El temor se apoderó de ella de nuevo. Mami, pensó ella como si fuera niña. ¿Estás de nuevo en el hospital o peor? Dejó su maleta escolar en el corredor y, olvidándose de que la puerta estaba abierta, se dirigió lentamente a la cocina, con temor de ver qué mensaje le esperaba. Había una nota en el refrigerador:
Estoy en el hospital. No te preocupes. Prepárate comida que yo vuelvo cuando pueda.
Te quiere, Papá P.D. No me esperes despierta.
Arrugó la nota y la arrojó al basurero, pero no encestó.
Resopló con rabia. Parecía que últimamente todas las conversaciones con su padre tenían a un banano de imán en el refrigerador como intermediario. El banano habla, pensó ella.
Defendía al refrigerador y evitaba que ella lo abriera. De todas formas no podía comer.
La llamaban Sofía el pájaro en el colegio. Siempre había sido flaca, pero ahora se le veían los huesos, y las muñecas y coyunturas reflejaban su angustia. Se veía tan flaca como su madre que estaba en el hospital, invadida por el cáncer.
Muerte por identificación, pensó ella medio en broma, medio en serio. Al fin y al cabo, siempre la habían comparado con su madre. Tenía los mismos ojos grises, el pelo largo y negro con un leve ondulado y una piel increíblemente pálida que se sonrojaba ante cualquier estímulo. ¿No sería irónico si ella también muriera, desapareciendo al tiempo que su doble?
Sofía salió de la cocina sin saber qué hacer. ¿Cómo podía lavar los platos o limpiar el mesón sin saber qué ocurría con su madre en el hospital? Se quitó el abrigo y lo dejó sobre un asiento. Su papá le insistía en que todo estaría bien, pero ¿y si algo sucedía y ella no estaba ahí simplemente porque él no era capaz de admitir que mamá seguramente moriría?
Se estiraba el saco, jugaba con el pelo; las manos no dejaban de moverse. Ya debería estar acostumbrada, pensó.
Llevaban más de un año en esta situación: largas estadías en el hospital, cortas estadías en casa, semanas de esperanza para después verla recaer y las curas que eran peores que la misma enfermedad. Y es que acostumbrarse tenía que ser pecado, pensó ella. Antinatural. No puede uno acostumbrarse porque eso sería como ceder.
Se detuvo en el comedor que estaba escasamente adornado con una antigua mesa plegable y asientos que combinaban casi todos, pero las paredes eran una exposición en honor a la vida de su madre. Exhibían un amplio grupo de óleos grandes, alegres y llamativos pintados por Anne Sutcliff; cuadros cargados de emoción desbordada, llenos de gente riéndose que saltaba, daba vueltas y cantaba. Como mamá pensó Sofía; como ella fue. Era en eso en lo que se diferenciaban, porque Sofía escribía poesía silenciosa llena de oscuridad y preguntas. Además no es buena, pensó ella. Yo no tengo talento, es ella. Yo debería ser la enferma; ella tiene mucho más para ofrecer, mucha más vida. Tú eres oscura, le decía a veces su madre sorprendida. Tú eres un misterio.
Quiero ser como ellos, pensó casi rogando mientras tocaba la pintura para sentir las pinceladas y tratar de absorber algo de su calidez.
La sala era fresca y llena de sombras. Los reflejos de luz en el techo, que veía a través de la ventana, se parecían a la luz jugando en el agua y los colores pálidos recordaban los mundos bajo el mar. Tal vez encontraría algo de paz allí, y se recostó en el sofá.
Solamente disfruta del espacio, se dijo a sí misma. El espacio que siempre ha estado aquí y que siempre estará; el espacio que no ha cambiado. Voy a simular que tengo cinco años; mamá está preparando comida temprano porque salen a una fiesta y Sarah vendrá a cuidarme. Dentro de un rato iré a jugar con mi casa de muñecas.
Claro esto no duraría, entonces decidió abrir los ojos y estirarse. Sus dedos agarraron el periódico que estaba aún regado en el sofá. Lo miró con poco interés, pero el titular gritaba: MADRE DE DOS FUE ENCONTRADA MUERTA. Su estómago se revolcó. La madre de todos encontrada muerta, pensó amargamente. ¿Por qué no la de todos? No pudo evitar seguir leyendo. La garganta había sido cortada, decía el artículo, seca por la ausencia de sangre.
–Esto es absurdo dijo en voz alta. Sus dedos apretaron el papel en rechazo. Arrojó el papel, con mucha dificultad se levantó del sofá y se dirigió a su cuarto.
El teléfono sonó antes de que llegara a las escaleras.
Titubeo un instante pero corrió hacia el teléfono de la sala y lo levantó. Era una voz familiar, pero no la de su padre.
–Sofía, es horrible Lorraine, su mejor amiga, gritaba en la línea con su típico dramatismo. Debería ser reconfortante. – ¿Qué es horrible? preguntó Sofía con voz entrecortada y el corazón latiéndole con fuerza. ¿Acaso el hospital había llamado a la casa de Lorraine por no haberla encontrado a ella?
–Nos vamos. – ¿Qué? hubo un momento de confusión.
–A papá le dieron el trabajo en Oregon. – ¿Oregon? Por Dios, Lorraine. Venus.
–Casi.
Sofía se sentó en el asiento que había al lado de la mesa del teléfono. No era su papá. La muerte no llamaba, pero… – ¿Cuándo? le preguntó.
–En dos semanas. – ¿Tan rápido? Sofía enredaba y desenredaba la cuerda del teléfono. Esto no está sucediendo, pensó.
–Lo necesitan inmediatamente. Viaja esta noche. ¿Puedes creerlo? Va a buscar una casa apenas llegue. Cuando entré a la casa, Diane buscaba compañías para hacer el trasteo.
–Pero tú dijiste que tu papá no estaba seguro.
–Eso demuestra lo mucho que me cuenta, ¿No crees?
Diane sí sabía.
Sofía buscaba algo para decir. ¿Cómo hacer para detener esto? ¿No estaba asustada con lo rápido que estaba sucediendo?
–Oh, ella cree que es genial. Ahí no hay riesgo nuclear y podrá sembrar muchas hortalizas. – ¿Tu mamá qué dice?
–A ella no le importa si él se va a Australia, pero está bastante molesta porque me lleva a mí. – ¿No te puedes quedar con ella? por favor, por favor, Sofía suplicaba en silencio.
–Oh, tú sabes que esa es una batalla perdida. Le dañaría su estilo de vida. – ¡Lorraine! Ella no es tan horrible.
–Ella se fue, ¿No es cierto?
Era una pérdida insistir en el tema, pensó Sofía.
–Oregon dijo Sofía en un suspiro.
Lorraine gimió. – ¡Lo sé! Es horrible porque además es como estar en el campo. Yo no estoy lista para el campo. Me podría quedar contigo añadió para no perder la esperanza.
–Preguntaré dijo Sofía, pero ambas sabían que en este momento era imposible. – ¡Neh! ¿Qué voy a hacer?, pensó Sofía.
–Puedes visitarme sonaba como una sugerencia patética. – ¡Gran cosa!
–Lo sé – ¿Puedes venir? preguntó Lorraine.
–No. Es mejor que me quede aquí. – ¡Oh, oh! ¿Pasó algo malo?
–Ella está de nuevo en el hospital.
–Ay, maldita sea.
Aquí es cuando Lorraine se silencia, pensó Sofía. ¿Por qué no podemos hablar del tema? ¿Por qué se tiene que aislar cada vez? Es mi mejor amiga, maldita sea, no como los tontos del colegio que sienten vergüenza sólo de mirarme. Buscó algo más para decir y así mantener a Lorraine en la línea.
Aún más silencio.
–Escúchame dijo Lorraine -, realmente no tienes muchas ganas de hablar. Llámame cuando tengas noticias. ¿De acuerdo?
No, eres tú la que no quiere hablar, pensó Sofía, pero en cambio se encontró diciendo: – Ajá.
–De acuerdo. Hablamos más tarde sin embargo no colgó -. Escucha, Sofía, te quiero y todos esos sentimentalismos. Como hermanas, tú sabes lo dijo atropelladamente para disimular su timidez -. Llámame.
–Claro sonrió Sofía con una mueca. No hablarían de eso -. Adiós.
–Adiós, So. Mantente fuerte susurró Lorraine antes de colgar.
A ella sí le importa, se dijo Sofía a sí misma.
Simplemente no sabe cómo manejarlo. ¿Y quién sabe?, pero de todas maneras Sofía estaba molesta. Antes siempre podían hablar. Generalmente Lorraine escogía el tema, pero podían hablar. Ahora Lorraine se iba. ¿Acaso era el fin del mundo?
Eran amigas desde siempre. ¿Qué tenía de malo dejar las cosas como antes? ¿Por qué tienes que cambiar todo? Quería gritarle a un dios que ella tampoco estaba segura de que existía. ¿Me estás castigando? ¿Qué he hecho?
Todo esto la tenía cansada. Necesito una siesta, decidió.
Subió las escaleras consciente de que el sueño le había reemplazado la comida últimamente. Se acostó sobre el edredón para escapar un rato.
Se despertó de un brinco luchando con los sueños y reconoció ruidos que podían venir de la puerta principal o de su propia puerta, cerrándose. Se levantó aún cansada y bajó las escaleras. Escuchó toda clase de sonidos que venían de la cocina. Entró y encontró a su papá preparándose un tazón de cereal. La miró pálido y con ojeras.
–Maldita sea, Sofía, la puerta estaba abierta.
–Discúlpame, papá. Seguramente se me olvidó. No había nadie. Me asusté y encontré la nota – ¿Cómo se le pudo olvidar la puerta?
–No puedes simplemente dejar las puertas abiertas, Sofía. Por Dios santo, lee los periódicos. ¿Periódicos? Pensó ella. ¿Estaba hablando del artículo? ¿Por qué la molestaba? A él no le importaba.
–Yo estaba aquí.
–Lo sé. Vi tu maleta. Revisé tu cuarto su voz se calmó – ¿Durmiendo otra vez, Sofía? ¿Acaso no estás durmiendo de noche?
Ella no contestó. Si él estuviera algo de tiempo en casa lo sabría.
Ver el cereal de él le hizo dar hambre finalmente. Buscó en el refrigerador y encontró una cacerola con atún que había traído Carol, la amiga de su mamá, hacía tres días y que seguía intacta con los bordes empezando a dañarse. Carol era una persona querida y generosa, pero no sabía cocinar. Sofía guardó la cacerola y se sentó con su papá a comerse un tazón de cereal. Pensó que podría resistir el cereal.
Su papá la estaba mirando. De repente se arrepintió por haberse molestado. Se veía triste y no era su culpa si tenía que pasar tanto tiempo en el hospital y en el trabajo para poder pagar un cuarto privado. Tal vez si toda su familia no estuviera en California sería más fácil para él. Me podría dejar ayudar más, pensó, pero sabía qué le iba a responder: puedes ayudar al no permitir que tu mamá se preocupe. – ¿Cómo está mamá? apenas si se atrevió a preguntar.
–No muy bien esta vez, amor. Sigue tratando de mantener la fortaleza, pero se debilita cada vez más. – ¿Se va a quedar? por favor dime que no, pensó Sofía.
–Sí, algunas semanas. Tal vez más.
Sofía vio la mirada de dolor en su rostro y las lágrimas que trataba de esconder. Tal vez por siempre, pensó ella. Sí, esta vez es para siempre pero no es capaz de decírmelo.
Los dos comieron en silencio y mecánicamente. No disfrutaban el momento, sólo estaban cediendo ante la necesidad física. Su papá se había convertido de nuevo en Harry Sutcliff, el hombre cuya esposa moría poco a poco y a quien se le había olvidado que tenía una hija.
Varias veces trató de hablar, pero las palabras se atascaban en su garganta. – ¿Papá? logró decir con esfuerzo. – ¿Hmm? su mirada era distante.
–Papá. Sobre Lorraine. – ¿Qué pasó? ¿Tuvieron alguna pelea? respondió vagamente.
No estoy en primaria, quería gritarle, pero le dijo en tono suave y cuidadoso:
–Se muda.
De repente estaba casi llorando. Todo lo que quería era que la abrazara y es que lo necesitaba tanto…
–Oye, eso es emocionante le dijo sin entender lo que ella necesitaba. Continuó sorbiendo su leche sin darse cuenta.
Logró contener las lágrimas. Un nudo le apretaba la garganta y quería gritar. ¿Dónde estaba el papá de antes que la hubiera escuchado y tratado de comprender? Él no siempre la entendía como su mamá, pero al menos intentaba. Me imagino que está ahí en algún lado, pensó ella. No lo intentó de nuevo; su vida estaba ya destruida para que ella le añadiera más problemas.
Mamá sí sabría qué decir, pensó Sofía; incluso ahora. Si solamente la dejaran visitarla por más tiempo. Parecía como si en el momento en que tenía claro lo que necesitaba decirle, la estaban sacando de nuevo. Nadie la escuchaba.
–Salgo un rato a caminar dijo ella abruptamente. Si no salía iba a gritar. Tomó su chaqueta del clóset – ¡Adiós!
–No te demores le dijo su padre. ¿Acaso no se da cuenta de la hora que es?, se preguntó a sí misma mientras caminaba. Casi las diez. ¿Acaso no se preocupa por lo de los periódicos?
