Hola preciosa.– me saludó con un beso y una sonrisa que cada día me gustaba más.– ¿algún plan para hoy?
–Puede que sí, puede que no.– respondí dándole yo también un beso y cerrando la puerta de mi casa detrás de él.– De momento vamos a comer, hoy he salido pronto y me ha dado tiempo a preparar una ensalada y unas croquetas. Después, ya veremos.
Me di la vuelta y su risa me siguió hasta la cocina, donde volvimos a besarnos una y otra vez, pero cuando intentó desabrocharme el botón de botón de los shorts, le aparté la mano.
–Quieto, fiera, que tengo hambre.– hizo un gesto de pena y le di un azotito en el culo para apartarle de mí.– Coge las copas, abre una botella de vino que hay en la nevera y ve poniendo las cosas en la mesa.
Preparamos todo entre los dos y nos sentamos a comer. Las croquetas estaban buenísimas. La verdad es que nunca me ha gustado cocinar, pero la verdad es que cuando me ponía a ello, no lo hacía del todo mal.
–Qué ricas están.– dijo Sergio, casi leyéndome la mente.– Deberías venderlas o algo así, son las mejores que he comido nunca. ¿receta familiar?
–Sí, las hacía mi madre.– contesté. No quería ponerme triste, así que cambié de tema.– ¿Qué tal el día? ¿mucho trabajo?
–No mucho, la verdad. en esta época del año no hay demasiado que hacer, ¿y tú?
–Yo estoy contentísima.– respondí, apurando la copa de vino y levantándome para recoger la mesa.– Todo va genial con Raquel, es increíble que una niña tan pequeña escriba tan bien. Y con su madre igual, lo está haciendo todo tan fácil… en unos días termino de editar y nos pondremos a elegir portada. aún no sabemos si empezaremos ya la publicidad o lo dejaremos para después del verano, tenemos que discutirlo.
–Qué bien, me alegro un montón, te lo mereces.– me dio un beso y empezó a preparar el café.
Estaba muy nerviosa. Había decidido lo que iba a contestarle, pero no sabía bien cómo sacar el tema, incluso llegué a pensar que se había olvidado de ello. Se lo diría a lo bruto, mejor así.
–Voy a ir contigo al sitio ese de perversión.– dije.– Has cumplido con tu parte de no presionarme y yo cumplo con la mía de darte mi respuesta.
Se puso las manos en la cabeza y abrió mucho los ojos, totalmente sorprendido, pero no dijo ni una palabra. Le miré con un gesto de impaciencia para que me hablara y nada, le había dejado mudo.
–¿No vas a decir nada? ¿Se te había olvidado? ¿Ya no quieres que vaya contigo?.– pregunté todo seguido.– Di algo, por dios.
–Es que me acabas de dejar alucinado, Ali, nunca hubiera pensado que me dirías que sí y menos de esta forma.– contestó.– ¿estás segura?
–No, no lo estoy, pero hay tantas cosas en mi vida de las que no estoy segura que una más no me importa, y no quiero llegar a viejecita y pensar que pude hacer algo y no lo hice.– me acerqué a él en el sofá y le di un beso.– Le he dado muchas vueltas y lo he hablado con mi prima. Te digo que sí, que voy, pero también te digo que puede que lleguemos a la puerta y me dé la vuelta pensando que todo es una locura y que no aguantaría que alguien me tocara o ver cómo alguien te toca a ti. Sí, no pongas esa cara, ya sé que me dijiste que allí nadie hace nada que no quiera hacer, no te preocupes.
–Ya lo comprobarás por ti misma.– sonrió.– me parece increíble que me estés diciendo que sí.
–Intentaré estar a la altura, pero… No te prometo nada.
–Yo tampoco puedo prometerte nada.– dijo él.– es lo que dices, puede que yo también llegue allí convencido de que quiero compartir esa parte de mi vida contigo y luego no me atreva. me encanta estar contigo, Ali, me lo paso genial, me haces reír y me levanto todos los días con ganas de verte y de que llegue el fin de semana para poder estar horas y horas sin separarme de ti. No sé cómo llamar a esto ni quiero hacerme ilusiones, hay que ir disfrutando poco a poco con las pequeñas cosas que se nos van cruzando en el camino. Sólo sé que me siento fenomenal cuando estoy contigo.
Entonces fui yo la que se quedó sin palabras. Hacía semanas que sentía lo mismo, pero no había sabido expresarlo tan bien como él.
