CAPÍTULO 2
Daniel la miró sin dar crédito a lo que oía.
–¿Josh Nicholson? Todo el mundo ha oído hablar de Josh Nicholson.
Ella hizo un gesto de inocencia.
–Es que me suena el nombre pero no logró saber de qué.
–Cariño, deberías leer el periódico de vez en cuando. Se dedica a comprar y vender empresas, con tremendo éxito. También es coleccionista de arte –entonces se puso en tensión como si pudiera percibir que había algo más detrás de su interés–. ¿Por qué? –le preguntó mientras la escrutaba con la mirada.
Fran también se puso tensa; tenía que admitir que no le apetecía hablar de él con alguien tan sediento de noticias como Daniel. Pero se dijo que era solo por la confidencialidad que le debía siendo su paciente, no tenía nada que ver con aquellos maravillosos ojos azules, ni por la boca que había admirado mientras comía...
–Por nada. Es que alguien lo mencionó y no conseguía recordar quién era.
Cambió de tema y, en cuanto pudo, buscó una excusa para marcharse a casa. El cansancio del largo día se le había echado encima de repente... además acababa de darse cuenta de que hablar con Daniel no era nada del otro mundo. Era curioso cómo el mero hecho de comparar aquello con la breve conversación que había tenido con Josh había hecho que cayera en la cuenta de muchas cosas.
–Daniel, necesito irme a descansar –le dijo mirándolo con una sonrisa de disculpa.
–Te acompaño hasta tu casa.
Fran suspiró antes de decirle que no; Camden no era el lugar más adecuado para pasear sola a esas horas. A sus veintiséis años, no estaba preparada para morir. Así que solo le quedaba dejar que fuera con ella y luego mantenerse firme para que pasara de la puerta de su casa.
–¿No vas a invitarme a pasar? –le preguntó él nada más llegar.
El tono seductor de sus palabras le decía que era mejor alejarse de él cuanto antes.
–Estoy realmente cansada. Hemos tenido un día terrible. Lo siento.
–Quizá mañana.
–Quizá –le devolvió el beso con reticencia y entró en casa, allí descubrió que Stella, su compañera de piso, se había acabado la leche que quedaba y no le había dejado nada de cena.
Después de no haber dormido apenas en toda la noche, estuvo a punto de quedarse dormida por la mañana, por lo que tuvo que salir corriendo hacia el hospital, adónde llegó al mismo tiempo que una ambulancia. No era esa precisamente la mejor manera de empezar el día. El corazón se le encogió de terror.
Era una locura. Jamás se había sentido así en todos los años que llevaba trabajando de enfermera. No pudieron hacer nada por el paciente de la ambulancia; otra vida que se les escapaba de las manos. ¿Quién iba a decírselo a los familiares? Ella no podía.
* * *
–¿Estás bien? –le preguntó Anna extrañada cuando volvieron a la sala de enfermeras.
–Sí –respondió sin demasiado entusiasmo–. Si te parece bien, hoy me encargo yo de evaluar a los enfermos.
Era la tarea más sencilla que podía elegir en su trabajo, solo tenía que determinar la gravedad de los pacientes según iban llegando al servicio de urgencias. Allí estaría a salvo, pero... ¿qué demonios le ocurría? Siempre le había encantado su profesión y era muy buena en ella. Bueno, quizá ya no lo fuera.
Consiguió sobrevivir durante todo el día centrándose en una rutina que podía llevar a cabo hasta con los ojos cerrados, pero que al menos le permitía mantener la cordura.
Tenía libre el miércoles y el jueves, pero el viernes las cosas empeoraron; le tocó atender a los enfermos más graves y, cuando creía ver un atisbo de esperanza, como conseguir estabilizar a un paciente y que llegara a quirófano, les llevaban múltiples heridos de un accidente de tráfico y todo volvía a empezar. Más víctimas que morían antes incluso de que acudieran sus familiares más cercanos, más personas a las que había que darles la noticia que les arruinaría la vida. Y, cada vez que esto sucedía, Fran tenía la sensación de que una parte de ella también moría.