La noche estaba limpia y dulce como las manzanas. Una luna gibosa colgaba gorda y brillante. Se dirigió hacia el parque más cercano. Era un terreno en la esquina de la calle con algunos árboles y una gruesa masa de arbustos cerca al centro. Había unos columpios, un rodadero, un balancín y tres muy maltratados animales sobre resortes, que te sacudían hacia adelante y hacia atrás como si estuvieras borracho hasta que tu trasero estaba demasiado adolorido para sentarte en ellos.
A Sofía le encantaba venir tarde y recorrerlo aún después de que los muchachos se habían ido a casa. No quería que llegara el momento en que la comunidad, buscando la seguridad, colocara luces para alumbrar mejor el parque. A ella le gustaba como estaba ahora, con las pocas luces haciendo piscinas de oro en las sombras misteriosas.
Tenía tres bancas pesadas para escoger y se acomodó en su favorita. Miraba hacia la estructura ubicada justo en el centro del parque. El pequeño y hermoso quiosco siempre le había fascinado. Estaba rodeado por escaleras como un carrusel y sus lados siempre abiertos apenas parecían paredes.
Siempre estaba pintado de blanco y le recordaba un diminuto palacio de una historia de la India. Ella había escuchado que anteriormente una banda tocaba aquí en las tardes de domingo; ahora los niños lo usaban como refugio cuando llovía. Cuéntame tu historia, pensó ella.
La luz de la luna alumbró el quiosco delineándolo con un color plateado, pero una sombra que no hacía parte de las sombras naturales se escondió adentro. E asustó. Agarró el borde de la banca y se inclinó hacia adelante para entender lo que veía, acercándose a la oscuridad. Vio a alguien adentro.
Una figura desprendida de las sombras. La boca se le secó. Madre de dos encontrada muerta, pensó. Caminó hacia la figura y se colocó bajo la luz de la luna en el lado más cercano; por un momento pensó en correr. Después le vio la cara.
Era joven, más niño que hombre, flaco y pálido, parecía un duende bajo la luna. La observó y se congeló como un venado ante un rifle. Quedaron atrapados en sus miradas. Sus ojos eran negros, llenos del campo y las estrellas, pero su cara estaba pálida, casi tanto como su pelo claro.
Se dio cuenta, casi con desesperación, de que era hermoso. Las lágrimas que aparecieron en sus ojos rompieron el hechizo y él se fue corriendo, mientras ella se sentaba a llorar por todas las cosas perdidas.
Llevaba 20 minutos agachado en el callejón detrás de un grupo de tiendas, atrapando y tomando, atrapando y tomado.
Ahora estaban escondidas, las ratas. Sabían que algo estaba sucediendo; un gato grande, pensó él, y se asomó en su boca una sonrisa delgada y brillante.
Había que continuar. Se levantó y estiró sus flacos y musculosos brazos hacia el cielo. Sólo tenía puesta una camiseta a pesar de que la noche de otoño estaba fresca. Era negra como sus jeans. A él le gustaba el negro. Sombras, pensó él. Noche. Se sentía bien vestido de negro, sin embargo los cordones de sus zapatos eran rojos. Sangre, susurró esa noche en la tienda, cuando sus dedos se rehusaban a colocarlos de nuevo en la repisa. Le entregó una moneda de diez centavos de dólar a la mujer que lo observaba recelosa y corrió hacia el callejón donde ahora se encontraba para ponérselos. ¿Adónde iría ahora? ¿Al parque? Tal vez la niña ya se había ido, pero tal vez no. Debería ir de todas formas, pensó, y sonrió de nuevo, la misma sonrisa brillante. Ella era hermosa, oscura como la noche, pero delgada como si algún miembro de la hermandad ya la hubiera hecho suya. Simón frunció y desfrunció el ceño. No. Ese olor no hacía parte de ella. Sin embargo, había algo voluptuoso acerca de ella, que le recordaba la muerte. Senos grandes, también, pensó él y se sonrió ante sus peculiares preferencias humanas.
Ella lo asustó. Él había encontrado ese parque hace dos semanas y nadie venía a esas horas de la noche. Había bajado la guardia; algo peligroso, tonto. No, no iría al parque, decidió.
Podía esperar. Ella se sentó en la banca con mucha familiaridad, como si ese fuese su hábito. Seguramente la volvería a ver. En cambio visitaría esa casa. No estaba lejos para caminar desde aquí y vería qué tramaba el niño.
Simón se fue cuidadosamente del callejón. No era bueno que lo vieran aquí a menudo y en cambio resultó ser un sitio excelente para ir de caza; no lo quería perder. Caminó por el pavimento con los hombros encorvados y las manos dentro de los jeans como si estuviera combatiendo el frío. ¿Quién sabe quién lo estaba mirando? Tendría que conseguirse un abrigo.
La calle por la que estaba caminando se cruzaba con la calle Chestnut. Giró a la derecha y en la quinta casa se detuvo al final de un patio largo.
No había luces en la parte trasera de la casa, pero la luna iluminaba el patio. Simón se deslizaba de una sombra a otra, entre árboles y arbustos como si él mismo fuera una sombra, o una nube frente a la luna.
Llegó a la casa hecha de ladrillo tosco y se acercó al árbol que estaba en la esquina, al cual subió con la facilidad de un gato para acomodarse sobre una rama. Apenas si sacudió las hojas de otoño que aún colgaban de las ramas.
Podía ver la habitación y parecía anónima. Las paredes estaban desnudas, nada sugería la personalidad del ocupante; pero sí había un ocupante, acurrucado sobre la cama. Un niño de seis o siete años sosteniendo un libro, leyendo a la luz de la luna con un oso de peluche al lado. Te vas a arruinar los ojos, niño, pensó Simón, y sonrió perversamente. El libro era más grueso de lo que uno esperaría para un niño de esa edad y la curiosidad por saber el título estaba enloqueciendo a Simón.
Ocasionalmente el niño ahogaba una risa y sacudía la cabeza moviendo su delicado pelo blanco a la luz de la luna.
La puerta se abrió. El oro reemplazó al dorado cuando la luz del corredor inundó el cuarto. Una mujer joven estaba en la puerta sonriendo al ver que el niño escondía el libro bajo las cobijas.
–Christopher le dijo suavemente -, es un poco tarde para estar jugando. Son casi las 12. Tranquilízate y duérmete.
–Ajá respondió el muchacho y abrazó la almohada. La mamá le mandó un beso y cerró la puerta al salir.
Simón vio que el niño continuó despierto desafiando el sueño, aún sonriendo. Había un aullido en la garganta de Simón que apenas podía contener y que lo estaba ahogando.
Se bajó del árbol antes de delatarse. No era ni el sitio ni el momento.
Abajo se oían ruidos en la cocina. Estaban guardando platos y dos voces somnolientas hablaban. Se acercó a la ventana para escuchar. – … ya debería estar dormido decía una voz de hombre.
–Pero es difícil para un niño contestó la mujer -, ajustarse a un nuevo hogar.
–Ya ha pasado un mes.
–Sí, pero después de un año en la casa anterior y Dios sabe dónde antes…
–Sí, supongo que tienes razón.
–Es un niño dulce.
–Un poco callado.
–Oh, será un genio. Ya verás.
El hombre rió. – ¿Ya lo tienes todo planeado, no?
–Claro. Premio Nobel.
Se rió de nuevo.
–Vamos a la cama la luz se apagó.
–Todo estará bien, ya verás dijo la mujer -. No puedes esperar perfección cuando adoptas un niño mayor.
–Sí, que lástima también lo de la piel delicada.
Demasiado sensible. Tal vez si nosotros… – su voz se perdió en el interior de la casa.
Simón s sentó entre los arbustos por un rato largo.
Respiró la esencia de la noche, hizo planes y los abandonó. No había movimiento en la casa, los sueños titilaban en las ventanas; todas excepto una, donde el hambre oscura llamaba.
Finalmente, cuando Simón escuchó el primer pájaro de la mañana, se levantó con un único y flexible movimiento. Su cuerpo no se quejó ante la interrupción de la vigilancia. Era como si apenas algunos segundos antes se hubiera sentado a observar. En silencio, abandonó el patio de la misma forma como había llegado y acompañado por los pájaros que se despertaban, regresó a lo que era su casa esta semana: un colegio abandonado en la Calle Jennifer.
Retiró una tabla de madera y se deslizó, a través de una ventana rota, a la oficina del rector. El cuarto, sucio de polvo y telarañas, fue en tiempos pasados el infierno para los de sexto grado, pero todo lo que quedaba ahora era un viejo archivador en el que solamente un cajón funcionaba y una mesa con el borde oxidado y sin asiento. Unas repisas pegadas a la pared completaban el cuarto y el piso de madera había tenido mejores tiempos. Una maleta deteriorada reposaba sobre una de las repisas.
Al colocar la tabla en su lugar, el cuarto quedaba oscuro.
El amanecer lograba entrarse por las rendijas aquí y allá, finos rayos que alumbraban las alegres motas de polvo, pero que no penetraban la oscuridad. Esto no le molestaba a Simón porque él no necesitaba mucha luz para poder ver. Tomó la maleta, la colocó sobre la mesa y la abrió. Dentro había una pequeña pintura con marco dorado. Era un grupo familiar: un hombre, una mujer con un bebé en sus brazos y un pequeño niño. El óleo estaba viejo y rajado. En la parte inferior de la pintura había tierra, tierra seca y negra, casi volátil como las motas de polvo en el cuarto. Simón la acarició con sus dedos y suspiró.
Este era su sueño; la tierra de su patria. La tierra donde él habría descansado eternamente si de verdad hubiera muerto, aún tenía el poder de permitirle algo de esa paz. Era, tal vez, una prueba de esa muerte lo que lo renovaba. Sin eso, se perdería en el infinito y se convertiría en una cosa marchita, sin posibilidad de movimiento, de alimentarse; pero al mismo tiempo sin poder morirse. Un infierno viviente.
Acercó la pintura a sus labios y la besó suavemente, la devolvió a la maleta, la cerró y cerró los seguros. Necesitaba descansar, pero no en el trance comatoso que muchas veces lo dominaba. Siempre sabía cuando iba a suceder pues era después de una intensa sesión de alimentación; de un humano. Ahora sólo necesitaba un período de letargo para recargar, por así decirlo. Levantó la maleta de la mesa y la deslizó dentro del hueco donde se acurrucó después. La abrazó como si fuera un tesoro.
Estuvo un rato ahí, con los ojos abiertos mirando más allá del cuarto y del colegio. Antes de dormirse, pensó, por un momento, de nuevo en la niña. Hermosa, susurró, pálida como la leche maldita, delgada y aguda como el dolor; y minutos más tarde se elevó hacia las estrellas.
Quiero escribir sobre mi madre, pensó ella, pero todo parecía tan vulgar y ella lo sabía. Quería escribir algo importante para escupirle a la muerte en la cara. El problema era que ella no quería que la Sra. Muir se enterara de lo de su madre. No quería que ella dijera: Pobre niña, o algo terrible sobre el destino que Dios nos tiene preparado, como la vecina, de manera que resultaría siendo algo no muy honesto y la poesía deshonesta no funciona. El problema es que no puedo escribir nada más si no puedo escribir sobre mamá, pensó Sofía. ¡Ella es lo más importante! ¡Dios! Realmente estoy descuidando el colegio. Esto del estudio independiente era lo más parecido a la clase perfecta, pero si continuaba así sería un desperdicio del trimestre. No me puede ir mal en mis estudios, pensó ella, ya mamá tiene suficientes preocupaciones. – ¡Maldita sea! gruñó entre dientes mientras peleaba con su locker. Siempre se atascaba. Le provocaba patearlo; sin embargo, sólo se quedó mirándolo.
–No se derretirá no importa cuánto lo mires le dijo una voz a su lado. – ¡Lorraine! No te sentí llegar.
–Debes andar en silencio cuando faltas a tantas clases como yo. – ¿Otra vez? – ¿Para qué? ¿De todas formas me mudaré, no? Justo en la mitad del semestre y empezaré en otro sitio justo en la mitad del semestre. Para eso espero hasta después de Navidad. De cualquier modo, valió la pena ver cómo usabas tu visión de rayos X.
Sofía sonrió, pero al mismo tiempo se puso triste mientras observaba a Lorraine descifrar la cerradura del locker. ¿Quién la iba a hacer reír cuando Lorraine ya no estuviera? ¿Quién más ignoraría de manera descarada su petición de paz y silencio y la obligaría a ir a una fiesta?
–Ven al baño conmigo le dijo Lorraine mientras ella ponía sus libros dentro del locker y sacaba su almuerzo -.
Estamos en medio de dos turnos de manera que hasta podremos respirar adentro buscaron el que estaba más cerca de la cafetería.
–Siento mucho lo de anoche dijo Lorraine atravesando las puertas giratorias.
–No hay por qué disculparse dijo Sofía sorprendida. ¿Podría ser tan optimista como para pensar que Lorraine estaba lista para hablar? Se pararon frente al espejo y Lorraine sacó un cepillo para tratar de arreglar su terco pelo crespo color castaño.
–Uno pensaría que ya habrían reemplazado estos benditos espejos dijo enojada -. Están todos rajados.
Finalmente dejo el cepillo y miró de frente a Sofía, quien vio la cara de su amiga cambiar súbitamente. Ay, Dios… pensó Sofía.
