SINOPSIS
Anne es una destacada abogada que acaba de pasar por un divorcio
traumático y lo que menos desea es iniciar una relación sentimental, solo salir y
distraerse con sus amigas. Y cuando la invitan a una despedida de soltera con
strippers piensa que es la oportunidad de dejar atrás su forzada abstinencia
sexual... Sus amigas planean una sorpresa solo que su vecino del 502 también... El
guapo Brent Daniels planea retomar la antigua aventura que comenzó poco
después de su divorcio.
Noches de éxtasis inolvidables que la harán desear regresar una y otra vez a
los brazos de su ardiente vecino, que por lejos el mejor amante que ha tenido en su
vida.
Esta vez Anne está dispuesta a dejarse seducir, sorprender y mucho más...
Londres - Covent Garden
Tenía los ojos vendados pero podía sentir su voz susurrarle al oído palabras
bellas y seductoras al tiempo que sus besos recorrían su cuerpo desnudo sin prisa
pero con mucha ceremonia…
Sus manos intentaron tocar ese pecho fuerte pero él se alejó riendo. Le
encantaba jugar a la gallinita ciega con ella, cubrir sus ojos, atar sus manos a la
cama y luego de torturarla con besos y húmedas caricias liberarla… Dejarla que
corriera por la habitación para buscarlo, para tener lo que más deseaba: el premio
mayor. Él Brent. Su guapo y ardiente vecino del quinientos dos. Con él había
conocido la palabra placer y había llegado lentamente al éxtasis… Estar juntos era
atreverse a todo, era ser otra mujer, despierta, ardiente y desesperada siempre por
más… Y ahora él no estaba por ninguna parte, pero podía sentir su olor, sus risas
y… Entonces oyó su voz:
—Tranquila doctora Stuart, pronto le daré su premio, lo desea usted, ¿no es
así?
Su voz se oyó casi histérica “oh, sí, lo quiero… Lo quiero todo, por favor”.
—Y lo tendrás muñeca…
Era el único hombre a quién permitía llamarla así, en realidad ella era su
muñeca y hacía con ella todo lo que quería, ese había sido siempre el problema.
Quería ser la única, quería ser mucho más que su muñeca encerrada que le daba
todo y él no había estado dispuesto a aceptar la exclusividad, no de su parte…
—Así preciosa, es todo tuyo… Ya tienes lo que querías, tu premio…
Anne gimió al sentir en sus labios su sabor. ¡Lo había atrapado! El juego
había comenzado y ahora…
Un sonido impertinente la despertó de tan delicioso sueño.
El teléfono. El odioso y horrible aparato sonaba insistente como una vieja
impertinente, loca y demandante y no estaba de humor para atender. Es que ella
odiaba atender el teléfono y lo odiaba mucho más cuando interrumpía sueños así
con su vecino del 502. Aturdida y desesperada reaccionó y abrió los ojos y buscó al
responsable de su mal humor… Allí estaba, tirado en el piso color crema, uno de
esos teléfonos chatos que se llevaban a todas partes y también se olvidaban…
Saltó de la cama con desgano, de un tiempo a esta parte todo había ido en
picada. Solo rezaba para que no fuera el abogado de su ex marido, pues había
decidido no ceder ni un ápice en nada: ese apartamento le pertenecía y no lo
vendería, que su ex buscara algún otro, tenía dinero y una furcia prendida a sus
pantalones el día entero. Su asistente… Debió desconfiar de esa rubia exuberante
tenía toda la pinta de una perra en celo… Su amiga Diana lo había mencionado en
una ocasión pero ella estaba distraída, siempre estaba distraída: el trabajo la
consumía entonces y ahora…
Se estiró para atrapar el bendito teléfono que no dejaba de sonar una y otra
vez, sonría hasta que fuera atendido: no daría tregua y sabía que había alguien que
hacía eso...
—Hola.
—Anne querida, ¿cómo estás?
Su madre por supuesto, era una mujer paciente, había pasado diez años de
novia con su padre hasta que este decidió que ya era hora de casarse. La misma
que le dijo “oh Annie, no te divorcies, ¿por qué no le das una oportunidad a tu
pobre marido? Está destrozado”.
Sí, destrozado, destrozada quedó ella cuando descubrió que ese hombre
ejemplar, inteligente, responsable había estado engañándola con esa rubia zorra.
—Estoy bien mamá. ¿Y tú, cómo estás, papá?—suspiró.
—Todos bien, gracias querida, pero ¿y tú Anne?—su madre usaba una
expresión casi trágica para preguntarle cómo estaba. Como si un divorcio fuera lo
pero que pudiera pasarle a una mujer.
—Yo estoy bien, muy bien—agregó.
—Me alegro Anne… Espero que no hayas olvidado el cumpleaños de tu
padre el sábado. Haremos una fiesta familiar muy bonita en Devon.
¡Qué bien! Le encantaban las fiestas familiares.
—¿Hasta cuándo te quedarás?—su madre se puso ansiosa.
—Solo hasta el domingo mami, tengo que trabajar, sabes.
—¿De veras? Oh... Claro. ¿Y cómo van las cosas en la firma?
—Bien…
Su madre siempre quería saber si salía con algún abogado o socio de la
firma. No, ninguno le agradaba, debía recordárselo cada vez que le preguntaba.
Luego de hablar con su madre la llamó su vieja amiga Diana.
—Anne, tengo un amigo que quiere conocerte, parece que le gustas.
Su amiga Diana era la más alegre y la más libertina del grupo de derecho.
Eran un grupo pequeño que seguían viéndose aunque todas siguieran caminos
diferentes, solo Diana, Alice y ella habían logrado el diploma, las otras: Clarise,
Rose y Eli abandonaron, se casaron, se divorciaron pero siguieron viéndose de vez
en cuando. Se preguntó qué planeaba Diana, ella no podía soportar que estuviera
tanto tiempo sin sexo, ni se explicaba cómo hacía para tener una vida de monja
casi…
—Diana, ¿qué estás tramando?—Anne se mostró desconfiada.
Sus amigas no perdían la costumbre de buscarle algún hombre para salir y
tener sexo. Sabían de su nula vida sexual, y se esforzaban por ayudarla a salir de
ese lamentable y penoso estado de abstinencia.
—Anímate Anne, es el hombre de tus sueños: alto, guapo y bien dotado, te
hará recordar viejos tiempos y te pondrá muy alegre.
Anne rió divertida.
—¿Y tú como sabes que está bien dotado?
—Oh bueno, es lo que dicen por allí… Se le nota Anne… Tengo bueno ojo
para eso, tú me conoces…Y aunque no sea guapo ni musculoso… He descubierto
que los menos agraciados, los de baja estatura y aspecto vulgar, esos que una no
miraría más de una vez… ¡Oh sorpresa!… —continuó Diana.
Más risas. Anne estaba encantada con los descubrimientos cuasi científicos
de su amiga siempre preocupada por salir con chicos “bien armados” aunque
según su propia experiencia, la mayoría de las veces eran tamaño “estándar” ni
muy chica ni nada que asombrara en cuanto a muy grande. A ella eso no le quitaba
el sueño para nada, su amiga Diana era algo obsesiva sí, con el tamaño y con todo
lo relacionado al sexo.
Sí, claro, la mirada de Diana sería una radiografía. Antes de presentarle a un
amigo lo estudiaría de arriba abajo… Se preguntó cómo lo hacía, los hombres
solían disimular bien sus partes íntimas, además ella ni muerta los habría mirado
“allí”.
—Además trabaja en la bolsa, es alto, guapo y muy agradable. No está
casado ni… Tal vez hasta quiera casarse contigo si le das un poco de tiempo.
—¿Trabaja en la bolsa? ¿Y por qué quiere conocerme? ¿No le habrás dicho
que tienes una amiga soltera que está desesperada por sexo verdad? ¡Diana, te
mato!
—Oh no, ¿cómo crees que le diría eso? Tranquilízate. Él te conoce, te vio en
una foto en el álbum de face que subí de nuestra última salida y le gustaste mucho.
Está solterito y te gustará. Es un rubio sexy, ojos grises…
—¿Rubio? No me gustan los rubios Diana, no son mi estilo, ni nórdicos ni
ingleses.
—¡Vamos Anne! Deja de ser tan exigente. ¿Qué hay de malo con los rubios?
Además hay rubios que son muy guapos y ardientes.
—No me gustan, no son mi tipo. Me agradan de cabello oscuro, ojos cafés,
ardientes y viriles. Y simpáticos, los rubios que me presentan siempre son tan fríos
y engreídos.
Su amiga rió tentada. ¡Es que Anne era tan complicada! Que no le
agradaban con barba, ni de cabello largo o poco aseados, tampoco los muy
delgados… Lanzó un suspiro, era la solterona del grupo y por eso tenía tan mal
carácter, lo que necesitaba Anne era sexo, sexo y más sexo para ver la vida de a
colores, como ella…
—Dices eso porque no saliste con Thomas Kent amiga, es rubio, hace diez
deportes distintos, superdotado y te aseguro que… La mete como ninguno.
Anne rió. Su amiga vivía de aventura en aventura y si decía eso no
exageraba, era muy sincera.
—Bueno, son gustos. Pero si es parecido a tu amigo Thomas lo pensaré. Me
vendría muy bien una aventurilla.
Anne Stuart lanzó un hondo suspiro. Meses de abstinencia sexual
empezaban a provocarle escozor, mal humor y mucho estrés. No había estado con
un hombre desde que tuvo esa aventura con el vecino del 502. Brent Daniels. Eso sí
que era un hombre con todas las letras… Y diablos, no dejaba de soñar con él, de
tener esos sueños eróticos que la hacían despertar húmeda y anhelante, y también
triste porque no eran más que fantasías, no eran reales. Pero sí habían sido muy
reales hacía tiempo…
Se sintió excitada de nuevo al recordar esos días locos cuando recién
separada aceptó tomar una copa con su vecino, a quién tenía visto desde que
estaba casada con Peter pero entonces no se le pasó por la cabeza serle infiel por
supuesto. Hasta que la separación y la rabia de descubrir que su marido se
acostaba con su secretaria hizo que se metería en la cama con su vecina. Y fue…
Simplemente maravilloso. Ella que pensaba que para irse a la cama debía
enamorarse y bla,bla, bla, con un par de copas para vencer esa recalcitrante y
arcaica moralidad inglesa Una aventura inolvidable, horas en la cama,
encerrados… La primera noche fue especial, fue un demonio, dios, nunca conoció
a un hombre así, tan ardiente, tan hombre… La forma de besarla, su voz, su olor,
todo la había embrujado pero luego… Mientras duró la aventura fue maravillosa
pero cuando sintió que empezaba a enamorarse decidió poner fin a sus encuentros
en su apartamento. Él era un modelo cotizado y tenía otras chicas que lo visitaban
y eso le dio asquito. Casi le hizo una escena de celos como si fuera su mujer o su
prometida y…
“Bueno muñeca, tú me gustas mucho pero no tengo en mente
comprometerme, adoro sentirme atado.” Le había dicho.
Ella se sintió furiosa, humillada y muy tonta.
—No quiero compromisos, solo ciertas reglas… Si sales conmigo, si hago
todo contigo quiero exclusividad—le había respondido acalorada.
Meses después entendió que un hombre como Brent no le daba exclusividad
a nadie.
—¿Qué pasa nena? ¿Salimos unas veces y quieres convertirme en tu marido
serio y formal? Lo siento pero no… No me interesan los compromisos de
exclusividad. Soy libre y salgo con quién me apetece.
Anne lo llamó cretino y estuvo a punto de darle una bofetada, semanas
durmiendo con su vecino, aprendido mucho más de sexo en ese tiempo que en
toda su vida sexual, pero diablos, no quería compartirlo. No porque quisiera
casarse con él, ni porque estuviera locamente enamorada. No estaba tan loca como
para enamorarse en tan poco tiempo ¿o sí? Lo que no le gustaba era saber que tenía
sexo con otras chicas y también con ella porque le daba asco. Mucho asco. Esa era
la palabra y se lo dijo.
—Hoy día, las enfermedades, las pestes que te pillas al hacerlo con gente
promiscua… Pues hay que ser cuidadoso.
Él se sintió agraviado, no tomó la cosa a broma.
—¿Y tú crees que me voy a la cama con cualquier chica? Pues te equivocas,
soy selectivo y no son desconocidas para mí. Sé bien quiénes son y además uso
condón. Me cuido nena.
Sí, lo sabía, pero a esa altura la pelea era inminente.
—Son excusas, me quieres para ti porque estás pasando un mal momento
preciosa, acabas de separarte y necesitas un novio, un compañero pero yo no
quiero una relación exclusiva con nadie, entiendes. Si aceptas mis reglas…
¡Mierda! Ella tenía sus reglas, ningún hombre volvería a imponerle las
suyas. En realidad ningún hombre le había impuesto nada. Cuando conoció a Peter
salieron, se enamoraron, en el medio se fueron a la cama y entonces era
maravilloso: tierno y muy romántico. Ella salía de su primer novio formal y
cuando se aburrió lo dejó, y cuando se le antojó casarse lo hizo con Peter. Él lo
aceptó con mucha naturalidad y hasta cuando dijo “quiero un bebé” se puso en
campaña para dárselo…
Dos años después de su último deseo, se vio divorciada y sin el bebé que
tanto quería. Ahora con treinta y dos años y un divorcio sangriento a cuestas no
iba a aceptar una relación abierta con ese hombre promiscuo.
Su respuesta fue “¡vete al infierno Brent!” A lo que su amiga Diana
respondió: “fuiste una tonta, debiste quedarte con tu vecino, te tenía muy contenta
ese Brent, se ve que era muy bueno en la cama…”
A lo que ella había respondido:
—Ni loca soportaría ser una más, si no soy la única puede irse al infierno. Ni
que fuera el único hombre de la tierra.
Brent se lo tomó con mucha filosofía que lo mandara al demonio, y regresó
a su alegre vida de soltero de siempre, todos los días con una chica distinta. Claro
no… Eso no era ser promiscuo.
Pero demonios, que había disfrutado más esas semanas encamándose con
Brent que los seis años que estuvo casada con Peter Byron y con su anterior novio
que sabía menos que su marido. Al comienzo fue bueno el sexo pero con los
años… Terminaron convirtiéndose en dos viejos amigos, y lentamente se alejaron y
cuando descubrió que se acostaba con su secretaria pensó que al parecer era ella el
problema. Ya no la deseaba ni la encontraba atractiva.
—¿Anne, me oyes?—la voz de Diana la volvió al presente.
—Sí, perdona.
—Hoy a las nueve, en el restaurant de Piccadilly Circus, anota la dirección…
Otra cita a ciegas.
—Diana ¿y por qué crees que me gustará?
—Inténtalo amiga, vamos, necesitas salir, distraerte. Anímate boba, nada
mejor que encamarse con un extraño para olvidar a tu ex y comenzar algo… Le
gustas mucho y tal vez… Te lo pases muy bien Anne.
Aceptó el reto.
Necesitaba sexo, llevaba meses sin dormir con un hombre y esa carencia se
había convertido en un malhumor constante. A pesar de que salía con amigas y
también tenía citas con desconocidos no se sentía tentada para irse a la cama con
ninguno. Era muy especial, tenía demasiados peros: si no huele bien, si no me
agrada, si me besa y no me excita… Y no podía irse a la cama en la primera cita, ni
con un par de tragos.
Fue a trabajar al estudio de abogados como todos los días mientras pensaba
que le haría bien tirar la toalla y animarse. Tenía treinta y dos años, estaba crecidita
como para estar esperando a su príncipe azul. Solo que… A veces era algo
exquisita.
No le gustaban rubios.
No le gustaban gordos.
No le gustaban los feos.
Y mucho menos los que bebían, ingerían sustancias, u olían mal. Eso era lo
primero. Un hombre desaseado, barbudo o con aspecto de abandono la
desencantaba al instante. Ni hippies ni excéntricos, quería un hombre que cuidara
su aspecto físico en todos los sentidos.
El olor en un hombre era vital, que le atrajera su olor, que fuera un hombre
pulcro y atento, de conversación atenta…
Bla, bla, se oía a solterona buscando marido en una agencia matrimonial.
Ese era su problema. Demasiadas exigencias, demasiados peros.
O tal vez después de esa loca aventura con su vecino modelo ningún
hombre colmaba sus expectativas.
Es que no la erotizaba irse a la cama con un desconocido. Y mientras sus
amigas se iban a la cama con mucho más facilidad ella se regresaba a su casa sin
sexo, siempre era así…
Bueno, podía intentarlo. Tal vez después del segundo whisky confundiera
al desconocido con un hombre tan arrebatadoramente guapo que se dijera a sí
misma “ahora o nunca, nunca volverás a verlo y, lo más importante; dejarás de
sufrir esta horrible abstinencia”.
Bueno, tienes un hombre de la bolsa que quiere conocerte. Que vio tu foto
en la web y le gustaste…
Con esos pensamientos se sintió súbitamente animada y al regresar a su
apartamento pensó que debía usar algo sexy.
¿Dónde estaba su lencería más atrevida? Y un vestido justo que enseñara
sus curvas.
Rayos, estaba temblando imaginando que esa noche lo conseguiría. Era una
especie de presentimiento.
Miró el reloj de la cocina, las nueve, se le hacía tarde, debía apurarse.
Se miró en el espejo y de pronto no le gustó nada: ni el vestido, ni el
maquillaje. ¡Mierda! Pensará que estoy desesperada por un poco de sexo o que soy
una meretriz en busca de un cliente…
Corrió a lavarse la cara y a quitarse el vestido ese rojo de mal humor. Mejor
usar algo más discreto, era una abogada y tal vez ese hombre ni siquiera llegara a
gustarle ni deseara tener sexo con él.
Era algo lenta para todo eso, lo reconocía, y solo había tenido tres hombres,
el primero que le duró como cuatro años en sus años adolescentes, luego Peter con
quién se casó y su vecino Brent, el mejor de todos y quién menos le duró. ¡Qué
pena! ¿Dónde estaría él ahora? De viaje, disfrutando de las fiestas, desfiles,
durmiendo todas las noches con una chica distinta.
Suspiró y buscó sus aros de plata, el perfume y… Debía olvidarse de Brent,
se había jurado no volver a mirarle la cara y por supuesto no dormiría con él.
El vestido largo era muy elegante, discreto. Una solera azul con flores
blancas grandes, escote en forma de sostén, era algo atrevido sí pero… Bueno,
tampoco iría de monja a una fiesta en casa de su amiga más alocada.
Media hora después llegó en su Audi azul a un restaurant de Piccadilly
Circus muy concurrido. Una nueva cita a ciegas para encontrar pareja y poder
salir, tener sexo… Divertirse. Lo necesitaba…
Al entrar vio un mundo de gente y buscó la mesa ubicada en el extremo con
la rosa roja. Allí estaba el caballero de la bolsa: rubio, atlético y superdotado… Se
preguntó qué broma le había hecho Diana ese día. Porque no era rubio sino de
cabello oscuro y jamás habría creído que se trataba de un empleado de la bolsa de
valores porque parecía un músico, un director de cine o uno de esos artistas
bohemios de melena crecida y barba… Diana, ¿qué broma era esa?
—Hola… ¿Tú eres Anne?—el desconocido le habló. Parecía agradable, en
realidad no parecía desaseado pero…
Una nueva cita a ciegas que fracasaría, lo intuía.
Se esmeró por ser simpática, no podía cometer la descortesía de marcharse.
Lo único que fue irresistible esa noche fue el plato de carne y patatas y el postre
helado. La conversación se volvió insignificante. Languideció de forma penosa y se
sintió mal pero ese joven no le gustaba nada. Pero si Diana sabía que no le
gustaban ni de cabello largo ni barbudos, ¿por qué entonces…?
