vez, llamándome por mi diminutivo. No pude contener el orgasmo que me produjeron. Fue una gozada.

Incluso intenté decírselo de nuevo, tras haberse calmado el fuego de nuestros sen dos enardecidos, por decirlo de algún modo. Pero él no tenía ganas de hablar. Solo quería disfrutar del delicioso momento después de llegar a la cumbre del éxtasis, y a mí me parecía bien. Porque todavía nos quedaba ese día, y el otro, y el otro, y todos los otros maravillosos días que les seguirían.

Estábamos enamorados y nadie ni nada se iba a interponer entre nosotros.

Me refiero a que nos había ocurrido algo increíble. Éramos dos desconocidos que mientras tomábamos unas decisiones desesperadas para superar el mal momento por el que estábamos pasando, nos habíamos encontrado en medio de aquel lío. Enamorándonos. De la nada nos habíamos conver do en algo. Esta sería la historia que un día les contaríamos a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos, omi endo naturalmente la parte en la que su madre y abuela era una puta, porque no me parecía que esta revelación fuera para exclamar maravillados «¡ohhh!»

Era feliz. Me sen a en las nubes. Era un nuevo día. Los nubarrones se habían disipado. Brillaba el sol. Los pájaros piaban alegremente. Me apuesto lo que quieras a que si hubiera abierto la ventana y asomado por ella, un pajarito cantor azul se habría incluso posado en mi dedo gorjeando una melodía. Hablando de momentos de cuentos de hadas, la verdad es que no tenía ninguna intención de hacerlo, porque con lo ceniza que era, seguro que tropezaría o algo por el es lo y me caería por la ventana de la segunda planta, yendo a parar al suelo de cemento sin nada que amor guara mi caída, salvo aquel minipajarito cantor. Y entonces el pobre se quedaría espachurrado bajo mi cuerpo como un M&M aplastado, y yo no me lo perdonaría nunca.

No, esto no iba a pasar. Nada me iba a estropear ese día tan bonito. Así es que en mi mente le dije al pajarito que se quedara al otro lado de la ventana y que yo me quedaría en el mío. Así nadie sufriría ningún daño.

¡Suspiré a fondo, me estiré a más no poder y bingo! Tuve una idea brillante.

El desayuno. Le iba a preparar el desayuno. Se me dibujó una gran sonrisa de «di patata» en la cara al decidir prepararle huevos fritos con panceta, y una sonrisita maliciosa al pensar en lo que podría pasar mientras se los cocinaba. ¡Vaya, quién iba a decir que la panceta, cargada de colesterol, fuera un afrodisíaco! Sí, sí... era una comida genial para el Chichi y muy, muy, pero que muy mala para las arterias.

El Chichi levantó el pulgar en alto encantado con la idea, el muy guarrón, pero era de esperar.

Sin hacerle caso, alisé la colcha de la cama revuelta y me dispuse a ir a la cocina a prepararle el desayuno —porque después de todo a un hombre se le conquista por el estómago—, pero entonces la puerta del baño se abrió de pronto y Noah salió de él. Iba ya ves do y estaba para comérselo, pese a las ligeras ojeras que tenía. Supongo que había dormido poco por mi culpa. Mi puta interior soltó unas risitas como una colegiala inocente. ¡Ya sé que es una gran contradicción, pero qué le vamos a hacer!

—Buenos días —le dije sonriendo midamente, sin saber de pronto con certeza si él seguía sintiendo por mí lo mismo que la noche anterior.

—Buenos días —contestó en un tono más huraño de lo que me esperaba. Bajó la vista y se puso a toquetearse nerviosamente la corbata, aunque la llevara tan perfecta como siempre. Me dio la impresión de que no me quería mirar a la cara.

¡Oh, mierda! Vale, no me dejaría llevar por el pánico. Quizás él estaba pensando lo mismo que yo y no sabía cuál sería mi reacción por la mañana. Pues yo lo solucionaría enseguida.

—Así que, mm... ¿vas a ir a trabajar? —le pregunté, porque no estaba segura de cómo empezar la conversación.

—Sí. Ayer por la noche me fui precipitadamente sin ocuparme de los posibles clientes ni de los miembros de la junta. De modo que necesito arreglarlo de algún modo —dijo alisándose esta vez las mangas de la chaqueta como si no supiera qué hacer con las manos.

