img1.jpg

 

 

img2.jpg

 

 

Ediciones B, S.A.

Titularidad y derechos reservados

a favor de la propia editorial.

 Prohibida la reproducción total o

 parcial de este libro por cualquier forma

o medio sin la autorización expresa de los

titulares de los derechos. Distribuye:

Distribuciones Periódicas Rda.

Sant Antoni, 36-38 (3.a planta)

 08001 Barcelona (España)

Tel. 93 443 09 09 - Fax 93 442 31 37

Distribuidores exclusivos para México

y Centroamerica: Ediciones B México, S.A. de C.V.

1.a edición: 2001 © Clark Carrados

Impreso en España - Printed in Spaín

 ISBN: 84-406-0612-5

 Imprime: BIGSA

Depósito legal: B. 26.160-2001

                                                   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPITULO PRIMERO

 

Los cascos del caballo resonaron opacamente en la tranquila calma del atardecer. Denis Warrior llegó al centro del conjunto de edificios en ruinas y tiró suavemente de las riendas.

El animal se detuvo. Warrior desmontó y paseó la vista a su alrededor. Paredes ennegrecidas, vigas a medio consumir y una absoluta y melancólica soledad, esto era cuanto quedaba del fuerte.

Warrior desmontó lentamente y pasó la mano por el cuello del animal. Le parecía estar contemplando las escenas del horror que se habían producido en aquel lugar cinco años antes.

Alaridos de los indios y gritos de dolor de los heridos y moribundos, relinchos de los caballos, estampidos de los rifles, crepitar de los revólveres, olor a pólvora, a sangre, a vigas encendidas... olor a carne quemada...

Cerró los ojos un instante. La sensación resultó tan intensa que se creyó por un momento de nuevo en los últimos y catastróficos momentos del fuerte.

Pero no; estaba solo y no había ruidos ni olores; no había estampidos de las armas de fuego ni gritaban los heridos ni los salvajes. Allí no había el menor sonido... salvo el tenue susurro del viento que llegaba de las colinas cercanas, a cuyo pie se había hallado Fort Brighton hasta el momento de su destrucción.

Aquel lugar le resultaba familiar, pese al poco tiempo que había estado en el fuerte. Tenía la forma de una sartén invertida e inclinada, con la parte del mango y el mango mismo hundidos en el terreno circundante.

 

Más que un círculo, era un largo óvalo, de unos ciento veinticinco metros de longitud por ochenta de altura. El lado opuesto al supuesto mango, se alzaba a unos siete u ocho metros sobre el trozo llano que había frente al único paso existente en muchos kilómetros a

la redonda.

Las piedras abundaban. Con ellas se habían levantado los edificios del fuerte y la muralla que rodeaba el escarpado borde de la sartén, una especie de tapia, que formaba un sólido parapeto de metro y medio de altura por cuarenta centímetros de grosor.

El parapeto no completaba la circunferencia, sino que cesaba a unas tres cuartas partes, en el lado más bajo. El constructor del fuerte había opinado que no era necesario circunvalar totalmente el recinto, dado que en el supuesto improbable de que los apaches consiguieran atravesar el paso, no podrían deslizarse lateralmente y serían abrasados a tiros por los defensores de la muralla.

Así había ocurrido en cada intentona de los indios... hasta el momento en que consiguieron asaltar el recinto amurallado y dio comienzo la orgía ae sangre y fuego.

Pero esto había ocurrido cinco años antes. Pocos de los actores vivían. En un determinado momento, incluyendo a los indios, habían llegado a reunirse tres centenares de personas: Warrior creía que ahora no llegaban a cien los supervivientes, de los cuales una docena escasa eran blancos.

Los indios que habían salvado la vida de la matanza, estaban ahora en la reserva. En cuanto a los blancos..., bien, él era uno de ellos, pero no podía pronunciar los nombres de todos. Sencillamente, ignoraba cuáles continuaban aún con vida al cabo de aquellos cinco años que se le habían pasado en un soplo.

Warrior era un hombre de unos treinta y dos años, de hombros anchos y angostas caderas. Ya no llevaba el uniforme azul de la Caballería y vestía como cualquier paisano lo suficientemente osado para atravesar aquellas inhóspitas regiones. Un revólver pendía de su costado derecho y en la funda de su silla portaba un rifle. Sus ojos oscuros parecían penetrar a través de los muros arruinados, y el sombrero contenía difícilemente una espesa cabellera negra. Con su estatura superior al metro ochenta y su cara tostada por el sol, era un sujeto de innegable arrogancia.

Había hecho mucho calor durante el día, pero las montañas arrojaban ya sombras en la explanada. Por la noche haría frío. Warrior se dijo que podría emplear algunos restos de vigas de las derruidas techumbres para encender fuego y prepararse la cena.

Un ruido seco sonó de pronto, no muy fuerte, como si una piedrecita hubiese echado a rodar de pronto. Warrior desenfundó el revólver y apuntó hacia el sitio

donde había captado el sonido.

—Quienquiera que sea, salga con las manos en alto —dijo con voz clara y fuerte—. Tengo un revólver en la mano y lo usaré sin vacilar, si es preciso.

Una burlona carcajada fue la primera respuesta a sus palabras.

Warrior se quedó atónito. ¡Era una mujer la que reía!

—Si hubiese deseado matarle, ya estaría muerto, capitán —dijo ella, apareciendo de repente ante los ojos de Warrior.

Era joven y muy hermosa, de ojos grises y cabellos leonados, largos, brillantes y sedosos. Vestía blusa blanca y falda oscura, larga, debajo de cuyas prendas se adivinaba un cuerpo esbelto y perfectamente conformado.

Warrior calculó que debía de tener unos veinticinco

años. Sin ser demasiado alta, lo parecía, quizá porque se mantenía recta y erguida en todo momento.

—He sido muy descuidado —admitió Warrior tranquilamente—. Pensé que estaría solo, señora. Si turbé su descanso, le ruego me perdone.

—Estaba aguardándole —dijo ella sorprendentemente—. Bien venido al fuerte de los fantasmas, capitán Warrior.

—Usted me conoce —dijo él, pasada la primera sorpresa—. Sin embargo, yo ignoro su nombre, señora.

—Señorita —rectificó la joven—. Me apellido Herlen y mi nombre es Arabella.

—jHerlen!  —repitió Warrior casi explosivamente. La joven sonrió.

—Ahora recuerda el apellido, ¿no es cierto?

—Me será difícil olvidarlo —contestó él—. Sin embargo, no sabía que Bill Herlen tuviese parientes. El no dijo nunca nada al respecto.

—Mi hermano era muy reservado en lo concerniente

a sus relaciones familiares fuera del ejército —declaró Arabella—. Por eso tardamos nosotros tanto tiempo en enterarnos de su muerte.

—Nunca se comprobó su defunción. El cuerpo de Bill Herlen no fue hallado jamás entre los de quienes  sucumbieron defendiendo el fuerte.

—Pero murió, ¿no cree? De lo contrario, ya habría dado señales de vida. Puede que no hubiese escrito a sus padres..., con el autor de sus días estaba en pésimas relaciones, pero a mí me quería sinceramente. Bill se las hubiese ingeniado para escribirme, créame, capitán.

Warrior se encogió de hombros.

—Ya he dicho que desconozco de Bill todo lo que no se refiere al Ejército —manifestó—. Y aunque no apareciera su cuerpo, tengo la seguridad de que murió. Dado el lugar que ocupaba, no pudo haber sobrevivido.

—Usted mandaba el fuerte cuando se produjo el ataque definitivo...

—Por enfermedad del mayor O'Canlahan, comandante efectivo. Mi jefatura era sólo accidental.

—Pero era el responsable del puesto —alegó ella—. ¿Qué pasó, capitán? ¿Dónde estaba Bill cuando se produjo el último ataque?

Warrior la contempló duramente unos segundos. La respiración de Arabella se había acelerado un tanto y sus senos se dibujaban con tensas curvas bajo la blusa.

—Venga —dijo de pronto.

Soltó las riendas del animal y echó a andar hacia el lado norte. Ella se emparejó a su lado, siguiendo su paso sin aparente esfuerzo.

Warrior rebasó un edificio del que apenas si las paredes de mampostería se mantenían en pie y cruzó un trozo despejado de unos treinta metros, hasta llegar a los restos del parapeto, que, en su mayor extensión, se mantenía todavía en pie.

En aquel lado, sin embargo, había una pequeña brecha, lo justo para permitir el paso de una persona. La brecha del fuerte practicada expresamente por los constructores del fuerte, a fin de tener una salida por aquel lado.                                                                                       |

Desde el parapeto a la planicie, había unos siete u ocho metros de diferencia de nivel, un cortado casi vertical, innaccesible, sin cuerdas o escalas. No obstante, a partir de la brecha, se habían tallado unos escalones en la roca que, aunque empinados, permitían el ascenso y el descenso con bastante facilidad.

Aquella singular escalera tenía un descansillo a su mitad. Warrior se lo señaló con la mano.,

—Bill estaba ahí. Era el centinela y tenía que ser el primero en advertir a los indios... salvo si se dormía

—dijo.

—¿Se durmió?

—Estoy seguro. De otro modo, habría vivido lo suficiente para disparar un tiro y dar la alarma. Cuando quisimos enterarnos, ya había más de cincuenta indios dentro del recinto... y siguieron afluyendo hasta que no me quedó otro remedio que ordenar la retirada a los escasos supervivientes que aún quedábamos.

Ella le dirigió una hiriente mirada.

—Es muy cómodo achacar las culpas de una derrota a quien no puede defenderse, capitán —manifestó.

Warrior se encogió de hombros.

—Las cosas ocurrieron así —respondió—. ¿Por qué empeñarse en verlas de otro modo?

—Alguien las vio de ese otro modo —dijo Arabella—. La mejor prueba de lo que digo está en lo que le sucedió a su carrera.

El rostro del joven se crispó momentáneamente.

—No tengo nada que decir af respecto —contestó.

—Pero en la investigación que se hizo después del desastre, se le acusó de negligencia, ¿no es cierto?

—¿Ha venido a pronunciar una sentencia que el consejo de guerra no se atrevió a dictar? —preguntó Warrior sarcástocamente.

—No. He venido, sencillamente, a conocer toda la verdad acerca de lo que le sucedió a mi hermano. La investigación que practicó el Ejército, convéngalo conmigo, capitán, es risible.

 

—No tengo más que decir, señorita Herlen —dijo él con toda cortesía.

—Entonces, si no tiene más que decir, ¿por qué ha vuelto a Port Brighton? Usted no tiene nada que hacer aquí. Todo cuanto le concierne respecto a aquella matanza, pasó ya. ¿Por qué ha regresado al cabo de cinco años?

Warrior inspiró profundamente.

—Porque alguien me lo aconsejó —respondió—. Alguien, por medio de una carta sin firma, me indicó que viniera aquí para conocer la verdad de los hechos.

—¿Una carta? ¡Qué extraño! —se sorprendió la muchacha—. ¡Yo creí que era usted quien me la había escrito!

—¿Cómo? —respingó Warrior—, ¿También usted ha recibido... ?

El joven no pudo continuar.

Algo quebrantó la silenciosa placidez del crepúsculo. Sonó un estampido y una bala silbó sobre sus cabezas, yéndose a estrellar con seco impacto contra uno de los muros próximos.

 

                                                               CAPITULO II

 

Mientras el eco de la detonación retumbaba largamente por las colinas cercanas, Warrior asió el brazo de la joven y tiró de ella hacia el abrigo de una pared próxima. Aún estaban corriendo cuando una bala levantó polvo de entre sus pies, pero una fracción de segundo más tarde, estaban ya a salvo.

Siéntese —ordenó él, a la vez que desenfundaba su revólver. Dirigió la vista hacia su caballo, situado en el centro de la antigua plaza de armas—. No puedo alcanzar mi rifle —añadió—; ese tirador me cazaría antes de dar una docena de pasos.

Yo tengo uno ahí —señaló Arabella con la mano. Warrior volvió la vista. Las ruinas de otro edificio estaban a muy corta distancia. Entre ambos, sin embargo, había una solución de continuidad, peligrosa de atravesar.

Ahí estaba la cantina del fuerte —dijo. Y se acordó de John Crumer, el cantinero, y de su hija, la alegre y rolliza Nancy, amiga de todo el mundo, desde el comandante hasta el trompeta. No la había visto morir, pero sabía que sus últimos instantes fueron todo menos agradables.

Cuando llegó la columna de socorro, sólo quedaban los cadáveres de los soldados. El cuerpo de Nancy apareció sin una sola prenda de ropa, con indudables indicios de haber sido horriblemente atropellada antes de que un bravo, harto sin duda de sus gritos, le partiese el cráneo de un hachazo.

La calma era absoluta después de los disparos. Warrior arrojó una mirada al cielo, completamente rojo hacia el Occidente.

De pronto, dio un salto y se lanzó al espacio abierto.

El rifle detonó instantáneamente. Warrior percibió el agudo sonido de la bala y escuchó el impacto contra una piedra. El proyectil rebotó y se alejó chillando estremecedoramente.

Pero el tirador no tuvo tiempo de repetir el disparo. Warrior había alcanzado ya la protección del grueso muro de piedra, y un segundo después, cruzaba por lo que cinco años antes había sido la puerta de una cantina.

Divisó un caballo sin silla atado a un rincón. En el otro había una silla, mantas, un equipaje... El rifle estaba apoyado contra la pared.

Warrior enfundó el revólver y se apoderó del rifle. Comprobó la carga y miró a ambos lados.

No había techo en ningún edificio y la cantina no podía constituir- una excepción. Parte de aquel muro se había derrumbado, pero resultaba todavía alto para poder sacar el rifle.

Entonces, Warrior concibió una idea. Dejando el rifle en tierra, quitó un par de piedras de gran tamaño y rebajó la altura de la pared. Ahora ya podía asomar el rifle por aquella improvisada tronera.

El tirador estaba oculto en la ladera de alguna de las colinas próximas a las ruinas. Warrior se preguntó

cómo haría para llamar la atención.

Se oyó la voz de Arabella en tono mesurado: ¿Ha localizado al tirador, capitán?

Todavía no —respondió él—. Espere un momento. Paseó la vista por los farallones rocosos que distaban menos de cien metros del parapeto exterior. El

paso, un angosto desfiladero entre las colinas, por el que tres personas a caballo pasarían difícilmente al mismo tiempo, quedaba casi frente a él.

Entonces se le ocurrió una idea. Quitándose el sombrero, se agachó y tomó una de las mantas de Arabella.

Luego, con un viejo palo que encontró en el suelo, levantó la manta, poniendo encima como remante, su sombrero.

Sujetó el cojunto con la mano izquierda y lo alzó  por encima del muro, estirando el brazo cuanto pudo hacia su izquierda, a la vez que miraba a través de la

aspillera. Apenas lo había hecho, divisó el chispazo de un disparo de arma de fuego.

La bala sacudió la manta. Warrior abrió los dedos y el conjunto cayó al suelo.

Ahora ya había descubierto el escondite del tirador. Estaba en una grieta, junto al paso, a tres o cuatro metros del suelo.

Apuntó con tono cuidado y disparó.

—¡Capitán! —exclamó Arabella, apenas hubo oído la detonación.

Warrior no contestó. Estaba observando los efectos de su disparo.

Un hombre saltó al suelo del paso, repentinamente.

Warrior hizo fuego de nuevo, pero la acción del individuo le había hallado un tanto desprevenido y la bala sólo levantó una nubécula de polvo entre sus pies.

Warrior recargó rápidamente el rifle. Apunto, pero ya no tuvo tiempo de disparar por tercera vez.

El desconocido se perdió en el interior del paso, que hacía un agudo recodo a pocos metros de la entrada. Segundos más tarde, Warrior captó el rápido redoble de unos cascos de caballo que se alejaba a todo galope.

Warrior abandonó su escondite.

—Ya puede salir, señorita Herlen —dijo.

Ella apareció, pálida, pero serena.

—¿Le alcanzó? —preguntó.

—No. Pudo escapar —respondió él—. Pero, al menos, le he espantado.

Desamartilló el rifle.

—Estaba demasiado lejos para reconocerle y hay más sombras cada vez —añadió.

Arabella hizo un signo de asentimiento.

—Me he asustado bastante —dijo. Y luego sonrió—:

Aunque ya se me ha pasado, capitán.

—Lo celebro —contestó él sosegadamente—. Opino que ese sujeto no nos molestará más..., al menos en un buen rato. Pero estaré vigilante, a fin de impedir sorpresas.

—¿Cree usted que hay alguien a quien no le interesa que se descubra  la verdad de lo  que ocurrió  aquí? preguntó la joven.

Pudiera ser —admitió Warrior cautelosamente. Yo he recibido una carta, sin firmar, por supuesto.

Usted también. ¿Qué opina?

Conoce la letra de la persona que le escribió la

carta?

No, en absoluto. ¿La conserva todavía?

Sí, en mi equipaje. Se la traeré en seguida, capitán.

Warrior hizo un signo con la cabeza. Fue en busca de su caballo y lo metió en las ruinas de la cantina. Arabella se incorporó entonces, con un papel en la mano.

—Tome, capitán —dijo.

Warrior desplegó la carta. Sus ojos se pasearon rápidamente por las líneas escritas en el papel:

"Quizá le interese conocer la verdad de lo

que ocurrió en Fort Brighton hace cinco años. Su hermano Bill murió allí. Si quiere saber con exactitud lo que ocurrió en el fuerte, acuda a las ruinas con la mayor prontitud posible."

Warrior alzó la vista. El contenido es, en cierto modo, muy parecido al

de la mía —expresó.

¿Qué dice, capitán?

Warrior soltó el botón del bolsillo izquierdo de su camisa. Instantes después, entregaba un papel análogo.

La joven leyó:

Capitán Warrior, su carrera y su reputación quedaron arruinadas en la matanza de Fort Brighton. Si quiere rehabilitarse, acuda cuanto antes le sea posible a las ruinas."

Y no sabemos quién nos escribió la carta —dijo ella, mordiéndose los labios.

No tengo la menor idea —concordó Warrior.

 

¿Conoce usted los nombres de todos los supervivientes?

Desde luego. Teniente Diller, sargento Heron, cabos Rowan y Delcrist... Crumer, el cantinero, Morris Magruder... Este no era soldado.

¿Qué hacía?

Había una especie de puesto comercial cuyo propietario era un tal Amos Rite, quien no se encontraba presente en el momento del asalto. Rite tenía permiso para traficar con los indios, pero siempre con un oficial presente para inspeccionar las ventas. Los demás supervivientes eran simples soldados... Si quiere conocer también sus nombres...

Arabella hizo un gesto con la cabeza.

Es suficiente, capitán —dijo—. ¿Cree usted que se trata de un lazo?

¿Una trampa? ¿Qué objeto tendría? Teóricamente,

no hay nada más que investigar, aunque no dejo de reconocer que a mí me convendría que se supiese exactamente la verdad.

Entonces, desaparecerían las acusaciones de negligencia y sería rehabilitado —dijo Arabella.

Muy posible —admitió él.

Le postergaron, ¿no?

Sí. Pero entonces una vez resuelta la investigación y conocido el veredicto, no culpable, pero incapaz de recibir ascensos, presenté la dimisión.

El que le escribió la carta conocía su domicilio. Y el mío, naturalmente.

Lo cual significa que tuvo alguna relación con la

matanza.

¿Traición?   — preguntó   Arabella,   repentinamente pálida.

Warrior guardó silencio un instante.

De pronto, dijo: Tengo que quitar la silla a mi caballo.

Y se acercó al animal. Arabella corrió hacia él y le puso una mano en el brazo.

Si hubo traición..., entonces, el tirador no pudo ser más que uno.

Warrior miró largamente a la joven. El cuerpo de Bill no apareció nunca —dijo—. Personalmente, opino que se durmió, que fue asesinado en su puesto y que, como estorbaba el paso, los apaches lo tiraron. Quizá se lo llevaron al otro lado de las colinas.

