Capítulo 2
Kat estaba de pie en la terraza de la nueva casa de Kirk, de setecientos cincuenta metros cuadrados con vistas al puerto de Vancouver. Tenía que admitir que estaba impresionada. El viejo eructado engulle-cervezas de Kirk había dejado paso a otro Kirk nuevo y mejorado que bebía vino a sorbos y vestía una camisa hecha a medida y unos pantalones que le hacían parecer quince quilos más delgado.
Suzan, la mujer de Kirk, se materializó entre la multitud compuesta por unos cien invitados. Lucía un reluciente vestido corto de fiesta. Se acercó a Kat.
–¿Te gusta? –Su ropa era tan chillona como siempre, sólo que de un chillón más caro, a juzgar por las poco discretas iniciales del diseñador en su bolso y en su reloj. Andar por casa con el bolso colgando del hombro era muy propio de Suzan. De haber podido, ni siquiera habría quitado las etiquetas del precio.
–Pues claro que me gusta –contestó Kat–. Es deslumbrante.
Por lo menos, las vistas eran impresionantes, con una panorámica de 180 grados sobre el puerto y las montañas. La casa era una monstruosidad de cristal y metal, surgida como una mala hierba de la ladera de la colina del dinero.
–A Kirk le van muy bien las cosas, ¿no te parece? Por eso ha organizado esta pequeña fiesta de celebración. Para darles las gracias a todos sus amigos. –Movió la mano señalado el jardín de césped que tenían a sus pies.
Kat dirigió la mirada hacia el jardín. Había pequeños grupos de personas en torno a las mesas, probando el vino y los canapés. No obstante, no conocía ni a uno solo de ellos. ¿De dónde habían salido los nuevos amigos de Kirk?
–Tenéis que probar el vino. Es fantástico, Kat, es fantástico. –Suzan sorbió de su copa de tamaño desproporcionadamente grande–. Y también muy rentable
–Lo haré dentro de un rato –dijo Kat–. De momento, me limitaré al agua. —Quería mantenerse sobria hasta haberse asegurado de que Jace le devolviera la botella a Kirk, pero resultaba tentador.
–Es una inversión muy buena –dijo Suzan mientras sus manos jugueteaban con la copa–. Tal vez a vosotros también os interesaría.
Kat avistó a Jace hablando con Kirk en el jardín, junto a la barra de bar. Se disculpó y fue directa hacia él. Jace la saludó con la mano mientras ella cruzaba el jardín.
–Te lo dije, Kat. Kirk ha encontrado finalmente su nicho de negocio. ¿No te parece una fiesta estupenda? –Jace le sonrió.
El plan de Kat era devolver el vino y quedarse sólo para la cena. Pero Jace estaba empezando a divertirse demasiado. Siempre se animaba cuando tenía una copa en las manos.
–¿Vino?–El camarero sonrió y les llenó las copas con el mismo Screaming Eagle Cabernet Sauvignon vintage que Kirk les había regalado.
Qué demonios. Al menos podía permitirse coger una copa reservándosela para más tarde. Kat raramente asistía a fiestas de aquel estilo, de modo que no estaría de más aprovecharla. Kat cogió la copa y se volvió hacia Kirk.
–¿Cuánto tiempo llevas haciendo esto?
–¿Haciendo qué? –La expresión obtusa de Kirk se metamorfoseó en otra de entendimiento. –Ah, vale, te refieres a las inversiones en vino. ¿No es fantástico? Hace sólo seis meses que empecé, y ya he ganado lo suficiente como para pagar esta casa. En metálico. Para mí, esto ha supuesto un cambio radical.
– ¿Compras y vendes vinos en subastas? –Kat se moría de ganas de probar el vino de dos mil dólares, pero no quería parecer demasiado ansiosa. Esperaría hasta que hubiera acabado de hablar con Kirk. Después lo podría saborear de verdad.
–No exactamente. –Kirk hizo un gesto con las manos y casi derriba una bandeja cargada de copas–. Compro en las bodegas. Pero la mayoría de veces hago ventas privadas, a un grupo selecto de coleccionistas de vino. Hasta tengo lista de espera.