Pues sería la última vez que iría a una cita a ciegas, si quería salir con
alguien “ella buscaría algún candidato” pensaba frustrada mientras regresaba a su
apartamento del Covent Garden ese día.
Su móvil sonó entonces “hola Anne, ¿qué te pareció Mark?” quiso saber
Diana.
—El hombre más aburrido y menos sexy que conocí en mi vida.
—Oh, ¿de veras? Pero… Está loco por ti, le gustas mucho Anne, no lo dejes
escapar, no hasta que puedas tener algo de sexo, lo necesitas.
Anne buscó las llaves y abrió la puerta de entrada.
—No tendré sexo con ese barbudo, vamos, no me agradan con barbas.
Diana, me pregunto si esto no será una broma tuya…
Su vieja amiga rió divertida.
—Oh vamos, ¿es que ninguno te gusta Anne, y qué tiene de malo que sean
un poco así peludos? ¿No has oído que los peludos son los hombres más sensuales
de todos?
—¿Así? Pues no, jamás oí algo semejante.
—¡Claro que no boba si es que me lo acabo de inventar!
—Por supuesto…
Anne rió, Diana era incorregible.
—Eres un caso Anne, nada te viene bien, es que eres muy exigente, que este
no porque es peludo, este no porque no tiene pelo, que si es muy flaco o si no es
higiénico… Tú no me dejas ayudarte amiga, de veras que no.
************
Al día siguiente despertó cansada y con dolor de cabeza por la carne asada
y la cerveza que se tomó cuando llegó a su casa. Ya no lamentaba lo de la cita a
ciegas.
Bueno, pero ya habría otras oportunidades. Sus amigas no dejaban de
buscarle un candidato. Tal vez el día menos pensado… Sabía que estaban
planeando una fiesta muy especial, Alice su amiga pelirroja le había contado algo.
Salir todas juntas, ir a una fiesta y quién sabe…
Eran las ocho, hora de ir de desayunar, ir al trabajo y distraerse un poco.
Se dio un baño diciéndose a sí misma que su suerte cambiaría. Se arregló y
pintó los labios, los ojos cafés y cepilló su cabello oscuro y brillante. No era
hermosa ni mucho menos, pero tenía bonitos ojos color miel, dulces y femeninos (o
eso decían su amigos) y tenía las curvas de latina sexy, a pesar de ser inglesa hasta
la médula la creían italiana, española o colombiana. Y los ingleses adoraban a las
latinas porque tenían fama de ser muy buenas en la cama, cariñosas y listas para
casarse y tener media docena de niños… Algo que ella no habría hecho ni loca,
pero era un buen anzuelo… Un señuelo para atrapar a algún tonto inglés que
quisiera follarla sin parar durante horas, días, meses…
Tal vez su suerte mejoraría si comenzaba a dejar de verse como la eficiente y
gruñona abogada, y ser solo una mujer bonita y sexy.
En ocasiones tardaba horas en escoger la ropa para ponerse pero ese día, sin
saber por qué, escogió un traje formal de saco, blusa blanca algo transparente y
falda corta, negro y blanco y aretes de plata en sus orejas y una cadenita que
resaltaba un cuello esbelto. Perfume y tacos altos, porque le gustaba parecer más
alta y lucir mejor sus piernas.
Tomó el bolso con sus pertenencias, las llaves del auto y abandonaba el piso
cuando vio a Brent Daniel. No podía creerlo. Había regresado, mucho más guapo
que antes y con un tono de bronceado que debía ser de alguna playa española.
Alto, guapo y de jeans, suspiró al verlo. Estaba allí, en el edificio y a juzgar por su
mirada él tampoco la había olvidado…
—Hola preciosa, ¿cómo estás?—dijo él y se acercó para rozar sus labios.
Alto, guapo y de cabello oscuro cubriendo su cuello y unos ojos casi negros
de mirar intenso: un gitano, un español, o uno de esos italianos lascivos que
aparecían a veces en su trabajo. Pero Brent era tan inglés como ella, y trabajaba de
modelo publicitario de una importante agencia y protagonizaba campañas de ropa
masculina, ropa interior y… Era tan guapo que quitaba el aliento… Un buen
ejemplar de macho alfa: un metro noventa de puro músculo, virilidad, y con un
encanto de latin lover irresistible. Y de buena gana le habría sacado alguna cría…
Diablos, ¿por qué pensaba esas cosas?
—Hola Brent… Volviste.
—Sí, volví hace unos días. Estuve de viaje por Grecia, Estados Unidos, creo
que no volveré a subir un avión por un buen tiempo. Lo he pasado fatal…
—Oh, de veras, ¿qué te pasó?
—Viajar en avión muñeca, eso… Me liquida. Hace que mi estómago
desaparezca y me sienta enfermo. No disfruto los viajes, voy de un sitio a otro…
Pero háblame de ti: ¿irás al trabajo o tendrás una cita?
Ella se sonrojó al sentir su mirada recorrer su cuerpo con deseo.
—Por favor, ¡qué anticuado eres! Hoy he decidido vestirme de gata sexy,
¿crees que una abogada no puede ser un poco coqueta a veces?—se quejó.
—Por supuesto, pero tú no necesitas vestirte de chica sexy, lo eres…—dijo y
le dio un beso fugaz que la hizo temblar de cabo a rabo como reza el refrán. Como
si tuviera quince años y fuera su primer beso…
Y al notar que respondía a su beso tomó sus labios y los abrió con su
inmensa lengua. Oh, era el cielo…
Se estremeció al recordar las feroces embestidas de su miembro inmenso
que estaba horas en ella haciéndola estallar una y otra vez.
Pero él salía con otras chicas ahora, no dejaban de buscarlo mujeres, no era
buena idea regresar con él.
Y sin saber ni cómo lo apartó despacio.
—Gracias por el beso pero tengo que ir a trabajar Brent.
Él miró sus labios, su escote y todo lo demás con deseo. La deseaba, no lo
había olvidado. Respetó su decisión de terminar pero allí estaba, haciéndola sentir
que todavía le gustaba y mucho.
—No te vayas muñeca italiana, ven aquí…
—¿Muñeca italiana?
—Sí, pareces una italiana Anne, por eso me gustas tanto…
Ella sonrió ante el cumplido y quiso irse pero sintió que él la atrapaba por
detrás empujando su trasero contra su miembro al que sintió duro y despierto.
Oh… tuvo la sensación de que hacía mil años que no la tomaba así, mil años sin
sexo y solo habían sido unos meses. Seis…
—Brent, no puedo, tengo que irme a trabajar. De veras. Otro día tal vez…—
dijo.
Ella misma dudaba al decir esas palabras. De pronto sintió que le falta el
aire, su cuerpo extrañaba tanto el sexo que se sentía enferma, el sexo con Brent…
Sus ojos castaños sonrieron juguetones sin soltarla.
—No te dejaré ir esta vez preciosa, ven a mi apartamento… Como en los
viejos tiempos… Por favor.
Anne dijo que no, o al menos intentó negarse pero sus labios se abrieron y
se sintió tan excitada que fue como si todo girara a su alrededor. Como en los
viejos tiempos… Semanas encerrados haciendo el amor sin parar, semanas
aprendiendo a darle placer mientras él le provocaba orgasmos múltiples, en
cadena. De pronto se sintió en la gloria, y tuvo la sensación de que no había
conocido a un hombre tan sensual en toda su vida. Y había venido varios antes de
conocerlo pero ninguno como él y lo sabía.
—Ven… Te mueres por venir y yo porque vengas a mi cama ahora—le
susurró.
Ana se sonrojó y se sintió una tonta, ese vecino suyo empezaba a calentarla
y no eran ni las nueve, maldición. No estaba pasando por un buen momento, eso le
dijo un terapeuta y debía superar su separación y no involucrarse afectivamente
con su vecino. Lo sabía.
Pero sus manos estaban en su cintura y atrapaban sus pechos por detrás.
Suspiró y se sintió débil y mareada, y de repente sintió que la jalaban, que esas
manos recorrían su cuerpo trasmitiéndole calor y deseo. “Anne, vamos a mi
apartamento, te follaré hasta que olvides tu nombre, te volveré tan loca… Quiero
devorar ese maravilloso rincón de placer” le susurró al oído.
“No, no puedo, llegaré tarde al trabajo” dijo ella sin convicción sintiendo
cómo la recorría el deseo como un torrente. Mierda, tenía follar, follar y follar o se
volvería loca. Maldita sea, nunca había estado tanto tiempo sin sexo. Y al sentir que
sus manos atrapaban sus pechos redondos y sus nalgas, y le robaba un beso salvaje
empujándola con suavidad hacia su polla erecta tembló. Sí, lo deseaba, lo deseaba
tanto.
—Brent—farfulló y sus manos levantaron su falda y se metieron en sus
bragas para palpar su vagina que ardía como el infierno y comenzaba a
humedecerse lentamente. Sí, respondía a él como en los viejos tiempos, no podía
evitarlo.
—Ay Dios mío, qué delicioso es…—dijo y no pudo resistirse y minutos
después entraba en su apartamento sin dejar de besarla y empujarla a su comedor.
Su mirada oscura la hipnotizó. Sexo mañanero, sexo ardiente y rápido… Se
oía delicioso, irresistible…
Cuando la puerta se cerró, su chaqueta y su blusa volaron por él piso, sus
tacones y el resto de su cordura. Oh, el sexo que tanto había extrañado no podía
creer su día de suerte. Y él también se moría por hacerlo y la desvistió y se
desvistió con prisa mientras se besaban y tocaban despacio como dos jovenzuelos
tontos.
Ella tembló al ver esa inmensa verga rosada y dura, que pedía a gritos ser
besada y sin dudarlo se arrodilló para devorarla toda mientras sus manos se
abrazaban a él y su boca succionaba esa enormidad.
—Para ya, no quiero que termine tan rápido—se quejó él.
Y de pronto la jaló hacia atrás para poder responderle y tenderla en la
alfombra. No necesitaban más que eso.
Rodaron por la alfombra, besos, caricias y su boca en su sexo que ardía
desesperado, y la suya en miembro erecto, duro como roca. Delicioso, suave,
inmenso gimió al sentir esa lengua feroz y tibia en los pliegues de su sexo de un
lado a otro, arriba abajo, sus lamidas eran tan voraces como las suyas pero él no
quería hacerlo tan pronto… Engulló su polla con tal desesperación que casi se la
habría tragado. Oh, sí estaba loca de veras.
—Me calientas demasiado preciosa, ven aquí… dije que iba a follarte sin
parar y lo haré—dijo y la llevó a la cama donde separó sus piernas para follarla
como un demonio sin parar, arrancándole gemidos de placer en poco tiempo.
—¡Oh, eres una bestia!—dijo ella al observar deleitada cómo hundía su
enorme polla en su pequeño monte. Sí, la tenía como de veinte, no sabía ni cómo,
supuso que porque no la usaba mucho… Y la de él debía medir dieciocho o más y
era gruesa, era la mejor que había conocido en su vida. Nada se comparaba con ese
súper hombre, nada ni nadie…
Y sabía cuánto le gustaba a él que fuera así.
—Hermosa, eres tan apretada, ni una monja la podría tener mejor…—dijo.
Ella rió divertida por la comparación.
—Por favor, no digas eso, que no tengo nada de monja querido—dijo y
gimió al sentir que se hundía por completo en su coño, tanto que casi le provocaba
una molestia.
—Espera, espera… Ve más despacio, hace meses que no tengo sexo con
nadie y…
Él sonrió y la besó apasionado.
—¿De veras? Te guardabas para tu vecino eh?
Anne sintió deseos de darle una bofetada.
—Claro que no… Es que no había nada que me apeteciera comer querido—
le respondió.
Brent rió divertido.
—¿Y qué pasa con esos abogados? Son todos ciegos o gays?
—Ninguno que valga la pena…—volvió a quejarse al sentir que esa
inmensidad estiraba su vagina como chicle y se hundía por completo.
Le llevó un tiempo adaptarse a esa invasión tan profunda pero lo disfrutó,
lo disfrutó, porque cada embestida liberaba sus nervios, su rabia y frustración,
haciendo que desapareciera la bruja que se peleaba con todos sus subalternos y
regresara la mujer ardiente y satisfecha como una gata en una orgía nocturna de
gatos…
—Voy a hacerlo, no puedo más…
—No, aguarda, ponte un condón. ¿Dónde tienes un condón?—Anne podía
ser una gata en celo pero todavía le quedaba cerebro.
—¿Y crees que me pondré un condón ahora, mujer? Imagino que tú usarás
algo para cuidarte.
—No, no uso nada, hace meses que me separé y no estuve con nadie.
Él sonrió.
—Bueno, creo que deberás empezar a cuidarte preciosa porque voy a
hacerlo ahora y no será una sola vez. Prometí que te haría olvidar quién eras y lo
haré…
Los labios de Anne se abrieron para protestar. No podían hacerlo así. Pero
diablos, su cuerpo le decía otra cosa y pronto sintió que estallaba, que no podía
parar y que un placer intenso la dejaba sin aire al ritmo de sus embestidas, su
placer y luego sintió que la mojaba, la mojaba tanto como solo él sabía hacerlo.
—Y esto es solo el principio abogada, veremos qué queda de ti cuando
termine…
Ella suspiró exhausta.
—Ni lo sueñes, debo irme… O mejor dicho debo regresar a mi apartamento
a cambiarme, no puedo llegar con la falda hecha un ovillo—dijo.
No la dejó escapar, y cuando intentó abandonar la cama sujetó sus piernas y
comenzó a besarlas.
—Ven aquí preciosa, no te irás… Y creo que deberás avisar que hoy no irás a
trabajar…—dijo y luego de besar sus piernas atrapó su perla escondida y su lengua
se deslizó hacia atrás muy despacio.
Gimió al sentir que la tendía de espalda. Sí, hacía años que no tenía un buen
sexo así de completo. Todo. Quería hacerlo todo con su lujurioso vecino.
Sintió que introducía un dedo para medir su excitación, sin dejar de llenarla
de caricias. Sintió que se humedecía toda, que su cuerpo era fuego y que un
instinto salvaje la impulsaba a tener sexo y más sexo y que él sentía lo mismo. Su
cuerpo también ardía y sintió que su corazón palpitaba. Ese pecho inmenso,
atlético y ese maravilloso miembro viril rosado e inmenso que aguardaba por más
caricias, impaciente. Sí, lo haría, acabaría lo que había empezado…
Se escabulló y terminó arrodillada sintiendo el sabor de su placer en sus
lengua, excitándola, alentándola a seguir sabiendo que lo hacía bien, muy bien…
era como en su fantasía, como el sexo que solo había tenido en soledad, era
magnífico…
—Así nena, eres estupenda… Eres toda una mujer preciosa… —dijo él
sujetando su cabeza para introducir un poco más su miembro en su boca y follarla
despacio, con mucha suavidad… Ella se aferró a su pelvis y a sus nalgas para hacer
más fuerte la succión. Sí, iba a devorarlo, a enloquecerlo, a darle el mejor sexo oral
de su vida. Al diablo el trabajo, llevaba una vida entera trabajando y mucho menos
viviendo momentos tan placenteros como ese…
Él la miró fascinado, y de pronto sintió que se corría en sus labios y le daba
todo lo que deseaba todo… Y su sabor era suave, espeso y suave, sabía a
melocotón, algo dulce…
Y la tercera… La tercera terminó entre sus nalgas, apretado y temblando,
una y otra vez las embestidas fueron cada vez más salvajes, como esos besos que le
quitaban el aliento para llenarla de nuevo sin detenerse, sin dejar de rozarla y
hundir su verga enorme por completo en su trasero apretado. Disfrutando como
un demonio mientras la mojaba y disfrutando como una diabla ella al ser mojada
por su placer pegajoso y dulzón.
Sabía que estaba mal, que no debía estar en esa cama pero no hubo demonio
que la sacara de allí, estuvo toda la mañana follando sin parar, dando y recibiendo
placer hasta que realmente olvidó su nombre y quién era.
Era el mejor amante, no tenía dudas, no había otro como él pero no podía
quedarse ni repetir la hazaña. No era prudente ni conveniente. Temía enamorarse
o volverse adicta. Ya había ocurrido en el pasado y la relación se volvió tan
obsesiva que…
Su celular sonó entonces, su jefe la necesitaba con urgencia, el inglés había
ido expresamente por un asunto delicado y ella debía pelear su caso.
Bueno, era su trabajo no podía negarse.
Él le dirigió una mirada pícara mientras se vestía.
—Quédate un poco más Anne, deja ese trabajo esclavizante.
Ella se miró en el espejo mientras se calzaba los tacones altos.
—No puedo Brent, me encantaría quedarme contigo pero hubo un
problema y… Debo ir. No sé ni cómo, arrastrándome supongo.
Brent la detuvo cuando llegaba a la puerta.
—Mira Anne, está loco por ti y quiere hacerlo de nuevo—dijo señalando su
miembro inmenso.
Ella sonrió al ver que listo para el combate. Se sintió tentada de darle unas
lamidas pero tenía prisa.
—Otro día tal vez… Ahora no puedo Brent, de veras.
—Estás muy estresada preciosa, siempre te estresas, te exiges demasiado.
—Sí, tal vez… Pero me pagan bien por eso, de lo contrario… Debo irme
Brent… Hasta otro día.
Él la atajó y la besó, no quería dejarla ir.
—¿Por qué me dejaste, preciosa? Estaba loco por ti ¿sabías?
Esas palabras la sorprendieron y luego la marearon un poco.
—Vamos Brent, pasó hace mucho. Imagino que no me guardarás rencor por
eso. Además tú sabes por qué terminamos.
Él la miró con fijeza.
—Porque te estabas enamorando de mí.
Anne sonrió.
—Tú sabes por qué terminamos guapo, además, no éramos una pareja
formal, solo salíamos y tú tenías a esa rubia que iba a verte a tu apartamento.
—Pero tú eras especial para mí, una verdadera mujer no solo en la cama.
Además yo te enseñé todo lo que sabes.
Anne sabía que tenía razón, con él se había atrevido a tener sexo oral
completo, y otras variantes sexuales que con su marido nunca… Es que no era un
hombre sexual, debía ser el único hombre que no le interesaba demasiado el sexo.
Poco y nada. Una vez a la semana era un paraíso, una vez al mes lo más común.
—Sí, es verdad, tú me enseñaste todo pero eres un chico pícaro que le
gustan mucho las chicas modelos y rubias. Y… Ahora tengo prisa guapo, de
veras… Otro día vendré, lo prometo y haremos otras cosas...—dijo y acarició su
polla para consolarlo. Lo rozó despacio y luego le dio un beso fugaz de
agradecimiento en los labios.
—Anne, ¿cuánto hacía que no tenías sexo?—dijo Brent intrigado.
Ella rió tentada.
—Mucho tiempo Brent, demasiado…
—¿Y no has salido con nadie luego de que dejamos?
—No… Es que soy algo histérica: si no me gusta, no me atrae y no huele
bien…
Brent le robó un beso mientras atrapaba su coño y lo apretaba con suavidad.
—Oh déjame Brent. Otro día… Vendré.
Él la miró serio:
—¿Lo harás preciosa, lo prometes?
—Sí, lo prometo. Pero si quieres acostarte conmigo deberás calzarte un
condón y dejar a las otras chicas. Si me quieres en tu cama de exclusiva exijo ser la
única, así que mejor te lo piensas cariño porque a ti te chiflan las Barbie rubias, te
conozco bien.