Un apache no haría eso con el cadáver de un blanco, capitán, y usted lo sabe muy bien —expresó Arabella resueltamente.

Entonces, quizá la verdad no le agrade tanto.

¿Cuál es la verdad? —preguntó ella con toda intención.

Después del asalto, los apaches desnudaron a los blancos muertos y se llevaron las ropas como trofeos. Lo hacen siempre que pueden.

 

Algunos cadáveres estaban tan horriblemente mutilados, que resultó imposible su identificación. Arabella se llevó una mano al pecho.

Comprendo —murmuró. Warrior aflojó la cincha.

Dejaré aquí  mi  caballo, pero  yo  dormiré fuera dijo.

Arabella asintió en silencio. Warrior comprendió que el golpe recibido había resultado demasiado fuerte, aun para una muchacha de espíritu resuelto y animoso, como parecía ser ella.

Y lo era, porque no había muy pocas mujeres capaces de aventurarse a solas por el desierto en donde, a pesar de los apaches que estaban en la reserva, siempre había descontentos que se lanzaban al merodeo.

También había forajidos y salteadores carentes de escrúpulos, para quienes una mujer joven y hermosa, resultaría una presa mil veces más apetitosa que una bolsa repleta de monedas de oro.

Pero todo ello no parecía haber arredrado a Ara-bella, quien, al recibir la carta, se había dispuesto a conocer la verdad. Y allí estaba, en un lugar donde aún parecían flotar los espectros de los soldados muertos.

Más tarde, ya de noche, consiguió encender una pequeña hoguera. Arabella había cenado ya cuando él llegó. Warrior se preparó algo de café y comió un par de galletas y una tira de tasajo frío.

 

Luego, a la luz de las llamas, revisó el rifle y el revólver.

No es grato dormir en compañía de un par de caballos —sonrió—, pero debemos evitar que les ocurra algo. Si sucede algo, grite sin miedo, pero, a menos que sea absolutamente necesario, no abandone este puesto. Y tenga el rifle siempre al alcance de la mano.

Lo haré, se lo prometo —contestó Arabella—. ¿Dónde estará usted?

Warrior hizo un signo con la mano. Por ahí cerca —respondió ambiguamente.

Salió de las ruinas y se dirigió hacia la brecha del lado Norte.

Desde allí, contempló pensativamente el paisaje.

La luna arrojaba crudas sombras sobre el suelo. El tajo negro del paso destacaba nítidamente contra el fondo más claro de las colinas, que parecían de metal sin brillo. Por allí, cinco años antes, doscientos salvajes se habían lanzado a la conquista del fuerte que representaba para ellos la ignominia y la vergüenza.

Un hombre había tenido que morir para que el asalto resultase posible. ¿Había muerto o traicionado a sus compañeros de armas?

Recordó a Bill Herlen, un muchacho atento, educado, cuyas maneras señalaban que pertenecía a una clase distinta de la del común de los soldados, rudos y groseros por lo general.

Bill era muy distinto a los demás soldados, lo cual no significaba que fuese un cobarde ni rehuyese sus responsabilidades para cualquier trabajo. Pero por sus modales refinados  y  su lenguaje  correcto había  sido

motivo de más de una sangrienta burla por alguno de sus camaradas.

Una vez alguien le llamó "señorita*. Bill le demostró con los puños lo injustificado del calificativo. Desde entonces, los demás soldados le miraron con singular

respeto.

A juicio de Warrior, la clave del desastre estaba en Bill..., pero el hermano de Arabella había muerto. Ya no hablaría ni diría jamás qué había ocurrido en la brecha, minutos antes del amanecer.

Warrior dudaba de su muerte, pero no comprendía bien qué otra cosa podía haber sucedido. ¿Una traición?

¿Por qué? ¿Por dinero?

Si hubiese sido Amos Rite... Pero Rite era un paisano y no tenía por qué estar de centinela en un puesto militar. Aparte de ello. Rite se hallaba de viaje en el

momento del ataque al fuerte..

Frunció el ceño. Sin embargo, había visto a Bill un par de veces hablando con Amos Rite de una forma confidencial. Bill se había dado cuenta de que lo veía y las dos veces se puso colorado.

Rite no le había gustado nunca a Warrior. A pesar de que el Ejército inspeccionaba cuidadosamente las ventas que hacía a los indios, Warrior tenía la seguridad de que les suministraba alcohol por lo menos... si no les vendía también armas y municiones.

Pero en ese caso, Rite era lo suficientemente listo para no vender a un indio ni una copa ni un cartucho en el fuerte. ¿Dónde se efectuaban las transacciones?

Para Warrior era un misterio. Rite abandonaba el

fuerte periódicamente para traer suministros. En cierta

ocasión, Warrior pidió permiso al mayor O'Canlahan

para seguirle. O'Canlahan se lo había negado, aduciendo que Rite podía enterarse y presentar una queja ante el comandante general de la Brigada de Caballería.

O'Canlahan era un desengañado veterano que sólo aspiraba a que le llegase el retiro con un mínimo de complicaciones. Los apaches habían cortado sus aspiraciones, junto con la garganta.

El paso seguía frente a él, silencioso, hermético. El silencio casi hacía daño de tan intenso que era.

De pronto, Warrior creyó ver una sombra que se movía a la entrada del desfiladero.

Se agachó en el acto, dejando sólo fuera los ojos. Desde el paso se podía ver perfectamente el torso de un hombre vigilando, como estaba él.

¿Era una sombra o un trozo de piedra alargada con apariencia vagamente humana?

La sombra se volvió a mover. Muy lentamente, Warrior amartilló el  rifle, disponiéndose a hacer fuegoapenas lo creyese necesario.

Pasaron algunos minutos. La sombra  desapareció. Warrior decidió acercarse a investigar. Pero no podía atravesar el espacio llano por aquel sitio, so pena de ser visto inmediatamente.

Daría un rodeo y se acercaría por la base de los farallones. En silencio, cruzó la explanada del fuerte y salió por la parte posterior, precisamente por donde no había muralla.

Cruzó rápidamente los veinte metros que le separaban

de la base de anfiteatro rocoso que formaban las colinas en torno al fuerte. Luego, por el lado oriental, que era donde más sombras había, caminó muy despacio hasta llegar a la entrada del paso.

Era casi como una puerta sin dintel, de unos seis metros de anchura por treinta de altura hasta el punto donde la escarpa perdía su verticalidad, una puerta claramente dibujada por la naturaleza, con unas esquinas perfectamente delimitadas.

El suelo era arenoso, llano como la palma de la mano. De pronto, Warrior captó una chispa de luz a treinta centímetros del umbral.

Alargó el brazo y recogió aquel objeto, estudiándolo

durante unos segundos. La luz de la luna, sin embargo, no era suficiente para poder apreciar claramente su naturaleza.

Warrior lo guardó en el bolsillo de la camisa, que

abotonó cuidadosamente. Luego continuó mirando al suelo.

Había huellas de pies humanos. Eran recientes, impresas aquel mismo día..., tal vez sólo unos minutos antes.

 

 

                                                       CAPITULO   III

 

Para Warrior, no había duda posible. Si hubiese pasado más tiempo, las huellas se habrían borrado por sí solas... un poco de viento habría bastado para hacerlas desaparecer en pocas horas, y por el cañón, que era el paso, siempre circulaba una corriente de aire

hacia la llanura.

Asomó la cabeza. Parte del paso estaba sumido en las sombras y decidió adentrarse un poco, aun a sabiendas del riesgo que corría.

Caminó poco a poco, pisando con infinito cuidado. Era preciso evitar que la arena crujiese bajo sus pies.

Alcanzó el recodo, situado a unos cuarenta metros de la entrada. El paso iniciaba allí un gradual ensanchamiento, muy poco notable sin embargo. Era preciso alejarse un kilómetro al menos para que el paso se convirtiese en uno de tantos desfiladeros como había en aquel torturado paisaje.

El recodo era casi en ángulo recto y con un saliente esquinado muy acusado, qomo los bordes de la entrada.

Warrior asomó la cabeza y entonces percibió una sombra humana a un paso de distancia.

Alargó la mano instintivamente, aun antes de acordarse de que tenía un rifle. Asió un brazo y la persona gruñó.

Allí no había luz, sólo sombras. A Warrior no le interesaba matar, sino conocer la verdad.

Forcejeó para sujetar al individuo. De pronto, recibió un golpe en la cara.

Pero seguía sujetándolo por el brazo. A su parecer

no iba armado; en todo caso, podría llevar un cuchillo.

 

Soltó el rifle para pelear mejor. Agarró al sujeto por la cintura. Era de mediana estatura, casi bajo. Lo atrajo hacia sí y entonces notó contra su pecho unas cálidas y abombadas turgencias de inconfundible significado.

Era una mujer, ahora se daba cuenta. La sorpresa le dejó atónito durante un segundo, lo justo para que ella se desasiera.

Warrior consiguió agarrar de nuevo su muñeca. Entonces, ella bajó la cabeza y le mordió en la mano.

El dolor le hizo aflojar la presión. Ella, libre, giró sobre sus talones y echó a correr, fundiéndose rápidamente con las sombras del desfiladero.

Warrior se agachó y recogió el rifle. Iba a lanzarse en persecución de la desconocida, cuando un resto de prudencia le hizo desistir de sus intenciones.

Era una locura aventurarse por el desfiladero durante la noche, solo y sin saber qué podía salirle al paso detrás de cada roca. Lo mejor era emprender la retirada..., y cuanto antes mejor.

Deshizo lo andado, pero esta vez no dio ningún rodeo, sino que atravesó rectamente la planicie. Alcanzó la escalinata rocosa y trepó, subiendo los peldaños de dos en dos. Instantes después, atravesaba el parapeto.

Entonces oyó la voz de Arabella.

—Capitán.

—Estoy aquí —respondió Warrior. Arabella corrió hacia él, con el rifle en las manos. —¿Dónde se había metido? —preguntó—. Le estuve buscando...

—Creí que dormía —dijo Warrior.

—Me sentía inquieta —explicó Arabella—. ¿De dónde sale? —insistió.

—He estado en el paso —contestó—. ¿Tiene a mano algo de colonia?

—Pues..., sí, en mi equipaje.—dijo ella desconcertada—. ¿Qué le sucede?

—Me han dado un mordisco.

—¿Cómo?

—Vamos allí —dijo Warrior—. No sé si era la persona que nos tiroteó al atardecer, pero, en todo caso, se trataba de una mujer.

 

Estoy asombrada —confesó Arabella—. ¿Una mujer? ¿Quién puede ser? ¿Nancy Crumer?

Nancy murió, recuérdelo.

Había muchos cadáveres mutilados, capitán.

Sí, pero a Nancy se la identificó sin lugar a dudas. Entraron en las ruinas de la cantina. Todavía quedaban algunas brasas que Warrior reavivó con unas cuantas astillas.

Arabella vino con el frasco de colonia y derramó unas gotas sobre la mano derecha del joven. Las huellas de los dientes habían quedado nítidamente impresas y sangraban por un par de puntos.

Cuénteme, por favor —pidió la muchacha.

Warrior le hizo un sucinto relato de lo ocurrido. Al terminar, se soltó el bolsillo de la camisa y sacó el objeto que había encontrado en el suelo del paso.

Me llamó la atención y lo recogí —dijo.

Las llamas proporcionaron luz suficiente. Arabella examinó el objeto con gran atención y luego volvió los ojos hacia Warrior.

¡Es una pepita de oro! —exclamó.

Sí —corroboró él guardándola de nuevo—. Me lo pareció al recogerla, pero quería esperar a tener más luz para confirmar mis suposiciones.

¿Es posible que haya oro aquí? —preguntó Arabella, con el colmo del asombro.

Warrior no tuvo tiempo de responder. El reteñir de una herradura al golpear contra una piedra llegó súbitamente a oídos de ambos.

Viene alguien —susurró el joven.

Warrior recogió el rifle y corrió hacia la puerta de la cantina. Arabella se le unió en el acto.

Allí está —dijo, señalando hacia un punto en la lejanía.

La luna alumbraba claramente la silueta del jinete que estaba ya a unos cien metros de distancia. El absoluto silencio que reinaba había permitido oír el golpe de la herradura con la piedra.

No parece traer intenciones hostiles —calculó Warrior—. De lo contrario, se acercaría con más precauciones.

 

El jinete caminaba sin prisas. Warrior salid de las ruinas, pero sin separarse demasiado del muro.

Pasaron unos minutos . El jinete llego  al centro de la plaza  de armas.

—.Hola —dijo Warrior de pronto—. No no toque su pistola. Tenemos intenciones Pacíficas  a menos de que usted opine de distinta manera.

El jinete tenía su mano sobre la culata del revólver

 Alargó el cuello, como si quisiera ver mejor, y dijo:

Me parece que conozco esa voz. La suya también me resulta conocida, amigo. Sov Denis Warrior —contestó el joven.

Se oyó una sonora carcajada, no demasiado sincera, por otra parte, según estimó Arabella.

¡Capitán Warrior! —dijo el jinete—. ¡Qué sorpresa encontrarle por aquí! ¿No me reconoce? ¡Soy Amos Rite, capitán!

¡Rite! —dijo Warrior con acento de asombro—. ¿Qué ha venido a hacer por aquí?

El jinete desmontó pesadamente. A la luz de la luna, Arabella pudo ver que era un tipo fornido, recio, de envergadura superior a la de Warrior, a quien pasaba casi medio palmo. Debajo del sombrero se divisaba una cara redonda, velluda, con unos labios gruesos y una sonrisa cínica y despreocupada.

Lo mismo podría preguntarle yo, ¿no? Eh, oiga, capitán —exclamó Rite—, vaya compañera que se ha traído usted. ¿Se la encontró perdida por el desierto?

Será mejor que mantenga la lengua quieta, Rite contestó Warrior severamente—. Ella es Arabella Herlen. Señorita Herlen, le presento al señor Rite.

Encantada —dijo la joven fríamente. Herlen, ¿eh...? —murmuró el recién llegado—. El

nombre me suena.

Tiene que  sonarle, Rite —dijo Warrior—. Usted conocía al hermano de la señorita Herlen. Era soldado en mi escuadrón.

¡Claro, ahora caigo! —Rite chasqueó los dedos Un buen soldado, donde los hubiera. Señorita, mis condolencias por la muerte de su hermano

 

Gracias

contestó Arabella procurando mostrarse amable. Rite le desagradaba por instinto, pero entendió que no debía mostrárselo.

—Capitán, ¿qué hace usted aquí? —preguntó Rite—. Me extraña verle en estas ruinas...

—¿No cree que yo también podría decirle lo mismo? —contestó Warrior.

Rite volvió a soltar una de sus características risotadas.

—Yo puedo darle una explicación bien clara, capitán

—dijo—. Sin duda recordará que estaba ausente en el momento de la destrucción del fuerte.

—Sí, lo sé.

—Bien, tenía aquí buena parte de mis ahorros, guardados en una caja de metal. La caja estaba escondida, por supuesto; ni siquiera mis ayudantes sabían dónde la guardaba. Y ahora, como es lógico, he venido a recuperarla. Le parecerá mentira, pero tenía casi dos mil dólares.

—Un buen pico, Rite —admitió Warrior.

—Sí, capitán, y no voy a dejar que se pierda. Entonces, cuando me enteré de la destrucción del fuerte, me alegré de haber salvado el pellejo. Los dos mil dólares me parecieron un precio barato por mi vida, pero ahora me encuentro en apuros y... Bueno, usted ya me comprende, capitán, ¿no?

— Perfectamente, Rite. Lo que no comprendo es por qué ha tardado cinco años en venir a buscar ese... dinero.

Rite hizo un gesto con la mano.

—Oh, sabía que aquí estaba seguro y, mientras no pasara apuros... Pero las cosas se me torcieron últimamente y no he tenido otro remedio que hacer el viaje. Y usted, capitán, ¿qué motivos le han traído aquí?

Warrior escrutó el rostro del antiguo comerciante.

—Iba de viaje y pasé para visitar las tumbas de mis antiguos camaradas. Sólo era una desviación de pocas horas —mintió.

—Sí, ya he visto el cementerio allá abajo —contestó Rite con acento voluble—. Bueno, capitán, con su permiso voy a ver si monto mi campamento. Mañana empezaré a trabajar, cuando haya descansado. Señorita Herlen, tanto gusto.

—Buenas noches, señor Rite —contestó ella. Warrior permaneció silencioso. Rite lo notó y sonrió:

—Y usted, ¿no me dice nada, capitán? —preguntó.

—Buenas noches —respondió el joven secamente.

Rite soltó otra risotada.

—Ya sé que nunca fui santo de su devoción, capitán, pero aquéllos eran otros tiempos. Lástima de fuerte destruido. Le costó la carrera, ¿eh? Bueno, cuestión de suerte. Hay que saber resignarse, capitán.

Y silbando ruidosamente, agarró de las riendas a su caballo y se alejó hacia las ruinas de una casa situada casi en el extremo opuesto de la explanada.

Warrior y Arabella quedaron solos. La joven, en voz baja, preguntó:

—¿Por qué no le ha mencionado usted las cartas? Le mintió cuando dijo que había venido a visitar las tumbas...

—¿Por qué no lo mencionó él? Si Rite hubiese recibido también una carta análoga, ¿no cree que lo habría dicho de inmediato? Pero ya oyó cuál fue su respuesta... y puede que haya dicho la verdad.

—Llegué a pensar que él fue el autor de las cartas —dijo Arabella.

Warrior hizo un signo negativo con la cabeza.

—No, Rite no ha sido. Si alguien tuviese interés en que no se aclarase qué fue lo que sucedió exactamente en el fuerte, él sería el primero de la lista.

—¿Qué quiere, decir...? —preguntó Arabella, asombrada.

—Sospechábamos que traficaba con los indios..., es decir, que les vendía armas y licores. Tenía aquí un puesto comercial, pero todas sus ventas eran escrupulosamente controladas por un oficial del fuerte. Era fuera, muy lejos, Dios sabe el sitio exacto creo que Rite entregaba a los indios las armas y los barriles de licor que aquí no podían obtener.

—En ese caso —dijo Arabella—, no le interesaba la

destrucción del fuerte. —¿Por qué?

—Su puesto comercial debía de representarle una excelente tapadera para los negocios turbios que hacía con los indios.

Warrior reflexionó unos momentos.

Puede que tenga razón —dijo al cabo.

¿Cómo traía al puesto las cosas que vendía? —preguntó Arabella.

Hacía viajes con cierta regularidad, cada seis semanas, aproximadamente, aunque los intervalos no eran rigurosamentee exactos.

Bien, es de suponer que haría el transporte en carromatos, ¿no?

Cierto. Dos usaba normalmente.

Todos debían de conocerle. Por lo tanto, a nadie le extrañaban sus viajes. Pero con toda seguridad, tendría sitios concertados de antemano con los indios, en donde les entregaría los artículos prohibidos, que sin duda  alguna, llevaría bien escondidos  en los  carros.

Y luego aquí desempeñaría, como es natural, el papel de comerciante honesto.

Warrior asintió pensativamente. Es posible que ocurriese como usted dice —concordó—. En tal caso, no le interesaba la destrucción del fuerte

Pero al poner armas en manos de los indios, él mismo buscó su propia ruina.

Lo malo es que la trajo también a sesenta personas inocentes —dijo Warrior sombríamente.

Entre ellos, mi hermano —manifestó Arabella casi retadoramente.

Lo cual significaba, dedujo Warrior, que Arabella no

creía que su hermano hubiese sido el traidor... si lo hubo

aquella madrugada sangrienta.

 

                                                    CAPITULO IV

 

Unos golpes despertaron a Warrior muy de mañana.

Soñoliento, tardó algunos instantes en despabilarse por completo. Entonces recordó el lugar en que se hallaba.

Se puso en pie. Los golpes se repetían con rítmica insistencia.

Olor de café y tocino frito llegó hasta su nariz. Inmediatamente, sintió hambre.

Arabella asomó entonces por la puerta de la cantina.