–Sofía, no quiero mudarme dijo Lorraine casi llorando -. No tendré amigos, me tocará empezar de nuevo las esperanzas de Sofía se derrumbaron. Pensó que iban a hablar de ella y casi llora también, pero abrazó a Lorraine y le dijo "Ya, ya". Estaba perdida. En silencio pensó, ¿Cómo te puedo ayudar si tampoco me puedo ayudar a mí misma? Esto es increíble. Se suponía que Lorraine era la fuerte. Ella no se comportaba así. El mundo estaba al revés de nuevo.
–Lo siento dijo Lorraine con voz entrecortada después de un momento -. No tengo derecho a sentirme así. Yo solamente me mudo, pero tú… – lloró de nuevo.
No puede decirlo, pensó Sofía. Ambas sabemos lo que quiere decir, pero no es capaz. No quiero tu pesar, pensó, y casi suelta a su amiga pero se detuvo. Lorraine sí la apreciaba y no era su culpa que la gente no supiera cómo hablar acerca de la muerte. Ni papá, ni los vecinos, ni los amigos de mamá.
El compañero de la muerte es el silencio. La emotividad de su amiga superó la frustración.
–Boba. Tú sabes que siempre me puedes contar lo que sientes. Generalmente nadie, y eso me incluye a mí, te puede detener.
–Es que me siento tan egoísta.
Siempre lo has sido, pensó Sofía, pero nunca a propósito.
Así era Lorraine. Sofía podía contar con eso. Sacudió suavemente a su amiga. – ¿Qué voy a hacer sin ti?
Eso trajo más lágrimas.
–Te voy a extrañar tanto, Sofía.
Se abrazaron por un rato. Era extraño que Lorraine permitiera que la vieran tan frágil. Después de que su mamá se fue, siempre sintió miedo de desaparecer para siempre. Al menos eso fue lo que Sofía dedujo al observarla. Tendremos otra cosa en común, pensó Sofía, pero tú al menos podrás visitar a la tuya. Había amargura en este pensamiento. Sofía acarició el pelo de Lorraine tratando de reparar lo pensado.
Este era el momento en que podía aprovechar. Yo también estoy asustada, se preparó para decir, tengo susto porque mi mamá se va a morir, mi papá la llorará por siempre y yo estaré sola porque tú también te vas.
Sin embargo, en ese momento sonó una campana en algún lado y el almuerzo empezaba. Maldita sea, maldita sea, maldita sea, pensó Sofía.
Las puertas se abrieron y un grupo de niñas entró intempestivamente distribuyendo cigarrillos. Lorraine soltó a Sofía y precipitadamente se mojó la cara con agua. Una rubia con exceso de maquillaje se quedó mirándolas con el cigarrillo encendido y sosteniéndolo en una mano cuidadosamente acomodada. – ¿Acaso ustedes son raras? preguntó en son de burla.
–Lárgate, Morgan dijo Lorraine, abrazando a Sofía en un gesto protector -. Sabes, podrías quebrarte la muñeca al sostener así el cigarrillo y Sofía sintió que la sacaban del baño. Las cosas volvían a su normalidad.
En la cafetería se sentaron en la mesa de siempre, cerca de la puerta trasera.
–Voy por una hamburguesa de la muerte dijo Lorraine después de revisar su cartera y levantarse rápidamente -.
Cuida el puesto.
Sofía sonrió con afecto ante la brusquedad de Lorraine.
Justo en el momento en que Lorraine se fue, dos niñas que Sofía identificó como compañeras en la clase de física se sentaron en el otro extremo de la mesa. Desempacaron unos sandwichs y comenzaron a hablar entre bocados. Sofía se sintió culpable por escuchar la conversación, pero era imposible no hacerlo estando tan cerca. Se le ocurrió una idea para un poema, algo sobre un muchacho mágico bajo la luz de la luna, cuando la palabra asesinato le llamó la atención.
–Era la prima de Sheila dijo la de pelo negro dramáticamente al acercarse más a la mesa. – ¡De verdad!
–Sí, la encontraron degollada.
La más alta se estremeció.
–Dios, es como Jack el Destripador o algo así. – ¡Ugh! dijeron al unísono.
Lorraine regresó con el almuerzo y la otra conversación quedó en el olvido. – ¿Has leído el periódico últimamente? le preguntó Sofía a Lorraine.
–No. ¿Quién tiene tiempo? ¿Por qué?
Sofía miró a las niñas en el otro extremo que aún estaban concentradas en los detalles el asesinato.
–Ah, había algo en las noticias. Vi el titular, pero no lo leí. Pensé que tú sabrías.
–Yo no. Me llaman la señorita olvidadiza dijo Lorraine usando su voz de dibujos animados del sábado en la mañana.
Sofía se rió para encubrir su molestia. Era absolutamente cierto.
–Olvídalo.
A la salida del colegio, su padre la estaba esperando para recogerla.
–Súbete. Vamos al hospital dijo, y fue la única conversación en todo el camino. Manejó totalmente concentrado como si estuviera estrenando licencia; como si una cosa pudiera bloquear todas las otras. Sofía lo observaba intensamente esperando escuchar noticias, pero nada. Quería decir algo, cualquier cosa para romper el hielo, pero no se le ocurrió nada y de repente habían llegado.
La gente odiaba el olor de los hospitales, pero a medida que iban subiendo, Sofía pensó que este no olía tan mal. Este pensamiento la irritó porque no podía creer que hubiese algo agradable aquí. Terminó destruyendo un pedazo de papel que tenía en el bolsillo.
Al llegar a la puerta dudó por un momento, con miedo de entrar. ¿Cómo se verá mamá esta vez?, se preguntó. Su papá le abrió la puerta y no tuvo más remedio que entrar. La garganta de Sofía se atrancó al ver a su mamá, una figura enferma y frágil con los brazos más heridos que nunca por todas las agujas y los tubos. – ¿Mamá? le dijo con voz casi entrecortada.
Las pestañas se agitaron y su mamá abrió los ojos. Sonrió débilmente y su piel, seca como un viejo pergamino, crujió con el esfuerzo.
–Sofía susurró en respuesta con una voz igual de entrecortada -. Cariño la cama rechinó a medida que ella se acomodaba para poder sentarse.
La mirada de Sofía repasó rápidamente el cuarto.
Rechazó de nuevo las paredes con el típico color verde, apenas decoradas con una escena de un bosque y un calendario que indicaba los turnos para los doctores y enfermeras. El nombre de su madre estaba encima de la cama, para que cada turno supiera quién era ella. El botiquín, el armario, los cajones y el mesón estaban pintados de blanco y tan fáciles de limpiar como el pálido piso de azulejo. Un televisor abandonado estaba inclinado hacia la ventana.
Su papá la empujó suavemente hacia delante. Ella empezó a sentarse y de repente no estaba muy segura. Miró a su papá, quien le dijo que sí con un movimiento de cabeza; entonces se sentó en un asiento cerca de la cama. Su padre se veía muy inquieto alrededor de su mamá, acomodándole las sábanas, todo sonrisas, todo era una broma. ¿Dónde estaba el hombre callado que la había traído aquí?, se preguntaba Sofía.
Cuando quedó satisfecho de que su paciente estaba cómoda, se sentó en un asiento al otro lado del cuarto, dándoles espacio para conversar. Parecía desinflarse cuando su esposa no lo veía. Se sentó cómodamente, con las manos en el fondo de los bolsillos y miró a Sofía con preguntas silenciosas que le preocuparon. Sofía hubiera preferido que le preguntara.
–Tienes una gran vista del estacionamiento dijo ella.
–Me alegro de que te guste Sofía estaba sorprendida de lo débil que sonaba la voz de su mamá a pesar del tono irónico.
Sofía le tomó la mano y notó que la piel alrededor de sus ojos se tensionaba; eso significaba dolor. Igual que la manera como la otra mano de su mamá torcía la sábana. Sofía quería evitárselo. Dolía verla así. – ¿Estás comiendo? preguntó su mamá. – ¿Y tú? le preguntó Sofía con tono fuerte mirando la bandeja de comida que apenas había tocado.
–Touché.
–Vuelve pronto a casa, mamá. Te extraño.
Sofía sintió que la mamá le apretaba la mano suavemente.
–Trataré, cariño. Trataré.
Los ojos de Sofía se aguaron. Por favor no llores se rogó a sí misma. No hagas que se preocupe.
–Adivina qué le dijo buscando tema de conversación -.
La rosa que está al lado de la cerca todavía está florecida.
Su mamá sonrió.
–Increíble. No parece posible en esta época del año, ¿No crees?
Se quedaron en silencio por un rato. A Sofía la desesperaba cómo los hospitales hacían que uno se olvidara de todo lo que quería decir. Ya es bastante incómodo el hecho de que dejen las puertas abiertas para que las enfermeras puedan entrar y salir, pensó ella, pero además papá se sienta como si fuera una especie de portero.
–Sólo necesitaba verte le dijo la mamá finalmente.
–De acuerdo.
–Necesitas comer más, cariño, y maquíllate.
Sofía sonrió y sollozando le dijo:
–Me acuerdo de cuando me hubieras limpiado la cara con una toalla si usaba maquillaje y ahora me dices que lo use. ¿Me veo tan mal?
–Claro que no, pero ya tienes la edad adecuada.
Además deberías cortarte el pelo de una manera más moderna.
Sofía acarició un mechón del cortísimo pelo de su mamá. – ¿Cómo tú?
–Bueno, mi estilo punk no fue exactamente buscado y sonrió -. Y se ve un poco pretencioso en una mujer vieja como yo.
–Pero tú no estás vieja dijo Sofía, con voz entrecortada.
–Tengo sed dijo su mamá, aún hábil para evitar desastres -. Sírveme un vaso de agua, por favor.
En el momento en que Sofía fue por la jarra, una enfermera se asomó a la habitación y le hizo un movimiento con la cabeza al señor Sutcliff, quien las interrumpió.
–Es suficiente por hoy dijo sosteniendo los hombros de Sofía con firmeza y besándole la cabeza. – ¡Harry, no! protestó su esposa, tratando de sentarse en la cama.
–Tú sabes lo que dijo el doctor le contestó inflexible.
Me están sacando de nuevo, pensó Sofía amargamente, pero se acercó y besó la mejilla que su mamá le acercó.
–No me hacen caso le dijo su mamá casi pidiendo excusas.
Afuera del cuarto su papá trató de darle dinero para el taxi y algo adicional para la comida. Sofía no quería aceptar, pero su papá insistió cerrándole firmemente la mano con la suya grande y seca, alrededor de los billetes. – ¿Qué dijo el doctor? le preguntó de frente.
Miró aquí y allá como si le diera miedo mirarla.
–Dijo que tus visitas cansan a tu mamá. No quiere que vengas tan a menudo ni por tanto tiempo. – ¡Papá! salió como un aullido.
–Lo siento. Las enfermeras están advertidas. Tiene sus órdenes dijo débilmente. – ¿No puedes hacer nada? le preguntó.
Finalmente la miró a los ojos.
–Sofía, creo que tus visitas son buenas para tu mamá, pero él es el doctor. Ensayémoslo a su manera por un tiempo.
Quiero lo mejor para ella. – entonces estás de acuerdo con él…
Detuvo sus protestas poniéndole suavemente un dedo sobre sus labios.
–Compra pizza e invita a Lorraine a comer contigo para que te acompañe le dijo -. Yo me quedaré un rato más le acarició la mejilla y la dejó en el corredor. ¿Qué tal si yo empezara a gritar y a llorar e hiciera todo un alboroto? ¿Qué tal si hiciera una pataleta y les rogara que no me impidieran venir?, pensó. Pero sabía que no les podía hacer eso. Se mordió el labio y se fue.
Afuera encontró uno de los taxis que siempre están buscando pasajeros. En el camino a casa se concentró en cuánto dejarle al conductor de propina para así no tener que pensar en su mamá o en otra noche sola.
Le pagó al conductor frente a su casa, pero cuando llegó a la puerta no quiso abrirla. Devolvió la llave al bolsillo de su chaqueta. No puedo enfrentar este silencio ahora, pensó. Es sofocante.
Fue al parque y observó a los niños hasta que les tocó irse a comer. Eran una compañía que no exigía nada. Algunos solitarios vinieron a desafiar la hora nocturna en el parque, pero a medida que las sombras se hacían más intensas y las luces se encendían, hasta ellos fueron llamados a entrar en camas calientes en casas llenas de padres, hermanos, hermanas y televisores encendidos.
Ojalá tuviera un hermano o una hermana, pensó ella.
Alguien que se encargara. Yo no quiero tener que ser responsable. Odio lavar ropa. Odio tener que recordarle a papá que la cuenta del teléfono está pendiente. Mamá siempre nos cuidó. La vieja frustración reapareció. Se golpeó suavemente la rodilla con la mano como tratando de calmarse.
Pensó que había logrado superar esa rabia. No es su culpa, se dijo Sofía a sí misma. Es ridículo pensar eso. No es que quiera irse, pero papá será como un vegetal. ¿Quién cuidará de mí?
Una fría brisa atravesó el parque y las nubes opacaron la luna. Sofía se abrigó más con la chaqueta. Sacaría los abrigos más pesados del ático. De repente sintió un frío intenso, como si un hielo le estuviera bajando por la espalda.