–Guau, es fantástico –dijo Kat–. ¿Pero qué hay de las comisiones de las salas de subastas? –Por lo que sabía, cobraban unas comisiones muy altas. ¿Cómo se las había apañado Kirk para conseguir beneficios importantes tan rápido? Y, más aún: ¿cómo era posible que un negocio tan lucrativo no tuviera mucha competencia?
–Lo es. Cualquier día de estos vendrán los periodistas de The Sentinel pidiéndome por favor que les conceda una entrevista. Apuesto a que están arrepentidos de haberme dejado marchar. –Kirk engulló el resto del vino y dejó la copa vacía en la bandeja de un camarero que pasaba por allí.
–Se estarán dando cabezazos contra la pared –dijo Kat.
Suzan se materializó al lado de Kat y la agarró por la muñeca. Un diamante chillón y un brazalete tachonado con esmeraldas arrancaron destellos de las luces que iluminaban el jardín.
–¿Te gusta? –dijo con una risita–. Me lo acaba de comprar Kirk. Por creer en él.
–Alucinante. –Kat hizo girar el vino tinto en su copa, salivando ante la idea de probarlo. Antes de la fiesta había investigado un poco sobre aquella marca. Tenía una calificación muy alta, 98 puntos sobre cien. Kat no había probado jamás un vino que tuviera una puntuación superior a 94. Pero todas sus experiencias con vinos de más de noventa puntos habían sido absolutamente deliciosas. Debía tener algo que ver con la ley de los rendimientos decrecientes. ¿A qué debía saber un vino miles cientos o miles de dólares más caro?
Tan sólo seis meses atrás, el engulle-cervezas de Kirk no hubiera sabido diferenciar un Zinfandel de un Cabernet. ¿Como era posible que de pronto hubiera adquirido cualidades de catador de vinos, por no hablar de inversor? Kat sospechaba sobre sus motivos.
Tampoco podía esperar a probar el vino. Tomó un sorbito del Cabernet Sauvignon y lo paladeó manteniéndolo en la boca unos segundos antes de tragarlo. Frunció el ceño. No era, en absoluto, lo que había esperado.
No era una experta, pero sabía apreciar un Cabernet Sauvignon de buena calidad. Era uno de sus vinos favoritos. Aunque este tenía mucho cuerpo, con las notas usuales de cereza negra, regaliz y pimienta, también tenía un desagradable aroma ácido. Sus papilas gustativas no eran tan sofisticadas como las de un sommelier pero el sabor del vino no parecía exactamente el que había esperado.
Lo que no estaba mal, porque de todos modos, no podría permitírselo. De hecho, ni tan siquiera pudo acabárselo. Pero, en teoría, aquel vino valía miles de dólares. ¿Cómo permitirse despreciarlo?
Suzan se había escabullido para atender a sus otros invitados y Jace y Kirk estaban enfrascados en una discusión sobre cómo expandir el negocio de vinos. Kat depositó su copa a medio llenar sobre una mesa después de decidir que no valía la pena acabárselo, tuviera el precio que tuviera. Se peguntó cuándo servirían la cena y partió en busca de un lavabo.
El interior de la casa era aún más deslumbrante y espectacular que el exterior. Cruzó la cocina de mármol y acero inoxidable hacia la parte delantera de la casa. El salón estaba a rebosar de gente, razón que explicaba que los tres baños estuvieran ocupados. Después de esperar varios minutos, decidió aventurarse hacia el sótano. Tenía que haber varios lavabos en cada una de las plantas de una casa de aquel tamaño.
Una escalera de caracol descendía hacia lo que tan sólo podría describirse como una gran galería abierta. La pared estaba tachonada por cuadros al óleo, en una hilera tan sólo interrumpida por un puñado de puertas, todas cerradas excepto una que estaba ligeramente entreabierta. Avanzó hacia aquella puerta, suponiendo que era la del lavabo.
Al entrar, descubrió que no se trataba del lavabo, sino una oficina. Estaba a punto de cerrar la puerta cuando algo le llamó la atención.