—¡Vaya, lo siento mucho! —le contesté sin endo una punzada de culpabilidad por mi conducta del día anterior—. ¿Tienes tiempo para hablar un poco?

Noah se encogió de hombros.

—No es necesario. Ya sé lo que me vas a decir y la solución del problema es muy sencilla.

Bueno, esta respuesta me irritó. ¡Cómo se atrevía a afirmar que ya sabía lo que yo le iba a decir!

¿Y de qué solución me estaba hablando? En lo que a mí respecta, todo me parecía perfecto.

Noah rodeó la cama, se sacó un papel doblado del bolsillo interior de la chaqueta, lo desplegó y lo rompió por la mitad. Arrojó las dos mitades en la cama junto a mí.

—Ve con tu madre y tu padre. Te necesitan más que yo. Además, lo nuestro nunca funcionaría.

Al menos en el mundo real.

Mientras yo me quedaba atónita mirando el papel, él dándome la espalda, se dirigió a la puerta.

No me llevó demasiado empo ver que lo que había roto era el contrato. Lo que antes cons tuía la cadena que me mantenía atada al hombre al que amaba, se había conver do ahora en una donación insignificante para la causa del Día de la Tierra: en material reciclable.

—Noah, yo... —comencé a decir, pero él me interrumpió.

—Me tengo que ir —dijo deteniéndose en la puerta dándome la espalda—. Y tú también deberías hacer lo mismo.

Sin decir nada más, abrió la puerta y se fue.

Te necesitan más que yo... Lo nuestro nunca funcionaría. Sus palabras me retumbaron en los oídos casi de manera ensordecedora. ¿Y por qué me chocaban tanto si Noah solo me había confirmado lo que yo ya sabía?

Mi corazón, que hacía solo unos instantes estaba loco de alegría, se había quedado ahora como el documento inservible que yacía junto a mí: destrozado, roto, partido por la mitad.

—Pero... yo también te amo —le susurré a la habitación ahora vacía. No podía dejar que se fuera sin que al menos oyera estas palabras.

Salté de la cama y salí corriendo tras él, pero cuando una ráfaga de viento me hizo estremecer, me di cuenta de que iba desnuda. Agarré una de sus camisetas, me la puse a toda prisa para salir volando y crucé el largo pasillo. Casi me caigo de cabeza por las escaleras, pero de algún modo logré mantenerme en pie hasta llegar al ves bulo. Después abrí la puerta de la casa de par en par para gritarle que le amaba, pero lo único que vi fueron las luces traseras de la limusina alejándose por el camino de la entrada.

Había llegado demasiado tarde. Se había ido. Y yo me había quedado sola.

Continuara...

[1] La «cerecita» se refiere en inglés a la expresión «to lose one’s cherry», que significa «perder la virginidad». (N. de la T.) [2] Travestidos, reinonas, que se visten con trajes exagerados. (N. de la T.) [3] El matrimonio perfecto de Leave it to Beaver, una serie de televisión norteamericana emi da por primera vez en 1957. (N. de la T.) [4] La autora hace un juego de palabras con «Skywalker», el aprendiz del Gran Maestro Yoda en La guerra de las galaxias, y «Streetwalker» que en inglés significa prostituta callejera. (N. de la T)

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Portada Ficha TécnicaArgumentoAgradecimientos

Prólogo.

1. Los sacrificios que hacemos Lanie

2. Mi reflejo nauseoso Lanie

3. Una cuestión de cuernamen Noah

4. La Agente Doble Coñocaliente NoahLanie

5. Postre con helado LanieNoah

6. El dúo perverso LanieNoahLanie

7. Un enfado monumental LanieNoah

8. Fuego, cachiporras vibrátiles y vampiresas, ¡madre mía! Lanie

9. ¡Huele a panceta! LanieNoah

10. No te vengas abajo Lanie

11. ¿Pero qué diablos...? LanieNoah

12. Tocando el piano NoahLanieNoah

13. Me siento aturdido NoahLanie

14. La presa se rompe NoahLanie

15. Haciendo de pronto el amor NoahLanie Continuara...

Table of Contents

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[3]

[4]

Portada

Ficha Técnica

Agradecimientos

Prólogo.

1.

2.

3.

4.

Lanie

5.

Noah

6.

7.

8.

9.

10.

11.

12.

13.

14.

15.

Continuara...