5
ELLE llegó a la residencia muy tarde. Después de ponerse ropa de deporte y tomar una bebida cargada de azúcares, sales y minerales, corrió como si la persiguiera el mismísimo diablo. Cuando acabó, le dolían los tobillos y las rodillas, pero comenzó a sentirse mejor. No conseguía olvidar la expresión de Robert cuando le dijo que no quería verla. Ese hombre estaba bastante dañado. Su reacción fue tan desmesurada que daba miedo.
Ella llevaba toda la vida mintiendo. Es más, descubrió a una edad muy temprana que mentir era la única defensa que tenía. No dudó en utilizarla. Su auto-autismo era parte de ello. Si todos aquellos médicos y especialistas no obtenían lo que deseaban la dejaban tranquila... Pero, mejor no pensar en eso.
Era irónico que después de tanto mentir y simular que era normal y corriente, la única vez que había sido totalmente sincera, no la habían creído. Se sentía impotente. ¿Tenía que demostrar ahora lo que llevaba toda la vida ocultando? Trabajó en el proyecto del aeropuerto una semana, pero ni siquiera a tiempo completo. También le hizo a Hannah varios vestidos y una chaqueta para ella. Estudió español y leyó como una posesa. Además de seguir creando todo tipo de joyas. ¿Debería contarle eso también Sr. Newman? Ese hombre le había hecho daño.
Esa noche no consiguió dormir. A las siete de una desapacible mañana, estaba visitando la creación del Sr. Kepler ataviada con un precioso chándal lila y a las siete y diez estaba disfrutando de un opíparo desayuno. La noche anterior no había comido. Llegó al comedor justo a tiempo de ver cómo cerraban sus puertas. Sólo se podía culpar a ella misma porque el local tenía un horario más que comprensivo.
No coincidió con Matt. Después de comer hasta sentirse saciada, volvió a su habitación y mandó varios mensajes a Hannah. Su hermana le contestó en el acto. Estaba en el restaurante sirviendo desayunos. ¡Ah! El Happy.
Al ajustarse su bello reloj, comprendió que apenas tenía tiempo para vestirse y llegar a clase. No lo pensó demasiado. Falda escocesa de cuadros negros y blancos muy corta y jersey negro una talla más grande para que le llegara justo por debajo del trasero, realzando así las tablas de la minifalda. Medias poco tupidas de color negro y mocasines negros. Se hizo la raya al lado, estiró el cabello y se hizo una coleta (por nada del mundo le hubiera dado el gusto a Newman de dejarse el pelo suelto). No se notaba que no había dormido, de todas formas se aplicó una crema hidratante y se puso algo de color en las mejillas y en los labios. Se perfiló los ojos y después de perfumarse, salió sin pensar demasiado en su aspecto.
Al pasar junto al comedor, entró para recoger el batido de frutas que Jenny le guardaba tras el mostrador. Una vez en su poder salió corriendo hasta llegar al edificio de Arquitectura. Tenía a Robert Newman la siguiente hora. Perfecto. Había mantenido sus nervios bajo control y ahora se vengaban con ganas. Temblaba como un flan. ¿La humillaría delante de sus compañeros? ¿Le pediría que abandonara su clase? Cada vez se sentía peor.
Se quedó en la puerta respirando hondo con el vaso en la mano. En ese momento alguien le cogió el batido. Elle se volvió esperando encontrarse a Matt.
—No me ha dado tiempo a desayunar —Robert Newman chupaba la cañita con total tranquilidad —. Está muy bueno —después de tomar una buena cantidad, se lo pasó de nuevo a ella. La miraba como si no hubiera sucedido nada el día anterior.
Elle no contestó. Estaba desconcertada. Miró el vaso, que le había devuelto como si lo compartieran todos los días, y después de retirar la pajita y tirarla a la papelera, tomó el poco contenido que le había dejado. Robert no se había alejado demasiado y la observaba divertido ¿Creía que iba a beber de la misma pajita? Pues estaba listo.