El desayuno ya está —dijo. Warrior sonrió.

¿Me invita? —preguntó.

Venga y lo comprobará —contestó ella, muy seria. Se acercó a las ruinas de la cantina. Antes de entrar, se volvió hacia el derruido puesto comercial.

Lleva cavando más de una hora —dijo Arabella.

Pues sí que enterró hondo su dinero —comentó Warrior.

Parece ser que la tierra está muy dura. Al menos, eso dice él. Tome el plato; ahora se lo llenaré.

Warrior observó que Arabella se movía con gracia y agilidad singulares. Su aspecto distinguido y refinado no excluía que encontrase todo como algo perfectamente natural. "Una mujer capaz de acomodarse a las más dispares circunstancias; igual se desenvolvería en el salón más encopetado que en la más miserable de las chozas", pensó.

El desayuno fue sobrio, pero apetitoso. Apenas hablaron mientras comían. Al terminar, Warrior miró a la joven y sonrió.

 

 

 

Para creerme culpable de la muerte de Bill, no me ha tratado tan mal —dijo.

Arabella hizo un ligero encogimiento de hombros.

Lo que está hecho ya no puede borrarse, capitán respondió—. ¿Cuáles son sus propósitos? —inquirió a continuación.

Warrior se puso en pie. Voy a explorar un poco el desfiladero —declaró Usted quédese aquí y vigile a Rite. No es de fiar.

Lo tendré en cuenta. Warrior recogió su rifle.

—Manténgalo a raya con su rifle —indicó—. No haga caso de sus protestas y, si se pone pesado, dispárele un tiro a los pies. Creo que bastará para hacerle dar media vuelta.

¿Y si no la da?

Entonces, ya depende de usted y de las ganas que tenga de derramar la sangre de un semejante... o permitir cualquier atropello.

Arabella se puso muy encarnada.

No creo  que Rite  llegue a semejantes extremos dijo.

Es una simple advertencia —indicó Warrior—. Hay pocas cosas de las que Rite no sea capaz. Y salió de las ruinas. ¿No se lleva el caballo? —preguntó Arabella desde la entrada.

Iré a pie. Sólo es cuestión de recorrer un millar de metros; no pretendo adentrarme en el corazón del territorio apache.

Yo creía que no había indios en esta zona —se extrañó Arabella.

Es una frase dictada por la costumbre. Recuerde lo que le dije referente a Rite. ¡Hasta luego!

Warrior trotó hacia la brecha y luego descendió rápidamente la escalera. Atravesó el sector llano y alcanzó la entrada al paso.

De día, el desfiladero perdía buena parte de su tétrico aspecto. Aun así, resultaba impresionante, no sólo por su forma, sino por el absoluto silencio que reinaba entre sus muros.

Hasta unos treinta metros, los farallones eran casi verticales, sin asideros para trepar a lo alto en la mayoría de los sitios. A partir de aquella cota, la ladera se tornaba algo más suave, no demasiado. La inclinación continuaba siendo muy pronunciada y las paredes estaban casi completamente desnudas, salvo por alguna otra planta de tipo desértico, cuya existencia casi parecía un milagro.

El hombre que les había tiroteado la víspera había estado en una grieta situada frente al fuerte, a pocos metro á de altura. Sin duda, había estado esperando que llegasen para atacarles, pero ¿por qué no había disparado previamente contra Arabella, que había llegado

antes?

¿O sólo había querido disparar contra él?

Caminó cautelosamente. Hubo de recorrer una veintena de metros, antes de darse cuenta de un detalle singular.

Las huellas de pisadas habían sido borradas. Parecía que nadie hubiese estado jamás en el desfiladero.

La capa de arena parecía muy gruesa. Esto era algo en lo que Warrior nunca se había fijado cuando figuraba en la guarnición del fuerte. Una o dos veces se inclinó, tomó un puñado de arena y la dejó escurrir entre los dedos.

Al fin, decidiéndose, sacó un pañuelo, echó en él tres ó cuatro puñados de arena y, atándolo por las cuatro esquinas, se lo colgó luego del cinturón de los pantalones. Iba a reanudar su camino, cuando, de repente, oyó un ligero crujido por encima de su cabeza.

El instinto le hizo revolverse a la vez que relajaba sus músculos, dejándose caer de espaldas. Una sombra oscura se desplomó sobre él, desde un saliente rocoso de varios metros de altura.

Era un indio apache; su indumentaria lo detalaba claramente. Los pies del indio erraron por medio palmo sus hombros, pero golpearon el cañón del rifle, arrancándoselo de las manos.

El apache quería matarle sin ruido. Warrior lo vio en el cuchillo de ancha hoja que empuñaba con decisión y en la fiera mirada de sus ojos.

El apache se tiró a fondo de pronto, buscando el blando bajo vientre de su enemigo blanco. Warrior saltó hacia su izquierda, esquivó la cuchillada y, bajando con fulmínea rapidez la mano libre, golpeó la nuca de su adversario.

El indio dio un salto hacia adelante y cayó de bruces. Warrior se arrojó sobre él, buscando apresarle los hombros con sus rodillas, pero se encontró ante un individuo dotado de una agilidad felina. Cuando cayó, el apache ya no estaba donde había esperado encontrarle.

Había rodado a su izquierda y ahora se incorporaba para atacar de nuevo.

Warrior se incorporó de un salto y permitió que su adversario hiciese lo mismo.

Pero a Warrior no le interesaba tanto deshacerle del apache como obligarle a hablar. Cuando el indio le atacó, esquivó la segunda cuchillada y volvió a golpearle en la cabeza.

Esperó cosa de dos o tres minutos. Al fin, el indio se sentó en el suelo, dirigiéndole una torpe mirada.

Te he vencido —dijo Warrior en español—. Eres mi prisionero y puedo matarte, pero te perdonaré la vida si hablas.

¿Qué tengo que hablar? —preguntó el apache en el mismo idioma.

Algunas cosas, por ejemplo..., ¿por qué me atacaste?

Eres un hombre blanco. El desfiladero es terreno sagrado para nosotros.

¿Sagrado? Nunca oí una cosa semejante —se extrañó Warrior—. Cuando estaba con los soldados en el fuerte, nadie dijo nada acerca de que el desfiladero fuese sagrado para vosotros.

¿Cuántos os molestasteis en indagar? —replicó el apache despectivamente—. Sólo queríais retenernos al otro lado de las colinas...

Lo único que queríamos era que hubiese paz en el territorio —repuso Warrior—. Pero éstas son consideraciones secundarias. ¿Tomaste parte en el ataque final al fuerte?

Sí —admitió el apache con orgullo. Nunca hubierais entrado allí de no haberse producido la traición. ¿Quién fue el traidor?

El apache respingó ligeramente.

No sé nada de lo que estás diciendo «—contestó.

Mientes muy mal —dijo Warrior fríamente—. Hubo traición y tú conoces o has oído hablar del nombre del traidor.

No sé...

El rifle de Warrior se puso horizontal y apuntó directamente a la cara del indio, desde un palmo de distancia.

El nombre del traidor —exigió. Hubo un instante de silencio. Los ojos del indio contemplaban con expresión agónica la boca del rifle.

Está bien. Fue...

Un rifle detonó súbitamente. Warrior oyó claramente el sordo impacto de la bala al chocar contra la carne.

En el acto, se lanzó a un lado y rodó sobre sí mismo, mientras el apache, lanzando un grito de agonía, se vencía hacia delante. El rifle rugió de nuevo y los débiles movimientos del indio cesaron instantáneamente.

Warrior alcanzó la protección de un saliente y miró en la dirección de donde habían salido los disparos. Lo único que alcanzó a ver fue una ligera nubécula de humo.

Esperó unos momentos. De pronto, oyó el galope de un caballo que se alejaba rápidamente.

Entonces abandonó su escondite y corrió hacia la salida. Por el memento, no sentía el menor interés en continuar la exploración.

Arabella y Rite estaban asomados al parapeto. Warrior agitó la mano izquierda y continuó corriendo.

Instantes después, alcanzaba la explanada. Rite dijo: Hemos oído disparos, capitán. Sí. Capturé un prisionero, pero nos tirotearon.

¿Un prisionero? Apache. Está muerto. Arabella lanzó una exclamación de asombro.

¿Indios? —dijo.

Por lo menos, uno.

Es raro que matasen al indio y a usted le dejasen

libre, capitán —observó Rite.

Cuestión de suerte —respondió Warrior fríamente—. ¿Ha encontrado su dinero?

 

Todavía no, pero no me desanimo —sonrió Rite

Continuaré cavando.

El individuo se alejó, llevándose su rifle. Arabella

miró a Warrior.

Capitán, presiento que no ha dicho toda la verdad

manifestó.

Es cierto, pero no quiero hablar claramente delante de ese hombre —respondió—. El apache me atacó. Quería matarme sin ruido, pero logré rechazar su ataque primero y luego capturarle prisionero. Estaba a punto de hacerle confesar el nombre del traidor, cuando alguien disparó dos veces contra él. N   Los ojos de Arabella se dilataron.

¿El nombre del traidor? Luego entonces... ¡lo hubo! —exclamó.

Si no fue descuido, tuvo que ser traición, y lo que es más, creo que empiezo a conocer los motivos. Pero,

a lo que parece, hay alguien interesado en que no se conozca la verdad, porque se dio cuenta de que mi prisionero estaba a punto de hablar y lo acalló para siempre con dos disparos.

De modo que conoce los motivos de la traición. Dígamelos, capitán —pidió Arabella excitadámente.

—Luego —respondió Warrior—, cuando hayamos comprobado quién es ese jinete que viene a lo lejos.

 

 

                                                                 CAPITULO V

 

Arabella volvió los ojos. Warrior tenía razón.

Un jinete se acercaba al paso de su montura. Rite le había visto también y suspendió su labor.

—Creo que le conozco —murmuró Warrior al cabo de unos instantes.

El jinete traía su rifle atravesado sobre el arzón. Unos momentos más tarde, iniciaba la pequeña ascensión a la explanada del fuerte.

Se oyó una fuerte risotada.

—¡Vaya! Pero si es mi viejo amigo John Crumer —exclamó Rite—. ¿Cómo estás, John?

—Bien, aunque yo no he sido jamás amigo tuyo —respondió el recién llegado—. Que quede esto bien claro, Amos.

Rite se encogió de hombros.

—Nunca obligué a nadie a ser mi amigo —manifestó—. ¿Qué te trae por aquí, John?

—Asuntos privados —dijo Crumer secamente. De pronto, vio a Warrior y a la muchacha y se acercó a ellos—. Celebro verle, capitán.

—Hola, Crumer —saludó el joven—. Le presento a la señorita Herlen. Este es John Crumer, antiguo cantinero del fuerte.

Crumer se llevó la mano al sombrero.

—Encantado, señorita Herlen —respondió, desmontando a continuación—. Había un soldado de su mismo apellido en el fuerte —añadió.

—Era mi hermano —declaró Arabella.

—i Oh! Lo siento, créame. Capitán —se volvió hacia

 

Warrior--, es para mí una sorpresa encontrarles en estas ruinas.

—Nos hemos permitido alojarnos en lo que fue su cantina, Crumer —respondió el joven—. Supongo que

no le importará.

Crumer se encogió de hombros.

—Otra cosa me hubiera importado más —respondió—. Un edificio puede reconstruirse; en cambio, una vida humana perdida...

La voz del cantinero se quebró súbitamente. Ara-bella sintió una viva simpatía hacia él.

Crumer era un hombre bajo, pero fornido, de unos cincuenta y cinco años de edad, con el pelo casi completamente blanco. De no haber sido por su reciedumbre física, habría parecido muchísimo más viejo de lo que era en realidad.

—Lo siento —dijo Warrior—. Esa vida a que se refiere se perdió tal vez por mi culpa.

Crumer sacudió la cabeza.

—No, capitán. Hubo un traidor... y por eso he venido al fuerte, para desenmascarle y vengar la muerte de Nancy.

—¿Cómo sabe que hubo un traidor —preguntó Ara-bella.

El viejo cantinero sacó un papel del bolsillo y se lo entregó a la muchacha.

—Su hermano también murió aquí —dijo intencionadamente.

Arabella paseó la vista rápidamente por los renglones escritos. Luego pasó el papel a Warrior.

El joven leyó:

"Su hija Nancy murió después de haber sufrido horribles ultrajes. Creo que le gustaría conocer la verdad de lo que sucedió en Fort Brighton, pero si no va allí, no lo sabrá."

Warrior dobló el papel y se lo devolvió a su dueño. —La señorita Herlen y yo hemos recibido unos mensajes parecidos —dijo.

Crumer frunció el ceño. —Siempre me extrañó que los indios entrasen en el fuerte, pero lo achaqué muchas veces a la desgracia... o bien a un descuido. Esta carta me ha persuadido de

que hubo un traidor.

—Sí —admitió Warrior—, y yo he estado a punto de conocer su nombre, pero alguien lo ha impedido a tiros.

—Oí disparos cuando llegaba —expresó Crumer.

Warrior le relató lo ocurrido. Crumer meneó la cabeza.

—Hay alguien interesado en que no se conozca la

verdad. —De repente, exclamó—: ¿Por qué no me mataron los indios a mí en lugar de Nancy?

Arabella le puso una mano en el brazo con gesto

amistoso.

—Tenía que ocurrir así, señor Crumer —dijo—. Nancy no volverá ya a la vida, pero creo que castigaremos al culpable de su muerte.

—Teshoe está vivo —dijo  Crumer rencorosamente.

—¿Quién es Teshoe? —preguntó ella.

—El  jefe  de  los  apaches  que  atacaron el  fuerte

—declaró Warrior—. Pero no me extrañaría nada que se hubiera evadido de la reserva. Sin embargo —añadió—, la actitud de Teshoe al asaltar el fuerte está mucho más justificada que la del hombre que nos traicionó.

—Eso es cierto —admitió Crumer pesarosamente—.

Nancy estaba a punto de salvarse..., ya había montado en un caballo y un par de indios se arrojaron sobre ella. Yo quise protegerla, pero mi montura se espantó y...

Warrior miró a la muchacha.

—Cuando Crumer consiguió dominar a su caballo, trató de regresar, pero yo se lo impedí —dijo.

Ella asintió, muy pálida. Crumer inspiró fuertemente y dijo:

—Con su permiso, iré a buscar acomodo. Por cierto, ¿conocen al autor de las notas?

—En absoluto —respondió Warrior.

—Extraño, ¿no? —murmuró el antiguo cantinero, a la vez que tomaba las riendas de su caballo y se alejaba de aquel lugar.

Hubo un instante de silencio. Luego, Arabella dijo: —Capitán, si mal no recuerdo, usted dijo antes que creía conocer los motivos por los cuales se cometió la traición.

—En efecto, creo conocerlos..., pero mejor que con palabras, se lo explicaré por los hechos. Necesito una cuchara y un plato, limpios y secos.

Arabella le dirigió una mirada de extrañeza.

—Está bien —contestó—. Venga conmigo.

Entraron en las ruinas. Arabella buscó en su equipaje, mientras Warrior se arrodillaba en el suelo, después de haber soltado el pañuelo lleno de arena que había traído del paso.

Arabella le entregó el plato y la cuchara. Warrior desató los nudos del pañuelo, dejándolo extendido a un lado.

A continuación, Warrior puso el plato delante de él. Con la mano izquierda, tomó una cucharada de arena y levantó la cuchara de modo que quedase a medio metro del plato.

Inclinó ligeramente la cuchara, haciendo que la arena fuese cayendo poco a poco sobre el plato. Al mismo tiempo, soplaba suavemente sobre el chorro de arena,

desviándolo en parte.

Así estuvo durante un cuarto de hora, hasta dejar limpio el pañuelo. Arabella contemplaba las operaciones con ojos llenos de fascinación.

Una vez hubo terminado la arena, Warrior sacudió el pañuelo y lo dejó de nuevo sobre el suelo. Volcó el contenido del plato sobre el pañuelo, formando un mon-toncito de la mitad de tamaño que el anterior.

De nuevo repitió aquella singular operación. Diez minutos más tarde, toda la arena estaba en el suelo,

fuera del plato. Dentro, había un montoncito de un polvo amarillo, brillante, el contenido de una cuchara,

aproximadamente.

—Aquí tiene los motivos -—dijo Warrior al fin.

Arabella creía estar soñando.

—Es oro —murmuró.

—No podía gastar el agua de la cantimplora para lavar la arena —explicó él—, aparte de que se había necesitado una cantidad mucho mayor. Por eso recurrí al sistema de soplar. El oro es más pesado que la arena y quedó en el plato.

 

Ella movió la cabeza afirmativamente. ¿Trajo la arena del desfiladero? —preguntó. Sí.

Entonces, hay allí un gran yacimiento... Eso creo. Es algo de lo que nadie, salvo una persona, se preocupó cuando el fuerte estaba en actividad.

Lo único que nos preocupaba entonces era mantener a raya a los indios. Pero alguien, en cambio, se preocupó de la arena del desfiladero y, créame, hay una zona de gran extensión de donde se puede obtener una

verdadera fortuna.

Entonces —murmuró Arabella—, creo que cada vez voy comprendiendo mucho mejor las cosas.

Lo celebro —respondió él—. A mí se me ocurrió la idea ayer, cuando encontré aquella pepita de oro. De todas formas, hoy quería ver si me encontraba con la mujer que nos espiaba o, por lo menos, seguir su rastro. El apache que me atacó frustró mis propósitos.

De modo —dijo Arabella—, que si el fuerte desapareciera, el traidor podría venir aquí y explotar el yacimiento.

Sí.

Y, para conseguir sus propósitos, no vaciló en provocar la muerte de sesenta personas.

Así lo creo yo. —Pero ¿por qué ha tardado tanto tiempo? El fuerte ya no se reconstruyó..., podía haber venido mucho antes, ¿no cree?

Warrior hizo un signo de ignorancia.

Eso es algo que no me explico —respondió. Arabella tomó un poco de polvo de oro y lo examinó con gran atención.

¿Cómo es posible que haya arenas auríferas en un terreno sin una sola gota de agua? —preguntó.

Muchos miles de años atrás, seguramente, ese desfiladero servía de lecho a un río —explicó Warrior Las aguas arrastraron durante siglos la arena, que luego se depositó en el fondo de la cañada.

¿Y el río?

Seguramente, fue absorbido por la capa del suelo,

que  debe ser muy porosa.  O  quizá  algún terremoto

provocó la apertura de unas cuantas grietas, por donde se hundió el río y luego esas grietas se cegaron con el tiempo, por el acarreo de materiales a causa de la erosión y del viento. Y la mejor prueba de que el río corre ahora subterráneamente es el manantial que hay

al pie del fuerte. Ella asintió. Así debió de ocurrir, entonces —dijo—. Y es posible que por la misma razón, los apaches considerasen el desfiladero como terreno sagrado para ellos.

Eso lo ha dicho ahora el indio, de lo contrario, ¿por qué pasaban como quien dice a diario para hacer compras en el puesto de Rite? Los indios no acostumbran a usar sus terrenos sagrados como lugares de tránsito, créame.

Entonces, alguien provocó el ataque.

Warrior movió la cabeza afirmativamente. Así empiezo a verlo ahora —concordó—. Los hombres de Teshoe no fueron nunca particularmente amistosos, pero había una era de paz. Alguien la quebrantó, con miras a su provecho particular.

Arabella bajó la voz. ¿Rite? —apuntó.

No estoy en condiciones de acusar a nadie —repuso él.

Tal vez se enteró de la existencia del oro y quiso dejar desierta la zona. Así podría venir luego y trabajar el placer.

Es una hipótesis cercana a la realidad, salvo que no podemos probar que fuese Rite.

Después de lo que le he oído, a usted, estoy segura de que no pudo ser otro que él —afirmó Arabella.

Warrior se acordó de las dos o tres ocasiones en que había visto a Rite hablando con Bill Herlen, con aire confidencial. Rite estaba ausente en el momento del ataque y Bill era el centinela del punto clave. El cuerpo de Bill no había aparecido..., ¿qué podía pensar cualquiera de ambas coincidencias?