–Es una noche hermosa dijo una voz suave al lado de ella. Ella se volteó con el corazón latiendo como si se le fuera a salir. Un hombre joven estaba sentado al lado. La luz de la calle lo delineaba contra los arbustos de atrás como un anillo de neblina alrededor de la luna. Él le sonrió como lo hace un gato, con humor escondido.
–Me asustaste le susurró ella con rabia. ¿Quién era esta persona invadiéndole su banca?
–Lo siento le dijo él, pero su mirada no lo expresaba.
En ese momento, ella lo reconoció, era el de la noche anterior. Como si él se hubiera dado cuenta le dijo:
–Estamos empatados. Tú me asustaste a mí. – ¿Por qué vas a estar asustado tú? le preguntó ella molesta -. Eres tú quien se acerca a las personas y las asusta. – ¿Por qué estás asustada tú? le preguntó él.
Sofía respondió a la defensiva:
–No me gusta la conversación evasiva. – ¿Te gusta algún tipo de conversación?
–No. Quiero estar sola.
–Creo que estás sola.
Trató de tomar su mano, pero ella la quitó y se levantó. ¿Cómo se atrevía a adivinar la verdad y después aprovecharse de eso? Él pareció sorprenderse por un momento, pero después su sonrisa reapareció y una mirada soñadora se vio en su cara. "Por favor, quédate", le dijo en un tono casi como de arrullo. Sus ojos eran grandes, oscuros y gentiles. Ella dudó por un momento, parecía tan comprensivo. No le veía problema a hablar con él; pero inmediatamente sintió rabia de nuevo. El idiota manipulador, pensó ella.
–No sé qué es lo que quieres le dijo ella -, pero puedes buscarlo en otro sitio.
Dio la vuelta y se fue sin dudarlo.
–Me parece le dijo él en un tono un poco molesto -, que las chicas que se sientan solas en un parque de noche son las que están buscando algo.
Estaba tan furiosa que quería gritar. Casi da la vuelta, pero no, pensó ella, eso es lo que él quiere. Siguió caminando furiosa y cuando menos se dio cuenta había llegado a su casa.
Por extraño que parezca, tenía mucha hambre y, por primera vez en muchas semanas, se comió todo.
Dudó una vez entre bocados con sentimiento de susto. ¿Era peligroso? ¿La habría lastimado? No. Parecía un ángel en una pintura renacentista. ¿Podría la belleza lastimar?
Se dejó deslizar a un estado de desvanecimiento, más cerca de la neblina que de la forma. Era fácil, casi como soñando, simplemente dejar ir el cuerpo y flotar. Su consciencia sostenía las moléculas juntas con cadenas de sueños. Se mezcló con las sombras y se convirtió en aire. Ella nunca lo vería. Él volaba debajo de los árboles, se resbalaba por las paredes, cortaba en atajos a través de las flores muertas del otoño. No la perdió de vista. Ella caminó rápido, quebrando el aire frío con su aliento.
Generalmente venían adonde él cuando su mirada se suavizaba con la luna, cuando su voz sonaba como terciopelo.
Le permitían acariciarlas, inclinaban sus cabezas hacia atrás y se perdían en las estrellas, mientras él les besaba el cuello expuesto y se vanagloriaba con su conquista. Algunas veces las dejaba irse y les permitía pensar que había sido un sueño.
Se iba antes de que rompieran el hechizo de sus ojos, para dejarlas atontadas y tambaleantes en el frío de la madrugada.
Otras veces el hambre era demasiada y las abrazaba, clavándoles sus colmillos hasta el fondo de sus cuellos disponibles para alimentarse de la sopa espesa y caliente que las mantenía vivas. Se perdía en el éxtasis palpitante que era la canción de la sangre bombeando, la vida saliendo en un chorro hasta que la sangre, el horror y la vida misma se debilitaban y él abandonaba el remanente de su presa para buscar el sueño oscuro.
Se detuvo en la cerca de madera, observando a la chica entrar por una puerta verde con ventanas en forma de diamante. Temblaba de deseo. La luz iluminó la casa. Él la rodeó, mirando por las ventanas como un voyeur a quien se le niega el éxtasis. Absorbió la calidez de las cosas que nunca tendría: un tapete oriental, un armario antiguo, azulejos color crema en la cocina y una pintura de niñas alegres y riendo. Sus ojos se achicaron. Las niñas de la pintura lo miraban de frente.
Es sólo una pintura, se regañó a sí mismo, pero se sintió burlado y una rabia interior retumbó en su garganta. Las luces de abajo se redujeron y se encendió una arriba. Se va a dormir, pensó él, y envidió el descanso que él no tenía.
Caminó por el jardín preparado para escabullirse cuando fuera necesario, examinando las ventanas del sótano y las puertas de garaje. No podía entrar a no ser que lo invitaran, pero le gustaba conocer la entrada y la salida y así tenerlas en cuenta para cuando fuese necesario. El animal estaba cerca de la superficie esta noche. Le recordaba la primera vez que había cambiado, cuando recorrió los bosques como una bestia durante lo que pareció una eternidad, sin importarle cómo sorprendía a la gente. Pedazos de su pasado volvían a su mente, aunque la mayoría eran vagos. Imágenes que se veían brillantes por momentos; dibujo congelados en la muda y verde luz del bosque; cuerpos de animales o personas salvajemente escurridos entre las hojas caídas, su cabeza apenas pegada al cuello. En ese momento Simón no se podía controlar y su ataque era más brutal, cegado por su propio miedo. Necesitó mucho tiempo para recuperar la capacidad de pensar y aún más tiempo para abandonar el bosque; pero el bosque nunca lo dejó a él. Su eco se escuchaba esta noche en él igual que grita un búho y las castañas se mueven en el viento.
Marcó su territorio como un lobo y orinó en las escaleras traseras. Eso ayudó un poco. Ahora sé dónde vives, pensó él.
Empezó a caminar sin parar, dominando, con cada paso, la rabia que sentía. Los suburbios tranquilos y dormidos cedían la vía a las bulliciosas calles urbanas. Aquí estas se iluminaban con los bares de la esquina y las pizzerías, los sitios de juegos y los almacenes de discos que parecían no cerrar. Los muchachos de moda se detenían en las esquinas a susurrar en los oídos de las chicas vestidas con faldas de cuero, promesas que ellas sabían que eran falsas. Grupos de personas solitarias se amontonaban en contra de la oscuridad.
Sentía cierta cercanía hacia ellos pues estaba alejado, como ellos, del resto de la gente. Nadie lo veía. Se parecía mucho a los desnutridos y mal vestidos granujas de esta calle desordenada que siempre estaban pendientes de quién pasaba.
Un grupo de muchachos corría riéndose por la acera, uno ondeando una camiseta sobre su cabeza, borracho y con su pecho desnudo. Las chicas miraban los almacenes de ropa con sus pelos teñidos y sus miradas provocadoras escondiendo el temor a ser rechazadas. Pronto el frío los obligaría a estar adentro y estaban disfrutando lo que quedaba del verano.
Simón se fue hacia las calles más oscuras entonando, a la perfección, la música de una canción que había escuchado al caminar. Era una de esas canciones agresivas que él disfrutaba y llevaba el ritmo golpeando su muslo mientras caminaba.
Ocasionalmente cantaba una frase cuando se acordaba de la letra.
Recorrió el pavimento disparejo frente a una fila de casas con pintura desgastada pero con escaleras muy cuidadas. A través de una ventana sin cortina vio a un hombre sentado en un asiento ya gastado y una mujer sentada en sus faldas. Se reían de un programa de televisión. Él hubiera podido quedarse ahí parado durante una hora sin que se dieran cuenta. De repente le provocaba romper la ventana y gritar: ¡Mírenme! Quería que lo notaran. Quería que lo vieran este deseo era peligroso y una locura, pero le daba miedo no existir. Una que otra vez alguien lo reconocía y tenía que morir. Si no moría, bueno… Era una bobada no pensar en protegerse. No había nadie que lo conociera, nadie que dijera su nombre.
Dio vuelta a una esquina y asustó a un perro. Se acobardaron, se gruñeron mutuamente y el perro salió corriendo. Simón siguió caminando y encontró un lote lleno de maleza cuyo único habitante era un auto abandonado. Se sentó sobre una pared en ruinas y miró la luna. – ¡Oye, muchacho! una voz venía de la alta pared del frente. Pasó una pierna por encima y un muchacho de 16 años se apareció, parado con las piernas separadas.
Muchacho, pensó Simón sarcásticamente. Sonrió con expectativa. – ¡Sí, tú! dijo una voz más profunda. Otro muchacho, tal vez un poco mayor, salió por detrás del auto. Era un patán grande en jeans y una camisa de leñador.
Un muchacho burlón con una chaqueta de cuero lo siguió.
–Este es nuestro lote le dijo resbalando la `s'. Llevaba una botella medio vacía de licor y le costaba trabajo caminar.
Su mano derecha brilló con un destello plateado. Simón vio que tenía un cuchillo y a Simón no le gustaban las cosas puntiagudas porque lo ponían nervioso. A él no le gustaba ponerse nervioso.
Se avecinaba una pelea. Los muchachos rodearon a Simón quien lentamente se levantó con los músculos tensionados. Los muchachos avanzaron. – ¿De dónde eres?
–No eres de aquí.
–Aquí nadie te conoce.
–Si dijo el que escaló la pared -. Y si nadie te conoce, no eres nadie se rió con una risa aguda y nerviosa mientras se limpiaba sus manos en una camiseta ajada.
Nadie. Hasta este imbécil lo llamaba nadie. Simón se acercó al peligro, entrando en la red. Atraparon a un tiburón esta vez, se sonrió.
–Muy bravito, ¿No? dijo el más grande burlándose.
El muchacho de la chaqueta de cuero colocó la botella entre dos ladrillos.
–Parece estúpido, querrás decir se pasó el cuchillo de una mano a la otra -. ¿Eres retrasado o algo así?
–Sí. Es demasiado estúpido para tener miedo.
Simón le dio la espalda al tercer muchacho, el que había hablado de último. Ese era una oveja. El grande era un patán, pero el que vestía de cuero era peligroso. Estaba loco. Fumaba marihuana verde. Simón lo podía oler. Apestaba a plástico quemado y además destruía el cerebro. Hacía que la gente pensara que no podía morir.
–Este es nuestro patio de recreo, amigo.
–Claro, ¿Quieres jugar?
Simón finalmente habló. – ¿Eso fue lo que le dijiste a tu mamá anoche?
–Hijo de p… – el grande se le lanzó con los puños. Simón lo esquivó rápidamente. El muchacho se cayó, se veía confundido, después se levantó de nuevo como un oso furioso y atacó otra vez. Simón lo esquivó, otra vez. Su oponente respiraba con dificultad. Simón sonreía. Gánale al más grande y los demás saldrán corriendo; pero tenía que mantener al loco vigilado. Uno nunca sabe con esos.
Bailaban un vals extraño en el lote y la furia del muchacho del muchacho aumentaba. Finalmente simón se quedó quieto y el otro lo alcanzó. Pensó que no iba a poder, pero para su sorpresa encontró que la víctima era suya.
Respondió profundo y sonrió. Tenía el brazo de Simón en una posición dolorosa mientras preparaba el golpe; pero Simón, que no le llegaba a la quijada, agarró la correa con su mano libre y lo levantó en el aire. El muchacho movía sus manos como un insecto y gritaba con miedo. El de la chaqueta escupió un juramento pero quedó congelado. El otro muchacho tembló pero tampoco se podía mover. Simón en ese momento lanzó a su oponente a una distancia imposible. El chico voló un momento por el aire y cayó en una montaña de basura. El ruido rompió el hechizo y Simón escuchó al tercero salir corriendo.
El del cuchillo se rió. Se acercó, el acero brillando en la luz de la calle. Seguramente había visto una que otra pelea, pesó Simón. Pero ganó por agresividad, no por habilidad.
Mejor manejarlo como un gato hace con una rata: en vez de jugar, la mata rápido.
El chico estaba esperando otra danza y no que su víctima se le acercara de inmediato. Dudó por un momento, enfrentado a una locura más fuerte que la suya, y vio algo en la mirada de Simón que lo hizo lanzarse. Mandó el cuchillo dominado por el temor, pero era demasiado tarde. El arma salió volando, su brazo, detenido por un momento, quedó inutilizado. Dio un paso hacia atrás.
Era el turno de Simón de reírse; una risa oscura y diabólica. El golpe que le dio lanzó al chico para atrás contra el auto. Mientras que el muchacho se deslizaba hacia el piso, lo alcanzó delicadamente y lo volvió a golpear contra el auto. El tercer golpe lo dejó inconsciente y le dio a Simón el placer de la victoria. – ¿Me dijiste nadie? le susurró, y sus colmillos salieron – . ¿Me dijiste nadie? gritó casi con dolor. Levantó a su víctima y le abrió la muñeca con un salvaje corte de sus dientes. Tomó el brazo y, con las sangre saliendo a borbotones, escribió con letras inestables sobre el techo del carro: YO SOY.
El oscuro y crudo olor de la sangre lo intoxicaba. Se encontró abrazando al muchacho y acercando la muñeca dañada hacia su boca. Superficialmente, en algún lado, se sintió sucio. Un eco lejano le gritaba que se detuviera, pero el llamado de la sangre era más fuerte. Casi había tocado con su boca la mano, cuando se escucharon sirenas demasiado cerca.