Al entrar en la sala, se dirigió a la silla más alejada que pudo encontrar. El Sr. Newman estaba ocupado ordenando un revoltijo de folios y fotografías. Se diría que los había metido en el maletín a toda prisa. ¿Habría estado muy ocupado la tarde anterior? A pesar de estar preocupada, enfadada, exasperada, confundida, agobiada... y muchas cosas más, no pudo evitar echar un vistazo al profesor. Ese día estaba especialmente atractivo. Llevaba pantalón de vestir gris marengo con camisa azul celeste. Los mocasines eran de color negro y de piel de melocotón. Estaba soberbio, tuvo que hacer un esfuerzo para retirar la mirada. Recordó su cuerpo apretándose contra el suyo y un pequeño temblor la sacudió por dentro. Sus manos la habían acariciado con descaro. Empezó a notar los senos pesados y supo que por primera vez en su vida se estaba excitando al pensar en un hombre. Cuando alzó la vista, se le escapó un pequeño suspiro. El objeto de su excitación la miraba sonriente y conmovido. ¿Había leído su pensamiento? Qué bochorno.
—Johnson, pase a primera fila. Como le dije el primer día, siempre primera fila —le sonreía como si nunca hubiera dicho aquellas maravillosas frases referentes a no querer verla.
Elle ocupó la misma silla del día anterior. La mirada que Robert le dedicó a sus piernas le hizo comprender lo inadecuada de la minifalda para estar en primera fila y frente a él sin ninguna protección. Daba igual que tirara de la tela. Ella mejor que nadie sabía cuán corta era y después de cruzar las piernas con mucho cuidado, decidió que lo mejor era olvidar que tenía piernas. A fin de cuentas, con las piernas no tenía problemas.
Robert no entendía cómo podía meterse en un problema tras otro. Primero, había bebido de la pajita, chupándola a propósito y muy despacio, imaginando que eran sus labios. Ridículo en alguien de su experiencia. Después, la había espiado hasta que mezcló los apuntes de Ingeniería con los de aquella clase. Y, pasado el contratiempo inicial, le miró las piernas hasta hacer que la pobre chica las cruzara y le mostrara más de lo que debía. Bueno, menos mal que llevaba medias. Se dio la vuelta y comprendió que ese iba a ser un día muy largo. No acababa de entenderlo porque había pasado toda la noche con Samantha. Lo habían hecho tantas veces que la había dejado dolorida para una semana. ¿Qué le pasaba con aquella chica? Estaba tan excitado que le dolía el pene del roce con el pantalón. Simuló una llamada de teléfono y salió al pasillo con el móvil en la mano. Tenía que serenarse.
—¿Qué pasó? —Matt estaba a las nueve. Le preguntaba sin elevar la voz.
—Poca cosa. Comimos. Ya sabes, ese instinto primario que te permite seguir viviendo... —Elle sonreía sin ganas. Matt estaba decepcionado. Si él supiera... Tendría que haber seguido su consejo al pie de la letra.
—Muy graciosa. No necesitas ser cruel —se había enfadado de verdad. A veces, le recordaba a un niño pequeño.
Elle no lo pensó. Lo despeinó con cariño y le dio un beso en la frente.
—Gracias por preocuparte. ¿Amigos?
—Con esos hoyuelos no te puedo negar nada. Eres mala porque lo sabes perfectamente —todo volvía a estar en su sitio. Matt seguía siendo su amigo.
—¿Qué hacen? —Robert estaba delante de ella. Habría sido un gran inquisidor. Daba miedo mirarlo. Sus ojos se habían oscurecido y la boca le temblaba.
—Lo siento, hacíamos el tonto —¿qué otra cosa podía decirle? —. No sabíamos que había entrado —su cara adoptó la expresión de saberse merecedora de la reprimenda.
Robert permanecía examinándola sin piedad. Hubiera pegado a aquel chico. Estaba celoso. Lo inquietante era que jamás había sentido celos por nadie. Incluso había compartido amantes. Y ahora, sentía celos de un chico desgarbado y nervioso que acababa de reventar un bolígrafo, llenando sus manos y la silla de tinta.
