El doctor Lord la miró con fijeza, con el ceño fruncido. Preguntó en tono imperioso:
—¿De qué se ríe?
Elinor contestó:
—Realmente... no lo sé.
Lord exclamó:
—¡Es una respuesta muy tonta!
Elinor enrojeció y explicó:
—Creo que deben de ser los nervios. Miré por la ventana de la enfermera Hopkins y... Mary Gerrard estaba escribiendo su testamento. Eso me hizo reír. ¡No sé por qué!
Lord interrogó bruscamente:
—¿No lo sabe?
Elinor respondió:
—Ha sido una tontería, le digo; estoy nerviosa.
El doctor Lord repuso:
—Le recetaré un tónico.
Elinor comentó incisivamente:
—¡Qué útil será!
Lord sonrió, desarmado.
—Completamente inútil, de acuerdo. Pero ¡es lo único que se puede hacer cuando una persona no quiere decir lo que tiene!
Elinor afirmó:
—No tengo nada.
El doctor repuso con toda calma:
—Sí que tiene, y mucho.
Elinor explicó:
—Supongo que he tenido algo de tensión nerviosa...
El doctor Lord interrumpió:
—Lo creo. Pero no estoy hablando de eso —hizo una pausa—. ¿Va usted a quedarse mucho tiempo aquí?
—Me marcho mañana.
—¿No quiere usted vivir aquí?
Elinor denegó con la cabeza:
—No..., jamás. Creo..., creo... que venderé la casa si me hacen una buena oferta.
El doctor Lord dijo:
—Comprendo...
Elinor anunció:
—Ahora tengo que marchar a casa.
Tendió su mano con firmeza. Peter Lord la cogió. La retuvo. En tono muy serio y un tanto preocupado, rogó:
—Miss Carlisle, ¿quiere hacer el favor de decirme qué pensaba cuando reía hace un momento?
Ella retiró su mano rápidamente.
—¿Qué había de pensar?
El rostro de Lord estaba grave y algo entristecido.
—Eso es lo que quisiera saber.
Elinor dijo con impaciencia:
—¡Simplemente, lo encontré muy divertido; eso es todo!
—¿Que Mary Gerrard estuviese haciendo su testamento? ¿Por qué? Hacer testamento es una cosa muy natural. Ahorra muchos sinsabores. ¡A veces, desde luego, produce disgustos!
Elinor dijo con impaciencia:
—Desde luego, todo el mundo debería hacer su testamento. No quería decir eso.
El doctor Lord observó:
—Mistress Welman debería haber hecho su testamento.
Elinor dijo con pasión:
—Sí, en efecto.
El color le subió a la cara.
El doctor Lord preguntó inesperadamente:
—¿Y usted?
—¿Yo?
—Sí, acaba usted de decir que todo el mundo debería hacer su testamento. ¿Lo ha hecho usted?
Elinor le miró con fijeza un momento; luego rió.
—¡Qué cosa más extraordinaria! —exclamó—. No, no lo he hecho. ¡No había pensado en ello! Soy lo mismo que mi tía Laura. ¿Sabe usted, doctor Lord ? Ahora mismo me voy a casa y le escribiré a mister Seddon al respecto.
Lord observó:
—Lo encuentro muy
cuerdo.