CAPITULO IV
Muy diferente.
Lo supo en aquel momento. Y pudo comprobarlo después, cuando ya se había iniciado la Fase Once.
Fase Once...
No había sabido exactamente hasta este momento qué significaba cada una de las fases del Proyecto Omega, del que ahora formaba parte decisiva. Estuvo seguro de que había de ser algo complejo, dada la cantidad de diferentes procesos por los que había de pasar. Fueron exactamente diez, hasta su llegada.
Ahora, había comenzado la última. La decisiva. La undécima. La Fase Once prevista por los técnicos del Gobierno en su refugio secreto experimental. La que había de dar fin al Proyecto.
Ahora sabía más. Mucho más de lo que antes supiera. Como le había dicho el coronel Dugan, apenas entró en el pabellón, una computadora le proporcionó una hoja plástica con el informe completo de su actividad en el Centro. Allí, en pocas palabras, se le notificaba lo que realmente esperaba de él la ciencia, al someterse al experimento, y cambiar una forma de muerte por otra.
El coronel Dugan no le engañó. Había sido fiel a la verdad. Tremendamente sincero. No había esperanza. Ni posibilidad alguna,
El texto del mensaje escrito electrónicamente en la hoja, plástica, era lo bastante expresivo en sus escasas palabras, para alejar todo optimismo al respecto. Pero no se sintió defraudado. Ni siquiera horrorizado por su destino. Siempre supo que había de morir. Los Gobiernos eran inflexibles con los espías, ya lo dijo el coronel Dugan.
Skrag releyó dos o tres veces aquel informe. Se le advertía que, una vez hecho, debía depositarlo en otra ranura, para su destrucción. Poseía memoria. Una magnífica memoria. Por eso le fue posible grabarlo indeleblemente en su cerebro. Para no olvidarlo jamás.
«Bien venido.
»Va a ser sometido a un proceso de continuas intervenciones quirúrgicas indoloras e inapreciables externamente. Va a ser convertido en una persona diferente. Llevará usted la muerte consigo. Destruirá cuanto le rodee, llegado el momento. Pero no existe ni la más mínima posibilidad de que usted mismo salve su vida. Será una explosión. Pero la bomba será usted mismo. Usted será la primera carga explosiva humana.
»Más adelante recibirá nueva información. Gracias por su sacrificio. Usted salvará al mundo de otra guerra total.»
Era el mensaje. Difícil de olvidar, evidentemente. Sobre todo, por ciertos párrafos de escalofriante significado: «Llevará usted la muerte consigo...» «Destruirá cuanto le rodee», «...No existe ni la más mínima posibilidad de que salve su vida.» «...La bomba “será usted mismo".» «Gracias por su sacrificio. Usted salvará al mundo... »
Memorizado aquel texto estremecedor, Skrag había seguido adelante en su camino. Un camino sin vuelta atrás. Sin retomo posible. Hacia una sola dirección, hacia un único final...
Y la Fase Once comenzó. Era como vivir en un hospital. Primero, enfermeras, médicos, laboratorios para análisis, radiografías, chequeos médicos por computadoras...
Finalmente, una placa verde con el número 01, adherida a su pecho, significó que era el hombre adecuado. Ya podía iniciarse la gran aventura de transformar a un hombre en... en una carga explosiva de gran potencia.
Cómo lograrían eso, y sobre todo, cómo sería ello posible sin que nadie pudiera detectar en forma alguna su nueva y extraña naturaleza destructora, constituía un auténtico enigma para Skrag, el hombre destinado a convertirse en bomba humana.
*
—Resulta sorprendente...
—¿Sorprendente? ¿El qué?
—Esta noticia de la Unión de Naciones Libres... Se refiere a Skrag.
—¿Skrag? —él otro enarcó las cejas, sorprendido—. ¿Ya lo ejecutaron?
—No. Y eso es lo sorprendente. Aún vive. Han aplazado su ejecución.
Siguió un silencio. Se miraron los dos hombres, pensativos., El más alto de ellos, vestía un uniforme azul oscuro, con distintivos de plata, y un emblema ovalado sobre la guerrera, con el escudo del Frente de Revolución Mundial.
El otro, lucía una camisa verde pálida, con correaje y arma en la cintura. Su gorra de plato descansaba sobre un estante. Un distintivo especial le identificaba como miembro de la Guardia Popular del Estado.