—Vaya a limpiarse y traiga algo para la silla. Comencemos la clase.
Al cabo de cinco minutos, Robert volvió a experimentar la grandeza de la docencia. Dejó a un lado sus pensamientos y se concentró en el tema. A pesar de no mirarlo, sabía que Elle escuchaba con atención, así que disfrutó dando lo mejor de sí. Después de leer el informe de Elliot necesitaba deslumbrarla. De alguna manera quería que ella lo admirara. La hora acabó con una rapidez sorprendente. La clase entera estaba sumida en un respetuoso silencio. Lo miraban embelesados.
—Tienen cinco minutos de descanso. Pueden salir si lo desean. Señorita Johnson quédese, necesito hablar con usted — Elle dio un respingo saliendo de su ensimismamiento. Estaba tan absorta asimilando conocimientos que no había notado su presencia junto a ella. Volvía a invadir su espacio. Y de qué manera. Sus piernas rozaban las rodillas de Elle. Para acabar de mortificarla, en ese momento se inclinaba hacia ella cogiendo su barbilla con delicadeza.
—¿Va a mirarme Johnson? Me ha estado ignorando toda la hora —Elle permanecía sentada. Dadas las nuevas circunstancias, no podía evitar mirarlo. Él quería sinceridad ¿verdad? Pues la tendría.
—Ayer no quería verme. He intentado no molestarlo con mi presencia —estaba indignada. ¿Cómo habían llegado a esa situación? Todo parecía irreal —. Además, y lo más importante señor, es que no mentí. En toda mi vida he querido impresionar a alguien. Le aseguro que he hecho todo lo contrario. Tampoco quiero conquistarlo, como al parecer cree. Si le digo la verdad, debería pedirme disculpas —lo miró con abierta satisfacción. Era poco para lo que le hubiera gustado decir pero tampoco quería exagerar. Deseaba comportarse con madurez. No podía soltarle que había sufrido un ataque de ansiedad porque él hubiera tenido un contratiempo.
—No voy a disculparme. Yo no me disculpo señorita Johnson. Además, me dejó plantado esperándola como un idiota. Creo que estamos en paz.
Sonreía como si no hubiera roto un plato en su vida. Era prepotente y estaba tan seguro de sí mismo, que Elle sintió que en ese momento no le gustaba demasiado. Había decidido que sus ojos eran definitivamente verdosos y que necesitaba una cura de humildad. Estaba irritada. Miró su eficiente reloj. Era la hora de retomar la clase.
—No rectificar no lo hace más listo. Debería saber que los refranes encierran años de sabiduría popular —pobre venganza. Pero venganza al fin y al cabo.
—¡Dios! Es fantástica.
Sonreía con tantas ganas que Elle comprendió que lo de la venganza era pura fantasía. Ese hombre se sentía tan vulnerable como ella segura. La había insultado y no sólo no lo reconocía sino que actuaba como si no hubiera pasado nada. ¡Empatados porque lo dejó esperando! No sabía con quién estaba tratando. Se miraron mutuamente. Robert, sonriente y feliz. Ella, enfadada e indignada.
El resto de la clase transcurrió apaciblemente. Elle evitó en todo momento al cretino de su profesor y él continuaba tomándose todo aquello con una mueca burlona. Como si se tratara de una pataleta de niña pequeña que tuviera que aguantar. Eso la estaba enfureciendo aún más.
Cuando acabó la clase, salió antes de que Robert guardara sus apuntes. No quería coincidir con él. Estaba enojada y crispada. Si abría la boca se iba a arrepentir más tarde. Cuando corría, literalmente, por el pasillo. Comprendió la grandeza de la frase de Albert Guinon, “La cobardía tiene sobre el valor una gran ventaja: la de encontrar siempre una excusa”. Ahora era una cobarde, qué bien. Cada día se gustaba más.