Se alejó del cuerpo inerte, pero este parecía no querer soltarse. Por un momento se sintió atrapado hasta que finalmente el muchacho cayó al suelo; pero en medio del pánico, un capricho perverso lo dominó. Le empezó a quitar la chaqueta, peleando con el peso de su víctima, ensangrentando el forro, rompiendo un dobladillo hasta dejarla libre. Negra y brillante, tenía su premio. La agarró y le dejó a su dueño la vida.
Luego estaba corriendo. Pasó a su primer atacante, quien ahora lo miraba con la cara pálida y lleno de pánico, a través de los escombros de las casas abandonadas, y corrió hacia la noche y siguió recorriendo las calles, hasta que llegó al callado patio de una casa con una puerta verde oscuro.
Se abrigó con la chaqueta y se sentó bajo un arbusto mirando su ventana hasta el amanecer.
–Papá le dijo Sofía a su padre tomándole el brazo -.
Está vomitando el regulador del suero timbraba furioso.
La amiga de mamá, Carol, quien había venido con ellos, tomó a Sofía de los hombros.
–No te preocupes, cariño. Ya llamo a una enfermera.
El papá sacó a Sofía del camino y recorrió en dos zancadas los pasos que lo llevaban a la cama de su esposa.
–Todo va a estar bien, amor. Está bien le acarició el pelo rítmicamente para retirárselo de la cara.
–Lo siento dijo Anne entre arcadas.
Cuando su papá alcanzó impaciente el botón que estaba al lado de la cama, Sofía vio que unos flequillos de pelo negro se le habían quedado pegados a los dedos. Los logró botar en el basurero que estaba lleno de envolturas de agujas y gasas manchadas.
El olor del cuarto era insoportable. Salió con náuseas. Su corazón latía con fuerza. Quería correr donde su mamá, pero no era capaz de verla así. Las mamás deben ser fuertes, pensó ella. Se supone que ella debe cuidar de mí.
Una enfermera la pasó apurada.
Sofía sabía que el tratamiento ponía muy mal a su mamá, pero nunca le había tocado verla así, tan débil que no podía llegar sola al baño. Sofía se sentía horrible, avergonzada, como si estuviera espiando algo ajeno.
Carol trató de abrazarla, pero Sofía se alejó.
Debería ir donde mamá, se dijo Sofía a sí misma. Ella me necesita, pero no era capaz de entrar a ese cuarto y ver a esa mujer enferma. Se recostó contra la pared del corredor sudando frío y temblando. Carol se mantuvo cerca, con una mirada adolorida y ansiosa.
Esto es estúpido, pensó Sofía. Querías ayudar, probar que pertenecías; aquí está tu oportunidad. Su mente le daba razones lógicas, pero su cuerpo se rehusaba a moverse.
Finalmente, se empezó a acercar hacia la puerta. Puedo tenerle la mano al menos, pensó ella, y tranquilizarla. Se lo debo.
Antes de que ella pudiera llegar, su papá salió. La abrazó.
–Está un poco mejor ahora le dijo -. Creo que podrá dormir sonaba exhausto. Ella lo abrazó también, contenta con la idea de que la decisión no le había tocado tomarla a ella y con necesidad de que alguien la tranquilizara, pero él se apartó demasiado rápido.
–Vamos le dijo -. Las llevo a las dos a casa.
–Yo me quedo, Harry dijo Carol -. Me quiero quedar le sonrió a Sofía -. Cariño, llámame, ¿De acuerdo? Si necesitas algo, sabes que me puedes llamar.
Sofía asintió vagamente, la intención de Carol era buena, y siguió a su papá, contenta de irse y avergonzada por ello.
En el silencioso trayecto a casa se empezó a sentir culpable. Yo la hubiera podido ayudar, pensó ella. Él no me dio la oportunidad de reponerme. – ¿Vas a volver? le preguntó ella.
Le dijo que sí con un movimiento de cabeza.
–Me lo imaginé era como si no la quisiera compartir.
Carol también se había quedado. Se deslizó en el asiento en el asiento y puso sus manos en los bolsillos. Estoy haciendo una pataleta, pensó ella. Pero no me importa. Pero sabía que se portaba como una tonta. Él siempre había sido un papá excelente y la quería también. Es que ya no hacemos nada juntos, pensó ella, inclusive no estamos tristes juntos. Toma decisiones sin preguntarme a mí, como si yo fuera una niña chiquita.
Su mano encontró un pequeño objeto en su bolsillo. Lo descubrió en las escaleras de atrás esta mañana al sacar la basura, ahí tirado puntiagudo y brillante. Sofía el pájaro, lo había recogido, atraída por su brillantez; pero estaba atrasada para ir al colegio, entonces lo puso en el bolsillo de su chaqueta mientras iba por sus libros y se le había olvidado. Lo sacó de nuevo para observarlo pasándolo entre sus dedos. Las pequeñas puntas la chuzaban. Parecía una estrella pequeña, como un topo. Simpático cómo las cosas aparecen, pensó ella.
Vamos, pregúntame qué es esto, pensó retando a su papá en silencio, pero él no se dio cuenta. Entonces ella se lo volvió a colocar en el bolsillo.
–DÉJAME DONDE Lorraine, por favor le pidió cuando entraron al barrio. Tiró el cuaderno hacia el asiento de atrás antes de salir del automóvil. Tampoco había tenido tiempo de leerle a su mamá hoy y ella era su crítica más certera -. Lo recojo después le dijo ella -. Adiós.
Él apenas sonrió y se fue, concentrándose inmediatamente en llegar al hospital.
Lorraine se alegró de ver a Sofía.
–Hola, So. Llegas justo a tiempo. Estaba pensando en salir.
Lorraine entenderá, pensó ella, y eso fue todo lo que necesitó para empezar a llorar porque realmente no estaba segura. Se dejó caer en el sofá y Lorraine se arrodilló frente a ella poniéndole una mano sobre su rodilla, esperando a que se calmara. Cuando Sofía se logró controlar, le explicó.
–Lo siento le dijo -. No pude evitarlo le contó a Lorraine lo que había sucedido en el hospital, la versión corta y sencilla. No le mencionó la vergüenza de no haber sido capaz de reaccionar.
Lorraine le apretó la rodilla.
–Irás de nuevo y será mejor la próxima vez.
–Sí Sofía se secó los ojos con un pañuelo facial que le ofrecía Lorraine -. Soy tan cobarde dijo ella -. Parece que siempre estoy llorando.
Lorraine sonrió y le pegó un puño suave y cariñoso al hombro de Sofía.
–Escucha, papá me dio un dinero por aquello de que se siente culpable. Me dijo que me comprara ropa para impresionar a mis nuevos amigos cuando llegué allá acompañó este comentario con una mueca -. ¿Quieres ir de compras?
–No lo sé.
–Oh, vamos. Mereces salir.
Sofía se retiró el pelo de la cara con un movimiento corto y tenso como si lo estuviera pensando. – bueno, de todas formas tengo que salir antes de que Diane vuelva continuó Lorraine -. Está furiosa porque no le dieron dinero. Caminó zapateando como una loca toda la mañana. ¡Por favor, por favor, por favor!
–De acuerdo dijo Sofía y dejó de fruncir el ceño, aunque se sentía un poco incómoda. No le parecía correcto irse de compras como si todo estuviera normal.
Lorraine tomó su chaqueta y se fueron.
–Qué pesar que no sabías que íbamos de compras, hubieras podido pedirle plata a tu papá también.
–Imposible pedir plata para ropa ahora dijo Sofía tratando de no darle importancia al asunto -. Demasiadas cuentas.
–Al menos un par de pantalones decentes – dijo Lorraine -. Oye, camina más lento.
Sofía redujo la velocidad y respiró hondo. Vamos, se dijo a sí misma, tranquilízate.
–No hay nada de malo con un par de viejos Levi's dijo ella, y empujó a Lorraine invitándola a jugar.
Lorraine sonrió, aceptando la invitación, pero cuando Sofía giró en la esquina para entrar al almacén, Lorraine la detuvo.
–Ahí no le dijo Lorraine -. Seamos hedonistas y vayamos al centro comercial se dirigió hacia el paradero del autobús.
–Lo único es que tengo que estar de vuelta a las siete porque tengo una cita con Neil.
–Oh, qué grotesco dijo Sofía en broma.
Lorraine se puso en fila.
Riñeron en tono amistoso hasta que llegó el autobús.
Cuando llegaron al centro comercial, su plan de acción ya estaba listo.
–Nuevos jeans, unas cuantas blusas y un par de zapatos decidió finalmente Lorraine. Arrastró a Sofía a Jean Jar, después Muggles, pasando por Finders y finalmente Edge. En el camino compraron un par de inmensas sudaderas de colores brillantes y una camisa cara de algodón que tenía un diseño de los que estaban de moda en el otoño. Lorraine se tuvo que medir muchos pantalones para encontrar el que le quedaba bien. "Demasiado buena para los meros mortales", se vanagloriaba mientras se miraba en el espejo del probador.
Al principio, Sofía se sentía alejada, como si estuviera en otro planeta, pero el entusiasmo de Lorraine era difícil de resistir. Aunque hubo momentos de duda, Sofía encontró que estaba disfrutando del momento.
–Vamos a las tiendas punk que están del otro lado le dijo sabiendo que esto le gustaría a su amiga.
–No lo sé, querida le dijo Lorraine con una expresión burlona -. Ya tengo unos pantalones de piel de leopardo, zapatos, camisas, ropa interior y toallas higiénicas.
De todas formas fueron, se rieron de los diseños de las camisetas y se retaron mutuamente a comprar laca de color.
–Sale con la primera lavada del pelo le susurró Lorraine -. Vamos. Te verás genial con un mechón morado.
–Nadie usa ya ese color le dijo Sofía -. Prefiero una camiseta que diga CÓMANSE A LOS RICOS.
Trató de no reírse muy fuerte para no ofender a los vendedores negros y espigados que parecían tomarse a sí mismos muy en serio.
–Oye, te compraré un regalo de despedida dijo Lorraine.
Sofía sintió que su estomago se apretaba.
Preferiría que no.
–No seas tonta dijo Lorraine -. Tienes para escoger entre una camiseta o este collar señaló un lindísimo y pequeño crucifijo de plata sobre un moño rojo intenso. ¿Cómo puedes hablar de irte con tanta tranquilidad?, pensó Sofía. Tú dijiste que no te querías ir y ahora me estás comprando regalo de despedida. ¿Cómo puedes cambiar tan rápidamente?
–Parece tan fuera de lugar le dijo en voz alta.
–No si observas a la gente que trabaja aquí. Todos lo usan. Sólo depende de cómo lo uses.
–Me gusta el moño pero parece, de alguna manera, una extraña combinación. Mi abuela me creería loca.
–Teniendo en cuenta que tu abuela vive en Europa no creo que lo vea a menudo.
Lorraine se acercó a la caja registrador y compró el collar y un poco de tinte para el pelo.
–Por qué no dijo ella -. Así podré amenazar a mi papá, si se está portando mal, con que llegaré en un almuerzo de trabajo con el pelo pintado.
Afuera le entregó el paquete a Sofía: "Aquí tienes".
Como cosa rara, se sentía incómoda.
Sofía lo guardó en el bolsillo de la chaqueta y se ruborizó. Lorraine no me tiene que dar regalo para que yo me acuerde de ella. No me lo pondré, pensó ella. No me gusta. – ¡Zapatos! gritó Lorraine de tal manera que los que estaban cerca se voltearon a mirar. Qué manera tan sutil de evitar los sentimientos, pensó Sofía entre cansada y divertida.
Lorraine se embarcó en un monólogo mientras llegaban al almacén más cercano de zapatos. "Me encanta comprar zapatos, especialmente si me atiende un vendedor. Te contemplan los pies, corren a traértelos y te los ponen. Dios, me da una increíble sensación de poder".
Después de la última compra comieron pizza en la Roma y reconocieron a algunos chicos del colegio.
–Peter Ziegler gimió Lorraine -. Espero que no se me quede nada pegado entre los dientes.
Sofía se burló.
–No creo que importe pues seguramente no se acercará por acá.
–Aguafiestas. Oye, lo está acompañando ese Keith como se llama con quien tú saliste la primavera pasada. ¿Qué tenía de malo que no me acuerdo?
Sofía suspiró.
–No tenía nada de malo. No lo sé. Creo que simplemente no había química. – ¿Cuándo te gustarán, So, por Dios? Quiero decir, ya tienes casi 17 años.
–Ya lo sé, ya lo sé Sofía jugaba con un pedazo de pizza, molesta por tener que discutir este tema de nuevo. Lorraine creía que todos deberían tener las mismas hormonas hiperactivas que ella.
–Lo siento, te molesté, ¿No es así? Dejaré de hacerlo.
Sofía tenía que admitir que fue un momento raro de percepción por parte de Lorraine. Sus miradas se encontraron en un silencioso acuerdo de paz y comieron compartiendo esta tranquilidad.
Muchachos, pensó Sofía. ¿Por qué no estoy tan enloquecida por ellos como Lorraine? Por lo visto todos somos diferentes. Se sonrió ante lo ridículamente obvio del comentario; pero parece que les gusto, entonces me imagino que no soy grotesca ni nada por el estilo, decidió. Se acordó de repente del chico pálido del parque: una imagen sorpresivamente claro de él brillando a la luz de la luna. Trató de dominar su emoción con rabia. Por lo visto se hubiera tenido que sentir halagada.