—No tengo nada que pensar Anne, hace tiempo que te quiero en mi cama, y
fuiste tú que no quisiste. Me abandonaste—parecía ofendido.
Ella se puso seria.
—Es que no estaba preparada para una relación Brent, acababa de
divorciarme y cuando descubrí que salías con otras no me sentí muy cómoda. No
soy tonta, te conozco. Te gustan mucho las mujeres, demasiado y nunca te he
conocido una novia por ejemplo.
—Bueno, es que no me duran preciosa, me aburro o se aburren.
—Se aburren de los cuernos Brent, eso debe ser.
—Está bien, acepto. Acepto estar a prueba. No tengo otra ahora, solo a ti.
Ella lo miró algo desconfiada. ¿Sería verdad?
Para sellar el trato de salir y probar, él la envolvió entre sus brazos en un
rápido gesto para besarla. Pero no quería solo un beso, y levantando su falda
introdujo su miembro en su vagina.
—¿Qué haces? De nuevo no por favor, debo irme.
Él sonrió.
—Es para sellar el pacto, preciosa. Mi socio tomará tu palabra y también
prometerá follarte solo a ti…
Oh, vaya forma de hacerlo, Brent era insaciable. La llevó hasta la mesada de
la cocina para rozarla un poco más.
—Para que vayas al trabajo con un recuerdo mío y sientas que estuve allí,
mojándote las bragas preciosa—dijo y la besó.
Habría protestado pero le pareció tan excitante que lo aceptó y gritó de
placer al sentir que lo hacía de nuevo, que la llenaba toda con su simiente, era un
semental, ese hombre era un súper macho. No entendía ni cómo podía hacerlo
tantas veces seguidas… ella estaba más que satisfecha y exhausta cayó hacia atrás
incapaz de moverse. Y no sabía ni cómo haría para presentarse en el trabajo.
**********
Se vieron después de pasar el fin de semana en Devon, en casa de sus
padres. No podía perderse su cumpleaños. Sin embargo el domingo le atacó la
ansiedad, luego de recorrer la playa y conversar con todos sus parientes se sintió
inquieta y pensó en Brent suspirando al recordar su aventura. Ahora entendía por
qué no había podido dormir con otro hombre… Después de haber estado con un
amante tan maravilloso… Diablos, no quería a nadie más. Como cuando salían
tuvo miedo de enamorarse. No debía hacerlo. Pero esas cosas no podían evitarse…
Y se marchó antes de lo acordado con la excusa de que deseaba evitar el
tránsito en las carreteras.
“Llámame cuando regreses muñeca” le había susurrado el sábado. Y lo
hizo. Nada más llegar, corrió a darse un baño y lo llamó, todavía envuelta en una
toalla.
—Sube preciosa, hace horas que te espero…—dijo él.
Fue oír esas palabras y su cuerpo respondió con un temblor. Se moría por
estar con él, no quería a otro hombre. Pero antes tomaría la pastilla, por más que
fantaseara con tener un hijo no lo tendría de esa forma.
Anne lo invitó a cenar el viernes. Llevaba un vestido corto y lencería nueva
de encaje, medias negras de seda, parecía una golfa sí, y la excitaba sentirse así.
Él le entregó un ramo de flores blancas, rosas y fresias y la besó.
—Hola Anne, estás hermosa…
—Gracias por las flores Brent, son preciosas, me encantan…
—Ah, y también traje un vino tinto francés.
—Oh pero es de Chateaubriand, te habrá salido…
—NO… No me salió nada, me lo regalaron y lo guardaba para una ocasión
especial.
Sonrió, y puso el vino sobre la mesa, con un mantel blanco, platos blancos
de fina porcelana, copas de cristal… Todo pertenecía a su antiguo bazar de novia,
él no había querido quedarse con nada de la casa y ella pensó que no podía
deshacerse de todo solo porque su matrimonio hubiera fracasado.
—Estás preciosa abogada…—dijo él de pronto y la besó.
Nada más besarla sintió que su corazón palpitaba y se humedecía por
completo, luego sus manos en sus nalgas mientras su lengua devoraba su boca…
Besos y caricias y terminaron en la cama olvidando que la cena estaba servida.
—Primero voy a devorarte abogada, ya verás…—dijo él y levantó su falda
para llegar a sus bragas.
—Oh Brent…—dijo y lanzó un grito al sentir esa lengua atrapar sus pliegues
hasta rodear la perla del placer. Sabía cómo hacerlo y lo hacía tan bien… Ver cómo
la devoraba también la excitaba y comenzó a desnudarse con prisa. Pero él no
quería abandonar su vientre y la enloqueció con feroces lamidas, sabía que podía
estar horas haciéndolo, llevándola al éxtasis una y otra vez y quiso detenerlo, pero
él sujetó sus manos y la devoró un poco más, excitado y desesperado como si no lo
hubiera hecho en años. Lo haría hasta saciarse.
Y al oír sus protestas, Brent se detuvo y sonrió. Sabía lo que quería y como si
leyera sus pensamientos se desnudó de prisa y liberó a su inmenso miembro que
anhelaba caricias. Era perfecto, era magnífico… Sintió que todo su cuerpo le
gritaba “ve por él, ve por tu premio, es todo tuyo…” Húmeda y desesperada se
arrodilló para envolverlo con suaves besos y lamidas una y otra vez, muy despacio
pero sin darle tregua.
—Así nena, eres maravillosa… Preciosa…
Brent acarició su cabello despacio sin dejar de mirarla, haciéndole
comprender que lo estaba haciendo bien, muy bien…
Oh, quería devorarlo, devorar su miembro por completo pero se conformó
con presionar y succionarlo con fuerza, sabía que eso lo enloquecía, lo sabía. Y por
eso lo hacía… La excitaba ver cómo perdía la cabeza y gemía desesperado,
suplicándole…
Brent la miraba con mucha atención, acariciando su cabeza y besándola,
gimiendo desesperado al sentir que lo chupaba como su dulce favorito, siempre
devorándolo un poco más. Pero él sabía controlar su placer, y resistió cuanto pudo
hasta que ella se dignó soltarlo.
Y sujetándola la besó, la besó de nuevo y atrapó sus pechos, succionándolos
por turno al tiempo que se hundía en su vientre apretado casi virginal. Era
magnífico, follarla era el paraíso, nunca antes había disfrutado tanto del sexo como
cuando logró llevarse a la cama a su vecina abogada ni como ahora, meses
después… Se había convertido en una verdadera hembra ardiente, no fingía, el
fuego salía de su cuerpo, de sus entrañas y lo apretaba, apretaba su verga para
darle más placer, para darle todo el placer del mundo…
Lo haría, no podía resistirlo más…
—Brent, Brent—gritó ella antes de que su cuerpo convulsionara en oleadas
de placer, sacudida hasta lo más íntimo de su ser, sin dejar de convulsionar ni
moverse, ni apretarlo contra su vientre como una gata en celo desesperada. Y
entonces volvió a gemir al sentir que la follaba duro, sin parar, hasta mojarla toda
con su simiente… Sí, le encantaba que la mojara y que la llenara por completo…
Horas estuvieron en esa cama, olvidando la cena, follando como si el
mundo fuera a terminarse y no importara nada más que follar, follar…
Solo cuando estuvieron satisfechos recordaron la cena servida: pollo en
salsa escabeche con verduras y el mejor vino tinto que había conseguido.
—Vaya, qué buena cocinera eres Anne—dijo Brent.
Anne sonrió y comió con apetito. Necesitaba recuperar fuerzas después de
la paliza que le había dado Brent en la cama.
—Gracias Brent, ¿te gusta el vino?
—Sí, está delicioso.
Luego de cenar se dieron un baño juntos, pensó que Brent se marcharía, era
viernes y solía salir con sus amigos, y amigas, sin embargo se quedó con ella
mirando una documental.
—¿Quieres que me vaya, Anne?—le preguntó de pronto besando su cuello.
—No… Quédate Brent.
Él hizo algo muy tierno, la abrazó por detrás y besó su hombro y su cabeza
aspirando su perfume mientras sus brazos la apretaban contra su pecho.
Noches de placer, de éxtasis, momentos que nunca olvidaría, de pronto se
hizo adicta a Brent y todos los días se veían y se acostaban. No importaba la hora
ni el lugar. Mientras en su trabajo enfrentaba nuevos juicios y se sentía cada vez
más estresada, estar con Brent la hacía sentir menos sola. Aunque solo fuera sexo,
placer, diversión. Sentía cómo su cuerpo se relajaba y disfrutaba sin parar,
haciendo que la antigua depresión desapareciera.
**********
Brent Daniels era un modelo muy cotizado y viajaba todo el tiempo, le
extrañaba que se hubiera quedado en Londres esas semanas pero imaginó que
pronto se iría a Italia o Francia. Su vida era muy emocionante y se imaginó que era
como un antiguo marinero: una novia en cada puerto.
Una tarde, días después, luego de hacer el amor en su apartamento lo notó
raro. Serio.
—Anne, debo irme el viernes para Paris, para unas fotos de Kleinn y no
quiero. No quiero dejarte preciosa.
Ella sabía que pasaría, que tarde o temprano se alejaría y volvería a verlo en
unas semanas.
—¡Qué pena!… Bueno, es tu trabajo, siempre viajas.
Él besó sus labios y la abrazó con fuerza. No, no quería llorar, no quería
hacerlo, no había compromisos, solo salir, divertirse. Buen sexo…
—Ven conmigo Anne, pídete unos días en el trabajo. Imagino que te gustará
ir a Paris, prenderemos fuego la cama del hotel Ritz.
Ella sonrió y secó sus lágrimas.
—No puedo Brent, mi trabajo no es como el que tú tienes, no tengo esa
libertad. Pero debes ir, luego regresarás y saldremos de nuevo.
Él secó sus lágrimas. Sabía por qué lloraba, esas semanas habían sido
increíbles y no era solo buena química en la cama o tal vez sí, pero eso solo era
vital, sabía que había algo más.
—Ven conmigo preciosa, esto no puede interrumpirse, quiero que… Deja
ese trabajo, puedes conseguir otro al regreso.
—No puedo hacerlo Brent, desearía sí pero… Me gusta mi trabajo, a veces
es algo estresante pero me pagan bien y estoy segura, no me agrada saltar de
empleo en empleo. Siempre tengo las cuentas al día, y no…
Brent no insistió pero lo notó algo enojado.
—¿No será que tienes algún enamorado en el trabajo y por eso no quieres
dejarlo?—dijo de pronto.
—¿Enamorado? No digas tonterías Brent, hace tiempo que no tengo
enamorados, dios mío. Compórtate, pareces un niño consentido que se enoja
cuando no consigue lo que quiere.
Ahora ella también estaba enojada.
—No puedo ir contigo, tengo una carrera y una vida organizada. Pero tú
siempre sales de viaje, te encanta hacerlo, es tu trabajo y lo disfrutas supongo.
—No siempre. Pero sí, es mi trabajo y no me quejo. Gano mucho más ahora
que antes trabajando diez horas en esa maldita oficina de mi tío.
Anne sonrió. Conocía la historia de Brent: sin hermanos y huérfano, había
sido criado por su tío rico, dueño de una empresa de automóviles. Esperaba que
Brent se hiciera cargo del negocio pero él decidió ganar su propio dinero posando
con poca ropa para una firma alemana muy importante. Le fue bien, en realidad
fue amigo quién lo había convencido y fue tal el impacto de su imagen que
lentamente consiguió mejorar su cachet y conseguir un contrato cuasi millonario.
Sin embargo él no gastaba, guardaba todo en su banco y se compró un
apartamento donde vivía y un auto discreto.
Su tío lo había perdonado, le llevó tiempo asumir que su sobrino quería
dedicarse al modelaje.
Brent estaba en silencio, no hablaba. Cuando se enojaba hacía eso, lo conocía
bien, bueno no reñían nunca solo unas veces se habían distanciado pero…
—No puedo hacer esto Brent, es muy repentino, inesperado. Me encanta
estar contigo sí y voy a extrañarte cuando te vayas pero…
Él la miró.
—Pero no tanto como para venir conmigo. Amas más tu trabajo, tu carrera
de abogada.
—Brent, tú no entiendes, yo no soy rica, tengo unos ahorros sí pero solo
tengo este apartamento y poco más. Si dejo un trabajo ¿cómo pagaré las cuentas?
Los ahorros sirven para subsistir un tiempo, no para siempre.
Pensó que era hora de irse. Salió de la cama envuelta en una sábana y fue
por su ropa.
—Debo irme Brent, se hace tarde—dijo por decir algo porque ese silencio la
incomodaba. Bueno, todo la incomodaba. Pensar que se iría a Paris y no lo vería
por meses. Y que tal vez viera a otras chicas y…
“Eres una reverenda estúpida Anne, ha vuelto a pasar, te estás enamorando
de Brent, por eso lo dejaste hace meses.”
—Anne, vuelve aquí. ¿Por qué quieres irte?—dijo él mirándola acusador.
Seguía enojado.
Ella lo miró con fijeza.
—Es mejor así. Tú te irás y será mejor que no volvamos a vernos, Brent.
—No te entiendo Anne, te gusta estar conmigo verdad, y lloras cuando te
digo que debo irme pero tampoco quieres acompañarme. Tal vez deba quedarme
en Paris más tiempo por la nueva campaña y… No quiero irme sin ti—algo en su
mirada la hizo temblar.
—¿Y por qué quieres llevarme? Imagino que en Paris tendrás muchas chicas
esperándote para meterse en tu cama.
—Sí, tengo amigas en Paris, solo que no tengo ganas de dormir con ellas
ahora. Solo contigo. Por favor, no quiero irme sin ti, muñeca…
Era la primera vez que decía eso, cuando rompieron la última vez no lo
había afectado, luego se fue de viaje, regresó y lo vio siempre con otras chicas. Pero
había algo entre ellos, miradas, y recuerdos de esos momentos de pasión. Algo de
lo cual no hablaban pero sabían que existía.
—Brent, sé comprensivo, me encantaría ir pero dime algo: ¿qué haría yo
mientras tú trabajas? Dejaré mi empleo y luego… Además tú nunca has deseado
compromisos y yo necesito estabilidad. Tengo treinta y dos años, perdí seis años en
un matrimonio que luego… Bueno tú sabes la historia de mi vida. Me siento algo
sola, en ocasiones lo olvido, trabajo, viajo al sur a ver a mis tíos, me reúno con
amigas pero siempre regreso al nido vacío. Me gusta estar contigo, me encanta, de
veras, disfruto cada segundo pero sé que luego…
Él se acercó y la abrazó.
—Lo sé, quieres casarte y tener niños, todas las mujeres de tu edad
comienzan a sentir que si no son madres ahora su vida se habrá arruinado.
—Bueno, sí pero… No estoy pidiéndote nada, sé que tú no quieres ser padre
ni casarte. Te conozco Brent, sé que cuando estés en Paris saldrás con otras chicas y
ya no estarás molesto como ahora. Porque esto te incomoda.
—No, no es así, no soy tan frío como tú piensas Anne. ¿Crees que solo es
sexo lo que nos une? ¿Buen sexo y nada más? Cuando me dejaste Anne me dije que
nunca más volvería a tocarte, ni a mirarte y mírame, aquí estoy pidiéndote que me
acompañes a Paris. Que olvides ese trabajo y una vida planeada que no resultó.
Eres joven Anne, puedes esperar para casarte y tener niños ¿verdad?
—No lo sé, Brent. Yo también hice esa promesa ¿sabes? Me juré que no
volvería a caer en tu cama y ya ves lo que pasó. Tú me gustas, me vuelves loca
pero ahora no puedo acompañarte.
Tenía razón y ambos lo sabían, sin embargo él la retuvo y mirándola con
desesperación le dijo:
—Ven conmigo Anne, olvida esa vida estresante de juicios, clientes, líos.
Gano bien, puedo mantenerte y comprarte ropa bonita. No tendrás que trabajar,
sólo estar conmigo y ser mi amante, sólo tú… Solo nosotros.
Esas palabras la dejaron estupefacta. Se oía excitante a decir verdad.
—Pero tú nunca quisiste nada serio, ¿estás pidiéndome que me convierta en
una especie de amante paga?
Él sonrió.
—¿Y por qué no? ¿Qué tiene de malo? Anne, nunca le he pedido a otra
mujer que deje todo y me acompañe, si lo hago es porque siento cosas por ti,
porque me gusta follarte y sé que luego me sentiré como un perro en Paris sin ti.
Vamos, nos conocemos desde hace meses, estuvimos juntos unos meses y tú me lo
debes, porque yo te enseñé todo lo que sabes en la cama.
Pese a su resistencia la besó y la retuvo un poco más.
—Estás sola preciosa, y yo también lo estoy, empiezo a hartarme de esta
vida y de todo, quiero algo distinto. Siempre fuimos sinceros y adultos, esta
relación se volvió algo absorbente la primera vez y yo no estaba preparado, me
asusté un poco. Pero ahora es distinto…
Una aventura en Paris, que la mantuviera como una chica que vive
tranquilamente de su novio-amante, se oía excitante, divertido, mucho más que
pasar el día entero en su trabajo y regresar a una casa triste y vacía. Sin embargo
tuvo la sensación de que no resultaría, que una cosa era divertirse en la cama y
entenderse y otra una relación pasional y romántica. No era lo mismo, eso pasaba.
Tal vez con el tiempo lo fuera… El tiempo cambiaba las cosas para bien o para mal.
No se dijeron nada más, ella se mantuvo firme, no podía dejar ese trabajo ni
el apartamento solo, por correr una aventura. Pensó que no resultaría, que lo
buscarían sus amigas del ambiente y terminaría regresando hecha un mar de
lágrimas.
No, no debía involucrarse con ese hombre, no más de lo que se había
involucrado. Tomar distancia entonces era lo ideal.
Al día siguiente se sintió fatal.
Estúpida, ¿por qué le dijiste que no? Le repetía su corazón una y otra vez. Si
te mueres por estar con él.
Necesitaba un café, algo para levantarse, Brent la había dejado agotada
como siempre y ahora... Pues debía ir a trabajar y presentarse allí fresca y lista para
resolverlo todo. Como siempre.
Mierda, no tenía ganas de nada, sería un café doble y con bastante cafeína.
Al entrar en su trabajo se sintió mejor, al menos pudo distraerse. Todavía le
quedaban unos días para estar con Brent, no era el fin del mundo…
Un llamado a su celular a media tarde hizo que ese día no se quedara en su
apartamento esperando a Brent. Su amiga Marian la invitaba a una despedida de
soltera con un show muy sensual. Pensó que sería mejor no ver de nuevo a Brent,
así la separación sería menos dolorosa, menos dramática. ¿Sería capaz de callar esa
voz que seguía diciéndole:“vete a Paris tonta, no lo dejes ir solo, seguro que
cuando regrese no será lo mismo?¿No temes que otra lo enamore? Las francesas
son muy bellas y enamoradizas, eso dicen…
—¿Anne vendrás?
—Sí, claro. ¿A qué hora? Aguarda, sí... Por supuesto.
En realidad era una prima de su amiga quién se casaba y la fiesta sería
privada, en el apartamento de su amiga. Irían strippers muy guapos que bailarían
y tal vez alguna tuviera suerte. ¡Quién sabe!
Llegó a tiempo para darse un baño rápido y vestirse.
Pero mientras manejaba pensaba en Brent y comenzó a sentirse mal. Tal vez
debía ir. Debía hacerlo.
No, debía hacerse desear un poco, si le daba todo a un hombre terminaría
con unos grandes cuernos, o peor aún: olvidada en un rincón.
Se quedaría sin sexo.