El resto de la mañana se deslizó lentamente. Las horas se hicieron eternas. El día tampoco acompañaba, había empeorado alarmantemente. Grandes nubarrones negros cubrían el cielo del campus, anunciando lluvia. Cuando, finalmente, se encontraron en el laureado comedor del Sr. Kepler, Elle se sentía como el día, a punto de estallar. Matt la miraba esperando alguna explicación.
—No me mires así, no sé lo que le pasa a ese tipo conmigo —Elle no podía más.
—¡Oh!, pues yo creo que sí sabemos lo que le pasa —la amplitud de su sonrisa, el movimiento de manos y el guiño de ojos fueron tan explícitos que Elle no pudo evitar sonreír ante aquel despliegue de muecas y aspavientos.
—Te vas a quedar bizco — Natsuki ponía los ojos en blanco, soportando con entereza los mohines algo afectados de su amigo —.Tu amor por la izquierda.
Elle se quedó sorprendida. Por la izquierda sólo apareció Ryu Enoki acompañado de su cohorte habitual.
—Un momento, ¿queréis explicarme a cuál de los dos os gusta el dragón?
—Los dos estamos locos por él. Y si tú fueras lista, te olvidarías del profesor soy-el-mejor-y-el-más-guapo, y te unirías a nuestra causa —Matt hablaba sin mirarla. Sólo tenía ojos para el quarterback.
—¿Cómo sabes que su nombre significa dragón? —Nat la estudiaba con mucha atención —. No te imagino leyendo manga.
—Yo...bueno... sé algo de japonés —así que no estaba bien mentir... pues ella seguiría con los subterfugios de siempre —¿Qué vais a comer? —se estiró sobre sí misma para mirar la comida, que aparecía ordenada en el mostrador.
—No te muevas. Newman viene hacia aquí. Estoy alucinando —Matt se había dado la vuelta en un intento vano de disimular su regocijo.
Elle se dijo así misma que no tenía que estar allí por ella. Quizá hubiera ido a comer, como todos los demás. No quería hablar con él. Necesitaba poner distancia entre los dos, mantener una relación de profesor y alumna. No aquello, que además no sabía lo que era.
—Salgamos de aquí —lo dijo cogiéndola del brazo, como si tuviera derecho a hacerlo —. Quiero estar contigo —y con eso ya estaba todo dicho. Él quería estar con ella y ella, por lo visto, no tenía más que seguirlo. ¿La había tuteado delante de sus compañeros?
—Señor Newman le agradezco el detalle, pero voy a comer con mis amigos —dicho lo cual se zafó de su mano y se alejó de él todo lo que pudo, que no fue mucho. Se veía tan alto y tan atractivo que Elle tuvo que hacer un esfuerzo para apartarse.
—Vamos, Johnson. Esto dura ya demasiado. ¿No cree que está exagerando? —después de la actitud de Elle, volvía al usted. Ahora no sonreía, se mostraba irritado. No se iba a disculpar frente a ella.
Aunque había disimulado guardando la fila que se formaba frente al mostrador de la cocina, se había creado en torno a ellos un pequeño espacio y ahora, el resto de estudiantes los miraban con curiosidad.
—No le voy a mentir, no creo que me esté excediendo en absoluto — ¿no quería sinceridad? Avanzó su posición hasta encontrarse con Matt y le dio la espalda. No sabía qué quería de ella. Por otra parte, era su profesor. Mejor se mantenían cada uno en su sitio.
Robert se sintió violento con la respuesta. ¿Qué hacía allí? Se estaba comportando como un adolescente. Quería sentirla cerca, coger sus manos, hablar con ella y observarla mientras sonreía. Madre mía, quería poseerla de todas las maneras imaginables. La quería para él solo. Y allí estaba, haciendo nuevamente el idiota delante de toda la Universidad. Era demasiado. Avanzó hacia el pasillo, pensando en salir para tomar el aire, cuando Elliot lo llamó desde la escalera.
—Come con nosotros. Estamos todos —con todos, se refería a los habituales en las salidas nocturnas que se permitían varias veces al mes.
Subió las escaleras hasta la mesa de sus colegas. Después de la negativa de la muchacha a acompañarlo, agradecía no comer solo.