–Veamos una película dijo Lorraine, limpiándose las migas de la boca -. Hay una barata de terror en el Cinema Tres.
Nadie queda vivo por dos dólares y veinticinco.
–Preferiría que no dijo Sofía un poco más rápido de lo que hubiera querido. Vio como Lorraine se incomodó por la equivocación. Sintiéndose mal por ella, añadió -: Hay una película francesa nueva de la que todos están hablando. Tal vez podríamos ver esa.
Lorraine se relajó:
–Trato de no hablar de esas cosas. De todas formas, cuando veo una película con subtítulos, al final me da la impresión de que los seguiré viendo en la vida real por una hora o dos. Es extraño. – ¿Cuál es la otra?
–Oh, algo basado en una tira cómica del sábado en la mañana. – ¡Qué horror! – ¡Y que lo digas!
Decidieron olvidarse de la película y tomar el autobús de vuelta a Oakwood. Sofía se sintió mejor. No creía que aguantaría una película, no importaba lo entretenida que fuera. Para cuando se bajaron del autobús en Oakwood Village, ya no había luz de día y las luces de la calle estaban encendidas. A medida que el mundo se oscureció, también el genio de Sofía. ¿Cómo pude haber salido a divertirme?, pensó.
Como si hubiera leído los pensamientos de Sofía, Lorraine la tomó del brazo por un momento.
–Oye, la pasamos bien, ¿Verdad? Necesitabas un cambio.
–Sí – Sofía tenía que admitir que lo había necesitado, pero debía ir a casa. Tal vez dejó de atender una llamada vital mientras estaba fuera. Sin embargo, ahora que se estaba acercando, no quería entrar; tenía mucho miedo a que le dieran alguna noticia por teléfono. – ¡Tierra a Sofía! Contesta por favor.
Sofía la miró asustada.
–Estaba diciendo continuó Lorraine -, que tengo que entrar a la droguería.
–Ah, entonces te espero aquí le dijo Sofía parando frente al almacén de libros -. Tiene una nueva vitrina.
–De acuerdo.
Lorraine trotó por la acera hasta la droguería en el otro lado del callejón que dividía las filas de almacenes en dos secciones. Había menos gente en la calle porque todos estaban yendo a comer. El viento de otoño se ponía más fuerte y Sofía sintió una gota de agua en su mejilla. Se percibía un leve olor a madera quemada en el aire y esto siempre hacía que Sofía se sintiera sola al imaginar las chimeneas encendidas cuando ella estaba afuera en la noche.
Examinó el contenido de la ventana. Le encantaban las librerías: eran una adicción. Aun los libros que nunca leería tenían su encanto cuando estaban bien organizados. Un libro llamado La Vida Secreta de los Vegetales le llamó la atención. Le alborotó la curiosidad. Estaba pensando si sería sobre descubrimientos botánicos recientes o una novela erótica cuando escuchó la voz de Lorraine.
Al buscar a su amiga, vio que ella estaba hablando con un niño pequeño y pálido con pelo blanco que estaba parado al extremo del callejón. De su mano izquierda colgaba un oso de peluche. Se veía frágil, de unos seis años, pensó Sofía. ¿Qué estará haciendo aquí solo a estas horas? Se acercó a ellos. El niño dijo algo y Lorraine le extendió su mano, entonces el niño le ofreció una hermosa sonrisa, pero cuando vio a Sofía la sonrisa desapareció.
–Está bien dijo en una voz aguda -. Ya me acuerdo y salió corriendo por la calle hacia Chestnut.
–Adorable monstrico dijo Lorraine, aunque se veía confundida -. Dijo que estaba perdido. Albino, creo. Quería que le ayudara a encontrar a su mamá allá abajo señaló el final del callejón.
Sofía trató de ver en la oscuridad. – ¿Por qué iba a estar allá?
Lorraine se encogió de hombros.
–No lo sé. Casi tuve ganas de hacerle caso se quedó mirando con tristeza el almacén de libros -. Oye, eso me recuerda que mi papá me mandó un alista de libros para leer en el colegio nuevo. Fantástico, ¿No? blanqueó los ojos -. Se supone que me hagan más fácil la adaptación. Trato de imaginarme como será.
Sofía se tensionó. – ¿Oye, por qué no te vas a tu casa? La tienda está abierta hasta tarde hoy y quiero mirar por un rato se sintió mal de que sus palabras sonaran falsas y remotas.
Lorraine miró a Sofía molesta, pero su voz se mantuvo neutral.
–Los almacenes de libros me provocan granos.
–Lo sé el tono de Sofía fue más gentil -. Entonces vete, que te tienes que arreglar para Neil el Malo.
Lorraine entendió la indirecta.
–De acuerdo. Te llamaré mañana para contarte los detalles.
–Por favor, no.
–Será de la única manera que averigües algo al paso que vas Lorraine le dijo en voz alta mientras se alejaba.
Sofía se despidió simulando impaciencia.
–Vete de aquí trató de que su voz sonara jovial, pero no quiero escuchar nada sobre tu estúpido colegio nuevo, pensó. No quiero saber sobre tu estúpida cita y no quiero volver a casa.
No funcionará. No es magia, se dijo Sofía a sí misma mientras entraba en el almacén. Sólo porque no estés ahí para escucharlo no significa que no sucederá. De todas maneras prefería aplazar la llegada a casa. Se fue directo a la vitrina, pero el título que la tenía intrigada resultó ser un libro de cocina. Miró alrededor durante media hora hasta que unas sirenas que se acercaban la trajeron a ella y a los demás al frente del almacén.
Entró en pánico por un momento. Lorraine; pero naturalmente Lorraine ya no estaba. ¡Cómo odiaba Sofía las sirenas! Aullaban hasta el sitio de la emergencia como hadas de mal agüero hambrientas y sólo dejaban un terrible vacío.
Un hombre calvo entró al almacén con cara pálida y asombrado:
–Encontraron un cuerpo en el callejón. Briggs, el de la farmacia, lo encontró le dijo a todos y a nadie en particular.
–Briggs salía de trabajar siguió diciendo el hombre -.
Su bicicleta estaba en el callejón y casi se cae sobre la mujer que estaba degollada.
Las personas se miraban unas a otras aterradas. "Otro", susurró alguien. Sofía se acordó de ver al hombre calvo organizando estanterías en el supermercado.
Más gente se reunió afuera; compradores tardíos, personas en camino a casa, otros empezando su vida nocturna.
Atraídos como las moscas a la sangre, pensó Sofía y le dio un escalofrío. Tenía que llegar a casa.
Logró escurrirse, pasar al hombre calvo y salir. La campana de la puerta sonó alegremente destemplada. Una pareja le dio paso y al salir se encontró al lado de una barrera policíaca colocada apresuradamente. Justo en ese momento pudo ver que subían a la ambulancia algo cubierto con una sábana.
–Por lo visto, acaba de suceder escuchó que decía una mujer en un susurro.
Se sintió caliente y enferma.
–Excúseme, excúseme Tenía que llegar a casa. Navegó a través de los curiosos en la acera angosta -. Excúseme.
Excúseme. ¿De dónde venían? Moscas. Estaba sudando. Se sentía atrapada. La gente empujaba para poder ver mientras ella trataba de pasar.
Finalmente estaba fuera de la multitud, recostada contra la ventana del supermercado, los ojos cerrados tratando de respirar.
Una mano fría y suave le acariciaba la frente, fresca, reconfortante.
–Es la muerte escuchó un susurro.
Sus ojos se abrieron de golpe.
–Es la muerte le dijo queriendo explicar.
Sus ojos se abrieron de golpe, atrapándolo con una mirada agobiada.
–Es la muerte la que te asusta tanto.
Él mismo sentía algo de temor ahora. Esta era la segunda vez que ella le sostenía la mirada. Combinada con el olor del miedo, era casi más de lo que él podía soportar.
–Sí le dijo ella parpadeando, relajándose, rompiendo el hechizo. Su mano dejó de tocarla y se fue a jugar con un tache brillante que tenía la chaqueta -. Lo siento. Siempre te estoy asustando no quería romper la conexión, todavía no. Le molestaba cuando la mirada de ella lo atrapaba así, pero le producía algo que él no podía explicar, algo que no era normal para él; y quería descubrir qué era. – ¿Cómo sabías? Sobre la muerte, quiero decir ella lo había perdonado.
–En otras personas, he visto su efecto con anterioridad.
Los ojos de Sofía se abrieron llenos de preocupación por él, mientras adivinaba su tragedia. Era tan fácil, pensó Simón.
Le podía contar la verdad y dejarla que mintiera por él. Ella sería demasiado educada para preguntarle de frente y entonces interpretaría la historia a su manera. El momento era el indicado. Ella necesitaba refugiarse en otra persona lejos de su miedo; pero ¿Por qué le importaba tanto a él? Ella tenía la sangre cálida y rica, pero no era solamente eso. ¿O sí?
–Lo siento le dijo ella -. Yo tampoco he sido muy amable le sonrió débilmente. Para sí misma, adivinó él.
–Te ves perturbada. ¿Te puedo acompañar hasta tu casa? le ofreció su brazo, pero se acordó que era una costumbre vieja y se detuvo.
No estaba segura. Él se dio cuenta.
–Por favor le dijo. Logró pasar el examen.
Abandonaron los almacenes y caminaron despacio, en silencio al principio. Le gustaba tenerla a su lado.
–Estás atrasada para comer le dijo finalmente.
–No. No hay nadie en casa.
Él se dio cuenta de que ella inmediatamente se arrepintió de haberlo dicho. Sus labios se apretaron por un momento. Se está sintiendo estúpida, pensó él. No es algo que se le deba admitir a un extraño. Dale seguridad.
–Qué lástima. Esta es de esas noches cuando a uno le gusta llegar a casa para compartir una rica comida vio que los labios de ella temblaban escondiendo una sonrisa -. ¿Dije algo gracioso?
En ese momento ella mostró su sonrisa.
–Lo siento, pero tú no pareces… quiero decir… bueno, la forma como hablas. No es como esperaría que hablara una persona con una chaqueta de cuero. ¿Acaso él se había equivocado? No hablaba mucho con la gente porque era una tentación. Eran comida. Uno no le hablaba a la comida ni aprendía la forma como hablaba. Todo cambiaba tan rápido mientras él seguía igual, viéndolo pasar en colores brillantes en la noche. No. Ella se sonreía. De alguna manera la divertía esta contradicción. La hacía sentir más relajada.
–Fue un capricho le dijo, acariciando el cuero.
–Se te ve bien.
Ella no me quiere ofender, pensó él. Esto lo ponía contento. Le parecía tonto que lo hiciera sentir contento. – ¿Vives cerca? le preguntó ella.
–Cerca. – ¿Sí?
–Es temporal. – ¿Acaso tus papás están buscando una casa permanente en Oakwood?
–Mis padres están muertos.
Quedó aterrada ante su equivocación. Su mano se levantó hacia su boca.
–Está bien. He estado solo durante mucho tiempo le tomó la mano y la bajó suavemente. Ella también estaba sola, él imaginó, por eso le importaba tanto. Su mano era suave y delgada; lo apretaba de manera agradable. Ella retiró su mano y él supo que ella también lo había sentido. No insistió.
Ella quedó en silencio de nuevo. Siguieron caminando y en un momento dado parecía como si ella estuviera preparada para hablar, lista para decirle algo, pero cambió de opinión. A él le habría gustado que ella hubiese hablado porque él quería oírla hablar. Quería saber de ella. Esta no es mi naturaleza, pensó él. La bestia no es así, pero por ese momento, él sentía que la bestia se estaba desprendiendo de él en un viento fresco. Pensaba en maneras de animarla para que hablara, cuando llegaron a la cerca. La abrió para que ella pudiese seguir, sintiéndose decepcionado porque la caminata había terminado.
Ella se detuvo ante la puerta principal y se volvió para mirarlo con firmeza. Simón entendió el mensaje. Hasta aquí llego yo.
–Espero que re recuperes pronto le dijo reconociendo la barrera.
Su postura se relajó cuando sintió que él aceptaba la barrera.
–Gracias por acompañarme hasta la casa. Me impresionó ver el incidente. Me imagino que leeremos los detalles mañana.
–Sí.
–Mi nombre es Sofía le dijo ella, casi como un pensamiento adicional.
–Sofía repitió él suavemente. – ¿Cuál es el tuyo?
La miró y quedó de nuevo atrapado en su mirada, sintió el impulso, pero su nombre se le atascó en la garganta. No lo había dicho en tanto tiempo que lo sentía demasiado íntimo para revelarlo, como si estuviera regalando una parte de sí mismo. Sin embargo, la mirada de Sofía daba la sensación de intimidad, de querer entrar en él y abrir las puertas que estaban bajo llave.
Suspiró mientras decía su propio nombre:
–Simón.
–Que tengas una buena noche, Simón le dijo ella suavemente y se volteó.
Él la detuvo con urgencia:
–Espera.
Ella paró y se dio vuelta para mirarlo, la preocupación marcando sus facciones.
Él se calmó. – ¿Si vengo a verte aquí, me invitarás a entrar?
Lo observó por un momento, evaluándolo.
–Sí, creo que sí.
Él podía sonreír ahora y tal vez por eso ella aún dudaba.