Había una mesa larga ocupando toda la longitud de la sala. Bajo ella, había docenas de botellas de vino, todas vacías y sin etiqueta. Y aún resultaba más preocupante lo que había encima de la mesa.
Etiquetas.
Etiquetas de Screaming Eagle, el mismo Cabernet Sauvignon vintage que vendía Kirk.
Kat notó que el corazón se le aceleraba al darse cuenta de que todo era una estafa. No era extraño que Kirk hubiera sido tan generoso con el vino. Probablemente, había organizado la fiesta para crear interés y hacer nuevos clientes. Una estafa sencilla, pero muy lucrativa.
Se giró hacia la puerta y la cerró tras ella. Había centenares de personas en la casa, de modo que la probabilidad de que otro invitado se presentara en busca de un baño y acabara como ella en aquella sala era alta.
Los invitados ignoraban que estaban bebiendo vino barato disfrazado de algo mucho más caro. Se preguntó cuántos le habrían hecho ya pedidos a Kirk.
Examinó la sala y avanzó hacia el montón de cajas de vino amontonadas contra la pared del fondo. A doce botellas por caja, sumaban un número enorme de botellas. Se agachó para sacar una de las botellas de una caja abierta en el suelo. Por descontado, era idéntica a la que les había regalado Kirk.
Calculó mentalmente: suponiendo que Kirk las vendiera a unos cuantos miles de dólares la unidad, aquella sala albergaba un botín de más de un millón de dólares.
Increíble.
Jace no la creería a menos que le proporcionara pruebas. Buscó el móvil en su bolso y consiguió encontrarlo.
Tiró unas cuantas fotos de la mesa, las etiquetas y las botellas. Sin duda alguna, lo que había en aquella sala explicaba el origen de la repentina riqueza de Kirk. El amigo de Jace se dedicaba a re-etiquetar vino barato y lo hacía pasar por vino añejo de calidad. Con razón se había enriquecido tan rápidamente.
Aquello también explicaba por qué el vino le había sabido tan mal. Se agachó y abrió una caja. Era Cabernet Sauvignon, vale, pero de una marca diferente, una que había visto a la venta por menos de diez dólares la botella. Con razón Kirk vivía a lo grande. Re-etiquetaba las botellas y las vendía en subastas y podía estar seguro de que a casi nadie se le ocurriría probar el vino. Después de todo, aquellas botellas estaban consideradas como una inversión.
El Screaming Eagle era tan popular que los coleccionistas raramente vendían sus tesoros. La pequeña bodega de Napa Valley producía, a lo sumo, unos centenares de cajas al año, y los coleccionistas las compraban de inmediato. Incluso había oído hablar de gente que las incluía en el las fotografías familiares, la botella presente año tras año conforme los hijos crecían y se hacían adultos. Uno de los coleccionistas había colocado la botella en el moisés de su bebé y luego, años más tarde, la botella reaparecía en las fotos de graduación del muchacho.
Kirk había elegido el vino perfecto para falsificar, siempre que no saturara el mercado con demasiadas botellas a la vez. Hacerlo podría despertar sospechas.
Pero esto presentaba otro problema. Para hacer millones, Kirk necesitaba vender vino a una escala mucho mayor. Lo cual significaba que tenía que estar falsificando y vendiendo también otros vinos. ¿Por qué si no estaría sirviendo un vino valorado en miles de dólares a sus invitados? Si en verdad fuera tan caro, los camareros tendrían instrucciones de servirlo en pequeñas dosis. Y, por supuesto, Kirk no le habría regalado una botella a Jace.
Tal vez las fotos nos serían prueba suficiente. Cogió una de las etiquetas del a mesa en el preciso momento en el que oía pasos. Salió rápidamente y cerró la puerta tras ella. Hizo mucho más ruido de lo que pensaba. Se dio cuenta de la razón por la que la había encontrado entreabierta. Tenía un cerrojo automático y ella acababa de activarlo al cerrarla.
–¿Qué haces aquí? –Kirk estaba de pie en lo alto de las escaleras, con su fornido cuerpo cortándole el paso e impidiéndole la huida.
La había pillado con las manos –y con la etiqueta– en la masa.