—¿No explican las razones, comandante? —quiso saber el hombre de la camisa verde.
—No dicen nada, Sólo dan la noticia escueta. Supongo que habrá apelado, o algo así, y le concederán el derecho a una revisión de su procesamiento...
—No, señor —rechazó el miembro de la Guardia Popular—. En juicios sumarísimos por espionaje y sabotaje, no existen apelaciones ni revisiones sumariales, estoy seguro. No ahora, cuando menos, sabiendo que están en los umbrales de la guerra mundial...
—Entonces, podría significar algo peor, capitán Kozak.
—¿Qué, comandante? —se inquietó el miembro de la Guardia Popular.
—Tal vez se venda al enemigo y le dé información, a cambio de su vida.
—¿Skrag? ¡Imposible! Es fiel a ultranza. No es un mercenario, señor, sino un idealista. Esa clase de hombres nunca venden a su país.
—Este no es su país, Kozak.
—Como si lo fuera. Ideológicamente, está con nosotros. Eso le impide traicionar.
—Pero si se enterase de que él fue traicionado, para que Yuvlo y Zarox pudiesen escapar del país con vida,.. Si llegara a sospechar que ellos y nosotros hemos...
—No puede sospecharlo. Ni saberlo. Ni él, ni sus propios captores lo imaginan. Pero aun sabiendo que Yuvlo y Zarox le vendieron, él no vendería a nadie a cambio. Ni tan siquiera a nuestros agentes allí. Porque sabe que esos dos son mercenarios, y los demás idealistas. No, señor. Creo que Skrag jamás hablaría para salvar su pellejo.
—De todos modos, trate de averiguar cómo van allí las cosas. Mueva a nuestros agentes. Que controlen la marcha de su permanencia en prisión. Y que notifiquen cualquier cosa que ocurra. Quiero información inmediata, si es ejecutado.
—La tendrá, comandante. No creo que demoren más de una semana esa ejecución.
—Tanto mejor... —el comandante Syrio, de las Fuerzas Armadas del Frente de Revolución, caminó hasta uno de los amplios miradores encristalados que asomaban desde el refugio de águilas del Centro Secreto Estratégico de los Países Revolucionarios, a la vista impresionante de las cadenas montañosas en torno. Lo curioso de aquellas cristaleras tamizadas, era que desde el exterior ofrecían el mismo aspecto gris y hermético del metal y la piedra utilizados para construir la enorme fortaleza. Mientras sus ojos claros recorrían con aire preocupado el agreste panorama, iba desgranando en voz alta sus más íntimos pensamientos—: Estaré muy tranquilo cuando Skrag haya dejado de existir. Es un gran agente, un hombre audaz, decidido e inteligente como pocos. Lo malo de él es que no se vende a nadie, que desprecia el dinero y ama solamente una idea política. Tuve que sacrificarlo porque hubiera sido peligroso que se enterase de nuestros propósitos, capitán. Si él supiera que utilizamos las ideologías y doctrinas de estos pueblos para crear un nuevo imperio edificado en nuestro poder personal y el de nuestro supremo rector, el mariscal Yazok, pero traicionando los ideales de nuestros aliados y defensores, se volvería contra nosotros inmediatamente, intentando destruirnos.
—Un hombre solo no puede destruir algo como lo que estamos edificando, comandante —dudó el capitán Kozak.
—Pero puede socavar muchas voluntades si se derrumba su lealtad al Régimen, amigo mío. Créame, lo mejor es que Skrag muera. Y los hombres como él, también. Necesitamos más mercenarios y menos idealistas para el futuro. Pero eso tendrá fácil arreglo. Una vez ganada la futura guerra mundial, los idealistas serán exterminados antes de que comprendan que se traicionó su ideología. Y alzaremos nuestro poder mundial, basado en los mercenarios que sólo entienden de oro. Y que serán bien pagados, con el dinero de todas las naciones vencidas...
Una profunda risa irónica, brotó de labios del comandante Syrio, al volverse desde el mirador y encarar a su compañero, el oficial de la Guardia Popular.
El capitán Zozak, por su parte, sonrió, contemplando el gran mapa mural donde se representaban detalladamente los países miembros de la Unión de Naciones Libres. Su mano descargó un golpe sobre' la zona más industrializada y rica de todas aquellas naciones.