Aquel día se marchó en la casa completamente derrotada y una noche de pesadillas no ayudó mucho a que se sintiera mejor.
A la mañana siguiente deseó con todas sus fuerzas que no hubiera más que rasguños y, si acaso, algún que otro punto de sutura. Pero, por supuesto, su deseó no se cumplió, todo estaba tan agitado como siempre y sus compañeros no dejaban de hablar de Josh Nicholson.
–Es increíble que haya sobrevivido –comentó Anna con dulzura–. He visto el coche por televisión y no era más que un amasijo de hierros.
Fran estaba estupefacta.
–¿Josh? ¿El tipo que estuvo aquí el lunes? ¿Estás segura de que era él?
–Sí, ha salido en las noticias de la mañana. Anoche tuvo un accidente. Mira, también sale en el periódico.
Comprobó horrorizada que, solo cinco días después de haberle curado la herida y haber compartido con él un café y una conversación muy agradable, aquel hombre tan vital se encontraba en estado crítico en un hospital de Cambridge. Quizá ahora ya no tuviera oportunidad de encontrar esa persona especial de la que habían hablado.
«Dios mío, otro más no por favor. Josh no. Esto no puede estar ocurriendo de verdad».
-¿Estás bien? –le preguntó Anna preocupada–. Te has quedado pálida.
Hizo un tremendo esfuerzo para recuperar la compostura y contestar con normalidad.
–Sí, sí, es solo que me he quedado muy sorprendida... Como estuvo aquí hace tan poco tiempo. Pero no te preocupes, estoy bien.
Aunque realmente no lo estaba. A las dos de la tarde, se encontraba en la sala de enfermeras, con las manos en el regazo y la mirada perdida. No tenía fuerzas ni para agarrar la taza de té que le había preparado su amiga, que la miraba con el ceño fruncido desde la silla de enfrente.
–Fran, creo que deberías irte a casa.
–No, estoy bien.
Anna salió inmediatamente de la habitación y, unos segundos después, volvió a aparecer acompañada de su jefe, que tenía la misma cara de preocupación.
–Anna me ha dicho que no te encuentras bien.
–Anna habla demasiado.
–Escucha –empezó a decirle en tono comprensivo al tiempo que se sentaba a su lado–. En un momento u otro, todos pasamos por una etapa en la que el mundo se nos viene encima y el trabajo se hace demasiado duro. Llevamos unos días nefastos y tú hace siglos que no te tomas unas vacaciones. Así que, vete a casa y mañana hablamos, ¿de acuerdo?
Finalmente se fue a casa con los ojos llenos de lágrimas de frustración. Necesitaba hablar con alguien y decidió llamar a Daniel.
–¿Tienes algo que hacer esta tarde? –le preguntó Fran–. Creo que me vendría bien hablar con alguien.
–Estoy ocupado... es que estoy en medio de un caso. Pero podrías venir al hotel y ayudarme con la vigilancia. Estoy detrás de una información muy jugosa sobre un importante político. ¿Te apetece?
No, no le apetecía lo más mínimo, pero fue de todas maneras. Intentó hablarle sobre lo ocurrido en el hospital a pesar de que era obvio que Daniel no tenía la cabeza en otra cosa que no fuera el dichoso político.
–Nos vemos –le dijo totalmente absorto cuando vio que ella se disponía a marcharse. Sin embargo, Fran no estaba tan segura de volver a verlo; en realidad, no estaba segura de nada.
Cuando llegó a casa, se encontró a Stella en el salón con los pies encima de la mesa y la cocina hecha un verdadero desastre.
–Eres una auténtica pesadilla como compañera de piso –le dijo con calma. Stella levantó la mirada de la televisión y le lanzó una sonrisa.
Entonces las dos se quedaron mirando a la televisión y fue en ese momento cuando Fran vio el rostro de Josh ocupando la pantalla y se dejó caer sobre el sofá con el corazón en vilo. Por lo visto, seguía en estado crítico, pero estable.
Aunque sabía que no volvería a verlo, no pudo evitar pedir con todas sus fuerzas que se recuperara, que escapara de la muerte.