Elle sentía los ojos de Robert sobre ella. Si no hubiera resultado muy evidente se habría cambiado de mesa. Casi no se atrevía a comer.
—Así que os gusta a los dos el quarterback. ¿No es eso problemático? —pensaba en Hannah y en ella —intentó seguir comiendo como si no la estuvieran acribillando con la mirada desde el aire.
—Ryu no es homosexual, que sepamos —la sutileza le valió a Nat un gesto de aprobación de su amigo, que sonreía con picardía —. Y yo no soy su tipo. Así que, tenemos las mismas oportunidades. ¡Ninguna!
Al dejar de hablar, se miraron y estallaron en carcajadas tan fuertes que todas las mesas de alrededor los contemplaban con envidia. Elle aprovechó para echar una miradita. El Sr. Newman había desaparecido. Su asiento estaba vacío. Sintió cierta decepción. Mejor así, se dijo, pero sabía que se estaba mintiendo. ¡Mmm! ahora que lo pensaba, mentía bastante a menudo. En ese momento, comprobó con ánimo, que Robert entraba llevando su móvil en la mano. Había salido para hablar por teléfono. Se sintió mucho mejor.
—Chicos, puedo ayudaros. Corro con las animadoras. ¿Queréis conocer a la estrella de equipo? —no le importaría hacer eso por ellos. Además, así se vería obligada a hacer amistades.
Matt y Natsuki se miraron aterrados. No querían conocerlo de ninguna de las maneras. Sus caras eran bastante evidentes. En ese momento, el móvil de Elle comenzó a vibrar. Hannah la estaba llamando.
—Perdonadme —Sacó el móvil mientras sus amigos discutían la propuesta. Un ligero temblor la recorrió. ¡Robert Newman le había dejado un mensaje!
Robert Newman: Señorita Johnson le recuerdo que debe comenzar sus prácticas. La espero en el edificio Newman a las cinco de la tarde. Asimismo, le comunico que cualquier retraso injustificado se hará constar en su expediente. Un saludo.
Sintió la mirada de Robert sobre ella. Sería puntual, aunque los cielos descargaran el diluvio universal, y tuviera que llegar a nado, sería escrupulosamente puntual. Vaya si lo sería.
Cinco menos diez minutos de la tarde. Elle echó un vistazo por segunda vez a su paciente reloj. Llevaba contemplando el edificio un buen rato. En las dos ocasiones que había estado allí, no estaba la cosa como para hacer pericias. Era una descomunal mole cilíndrica de cristal y acero. Si pretendían impresionar lo habían conseguido. El aspecto exterior era de opulencia y elegancia. La placa de la entrada era apabullante. Por sí sola merecía otra Beca. Se alegró de ir tan bien vestida. Incluso se había planchado el pelo. A pesar de todo, se sintió algo insegura al atravesar las imponentes puertas. Un portero uniformado salió a su encuentro. No era Cooper, por un momento le habría gustado encontrar a alguien conocido.
—¿La señorita Johnson? —vale, se iba a tranquilizar. Ese hombre sabía su nombre.
—Sí. Creo que el Sr. Newman me está esperando —podía dar fe de ello.
—Acompáñeme —la guió hasta el ascensor. Era una pena pisar la moqueta. Menos mal que no había llovido. Tenía que dejar de pensar en tonterías. No quería estar nerviosa... El portero, Wallace según su plaquita, presionó el botón de la planta veintinueve y se despidió con una sonrisa.
Elle se enfrentó ante su imagen en el espejo del refinado ascensor. Llevaba un vestido ajustado y recto por encima de las rodillas de color burdeos. No se ceñía a su cuerpo sino que lo moldeaba. En todo momento podía pegar un pellizquito a la tela. Medias algo tupidas del mismo color. Zapatos de tacón medio de color negro y cazadora de piel negra. Completaba el conjunto una gargantilla dorada, creación Elle, de lo más simple y sofisticada.