—El primer ataque será aquí —sentenció—. Nuestra nueva arma les dejará tan sorprendidos en los primeros momentos, que lloverán otras hasta cubrir sus puntos estratégicos básicos. Y eso les obligará a la rendición incondicional inmediata..., o a la aniquilación de todos ellos.
—Deje de soñar ahora, capitán —le reprochó su superior con tono grave—. Y pensemos ahora en cosas más inmediatas y reales. Por ejemplo: el agente Skrag, o agente FZ-106, si lo prefiere.
—Sí, entiendo... Habló usted de un agente que se encargue de vigilar lo que sucede allá, e informarnos inmediatamente si hay otro aplazamiento..., o la ejecución.
—Eso es. Elija un agente de quien nadie sospeche. No quiero más fracasos. El fallo del plan en que trabajaban Skrag, Yuvlo y Zarox, nos ha costado un retraso considerable en la localización de ciertos sistemas estratégicos de defensa, así como en la destrucción de otros. Esas cosas no deben repetirse.
—Entiendo, señor. Elegiremos al mejor de nuestros agentes disponibles...
El comandante Syrio le detuvo con un gesto brusco, alzando su brazo, la mano extendida.
—Creo que yo tengo al agente ideal, capitán —dijo.
—¿Usted, señor? —pestañeó Kozak—. Recuerde que mi contacto personal con el Centro de Espionaje e Información puede proporcionarme más facilidad para...
—Para escoger un agente rutinario, lo sé —rió entre dientes el comandante—. Eso es, justamente, lo que no deseo. Nuestros enemigos son también muy inteligentes, no lo dude. Y ellos podrían estar esperando algo así por nuestra parte. Sí, capitán. Elegiremos a alguien que no es, propiamente dicho, un agente secreto, ni un espía, ni un saboteador. Nada de eso. Pero posee inteligencia, agudeza, decisión..., y, lo que es más importante, puede hacerse pasar por uno de nuestros enemigos fácilmente, ya que habla seis idiomas a la perfección y conoce los Países Libres perfectamente.
—¿Quién es esa persona, comandante? —se sorprendió el capitán Kozak, con sus ojos muy abiertos.
—Mi propia chica, capitán. La muchacha con quien vivo en la actualidad.
—¡Sonia Stravy! —balbuceó el capitán, atónito.
—Exacto —rió entre dientes el militar de oscuro uniforme—. Sonia Stravy... Yo la informaré de lo que esperamos de ella. Partirá para allá con una documentación perfectamente falsificada, como ciudadana de los Países Libres... Disponga todos los detalles para facilitar su viaje y llegada a territorio enemigo.
—Así lo haré sin pérdida de tiempo, señor. Pero quizá sea innecesario y, cuando ella alcance su punto de destino, Leo Skrag esté ya muerto.
—Tanto mejor —suspiró el comandante Syrio—. Pero aun así, prefiero que ella me informe de ,su muerte, para' estar seguro, totalmente seguro...
*
Sonia Stravy descendió de la aeronave, en el Cosmódromo Central de la gran urbe.
Naturalmente, sus documentos iban a un nombre y nacionalidad muy diferentes. Podía engañar a cualquiera, no sentía miedo de ser desenmascarada. Ese era un riesgo a correr en toda misión peligrosa en territorio enemigo. Pero Sonia poseía recursos suficientes para salvar situaciones muy difíciles, casi desesperadas.
Su sangre fría, su dominio de numerosos idiomas, con absoluta perfección, podían lograr milagros. Y ella esperaba que ahora, en estos momentos, no le fuese necesario nada de eso para salvar su misión. Bajo el falso nombre de Sigrid Elkman, confiaba en convencer a todos, sin dejar la más leve sombra de sospecha tras de sí.
Pasó sin problemas los controles del aeropuerto internacional. Eran muy rígidos ahora, a causa de la tensa situación mundial. En otros tiempos, resultaba sencillo y cómodo desplazarse por el mundo, sin pasaportes ni salvoconductos de ninguna clase, una vez salvadas las diferencias entre naciones, y casi inexistentes las fronteras entre países y hasta continentes.
Luego..., las cosas habían cambiado mucho.