¿No me contesta nada? —preguntó la joven.

Por ahora —respondió él—, todo está dicho. Sólo falta conocer al autor de las notas.

¿Cree que vendrá?

 

Opino que sí. De lo contrario, ¿a qué molestarse en escribirnos?

Arabella se mordió los labios.

Da la sensación de que hemos sido citados con un fantasma —murmuró.

No hay fantasmas que escriban con tinta sobre un

Papel aseguró él, muy serio. Se puso en pie

Voy a ver si converso un poco con Rite.

Arabella quedó en la misma posición, contemplando el puñadito de oro que brillaba en el fondo del plato. De pronto, le pareció que el amarillo se tornaba en rojo..., el color de la sangre de los hombres que habían muerto para que uno pudiera enriquecerse.

Sesenta soldados, más Nancy Crumer, más el doble de apaches. Casi doscientas vidas en total, sacrificadas ¿ la codicia de un individuo.

El cuerpo de su hermano no había sido hallado. Se preguntó si Bill tenía alguna relación con el acto traidor que había provocado la destrucción del fuerte.

La idea de que la respuesta pudiera ser afirmativa retiró por completo la sangre de su cara.

 

                                                             CAPITULO VI

 

El enorme torso de Amos Rite brillaba por el sudor en las zonas limpias de vello, que eran las menos. Apoyado en una esquina del derruido puesto comercial, con un cigarrillo entre los labios, Warrior contempló la labor del hercúleo individuo.

—Parece que el trabajo es en balde —observó irónicamente—. ¿Tan mala memoria tiene que no se acuerda del lugar donde escondió la caja con el  dinero?

Rite suspendió su labor y se pasó el brazo por la frente inundada de sudor.

—Nunca me fié demasiado de mis ayudantes —respondió—. Quizá alguno de ellos, previendo el asalto final, buscó la caja y la escondió en otro sitio.

—Pues tiene usted por delante una buena labor, si ha de cavar todo el terreno —dijo Warrior.

—El tiempo es lo que me sobra, capitán.

-—Sí, hay tiempo de sobra —convino el joven con aire indiferente—. Y ahora no tiene otro remedio que buscar el dinero, porque la fuente se le ha secado.

—No entiendo, capitán —dijo.

—Me refiero a los rifles y el licor que vendía a los indios.

—Usted sabe que eso es una inmunda calumnia —protestó Rite enérgicamente.

—Más de la mitad de los indios que atacaron el fuerte disponían de rifles nuevecitos, cuando sólo unos meses antes no había ni un rifle por cada diez apaches.

—Yo no se los vendí, capitán.

—jCómo me gustaría creerle, Rite! —exclamó Warrior—. Pero su suerte es que no se le capturó con las

manos en la masa.

—No podían sorprenderme en una labor que no hacía. Capitán, usted siempre me miró de reojo. Yo nunca le di motivos para esa animadversión. Procuré en todo momento ser amigo de la oficialidad del fuerte...

—Le convenía, por supuesto. Y también reclutaba amigos entre los soldados, ¿no?

Rite sonrió.

—No tenía enemigos —aseguró.

—El principal  amigo  suyo,  creo, era  Bill  Herlen,

¿no?

Los ojos del comerciante se entrecerraron.

—Capitán —contestó secamente—, si no le importa, continuaré cavando.

—Bill Herlen era el centinela de la brecha cuando se produjo el asalto final—. Usted estaba ausente. Dos casualidades muy sospechosas, ¿no cree?

Rite hizo un gesto de impaciencia.

—Capitán, estoy procurando ser tolerante, pero si sigue hostigándome,_ no respondo de lo que pueda pasar. Y ahora no tiene detrás el ejército para que le proteja. ¿Ha comprendido?

—Perfectamente —respondió Warrior—. Rite, continuaremos la conversación en otro momento.

—Como encuentre pronto la caja y el dinero, hablará usted con el diablo —masculló el comerciante con gran enojo. Y de nuevo volvió a golpear la tierra con el pico.

Arabella estaba en la puerta de la* cantina. Warrior caminó lentamente hacia la joven.

—¿Qué le ha dicho Rite? —preguntó.

—Nada de particular. Se muestra muy receloso... y dice que se irá apenas encuentre el dinero.

—Entonces, él no tomó parte en la tración.

—Puede ser que trate de engañarnos, para que dejemos esto solo.

—Y entonces aprovecharía para lavar la arena y reunir un buen montón de oro.

—Si lo sabe, es una hipótesis muy razonable —admitió Warrior. Miró al cielo, en el que no se veía una sola nube—. Nos asaremos hoy —predijo.

—Buscaremos la sombra. Capitán, ¿cuánto tiempo cree que estaremos aquí?

Warrior se encogió de hombros.

—No tengo la menor idea..., pero puede estar segura de que no me iré de estas ruinas hasta que conozca exactamente toda la verdad.

Arabella asintió. Por un instante, sintió la tentación de preguntarle qué opinaba de su hermano.

Pero temió conocer la verdad y se calló. Angustiada, se preguntó hasta qué punto había llegado Bill en su traición.

 

Mediada la tarde, llegó un nuevo elemento. Era un sujeto de unos treinta años, alto, delgado, de rostro chupado, nariz aguileña y expresión cínica y descarada.

Warrior le conocía. Había sido soldado en su escuadrón y respondía al nombre de Cy Butte.

—Vaya, pero si esto está lleno de gente —dijo el ex soldado al detenerse—. Y todos gente conocida... Capitán Warrior, John Crumer, Rite... No, a esa chica tan linda no la conozco yo. ¿Cómo se llama, preciosa?

—Arabella Herlen —contestó la joven.

—¡Herlen! ¿Hermana de Bill?

—Sí.

—Buen muchacho. Un poco "finolis", pero con unos buenos puños. Lástima que los indios le... Bueno, señorita Herlen, demasiado sabe lo que le pasó al pobre Bill. ¡Hola, Amos! —gritó Butte volublemente—. ¿Sabes?, te encuentro muy blanco de cara... Claro, cuatro años a la sombra le limpian a uno lo tostado de la piel. ¿Qué tal se pasaba en Yuma, muchacho?

—¡Vete al infierno! —respondió el comerciante con hosco acento.

Warrior miró a Rite con sorpresa.

—¿Ha estado en la cárcel? —preguntó.

—Supongo que eso no debe interesarle, capitán. Es un asunto mío, digo yo.

—Disparó contra un tipo en Tucson —explicó Butte—. La cosa no estaba demasiado clara; el otro también tenía su revólver en la mano, así que no sé le apreció  del  todo  la legítima defensa, pero  tampoco

fue acusado de asesinato. Pagó con cinco años, ¿no,

Amos?

—Me indultaron uno por buena conducta —refunfuñó el comerciante—, Y fue legítima defensa, aunque el jurado no lo supiera apreciar.

Giró sobre sus talones y se alejó. Butte seguía sonriendo cínicamente.

—No le gusta que le recuerden cosas desagradables, pero ¿acaso tiene algo agradable en su pasado?

Desmontó y miró al antiguo cantinero.

—Hola, señor Crumer —dijo—. Siento lo de la pobre

Nancy.

—Olvídalo, Cy —masculló Crumer. —Si usted Je ^"ice...

Crumer se marchó con cara de disgusto. Butte es echó a reír.

—Yo le simpatizaba bastante a la pobre Nancy, pero a él no le gustaba —explicó—. Bien, con su permiso, voy a ver si acomodo a mi caballo...

—Un momento, Butte —dijo Warrior.

—¿Capitán?

—Ya no está en el ejército, presumo.

—Lo dejé hace unos meses, cuando finalizó mi compromiso. Ya no quise reengancharme otra vez, capitán.

Warrior bajó la vista un instante y se fijó en el revólver que Butte llevaba pendiente de su cintura. Poco debía de haber trabajado aquel sujeto después de licenciado.

—¿Por qué ha venido aquí? —preguntó.

—Lo consideré interesante —respondió Butte en tono casual.

—¿Qué le hizo pensar de ese modo? ¿Le dijeron que podía resultar interesante aparecer en estas ruinas?

Los ojos de Butte contemplaron a Warrior con expresión recelosa.

—Sí, así me lo dijeron —contestó. —¿Alguien le escribió una nota? —terció Arabella. —Parece ser que hay un tipo que se dedica a reunir a los supervivientes, ¿eh? —masculló el ex soldado. Warrior alargó la mano.

—Déme la nota, Butte —pidió.

 

Butte dio un paso atrás. No la tengo. La quemé apenas hube conocido su contenido —respondió.

Warrior estuvo a punto de decir que mentía, pero se contuvo. No tenía ganas de provocar un conflicto.

Conocía a Butte y sabía que era hombre que había tolerado la disciplina con gran dificultad. Ahora, los dos habían abandonado el Ejército y nadie le reprocharía que se defendiese como fuera de una acusación de mentiroso.

Lo siento —dijo—. No debió de hacerlo.

Butte se encogió de hombros. Sabiendo que debía venir, ¿qué importaba? —contestó—. Con su permiso, capitán.

Todavía un momento, Butte —dijo Warrior—. Antes tuve que matar a un apache en el desfiladero. Me gustaría que viniese conmigo para recoger el cuerpo. Mañana empezaríamos a notar ya el hedor.

Muy bien, le acompañaré, capitán. Los dos hombres se alejaron. Butte llevaba a su montura de la rienda.

Arabella quedó sola.

Rite continuaba cavando incansablemente. Crumer se había sentado a la sombra de una pared y tenía la espaldar apoyada contra las piedras. Una humeante pipa pendía de sus dientes y su mirada aparecía perdida a lo lejos.

Arabella comprendió que el cantinero pensaba en su hija muerta.

Se acercó a Crumer y se arrodilló frente a él, sentándose luego sobre sus talones. Apoyó las manos en los muslos y le miró largamente.

Señor Crumer —dijo. El cantinero la contempló escrutadoramente. Diga, señorita —contestó.

Mi hermano servía en el escuadrón del capitán Warrior.

Sí, lo recuerdo perfectamente. Un buen muchacho, valiente y correcto. Estaba fuera de su sitio en la Caballería.

Cometió una pequeña locura y... Pero eso no importa ahora —dijo Arabella—. Yo lo que quiero saber es…

 

Crumer estudió el rostro de la joven. Arabella parecía fatigada y su pecho subía y bajaba con rapidez.

—Mi hermano estaba de centinela en el puesto más importante cuando atacaron los indios —dijo—. Ese ataque habría podido ser rechazado sólo con que él hubiese dado la voz de alarma. Pero no la dio... y su cuerpo no ha aparecido. ¿Cree que fue un traidor?

—¿Por qué iba a traicionar a sus compañeros? —se asombró Crumer.

—No lo sé. —Arabella se pasó una mano por la frente—. Los indios irrumpieron en el recinto... El cadáver de Bill tendría que haber aparecido después, pero nunca fue hallado. Sospecho que desapareció... y eso significaría traición, señor Crumer.

—Encontraron mucho cadáveres horriblemente mutilados —dijo el cantinero—. Algunos no pudieron ser identificados, señorita Herlen.

—Sí —suspiró ella—; el capitán Warrior me ha dicho lo mismo, pero... Así que no cree que Bill fuese un traidor.

—No, rotundamente, no. Le conocía bastante bien y podría tener sus debilidades, pero no era hombre

que llegase al extremo de abandonar a sus compañeros. Ni siquiera lo hubiera hecho por Yeena.

Arabella abrió mucho los ojos.

—¿Yeena? ¿Quién es?

—¿Cómo? —se sorprendió Crumer a su vez—, ¿No lo sabía usted? ¡Bill estaba locamente enamorado de Yeena, la hermana del caudillo apache, Teshoel

 

                                                             CAPITULO VII

 

Warrior y Butte regresaron poco después. El caballo de Butte venía de vacío. Los indios se han llevado el cadáver de su compañero —explicó Warrior.

Lo cual no es extraño en absoluto —agregó Butte—, porque lo hacen siempre que pueden. Bien, con su permiso voy a cuidar de mi caballo.

Butte se alejó. Crumer se apartó de nuevo a un lado, mientras Ritte, tomándose un descanso, se sentaba en el suelo, entre las ruinas de su antiguo puesto comercial, para tomar un bocado.

Entonces, Arabella se enfrentó con Warrior. Capitán, deseo hablar con usted —manifestó.

Estoy a sus órdenes, señorita —contestó el joven. Venga, por favor.

Warrior siguió a la muchacha hasta el interior de la cantina. Ella se volvió y le dirigió una penetrante mirada.

Capitán, acabo de enterarme de algo que desconocía —declaró.

¿Acerca de...?

De Bill. Estaba enamorado de Yeena, la hermana de Teshoe.

Es cierto —contestó el joven tranquilamente.

¿Por qué no me lo dijo usted? —preguntó Arabella en tono acusador.

Temí que le desagradara. Ella, Yeena, era una muchacha apache... y su hermano, un hombre blanco y perteneciente, además, a una familia de elevada posición, según llegué a deducir.

—Es cierto —admitió Arabella—, pero la posición

de mi familia no tiene nada que ver con lo que Bill pudo hacer en el fuerte. ¿Cree que Yeena le sedujo hasta el extremo de hacerle abandonar su puesto?

—No puedo asegurar nada al respecto —contestó éL

—¿Y Yeena? ¿Qué es de ella? ¿Vive?

Warrior inspiró profundamente.

—Puedo asegurarle que no figuraba entre las mujeres apaches que fueron enviadas a la reserva.

—Entonces, Bill vive todavía —exclamó Arabella.

—Opino que sí —admitió Warrior.

—¿Por qué no me lo dijo antes? ¿Creyó que no podría soportar la noticia de que mi hermano era el traidor que provocó la matanza? Traidor involuntario, pero traidor, al fin y al cabo, por abandonar el puesto que le había sido confiado.

—No estoy seguro de que hiciese una cosa semejante, señorita Herlen. Bill era un buen soldado, de eso estoy seguro, y Yeena no le habría apartado jamás del cumplimiento de su obligación. Si abandonó el puesto, lo hizo por otros motivos... suponiendo que no esté efectivamente muerto, pese a lo que pueda pensar usted.

—Pero Yeena no ha aparecido —exclamó Arabella acaloradamente—. Quizá se reunieron los dos después de la matanza y huyeron muy lejos de aquí.

—Si eso es cierto, no los encontraríamos jamás, a menos que ellos lo deseen. Personalmente, sin embargo, mi opinión es muy distinta.

—Dígamela, por favor —pidió la muchacha.

—Teshoe era un sujeto muy rencoroso. No le agradaban las preferencias que Yeena mostraba por Bill. Estoy seguro de que invocó el honor de su raza y su familia, la mató y la enterró sabe Dios dónde.

Arabella se estremeció.

—¡Pobre muchacha! —musitó—. ¿Era guapa?

—Hermosísima —confesó Warrior—. Vestida con otras ropas, ni siquiera hubiera parecido india. Y ella tenía motivos sobrados para sentirse atraída hacia Bill. Su hermano no era un soldado vulgar y grosero y eso es algo que Yeena supo ver muy pronto. Pero me imagino que a la familia Herlen no le hubiese agradado tener un pariente indio.

—Entonces, no. Ahora, cualquier cosa importaría nada con tal de recobrar a Bill.

—En cinco años, si vive y no ha dado señales de vida, es porque prefiere pasar por muerto —aseguró Warrior.

Ella asintió, con los ojos llenos de lágrimas.

—Sí, eso debe ser. Mi padre lo había perdonado ya, pero ya no volverá a verle.

—Aseguraría que hizo algo que le forzó a alistarse en

el Ejército.

—Suplantó la firma de mi padre en un cheque —declaró Arabella, roja de vergüenza—. Mi padre era muy estricto y Bill lo sabía. Por eso huyó cuando supo que su delito estaba a punto de ser descubierto.

Warrior meneó la cabeza.

Comprendía la posición de Bill. Falsificador primero y luego enamorado de una india. ¿Cómo podía reingresar en el seno de una familia tan orgullosa de su

estirpe?

—Pero  ello  no  significa necesariamente  que fuese

el traidor por cuya culpa se perdió el fuerte —dijo.

—Con estos antecedentes, ¿quién creería lo contrario? —murmuró Arabella con voz llena de amargura.

El día tocaba a su fin. Reinaba un silencio absoluto.

La voz de Butte resonó claramente en aquella soledad :

—...Era lo único que faltaba: ese maldito hijo de perra se ha escapado de la reserva con todos sus bravos...

Warrior respingó de sorpresa. Luego, lanzándose fuera de las ruinas, llamó:

—¡Butte!

—Diga, capitán —contestó el ex soldado.

—He oído ciertas frases... ¿Se refieren a Teshoe?

—¿A quién, si no? El y sesenta o setenta salvajes más han huido de la reserva. Naturalmente, la Caballería ha iniciado la persecución. No sabe cuánto me alegro de haberme licenciado, capitán.

Warrior le miró severamente.

—No se sienta tan contento, Butte —dijo—. O mucho me engaño, o presiento que Teshoe ha de volver al fuerte de nuevo.

 

Un penoso silencio se expandió de nuevo por el lugar. Por encima de sus cabezas, graznó súbitamente un cuervo.

A Warrior le pareció el anuncio fúnebre de muchas muertes inminentes.

 

El desfiladero estaba sumido en un absoluto silencio.

Lenta y cautelosamente, Warrior se acercó a la entrada. Apenas lo había hecho, oyó pasos a su espalda.

Se volvió en el acto, pegando los hombros contra la roca, a la vez que bajaba el cañón del rifle hasta ponerlo horizontal.

—Denis —oyó una voz de suaves tonos.

Warrior frunció el ceño.

—¿Qué hace aquí, Arabella? —preguntó.

—Quiero ir con usted —indicó la joven.

—Yo no voy a ninguna parte...

—Entonces, ¿qué hace aquí?

Warrior la impuso silencio, asiendo su brazo un momento. Ella aguardó anhelante, tratando de captar los menores ruidos.

Pero no se oía otra cosa que el tenue siseo de sus propias respiraciones. Al cabo de unos segundos, Warrior acercó los labios a su pareja y dijo:

—Sígame y pise con la mayor suavidad posible. Si le digo que corra, hágalo y no se preocupe de más, ¿estamos?

Ella asintió calladamente. Warrior dobló el primer saliente y se adentró en el paso, caminando por la zona más sombreada.

Arabella sintió una especie de nudo en la garganta. La quietud y el paisaje se combinaban para crear un ambiente tétrico y siniestro. En cualquier momento podía aparecer un tropel de ululantes indios dispuestos a darles la más cruel de las muertes.

Pensó en Nancy Crumer y lo que había tenido que sufrir. Rogó para que a ella no le sucediera una cosa semejante.

Warrior se detuvo de pronto. Arabella, distraída, chocó contra su espalda.

 

Se dio cuenta de que el joven asomaba por el saliente del recodo. De súbito, vio que su torso se agitaba un momento.

Estiróse de puntillas y miró por encima de sus hombros. Creyó que soñaba.

Al otro lado, a unos cuarenta o cincuenta metros, varias siluetas se movían lentamente por el arenoso suelo del desfiladero. Aunque sólo se distinguía su figura humana, era fácil darse cuenta de que se trataba

de indios.

Estaban armados. Sus rifles brillaban, despidiendo destellos metálicos al ser heridos por la luz de la luna.

—Corra —ordenó Warrior lacónicamente.

Arabella dudó. Pero de pronto vio que Warrior salía fuera de la roca y se llevaba el rifle a la cara.

Una larga lengua de fuego brotó del arma, junto con un fuerte estampido. Casi en el acto, se oyó un grito de dolor, seguido de otros varios de rabia.

—¡Corra! —repitió Warrior, ahora sin temor a ser oído por los apaches.

Arabella obedeció, dirigiéndose velozmente hacia la salida del paso, mientras a sus espaldas detonaban los rifles a ritmo acelerado. Warrior descargó el suyo en un espacio increíble de tiempo y luego, girando sobre sus talones, emprendió la huida.