Se quedaría sin el único hombre con el que quería dormir todos los días y a
toda hora. ¡Diablos, qué mal se sentía!
—Anne, ¿qué te pasó?
Había estado media hora estacionada frente al apartamento sin decidirse a
entrar. Se moría por regresar y hacer el amor con Brent. Una última vez. Pero no
podía, le dijo que no volverían a estar juntos. Por eso demoró.
—El tránsito Diana, estaba imposible—mintió.
Y entró en el apartamento donde sus amigas aguardaban con ansiedad la
llegada de los chicos que harían un show privado mientras bebían y hablaban sin
parar. Había mucho clima de diversión y la prima de Diana, una chica rubia bajita
que parecía de veinte pero debía tener unos años más sonreía divertida. Estaba
vestida de blanco para que ellos supieran que era la homenajeada.
Se preguntó qué planeaban sus amigas, porque sabía que solían hacer
bromas algo pesadas a veces… Cuando ella se casó por ejemplo… bueno, la
hicieron vestirse de meretriz y la llevaron en un auto descapotable por toda la
ciudad. Se divirtió horrores porque luego fue a un show de strippers dónde bailó
con todos. Pero no fue más que eso, la rozaron un poco sí, una pequeña travesura y
nada más… Sin embargo su amiga Rose sí había hecho algo más en su despedida
de bodas.
—Anne, ¡qué bueno que has venido!—dijeron y la invitaron con una
cerveza. Eran fanáticas de la cerveza aunque dos de ellas preferían el whisky.
Ahora quedaban dos solteras y una divorciada (ella)
—Anne, cuéntanos cómo te ha ido con tu vecinito… El guapo Brent. Y con
detalles—dijo Diana.
Ella sonrió, ni loca les contaría todo lo que hacían y con detalles.
Bebió su cerveza y dijo con tristeza:—Brent se irá en unos días a Paris, y no
volveré a verlo en meses.
— ¿Y qué va a hacer a Paris, se va por trabajo o tiene una novia?
—No… Brent no tiene novia, tiene varias sí que lo buscan pero… Me pidió
que me fuera con él y yo no quise—volvió a beber cerveza y sintió deseos de llorar.
—¡Tonta, ve con él!
—No, no puedo, si lo hago me dejará, se aburrirá. La rutina, el hastío… En
realidad no somos novios, solo es sexo, buen sexo, nos entendemos y… Me gusta
estar con él y creo que me estoy enamorando y no es buena idea. No quiero sufrir.
—Oh vamos Anne, no puedes dejar ir a ese pedazo de hombre por favor,
disfrútalo mientras dure. Tú no quieres casarte supongo…
—Ve con él, quédate unos días, se sentirá solito y ya sabes lo que pasará si
tú no estás… Se buscará otra y con la pinta que tiene, no le costará nada.
Tenían razón, pero le costaba tanto hacerlo, por más que lo deseara el temor
a arruinarlo era más fuerte que su deseo de ir con él. Brent siempre viajaba, su
vida eran los viajes y como no tenía más que un tío gruñón y un par de primos
debía gustarle.
—Pues yo que tú ni me lo pienso. Porque trabajo como abogada y con tu
experiencia conseguirás pero un novio como ese… Además no creas que él es tan
reacio a los compromisos, eso es una premisa falsa. Es decir, cuando alguien te
importa quieres estar con esa persona, si solo quisiera sexo lo tendría con
cualquiera Anne, y no te habría pedido que lo acompañaras.
Sí, tal vez tenían razón.
Pero entonces llegaron los strippers y comenzó el show. La música y la
bebida comenzó a correr al son del primer bailarín: un hombre musculoso
disfrazado de bombero con toda la indumentaria comenzó a contorsionarse
mientras comenzaba a quitarse la ropa despacio.
Al comienzo fue eso: los chicos bailaban muy sexy mientras se desvestían
lentamente pero no se desnudaban por completo como exigía su alocada amiga
Diana. Oh sí, su amiga estaba fuera de sí esa noche.
Fue divertido, rieron, y algunas bailaron con los strippers, pero cuando notó
que uno de ellos agarraba a la homenajeada y comenzaba a besarla pensó que era
demasiado. La chica estaba bebida y parecía muy divertida con la situación pero…
Bueno ella había bailado con varios y uno de ellos la había besado pero…
—¡Vamos, dale muéstrale tu manguera bombero!—gritó Diana.
Y todas comenzaron a gritar “que le muestre, que le muestre”. Estaban un
poco ebrias, o no tanto en realidad… Tal vez estaban calientes y querían ver un
poco más de los strippers es noche.
El bombero, un tipo rubio al estilo nórdico de rasgos angulosos que tenía un
calzoncillo largo le mostró a Diana lo que quería: un miembro erecto, inmenso
mientras la invitaba a tocarlo. Solo tocarlo, como si su amiga fuera a conformarse
con tan poco.
—Di, no hagas eso por favor—le dijo.
Diana era la única soltera y salía con quién se le antojaba, así que nadie
podía prohibirle nada. Los ojos de su amiga brillaron por la excitación y sin perder
tiempo se acercó y lo tocó. Pero no fue una caricia suave, sino que metió su mano y
el joven se quedó tieso, como si fuera lo más normal del mundo.
Pero conociendo a su amiga sabía que los juegos recién comenzaban. A ella
le gustaban así, rubios y muy altos, y le dijo algo al oído y luego… ¡Se lo llevó al
cuarto! ¡Se encerró con el stripper para tener sexo! ¡Virgen santísima! ¡Qué locura!
Bueno, al menos no lo habían hecho frente a todos, eso sí que habría sido
tremendo.
La fiesta continuaba y ahora les quedaba un indio mohicano, un policía con
esposas, y el amo con un látigo.
El numerito del amo fue el más excitante, pues apareció vestido de traje
costoso, peinado con el cabello oscuro hacia atrás y un aire recio muy seductor.
—Bueno, ¿y quién quiere ser mi sumisa esta noche?—preguntó.
No bailó ni se desnudó como esperaban, solo dijo eso.
La novia de blanco aceptó entusiasmada la invitación y el stripper amo la
hizo arrodillar y ató sus manos hacia adelante.
Fue muy excitante, creo que la novia se lo tomó muy en serio y su amo
también. En ningún momento rieron sino que hicieron una especie de actuación de
amo y sumisa.
—Mira lo que se está perdiendo Di por ir a jugar con la manguera del
bombero—dijo Alice.
Anne rió tentada y entonces se acercaron los otros dos: el policía y el indio
para ver quién quería sumarse al juego.
—No gracias, paso—Anne notó que esos hombres buscaban hacer un
numerito más que real. El amo que estaba acariciando a la sumisa y había
comenzado a besarla mientras la boba se quedaba inmóvil y los otros…
Kate fue la siguiente en llevarse al stripper disfrazado de policía a un cuarto
mientras el amo desaparecía con la novia.
—Alice, es una locura esto, no pueden… La prima de Diana se fue con el
amo al otro cuarto.
Su amiga pelirroja sonrió tentada.
—Estaba todo planeado, veremos quién se desocupa primero… Estas cosas
me ponen de una forma…
Anne pensó que era de mal gusto revolcarse con los strippers. Y la novia, la
novia con el amo bueno había escogido al más guapo, no podía juzgarla solo que si
amaba a su novio eso no… No estaba bien.
Comenzó a fastidiarse y cuando el policía invitó a Kate a participar de los
juegos en el cuarto pensó que era lo último.
Tomó su cartera y pensó en marcharse.
— ¡Anne, no te vayas, por favor! ¿Qué haces?—preguntó Alice muy
sorprendida.
—No me gusta esto Alice, tú me conoces.
—Bueno, tú te lo pierdes.
Anne se enfureció.
—De haber sabido que sería así no habría venido. Cómo puede acostarse con tipos
que ni conocen. Son extraños, y pueden tener cualquier peste encima, si cada vez
que son contratados piden sexo…
—Vamos Anne ¿y tú qué crees que hacen los hombres en su despedida de
solteros? Llevan mujerzuelas y lo hacen por favor… Nosotras solo les pagamos con
la misma moneda.
—Pues mi novio no lo hizo, su despedida fue ir a un bar a tomar con sus
amigos.
—Sí claro, eso te dijo a ti para que te quedaras contenta.
Anne no quería discutir y se fue bastante cabreada, no era un tema moral
era un tema de higiene y de salud. Nunca había podido irse a la cama con un
extraño y sabía que había hombres que tampoco se llevaban a cualquier chica a la
cama.
En fin. Era un mundo de libertinaje, de vivir el ahora a cualquier precio.
Entonces pensó en Brent, sin saber por qué se preguntó si estaría con una
chica o…
¡Vaya manera de terminar esa despedida de soltera! Lo que esperaba fuera
divertido terminó siendo desagradable.
Y al llegar y encontrar su nido vacío tuvo la inquietante sensación de que
Brent estaba en la cama esperándola y avanzó con prisa, tropezando con esos
zapatos que finalmente no había llevado y quedaron hechos a un lado. Pero su
cama estaba vacía, tendida desde la mañana y sin embargo había sentido su
presencia, su olor.
**********
Al día siguiente la desesperación por ver a Brent antes de que se marchara
se hizo insoportable. Pero él no la llamó ni lo vio en ningún momento del día así
que pensó que seguiría enojado o…
Y cuando se preparaba un sándwich de atún sonó el teléfono y pensó “es él,
quiere despedirme, decirme que…”
—Anne, soy yo Alice.
—Hola Alice, ¿qué pasó?
—Ay ni te imaginas amiga, es tremendo. Diana tuvo un accidente en su
auto y… Está en el CTI—su voz se quebró.
No podía ser, la alegre y alocada Diana no…
Mientras oía los detalles tembló y prometió visitarla el día siguiente, pues
ese día estaba exhausta y le dolía la cabeza.
—Alice, ¿y qué pasó luego de la despedida?
—Ah eso, ni te imaginas… El novio se enteró que tuvieron una despedida
con strippers y que su novia se encamó con el amo y ni te cuento que suspendió la
boda. ¡Se pelearon a una semana de casarse!
—Ay Alice, ¿y qué necesidad tenía de acostarse con ese sujeto? Bueno, a mí
me pareció una despedida muy subida de tono… En realidad solo tú y yo no
terminamos en el cuarto encerradas.
—Es que no era strippers… Eran unos amigos nuestros que se ofrecieron a
darle una fiesta a Melanie de despedida. Los conocíamos por eso pasó todo.
Ahora entendía, claro. No eran unos strippers sino viejos amigos
disfrazados de strippers con muy malas intenciones… O tal vez todo fue planeado
de antemano.
—Vaya, ¿y no me dijeron nada?—suspiró cansada, pensaba en Diana.
—Bueno es que si decíamos algo perdería la gracia. Lo hicieron bien ¿no
crees? Tú sí creíste que eran strippers que lo hacían por dinero.
—Sí… Debí imaginarlo. ¿Y Diana cómo está? ¿Cómo sigue?
—Está grave, muy grave y no… Si se salva quedará paralítica y no sé qué es
peor…—sollozó–No puedo creerlo, no entiendo ni cómo, manejaba tan bien pero
un imbécil la chocó de costado y no pudo maniobrar porque… Había bebido.
Sí, lo imaginaba, Diana no temía a que la pillaran manejando con algunos
grados de alcoholemia.
Anne se sintió devastada, aturdida, no podía creerlo. Diana hacía locuras sí,
pero era tan alegre. Se habían conocido en la facultad y se habían hecho amigas,
luego se unió Alice, Rose y las demás.
Paralítica. No podía ser, su columna…
En un minuto, en un segundo se perdía la vida.
Fue por un vaso de agua fría de la nevera, lo necesitaba. Se habría tomado
algo más fuerte pero no quería arruinar su estómago ni terminar ebria.
Y cuando pensó que lo mejor era irse a dormir recordó que no había
llamado a Brent. No, no lo había hecho.
Sin embargo no atendió el teléfono. Tal vez había salido, así que le dejó un
mensaje, iba a cortar pero decidió dejarle unas palabras: “Hola Brent, solo quería
desearte un feliz viaje, no te llamé antes porque… Es que tuve unos problemas
pero…”
—Anne… ¿Eres tú?
Qué alivio escuchar su voz.
—Sí… Pensé que no estabas y quise despedirme.
—¿Y a esto le llamas despedida, muñeca? Llamarme por teléfono como si
fuera tu primo o un viejo amigo.
Anne no supo qué decir.
—Ven aquí preciosa y dame una despedida. ¿No crees que merezca algo
más que un “que te vaya bien en Paris, Brent?
—Sí, tienes razón pero hoy no estoy para hacer despedidas es que…
Brent quedó impactado por la noticia, solo había visto a esa joven un par de
veces en el apartamento de Anne, era algo ligona sí… Pero muy alegre. Una
coqueta alegre y también…
—Qué triste Anne, por eso hay que hacer las cosas cuando podemos porque
mañana será demasiado tarde. ¿No crees?
—A qué te refieres Brent?
—Tú me entiendes preciosa… ¿Quieres que te lo explique aquí?
Se sintió tentada a ir pero acababa de meterse en la cama y tenía mucho
sueño.
—Me encantaría hacerte una despedida Brent, te lo juro pero no puedo
moverme de la cama, estoy exhausta, de veras. Tuve un día complicado.
—Está bien, quedará para mi regreso…
—¿Y cuándo volverás?
—No lo sé, un mes, tal vez dos.
Sintió un nudo en la garganta.
—¿Tanto te quedarás?—no pudo evitar preguntarle.
—Sí… Y tal vez más. Pero si me extrañas te mandaré las señas para que
vengas a visitarme muñeca.
—¿Lo harás?
—Sí, y espero que lo que vivimos haya significado algo más que sexo para
ti.
—Brent, ¿por qué dices eso?
—Y si no puedes venir, si volvemos a encontrarnos algún día espero que no
encontrarte casada con uno de esos abogados tontos para los que trabajas.
—¿Y crees que sería tan idiota de casarme con un abogado? Eso no ocurrirá
pero… Si demoras mucho en regresar tal vez sí vaya a visitarte Brent.
—Espero que lo hagas o me verás regresar con una francesa rubia Barbie, la
más Barbie que consiga, te lo juro.
Anne rió.
—¡No hagas eso por favor, no me cambies por una Barbie!
Él rió divertido.
—Eso depende de ti… No esperarás que me quede como un monje en Paris.
Esas fueron las palabras que Anne siempre recordaría: como un monje en
Paris. Claro que no sería un monje en Paris…
A la mañana siguiente fue a visitar a su amiga Diana y avisó en el trabajo
que llegaría más tarde.
En el hospital estaban sus familiares y también sus amigas llorando en un
rincón. Sabía que no había buenas noticias y no tardó en enterarse.
—Anne… Diana está en coma y no se sabe qué va a pasar—dijo Alice.
Se abrazaron, lloraron juntas y entonces llegó la prima, Melanie, la chica de
la boda arruinada acompañada de su stripper “amo.” Él parecía un ejecutivo de la
city, alto, rubio y muy formal. ¿Pero sería el amo o su prometido?
Intentaba distraerse conversando pero se sintió terriblemente deprimida
cuando regresó al trabajo. Sabía que no había mucho para hacer. La madre de
Diana le agradeció que hubiera ido pero ella se sintió tan inútil. ¿Qué hubiera
podido hacer ella, qué podía hacer nadie ante la tragedia inminente?
Dos semanas estuvo en coma, y un día al levantarse para ir al trabajo le
avisaron que Diana había muerto. Esas dos semanas fueron una agonía para todos:
para su familia, sus amigos, tenía su edad y nunca había querido saber nada de
bodas, tuvo un novio una vez sí pero siempre había querido vivir la vida con
intensidad. Disfrutar todo lo bueno, cada segundo, cada momento.
¡Maldita sea! Quedó muy impresionada con su muerte, se sintió horrible al
pensar que al final todos iban a terminar en un maldito cajón bajo tierra sin haber
conocido ni el amor verdadero ni la felicidad. La vida era efímera, y al final nada
parecía tener sentido, tantas cosas que habían inventado los seres humanos; todo el
confort y placer que compraba el dinero pero nadie podía evitar lo más triste de
todo: la muerte.
Estaba tan deprimida entonces que tuvo que pedir a su doctora unas
píldoras que la ayudaran a subsistir y como eso no dio resultado, un buen día
pidió licencia en el trabajo y se fue unas semanas a Devon, a casa de sus padres.
La muerte de Diana la había hecho comprender que todo era efímero y
debía ser más afectuosa con su familia, los veía tan poco. Y mientras se quedaba
hasta tarde conversando con sus padres en la plácida casa de Devon pensó en
Brent. Siempre lo hacía y se preguntaba si ya la habría olvidado por alguna gata
francesa bella y seductora y con muchas ganas de enamorarlo.
Estaba loca de celos sí, y se dijo que lo más estúpido que hizo fue dormir
con él y no quedarse preñada, debió aprovechar la oportunidad, porque
seguramente no volvería a verlo. Soñaba con tener un hijo un día y no tenía toda la
vida por delante ni esperaría a casarse o a encontrar un hombre bueno, serio y
responsable. Ni loca se ataría a uno de esos hombres aburridos para cumplir su
sueño de ser madre.
Pero claro, era una tonta sentimental muy estúpida y considerada, no iba a
quedarse preñada de Brent, no le haría eso… Pues él la había dejado y tal vez no
volverían a verse. Y con lo que le costaba tener sexo con un extraño…
Una mañana despertó con el sonido de su celular, no dejaba de sonar y al
ver la habitación volvió a preguntarse dónde estaba y completamente aturdida
pilló el artefacto que no dejaba de hacer ruido y atendió…
—Hola Anne, ¿dónde estás?
Era Brent, no podía creerlo, saltó de la cama como una colegiala enamorada.
—Brent… Estoy en casa de mis padres, Diana murió y no soporté quedarme
en Londres, no pude.
—¿Tu amiga? Oh lo lamento mucho… ¿Entonces no regresarás a tu trabajo?
—Sí, pero en una semana, por favor no hablemos de eso. ¿Tú cómo estás?
¿Qué tal Paris?
—Muy bien, me encontré con un viejo amigo que casualmente estará en la
sesión de fotos y al menos no me he sentido perdido por no saber hablar ni una
palabra de francés.
—Qué bien, me alegro por ti. ¿Y cuándo regresarás?
—No lo sé todavía. ¿Por qué? ¿Me echas de menos?
—Sí…
—Entonces ven preciosa, me hospedo en el Ritz de… Maldita sea no
recuerdo nunca esa calle, es la principal arteria de Paris, y cerca hay una iglesia
gigantesca. Pero si vienes prometo darte todos los datos.
—Brent no sé si pueda viajar, estoy muy deprimida y tuve que ir al médico
a pedirle que me recetara unas pastillas. Diana era una de mis mejores amigas.
—Oh lo siento Anne, de veras, pero quedarte encerrada en la casa de tus
padres no te hará sentir mejor, debes salir, distraerte.
—No, no puedo salir, ¿crees que podría divertirme? No tengo ánimo para
nada ahora Brent. Necesito tiempo para superar esto.
—Está bien, entiendo. ¿Siempre tienes una excusa para no estar conmigo
verdad? No te preocupes, no insistiré.
—Brent por favor, no digas eso. No es verdad.
—Entonces demuéstrame que te importo algo y ven a Paris. Anne, te
necesito aquí conmigo. Te necesito.
Esas palabras la emocionaron. La hicieron llorar.
—Yo también Brent, no he dejado de pensar en ti, pero ahora no sería una
compañía alegre, estoy muy deprimida. Dame un tiempo, unos días al menos.
—Una semana, ni un día más.
—Gracias… Cuídate Brent.