Como en un regreso al pasado, los confiados Gobiernos y los alegres ciudadanos dejaron de ser los que eran. La mutua amenaza de los dos grandes grupos mundiales, lo alteró todo. Y ahora, no sólo los nuevos pasaportes eran precisos, sino que las tarjetas plásticas con perforaciones para su lectura en computadoras, emitidas en clave por cada Gobierno a sus respectivos súbditos, resultaban imprescindibles para la identificación personal de cada viajero.
Sonia Stravy, alias Sigrid Elkman, de los Estados del Norte, pasó sin problemas esos obstáculos burocráticos. Los servicios de espionaje y contraespionaje siempre sabían encontrar los medios de falsificar perfectamente la documentación ajena. Su tarjeta plástica dio positivo de identificación en las computadoras, y su pasaporte, sometido igualmente a la lectura electrónica, pareció tan legítimo como si ella jamás hubiera venido de los países del Frente de Revolución Mundial.
—Perfecto, señorita Elkman —dijo el funcionario de Aduanas y control de pasajeros—. Bien venida a nuestro país. ¿Turismo, quizá?
—Exacto —sonrió ella dulcemente, con la más ingenua y atractiva de sus expresiones en el bonito rostro enmarcado por la melena platinada—. Antes de que sea imposible viajar en paz, quiero aprovecharme y ver el mundo...
—Ojalá sus temores sean infundados, y todos podamos seguir viajando pacíficamente, señorita —suspiró el funcionario aduanero con el ceño fruncido—, Pero mucho me temo que no ande usted descaminada... Por favor, otro.
Y Sonia Stravy pasó la frontera de uno de los países libres del mundo, quizá el más importante y poderoso de todos ellos, en aquellos finales del siglo XX ya con el XXI a la vuelta misma de la esquina.
Sonrió para sí triunfalmente. Sus ojos color ámbar revelaron astucia y satisfacción. Los métodos de su íntimo amigo Syrio jamás fallaban. El Centro Secreto Estratégico sabía trabajar con totales garantías de éxito.
Un helitaxi la condujo a un céntrico hotel, situado precisamente de tal forma, que en sus últimas plantas era posible captar una vista magnífica de los alrededores de la gran urbe. Incluido el gris, macizo y triste edificio de las Prisiones Militares...
Sonia se acomodó con un suspiro de alivio en su nuevo alojamiento. No tenía que comunicar aún con el Centro Secreto Estratégico, pese a que llevaba consigo un emisor-receptor de radio de una frecuencia especial, que los detectores del país no podían captar. Además, solamente emitía pulsaciones en una variación complicada del Morse, que podían confundirse, en el peor de os casos, con parásitos de ondas, y que un receptor fidelísimo recogía en el Centro, pasando su traducción a una computadora especial, que suministraba el texto completo del mensaje, una vez descifrada la clave utilizada en la emisión. Al comandante Syrio no se le escapaba detalle en aquella gigantesca lucha de ingenio entre dos grandes núcleos de potencias, a punto de enfrentarse en campo abierto, con la guerra ya declarada.
Cambió Sonia sus ropas por otras más acordes con el país y el clima en que se hallaba, y bajó a comer al restaurante del hotel. Observó que no había demasiado turismo para la época del año en que se hallaban, y resultaba lógico, dada la situación mundial, de incertidumbre e inquietudes.
La hermosa turista recibía, como siempre, a su paso, miradas e incluso comentarios de admiración masculina, y alguna que otra ojeada de profunda envidia femenina, Ella, inalterable, como ajena a todo lo que su persona provocaba, se movía altanera, majestuosamente, sin inmutarse por nada de cuanto la rodeara.
La educación psíquica y física que el Centro proporcionaba a sus agentes, era total. Absoluto dominio de las emociones, control de los nervios, de la propia mente, equilibrio emocional, serenidad hasta en los peores momentos, y una ausencia total de emociones y de precipitadas decisiones en cualquier situación, por delicada que fuese. Así era Sonia Stravy. Así decían que era también el hombre condenado a morir en aquella prisión gris y maciza de las afueras, Leo Skrag.
Ella evocó mentalmente cuanto sabía sobre Leo Skrag. No le conocía personalmente, pero sí por fotografías, filmaciones y documentos estudiados en el Centro Secreto Estratégico, antes de partir para aquella misión.