Ella estaba muy cerca. Él se acercó más, sus labios separados para inhalar el aroma de ella. ¿Serían las oscuras venas lo que lo atraía, o sus suaves labios? Él no sabía. Se sentía mareado.
Ella casi se inclinó para encontrarse con él, sus ojos ahogándolo, pero ella se ruborizo y se volteó hacia la puerta de nuevo.
–Buenas noches.
–Hasta la próxima vez susurró él mientras ella cerraba la puerta.
Caminó hacia los almacenes y vio al niño con su madre.
Habían parado para que ella le pudiera ajustar la bufanda alrededor del cuello. Me gustaría apretársela, pensó Simón, y se deslizó hacia las sombras.
–Christopher le dijo la mamá -, has venido ya varias veces a la tienda. No entiendo cómo te pudiste perder. Cuando vi a todos esos policías me preocupé mucho. Por favor, no vuelvas a distraerte de esa manera.
Empezaron a caminar de nuevo y Simón los siguió. El niño miraba a su alrededor como si pudiera sentir algo, entonces Simón permitió más distancia entre ellos.
–Tendremos que abrigarte mejor mañana cuando vayamos al colegio. Te quemaste. Tu pobre piel. Es tan delicada.
El niño no parecía ponerle atención a ella, en cambio miraba a su alrededor como buscando algo.
–Te diste una buena siesta hoy continuó la mujer -. La Sra. Cohen me dijo que le costó trabajo despertarte. Eres un dormilón. Deberías dormir en la noche, como un chico bueno.
Tal vez un poco de leche caliente te ayudará esta noche.
El niño hizo una mueca. El primer signo de que la había escuchado. Giraron en la esquina.
–Te compré un delicioso hígado para la comida. A ti te gusta, ¿No es cierto?
Simón los dejó ir. El niño estaba ocupado. Él volvería después.
Simón recorrió las calles. Revisó la lavandería que estaba abierta 24 horas, pero estaba desierta. Finalmente fue al 7- Eleven y se recostó contra una pared a mirar la gente pasar.
Los adolescentes llegaban en sus carros gastados pero adorados, con la música a todo volumen para comprar un paquete de Marlboro y seis cervezas. Un esposo llegó corriendo para conseguir la leche del día siguiente y se fue con una Playboy cuidadosamente escondida bajo su abrigo.
Muchachos jóvenes, que después se pierden en la noche en sus máquinas nuevas, discutían sobre el juego a la luz de las ventanas llenas de avisos que anunciaban perros calientes por noventa y nueve centavos. Un borracho, con actitud de patán, alegaba sobre el cambio que debía recibir de su billete de cinco dólares. Una chica le rogaba a alguien en el teléfono público y zapateaba por la frustración o por el frío, él no pudo saber.
Él se inventaba historias sobre ellos: lo que les diría si hablara con ellos, dónde irían ellos. El inventario multicolor y demasiado caro estaba a la vista y él era el único público.
Algunas veces se alejaba del ahora, recordando historias anteriores que había visto o en las que había participado. Una de esas veces, que estaba logrando enfocar ahora, vi la espalda de una niña con pelo largo y negro en el mostrador. Sofía, pensó haciéndose ilusiones; pero cuando ella se dio vuelta, no era Sofía.
Cuando ella salió, la siguió de todas maneras hacia la noche. Al fin y al cabo no había nada más que hacer.
Finalmente, al estar totalmente despierta, se acordó. Lo habían llamado tarde en la noche al hospital.
–Hola, So le dijo -. ¿Entonces pudiste volver a dormir?
–Sí se ruborizó sintiéndose culpable al tener que responder de esa manera.
–Me temo que mamá no está bien. Me quedaré aquí pero tú no vengas, ¿De acuerdo? No hay nada que puedas hacer.
Escucha, te llamaré después del colegio o al final del día para contarte cómo ha seguido.
Él piensa que no puedo ayudar, pensó ella, porque me congelé cuando mamá se puso mala. – ¿Estará bien?
–Sí, estará bien.
Mentiroso, pensó ella. – ¿Vendrás a casa más tarde?
–Tal vez no. Te lo haré saber después.
–Papá, si se siente mejor mañana…
–No creo que pueda hablar de eso ahora. Cada cosa en su momento. ¿De acuerdo?
Siempre había una excusa para mantenerla alejada.
–De acuerdo dijo Sofía entre dientes. Siempre me ponen a un lado. Apretó fuerte el auricular con la mano.
–Eres muy linda. Cuídate.
–Adiós le dijo y la conversación se cortó. Tiró el auricular.
En el silencio escuchó la alarma del radio dispararse en su habitación. Ya no hay tiempo de volver a la cama; tenía que arreglarse para ir al colegio. Fue a apagar la horrible música.
Sofía estaba buscando debajo de la cama sus zapatos, cuando el teléfono volvió a sonar. Lo arrebató al levantarlo. ¿Sería que su papá había cambiado de opinión? Pero era Pat Reynolds, la dueña de una galería donde su mamá exponía.
–Tendremos una exposición mañana por la noche le dijo -. Tal vez quisieras venir. Quiero decir, sé que Harry está ocupado. Pensé que te gustaría salir un rato.
–No lo sé, Pat dijo Sofía -. Me sentiría fuera de lugar sin mamá.
–Van a venir personas que tú conoces.
Pero todos serían amigos de sus papás. La saludarían con excesivo entusiasmo y después no sabrían qué decir. Ella odiaba esos silencios. Se sentiría miserable. – ¿Puedo pensarlo?
–Claro, Sofía, llámame. Cuídate ambas sabían que ella no iría.
Se fue temprano al colegio para evitar más llamadas telefónicas, pero tal vez eso fue un error. Generalmente la caminada al colegio significaba una posibilidad de pensar y ella no quería pensar hoy. Sería perfecto si Lorraine estaba con ella porque Lorraine la podía hacer sentir bien, pero ella tenía clases para aprender a manejar a las ocho y se había ido hacía una hora. Era el único curso al que no faltaba.
El ritmo de sus pasos le recordaba otra caminata. ¿Quién era ese muchacho, Simón? ¿Se habría escapado de la casa, o qué? No era de ahí pues tenía un extraño acento. Su reacción ante la muerte de sus papás fue muy tranquila. ¿Estaría mintiendo, se preguntaba ella, o es que fue hace tanto tiempo que ya lo sentía como una herida vieja? ¿Se podrá uno acostumbrar? Si es así, tal vez él podía enseñarle algo acerca de cómo sobrevivir. No lograba entenderlo. Durante un minuto se veía muy seguro de sí mismo y al siguiente todo lo contrario. Era cómico, ella pensaba que todo el tiempo lo estaba guiando a él, pero ahora que miraba hacia atrás se dio cuenta de que él no dudó ni un minuto, como si ya conociera el camino. Tonta, pensó ella. Eso era imposible.
Sofía mantuvo la vista en el musgo que invadía las divisiones en la acera mientras caminaba, levantando la vista sólo para no chocar con el peatón ocasional o para cruzar una intersección. Pisar una grieta es de mala suerte, pensó ella recordando la magia infantil. Después, irracionalmente, se paraba en la mitad de cada baldosa del pavimento, evitando las divisiones entre estas, tratando de coordinar sus pisadas para evitar las grietas. Tenía que saltar de vez en cuando para corregir su ritmo y a medida que avanzaba aumentaba la velocidad. Finalmente llegó a una esquina y le tocó detenerse por el tráfico. ¿Podría realmente hacer un hechizo? Pensó. Si veo pasar un carro plateado antes de que el semáforo cambie, mi mamá no morirá. El semáforo cambió inmediatamente y le tocó controlar las ganas de llorar. Soy una niña, pensó. Una niña estúpida. Con razón sólo me dejan verla por un rato.
Apenas había algunas personas afuera del colegio porque todavía faltaba un buen rato para que sonara la campana. Sofía se sentó en el semicírculo de cemento que estaba de frente a la bandera para esperar, pero cuando repasó el día que tenía, se dio cuenta de que había dejado el libro de cálculo en la casa. Pensó que todo lo que necesitaba lo tenía en el locker, pero ahora se acordaba que lo había visto encima del refrigerador. Tal vez tenía tiempo de ir por él. No. Si se iba ahora, no regresaría al colegio hoy.
La idea le gustó inmediatamente. ¿Para qué ir? Era imposible que se concentrara. ¿Cuánto lograría hacer?
Lorraine lo hace todo el tiempo, pensó ella, y no la descubren. ¿Qué tal si yo lo hago? yo tengo una excusa. Un resoplido amargo salió de sus labios. Sí, ¿Quién me puede culpar?
Decidió. Se levantó de inmediato y abandonó el colegio. ¿A dónde iban las personas cuando faltaban al colegio? ¿La policía realmente las detenía por desobedientes? Ella alguna vez había faltado a algunas clases, pero nunca el día entero. Caminó de vuelta el mismo camino que a la venida, pero pasó su casa y se fue al parque.
Era muy temprano para las mamás y los bebés, pero tampoco estaba vacío. Dos adolescentes descuidados jalaban los columpios y los tiraban para adelante y para atrás. De sus jeans viejos salían hilachas como raros plumajes desgastados y manchados. Tres columpios ya estaban enrollados alrededor del tubo superior. El vandalismo llega a Oakwood, pensó ella con desaprobación. Sólo esperaba que estas ratas no hubieran destruido el pabellón del parque.
Nada sacaba con quedarse allí. No sentía deseos de responder a toda una ronda de "Oye, nena" por parte de algunos de los idiotas en jeans rotos y cuero. Uno de ellos parecía como si hubiera participado en una pelea. Maldita sea, pensó. Otro sitio donde no puedo ir. Justo lo que quiero. Un grupo de amantes del rock pesado invadiendo mi parque.
Eso era injusto. Simón se vestía de cuero y parecía decente. Se acordaba de él parado frente a ella, sus nerviosos dedos se movían sin parar, incómodo igual a como ella se había sentido muchas veces. Luego sintió una empatía que la había acercado a él; ahora veía el objeto con el que él jugaba todo el tiempo. Sacó lo que tenía en el bolsillo y lo miró. Era una estrella, como la que tenía en su mano, la que se había encontrado en las escaleras traseras de su casa.
La rabia y el temor la sacudieron. Nada era sagrado.
Absolutamente nada. Tampoco podía volver a casa. Se sentía violada. Casi lo convierte en un amigo. Necesito a mamá, pensó.
El autobús llegó, como si ella así lo hubiera ordenado, apenas llegó al paradero. No podía volver atrás. La hora pesada había pasado y tenía muchos asientos libres a su disposición.
En el hospital siguió derecho en la recepción sin anunciarse. Es mi derecho, se dijo a sí misma. Ella es mi mamá. Yo pertenezco aquí. Trató de poner cara de tener cosas que atender.
El ascensor se demoró mucho en llegar y cuando llegó se demoró tanto en moverse, que pensó que iba a gritar. Me imagino que no le quieren dar a nadie un infarto, pensó mientras pasaba el pie sobre el aviso de OTIS que se veía en el piso del ascensor. Cuando el ascensor finalmente llegó, su corazón se sacudió. ¿Qué pasa si mamá está enferma como la vez pasada? Pero de todas maneras se bajó.
Giró en la esquina de puesto de las enfermeras y siguió caminando. De reojo vio a la enfermera levantarse de un salto, pero ella no iba a quedarse esperando un interrogatorio. Nada la iba a detener. Tenía que hablar con su mamá. Sabía que la enfermera la estaba siguiendo por el ruido del uniforme, entonces corrió los últimos pasos y abrió abruptamente la puerta.
Su papá la miró aterrado, sosteniendo aún la mano de su esposa contra su pecho. La enfermera llegó detrás. – ¿Qué está pasando?
–Es mi hija respondió Harry Sutcliff casi como recordándoselo a sí mismo.
Nuestra hija, pensó Sofía. Ella todavía no está muerta.
–Lo siento dijo la enfermera -, es que se veía tan extraña. ¿Está bien?
Él dijo que sí con un movimiento de cabeza, entonces la enfermera se fue dejando la puerta semiabierta. – ¿Sofía, qué ocurre? le preguntó su papá. Parecía estar buscando motivos que explicaran la presencia de ella ahí. ¿Había explotado la casa? ¿Ocurrió un terremoto?
Lo distrajo la voz ronca de la cama. – ¿Por qué no estás en el colegio? había una sonrisa pícara en la cara de su mamá, mitad diversión, mitad amargura.
Las palabras de su esposa le dieron algo para decir. – ¿Por qué no estás en el colegio? le repitió a Sofía sin tener en cuenta el eco.
–Está bien, Harry, de verdad dijo la mamá con su voz ronca -. ¿Qué es un día aquí y allá? los tubos se movían suavemente mientras ella trataba de quitarle importancia al asunto.
Sofía vio que a su papá le costó trabajo no continuar con el tema. Siempre había sido estricto con cosas como esas. – ¿Pero cuántos días? miró a Sofía acusatoriamente -.
No tengo tiempo para tener que preocuparme por saber dónde estás todos los días, sabes eso, Sofía.
–Primera vez, papá. Te lo prometo.
–Bueno, nos asustaste eso fue dicho con algo de rabia.
Ella no mentía y él lo sabía -. Debes pensar en tu mamá.
–Harry se quejó su esposa.
–Yo sí pienso en ti, mamá dijo Sofía -. Todo el tiempo.
Te extraño, pero entre más te extraño menos me dejan verte.