Luego de esa llamada se sintió un poco mejor, más animada y a media
mañana fue a dar un paseo por la playa mientras pensaba en ese viaje. La había
llamado, le había dicho que la extrañaba. ¿Pero se habría encontrado con alguna
chica y en vez de decir una vieja amiga dijo mi antiguo amigo?
¿Iría a Paris? Lo había prometido pero…
De pronto recordó las palabras de su amiga Diana “vive la vida Anne, deja
de preocuparte por todo, de hacer planes porque nada es para siempre”. ¡Cuánta
razón tenía! Y ella siempre había vivido todo con intensidad: sus afectos, el sexo,
la vida misma. Alegre y vital, Diana era el alma del grupo y echaba de menos oír
su voz, su risa… y Diana nunca había hecho planes a largo plazo, era abogada,
soltera pero a diferencia de ella salía con quién se le antojaba. Y en la despedida de
soltera de su prima había sido su propia fiesta de despedida…
Pero ella no quería vivir así, eran tan distintas y sin embargo la había
aceptado pese a sus diferencias y con el tiempo ese grupo de amigas de estudiantes
de abogacía se habían vuelto inseparables.
*********
Viajó a Paris una semana después y al aterrizar en el aeropuerto Brent la
estaba esperando. Con jeans y remera, estaba mucho más guapo de lo que
recordaba, sus ojos se iluminaron al verla y se besaron como dos enamorados para
luego encerrarse en su hotel…
Anne observó el pent-house extasiada, era precioso, antiguo, pintoresco…
—¿Te gusta, preciosa?—dijo él abrazándola. Sabía que quería sexo pero…
—Aguarda Brent, deja que me dé un baño, el viaje me ha dejado con un olor
espantoso. Qué mal hueles los aviones por dios, deberían usar un desodorante
como llevan los autos—se quejó.
El rió tentado con esas palabras, Anne era algo histérica con los olores y la
higiene. Por fortuna él estaba en óptimas condiciones pero como sabía que no
conseguiría nada la dejó que fuera a darse un baño.
Mientras se dispuso a llamar para ordenar el almuerzo y después fue a
verificar que la cama estuviera en condiciones pues el servicio de mucamas no era
bueno.
Anne salió del baño con un vestido corto, perfumada y muy pulcra, sus
labios rojos sonrieron mientras la besaba y empujaba a la cama desnudándola con
prisa.
—Oh Brent…
Se emocionó al sentir sus caricias, sus besos desesperados mientras le
quitaba la ropa con prisa.
—Estás demasiado vestida muñeca, ven quítate todo eso.
Ella sonrió y secó sus lágrimas.
—¿Qué tienes Anne?
—Creo que te amo Brent y quiero… Quiero que te cases conmigo por favor,
no quiero vivir sin ti, separarnos ha sido doloroso para mí…
Él la miró con fijeza, no se sentía cómodo con los compromisos. En realidad
nunca había estado comprometido y casarse le parecía una locura. Algo que
decididamente no estaba en sus planes.
Pero al ver su vagina húmeda ansió devorarla sin pensar en nada, solo en
tener placer. Llevaba semanas sin sexo, pues su deseo sexual había desaparecido
en Paris, sin ella. Salió con chicas sí, y una noche se llevó una al hotel pero no pudo
hacerlo. La chica era hermosa, una vieja amiga de Paris pero pensó en Anne. En
que quería hacerlo con ella y no con esa chica.
Y ahora solo quería devorarla, sentir ese tesoro hundido en sus piernas
saboreándola despacio con sus labios y su lengua, sin detenerse por más súplicas
ni intentos de escapar. Esa noche la tendría toda para ella.
—Oh Brent, déjame, ven aquí… quiero sentirte—protestó.
Él se detuvo y la miró y lo siguiente fue abrir sus piernas y follarla como un
demonio una y otra vez a un ritmo loco, desesperado. Gemidos y suspiros, sus
uñas en su espalda hasta llenarla con su simiente, llenarla toda con su ser… Eso era
hacer el amor y estaba atrapado. Acababa de pedirle matrimonio y esa abogada
siempre conseguía lo que quería, se había propuesto atraparlo y acababa de
lograrlo…
Si es que él decidía dejarse atrapar…
Solo que él estaba acostumbrado a su alegre vida de soltero, a tener sexo sin
límites…
—¿Quieres casarte conmigo, preciosa?
Ella asintió, su muñeca de ojos color miel estaba muy segura de lo que
quería, siempre había sido así. Con su carita de indefensa se había metido en su
cama, en su vida, en su alma entera y ahora solo quería follarla a ella, sin parar, por
el resto de sus vidas.
—¿Y qué tendré yo a cambio, abogada? ¿Qué tendré de ti a cambio de
dejarme atrapar y amarrar con el sagrado lazo del matrimonio?
—Te daré sexo a toda hora y mucho amor. Y cuando viajes te acompañaré…
Lo dejaré todo si me lo pides pero cásate conmigo Brent, por favor y algo más…
Quiero un bebé.
—¿Un bebé? Preciosa, yo no quiero tener hijos, lo sabes—ahora Brent
parecía francamente alarmado. Casarse sí, pero un hijo… Y todo así, rápido.
Esas palabras le rompieron el corazón, sí, lo sabía, y era una necia en insistir,
en soñar que él cambiaría o…
—Pensé que sentías algo por mí—dijo con los ojos llenos de lágrimas.
—Sí, estoy loco por ti Anne y lo sabes, pero me pides demasiado muñeca.
Casarme ya es dar un paso importante para mí y no estoy seguro de querer hacerlo
ni caer en la rutina. Cenas formales, y todas esas tonterías que hacen los casados.
—Está bien, no lo hagas. Olvida lo que te dije Brent. Entiendo que es
demasiado para ti… Solo me quieres para el sexo, quieres que me entregue a ti,
que te dé todo pero no tendré más satisfacción que un amante ardiente. Placer,
éxtasis…
—Dame tiempo Anne, soy sincero, podemos estar juntos sin tener que
formalizar y en cuanto a tener hijos no… Esa vida doméstica terminará conmigo,
me pondrá de mal humor, no lo resistiré. Quiero estar contigo preciosa, pero sin
hacer planes, sin forzar algo…
—¿Forzar algo? ¿Crees que vivir juntos y formar una familia es forzar las
cosas Brent? Está bien… Entiendo que no es para ti y no volveré a mencionarlo.
Él la retuvo, temía que lo abandonara, que regresara a Londres, estaba
inquieta, tal vez afectaba por la muerte de su amiga. Tener una sola mujer ya era
un compromiso serio para él, pero no quería que lo atraparan tan fácil, le pusieran
un collar y luego lo exhibieran por ahí como una mascota de lujo. Era lo que
ocurría con muchos maridos.
Pero Anne no lo abandonó como temía sino que se quedaron en la cama
todo el día como antes, fue tan dulce, tan apasionada con él que de pronto se sintió
mal. Un perro. Ella era abogada, una mujer formal, necesitaba algo formal, estable
y duradero. Un bebé… Era raro que una mujer independiente como ella quisiera
atarse con un crío…
Estuvieron juntos casi un mes en Paris, día tras día, compartiendo
maravillosos momentos no solo en la cama sino recorriendo los alrededores de esa
ciudad tan romántica, tomando helados, conociendo palacios, riendo juntos y él se
preguntó cómo se sentiría cuando ella tuviera que volver a Londres y él viajar a
Roma: su siguiente escala. Solo estaría tres días en Roma, luego Nueva York y
rayos, no quería ir a Nueva York solo, esa ciudad lo abrumaba.
Y ese último día en Paris Anne se sintió triste y lloró cuando hacían el amor,
no quería regresar a Londres, quería quedarse con Brent y aceptar lo que él
pudiera darle. Solo eso. Vivir el presente porque para qué hacer planes si tal vez
mañana todo cambiara y…
—Quédate conmigo preciosa, por favor. No regreses a ese trabajo—dijo
Brent mientras se quedaban abrazados y fundidos.
Parecía leer sus pensamientos o tal vez simplemente sentía lo mismo que
ella.
Anne no le respondió, estaba tan triste que volvió a llorar y esta vez él lo
notó y secó sus lágrimas y acarició sus mejillas húmedas.
—Tú no quieres compromisos y si me quedo te sentirás atado. Querrás salir
con otras chicas y…
—Quédate preciosa, no hagas planes, solo quédate conmigo y deja ese
inmundo trabajo. Estoy loco por ti Anne y no quiero que te vayas, por favor…
Pero él no había querido ser su esposo, y tampoco abandonaría esa vida de
viajes, fama, dinero… No quería un hogar, solo a ella en su cama yendo de un lado
a otro como los gitanos y eso podía ser divertido un tiempo pero acababa de
quedarse sin trabajo luego de que no tuviera permiso para tomarse una semana y
se lo dijo.
—No dijiste nada de eso.
—No lo hice, no quise que fuera un reproche o algo así, no lo es. En realidad
estaba harta de esa firma, pero debo buscarme un trabajo Brent y mi
apartamento… Tengo cuentas que pagar, tú lo sabes.
Y de pronto entendió que había sido una locura imaginar que Brent podía
un día ser su marido, su hogar, el padre de sus hijos… No quería saber nada de
bebés, de vida doméstica, ni siquiera podía estar en un mismo lugar mucho
tiempo. Pero quería que se quedara con él, que vivieran el presente sin hacer
planes…
Viajó a Roma y se quedó dos semanas más, conoció el hermoso coliseo, las
colinas y el Vaticano y esos barrios pintorescos tan italianos…
Hicieron el amor todos los días y no tuvieron ninguna regla que pudiera
frenar sus juegos…
Pensó que era emocionante que eso pasara, fueron días maravillosos que
nunca olvidaría y hasta le pidió que pasaran el día en Venecia pues siempre había
soñado con pasear en góndola.
Recorrieron los palacios, las bellezas de otros tiempos y pensó que era
maravilloso estar con Brent y lo seguiría a Nueva York y solo cuando terminara esa
campaña regresaría a Londres.
Nueva York la deslumbró con su vida nocturna y parques y lo mejor de
todo fue pasar un fin de semana en la mansión de un amigo de Brent en Long
Island, en un exclusivo barrio donde solo vivían famosos y millonarios. Pasearon
en yate y luego se encerraron en la habitación para hacer el amor…
A la mañana siguiente despertó sintiéndose mal, mareada y enferma y
corrió al baño para devolver. Demasiada comida condimentada y grasienta.
Hamburguesas y otra chatarra que su cuerpo no soportaba demasiado tiempo.
—Anne, ¿qué te pasa? Estás pálida—notó él una semana después cuando
los malestares regresaron.
Ella lo miró asustada. Tenía una vaga sospecha de lo que estaba pasando y
no quería que él lo supiera todavía.
No lo había planeado, no lo había hecho a propósito y de pronto se dijo que
no podía ser, que era imposible. Y evitando su mirada le respondió que la comida
de ese país era distinta, muy pesada por la grasa y…
—Vamos muñeca, te encanta la chatarra y en Londres también comías
patatas fritas a veces.
Anne sonrió pero él la notó rara, callada y se preguntó si no estaría inquieta
por el tiempo que llevaban de trotamundos. Ella jamás se quejaba, a veces se
quedaba horas sola en el hotel mirando tele cuando él debía ir a las sesiones de
fotos o algún evento.
Por eso cuando un día regresó de un desfile y no la encontró en su
habitación se preocupó. Ella nunca salía sola a ningún lado y entonces, mientras
registraba todas las habitaciones vio la nota:
“Perdóname Brent, tuve que regresar y no pude hablar contigo, tenías el
teléfono apagado. Es mi madre, está enferma y debo volver.”
No decía más que eso, parecía una carta de despedida y se sintió mal,
inquieto y muy molesto. ¿Por qué no esperó a que regresara? ¿Tan urgente fue ese
llamado?
No… Allí pasaba algo, Anne le ocultaba algo, la conocía y esas semanas lo
había pasado mal, mareada, desganada y…
La llamó a su celular, debía saber qué había pasado, por qué luego de haber
pasado unas semanas tan increíbles de repente lo había dejado tirado en el hotel
como si hubiera esperado la primera oportunidad para escapar.
Vaya, ahora su teléfono estaba apagado. Sin embargo en el suyo tenía una
llamada perdida de Anne de hacía tres horas.
Llamó al aeropuerto para saber cuándo salía el primer vuelo para Londres.
¡Diablos! Ya había salido hacía una hora. Entonces Anne debió planear esa
fuga mucho antes. Porque no le daba el tiempo para llamarlo y…
Miró el reloj desesperado y luego revisó la habitación y descubrió que había
armado la maleta con prisa dejando alguna ropa en el camino. Ella solía ser
cuidadosa y ordena, lo contrario a él que dejaba todo tirado por todas partes: ropa,
dinero, llaves…
Bueno, no debía enojarse, su madre estaba enferma, no podía ser tan
egoísta…
Necesitaba un baño y un buen trago de whisky.
Diablos, llevaban casi dos meses juntos sin interrupciones, haciendo el amor
y también compartiendo momentos bonitos. Sin roces, sin problemas.
Vaya, primero le pedía matrimonio y luego lo abandonaba.
Se sentía abandonado y en realidad sí lo habían plantado en ese hotel, ahora
todo era insoportable y horrible sin Anne. Y de buena gana la habría traído de
regreso.
Para colmo de males lo llamaron para ir a una fiesta esa noche. No iría. No
estaba de humor. No hizo más que dar vueltas como un perro enjaulado.
Regresaría a Londres, no aguantaría hasta la otra semana.
Anne seguía sin responder a su teléfono, debía buscar el número de su
familia en Devon pero… Tal vez estaba muy grave y por eso… Bueno, al menos
pudo avisarle.
*********
Anne llamó a su madre mientras daba vueltas en el apartamento. Acababa
de confirmarse lo que tanto temía pero no estaba triste, en parte sí pero en parte
no… En algún momento cometió ese descuido y lo hizo porque quería cumplir ese
sueño largo tiempo postergado.
Tal vez no sería su esposa y ese secreto iba a separarlos pero al menos se
llevaría un recuerdo, un suvenir y ahora solo le quedaba mudarse de ese
apartamento y comenzar otra vida en Manchester. Alice le había conseguido un
empleo con un amigo de su primo. Necesitaban un abogado porque había una
vacante y pensó que le agradaría un cambio. Dejaría atrás ese edificio que tantos
recuerdos tristes le traía: su divorcio y Brent. Sobre todo Brent.
La mucama la ayudó a empacar y el resto se lo llevaría el camión de la
mudanza.
No, no podía hacer eso, debía avisarle pero… Brent pensaría que lo había
hecho a propósito, que…
Debía ser fuerte. Necesitaba empezar de nuevo y la paga era buena, y con la
venta del apartamento podría comprarse algo en Manchester si todo resultaba
bien. Guardaría lo demás en el banco. Ahora tenía en quién pensar. Se tocó su
vientre y suspiró. Su bebé estaba allí, sus sospechas de nueva york se confirmaron
días antes de marcharse cuando se hizo un test casero.
Estaba esperando un hijo de Brent por eso se había ido y por eso debía huir.
Y lo haría cuanto antes, él estaba de viaje, se lo había dicho su vecina chismosa, la
anciana señora Adley. Tuvo que cambiar su celular, su casa, y ahora cambiaría su
vida para que no la encontrara porque estaba desesperada.
Le dolía hacer eso, diablos, había pasado una semana entera llorando hasta
que tomó la decisión y nada la haría volver atrás ni reconsiderar. Su decisión había
sido tomada: dejaría Londres y tendría a su bebé en otra ciudad. Su familia solo
sabía que se mudaría, ignoraban que fuera a tener un hijo, luego juntaría fuerzas
para decírselo porque eran gente mayor, de otra época y no verían con buenos ojos
que tuviera un hijo sin tener marido.
Estaba algo asustada, pero no la asustaba ser madre soltera lo que le dolía
era que Brent no estuviera con ella, que no hubiera querido una boda ni tampoco
dar un paso más en la relación…
Bueno, es que él no era para casarse, no le interesaba, no estaba de acuerdo
o tenía miedo.
Y no lo sometería al chantaje de “me dejaste embarazada ahora hazte cargo
de tu hijo”.
O peor aún, él le diría: ¿así que fuiste a Paris a dormir conmigo para usarme
para tus planes? Un maldito semental, porque no te animabas a ir a una clínica de
fertilización asistida, ¿no es así?
Cuando salía del edificio vio la puerta del apartamento de Brent y lloró. Lo
quería maldita sea, lo quería, había vivido una aventura ardiente sí, sensual, pero
no todo había sido sexo, allí tenía la prueba: de esas noches de pasión había sido
engendrado su hijo. Ese bebé de unas pocas semanas que le hacía tanta ilusión. No
lo había planeado pero tal vez sí lo hizo a propósito. Escribió la famosa carta a
Paris como le decían sus padres cuando preguntaba cómo se hacían los bebés, y su
madre ruborizada afirmaba: escribimos una carta a Paris Anne… Qué respuesta
tan tonta y sin embargo, debió ser en Paris porque en Roma descubrió que tenía
un atraso de una semana y luego solo fue cuestión de esperar un poco más.
Huyó porque comenzó a sentirse muy mal y temía que él lo notara. Tuvo la
sensación de que siempre se enteraba de todo, por eso era mejor alejarse, tomar
distancia y…
Bajó las escaleras rumbo al ascensor, debía cuidarse.
—Señorita Stuart, ¿se marcha usted del edificio? He visto un camión de
mudanza en la esquina.
La anciana chismosa estaba en la puerta lista para enterarse de la vida de
todo el mundo. Anne sonrió, era una viejita adorable que un día la había
convidado con bollos de crema delicioso pero entonces pensó en Brent y tembló. Si
le decía algo a la anciana todo el edificio se enteraría.
—Sí… Me mudaré a otro barrio.
La anciana sonrió expectante pero al no tener más información frunció el
ceño molesta.
—Oh qué pena… Voy a echarla de menos, siempre he creído que es muy
bueno tener un vecino abogado.
Anne sonrió.
—Pero vendré a Londres, mis amigas viven aquí y entonces prometo
visitarla señora Ferbes.
—Bueno, eso me deja más tranquila. Espero que el cambio sea mejor para
usted abogada. Igual voy a extrañarla y le deseo lo mejor.
Listo, escapó sin dar más explicaciones.
Pero cuando subió a su auto estaba llorando, llorando por Brent, porque
nunca más volverían a estar juntos. Cerraba una etapa feliz con un final triste y
mientras lo hacía se sentía cobarde y tramposa.
Él va a buscarte, conoces a Brent, no se tragará que huiste porque tu madre
estaba enferma, irá a Devon, y luego interrogará a tus amigas.
O tal vez no haga nada de eso. Tal vez esto sea lo mejor. Él nunca quiso un
compromiso ni bodas ni bebés. Nada de bebés, la palabra lo espantaba y ahora iba
a ser padre de uno…
Alice fue de gran ayuda entonces: y solo ella sabía de su embarazo y por eso
le consiguió trabajo, apartamento.
Le agradó Manchester, era una ciudad tranquila, antigua, y menos poblada
que Londres. Allí podría estar en paz.
**********
Brent llegó a Londres días después con sus maletas y un mal humor
espantoso. Anne no había respondido a ninguna de sus llamadas y al entrar en el
edificio se encontró con la anciana del segundo piso que lo saludó muy atenta
diciendo algo que no entendió. Esa dama tenía un problema de dicción que lo
exasperaba, se tragaba las palabras, no sabía si por sus postizos o…
Entró en su apartamento, se dio un baño y al no encontrar nada comestible
en la nevera llamó al restaurant. Estaba famélico y furioso, ansiando ir al
cuatrocientos dos a pedir explicaciones a esa abogada que lo había abandonado sin
decirle ni siquiera adiós.