Los apaches que habían salido ilesos de su ataque, corrieron tras él, prorrumpiendo en furiosos gritos, a la vez que disparaban sus armas. Las balas se hundían sordamente en la arena o chocaban contra las rocas, rebotando luego con estremecedores chillidos.

Warrior alcanzó la salida del paso.

—jDenis! —gritó entonces la joven.

—Échese a un lado —ordenó él, a la vez que se volvía, con el revólver en la mano derecha.

Varios indios corrían hacia allí. Warrior disparó seis tiros en menos de otros tantos segundos y luego dio un salto lateral, refugiándose en la roca.

—Su rifle, Arabella —pidió.

Ella se lo entregó sin vacilar. Los indios parecían haberse detenido a veinte metros de la salida. TJno se ' quejaba monótonamente.

Alguien lanzó un grito en el fuerte:

 

—¿Qué pasa ahí?

Warrior levantó el rifle de nuevo. Se oía cuchicheo

de los indios.

—Tendremos que correr hacia la brecha, Arabella.

Hágalo cuando se lo indique.

—Está bien —contestó ella.

Pasaron unos segundos. Warrior aplicó  el oído y

captó sonido de pies desnudos que se acercaban a la

salida.

Entonces asomó el rifle y soltó una rápida salva de

cinco o seis disparos realizados sin otra interrupción que la necesaria para cargar y descargar el arma. Dos alaridos de agonía fueron el eco de sus disparos. —i Ahora, Arabella!

Los dos se lanzaron a la carrera hacia el fuerte, atravesando rectamente el trozo llano que había hasta el escarpado. Al llegar a sus inmediaciones, divisaron dos siluetas asomando por fuera del parapeto.

—i Capitán! —gritó el cantinero.

—Sí —respondió Warrior—. Y también la señorita Herlen. Suba, Arabella.

La muchacha trepó por la empinada escalera. Cru-mer le dio la mano para ayudarle a subir los últimos tramos. Warrior subió a continuación.

—¿Qué ha sucedido, capitán? —preguntó Rite.

—Había indios al otro lado del recodo —contestó Warrior, tratando de normalizar su alterada respiración—. Posiblemente, trataban de lanzar un ataque por sorpresa, cosa que he conseguido frustar.

—¿Un ataque nocturno, capitán? —se extrañó Rite—. Los indios no tienen esas costumbres.

—Estos han vivido en las reservas y han aprendido que, en ocasiones, la noche puede resultar mejor para atacar que el día. De todas formas, el susto se lo han llevado ellos en lugar de nosotros.

—Pero ¿por qué diablos quieren atacarnos? ¿Qué les hemos hecho nosotros?

—Somos blancos y estamos en territorio que ellos consideran suyo —respondió Warrior—. Y yo no hubiera disparado contra ellos, de no haber tenido la seguridad de que lo único que estaba haciendo era anticiparme a sus propósitos.

 

Si Teshoe se escapó con setenta hombres, la estancia en las ruinas no tendrá nada de grata —dijo Crumer sentenciosamente—. En ese caso, lo mejor sería abandonar este lugar ahora que es tiempo.

—Estaremos mejor aquí que no en campo abierto manifestó Warrior—. ¿Cuánto tiempo cree que tardaría Teshoe en saber que habíamos escapado? En el desierto no tendríamos ninguna probabilidad, mientras que si permanecemos aquí, disponemos de buenos parapetos y rifles y municiones en abundancia.

Somos cuatro hombres y una mujer —dijo Rite—. Cinco contra setenta, uno contra trece o catorce.

Ellos tienen que atravesar un trozo completamente despejado, en el que pueden ser fácilmente batidos por nuestros disparos. Lo saben y lo sabían la vez anterior, y la prueba de ello es que desistieron de sus ataques y sólo se lanzaron al asalto al final cuando alguien se lo permitió.

Arabella enrojeció.  La alusión a su hermano  era

clara.

Está bien, capitán —dijo Rite—. Pero si yo quisiera marcharme, usted no me lo impediría, ¿verdad? Warrior miró fijamente al antiguo comerciante.

Rite, no creo que usted quiera irse de aquí tan pronto —contestó—. Y, a propósito, ¿dónde está Butte?

¡Es cierto! —exclamó Crumer—. ¿Dónde está?

Yo no le he visto —manifestó Rite.

Encuentro raro que no haya acudido al oír los disparos —dijo Warrior—. Crumer, ¿sabe usted dónde dormía?

Desde luego. Venga, capitán. Crumer guió a Warrior hasta un trozo de muro, al pie del cual se divisaba el cuerpo de un hombre tendido en el suelo, dormido profundamente al parecer. .   Warrior se inclinó sobre el ex soldado y le tocó en un hombro.

¡Eh, Butte, despierte...!

Se interrumpió súbitamente. El pecho de Butte estaba lleno de un líquido oscuro, que brillaba siniestramente a la plateada luz de la luna.

 

 

                                                               CAPITULO VIII

 

Hubo un momento de silencio. Arriesgándose a recibir un disparo, Warrior encendió un fósforo. El color rojo de la sangre indicaba sobradamente la suerte que

había corrido el ex soldado.

Warrior se incorporó, con el rostro cubierto de sombras. La sangre estaba aún fresca. Ello quería decir que Butte había muerto no más de media hora antes.

—¡Capitán! —dijo Crumer.

—¡Denis! —exclamó Arabella a lo lejos—. ¿Qué sucede?

Rite corrió hacia ellos.

—¿Qué diablos pasa, capitán? —preguntó.

—Butte ha muerto. Le han apuñalado.

—¡Rayos!

Hubo un instante de silencio. Luego, Warrior se inclinó y cubrió el cadáver con una de sus propias mantas.

—El número de defensores se ha reducido a cuatro —dijo sobriamente.

—Tres hombres y una mujer —gruñó Rite.

—Por lo que veo, parece que ninguno estamos decididos a abandonar las ruinas. En consecuencia, haremos un turno de vigilancia cada uno..., los hombres, por supuesto. La señorita Herlen queda exenta de ello.

Rite se encogió de hombros.

—No hay inconveniente, aunque habremos de tener los ojos bien abiertos, para evitar que nos suceda lo que al pobre Cy Butte.

—Sí, desde luego. Pueden echarse a dormir —indicó Warrior—; yo haré el primer turno.

—Llámeme dentro de un par de horas, capitán —pidió

Crumer.

—De acuerdo. —Warrior tomó el brazo de la muchacha—. Será mejor que procure dormir.

—Lo haré por el día —se estremeció ella—. No me gustaría ver a un apache inclinado sobre mí...

—Dispuesto a apuñalarla, ¿no?

Arabella movió la cabeza afirmativamente.

—Aunque el pobre Butte no debió de enterarse siquiera —dijo.

—En efecto —contestó él, ya junto a las ruinas de la cantina—. No se enteró de que no era un indio el hombre que le apuñalaba.

Ella se volvió hacia Warrior, terriblemente sobresaltada.

—¡Capitán! —exclamó—. ¿Qué es lo que quiere usted

decir?

—Sencillamente, lo que he dicho: no fue un indio el que mató a Butte.

—Me siento horrorizada, Denis. ¿Fue Rite?

Warrior empezó a recargar los rifles.

—No me extraña en absoluto —contestó.

—Pero ¿por qué?

—Tal vez rencillas personales. Butte no fue nunca un sujeto especialmente dado a crearse buenas amistades, sino todo lo contrario. Y recuerde: la destrucción del fuerte obedece a causas que son todo menos claras, pese a que pueda parecer todo lo contrario.

Arabella recordó las arenas del paso.

—¿El oro? —murmuró.

—Muy posible. —Warrior terminó su tarea—. Envuélvase en una manta y duerma —aconsejó.

Arabella sacudió la cabeza.

—Lo siento, no podría..., no tengo sueño en absoluto. Me iré al parapeto con usted —contestó.

—Como quiera.

Warrior se acercó al parapeto. El trozo llano que había entre el escarpado y el paso, estaba completamente iluminado por la luz de la luna. Nadie podría cruzar por allí sin ser advertido de inmediato.

El tiempo fue pasando lentamente. Al cabo del plazo fijado, Warrior llamó a Crumer. Arabella se sentía ya cansada y esta vez no puso objeciones a los consejos de Warrior para que durmiese un poco.

Warrior durmió también hasta el amanecer. Cuando despertó, encendió fuego y empezó a preparar el desayuno para los dos.

Luego despertó a Arabella. La joven se sentó en el suelo y se echó los cabellos hacia atrás, con la mano.

—Debo de estar horrible —dijo sonriendo—. No sé lo que daría por poder meterme en una bañera..., aunque bien podría hacerlo en el manantial, ¿no le parece?

—En su lugar, yo no lo haría. Resultaría peligroso, habiendo indios por las inmediaciones.

—Pero está fuera del paso... y los apaches están al otro lado de las colinas —argüyó la joven.

—No lo haga —insistió él—. Arréglese con un poco de agua de su cantimplora... y ya que ha mencionado

el manantial, luego iré a llenar las dos cantimploras. Ahora, desayune y no se preocupe de más.

—Un consejo difícil de seguir, con lo que está ocurriendo  por  aquí  —contestó  ella  desanimadamente.

Después de desayunar y de atender a los caballos, Warrior se dirigió al lugar donde yacía Butte.

Echó la manta a un lado. La sangre se había secado ya y el rostro de Butte aparecía reseco, contraído y arrugado por la deshidratación.

Registró cuidadosamente sus ropas. ¿Por qué le había mentido Butte?

La nota recibida estaba en uno de los bolsillos de su camisa. A pesar de las manchas de sangre, podía leerse claramente el mensaje:

"Acude a Fort Brighton lo antes que puedas. De este modo, podremos completar el negocio que los indios nos estropearon la vez anterior."

Pensativamente, Warrior dobló la nota y la guardó Se preguntó por qué Rite la había dejado sobre el cadáver. Tal vez, pensó, Butte le había dicho lo mismo que a él: estaba destruida.

Pero no era así, y seguramente Butte la había conservado para tener una prueba contra el traidor. Lo que no había contado el ex soldado era con la puñalada que había frustrado trágicamente sus propósitos.

Cubrió de nuevo el cadáver y se acercó a las ruinas del puesto comercial. Las huellas de las excavaciones de Rite se notaba claramente. ¿Era posible que algunos de sus empleados hubiese cambiado de lugar la caja con el dinero, pensando volver más adelante a por ella?

—Todavía no he encontrado la "pasta" —sonó detrás de él la voz del antiguo comerciante, con cierta nota de sarcasmo.

Warrior se volvió hacia Rite.

—Tendríamos que enterrar el cadáver de Butte —dijo.

Rite movió una mano.

—Yo me encargaré de ello, capitán —dijo—. Usted vayase al lado de la chica; es muy guapa..., y le agradecerá estar junto a un hombre gallardo y apuesto.

—¿Debo darle las gracias por sus elogios, Rite? —preguntó Warrior irónicamente.

—Son totalmente sinceros —contestó el comerciante, poniéndose una mano en el pecho.

Warrior se encaminó hacia la cantina. Al llegar allí, vio a Arabella sentada sobre sus talones, frente a un pequeño espejito colgado del saliente de un pedrusco. Arabella tenía sujetas con los labios unas cuantas horquillas y, con un cepillo, estaba ordenando su frondosa cabellera.

—Voy a traer agua —dijo él.

Arabella se quitó las horquillas de la boca.

—Enterrarán a Butte, supongo —dijo.

—Rite se encargará de ello. ¿Sabe?, empiezo a sospechar que Butte también estaba complicado en la destrucción del fuerte.

—¿Cómo dice? —se sorprendió la muchacha.

Warrior le entregó la nota hallada sobre el cadáver.

—Butte me dijo haberla quemado después de recibida —manifestó—. Pero entonces me pareció que mentía..., y ahora he podido comprobarlo.

Arabella leyó la nota. Luego miró al joven.

—¿A qué negocio se refería? —preguntó.

—Sólo hay uno aquí —respondió él, guardando la nota de nuevo—. Bien, voy a traer agua.

 

Salió de las ruinas. Paseó la vista en torno suyo.

Crumer estaba apoyado de codos en el parapeto.

—Sería mejor que se buscase otra postura, Crumer —aconsejó el joven acercándosele—. Destaca demasiado y cualquier indio podría sentir la tentación de abatirle de un disparo.

—No se ve ninguno, capitán —respondió el antiguo cantinero.

—Como quiera, pero no se fíe, Crumer.

—Lo tendré en cuenta.

Warrior se encogió de hombros. Crumer se había mostrado un tanto despegado. De todas formas, no podía hacer mucho caso; era lógico que el carácter de un hombre hubiese cambiado después de una tragedia como la que había ensombrecido la vida del viejo cantinero.

Con las cantimploras en una mano y el rifle en la • otra, se dirigió hacia el manantial.

Estaba situado a unos doscientos metros del fuerte, una distancia excesiva para tener que reponer las existencias de agua en caso de sitio. Pero aunque parecía que lo lógico hubiera sido construir el fuerte de modo que el manantial hubiera quedado dentro del recinto, en el emplazamiento actual, batía por completo la salida del paso.

"Lo cual —se dijo amargamente—, no impidió que los indios destruyeran el fuerte y exterminaran a la guarnición."

Pero se había necesitado un traidor para ello. ¿O había habido más de un traidor?

El manantial estaba rodeado en su casi totalidad por un muro de piedra, de forma circular, que lo protegía del viento y de la arena. Warrior lo recordaba como un pozo natural, del que brotaba el agua muy lentamente.

Sin embargo, tenía una buena cualidad: el agua era escasa, pero nunca faltaba. Y eso, en el desierto, era muy de apreciar.

El manantial estaba al otro lado de un ribazo rocoso de varios metros de altura. Warrior dio la vuelta y entonces divisó a un caballo atado parado junto al muro.

Inmediatamente, dejó las cantimploras en el suelo.

 

El caballo era indio; se veía claramente por sus atalajes. ¿Cómo había llegado hasta allí sin ser visto?

Cautelosamente, dio la vuelta al muro. Entonces, al asomar la cabeza por la abertura, divisó a un indio vaciando el contenido de un saco de gran tamaño en el pozo.

Una sustancia blanca y brillante caía por la boca del saco, que quedó vacío antes de que Warrior pudiera

intervenir. El joven comprendió en el acto qué era aquella sustancia.

Sus manos se crisparon sobre el rifle. El indio sacudió el saco y luego giró en redondo.

Entonces vio a Warrior frente a él. Inmediatamente, tiró el saco a un lado y sacó su cuchillo.

Sólo pudo dar un paso hacia delante. El disparo del joven le alcanzó en pleno pecho, derribándole fulminado.

 

 

                                                              CAPITULO IX

 

Abandonó el recinto y salió a terreno descubierto. Agitó la mano hacia el fuerte, para indicar que estaba bien.

Luego   caminó  lentamente.  Trataba  de   reflexionar

para encontrar una explicación lógica a lo ocurrido.

Arabella, Rite y Crumer le salieron al encuentro.

—¿Qué ha pasado, Denis? —preguntó la muchacha.

—Había un indio arrojando sal al pozo —contestó él. —¡Dios mío! —se aterró Arabella.

Rite giró sobre sus talones.

—Me queda una cantimplora llena, pero no voy a permitir que nadie beba de ella —dijo crudamente.

Crumer miró a Warrior.

—Capitán, ¿no hay posibilidad de una solución para ese problema? —preguntó.

—No, por el momento. Era un saco de unos cuarenta kilos y toda la sal fue a parar al pozo. El agua ya sabe y todavía se hará más salada. Con el tiempo, por supuesto, la sal se irá disolviendo y el pozo será nuevamente utilizable, pero habrán de pasar semanas enteras antes de que se pueda beber agua del manantial.

—Un grave aprieto, capitán —dijo Crumer—. A mí sólo me queda media cantimplora escasa, algo así como un litro. De todas formas, puedo compartirla con ustedes dos.

—Por el momento, no tengo sed —dijo Warrior—. De todas formas, muchas gracias, Crumer.

—Pero... el pozo, ¿es tan pequeño que cuarenta kilos de sal pueden inutilizarlo? —preguntó Arabella.

—Es un hoyo que tiene poco más de un metro de anchura por otro tanto de profundidad —explicó Warrior—. El agua sale muy lentamente y el sobrante es

absorbido por el desierto a los pocos metros. Nunca falta, pero la cantidad de líquido que brota es pequeñísima, ¿comprende?

Arabella se puso ambas manos en las mejillas.

¿Tendremos que irnos? —murmuró afligidamente.

Parece que Teshoe así lo desea —contestó él—. Pero todavía podemos aguantar un poco más.

Teshoe no nos echará tan fácilmente de aquí —aseguró Crumer tajantemente.

Y Rite no quiere compartir el agua que tiene con nadie —dijo Arabella.

Veremos qué pasa cuando llegue el momento —contestó Warrior—. Por ahora, no tenemos necesidad de ese agua. Cuando sintamos sed... expresaremos al señor Rite nuestra discrepancia de opiniones.

Crumer asintió con una ligera sonrisa. Se llevó la mano al sombrero y, dando media vuelta, se alejó.

¿Existen en el mundo hombres tan egoístas que no quieren compartir lo suyo con otros, en casos de extrema necesidad? —preguntó Arabella.

Rite es un ejemplo viviente —respondió él sobriamente—. De todas formas, esperemos.

Recogió su rifle y se acercó al parapeto. Dado que su busto quedaba fuera, sacó el cuchillo y empezó a cavar.

Media hora después, había practicado un hoyo de unos treinta y cinco centímetros de profundidad, lo suficiente para meter los pies y asomar justamente la cabeza. De este modo, en caso de ataque, se dijo, estaría más protegido.

Al atardecer, Arabella le llamó desde las ruinas de la cantina.

¡Denis! ¿Quiere venir a cenar?

Warrior se puso en pie. Inmediatamente sonó un disparo y una bala zumbó muy cerca de sus oídos.

Se agachó, colocándose ante la aspillera. Sonaron gritos de alarma.

Casi en el acto, se oyó otro estampido. Alguien emitió un distante alarido de agonía.

El cuerpo de un indio surgió de pronto, desplomándose por los escarpados fronteros al fuerte. Rebotó un par de veces y acabó estrellándose contra el suelo de la planicie, al pie de las rocas.

Rite y Crumer, rifle en mano, corrían hacia el parapeto.

—¿Qué ha sido eso, capitán? —preguntó el cantinero.

—No se dejen ver —aconsejó Warrior con voz tranquila—. Alguien disparó contra mí... y alguien disparó luego contra el que había tirado primero. Allí lo tienen, en el suelo.

Arabella llegó en aquel instante.

—¿Qué es lo que ha ocurrido? —inquirió vivamente—. ¿Quién ha matado al apache?

—Eso es lo que me gustaría saber —respondió el joven tranquilamente.

Rite hizo un signo desdeñoso con la mano.

—¡Bah! ¿Qué importa un piojoso indio más o menos? Se le dispararía el rifle y se mató; algunos, apenas lo saben manejar. Eso no me quitará el sueño, se lo aseguro.

Y se marchó, sin dar más importancia al asunto. Crumer meneó la cabeza.

—Esto no me gusta —refunfuñó—. Alguien nos citó aquí, pero no ha dado señales de vida. —Miró a la pareja—. Después de que hayan cenado, vengan y les daré un vasito de agua.

—Se lo aceptamos, Crumer —dijo Warrior reconocidamente.

Los dos jóvenes quedaron solos. Arabella puso una mano en el brazo de Warrior y le miró profundamente a los ojos.

—Ha sido Bill —dijo. —¿Bill?

—Sí. ¿No se ha dado cuenta de que el segundo disparo sonaba algo más lejos que el primero? ¿Quién podría matar al apache, sino mi hermano? No iba a matarlo uno de los suyos, ¿verdad?

—Olvida el que yo hice prisionero y que murió para que no hablase —alegó Warrior.

—Pero este caso es distinto, Denis.