Llegó a la planta antes de lo esperado. Una voz sedosa de mujer así se lo comunicó. Empezaba a gustarle el soniquete de la desconocida. Salió a un rellano enorme. En realidad, toda la planta se veía enorme. Una mujer sonriente y de aspecto mundano la recibió. Bajita, de mediana edad y de pelo castaño, la miraba con auténtico agrado. A Elle le gustó su sonrisa espontánea, nada artificial.
—Wallace nos ha avisado. Encantada de conocerla señorita Johnson. Soy Helen Sandler —la mujer le ofrecía la mano. El apretón fue reconfortante.
—Encantada de conocerla Helen. Llámeme Elle, por favor.
—Bonito nombre. Elle me temo que vas a tratar conmigo a diario, soy una especie de repartidora de trabajo. Pero, ya tendremos tiempo de hablar sobre ello. Sígueme, Robert te está esperando.
La guió hasta la pared sur del edificio. Entraron en una amplia habitación con cuatro secretarias sentadas a sus mesas. Estaban enfrascadas en una conversación. Se reían abiertamente, sin importarles demasiado la presencia de las dos mujeres.
—Lo siento Helen, pero Jack está dentro —el suspiro aclaraba bastante las risas. Ese Jack debía ser todo un sex symbol porque las chicas reían sin pudor, haciendo gestos alusivos.
—Vale, chicas os presento a Elle Johnson. Elle ha ganado la Beca Newman este año y va a trabajar con nosotros. Robert la está esperando —sonreía con comprensión. Eran muy jóvenes y muy tontas. Jack era el encargado de la seguridad de Robert. Allá donde fuera Robert encontrabas a Jack. Era extraño que estuvieran reunidos a esa hora —Ellas son Linda, Karen, Leslie y Anne.
La saludaron con agrado, aunque primero pasó una inspección ocular importante.
—Se van a pelear por ti —Hablaba Linda Collins, que parecía ejercer algún tipo de autoridad sobre las demás —. Toma asiento, por favor.
Al hablar abrió una puerta que daba paso a una sala de espera distinguida y moderna. Sillones de piel blanca, mesa de cristal de Murano, pequeñas esculturas distribuidas en pedestales por toda la habitación, chimenea incrustada en un falso tabique. Paredes pintadas con pinceladas en dos tonos tostados diferentes. Suelos oscuros simulando cobre, cuadros grandes y abstractos...Y, un amplio ventanal circular que mostraba en ese momento cómo se abrían los cielos para descargar lo que parecía una tormenta de proporciones bíblicas.
La dejaron a solas en aquella habitación. Elle no pudo sentarse. Las esculturas reclamaban su atención. No eran famosas, aunque sí muy buenas. Le sorprendió que todos los motivos fueran referentes a la maternidad. Quién lo iba a decir.
—Puedes pasar, Robert te espera —sintió que se ahogaba con tanta formalidad. Ella solo quería acabar arquitectura. Aquello parecía el Palacio de Windsor. Obviamente, ese edificio emularía a la Torre Redonda que emergía del centro del Castillo. Estaba desvariando. No podía soportar más nervios.
La llevaron a través de un iluminado y espacioso pasillo situado a la derecha hasta el despacho profesional de Robert Newman. Cuando entró le temblaban tanto las rodillas que deseó no haberse puesto tacones. Robert se acercó a ella. No estaba solo. Un hombre de unos cuarenta años lo acompañaba. En ese momento la miraba con interés.
—Señorita Johnson, déjeme presentarle a mi Jefe de Seguridad y buen amigo, Jack Bynes —Elle le sonrío tímidamente.
El Señor Bynes intimidada bastante. Alto como Newman estaba tan cuadrado que Elle supo con seguridad que la ropa que llevaba estaba hecha a medida. Se dieron un apretón de manos más suave de lo que había esperado.
—Encantada de conocerlo Sr. Bynes.
—El placer es todo mío —lo dijo en un tono extraño mientras miraba a Robert —. Ahora debo marcharme. Hasta pronto señorita Johnson.