Pero su orgullo le impidió hacerlo.
No rogaría.
Si ella deseaba terminar pues entonces: estaba terminado.
Mientras miraba una película y devoraba una cena liviana pues necesitaba
recuperarse de las hamburguesas devoradas en Nueva York, se vació una botella
de agua y luego encendió el televisor. No dejaba de pensar en Anne, no podía creer
que hiciera eso, que se fuera de Nueva York, una ciudad a la que apenas conocía.
Y luego su celular apagado.
Mierda, ¿y si la habían raptado?
Bueno, era una mujer joven, hermosa, y había pervertidos… En Estados
unidos había psicópatas que raptaban mujeres y las encerraban y…
No… Ella le había dejado una carta.
Tal vez planeaba terminar su relación porque él cometió la tontería de
decirle que no quería casarse. Eso debió dolerle. No fue muy caballero de su parte
decirle eso. Anne no se mostró molesta, lo entendió y no volvió a mencionarlo pero
él sabía que ella quería un compromiso, poder hacer planes de futuro.
Se llevaban tan bien, y prendían fuego en la cama, ¿qué más necesitaban
para ser una pareja? Anne no era quisquillosa, ni tampoco fanática del orden ni…
Era una mujer culta, estudiosa, tranquila y él la había convertido en una amante
apasionada.
Debió ser más astuto y darse cuenta de que había metido la pata.
Pero su orgullo hizo que saliera a divertirse con sus amigos y no la buscara.
Odiaba que no atendiera el teléfono y que tampoco se molestara en llamarlo, si era
tan orgullosa o si no quería saber más nada de él…
Así estuvo por una semana hasta que una noche al regresar se detuvo en su
apartamento tocó timbre y no tuvo respuesta. Insistió. Asomó la oreja exasperado
pero no sintió ruido alguno. ¿Estaría vacío?
Días después vio que entraba un hombre vestido de albañil y otros dos de
aspecto rudo y pensó “mierda, qué le ocurre a Anne? ¿Estará de reformas?
La anciana chismosa se acercó.
—Busca a la abogada señor Daniels?
Esa mujer era una entrometida, Brent la miró furioso. Odiaba que lo vieran
espiando.
—La señorita Stuart se mudó de aquí hace ya… Dos semanas creo.
Él la miró atónito.
—¿Que se mudó? ¿Y a dónde fue, se lo dijo a usted? Tan de repente.
—Bueno, no dijo y yo no pregunté, soy una mujer discreta, si no me dicen…
Lo que sí vi fue un letrero el otro día, el apartamento fue vendido o está en venta.
¿Así que lo abandonó, se mudó de edificio y vendió el apartamento para no
verlo?
—¿Y no le dijo por qué?
—No señor Daniels pero la vi mal sabe, el último día que estuvo aquí se
llevó algunas cosas y se detuvo en su apartamento pero yo le dije que usted no
había regresado y creo que se fue llorando. ¿Qué pasó, señor Daniels? ¿Acaso
pelearon?
—No, no peleamos señora Stuart.
—Pues yo la vi triste y pensé que… Disculpe, no quise entrometerme.
Brent se sintió inquieto. Así que se había ido, vendido el apartamento y no
había dicho a nadie a dónde iba.
Al parecer sí había decidido romper con él. Sin decirle adiós, después de
que habían pasado unas vacaciones estupendas, que dejó su trabajo por
acompañarlo a Paris.
Y se había detenido en su apartamento, ¿por qué lo haría si pensaba
abandonarlo? ¿Por eso había llorado, porque algo la impulsó a romper la relación y
tuvo que mudarse? ¿Es que no se atrevía a decirle: mira Brent, voy a ir a otra
ciudad a buscarme un novio dispuesto a casarse conmigo y hacerme un hijo?
Porque eso era lo que buscaba. Y sabía que todo lo que se proponía esa abogada lo
conseguía. Y él fue tan idiota que no se dio cuenta, ni siquiera imaginó lo que
planeaba. Ni esperó que dejara la relación así de repente, en el mejor momento.
¡Demonios! ¿En qué estaba pensando? La abogada no iba a esperarlo toda
la vida, debió aburrirse de sus tonterías, de que solo le ofreciera buen sexo y
compañía, ella quería más, como muchas mujeres que nunca estaban satisfechas
hasta que tenían lo que más deseaban: marido, hijos, una bonita casa en las afueras
y un perro lanudo moviendo la cola.
Brent entró en su apartamento y fue en busca de un refresco. Ahora
empezaba a entender.
Él quería a Anne, le encantaba estar con ella, llevarla a la cama pero no
estaba listo para echarse el lazo de esa forma y ser como ese perro lanudo atado a
la casa, soportando bebés llorones y… Parecía una pesadilla, eso no era para él.
¿Por qué todas las mujeres querían bodas y niños y un perro ladrando sin parar
mientras llenaba la casa de baba y pulgas? ¿Eso era la felicidad para ellas?
No, la felicidad era otra cosa. Era vivir el momento, improvisar, mucho
sexo, diversión y todo aquello que fuera placentero.
Casarse y procrear formaba parte de algo aburrido y siniestro llamado: vida
de adulto, sinónimo de madurez, vejez, decrepitud y muerte.
Y él era joven, tenía treinta años, y una vida entera para divertirse y
disfrutar todas las cosas buenas que podría tener sin demasiado esfuerzo. Mujeres,
sexo, placer y más mujeres. Como antes que tenía una distinta todas las semanas.
Bueno, ella lo había decidido y él se sintió liberado. Ahora que sabía por qué
lo había dejado (para buscar marido en una ciudad más seria y conservadora como
Manchester) mejor dar vuelta la página y retomar sus antiguas correrías de soltero.
Lo primero que hizo fue llamar a un viejo amigo para que le presentara a
alguna chica… Pues se había distanciado de Ellen por causa de Anne y la chica se
había resentido, y también…
—Hola Brent… ¿Regresaste, querido? Qué buena noticia. De veras...
Sí, por supuesto que tenía amigas para presentarle, podían encontrarse en
dos horas. Irían a bailar, a tomar algo y luego al hotel. Sin ningún esfuerzo, sin
tener que correr tras de nadie, prometer matrimonio ni…
Necesitaba divertirse y olvidar a esa gata curvilínea que había querido
atraparlo. Mejor correr bien rápido.
Y esa vida libertina y sobre todo con mucha libertad le funcionó un tiempo,
de alguna manera tenía que olvidar a Anne, y dejar de sentirse como un perro
abandonado, dejado en una caja, sin siquiera una nota de despedida.
***********
Anne no se decidió a comprar el apartamento donde vivía en Manchester ni
tampoco otro, se sentía inquieta. Alice la había llamado. Brent estaba buscándola.
No sabía ni cómo había llegado a saber que ella estaba en Manchester pero su
amiga dijo que sospechaba que se había ido por algo y quería saber la verdad.
—Anne, ten cuidado. Estás cambiada ya no puedes disimular la panza—le
había dicho Alice.
¿Y cómo encontró a Alice? ¿Cómo lo hizo? Y mejor dicho: ¿por qué estaba
buscándola?
Su amiga tenía razón, se veía distinta, no solo había engordado su bebé
había crecido mucho y el médico dijo que sería grande. Un varón, era un varoncito
y nacería en cuatro meses pero, tuvo la sensación de que sería antes, por momentos
se sentía cansada y…
El trabajo no la estresaba, la exigencia no era como en su anterior puesto, ni
tampoco los celos y pequeñas intrigas oficinescas. Su jefe era un hombre amable,
atractivo y pulcro. Le agradaba que fuera así, que cuidara de su aspecto y siempre
luciera impecable. Odiaba al hombre desalineado, hippy, barbudo, artista
incomprendido y poco afecto al baño… Dios, jamás habría salido ni en broma con
uno de esos pintores, músicos u otros hombres de estilo hippy.
Edmund Hampton le agradaba.
Era guapo, distinguido y soltero. Cabello oscuro, brillante, con un corte
atractivo y ojos grises de mirada inteligente.
Frío.
Y sin embargo a pesar de su frialdad la miraba y cuando supo de su
embarazo se volvió más considerado. ¿Sentiría lástima por una madre soltera?
Pues no debía, ella se las arreglaba muy bien sola.
Sonrió al pensar en su bebé, todavía no había decidido el nombre pero tenía
toda la ropita nueva limpia, planchada y guardada en los cajones. Acababa de
llegar su cunita y sus padres le habían regalado el bañito, el coche y estaban
contentos. Ahora sí lo estaban, al comienzo se mostraron algo incómodos pero…
Bueno, era su primer nieto porque su hermano era del estilo Brent: mujeres,
amigos pero nada de compromisos. Ni siquiera novia tenía.
Mientras acomodaba la nueva ropita del bebé pensó en Brent. Estaba
buscándola. ¿La echaría de menos? ¿O era su orgullo herido por su abandono?
Se preguntó qué estaba esperando para salir con su jefe y divertirse, debió
salir antes pero Edmund no era un hombre fácil de abordar y parecía muy
reservado, muy frío…
Era extraño pero había dejado de echar de menos el sexo, como si su estado
hubiera disminuido por completo su libido, como si después de Brent no quisiera
estar con nadie más. Como si ser madre colmara todas sus necesidades físicas y…
Se miró en el espejo y se tocó la panza con cariño, allí estaba su pequeñín, lo
había visto en la ecografía: de carita redonda y piernas largas moviéndose sin
parar. Sanito, inquieto, lleno de vida…
Fue a trabajar como de costumbre, puntual y con ese perfume suave de
flores blancas. Su jefe la esperaba impasible. Nunca se enojaba, nunca lo vio reñir
con nadie. Era un hombre ideal, y también fuerte, alto, decía que nunca se
enfermaba.
Se preguntó si podría…
Sus ojos la pillaron observándole pero no sonrió, fingió no notarlo y
continuó hablando por teléfono.
Le gustaba ese hombre, le inspiraba confianza. Estabilidad, firmeza y de
pronto se excitó al preguntarse cómo sería irse a la cama con él.
Y no era la primera vez que se hacía esa pregunta.
Tal vez sería mejor probar pero…
Algo le decía que no era un hombre que hiciera indirectas ni se lanzara a la
conquista. No si ella no le daba a entender que estaba interesada en…
Tonterías. Mejor no hacerse ideas. Era muy pronto.
—Señorita Suart, estamos organizando una despedida, sabe que…
Una despedida, no de soltera sino a una de las más viejas funcionarias de la
firma. Un cóctel, una fiesta el sábado. Algo totalmente inocente, nada parecido a su
última despedida de soltera.
—Me encantaría señor Ferguson, gracias.
Necesitaba salir, distraerse y olvidar a Brent. Necesitaría un padre para su
bebé, una casa, un perro pequeño. Un hogar y… No quería que su hijo se criara sin
padre. Esa idea la atormentaba y si no era su jefe buscaría otro que quisiera…
Él se había ofrecido a llevarla así que eso era buena señal.
Aguardó con un vestido lila muy bonito y una chaqueta.
Jamás imaginó que luego de la despedida terminaría besándose con su jefe
ni haciendo el amor en su casa más de una vez.
Ni que él estaría tan loco con ella, con llenarla de caricias ni…
De pronto necesitó tanto estar con un hombre, sentirse deseada, amada, se
había privado demasiado de sexo.
“Eres hermosa Anne, tan hermosa que… No comprendo cómo un hombre
puede ser tan ruin de…”
Sabía lo que pensaba.
Que él la había abandonado al enterarse que estaba embarazada.
—Bueno, es que hay hombres que se asustan de los compromisos—le
respondió.
Él atrapó sus pechos y los besó y luego besó su panza y su vientre. Parecía
desearla con locura y quería hacerlo de nuevo, poseerla una y otra vez con
desesperación.
Estaba perdido en su cuerpo, loco por ella y le haría el amor, le daría todo lo
que quisiera. Un hombre dispuesto a dejarse atrapar. O tal vez creía que valía la
pena ser atrapado por esa mujer. Tenían tanto en común, era un hombre culto
inteligente, educado, cerebral y ahora le demostraba que además follaba como los
dioses y adoraba hacerlo con ella.
Pero no quiso apresurarse en hacer planes con una sola noche de sexo. Eran
adultos, y ella temía desilusionarse.
Dos meses después su jefe caía rendido a sus pies y mientras le hacía el
amor en su casa le pidió que fuera su esposa.
–Oh Edmund no… No debes hacer esto porque sientas lástima o…
Él se puso muy serio, no bromeaba ni parecía ser un hombre impulsivo. Era
como ella: ochenta por ciento cerebral y veinte pasional, aunque en esos momentos
era pasional.
—Anne, estoy loco por ti y quiero cuidarte, por favor, no me rechaces.
Quiero darle mi nombre al bebé, criarlo como si fuera mío. No he sido un santo
sabes, pero contigo es diferente, quiero que seas mi esposa.
—Pero Edmund tú vives solo, tu casa es un espejo, y un hijo…
De pronto pensó que era precipitado, quería casarse sí y Edmund le parecía
el hombre ideal para que fuera marido y padre de su hijo pero…
—Es mucha responsabilidad para ti, mejor darnos un tiempo y ver Edmund,
no quisiera que… Creo que serías un esposo ideal, y que mi bebé también necesita
un padre, un hogar… ES lo que siempre soñé pero ya sabes mi historia, mi esposo
nunca le interesó tener hijos y luego…
—Anne, estoy loco por ti y quiero darte todo, te daré los hijos que quieras y
prometo serte fiel… No me interesan otras mujeres ni…
No era mujeriego, eso era una gran virtud para ella. De libertinos y fiesteros
estaba hasta la coronilla.
Y mientras hacía el amor con Edmund se sintió tan bien, tan satisfecha que
pensó “si dejas ir a este hombre eres más que una estúpida, dios lo ha puesto en tu
camino para echarte una manito porque tú no solo querías embarazarte querías un
marido y un hogar. Porque nada puede faltarle a tu bebé”.
Tenían buen sexo, y ambos querían estabilidad, una familia, compartir
cosas… Y él la adoraba. Su otro esposo no la había amado demasiado, su anterior
amante casi nada. Ahora que al fin sentía que un hombre estaba loco por ella y
quería bajarle la luna: pues nadie tenía derecho a decir nada.
Todo estaba saliendo a pedir de boca. Mucho más de lo que había
imaginado.
Excepto por un detalle.
No amaba a Edmund.
Lo quería sí, sentía una gran admiración por él y creía que era el hombre
ideal pero si se casaba sabía que no lo haría porque lo amara. El amor necesitaba
tiempo, sí, con el tiempo iba a amarlo, es que era algo lenta para enamorarse. Pero
si dejaba ir a Edmund era más que una tonta. Solo una imbécil dejaba escapar un
hombre así.
*********
Era sábado y le había prometido a Edmund que viajaría con él a Norfolk
para ver una casa que deseaba comprar. No sabía si para ellos porque él no había
vuelto a insistir. Decidió darle tiempo para que lo pensara y todavía no había
tomado una decisión.
Así que volvió a guardar la última ropita que le había comprado al bebé y
también el último paquete de unos pañales nuevo que le habían obsequiado en una
tienda de la que era clienta y se dispuso a maquillarse cuando sintió que le tocaban
timbre. Miró el reloj y pensó que todavía era temprano para salir pero tal vez fuera
Alice o su vecina del doscientos dos.
Abrió confiada y de pronto dio un paso atrás asustada: era Brent y estaba
furioso. Lo conocía bien. Debió seguirla, debió saber que…
—Hola preciosa… Así que ese era tu secreto.
Verla embarazada lo asustó un poco pero ella no se sintió intimidada, al
contrario.
—¿Qué haces aquí Brent?
—¿Qué hago aquí? Me usas de semental, me dejas plantado en Nueva york,
te desapareces y te sorprenda que venga a preguntarte por qué…
—Eso no es verdad Brent y si vienes a hacerme una escena te diré algo. No
me importa, porque tú no querías saber de nada de compromisos. Tú fuiste quién
me usó para divertirse.
—¿Así? Y tú te embarazaste, sabías que no quería ser padre y ahora estoy
furioso, volviéndome loco pensando que tienes a mi hijo en la barriga y yo ni
siquiera lo sabía. Porque tú me lo ocultaste, me enteré porque descubrí que estabas
aquí, porque no me resignaba a no saber. Jamás pensé que serías capaz de hacer
esto Anne.
—Fue lo mejor, tú no querías niños, la idea te asustaba y tampoco
compromisos. Es la verdad. Pero no digas que me embaracé porque no es verdad,
ocurrió sí, lo supe en nueva york y por eso me fui. Sabía que era el fin para
nosotros, tú no querías y luego… me habrías odiado por no haberme cuidado lo
suficiente, por intentar atraparte… Tú sabes que no habría resultado.
Brent entró en el apartamento y miró a su alrededor, no sabía qué buscaba
pero seguía furioso.
Y de pronto vio la cuna, el oso gigante blanco de felpa sentado en una
alfombra azul. El cuarto de su hijo, de ese bebé que llevaba en el vientre Anne.
Estaba allí, podía verlo, tenía una panza que… La miró con fijeza, se moría por
acercarse, por tocarla pero algo en su actitud lo mantenía apartado.
—Anne, ¿cuánto tiempo tienes de embarazo? ¿Cuándo pasó? Fuiste a Paris
a que te hiciera un hijo porque te sentías sola y luego de morir tu amiga tú…—
quiso saber.
—No digas eso por favor, no es verdad. No fui a Paris a embarazarme pero
creo que sí pasó cuando estábamos en esa ciudad o tal vez antes es que después
que murió Diana… Perdí la cuenta de mis fechas y no… Tú ibas a irte a Paris y
estaba triste, y tal vez… Pero no lo hice a propósito, jamás planee nada. No te
mentí ni te miento ahora. Y quise evitar esto por eso te lo oculté.
—¿Y qué harás con un bebé Anne, quién lo cuidará después? Porque tú
trabajas todo el día ¿acaso lo dejarás en una de esas horribles guarderías como si
fuera una mascota o contratarás una niñera?
—Me tomaré una licencia primero y luego… Brent, ¿qué te pasa? ¿Por qué
estás aquí?
—Tú me engañaste, me hiciste creer que te importaba y esto… Pudiste
decirme al menos, es mi hijo y yo fui el último en enterarme.
Anne se movió inquieta.
—No lo hice porque tú ibas a hacerte cargo del bebé, ni te iba a obligar a que
lo hicieras. Tú no deseas una vida doméstica ni sentirte atado con un crío. Vamos
Brent, ya lo sabes, es tu hijo, está aquí y nacerá en dos meses. ¿Qué vas a hacer
ahora? Has dicho lo que pensabas, pero un hijo es una vida, es un compromiso,
una gran responsabilidad y yo… Estoy saliendo con alguien y él me ha pedido
matrimonio Brent.
Esas palabras lo dejaron estupefacto. No podía ser, cuando estaba decidido
a luchar por Anne, por recuperarla porque comprendía que era lo más importante
de su vida aparecía ese desconocido y amenazaba con robarle todo.
—Creo que lo mejor es que lo acepte y tal vez lo haga. Hace tiempo que
estoy sola y ahora más que nunca necesito estabilidad, un hogar, un compañero—
volvía a ser la abogada práctica de siempre.
—Así que ya encontraste a alguien y no necesitas de mí para nada. ¿Quién
es ese hombre Anne? ¿Cómo lo conociste? Qué rápido te olvidaste de mí… En
realidad solo me usaste para embarazarte.