Warrior meneó la cabeza.

—Lo mejor será que no se haga demasiadas ilusiones, Arabella —aconsejó.

—¿Usted me dice eso, sabiendo positivamente que Bill tiene que estar vivo? ¿Cómo puede hablar de esa manera? —le reprochó Arabella casi indignada.

—Antes habló de la cena —sonrió él—. ¿Fue una ilusión mía?

—No, no lo fue —repuso ella secamente—. Pero es

una lástima que no pueda envenenársela.

Warrior seguía sonriendo mientras caminaba tras la joven. Una magnífica mujer, pensó.

Cenaron rápidamente y en silencio. Al terminar, era

ya de noche.

Warrior dijo:

—Dormiré unas horas. Luego vigilaré. Usted debe dormir también, Arabella.

—No tengo sueño —contestó la muchacha—. El último incidente me ha puesto muy nerviosa.

—Se comprende, pero le convendrá estar descansada. Trate de dormir, Arabella.

—¿Cómo voy a dormir, sabiendo que Bill está a cuatro pasos de distancia y no puedo verle?

—Si fuera verdad eso que dice, Bill se habría presentado ya aquí —respondió él—. Pero, en fin, no duerma si no tiene ganas. En cuanto a mí, siento que lo estoy necesitando.

Arabella intentó dormir, pero no pudo. Durante mucho rato, dio vueltas en el lecho, hasta que se convenció de que el sueño no acudía a cerrar sus párpados. De pronto, se sentó en el suelo y se puso a reflexionar.

Tenía que intentarlo, se dijo. Bill estaba a muy poca distancia... y conocía la verdad de lo sucedido en el fuerte. Tenía que verle, rogarle que volviera a casa..., aunque al pensar en Yeena se dio cuenta de que su hermano haría caso omiso de sus peticiones.

En silencio, sin hacer ruido, se puso en pie y tomó el rifle. Salió de las ruinas y, en completo silencio, se dirigió hacia el lado opuesto a la brecha norte, en donde sabía que Rite o Crumer estarían vigilando.

Descendió hasta el final del parapeto y luego corrió en busca de una zona sombreada que le permitiese llegar a la entrada del paso sin ser advertida. Una vez alcanzó la base de las colinas, caminó con paso mucho ciás cuidadoso.

Estaba segura de no haber sido advertida. Lentamen-e, se acercó a la entrada del paso y asomó la cabeza.

El desfiladero estaba desierto. Bajo la luz de la luna, u aspecto tétrico y siniestro parecía acentuarse todavía más.

Paso a paso, se adentró en el angosto desfiladero. Sentía latir con fuerza su corazón y casi creía oír su golpeteo dentro del pecho. Momentos después, se halaba en el saliente donde empezaba el recodo.

Vaciló un instante. ¿Debía adentrarse?

El miedo agarrotó su corazón durante unos segundos. 3reía haber oído el roce de un cuerpo humano contra

as rocas del otro lado del saliente.

Bill —llamó en voz baja—. Bill... Sí, había alguien al otro lado. Ahora podía oír cla-amente sus pasos.

Bill —repitió.

Dio un paso hacia adelante. Una sombra humana se tizó ante ella.

Soy Arabella, tu hermana —dijo.

El hombre la miró fijamente durante unos segundos, n el más completo silencio. Tardíamente se dio cuenta tabella de que aquel individuo no era su hermano.

Abrió la boca para gritar. Una mano se la tapó antes le que los sonidos pasaran de su garganta.

*   *   *

Warrior despertó súbitamente, presa de una indefi-dble aprensión. El instinto le hizo buscar el rifle en >rimer lugar. .

Se puso en pie y miró en torno suyo. Todo estaba iparentemente tranquilo. El silencio era absoluto y no e percibía el menor movimiento por ninguna parte.

Se acercó a la cantina y asomó la cabeza. Una fuerte mpresión sacudió su cuerpo.

¡Arabella no estaba!

¿Adonde se habría ido?, se preguntó. Tras unos se-;undos de indecisión, corrió  hacia la brecha.

 

Un hombre se volvió hacia él. ¿Quién va? —preguntó Rite.

Warrior —respondió el joven—. ¿Ha visto a la señorita Herlen?

No. ¿Qué pasa, capitán? Warrior maldijo en voz baja. Está loca —masculló—. Siga aquí, Rite, voy a ver si la encuentro.

¿Qué? ¿Piensa que se ha ido al desfiladero? Yo no la he visto...

Hay un medio de llegar sin que nadie le vea a uno spondió Warrior, y sin más, emprendió el descenso de la escalera, cosa que hizo con bastante cuidado, a causa de lo empinado de la misma y de la falta de luz en aquel lugar.

Llegó a la planicie y echó a correr hacia el paso, sin cuidarse de los posibles peligros que corría al mostrarse tan a la vista. De pronto, cuando ya alcanzaba la boca del desfiladero, vio una figura correr enloquecidamente hacia la salida.

Levantó el rifle, pero lo bajó casi en el acto. Era Arabella.

La joven le vio y se arrojó en sus brazos, presa de un singular nerviosismo.

Denis, Denis... —jadeó. Cálmese —rogó él—. ¿Qué le sucede? Teshoe... el jefe indio... Me hizo prisionera... Warrior apretó los labios. Entonces se dio cuenta de que Arabella regresaba sin su rifle.

¿Qué le ha hecho? —preguntó, sintiendo su ánimo presa de una horrible sospecha.

Nada... no me hizo el menor daño... Sólo me dijo... Warrior agarró su mano.

Creo que aquí no estamos bien —la interrumpió Ya me contará todo en el fuerte. Vamos.

Espere...

Hay indios en el recodo. ¡Corra! —ordenó él, tirando con fuerza de ella.

Arabella no se hizo repetir esta vez. En el momento en que rompían la marcha, estallaron varios disparos.

 

                                                                    CAPITULO   X

 

Alcanzaron el recinto del fuerte momento después. Rite y Crumer estaban en el parapeto, con los rifles preparados.

—No se molesten —dijo Warrior—; los indios no nos atacan, al menos por esta noche.

—¡Hum! —dudó Rite—. Yo no me fío...

—Es cierto —corroboró Arabella—. Me lo ha dicho Teshoe.

—¡Teshoe! —resopló Crumer—. ¿Ha hablado con él, señorita?

—Sí... Me llevé un susto enorme cuando me atacó..., pronto me tranquilizó, diciéndome que no quería causarme ningún daño, al menos por ahora. Sólo me dijo que les diera un mensaje a los blancos que estaban en las ruinas, es decir, a ustedes.

—¿Qué mensaje —preguntó Rite ávidamente, cosa que no dejó de notar Warrior.

—Dijo que debíamos abandonar este lugar inmediatamente, que si no lo haríamos, moriríamos antes de cuarenta y ocho horas. Yo le dije que desde el fuerte se domina la entrada y que ningún indio podría pasar

sin ser abatido a balazos, pero Teshoe se echó a reír y me contestó que ahora disponían de un arma formidable, que nos barrería a todos en un instante.

—¡Rayos! —masculló Rite—. No irá a decirme que ese salvaje se ha apoderado de una pieza de artillería, y quiere expulsarnos a cañonazos.

—¿No le dijo que clase de arma era? —preguntó Warrior.

Arabella meneó la cabeza.

 

No... y tampoco me preocupé demasiado —contestó—. Lo único que quería era conocer noticias de Bill.

¿Está vivo? —preguntó Rite, con el mismo interés

de otras veces.

Ella se mordió los labios. Teshoe dijo que todo el que no escapó de la destrucción del fuerte, está muerto —respondió.

Pero su hermano estaba de centinela en la brecha cuando se produjo el asalto y su cuerpo no fue hallado alegó Crumer.

Teshoe insiste en que todos están muertos —dijo

Arabella.

Crumer volvió los ojos hacia Warrior.

Capitán,  ¿qué piensa  hacer usted?  —preguntó. —Quedarme, por supuesto. Alguien nos citó y tiene que venir, creo yo —repuso Warrior.

Yo también me quedo —afirmó Rite—. ¡Un arma nueva! —Soltó una estridente risotada—. ¡Ese indio está loco!

Se marchó, meneando la cabeza, a la vez que añadía: Voy a dormir un rato; ya he estado demasiado rato despierto.

Crumer dijo:

Yo también necesito dormir. Al quedarse solos, Warrior miró a la joven con expresión de reproche.

—¿Por qué lo hizo? —preguntó.

¿No lo recuerda? Bill disparó contra el apache que había tirado contra usted.

No estoy muy seguro de que ese indio tirase a matar —manifestó Warrior—. Cada vez me persuado más de que Teshoe sólo ha querido advertirnos de que abandonásemos este lugar, pero si no lo hacemos, entonces sí desencadenará un ataque paía exterminarnos.

¿Y por qué no lo ha hecho hasta ahora? —preguntó

Arabella.

No lo sé. Quizá está esperando esa arma nueva que ha mencionado... o puede que no se considere lo suficientemente fuerte para atacarnos.

¿Espera refuerzos?

Tal vez. En ocasiones, sucede eso; se evaden unos cuantos indios de las reservas y se produce como una especie de contagio en las otras reservas. Hay más fugas, los evadidos se van reuniendo... y cuando componen una banda lo suficientemente numerosa, inician sus correrías a sangre y fuego. Arabella se estremeció.

—Cuando me di cuenta de que no era Bill, pasé un miedo horrible —dijo.

—Teshoe debe de tener motivos suficientes para saberlo —expresó—. Si él le dijo que Bill está muerto...

—A pesar de todo, yo sigo creyendo que logró sobrevivir. Desertor, traidor, si usted quiere, pero está vivo.

—Admiro su fe y ojalá se cumplan sus deseos, Ara-bella, pero yo me siento cada vez más pesimista al respecto. ¿Por qué no se echa ahora a dormir?

Arabella suspiró.

—Sí, ahora me noto cansada —dijo.

—Es la reacción lógica —sonrió él—. Vayase; yo vigilaré.

Ella le dirigió una rápida sonrisa. Luego se encaminó hacia las ruinas de la cantina y desapareció en su interior.

Warrior se frotó la mandíbula. Entonces se dio cuenta de que estaba necesitado de un buen afeitado.

La fe de Arabella le admiraba. Pero ya no sabía qué pensar. ¿Bill vivo? ¿Bill muerto?

Si no era Bill, ¿quién había matado al indio que había disparado contra él?

Por la mañana, cuando llegó la luz, vio que la entrada del paso estaba cerrada.

Durante la oscuridad, los apaches, trabajando en el más completo silencio, habían levantado un parapeto ie piedras, de un metro de altura en el centro por casi Dtro tanto de grosor.

En los lados, el parapeto era bastante más alto, casi nedía los dos metros. Pero la abertura central venía a jonfirmar las palabras de Teshoe.

El indio dispondría muy pronto de un arma nueva t poderosa. ¿Qué podrían resistir ellos contra los caño-lazos?

*   *   *

 

Warrior contempló durante unos instantes el rostro de la joven.

Arabella padecía, pero no había abierto los labios para emitir una sola queja. Hacía ya dos días que no había probab una gota de líquido

Los efectos de la sed se dejaban notar ya. Warrior sentía a veces extraños mareos y una singular debilidad, que se le pasaba prontamente, sin embargo.

Era hora de tomar una decisión, se dijo. Sacó el revólver y comprobó la carga.

Arabella le miró inquisitivamente. Warrior no quiso informarle de sus propósitos.

Abandonó la cantina. Rite estaba sentado a la sombra, al pie de una de las paredes de su antiguo puesto.

Al ver que se acercaba el joven se incorporó y le miró con expresión entre aprensiva y desafiadora

¿Puedo serle útil en algo, capitán? —preguntó

Sí respondió él—. Necesito agua

No tengo. Warrior no perdió tiempo en súplicas

Desenfundó el revólver y apuntó al estómago del comerciante

Déme su cantimplora ordenó

Rite pegó un respingo en el primer instante. Luego, sonriendo burlonamente, se inclinó y le entregó la cantimplora

Ahí la tiene, capitán dijo

Warrior sacudió el recipiente

Está vacío murmuró

 

Claro, esta mañana me bebí las últimas gotas Rite sin dejar de sonreír.

No pedía el agua para mí, sino para la señorita Herlen —contestó el joven—. Ella está padeciendo mucho. ..

¿Y por qué vino a mí precisamente? ¿No se le ha ocurrido pedirle a Crumer?

Repartió con nosotros la media cantimplora que le quedaba dijo Warrior

Rite emitió una risita burlona. No es usted demasiado buen observador, capitán

 

manifestó—. Vaya a Crumer y pídale agua. Yo, todavía, no tengo sed, pero cuando la tenga, Crumer me dará de beber, se lo aseguro.

Pero su cantimplora...

Vaya y pídale agua, capitán —insistió Rite. Para Warrior, Rite era un granuja, pero en esta ocasión vio algo en sus ojos que le hizo conceder crédito a sus palabras.

Está bien, así lo haré —dijo.

Dio media vuelta y se alejó.

Crumer dormitaba al pie de una pared. A su lado había un bulto de ropas, compuesto por mantas y su equipaje.

Crumer —llamó. El cantinero abrió los ojos.

Hola, capitán —murmuró.

Rite me ha dicho que tiene usted agua —dijo el joven.

Rite es un puerco embustero —refunfuñó Crumer.

Creo que tiene razón en eso, pero también Rite dice verdad cuando me citó el agua que tiene usted. Sáquela, Crumer.

Le digo que no tengo... Warrior se inclinó hacia el bulto de mantas. Entonces, sorprendentemente, Crumer se arrojó sobre él y le propinó un fuerte empellón, derribándole al suelo.

Inmediatamente sacó, su revólver y apuntó con él a Warrior.

Capitán, vayase de aquí o... John, tira esa pistola o te llenaré el cuerpo de plomo —sonó en aquel instante la voz de Rite.

Crumer se quedó rígido, inmóvil, vuelto de espaldas a Rite, sin atreverse a reaccionar. Pero el revólver continuaba en su mano.

Rite amartilló ostentosamente el suyo.

Te doy cinco segundos, John -—dijo—. Pasado ese tiempo, te mataré.

Crumer aflojó los dedos. Entonces, Warrior se puso en pie, dándose cuenta de que Arabella había contemplado la escena desde la puerta de la cantina.

Registre su equipaje, capitán —dijo Rite.

Warrior apartó las mantas. Un odre de cuero, de unos diez litros de capacidad y casi totalmente lleno, apareció entonces ante sus ojos.

—No pedía el agua para mí, sino para ella —murmuró—. Crumer, ¿cómo ha podido usted...?

—Todavía no era tiempo de consumir esa reserva —respondió el cantinero hoscamente—. Aún podíamos aguantar unos días más...

—Nosotros, puede que sí, pero no la señorita Herlen. Y usted, claro que podía aguantar; seguro que bebía cuando nadie le veía, ¿no es cierto?

—Excepto yo —rió el antiguo comerciante—. John, hay que ser un poco más listo para engañarme.

Crumer tenía las facciones contraídas por la ira. —¡Adelante, bébanse el agua! —exclamó—. Acábenla en dos tragos... y cuando no quede nada, nos beberemos

la arena.

—Los caballos también necesitan —dijo Warrior—. Si tenemos que salir de estampía, nos conviene que estén en condiciones. De todas formas, no se preocupe, Crumer; racionaremos el agua al máximo.

Con el odre en las manos, se dirigió hacia la cantina. Arabella entró y volvió a salir con un pote en la mano.

Los caballos ventearon el agua y relincharon. Ella sonrió.

—Pobres..., están tan sedientos como yo —dijo. El agua le resbaló por las resecas fauces como un néctar no gustado hasta  entonces. Su rostro  pareció transformarse.

Warrior le llenó el pote de nuevo.

—Y con esto —dijo—, hasta la noche.

—Aguantaría veinticuatro horas más —rió ella—. Ahora le toca a usted.

Warrior bebió también el contenido de dos potes. Luego se quitó el sombrero y echó en la copa cosa de medio  litro.

Dio de beber sucesivamente a los caballos, incluidos los de Crumer y Rite. Al terminar, ató la boca del odre y se lo devolvió a su dueño.

—Gracias, Crumer —dijo.

El cantinero no contestó. A Warrior le extrañó aquella transformación que  Crumer  había  sufrido  en su carácter, habitualmente amable y amistoso, pero no tuvo tiempo de entregarse a más especulaciones.

Rite gritó desde el otro lado del recinto:

—¡En, viene alguien!  ¡Miren!

Warrior corrió hacia donde estaba Rite, señalando con la mano un punto en el desierto. Muy lejos todavía, se divisaba una nube de polvo que rodaba lentamente por la llanura.

—No son indios —dijo Warrior al cabo—. Me imagino quién viene.

—¿Sí, capitán? —preguntó Rite.

—Una patrulla de Caballería. Recuerde que Teshoe anda suelto.

—Sí —murmuró el antiguo comerciante—, es verdad. El fuerte de los fantasmas se está poblando de vivos, ¿eh, capitán?

—Así parece —convino Warrior—. Y dígame —preguntó con naturalidad—, ¿qué decía la nota que le enviaron y que le hizo venir aquí?

Rite dirigió  al joven una mirada  socarrona.

—Quiere saberlo, ¿en? —murmuró.

—Si no tiene inconveniente...

—Callé, porque había llegado a sospechar que se trataba de una broma de mal gusto —explicó Rite, mientras echaba mano al interior de su chaqueta—. Pero, créame, capitán; con o sin nota, yo hubiese venido aquí de todas formas.

Sacó  un  trozo  de  papel  mugriento  que  entregó  a Warrior. Este lo desplegó y leyó su contenido:

"Rite, usted perdió algo bueno cuando Fort Brighton resultó destruido; ¿no cree que ahora sería una buena ocasión para conseguir lo que entonces no pudo lograr?"

Warrior devolvió la nota a su dueño.

—Y, ¿qué es lo que entonces no pudo conseguir, Rite? —preguntó.

El comerciante seguía sonriendo socarronamente.

—Oh, capitán —exclamó—, en cuanto a eso, habrá de permitirme que me reserve el secreto.

 

Quizá no sea tan secreto como usted cree —dijo Warrior.

Metió la mano en el bolsillo derecho del pantalón y sacó el pañuelo atado por las esquinas. Lo desdobló y el oro en polvo quedó al descubierto.

Los labios de Rite se contrajeron súbitamente.

¿Quién se lo ha dicho, capitán? —preguntó.

Aunque ya hace muchos años que salí de la academia, no por ello he olvidado las nociones fundamentales de una ciencia que estudiábamos allí los cadetes. Se llama Geología —contestó Warrior llanamente. Arabella vino  en aquel  instante.

Denis, es la Caballería —exclamó, a la vez que posaba su mano sobre el brazo del joven.

Sí, ya nos hemos dado cuenta de ello —dijo Warrior, a la vez que bajaba la vista hacia la mano de la muchacha.

Arabella se dio cuenta de gesto, pero no hizo nada por variar de postura.

Poco después, consiguieron conocer el número de los componentes de la patrulla: catorce hombres en total.

 

 

                                                          CAPITULO XI

 

Al frente de la patrulla venía un conocido de Warrior: el teniente Diller. Era algo más joven que él, membrudo y nervioso y de mirada algo inquieta, pero perspicaz.

—Mis saludos, señor —dijo, llevándose la mano al sombrero reglamentario—. Es una grata sorpresa verle al cabo de tanto tiempo y en el mismo sitio.

—Digo lo mismo, teniente —contestó Warrior, alargando su mano—. ¿Cómo se encuentran? Ah, y también veo por ahí caras conocidas: sargento Heron, cabo Del-crist... ¿Qué tal, amigos?

Dos o tres hombres de la patrulla habían servido en el escuadrón de Warrior y le saludaron con verdadera complacencia. Una vez pronunciadas las primeras frases, Diller se volvió hacia Heron.

—Sargento, que desmonte la tropa y se cuiden de los caballos. Recojan una provisión de agua del manantial y...