–Otra vez vuelvo a ser yo la que no sabe qué decir.– apenas me salía un hilillo de voz.– ¿De verdad sientes eso por mí?
–Normalmente me cuesta más expresar lo que siento, pero sí, es tal y como te he dicho. Creo que te estás convirtiendo en la mitad que me falta.
Me lancé a sus brazos y le besé tan fuerte que creí que le había hecho daño. era la forma de demostrarle que yo también sentía eso, que tantos días juntos y tantas conversaciones habían dejado huella en mi vida y no quería dejar de sentirlo. Pero aún no me veía preparada para expresarlo con palabras tan bonitas como las suyas. aún había muchas cosas sobre mí que no le había contado, tal vez porque no quería que reaccionara como lo hacía la mayoría de la gente, sintiendo lástima por mis cicatrices, por las que se veían y por las que no. Interrumpió el beso y cogió mi cara entre sus manos para mirarme a los ojos y decirme las dos palabras que ya se había convertido en tradición entre nosotros, “eres preciosa”.
Nunca me había visto guapa, sólo alguien del montón que quería pasar desapercibida escondiéndose entre tantas y tantas personas como ella, sin destacar por nada, dejándome llevar y siendo yo misma únicamente entre las cuatro paredes de mi refugio. Pero Sergio había traspasado esa coraza que había construido a lo largo de los años. Poco a poco, casi sin darme cuenta, le había dejado entrar en mi mundo e irme descubriendo como nunca se lo había permitido a nadie. Y me daba miedo. No por haber accedido a la locura de llevarme a ese local, eso era lo de menos, estaba asustada porque en ese momento me di cuenta de que me había enamorado de él. Y todo eso lo pensé mientras seguía con mi cara entre sus manos.
–Me encantaría saber lo que está pasando por esa cabecita ahora mismo.– me dijo sonriendo.– Sé que es una frase que nunca se le debe decir a una mujer, pero ¿qué estás pensando?
–Me da igual que me preguntes eso.– tuve que sonreír yo también.– estaba pensando en que me encantaría poder expresar las cosas igual de bien que lo haces tú. Hablo mucho, todo el mundo me lo dice, pero siempre de cosas intrascendentes, hablar sobre mí o sobre lo que siento, me cuesta.
–No te preocupes, para lo que tengo en mente no hace falta que hables.
Volvió a besarme, me cogió en brazos, y me llevó a la habitación para tumbarme en la cama. me desnudó despacio, sin dejar de mirarme a los ojos y sin hablar, como había dicho antes que haría. Cuando ya estaba desnuda se quitó la poca ropa que llevaba encima. me dio la vuelta hasta ponerme boca abajo y empezó a acariciarme muy despacio, pasando toda la palma de la mano desde mi cuello hasta los tobillos, casi sin tocarme. Cerré los ojos. era como sentir una pluma por todo mi cuerpo que me hacía sentir en la gloria. Cuando tocó hasta el último centímetro de mi piel hizo el mismo recorrido con la boca, dándome pequeños besos y lamiéndome en los sitios en los que él sabía que más me gustaba. Perdí la noción del tiempo y, sin saber cómo, me encontré boca arriba, con una de sus manos apretando las mías por encima de mi cabeza. abrí los ojos sorprendida y él hizo un gesto para que no dijera nada.
–Ya que me has dicho que sí a lo del local, he pensado que podríamos probar aquí también algo distinto.– dijo sin soltarme las manos.– Prometo no hacerte daño, ¿qué dices?
Antes de darme tiempo a responder ya estaba bajando la mano por mi tripa, dando vueltas alrededor de mi pubis, sin llegar a tocarlo. No lo pensé ni un segundo, estaba totalmente segura de que no me haría daño y de que pararía si yo le dijera que no a algo de lo que quisiera hacerme. estaba en sus manos.
–Hazme lo que quieras.– apenas me salió la voz, su índice empezó a moverse en mi clítoris y ya no fui capaz de pensar con claridad.– Confío en ti.
Se levantó de la cama y ahí me quedé yo, desnuda y sorprendida viéndole salir rápido de la habitación y sin saber dónde iba. Volvió apenas diez segundos después con su mochila en la mano y tuve que sentarme, muerta de curiosidad. al ver que ponía cara de empezar a preguntar algo, volvió a ponerse el dedo en los labios para decirme que me callara, pero no me pude resistir.