—Despierta Brent madura, ¿crees que toda tu vida serás un galán cotizado y
que tendrás a todas las chicas para complacerte? El tiempo pasa, pasa y solo nos
deja tristeza, amargura, pero yo quiero algo más y siempre quise mucho más que
sexo. Quería un compañero, alguien con quien compartir, amar… Y yo te amaba
Brent, tú me enamoraste, habría dejado todo si me lo hubieras pedido pero eso no
era suficiente para ti porque no querías compromisos. Ni una vida de viejos.
De pronto sintió que sonaba su celular y fue a atender. Edmund esperaba
abajo para llevarla de paseo.
—Bajaré en un momento, Edmund.
Y volviéndose hacia Brent le dijo:—Debo irme ahora, iré con Edmund…
Él la miró furioso.
—Edmund, así que Edmund… ¿Tu nuevo novio y futuro marido? ¿Vas a
casarte con él? Vaya siempre consigues lo que deseas de todos los hombres: de mí
lo más importante el bebé que llevas en tu vientre y de ese hombre tendrás un
padre para criarlo y también tu nuevo semental para que te haga muchos niños y
se convierta en tu esposo.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Qué me haga una monja y me quede triste y
sola con un hijo que criar? Vete al diablo Brent, quiero lo mejor para mi bebé y
puedo asegurarte que lo tendrá.
—¿Así? Pero te recuerdo algo muñeca, es mi hijo. Es mío también y si estoy
aquí es porque me importa y porque no soy un perro insensible.
—Por supuesto que no eres un insensible Brent, solo que… Me pregunto.
¿Esperas más de cuatro meses para aparecerte y hacerme un numerito diciéndome
que ahora sí te importa tú hijo? Brent, si tú no querías tener hijos, me lo dijiste
muchas veces.
—Es verdad, pero ya está aquí, lo tienes en tu barriga y ahora sí me importa
y no quiero que te cases con ese hombre, sea quien sea tu Edmund.
—Pues eso no lo decidirás tú, Brent. Estoy sola y tengo un bebé que nacerá
pronto, y si se me antoja casarme con él no es por capricho es porque es un buen
hombre y me lo ha pedido porque quiere darle su apellido a Andrew y también un
hogar, una familia.
—¿Andrew?
—Sí, es Andrew, lo llamaré Andrew.
Anne lloró y él se sintió mal.
—Sal ahora Brent, déjame pasar. No puedes aparecerte de repente para
arruinarlo todo. Tal vez quieras compartir responsabilidades pero sabes que no
dejarás tu vida de viajes ni mujeres por estar con tu hijo ni tampoco sabrás criarlo.
Él se paró frente a la puerta nada dispuesto a dejarla escapar. Bueno, tal vez
estaba furioso por todo el giro que había tomado la historia. O a lo mejor era
porque ella tenía otro dispuesto a hacerse cargo del bebé, y Brent estaba celoso,
muy celoso. Eso de mear para marcar territorio.
—Por supuesto, primero me usas de donante para hacerte un bebé y ahora
que ya tienes lo que querías me descartas y me niegas el derecho a tomar una
decisión. NO fue justo lo que me hiciste Anne y no digas que no lo planeaste
porque nada en tu vida es improvisado, tal vez todo esto fue planeado por ti
mucho antes. Cuando se te antojó tener un hijo y entonces…
Ella suspiró exhausta, agotada por las emociones que la dominaban, era
imposible para ella mostrarse firme, en apariencia sí pero comenzaba a flaquear…
Tomó su celular y respiró hondo.
—Escucha Brent—dijo cansada—basta ya de reproches, tú no querías tener
un hijo y yo sí lo quise y te aseguro que ser madre soltera no estaba en mis planes.
Nunca desee esto. ¿Crees que es fácil para una mujer lidiar sola con todo, con la
gran responsabilidad de tener un hijo? Para ti ha de serlo, venir aquí, hacerme
reproches cuando he pasado estos meses sola con un nuevo trabajo, nuevo
apartamento, malestares… Y no fue fácil pero lo hice porque soy adulta y porque
amo a este bebé y tú sabes bien que no tienes derecho a reclamarme nada. Pudiste
aparecer antes, averiguar por mis padres dónde estaba.
—Tú te escondiste, me abandonaste.
—Sí, lo hice, lo hice porque tú no querías un compromiso, te pedí que te
casaras conmigo en Paris, ¿lo olvidas? Y tú no quisiste, no bromeaba… Yo quería
estar contigo porque para mí era mucho más que una aventura. Pero al ver que no
querías no insistí. Vamos, eres el eterno adolescente corriendo tras las chicas que
solo quiere divertirse y vivir la vida. El eterno mujeriego que piensa que toda la
vida tendrá treinta y podrá tener la mujer que desee pero todo pasa en este mundo,
todo es efímero y hay que sembrar y cosechar. Yo nunca quise ser tu pasatiempo,
me divirtió sí, fue muy bueno al comienzo pero esa vida no es para mí, hay una
edad para ser madre y siempre quise tener una familia, un hogar y mi matrimonio
se arruinó. He sufrido mucho mientras que tú te lo pasas de gran vida en Londres
con tus amiguitas. ¿Crees que te dure el entusiasmo de saber que tendrás un hijo lo
suficiente para desear ser padre? O solo lo querrás cuando es bebé porque todo el
mundo adora a los bebés. Pero luego los olvidan, a sus hijos, no los ven y yo no
permitiré que hagas eso.
Brent sintió en la mejilla esa bofetada y le dolió, ¿así que ella pensaba eso de
él, lo creía incapaz de tener responsabilidades, de desear ver a su hijo? Mierda, no
era verdad, estaba confundido. Llevaba semanas merodeando el apartamento
luego de enterarse dónde vivía y recién ese día se había atrevido a enfrentarla. La
había visto con su panza y se había sentido conmovido, quiso correr, acercarse
pero luego… No podría explicar lo que le había pasado.
—Escucha Anne, no estoy seguro sí pero al menos dame una oportunidad,
no te cases con otro y me apartes de mi hijo, eso no es de buena madre. Tú solo
piensas en tu conveniencia, en que solo salga según tus planes y has tenido suerte,
pocos meses aquí y ya pescaste un tonto dispuesto a casarse contigo.
—Edmund no es ningún tonto Brent, es un hombre con todas las letras y
está enamorado de mí, los hombres no necesitan tanto tiempo para enamorarse. Él
también quiere una familia, estabilidad, no todos los hombres se pasan la vida tras
las faldas, ¿sabes?
—¿Y tú lo amas?
Anne parpadeó y de pronto la vio insegura, lo que confirmó lo que
sospechaba, le había echado el ojo a ese hombre porque le convenía a sus planes,
era una mujer que siempre tenía lo que quería, seductora, inteligente, astuta… No
lo habría ni mirado si hubiera sido parecido a él: mujeriego y con ganas de
divertirse.
—Enamorarse no es todo, Brent. Me río del amor romántico a esta altura,
me casé enamorada y terminé divorciada y amargada, me enamoré de ti y terminé
preñada y sola. Mejor no enamorarse tanto y usar un poco más el cerebro en las
relaciones sentimentales. Quiero ser feliz, con el tiempo lo amaré, es un hombre
sano, tranquilo, de gustos sencillos. Y me ama, eso vale más que mil historias de
amores malogrados, imposibles. Además ¿se te olvida que estoy embarazada, que
tendré un hijo y no tengo marido? por qué te enoja que te abandonara como dices,
tú me habrías abandonado me habrías acusado de planearlo todo Brent, preferí
ahorrarme esa humillación. ¿Crees que iba a obligarte a cumplir como un hombre
como ocurría antes? Jamás habría hecho eso y en vez de agradecérmelo vienes aquí
furioso. ¿Por qué estás furioso conmigo? No tienes que hacer nada, ni casarte ni ver
a tu hijo, él no sabrá que tú eres el padre. Estoy bien, todo está bien, mi bebé es
sano, fuerte y si todo sale bien podré casarme antes de que nazca el bebé.
Bueno, en realidad todavía no lo había decidido pero…
—Aguarda Anne, ¿acaso no te interesa saber qué pienso de todo esto?
Porque todo parece ir de maravillas para ti pero me dejas fuera, me usas como
semental, te embarazas y luego me dices: vete, el bebé nunca sabrá que eres su
padre. ¿Cómo crees que me siento ahora?
—Bueno, dímelo. Te escucho.
Anne pensó que era mejor que se desahogara. Bueno, ese día no podría ir
con Edmund así que lo llamó para decirle que su tía la había llamado e iría a verla
a media mañana. Él lo aceptó, algo desilusionado pero…
Fue a sentarse, de pronto se sintió cansada y algo deprimida. El regreso de
Brent la había dejado mal, no se lo esperaba, no quería analizar sus sentimientos ni
ceder a la compasión.
Se miraron. Él se sentó frente a ella y de pronto notó que su vientre tenía
gran tamaño.
—Ese bebé no fue de Paris Anne, tú debiste… Pensé que solo tenías seis
meses pero… Tienes una panza enorme, pareces a punto de…
Las embarazadas siempre lo habían inquietado pero Anne lo inquietaba
mucho más porque ese bebé lo había hecho él sin saberlo. Un amigo le había dicho
al enterarse “esa chica debe amarte, las mujeres escogen al hombre que quieren
para tener su bebé, y siendo como es una abogada independiente pudo quitárselo,
pero decidió tenerlo, así que debe estar enamorada de ti. Por eso se llevó ese
recuerdo en la barriga”.
Él no estaba tan seguro de eso. Ella parecía muy enamorada antes, cuando
fue a Paris, pero al ver que no sería tan fácil atraparle se marchó, se marchó muy
contenta con lo que había tenido de él: un hijo que crecía en su vientre.
—Anne si decido hacerme cargo tú no podrás impedirlo ¿entiendes? Es mío
Anne, es mi hijo, crees que no he pensado en él, luego de enterarme de que estabas
embarazada…
—¿Así? Pues tardarte bastante en venir aquí, esperaba que lo hicieras antes
Brent. Vamos, no me engañas, no estás aquí porque se despertó tu amor paternal
por el bebé, has venido porque estás furioso porque te lo oculté, porque me
embaracé sin decirte nada.
—Basta Anne, deja de adivinar lo que pienso, lo que siento, tú no me
conoces tanto. Tú creíste que no quería saber nada del niño, todo esto parece un
plan maestro ideado con todo detalle. Pero se te olvida algo: el niño también es
mío y puedo pelearlo de forma legal. Si quiero reconocerlo no puedes casarte con
otro y quitármelo.
—Pero tú no sabes qué quieres hacer por eso estás aquí, sé honesto. No
quieres al bebé, ni tampoco te casarás conmigo ni cambiarás tu vida de soltero para
pasar tiempo con tu hijo. Hay que saber ser padre y estar, él está loco por mí, y lo
amará como si fuera su hijo, será su padre. Tú no permitirás que nada te ate ¿y qué
haré yo? ¿Correr tras de ti toda mi vida para que veas al niño y te ocupes de él?
Mírame bien Brent, ni sueñes que haga eso, y en cuanto a lo que dices soy abogada
y mientras tú consigues una orden de ADN deberás esperar a que nazca y cuando
nazca estaré casada con Edmund y será reconocido por él. El estudio lleva tiempo,
el papeleo bastante más.
Esas palabras lo enfurecieron y de pronto sintió ganas de llevarse a Anne a
su apartamento y encerrarla hasta que naciera su hijo y no dejar que saliera nunca
más. Un rapto sí y luego hacerle el amor hasta que reconociera que todavía lo
amaba.
—Entonces tú ya me has descartado ¿o me equivoco? Piensas que no seré
buen padre, que no soy capaz de… Es cierto que no quería hijos Anne, pero es algo
tarde para eso, te quedaste embarazada y es mío, es mi hijo y no vas a lograr que
me aparte Anne.
Ella lo miró con atención, sus ojos perdieron ese brillo de coquetería y se
volvieron alertas.
—Eso dices ahora, pero tú no quieres al bebé, te sentirás atado.
—Atado ya estoy preciosa, tú me ataste, tú me enamoraste y si estoy aquí no
es solo por el bebé. Es por ti, Anne. Lo hiciste bien, mejor que si lo hubieras
planeado.
No la había olvidado y se moría por besarla, por hacerle el amor, había
entrado furioso en ese apartamento pero luego de robarle un beso y atraparla en el
sillón sintió que todavía la amaba y se moría por hacerle el amor.
Besó sus labios, su cuello y Anne no pudo resistir que la tocara, lo amaba
maldita sea, no había podido olvidarle pero ese amor era doloroso para ella. Sabía
que no resultaría, Brent odiaba los compromisos y no iba a casarse con ella ni a
darle un hogar, nada…
—Déjame Brent, por favor, no hagas esto. Yo no te engañé ni te abandoné,
tú no querías una familia, ni casarte. No es lo que deseas pero yo sí lo quiero y
necesito un hombre a quien amar, que sea hombre ¿entiendes? Estoy harta de
luchar sola, de ser la fuerte… No soy tan fuerte ni tampoco tan cerebral.
Él la miró emocionado, estaba llorando, le decía a gritos que lo amaba y no
podía resistir sus besos, se moría por estar con él y él también. Era su mujer, y
estaba esperando un hijo suyo y sin pensarlo la subió en brazos y la llevó a la
habitación para desnudarla. Al demonio con todo, esa mujer lo tenía loco, lo había
atrapado y por más que tirara del collar volvería a ella porque la quería a su lado,
aunque tuviera que casarse y convertirse en el padrillo.
—Brent… No hagas esto, no te atrevas…—protestó.
Demasiado tarde, él le había desabrochado el vestido y no dejaba de llenarla
de caricias y de pronto al ver su vientre suspiró. Nunca le había hecho el amor a
una embarazada, y pensó que nunca sería capaz de hacerlo, pero allí estaba su hijo
y era Anne… Besó su panza despacio mientras la acariciaba y luego siguió
haciéndole el amor. Ella no pudo resistirse, no pudo hacerlo, y cuando se perdió
entre sus piernas con caricias húmedas gimió, gimió y se entregó a él dándole todo
como en los viejos tiempos. Y cuando sintió esa maravillosa cópula, cuando su
miembro se hundió en las profundidades de su sexo pensó que se desmayaría de
placer, tanto había extrañado a ese hombre, al único hombre que había amado…
Era verdad, ni su marido, ni Edmund podían despertar en ella ese fuego, esa
necesidad de ser amada, poseída… Fundida en él, en cuerpo y alma.
Pasaron el día juntos haciendo el amor, desnudos y entrelazados en su cama
pero luego mientras se quedaban abrazados Anne lloró. Lloró porque no podía
ser, porque Brent no…
—Anne no llores… Mírame. Tú me amas, me amas y todo este tiempo… Ni
una vez me llamaste, ni tampoco…
Ella secó sus lágrimas y lo miró.
—Tú sabes por qué. Sé que no querías ser padre y que los compromisos
no…
Él sonrió y secó sus lágrimas abrazándola con fuerza. Anne y su bebé…
Amaba a esa mujer, no la había olvidado, ni con mil noches de sexo podría olvidar
su calor, su suavidad, su sabor… Era única, tan dulce…
—No me dejes Anne, no me dejes de nuevo, dame una oportunidad, por
favor… Yo te hice este bebé y tú lo amas ¿verdad? No me amas tanto como amas a
ese niño y yo soy su padre.
Se besaron y Anne volvió a llorar.
—Qué quieres de mí Brent? Sabes cómo soy, sabes que quiero estabilidad y
no deseo… Nunca quise forzarte ni cambiarte, es lo más tonto que puede hacer una
mujer, intentar moldear a un hombre a sus deseos.
Él la atrapó. No iba a perderla de nuevo, no lo soportaría, llevaba meses
soportando ese vacío, tragándose el orgullo, y viviendo con la soledad, porque
estar sin la mujer que amaba era vivir en una horrible soledad día tras día.
—Anne, regresa conmigo a Londres, me casaré contigo, buscaré una casa un
perro lanudo y seré tu padrillo. Todo saldrá bien preciosa, lo prometo. Quiero estar
contigo, no me importa nada más. Te necesito Anne y quiero a ese niño, es mi hijo,
no puedes quitármelo… No es justo que otro se quede con todo, que disfrute a mi
mujer y también a mi hijo. No me hagas eso Anne, por favor, no soy un rufián ni
tampoco… Tengo sentimientos y te quiero a ti.
Pero ella pensó que Brent no sería un buen marido y que con el tiempo se
iría de viaje, extrañaría su vida de soltero.
—Brent no resultará, me pides que me case contigo pero lo haces para no
perderme, quieres estar conmigo sí, hacerme el amor y yo también quiero volver
pero ¿qué pasará después cuando el bebé llore y no te deje dormir? Cuando sientas
que esa vida no era lo que querías y que por estar conmigo lo toleraste pero…
—No sé qué pasará después Anne ni tú lo sabes… ¿Qué tal si te atas a ese
hombre a quien ni quiera amas y luego descubres que no soportas vivir con él y te
arrepientes de no haberme dado una oportunidad? Anne, muchos matrimonios
fracasan, muchas parejas se separan, todo puede cambiar en un instante y de nada
sirve hacer planes. ¿Y qué hay de lo que sientes, de lo que siento por ti Anne?
¿Estás realmente segura de lo que estás haciendo? ¿Crees que lo amarás con el
tiempo porque es un hombre bueno pulcro y formal? Te engañas preciosa y lo
sabes, no estás segura de nada, solo piensas en lo que es mejor para nuestro hijo,
pero lo mejor es estar con quién amas, no importa si resulta o no, nunca sabrás si
serás feliz si no te arriesgas. Por favor Anne, no me abandones de nuevo porque
esta vez no me haré a un lado por orgullo como hice antes, no habiendo un hijo de
por medio, un bebé, sabiendo que tú también me amas.
Se hizo un silencio en el cual Anne fue a darse un baño y a cambiarse.
Estaba hambrienta y algo cansada, el sexo mañanero con Brent la había dejado
exhausta y también la emoción de volver a verle después de tanto tiempo. Eran
muchas cosas y se dispuso a preparar un almuerzo improvisado con las verduras
que tenía en el frízer, jamón, huevos y poco más. Había cambiado su dieta y hacía
meses que no probaba chatarra.
No estaba segura ni tampoco quería tomar una decisión ese día.
Él la observó mientras se vestía y entraba en la cocina. Estaba hermosa con
el cabello largo y el vestido maternal, radiante, llena de luz…
—Aguarda preciosa, iré a buscar algo al supermercado—dijo al ver que
tenía unas pocas verduras.
Anne dejó que fuera porque no se imaginó que él se contentara con unas
verduras o huevos revueltos con jamón a esa hora del día.
Suspiró mientras colocaba las verduras en un bol de vidrio y de pronto
pensó que el jamón no sería suficiente. Buscó algún trozo de carne para hacer
mientras pensaba en Brent. Siempre pensaba en él, en todo ese tiempo no había
dejado de hacerlo, con tristeza, a veces con una sonrisa al recordar sus buenos
momentos y ahora entendía por qué durante todo ese tiempo no había sido
enteramente feliz. Separarse de Brent había sido doloroso y solo su bebé le había
dado consuelo. Pero seguía pensando en su hijo. ¿Podría atarse a Hampton
sabiendo que aún amaba a Brent? ¿Cometería ese error dos veces al casarse porque
creía que él sería el marido adecuado cuando en realidad llevaban unos pocos
meses saliendo?
De pronto comprendió que era precipitado.
Y cuando Brent regresó con un vino, chatarra y un postre de chocolate
sonrió. Sabía que los postres de chocolate eran su debilidad.