Lo que recordaba de él era una perfecta imagen de Leo Skrag. La memoria y la retentiva, eran también sólidamente educadas y desarrolladas en los métodos de instrucción especial de los espías al servicio del Frente de Revolución Mundial.
Un hombre alto, enjuto, vigoroso, atléticamente perfecto, de viril apostura, guapo y enérgico, de cabellos castaños, rebeldes, de grises ojos de acero. De mente rápida, músculos poderosos y tremenda intuición. Así era Leo Skrag. Y así lo recordaba ella en estos momentos.
Era de lamentar que un hombre así muriese. Pero Sonia podía solamente sentir compasión por él como mujer. No como miembro del Centro Secreto Estratégico. No como ciudadana de su país. Leo Skrag ni siquiera era compatriota suyo. Solamente un idealista al servicio de una causa, de una ideología política que era la misma del comandante Syrio, de ella, de su patria, y de todo el Frente de Revolución Mundial.
Además, Leo Skrag tenía que morir. Ya no era útil a la causa. Había sido desenmascarado. Sus propios camaradas tuvieron que entregarlo a las autoridades locales, para poder evadirse ellos. En esta situación, Skrag era un estorbo. Incluso podía hablar demasiado, denunciar a otras personas que formaban parte de la célula de espionaje y sabotaje en los Estados Libres.
Sonia se había habituado a contemplar con indiferencia la muerte ajena. Y estaba segura que, del mismo modo, contemplaría la suya propia, cuando llegase, si tenía tiempo para ello. No sentía miedo de morir. No amaba particularmente su vida, salvo en lo que tuviera de entrega y utilidad a su causa. Eso también se lo habían enseñado en el Centro, a lo largo del proceso de reeducación del individuo, que formaba parte del programa del Estado. Sonia no lo olvidaba. No hubiera podido olvidarlo aunque quisiera. Una vida, cualquier vida, nada significaba ante el triunfo de la idea, de la política defendida, de la victoria final sobre los demás países e ideologías.
Había conectado la televisión de un modo casi automático. Emitían un programa musical, mucho más audaz y resplandeciente que los que acostumbraban a emitir en su país. Contrastaba aquella libertad y alarde de espectacularidad, con la sobriedad casi castrense de los programas de su país. Pero Sonia estaba perfectamente mentalizada para despreciar cosas así, y limitarse a contemplarlas como una prueba más de la decadencia social y moral de quienes iban a ser, no tardando mucho, sus enemigos en el campo de batalla.
Se interrumpió el programa musical para emitir un boletín de noticias. La pantalla estereoscópica de la SD-Visión, presentó a un locutor informando de los acontecimientos de última hora.
Sonia escuchaba indiferente, como lejana, hasta que se irguió, alerta, cuando el informador citó el nombre de Leo Skrag:
«Acabamos de recibir en estos momentos la noticia, señoras y señores, de que un enemigo de nuestro país, el agente extranjero Leo Skrag, condenado a muerte por espionaje y actos de sabotaje en favor del Frente de Revolución Mundial, se ha evadido de la penitenciaría militar, causando heridas de alguna consideración a dos de sus celadores, y siendo imposible a los guardianes armados hacer blanco en el fugitivo. Se le busca en estos momentos intensamente por toda la región, confiándose en que, muy en breve, el espía pueda ser capturado de nuevo, y vuelva a su celda, para, en este caso ser ejecutado ya sin pérdida de tiempo, y sin más aplazamientos generosos del cumplimiento de dicha sentencia, por parte de nuestras autoridades militares. Seguiremos informándoles en sucesivos boletines informativos. Entretanto, aquí tienen el rostro de Leo Skrag, junto con su descripción detallada, por si algún ciudadano, en el cumplimiento de su sagrado deber, puede ayudar a las autoridades, localizando o identificando al evadido.»
Y el rostro de Leo Skrag, viril, atractivo, duro y enérgico, apareció en la imagen en color y tres dimensiones de la estereovisión incrustada en el muro de la habitación del hotel.
Sonia Stravy contempló larga y silenciosamente, con su ceño fruncido y sus ambarinos ojos centelleantes, la efigie de aquel hombre.
De repente, supo que debía emitir con urgencia al Centro Secreto Estratégico de su país.
Y después, sin pérdida de tiempo, abandonó el hotel.
Tenía que encontrar a Leo Skrag. Era su misión en estos momentos.