Le dio la vuelta a la cama para quedar al otro lado de su mamá y tomar su mano. Nunca había visto a un ser humano con ese color de piel, azul ceniza. Su mamá parecía tener más tubos que nunca y parecía perdida entre todo el enredo. Oh, Dios. ¿Cómo puedo contarle acerca del muchacho?, pensó ella.
Los ojos de su madre no la habían dejado desde que entró a la habitación, pero ahora le quitó la mirada avergonzada.
–Lo siento, Sofía le susurró.
–Ahora mira lo que hiciste el ceño de su papá se arrugó y le acomodó las sábanas con gesto nervioso.
La mamá le dijo con un gesto que se detuviera.
–Está bien, Harry. Te preocupas demasiado. Me alegró de que ella esté aquí. De verdad. Ve y tráeme un poco de jugo.
Quiero hablar con mi hija. – ¿Estarás bien? le preguntó.
–Sí ella le sonrió pero con una sonrisa seca y apretada.
Se fue como un niño colegial en una diligencia, con deseos de complacer.
Sofía se sentó.
–Entonces dime le dijo su madre -, ¿Qué está pasando en el mundo real? su voz era más débil que cuando su esposo se fue, como si fuera un espectáculo para tranquilizarlo. De nuevo, pensó Sofía, no puedo preocuparla con historias de adolescentes vagos. ¿Pero papá sí escuchará? – ¿Qué pasa entre tu papá y tú?
Sofía quedó tan sorprendida que levantó las cejas.
–Nada no, eso era tonto. Pero esa era la realidad. – ¿Nada?
–De verdad Sofía se deslizó en el asiento mordiéndose el labio pensando qué tanto podía decir.
–Desahógate.
Sofía respiró hondo.
–Nunca hablamos. Nunca está y cuando está dice que se siente cansado. Es como vivir con un robot. Ustedes están aquí, yo allá. No hay nadie con quien hablar. Dios, sonaba tan egoísta: no hay nadie con quien hablar, quejas, quejas.
Su mamá le quitó la mirada jugando nerviosa con un pañuelo facial – ¿No hablan de mí?
–Él dice que todo va a estar bien o que hablamos más tarde. De verdad, mamá salió como un volcán -, no siento como que todo va a estar bien.
Su mamá parecía como si fuera a decir algo, pero se arrepintió. Se quedó en silencio por un rato, con los ojos cerrados, hasta que Sofía pensó que se había dormido. – ¿Qué pasa con Lorraine? preguntó finalmente. – ¿Huh? – ¿Para hablar?
–Oh, mamá, no lo sabes y todo salió muy deprisa: sobre la mudanza de Lorraine, de no volverle a ver nunca, de extrañarla tanto.
Una enfermera entró para inyectarle algo en el suero intravenoso, mientras Sofía miraba nerviosa en otra dirección.
No pudo hablar hasta que la enfermera se fue.
Los ojos de su mamá se cerraron de nuevo, pero le apretaba la mano a Sofía de vez en cuando para demostrarle que la estaba escuchando. Se sentía tan bien. Una vez dijo: "Lo siento, mi amor como sin conexión -, hablaré con tu papá de esto". En ese momento se durmió.
Sofía la observó, con la tristeza atragantada en la garganta. Se veía pequeña, frágil y desgastada. Antes de esto, siempre había la posibilidad de que su mamá muriera. La gente con cáncer moría. Era algo que a Sofía le preocupaba, se lo había imaginado un millón de veces, pero como algo distante. Siempre tenía una leve esperanza. Ahora, mirándola tan transparente y pequeña, supo por primera vez que era inevitable.
Su padre volvió y se unió a ella para contemplar el sueño de la mujer en silencio. Ella lo miró. Sus ojos tenían mucha ternura. Sostenía el vaso de jugo con el mismo cuidado que si fuera el agua de la vida. Tal vez estoy mal, pensó Sofía. Tal vez ella es más fuerte cuando él está cerca, por la fortaleza de su amor.
–Te acompaño abajo le dijo abrazándola. Caminaron en silencio, pero ella ya estaba acostumbrada.
Abajo en el primer piso él señaló un grupo de asientos:
"Sentémonos un momento." Cerró sus ojos y se apretó el puente de la nariz con dos dedos; finalmente habló.
–No te voy a dar un sermón por no haber ido al colegio esta vez. Dios sabe que las cosas no son fáciles para ti en este momento, pero sí cuento contigo para que continúes como siempre aunque no estemos ahí. Es algo menos por lo que me tengo que preocupar.
Fenomenal, pensó ella. ¿Qué pasa entonces con mis preocupaciones? ¿No cree acaso él que no estoy preocupada? ¿Por qué él no ve que necesito estar aquí?
Sin embargo, él seguía hablando.
–Y tal vez será mejor si nos avisas la próxima vez que quieras venir, ¿De acuerdo?
La frustración iba en aumento dentro de ella. ¿Por qué la estaba dejando fuera?
–No, no está bien. Es como si la quisieras sólo para ti y no permites que yo tenga participación alguna. Es como si quisieras que yo no existiera para no tener tu tiempo con mamá interrumpido. Me pregunto si querías tenerme se sintió horrible al decirlo. Era injusto y lo sabías, pero algunas veces de verdad se sentía así y ahora ya estaba dicho.
Su papá la miró confundido. Ella nunca antes le había gritado así. Estaba avergonzada ante el dolor que veía en su rostro y el poder rencoroso que no podía evitar sentir.
–Pero, mi amor le dijo él -, estás totalmente equivocada. ¿Cómo puedes pensar eso? No queremos verte mal, eso es todo. Mamá odia la idea de no verte, pero necesitas estar más con Lorraine para distraerte.
La compasión le calmó la rabia y ella le habló con mucho cuidado, como si estuviera hablando a un niño. – ¿Cómo crees que me siento esperando en casa? Sin saber. Esperando a que el teléfono suene. Este no es el tipo de cosa que uno simplemente deja de recordar. No es como un examen del colegio o una visita al dentista sus manos estaban fijas a los lados, los nudillos blancos de apretar mientras trataba de controlar el temor que sentía al expresar sus sentimientos -. Sí, me pone mal, pero tengo que ser parte de esto. Yo soy parte de esto. ¿Acaso crees que ella ya no me necesita? se espantó al oír que le temblaba la voz.
Su papá suspiró.
–Si, te necesita, te necesita todo el tiempo, pero a veces no soporta que la veas así. Visítala cuando ella lo decida, por favor, Sofía, por su propia dignidad.
Sofía se acordó de cuando su mamá le pidió disculpas avergonzada. Es mamá la que no me quiere aquí, pensó ella sintiéndose miserable. – ¿Es que acaso ya no me quieren? dijo ella.
Se vio una pequeña señal de dolor en la cara de su papá.
–No tiene caso continuar esta discusión le dijo, tratando de acariciarle el hombro.
Sofía se lo quitó.
–Tienes razón se levantó del asiento y se dirigió hacia las puertas. No había logrado nada. Aún no podía visitar a su mamá cuando ella quisiera y, maldita sea, tampoco le pudo contar acerca del muchacho.
Lo único que hice fue empeorar las cosas, se dijo a sí misma durante todo el trayecto a casa en el autobús. Sólo quería preguntar qué debía hacer, y lo empeoré. Pobre papá.
Él ni sabía que yo estaba molesta hasta que yo le dije. Ahora no me van a dejar volver.
La casa se sentía fría e incómoda, insegura. La rosa al lado de la cerca estaba marchita y café.
Pensó en la magia de nuevo mientras estaba acostada en su cama mirando hacia el techo. Si sólo supiera algún tipo de magia que pudiera hacer para evitar que su mamá muriera. Si sólo pudiera hacer que las cosas estuvieron bien de nuevo como estaban antes. Si sólo… se dijo a sí misma en tono burlesco y se sentó en la cama. ¿Quién crees que eres? ¿Dios?
Pero la idea de la magia le había abierto algo. Sacó el cuaderno del cajón y escribió furiosamente con un estilógrafo negro. Se preocuparía por organizar después. Sólo quería que las palabras salieran. Después volvió a leer para cambiar, eliminar y añadir. Le dio forma a sus pensamientos: el hechizo, el ritmo, la magia e la vida. Al final, estaba satisfecha.
Tenía un poema: "Hechizos contra la muerte".
Después se quedó dormida sobre el edredón, abrazando su cuaderno.
Cuando se levantó, se sorprendió de todo el tiempo que había pasado. Ya eran las tres. Pensando que debía comer algo, bajó las escaleras.
Después de una revisión nerviosa por la ventana trasera, miró en el refrigerador. No había leche, de manera que no podía comer cereal, entonces se contentó con yogurt. Se lo llevó a la sala y comió sentada en un sofá con los pies recogidos debajo de ella, mientras veía dibujos animados en el televisor sin volumen.
Lorraine llamó justo después de las tres y media. – ¿Por qué no fuiste al colegio hoy?
Sofía no sentía deseos de explicar, era demasiado complicado.
–Estaba enferma.
Lorraine tampoco la cuestionó.
–No puedo ir a verte hoy le dijo -. Me toca quedarme para empacar y marcar. Los de la mudanza vienen mañana.
Un par de días durmiendo en el suelo en colchonetas y nos vamos.
A Sofía no le gustó el hecho de que Lorraine empezaba a sonar entusiasmada. – ¿Es de lo único que puedes hablar? lo dijo antes de poder evitarlo.
Se produjo silencio al otro extremo de la línea. Sus mejillas se sentían rojas de la vergüenza y la vergüenza la hizo poner más molesta.
–Quiero decir, de lo único que hablas es de ti misma.
–Sofía, te llamé para saber cómo estabas dijo Lorraine con palabras heridas.
–Oh, pensé que me llamabas para contarme de tu increíble trasteo.
–Bueno, no habría llamado si hubiera sabido que te ibas a portar como una imbécil le dijo Lorraine -. Te llamaré después, tal vez y colgó.
Sofía puso el auricular en su lugar con mano temblorosa, el ruido de la colgada de Lorraine aún retumbaba en sus oídos. ¿Por qué hice eso? ¿Qué diablos estaba haciendo? Lágrimas calientes le lastimaban la piel.
La casa se sentía aun más vacía y tenebrosa. Iré por leche, decidió. Necesito aire fresco.
La caminata no la hizo sentir mejor. Me encantaría hacer algo drástico, decidió, y pateó una piedra por el andén delante de ella. Algo que los obligue a aceptar mi presencia.
Compró más cereal y leche en la tienda, al igual que bolsas para la aspiradora. Quedó sorprendida, al salir, de cuánto había oscurecido.
Estaba justo en el callejón donde habían encontrado a esa mujer. Se estremeció. De repente se acordó del niño parado en el extremo del callejón pidiéndole a Lorraine que lo ayudara. ¿Era esa mujer la mamá del chico? La idea le aterraba. Pero, ¿Lo hubieran evitado acompañándolo? ¿Y el asesino habría salido corriendo al escucharlos? ¿O sería ya demasiado tarde?
Caminó por el callejón pensando en "Hechizos contra la muerte". Ya era muy tarde para esa mujer, la mamá del muchacho, pero ¿Y su mamá? ¿Sería muy tarde para ella?
El callejón desembocaba en otro que recorría las tiendas por detrás y terminaba en la calle al final de estas. Un atajo, se dijo a sí misma, pero estaba más oscuro de lo que creía. La muerte no pega dos veces, se reaseguró a sí misma mientras su mandíbula se tensionaba y apretaba más la bolsa con las compras.
La muerte había estado aquí, pero ella recorrería el atajo y le mostraría lo que pensaba de la muerte, ladrona cobarde.
Mantuvo la cabeza en alto, pero su paso se aceleraba.
El callejón olía a humedad y basura. Un grupo de cajas producía sombras extrañas a la luz de un bombillo que iluminaba una puerta trasera. ¿Era ahí donde la habían encontrado? Trató de no buscar manchas oscuras en el piso. ¿Qué pasaría si alguien estaba ahora escondido? ¿La atacaría? ¿Sería suficiente? ¿La muerte dejaría libre a su mamá? ¿Solamente se necesita un Sutcliff sin importar la edad o el sexo?
Trataba de reírse de su propio pensamiento, con temor a explorarlo, pero un movimiento detrás de un basurero interrumpió todo eso. Volteó en la esquina, sus suelas suaves pegando en las grietas de concreto silenciosamente. Lo que quedaba del callejón estaba oscuro, pero había una luz al final, el cálido resplandor de la Calle Elm. Pero algo más grande que ella se movió en las sombras, al frente, hacia la derecha, por las escaleras del sótano.
Se acercó a su izquierda. ¿Qué era? ¿Podía salir corriendo? ¿Sería solamente un movimiento de la luz que estaba al lado de las escaleras? Sí, eso era todo. Hacía ver las sombras más perversas. Se deslizó lo más cerca posible a la pared del lado izquierdo.
Una caneca de basura se le atravesó. Salió volando, vacía, sin ancla, rompiendo el silencio, deteniendo su corazón.
Las sombras saltaron también desde las escaleras hacia la luz.
El joven se quedó agachado ahí, temblando, sus ojos tan grandes como la noche. Su cara estaba untada de sangre. Tenía en su mano plumas que goteaban.
–Simón susurró ella.
La tristeza le deformó la cara.
Ella dio media vuelta y corrió.