Almorzaron, charlaron y pasaron el día juntos en su apartamento, tendidos
en la cama como dos viejos enamorados que se habían reencontrado después de
tanto tiempo.
De pronto él le pidió que regresara con él a Londres. Tomó su mano y la
besó.
—Me casaré contigo Anne, buscaré una casa… Puedo comprar una, tengo
dinero ahorrado y nada te faltará, lo sabes. Cuidaré de ti y del bebé. NO me
respondas ahora si no estás segura, tómate unos días pero considera lo que te he
dicho, te aseguro que no ha sido improvisado.
Ella lo miró con fijeza.
Lo había extrañado tanto no solo el sexo, estar con él, sentirse cómoda...
Nunca había sentido ganas de escapar ni de hacer otras cosas cuando estaba con
Brent.
—Brent, sé que lo harías, lo harías para que esté contigo pero no creo que
casarnos sea buena idea.
Como tampoco casarse con Edmund lo era. ¿Y si luego no resultaba, si no se
enamoraba de él como esperaba?
Vaya acababa de descubrir que iba a meter la pata y que se había dejado
llevar por las emociones, las fantasías de lo que podía ser. Solo porque se le antojó
que su bebé necesitaba una familia, un hogar, un padre, padres juntos mejor
dicho… Pero no era de Edmund, el hijo era de Brent y él quería estar con ella, se lo
había dicho. Y hasta amenazó con hacerle un juicio de paternidad.
Conocía a su ex, era pasional, cuando quiso tenerla la tuvo, la llevó a Paris, y
seguía ofendido por su abandono pero estaba dispuesto a “perdonarla” si volvía
con él.
—¿Entonces te casarás con ese hombre? ¿Me abandonarás por ese
desconocido?—allí estaba de nuevo el Brent pasional, furioso y dispuesto a
sabotear sus planes de boda.
—No, cálmate por favor, no me casaré con Edmund. En realidad nunca dije
que lo haría, solo fantaseaba con casarme con él. No le he dado una respuesta
definitiva. Parece un hombre serio sí, formal, y… Brent, sabes por qué me alejé de
ti, es que no quise forzar las cosas ni ahora quiero hacerlo.
—Anne, yo no estoy obligado a pedirte matrimonio quiero hacerlo. En
realidad no soy tan reacio a casarme, solo a los niños, a la rutina, tú lo sabes bien. Y
como el bebé ya está en camino creo que ya nada puede asustarme preciosa.
Quiero estar contigo, y también con mi hijo. Fui un cobarde sí, me asusté, demoré
semanas en acercarme, cuando supe la verdad… y también me venció el orgullo.
Un orgullo estúpido porque sé que tienes razón, al comienzo me enojé y pensé que
solo me habías usado, que fuiste a Paris a… Pero sé que no fue así, que pasó y…
Anne, yo siempre usé condón pero contigo no quería porque confiaba en ti, eras
una mujer sana, y decente, y además creí que no querrías embarazarte ni…
—No buscaba embarazarme es verdad pero pasó, tal vez lo deseaba Brent, y
te escogí a ti porque te amaba. Aún te amo Brent y por eso no quiero obligarte a
que te eches un lazo. Que compres una casa y prometas cosas que luego tal vez no
resulten. Convivimos en Paris, en Nueva york pero no es lo mismo irse de viaje
que convivir día a día.
—Anne, regresa conmigo a Londres no me digas que no. No te cases con ese
desconocido, no dejaré que lo hagas. ¿Acaso planeas abandonarme? ¿Por qué no
me dejas estar contigo Anne? Por favor, ¿por qué me apartas de ti otra vez?
—No te estoy apartando, te estoy salvando Brent, quieres meterte en un
baile solo para que vuelva contigo.
—De nuevo la abogada. Deja de tomar todas las decisiones Anne, no dejaré
que lo hagas esta vez. No he venido a pelear contigo Anne, o a reclamarte, sé que
no puedo hacerlo y que tú creíste que era lo mejor para ambos, pero ya no lo es.
Estoy aquí por ti Anne, te amo ¿entiendes? Y si decides quedarte con ese abogado
de Manchester quiero que sepas que no te dejaré en paz, no permitiré que
entregues a mi hijo, que lo críe otro hombre.
—¿Qué has dicho?
No podía dejar pasar esas palabras. Estaba estupefacta.
—Lo que dije preciosa, no te dejaré en paz, si espera que te deje ser feliz con
ese hombre.
—Eso no, lo otro. Esa breve frase que has dicho.
Él la atrapó entre sus brazos y la besó. —Dije que te amo Anne, te amo y
quiero que estés conmigo, que seas mi mujer, y si no piensas que no seré un buen
esposo, o el esposo que tú sueñas está bien, estaré a prueba… Me tendrás a prueba
pero quédate conmigo por favor, Anne. Tú me amabas Anne, me amabas y sé que
todavía me quieres. No necesita más para estar juntos, para luchar, por ti, por
nuestro hijo… Es mío no puedes quitarme eso también. No puedes, no tienes
derecho a ello.
Él la besó, estaba desesperado, no quería perderla de nuevo, esta vez no y
no se quedaría tranquilo viendo como un desconocido se quedaba con su mujer y
su hijo. Pero Anne no había tomado ninguna decisión y no se dejaría llevar por el
impulso de la pasión.
Y cuando ese día se despidieron dijo que necesitaba tiempo.
Esas palabras dejaron a Brent devastado. Habían pasado el día juntos:
llorado, habían compartido mucho más que la cama, habían regresado y él le había
declarado su amor. ¿Qué más necesitaba Anne?
Ella se lo dijo cuándo se despidieron:
—Tiempo… Tiempo para tomar una decisión por favor. Nunca me han
gustado las prisas Brent y lo sabes. Además… No puedes esperar que te responda
ahora, llegas así de repente, decides que sí quieres estar conmigo, criar juntos a
nuestro hijo…
—Es lo que quiero Anne, y te aseguro que no obedece a un arrebato del
momento.
—Lo sé Brent, sé que hay algo que nos une que es más que el éxtasis del
comienzo y que este bebé es el fruto de nuestra pasión, de nuestro amor. Yo
también te amo Brent, te amé mucho antes de saberlo y por eso… y nunca quise
cambiarte ni forzar nada por eso… Necesito tiempo.
Él la besó y cuando regresó a su apartamento se sintió como una fiera
enjaulada. Tiempo. Lo único que lo consumía, lo que él había perdido como un
tonto, pudiendo estar con la única mujer que amaba y su bebé que nacería en
pocos meses.
Solo esperaba que ese tiempo no significaba un adiós definitivo, ni una boda
con ese Edmund.
Dio vueltas en su habitación desesperado. Su vida entera parecía en
suspenso pero no lamentaba haber ido a buscarla porque sabía que sin ella no
podría ser feliz.
*********
Anne terminó de acomodar la ropa de su bebé y dio una vuelta por la
habitación pensando en Brent. Su llegada y sobre todo su declaración de amor
habían cambiado mucho las cosas. Sabía que todo había sido muy rápido, sin
poder asimilar lo que había pasado: el embarazo, su huida de Londres, luego
Manchester, su nuevo trabajo y todo lo demás…
Pero ya no tenía veinte años para derretirse con promesas de amor ni
tampoco su ofrecimiento de matrimonio.
Le había llevado algún tiempo comprender que la amaba y al descubrir que
estaba embarazada no la había buscado y ahora le pedía que fuera su esposa, que
vivieran en su apartamento y…
Bueno, no podía seguir demorándose. Debía ir al trabajo y hablar con
Edmund. ¡Diablos! Habría deseado evitar ese momento, pero debía hablar con él.
Su decisión estaba tomada pero sus piernas temblaban y no se sentía muy bien ese
día, nada bien.
Su embarazo había sido normal y solo había tenido mareos al comienzo,
desgano y algunos antojos, no había engordado demasiado y el niño era sano. Eso
era lo importante, lo más valioso y la decisión la había tomado por su bebé y por
ella.
Estacionó su Audi, entró en la oficina y al ver a su jefe ese día lo vio con
otros ojos. Sí, el regreso de Brent la había alterado, lo había cambiado todo, no
importaba que luchara por ser razonable y práctica y hacer lo mejor para su hijo.
Sabía lo que significaba el matrimonio y no fue la amenaza de Brent, la velada
amenaza de arruinar su boda lo que la impulsó a decirle adiós a su jefe y su sueño
de casita de muñecas y final feliz. Fue algo más profundo.
—Anne, ¿estás segura?—quiso saber él.
—Sí.
—¿Y puedo saber por qué has cambiado de parecer? Anne… No creas que
mi petición fue precipitada, no soy un hombre impulsivo.
No, no lo era y lo sabía.
—Edmund, eres un hombre bueno y creo que siempre te estaré agradecida
por estos meses y también… Pero el padre de mi hijo me buscó y quiere una
oportunidad.
Fue sincera, pero él no se ofendió, ni sintió celos. Lo entendía, sin embargo
lo notó algo inquieto al final.
—¿Vas a casarte con ese joven, Anne?
—No lo sé… Necesito tiempo y también creo que dejaré este trabajo. Estas
semanas he estado algo cansada.
—Sí, por supuesto Anne, debes descansar. Pero si necesitas algo por favor
llámame. Si algo sale mal quiero que sepas que mi petición sigue en pie.
Esas palabras la sorprendieron. Era un hombre especial y por eso casi había
aceptado casarse con él, la amaba con una adoración que nunca había sentido antes
en un hombre. Con el tiempo tal vez habría podido enamorarse, era imposible no
amar a un hombre tan guapo, tan bueno y apasionado.
Se despidió de Edmund con lágrimas en los ojos, lágrimas de gratitud y él la
abrazó despacio y le reiteró esas palabras “cuenta conmigo Anne, tal vez te
pareciera precipitado una boda pero para mí no lo era, en realidad nunca sentí
deseos de pedirle matrimonio a otra mujer, solo a ti”.
Se sintió muy mal cuando abandonó el edificio y se dijo por qué diablos
estaba haciendo todo eso. No era justo. Debió quedarse con él, sabía bien lo que
costaba encontrar hombres así…
Pero Brent se lo había pedido, le había pedido una oportunidad y él era el
padre de su hijo. Su hijo merecía estar con sus padres, no estaba segura en cuanto a
la boda y lo demás pero… Era una prueba de amor que le daba, porque no solo
quería conocer a su hijo, quería estar a su lado. Y ella quería estar con Brent. Lo
amaba y todavía estaba algo molesta con él, no era tan sencillo como correr a sus
brazos y hacer como si nada hubiera pasado.
No, no lo era pero…
Luego de almorzar se disponía a ir de compras cuando Brent la llamó.
—Anne, por favor, llevo días esperando una respuesta. No me tortures más.
Aunque me lo merezca, no lo hagas.
—¡No lo hago para torturarte Brent! ¿Me crees tan infantil?
Anne regresó a su apartamento molesta, nerviosa y de pronto lo vio:
estacionado frente al edificio el auto de Brent y él con sus lentes, vistiendo jeans y
un ramo de flores blancas esperándole.
Oh Brent… Entonces había estado llamándola desde su auto a pocas
cuadras del restaurant?
Sonrió y aceptó el ramo de rosas blancas. Él la tomó entre sus brazos y la
besó, se veía cansado, nervioso…
—Anne, no me iré hasta que me des una respuesta, me quedaré, dormiré en
el auto…—dijo entonces.
Ella sonrió.
—No será necesario, Brent—Anne se puso seria.
Él estaba temblando casi, sea cual fuera su decisión sabía que no se quedaría
quieto ni de brazos cruzados. En realidad no le había dado opciones: si se casaba
con Edmund le haría la vida imposible, si no se mudaba con él tampoco la dejaría
en paz.
—¿Y qué has decidido? Deja de torturarme Anne, por favor.
—Escucha Brent, no voy a casarme contigo ahora…
Esas palabras lo dejaron tieso, pálido.
—¿Entonces te casarás con ese hombre?
—No… No me casaré con él… Es que creo que es prematuro casarnos
ahora. Tú me pediste una oportunidad y yo voy a dártela, pero esa oportunidad es
más que una beca de sexo diario Brent, me mudaré contigo hasta que nazca el bebé
pero si luego no resulta, si descubro que no serías un buen esposo… No voy a
apartarte nunca de tu hijo, tienes mi palabra, y yo no iba a privarte ese derecho,
solo que como tú no lo sabías y no querías tener hijos… Es que a veces el amor no
lo es todo Brent, y si acabo de… No creas que fue fácil para mí decirle adiós a
Edmund porque él fue muy bueno conmigo y hasta último momento me dijo que
si algo salía mal lo llamara.
—Pues que espere sentado, lucharé por ti Anne, no permitiré que pienses
un día que habrías sido más feliz con ese hombre.
—Ojalá sea así Brent, ojalá podamos compartir no solo buenos momentos
sino saber estar siempre también en las adversidades. Porque no solo estaremos tú
y yo, estará el bebé. Y sería muy doloroso luego tener que separarnos, por eso
quisiera que no…
—Anne, ven conmigo ahora por favor, luego enviaremos a una empresa por
tus cosas. No soporta estar un solo día más sin ti… Estos meses han sido un
infierno ¿sabes? Un maldito infierno por mi orgullo, por ser un imbécil, por
orgulloso. Pero acepto tus condiciones, pero quiero que si todo sale bien te cases
conmigo, Anne. No me casaría con nadie ni tampoco quisiera tener otros hijos, solo
contigo preciosa…
La besó y se la llevó a Londres, no pudo escapar. Solo llegó a hacer sus
maletas, su ropa y el bolso de su bebé con los exámenes por si acaso nacía antes de
tiempo.
Llegaron a media tarde y Anne suspiró al ver el apartamento y de pronto se
emocionó. ¡Tantos recuerdos! Y de pronto lloró, no debía hacerlo pero…
Brent se acercó y la abrazó con fuerza. —Anne, ¿por qué te fuiste? ¿Por qué
me abandonaste? No lo hagas de nuevo por favor, no te dejaré, ¿entiendes?
—No lo haré, a menos que tú… Que te encuentre con otra o…
—Eso no pasará, Anne. Confía en mí, deja de pensar que sería capaz de
hacer algo que te lastimara. No seré como tú perrito de Manchester, Edmund, pero
te amo, te amo preciosa…
Se abrazaron y besaron sabiendo que estaban listos para ese nuevo desafío,
para Anne lo era. No había esperado que él cambiara tanto ni tampoco tenía
demasiada fe en que resultaría, pero estaban juntos… Y ni siquiera se había
atrevido a soñar en que eso pasaría.
Y cuando Brent la arrastró a la cama se sintió más que dispuesta a hacer el
amor sin parar para festejar ese reencuentro. Para vivir cada segundo como si fuera
el último y recuperar así ese tiempo perdido, sin estar juntos.
Y luego de quedarse fundidos, abrazados, pegados él le rogó que no
volviera a marcharse, y que nunca más pensara en abandonarlo.
—No lo haré mi amor, te lo prometo Brent.
Acababa de lanzarse al agua, lo había hecho, al final había vencido el amor y
lo sabía.
Vivir con Brent fue una aventura, una aventura divertida, inolvidable, por
momentos era su amante y en otras su amigo.
Dejó sus viajes, sus desfiles y un buen día dijo que quería mudarse al sur e
invertir en un pequeño negocio. Tenía una propiedad que había heredado en el
norte y había un inversor que pretendía presionarlo para que la vendiera pues
planeaba convertirla en residencial. Brent tenía otros planes y un día cuando
cenaban en un pintoresco restaurant de Piccadilly Circus la miró con fijeza y tomó
su mano.
—Anne, ¿te gustaría vivir en una mansión victoriana del norte? Es que estoy
harto de los viajes, de la ciudad, creo que solo continuaré el contrato con Klein y
Boss y dejaré las otras. Tengo más dinero del que podría gastar y necesito invertir
en un negocio fuera de Londres.
Ella sonrió.
—¿De veras? ¿Y crees que podrás dejar los viajes? Te has vuelto muy
famoso Brent.
Él sostuvo su mirada.
—He cambiado preciosa, ¿es que no lo has notado? He dejado la noche, la
vida libertina y ahora me he vuelto más hogareño.
—Sí, lo sé Brent y creo que no lo esperaba, me siento sorprendida, pensé que
no duraríamos ni una semana.
—Tú me cambiaste preciosa y ahora quiero preguntarte si te gustaría
mudarte al distrito de los Lagos, tengo una villa muy victoriana, con algunas
tierras y sería un lugar para irnos de vacaciones o vivir…
—¿En el distrito?
—Sí, mi tío acaba de legármela, está enfermo y no le queda mucho tiempo y
espera que… Me haga cargo de su empresa. Diablos, creo que venderé todo y me
dedicaré a criar ovejas en alguna parte. La vida de yuppie no va conmigo, ya lo
sabes, ¿no?
—Oh Brent, me encantaría… De veras... Solo que ahora, falta poco para que
nazca nuestro bebé y…
Él tomó su mano y la besó.
—Está bien, puedo esperar, es un proyecto, creo que le hará bien tener
jardines y una casa enorme para crecer sano, lejos de esta ciudad tan loca. Y
además… Todavía no has aceptado casarte conmigo Anne.
Ella sonrió emocionada.
—Brent necesito tiempo, no quisiera… Luego de que nazca nuestro niño, si
todo sale bien… Sabes por qué quiero esperar.
—Temes que cambie, ¿no es así?
—No, no es eso… Pero la vida nos cambiará luego de llegue Andrew y lo
sabes. Estamos bien así, y sé que tú has cambiado pero no quisiera que…
—Anne, ibas a casarte con ese desconocido, con ese Edmund y yo que soy el
padre de tu hijo y que…
—Brent, escucha, no iba a casarme con Edmund. Tú creíste que lo haría y te
pusiste muy celoso pero en realidad intentaba convencerme de que era lo mejor
pero… En realidad sabía que no lo haría porque creo que para casarse hace falta
amor, entendimiento, armonía y proyectos en común. Tenía armonía, era un buen
hombre pero no lo amaba. No como te amo a ti Brent… Y sabes, no deseo hacer
planes, más adelante si todo sale bien… Estoy contigo, estamos juntos y todo está
bien ahora, no necesitamos más que eso.
Pero meses después del nacimiento del pequeñín y mudados a Cumbria
Brent le recordó su promesa.
Anne sonrió, su vecino y amante había pasado la prueba de fuego: días,
semanas sin dormir, el bebé lloraba a toda hora, y en un momento el apartamento
se convirtió en un caos. Los ruidos de la ciudad, los nervios de sus padres
primerizos, la depresión post parto de Anne, todo conspiraba.
Así que cuando dieron un paseo por los jardines de esa espléndida villa
victoriana de Cumbria llamada Mary Cottage, con el pequeño Andrew en brazos
Anne dijo que aceptaba ser su esposa.
—Pero en París, dónde hicimos a nuestro bebé—esa fue la única condición.
Brent la abrazó y sonrió. Su vida había cambiado por completo y ahora por
primera vez en mucho tiempo era feliz y selló el pacto con un beso ardiente,
apasionado, como en los viejos tiempos.
—Así se hará abogada—dijo solemne.
Anne lo besó y se quedaron abrazados mientras a su alrededor volabas las
hojas de y se sentían los primeros fríos de otoño. Un paisaje magnífico los rodeaba
y lo principal: habían descubierto que podrían estar juntos frente a viento y marea,
que podía compartir no solo momentos de sexo ardiente como antes sino también
quedarse en silencio, abrazados, mirando una película, un paisaje como en esos
momentos. Eso era el amor, ese amor que solo llegaba una vez en la vida y lo
habían descubierto juntos.