—No lo haga, Heron —dijo Warrior—. Esa agua no sirve para beber.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó Diller sorprendido—. El fuerte se abasteció del manantial, capitán.

—Un indio echó cuarenta kilos de sal. Pasarán muchas semanas antes de que pueda utilizarse para beber.

El semblante de Diller se contrajo.

—Una circunstancia más bien desagradable —comentó—. No importa, sargento; todavía podemos aguantar algunos días. Haga todo como si estuviésemos en el cuartel. Ah, y que preparen el heliógrafo y que un soldado esté permanentemente de guardia para captar las posibles señales del escuadrón del capitán Zenn.

Si, señor —contestó Heron. Heliógrafo y todo, ¿eh? —murmuró Warrior.

Diller saltó al suelo. Dadas las circunstancias, es necesario, señor. —Dirigió una mirada al comerciante—. ¿Otra vez por aquí, Rite?

El individuo se encogió de hombros. Ya ve, teniente... quizá añoraba el fuerte —contestó sonriendo—, pero también otros lo añoraban: el capitán, John Crumer, el soldado Butte... y esta linda chica que quería conocer el lugar donde murió su hermano .

Diller posó los ojos en Arabella. Warrior intervino: Le presento al teniente Diller. Teniente, la señorita Herlen. Era hermana de Bill Herlen, el soldado que estaba de guardia en la brecha la madrugada del asalto definitivo.

Diller saludó rígidamente a la muchacha. Es un placer, señorita —dijo—. Y créame que lamento lo que le sucedió a su hermano.

Diller, ya me he enterado de lo de Teshoe —dijo

Warrior.

El oficial le miró muy seriamente.

La situación es peor de lo que se supone, capitán

respondió—. Ese viejo zorro puede darnos muchos disgustos si no intervenimos a tiempo.

Me imagino que le han enviado a usted aquí, para fijar a Teshoe e impedirle la salida por este lado —expresó Warrior.

Algo por el estilo —admitió Diller—. Pero no sé si podré cumplir mi misión, y no porque no me sienta con ánimos para ello, sino porque es muy probable que Teshoe vuelva  á  derrotarnos.

Sé que dijo que iba a conseguir un arma nueva y de gran poder y que hoy la tendría. Supongo que no se habrá apoderado de un cañón.

Algo peor, capitán. Montó una emboscada a la patrulla del capitán Palmstone, le mató a la mitad de la

gente, hizo huir a los supervivientes... y se llevó una ametralladora "Gatling" con varios millares de cartuchos.

Warrior abrió la boca de par en par. Era una noticia aterradora.

Palmstone murió a las primeras descargas —añadió Diller—. Privadas de mandos, los soldados de la patrulla se defendieron como pudieron, pero a ninguna de ellos se le ocurrió inutilizar la ametralladora. Y ahora está en manos de ese condenado asesino, capitán.

Entonces... asaltará el fuerte cuando quiera —dijo Arabella.

Diller miró a la muchacha. No creo que, por ahora, le interese perder mucha-gente, cosa que sucedería indefectiblemente en un asalto frontal. Opino que tratará de batirnos y causarnos el mayor número de bajas posibles, antes de echarnos de aquí. Capitán —volvióse hacia Warrior—, si tiene que darme algún consejo, se lo agradecería sinceramente

Warrior meditó unos segundos. Lo primero que tiene que hacer es proteger bien

las monturas —dijo—. Luego ponga un par de vigilantes frente al paso. Por ahora —añadió con lacia sonrisa—, no se me ocurre nada más.

Lo haré, señor. —La cara de Diller se contrajo súbitamente—. Tengo unos deseos locos de desquitarme del miedo que ese bandido me hizo pasar hace cinco anos solos

Saludó a los dos jóvenes y se fue. La situación es mala —dijo Arabella al quedarse

Warrior asintió en silencio. Arabella le vio muy pensativo.

¿No me dice nada, capitán —preguntó la joven.

Trataba de pensar en algún ardid para inutilizar la ametralladora y evitar así que Teshoe pueda emplearla contra nosotros —contestó Warrior al cabo.

¿Y lo ha encontrado? —preguntó ella esperanzadamente.

Por ahora, no; ésta es la desagradable verdad. La voz del sargento Heron sonó autoritaria. ¡Cuidado con esa lata, tú! —reprendió a un soldado—, ¿con qué se va a alumbrar el teniente por la noche, si derramas el petróleo?

Alguien lanzó un repentino grito:

—iEh, se observa movimiento en el paso!

Warrior giró sobre sus talones y corrió hacia el parapeto .? Arabella se emparejó con él.

—No asome demasiado la cabeza —aconsejó Warrior.

Había varios indios en el paso. Eran fácilmente visibles y ello no parecía preocuparles demasiado.

Los indios estuvieron unos momentos allí y luego desaparecieron. Diller los había estado observando también.

—Me pregunto si tendrán ahí la ametralladora —murmuró.

—Si la tienen, quizá la empleen muy pronto —dijo

Warrior—. Teniente, le aconsejo que sitúe a sus mejores tiradores en el parapeto y que disparen en el acto contra todo lo que se mueva en el desfiladero.

Diller asintió. Abandonó aquel lugar y, unos minutos más tarde, seis soldados estaban dispuestos con las carabinas en posición.

Pero aquel día no ocurrió nada.

Las horas transcurrieron lentamente. Diller reforzó la vigilancia por la noche, pero no se consiguió captar el menor movimiento indio.

—Ya me imagino lo que le ha pasado a Teshoe —dijo Warrior a Arabella, mientras cenaban.

—¿Sí? —murmuró la joven.

—Los hombres que le traen la ametralladora no han llegado todavía. De lo contrario, ¿cree que habría dudado en emplearla contra nosotros?

Arabella se estremeció.

—Quizá sea Bill el que le enseñe a manejarla —murmuró :

—No, y por dos razones —contradijo él—. Una, no había ninguna ametralladora cuando estaba Bill con  nosotros. Bill servía en la Caballería y la ametralladora  es un arma para la Infantería.

—¿Y la segunda razón?

Warrior calló un instante.

—Lo siento —dijo—. Teshoe se lo expresó bien claro: todo el que no escapó a la destrucción del fuerte, está muerto.

El seno de la joven palpitó agitadamente unos instantes.

—A pesar de todo, sigo creyendo en que está vivo

—declaró—. ¿Quién sino Bill pudo disparar y matar al indio que tiraba contra nosotros?

Warrior no quiso destruir las esperanzas de la joven. Arabella, se dijo, acabaría por convencerse de la amarga verdad un día u otro y creía que no tardaría mucho en llegar ese momento.

Las horas de la noche discurrieron en medio de una silenciosa placidez que tenía mucho de siniestra. Antes

de amanecer. Diller, por consejo de Warrior, levantó a

todos los hombres de la patrulla y los distribuyó calladamente por distintos puestos del parapeto.

Warrior se situó en las inmediaciones de la brecha. La quietud era absoluta.

Poco a poco, fuéronse alejando las sombras de la noche. Los objetos recobraron sus detalles de forma

y los límites de las cosas empezaron a dibujarse con nitidez.

Entonces, Warrior divisó algo que le llenó de espanto. —¡Cúbranse  todos!  —gritó—.   ¡Los  indios  han emplazado la ametralladora!

Apenas había pronunciado tales palabras, un chorro de llamas brilló en el centro del paso, a la vez que se oía un terrible crepitar de disparos hechos a gran velocidad.

Warrior se agachó apenas una fracción de segundos antes de que un turbión de balas llegase al parapeto, haciendo volar esquirlas de piedra y perdiéndose a lo lejos con agudísimos chillidos. Un soldado se llevó las manos a la cara y aulló ferozmente, antes de derrumbarse al pie del muro.

Los caballos relincharon estrepitosamente. Las balas silbaban por todas partes de una manera escalofriante. Otro soldado gritó, con el hombro destrozado por dos proyectiles.

Arabella se arrastró hasta quedar tendida en el suelo junto al joven.

 

Es terrible —dijo—-. Nunca había oído un arma semejante.

Warrior asintió. Trescientos cincuenta disparos por minuto —dijo Ni veinte soldados, disparando a ritmo acelerado, conseguirían efectos semejantes.

La ametralladora calló un instante, para reanudar su fuego casi en el acto. Diller llegó corriendo y se tendió junto a la pareja.

Ya tengo un muerto y un herido grave —manifestó—. Teshoe puede estar disparando durante días enteros, antes de que se le agoten las municiones.

Diller, hay que hacer algo antes de que ese apache descubra que puede asaltar el fuerte a pleno sol, con un mínimo de bajas —dijo Warrior.

i Eso es imposible! —exclamó la muchacha—. Les veríamos llegar antes de que...

La ametralladora está situada a un nivel inferior al del parapeto —explicó él—. Teshoe puede impedirnos asomar la cabeza, y, mientras tanto, sus guerreros, avanzarían por debajo de la trayectoria de los proyectiles, sin miedo a ser heridos. Si descubre que puede hacerlo, estamos perdidos.

Por fortuna, no ha estudiado táctica militar —masculló el teniente—. Pero, en efecto, tenemos que hacer algo para destruir esa ametralladora. Si dispusiéramos de un cañón...

No lo tenemos, así que no especulemos con esa posibilidad —dijo Warrior.

La ametralladora hizo una nueva descarga. Al callar, Warrior se asomó un instante por encima del muro. El parapeto construido por los indios era eficasísimo. La aspillera central, por la que asomaba el tubo donde estaban alojados los seis cañones giratorios de la máquina, había sido reducida en su anchura, de tal modo que resultaba dificilísimo meter una bala a su través.

A ambos lados de la aspillera, el muro alcanzaba casi dos metros de altura. Detrás de él, los indios se sentían seguros y protegidos.

Warrior se agachó. La ametralladora disparó de nuevo 78

y sus balas barrieron la cresta del parapeto, haciendo imposible que nadie pudiera asomar por fuera del mismo.

—Me pregunto por qué no se lanzarán al ataque —dijo Diller.

—No tienen la cosa tan fácil como parece —respondió Warrior—. En primer lugar, ellos mismos se han cegado la salida al construir aquel parapeto. Tendrían que atacar por el lado opuesto y habrían de hacerlo a caballo y tras largas horas de rodeo. A mí se me está ocurriendo que Teshoe sólo quiere amedrentarnos para que nos marchemos, a la vez que gana prestigio delante de sus hombres.

—Pero ¿habremos de permanecer inactivos, mientras ese bandido nos abrasa a tiros? —exclamó Diller exaspe r adámente.

Hubo un instante de silencio. La ametralladora había vuelto a callar.

Disparó de nuevo una ráfaga, pero su fuego cesó apenas lanzados seis proyectiles. Otros estampidos sonaron en un punto distinto y se oyeron gritos de rabia entre los apaches que había en el paso.

 

 

                                                              CAPITULO  XII

 

Warrior se asomó, perplejo por lo que estaba ocurriendo entre los indios. La ametralladora permanecía silenciosa, aunque era fácil ver su tubo asomar todavía por la aspillera. En lo alto, en un punto invisible desde el fuerte, alguien estaba usando un rifle contra los apaches.

Estos contestaron al fuego con sus armas y durante un momento se produjo un vivísimo tiroteo. Luego, poco a poco, los disparos cesaron y se hizo la normalidad en el paso.

—Cuidado —dijo Warrior—, ahora dispararán de nuevo.

La ametralladora reanudó el fuego, si cabía, con más furia que antes. Durante cinco largos minutos, los ocupantes de las ruinas del fuerte quedaron imposibilitados de moverse.

Un soldado llegó corriendo y se lanzó al suelo, junto a Diller.

—¡Teniente! —exclamó—. Ya hemos establecido contacto con la patrulla del capitán Zenn.

—¿A qué distancia están? —preguntó Diller ansiosamente.

—Casi cincuenta kilómetros, señor.

Arabella estaba atónita. El soldado continuó su informe :

—El capitán Zenn ha manifestado que procurará llegar lo antes posible, pero que tiene a los animales muy cansados. No cree que alcance el fuerte antes de

la noche.

Diller volvió los ojos hacia Warrior.

 

Si los apaches atacan, nos vamos a ver en un grave aprieto —dijo—. Teshoe, además de la ametralladora, cuenta con sesenta o setenta hombres dispuestos a todo.

¿Qué efectivos son los del capitán Zenn, Diller?

preguntó Warrior.

Un escuadrón reforzado, señor. Ochenta hombres,

la ambulancia y un carro con pertrechos.

Tiene los animales cansados... —Warrior sacó su reloj—. Son las siete de la mañana, no llegará, en el mejor de los casos, antes de diez horas. Preparémonos a resistir a los indios, teniente.

Si  pudiéramos  destruirles  la  ametralladora  —se lamentó Diller.

Los disparos de la "Gatling" habían cesado.

Teniente —dijo Arabella—, ¿cómo es posible que hayan podido comunicarse con unos hombres que están a cincuenta kilómetros?

Los destellos del heliógrafo tienen prácticamente un alcance ilimitado. Depende de los obstáculos naturales y de la limpidez de la atmósfera, naturalmente. Aquí contamos con bastantes ventajas en ese aspecto, señorita Herlen.

Entiendo —murmuró ella. Diller se volvió hacia Warrior. Capitán, parece que antes disparaba alguien contra

los indios de la ametralladora —manifestó—. ¿Es que hay alguien dispuesto a ayudarnos?

Parece que sí, aunque no sé quién es —respondió Warrior.

¡Qué cosa más extraña! —murmuró el oficial. Rite llegó corriendo en aquel instante. Se tiró al suelo, justo cuando la "Gatling" lanzaba una nueva andanada.

Capitán, ¿no se le ocurre nada para acallar ese maldito artefacto? —exclamó.

Sí, pero no lo tenemos —contestó Warrior—. Necesitaríamos un cañón para hacer saltar el parapeto.

Nos freirá a todos —masculló Rite.

Detrás de este muro, estamos bien protegidos.

Sí, pero... lástima no poder ponerles al menos unos cartuchos de dinamita para hacerles saltar por los aires.

No disponemos de dinamita ni de fulminantes ni de mecha. Tendremos que arreglarnos con los rifles y los cartuchos —dijo Diller.

Un buen tirador podría meter balas a través de la aspillera y hacerles la vida imposible —sugirió el antiguo comerciante.

Mientras no ataquen, casi es conveniente que sigan disparando —opinó Warrior—. Así consumirán cuanto antes las municiones. En el momento en que se queden sin cartuchos, la ametralladora resultará un trasto inútil.

¿Y cuándo sucederá eso? —exclamó Diller—. Palms-tone llevaba varios miles de cartuchos, todos los cuales están ahora en poder de Teshoe. No hay otra solución que destruir la ametralladora..., si es que hay alguien lo bastante loco para llegar hasta el parapeto.

¿Y tirarles unas cuantas piedras? —dijo Rite sar-cásticamente.

Warrior habló como si reflexionara.

Llegar hasta el parapeto —murmuró—. Desde luego, Teshoe puede impedir que Zenn y los suyos se adentren en el recinto del fuerte. Domina magníficamente el punto por donde deben acceder y les clavará al suelo con toda facilidad a cuatrocientos metros de distancia..., pero un hombre solo podría llegar muy bien al parapeto, aunque, sin dinamita, es imposible soñar una cosa semejante.

De pronto se le ocurrió una idea. Sus ojos se animaron con un brillo singular.

Diller, usted lleva algo de petróleo en el equipaje —exclamó.

Sí, siempre suelo hacerlo. Unos tres litros, más o menos —confirmó el oficial.

Y disponemos de cartuchos en abundancia... los suficientes para extraerles la pólvora y llenar una cantimplora.

Arabella puso una mano en el brazo del joven.

¿Piensa ir usted, Denis? —preguntó temerosamente.

Alguien tiene que hacerlo.

Hubo un instante de silencio.

Capitán, es terriblemente arriesgado —dijo Diller al cabo.

Sólo hasta cierto punto —contestó el joven.

 

¿Se le ha ocurrido algún plan? —preguntó Rite.

Sí, Diller, llame al sargento Heron.

Bien, señor.

Heron llegó momentos después, arrastrándose, para evitar los proyectiles de la ametralladora, que apenas si tenía un momento de descanso.

Heron; el capitán tiene que decirle algo —manifestó Diller.

Bien, señor, le escucho —contestó el sargento.

Lo primero que tiene que hacer es localizarme la lata de petróleo del teniente. Después, ordene que los soldados se dediquen a llenar una cantimplora con la pólvora de los cartuchos.

Lo haremos, señor.

Por último, será preciso practicar aspilleras en el parapeto, a ras del suelo, de modo que los soldados

puedan disparar tendidos. Esas aspilleras no se descubrirán hasta el último momento, a fin de que Teshoe no pueda verlas con tiempo e impida con la ametralladora su utilización:

¿Y después? —preguntó Diller.

Entonces, intervendré yo —contestó  Warrior  resueltamente. Diller asintió.

Empezaremos a actuar ahora mismo, señor —declaró—. Heron, venga conmigo.

Los dos hombres se alejaron agachados, para evitar ser alcanzados por alguno de los proyectiles que llovían frecuentemente sobre el parapeto.

Debieran ahorrar municiones —dijo Arabella.

Para los apaches, es un juguete como nunca soñaron en tenerlo —contestó Warrior—. Tal vez por eso retrasan el ataque.

Ella le dirigió una mirada llena de aprensión.

—Correrá usted graves riesgos, Denis —murmuró.

—Aún son peores mientras Teshoe siga ahí, dueño ie la "Gatling". Sabe que no podemos beber agua, sabe lúe cortará el paso a la patrulla del capitán Zenn... ;i nos mantiene 'a raya, puede convertir esto en un luténtico infierno.

Arabella asintió. Warrior tenía razón.

De todas formas —dijo—, me gustaría que fuera otro

No se lo pediría yo a nadie —contestó Warrior. Pero íntimamente se sintió muy complacido de las palabras de la muchacha, que, sin saber por qué, se puso muy colorada cuando él la miró.

*   *   *

El mediodía había pasado ya. Un calor aplastante inmovilizaba a los hombres contra el suelo.

Los disparos de la ametralladora se habían espaciado, sin cesar del todo. Bastaba el menor movimiento en las ruinas, para que la máquina enviase una andanada de balas.

Dos hombres más habían sido heridos por sendos rebotes. Diller empezaba a sentirse preocupado.

La última aspillera quedó al fin practicada. Heron lo informó así, y al mismo tiempo trajo la lata con el petróleo y la cantimplora llena de pólvora.

Entonces, Warrior realizó una singular operación. Por medio de una correa, ató la cantimplora a la lata. Luego, con un pañuelo que le había entregado Anabella, hizo una especie de mecha empapada en petróleo, que sujetó con el propio tapón de la lata.

Rite contempló curiosamente todas las operaciones. Capitán, si eso le sale bien, me descubriré ante usted —manifestó admirado.

Lo hago para descubrir otra cosa —respondió el joven intencionadamente.

Rite emitió una sarcástica risita.

Yo soy inocente —dijo—. Dije que había venido a una cosa y es cierto.

Muy escondido estaba el dinero para que le crea, Rite.

El comerciante sonrió alegremente. Pues ya puede creerme, porque al fin apareció. Dos mil doscientos  dólares,  capitán,  que no  son ninguna fruslería —dijo, lleno de satisfacción.

Warrior no le contestó. Había terminado de preparar el artefacto y se volvió hacia el oficial.

—Diller, voy a salir —dijo—. Procuren retirar las últimas piedras de cada aspillera de modo que los indios no se aperciban de ello hasta el último instante. Los disparos, naturalmente, habrán de ser concentrados sobre la ametralladora.

—Entendido —contestó Diller—. Vayase tranquilo y..., ¡buena suerte, señor!

—Falta le hará —dijo Rite.

Warrior le dirigió una desdeñosa mirada. Luego, agachado, corrió hacia la parte posterior del fuerte.

Se sorprendió al ver a Arabella al final del parapeto.

—Denis —le llamó la joven.

Warrior se arrodilló a su- lado.