–¿Qué vas a hacer? ¿Qué tienes ahí?.– pregunté.
–No seas cotilla y déjame sorprenderte, preciosa.
Si no hubiera estado tan terriblemente excitada puede que me hubiera asustado, pero lo único que sentía era que necesitaba que hiciera conmigo lo que le diera la gana, que él disfrutara de mí y yo de él. abrió la mochila y sacó una especie de lazos hechos con unas cuerdas moradas y unas esposas, y ahí sí que me quedé a cuadros, nunca había visto nada igual.
–Ahora, señorita, va a quedarse usted quieta y a hacer lo que yo diga, ¿entendido?.– lo dijo con una sonrisa y yo no pude hacer otra cosa que asentir con la cabeza.– así me gusta.
Se acercó a mí e hizo que me tumbara otra vez para ponerme en cada muñeca uno de los lazos morados y los apretó, eran nudos corredizos, pero la cuerda era tan suave que no me hizo ningún daño. Cuando se aseguró de que estaban bien puestos, cogió las esposas, las cerró alrededor de la unión de las cuerdas, y después a uno de los barrotes metálicos del cabecero. Nunca imaginé que mi bonita cama de Ikea serviría para que un tío me atara a ella.
–¿Te hago daño?.– preguntó.
–No.
–¿estás asustada?.– siguió preguntando.
–No.
–Me alegro. Vamos a disfrutar, ya lo verás.
Volvió a levantarse de la cama y trajo un pañuelo negro, pero a esas alturas yo ya no tenía pensado preguntar nada más. Sonrió, hizo un guiño, y me tapó los ojos, haciendo un nudo en el lateral de mi cabeza.
–Hago el nudo aquí para que no te moleste en la nuca al estar boca arriba.– me explicó.– Y a partir de ahora, no quiero oír ni una palabra.
Asentí una vez más. Noté su boca en la mía y su lengua acariciándome despacio los labios, era una sensación rara no poder moverme ni ver lo que estaba haciendo, era como sentir las cosas multiplicadas por cien. Noté como el resto de mis sentidos se agudizaban al no poder ver lo que pasaba. moví mi lengua con la suya y estuvimos así unos minutos, yo sin poder tocarle y él sin tocarme a mí, sólo besándonos, hasta que bajó la boca a mi cuello y a acariciarme los pechos con bastante más brusquedad de lo normal. Yo me arqueé hacia él, necesitaba algo más que caricias y besos y, como no podía hablar, era la única forma que se me ocurrió para hacérselo saber. entendió lo que quería decir, porque se colocó entre mis piernas, con una mano en cada cachete del culo, y empezó a soplarme en los muslos, haciendo que de mi garganta salieran unos ruidos que yo no sabía que existían. Cuando noté su lengua dando vueltas en mi clítoris y sus dedos acariciando la entrada a mi vagina, volví a arquearme hasta pensar que me iba a romper alguna vértebra, y cuando me metió uno dentro creí morirme de gusto y grité, sin importarme que me oyeran los vecinos. me corrí en cuestión de segundos y él siguió chupándome hasta que fui capaz de respirar otra vez con normalidad, en mi vida había tenido un orgasmo tan intenso y tan largo.
–¿Ya puedo hablar?.– pregunté, aún con las piernas abiertas, atada a la cama, y con los ojos vendados.
–Mmmm.– me tomé su respuesta como un “sí”.
–¡¡¡Dios!!!.– grité.– Nunca pensé que pudiera gustarme tanto que me ataran, qué pasada, siempre había pensado que esas cosas no las hacía la gente normal y que yo no sería capaz nunca de disfrutar así y de…
–Vale, vale.– me interrumpió.– Una cosa es que ya puedas hablar y otra que me sueltes un discurso. me alegro de que te haya gustado, era mi formar de demostrarte que si dos personas están de acuerdo en algo en cuestión de sexo, se puede disfrutar mucho. No hay nada prohibido ni vergonzoso si se hace entre dos personas adultas.
–Pues sí, me ha quedado claro, eso te lo aseguro. Y ahora, ¿me puedes soltar? Ha estado genial, pero me gustaría devolverte lo que me has hecho sentir, no sé si atándote o no, me lo voy a pensar…
No salimos de casa hasta el domingo por la tarde, se fue a regañadientes a su casa para cambiarse de ropa e ir a trabajar el lunes, y yo empecé a echarle de menos nada más salir por la puerta, había sido el fin de semana más increíble de mi vida.