—¿Arabella?

—Por favor... —Ella puso una de sus manos sobre el brazo del joven a la vez que le dirigía una desesperada mirada de súplica—. Quisiera decirle que no vaya, pero sé que no me haría caso.

—Tengo que ir, compréndalo —respondió él.

—Sí, lo sé. Si yo estuviese en su lugar, también lo haría..., pero no soy usted, soy yo... y quiero que vuelva. ¿Me ha entendido, Denis?

El joven sonrió.

—Después de haberla oído hablar, así, no me cabe la menor duda de que volveré, Arabella —aseguró.

Hubo un instante de silencio. Luego, ella, en voz baja, murmuró:

—Estaré esperándole, Denis.

—Sí, Arabella.

Acto seguido, Warrior se volvió hacia el centro del

fuerte, donde, protegido por una pared, se hallaba Diller.

Agitó una mano. Diller se volvió y lanzó un grito estentóreo: —¡Fuego!

 

                                                         CAPITULO XII

 

Estalló una descarga cerrada. Doce rifles dispararon al mismo tiempo contra la aspillera de la ametralladora, derribando a dos de los indios que la manejaban.

Después, los soldados, y también Rite y Crumer, hicieron un fuego graneado contra el parapeto, aprovechando la indudable sorpresa de los apaches, que no habían esperado una respuesta tan contundente. Mientras, Warrior había salido del recinto y corría velozmente hacia la base de las colinas.

El tiroteo era intensísimo. Warrior, sin embargo, sabía que era cuestión de minutos el que los indios reaccionasen, y, tras localizar las aspilleras, impidieran

con la "Gatling" su utilización. Debía darse prisa, se dijo,

mientras  cruzaba a toda velocidad el espacio  descubierto.

Alcanzó la base del anfiteatro y se corrió luego hacia el parapeto, siguiendo puntualmente su circunferencia. La ventaja que tenía era que Teshoe, si bien batía cómodamente el fuerte, no podía hacer fuego a los lados, debido al escaso ángulo horizontal de tiro que le permitía la tronera de su parapeto.

Una vez cruzado el espacio batido, acercarse a la ametralladora resultaba más fácil. De pronto, oyó que se recrudecía el tiroteo en el fuerte.

Una sombra oscura cruzó el espacio y se estrelló contra el suelo delante de él. El indio se agitó un momento y luego se quedó inmóvil.

Siguió corriendo. Ya podía divisar el parapeto con toda facilidad.

Los indios no habían reaccionado todavía. Warrior podía ver claramente los impactos de las balas contra el muro rocoso que cerraba el paso y escuchaba asimismo los agudos silbidos de los rebotes.

A veinte metros de distancia, hizo una señal con la mano izquierda. El fuego de los rifles cesó en el acto.

Entonces, la ametralladora dejó oír de nuevo su rugido. Warrior podía ver el chorro de pálidas llamas que brotaba continuamente por la aspillera. Detrás, un indio manejaba el manubrio que provocaba el movimiento giratorio de los seis cañones del arma.

Caminó agachado, ganando terreno paso a paso. De súbito, vio que dos apaches se ponían en pie sobre el parapeto y saltaban al suelo, delante y a la izquierda del mismo.

Su mano derecha voló a la pistola. El revólver apareció en su mano y detonó estruendosamente.

Los apaches cayeron en rápida sucesión. Warrior continuó su camino y alcanzó por fin el parapeto.

Se tendió en el suelo de espaldas. Por encima de él, ios seis cañones tronaban incensantemente. El estruendo era ensordecedor.

Otro indio se puso en pie. Cayó antes de dar el salto. Warrior se dio cuenta de que el disparo que le había abatido no había partido del fuerte.

Aflojó un poco más el tapón de la lata. Debía darse prisa; el fuego de la ametralladora protegía a los indios, y si éstos saltaban en masa, le aplastarían en un instante.

Dos apaches saltaron en aquel momento, como si hubieran adivinado sus pensamientos. Derribó  a uno

le un tiro, pero el otro se le echó encima, blandiendo un afilado cuchillo.

Warrior lo rechazó con un brutal puntapié en el vientre, lanzándolo de espaldas a varios pasos de distancia. El indio se recuperó en el acto y tornó a la carga.

Pero se había olvidado de un detalle fundamental: estaba delante del parapeto. Sin darse cuenta, cruzó por delante de la ametralladora, que continuaba vomi-;ando fuego. Warrior creyó que el pecho del indio estallaba en mil pedazos.

El apache se desplomó instantáneamente, sin haber tenido tiempo siquiera de haber lanzado un grito. Warrior aprovechó la ocasión, y, con un disparo de su revólver, inflamó el pañuelo que servía de mecha. Inmediatamente, arrojó el artefacto por encima del

parapeto. Dio media vuelta en el suelo, se puso a gatas, saltó hacia adelante una vez, dos veces y luego se tendió de bruces, al abrigo ya del farallón, tapándose la cabeza

con los brazos.

Oyó unos agudos alaridos de terror. Luego escuchó una detonación de tonos extraños y, casi en el acto, un atronador estampido.

El parapeto saltó por los aires con grandes crujidos. El suelo vibró sordamente, mientras los ecos de la explosión repercutían innumerables veces por los muros del paso y en las laderas de las montañas vecinas.

El ruido de las piedras que caían cesó. Warrior se volvió y contempló la entrada del paso.

El parapeto había desaparecido casi por completo. Una nube de humo que se disipaba gradualmente flotaba todavía sobre el lugar.

Poniéndose en pie, caminó unos pasos y se asomó

cautelosamente a la entrada.

La ametralladora yacía volcada, con las ruedas y la cureña destrozadas. El tubo que contenía los cañones desventrados y su contenido esparcido en una gran extensión.

No se veía el menor rastro de indios. Sólo había restos de cuerpos humanos, horriblemente destrozados por la explosión. Warrior había visto muchas cosas, pero aquello superaba a todo. Sintió náuseas.

Gritos de júbilo se oyeron en el parapeto del fuerte. Girando sobre sus talones, emprendió el camino de regreso .

Manos amistosas le palmearon rudamente al remontar la escalera. Pero él miró sobre todo a Arabella, que permanecía un poco al margen de la explosión de jú bilo.

Ella lo expresaba con los ojos, Warrior lo vio cía r amenté.

—Una buena labor, capitán —dijo Diller—. Ahora mismo empezaremos a hacer señales al capitán Zenn Creo que ya no será necesario que se apresuren.

—Sí, yo también opino igual. —De pronto, vio a un hombre que ensillaba su caballo. Se inclinó hacia He-ron y, en voz baja, le ordenó—: Sargento, evite que ese hombre abandone el fuerte.

Heron le miró sorprendidamente. Luego asintió y se

dirigió hacia el individuo.

Warrior se separó del grupo y se acercó a Arabella. Ella le ofreció sus manos.

—Toda una hazaña, Denis —alabó la joven.

—Gracias. Arabella. Puede figurarse que lo hice por

usted, sobre todo.

Ella se puso colorada.

—Sí, Denis —fue todo lo que contestó.

Un grito de alarma sonó repentinamente.

—¡Viene un jinete indio!

Warrior se volvió. Un apache, montado en su pony, salía en aquel momento del paso, con la mano derecha levantada en señal de paz.

—¡No tiren! —ordenó.

Corrió hacia la escalera y descendió al llano. Diller y otros muchos, Arabella entre ellos, le siguieron.

El jinete se detuvo a la mitad del camino. Tenía unos treinta y cinco años, pero parecía mucho más viejo. La fiereza había desaparecido de su rostro cetrino y arrugado.

Warrior se plantó delante del apache.

—Volvemos a enfrentarnos, Teshoe — saludó—. ¿Qué quieres ahora?

—Estoy derrotado —confesó el indio.

—¿Derrotado? Todavía deben de quedarte cuarenta o cincuenta bravos para < seguir tus correrías.

El apache sacudió la cabeza.

—Me han abandonado. Volverán a la reserva —dijo.

—¿Y tú?

—Me entrego a vuestra benevolencia.

Sonaron gritos de furor por parte de los soldados. Algunos increparon al apache, recordándole el ataque a la patrulla del capitán Palmstone. El cabo Delcrist le mencionó el exterminio de la guarnición del fuerte.

—Estas tierras fueron siempre nuestras, hasta que llegó el hombre blanco —dijo Teshoe, con gran dignidad—. ¿Por qué nos acusáis de querer recobrar algo que nos pertenecía?

 

Basta de insultos —cortó Diller—. Sí. te llevaremos con nosotros, Teshoe.

Arabella dio un paso hacia el indio.

Antes quiero que nos diga una cosa —exclamó. Teshoe contempló curiosamente a la muchacha. No sé qué puedo decirte, mujer blanca —contestó. Yo  te lo  diré —expresó ella—. Es  referente al ataque vuestro al fuerte. ¿Quién os franqueó el paso? Teshoe apretó los labios. Warrior dijo: Había un centinela en esa escalera —la señaló con el brazo—. Ni un solo indio habría podido utilizarla, de haber estado el centinela en su sitio. ¿Qué ocurrió?

¿Por qué tiene esa mujer blanca tanto interés en saber lo que sucedió aquella noche? —preguntó Teshoe.

Aquel  centinela era  mi  hermano  —declaró  Ara-bella.

¿Bill Herlen? Sí.

Un disparo retumbó en aquel instante. Las facciones del indio se contrajeron por el dolor. Abrió los brazos

y se derrumbó al suelo.

Casi en el mismo instante, se oyó un segundo estampido. La bala silbó por encima del grupo y fue a perderse hacia el desfiladero.

Se oyó un grito femenino. Una mujer apareció de repente en la entrada del paso, vacilando visiblemente. Dio unos cuantos pasos y se desplomó sobre la arena.

El grupo se había dispersado momentáneamente, pero sus componentes no tardaron en reaccionar.

¡Atiendan a Teshoe! —gritó Warrior, al mismo tiempo que corría hacia el paso.

Arabella le siguió. Presentía que iba a conocer la verdad.

Warrior se arrodilló al lado de la mujer caída, que usaba vestimenta masculina. Entonces comprendió su confusión cuando, recién llegado habían sonado unos disparos en los riscos.

El seno de la mujer estaba ensangrentado. Warrior se dio cuenta de que todavía respiraba.

Es Yeena —dijo.

Arabella apretó los labios. La india respiraba afanosamente.

 

De pronto, abrió los ojos. Reconoció a Warrior y emitió una débil sonrisa.

Hola, capitán —dijo. Warrior se dio cuenta de que le quedaban pocos minutos de vida.

Yeena, esta joven es hermana de Bill —dijo—. Ha venido para saber qué le ocurrió a su hermano.

Murió.

Arabella se tapó la cara con las manos, a la vez que lanzaba un hondo gemido.

¿Cómo  ocurrió? —preguntó Warrior.

Alguien le dijo que yo le esperaba en el paso. Bill creyó que el supuesto mensaje era auténtico y acudió, fiado en que el otro ocuparía su puesto durante los pocos minutos que él iba a estar ausente. No me encontró a mí..., encontró a Teshoe...

¿Fue Rite el autor del mensaje? -—preguntó Warrior.

Yeena movió la cabeza negativamente.

Comprendo —dijo el joven—. ¿Eras tú la que disparabas contra los indios?

Sí..., y también disparé contra mi hermano. Yo amaba   locamente   a  Bill...,   hubiéramos   sido   felices,

pero... para Teshoe no era más que un blanco... y ordenó que le torturasen hasta morir. Tuve que presenciar su suplicio... atada de pies y manos... Entonces juré vengarme en cuanto tuviera una ocasión...

Arabella sollozaba convulsivamente. Warrior se dio cuenta de que la vida de la india se apagaba por momentos .

¿Sabías que Teshoe se había escapado de la reserva? —preguntó.

Sí... Yo no quise ir nunca allí... Esperé... Sabía que Teshoe se escaparía un día u otro... Dejé de considerarlo como mi hermano cuando ordenó... matar... a Bill...

La mano de la india se movió hasta alcanzar una cadenita que le rodeaba el cuello.

Esto me lo había dado él —murmuró.

Arabella reconoció un medallón de marfil que ella había regalado a Bill años atrás. Con dedos trémulos,

soltó la cadenita y apresó el medallón entre sus manos.

 

—Ahora... Bill y yo... nos reuniremos... Nadie... nos separará jamás...

Una suave sonrisa se formó en los labios de Yeena.

—Están aquí porque recibieron mis notas, ¿verdad?

Warrior se sorprendió.

—¿Tú las escribiste? —preguntó.

—Sí... Bill me había enseñado a escribir y a leer... Tuve que esperar muchos años para llegar a este punto... Si leen las notas... sabrán lo que había hecho cada uno. Bill me contaba muchas cosas...

La voz de la india se debilitó súbitamente hasta convertirse en un murmullo ininteligible. Su cuerpo se arqueó en una postrera concisión.

—¡Bill! —gritó.

Su cabeza se dobló repentinamente a un lado y su cuerpo se quedó inmóvil. Warrior la depositó con suavidad sobre la arena.

Arabella continuaba llorando. Warrior la tomó por la cintura y la hizo ponerse en pie.

—Vamos —dijo con acento persuasivo.

El teniente Diller salió a su encuentro.

—Teshoe ha muerto, señor —informó.

—Su hermana también —contestó Warrior—. Atienda a la señorita Herlen, por favor.

—Bien, capitán.

Warrior dejó a Arabella y caminó hacia el fuerte. Al llegar arriba vio a Crumer, junto a Rite y al sargento Heron.

—Capitán, el señor Crumer disparó...

—Creí que aquel indio iba a continuar haciendo fuego —dijo Crumer presurosamente.

Warrior le miró con fijeza.

—Lo que quería usted era impedir que hablase —acusó—. Sabe perfectamente que no era un indio, sino una mujer. Yeena, la hermana de Teshoe, la enamorada de Bill Herlen, cuyo nombre usó usted falsamente para

dejar desguarnecida la brecha y permitir que los indios asaltasen el fuerte.

—De modo que fue él —gruñó Rite.

—Sí —confirmó Warrior—. Yeena lo ha dicho de modo que no hay lugar a dudas. Crumer lo planeo todo, creyendo que los indios le respetarían a él y a su hija, pero no conocía a los apaches. No sabía que, una vez que se entregasen a matar a la gente, matarían a todos. Por eso huyó, abandonando incluso a su propia hija, por más que luego fingiese querer volver a toda costa para intentar un rescate imposible.

Crumer dio un paso atrás. Sus ojos brillaron peligrosamente.

—Capitán, ésa es una acusación injusta —dijo.

—Hay oro en el paso —siguió Warrior imperturbablemente—. Usted lo sabía, pero no podía explotarlo mientras hubiese aquí una guarnición. Los soldados tenían que irse como fuera y usted podría trabajar tranquilamente, pero las cuentas le salieron mal, porque Teshoe también le engañó a usted. A Teshoe le interesaba la destrucción del fuerte y usted se lo facilitó.

—No tiene pruebas...

—Butte vino aquí porque alguien le propuso continuar el negocio. No fue usted, pero él se lo creyó. Butte estaba enterado del asunto y cuando le vio, temió que yo le hiciera hablar. Por eso le apuñaló. ¿No fue el que, por consejo suyo, fingió sustituir a Bill y dejó luego la brecha libre?

"¿Y la sal? Era el medio mejor para forzaros a abandonar las ruinas. Desde donde estaba, tuvo que haber visto forzosamente al indio que se disponía a salar el manantial, pero no dijo nada. ¿Cómo se concibe, si no, que usted estuviese bien provisto de agua?

"Calculó todas las posibilidades, Crumer, incluso la de que no estuviera solo al llegar aquí. Por eso, una vez más, quería quedarse solo en el fuerte. ¿Por qué ha tardado cinco años en volver?"

Crumer guardaba silencio. Rite y el sargento le contemplaban atentamente.

—Se lo diré —prosiguió Warrior—. No ha venido, porque no se había atrevido a vencer los remordimientos que le acosaban, ya que usted fue el autor de la muerte de su propia hija... y cuando recibió esa nota, sospechó que Bill Herlen podía estar vivo todavía y le convenía que callase. Herlen murió, pero Yeena vivía y lo contó todo antes de morir.

Un rugido de fiera enloquecida se escapó de los labios del antiguo cantinero. Retrocedió un paso y sacó su revólver.

Demasiado tarde. Warrior se dio cuenta de que no había recargado el suyo después del ataque al parapeto del paso. Sin embargo, Crumer cometió el error de tomarle como su principal enemigo y olvidó al antiguo comerciante.

Rite desenfundó también. A pocos pasos de distancia disparó tres veces seguidas contra Crumer.

Sonó un agudo gemido. Crumer abrió los brazos y se desplomó de bruces al suelo.

Rite meneó la cabeza.

Más que por los pobres muchachos, lo he hecho pensando en la infeliz Nancy —dijo.

Diller y Arabella corrían ya hacia aquel lugar. Warrior salió al encuentro de la joven para tranquilizarla.

 

EPILOGO

Rite había ensillado ya su caballo y se disponía a partir. De nuevo volvía a lucir en su rostro su habitual sonrisa cínica y despreocupada.

—Será cosa de volver aquí con el material necesario para recoger el oro —dijo—. A fin de cuentas, si se va a perder, ¿por qué no aprovecharlo?

Warrior asintió. Luego dijo:

—Rite, yo siempre sospeché de usted. Ahora me parece que estaba equivocado. Le ruego me disculpe.

El comerciante soltó una alegre carcajada.

—En cierto modo, no andaba tan descaminado, capitán —contestó desenfadadamente—. De cuando en cuando, sí es cierto, les vendía a los indios algún barrilillo de licor. Pero jamás les vendí siquiera un solo cartucho. ¿Cree que era tan idiota como ese pobre Crumer, que creyó que Teshoe le iba a dejar el sitio libre para llevarse el oro? Jamás se me hubiera ocurrido cometer una insensatez semejante, créame.

—Desde luego —admitió Warrior—. Pero en una o dos ocasiones le vi hablar con Bill. ¿De qué trataban?

Rite sonrió maliciosamente.

—Bill pretendía que yo le ayudase a desertar —contestó—. Las dos veces le contesté negativamente. No, capitán, aunque usted crea lo contrario, nunca me gustó tener conflictos con los militares. Bill quería que yo emplease mi supuesta influencia para pedirle a usted que le asignase como escolta de mi carro cuando fuese a por provisiones. Entonces, desertaría para reunirse con Yeena, ¿comprende?

Sí.

Rite.

Warrior sonrió—. De nuevo le pido perdón,

Olvídelo, capitán. Y... —le guiñó el ojo—, esa chica, no la deje escapar. Allí está aguardándole. Necesita quien la consuele... y me parece que usted es la persona más indicada. ¡Adiós... y felicidades! * Rite montó de un salto y se alejó silbando alegre y despreocupadamente. Warrior le contempló un instante y meneó la cabeza.

Luego se volvió y caminó hacia Arabella, que le esperaba en pie, a unos pasos de distancia.

Los soldados del capitán Zenn se disponían a levantar el campamento. Zenn y Diller comentaban animadamente los sucesos de la víspera.

Había  algunas  tumbas  recientemente  cavadas.   De nuevo había vuelto la tranquilidad a las ruinas. Warrior tomó las manos de la muchacha. Siento que se haya llevado una decepción al conocer la verdad acerca de lo ocurrido

admitió ella

dijo.

Pero también me siento mucho más tranquila. Sé que Bill incumplió su deber, aun-

que, en parte, lo hizo engañado. Claro que eso no le disculpa, pero...

Miró de frente a Warrior.

Serás rehabilitado si lo pides. ¿Volverás en tal caso al Ejército?

No lo sé, no he tomado aún ninguna decisión al respecto. Ahora te he conocido a ti y no sé qué te parecerá la vida militar...

Arabella sonrió.

—La vida me parecerá maravillosa a tu lado, donde quiera que estés tú —respondió.

 

Escuadrón de fantasmas
titlepage.xhtml
002.html