Salió por una puerta distinta a la que ella había utilizado. Las chicas se iban a llevar un buen chasco. Cuando se quedaron solos, Elle no se atrevió a abrir la boca. ¿Había creído por un momento que el dueño de aquel imperio estaba interesado en ella? Por Dios, qué ridícula se sentía. El despacho se había diseñado para intimidar al más pintado. Exudaba dinero y poder por las cuatro paredes (eso, de haber sido cuadrado). Un enorme ventanal rodeaba toda la habitación. Frente a la entrada, la mesa de Robert, grande y robusta era una mezcla de maderas y aceros que impactaba por su diseño moderno y original. Sillones a juego la rodeaban. ¿Quién había creado algo así? A su izquierda, todo un panel de televisores adornaba la pared. A su derecha, un elegante sofá de piel color whisky rodeaba una enorme mesa de acero y cristal. Detrás del conjunto, una mesa de unos cuatro metros contenía el proyecto de un puente. Lámparas, estanterías, alfombras refinadas y óleos urbanos completaban el espacio. Increíble. Aquella habitación era más grande que su casa de Arizona.
—Siéntate, por favor —le indicó con la mano, mientras él permanecía de pie, apoyado sobre su mesa —. Debemos hablar.
El sillón estaba muy cerca de Newman por lo que Elle se sintió, una vez más, desbordada por aquel hombre. No se iba a sentar ahí, lo tenía bastante claro.
—Me gustaría permanecer de pie si usted no se va a sentar —Robert sonrió ligeramente. No lo tuteaba y seguía abiertamente hostil. Debía presionar menos a aquella chiquilla. Estaba tan espléndida con aquella ropa que lo desviaba de su objetivo. Por fin llevaba el pelo suelto. No le gustaban las coletas. La contempló con admiración.
—De acuerdo, vuelvo a mi sitio —lo hizo. Tomó asiento en su espléndido sillón —. Antes de hablar de temas académicos, debemos aclarar algunas cosas por el bien de Jack —lo dijo con cierta preocupación. Elle empezó a sentirse enferma. ¿Por qué había mencionado a ese hombre?
—Jack repasa todos los días las grabaciones de las cámaras de seguridad y está algo sorprendido por lo que ha encontrado —la miraba directamente, examinando cada uno de sus gestos —. Ayer las cámaras nos grabaron al llegar a los aparcamientos, y... después de que yo tomara el ascensor permaneciste...una hora y treinta y siete minutos de pie, mirando la puerta por la que desaparecí —se quedó callado esperando a que ella se explicara. La estaba tuteando a propósito. Era difícil tratar el asunto y confiaba en que la familiaridad ayudara, a fin de cuentas la había tenido en sus brazos.
Elle se había quedado petrificada. No quería desnudar su alma. Se sentía en desventaja. Él había actuado mal y sin embargo, era ella la que tenía que exponerse. ¿Debía enfrentarse a ello? Jack Bynes habría pensado que trataban con una loca... menudo perfil estaba mostrando.
—No quiero que te sientas obligada a hablar. Confío en que lo hagas cuando te encuentres con fuerzas para ello —la miró con una mezcla de ternura y comprensión que acabó por desarmarla.
—Al parecer no sé gestionar el dolor —se detuvo para observar las primeras reacciones. Ninguna —. Cuando algo me hace daño mi cerebro se colapsa. No me permite experimentar un gran sufrimiento. Entro en una especie de estado de indiferencia del que salgo una veces antes que otras.
Robert la miraba sin parpadear. Parecía estar concentrado en sus palabras. ¿Qué estaba pensando? Le preocupaba la imagen que concibiera de ella. ¡Dios! No quería seguir hablando. ¿Cómo contar que su cuerpo creaba después y a marchas forzadas adrenalina y dopamina, consiguiendo con ello salir de ese estado depresivo sin demasiadas secuelas? ¿Cómo decirle que sus niveles de serotonina oscilaban como una veleta, y de ahí que no durmiera adecuadamente? ¿Estaba preparada para compartir todo aquello? No. No conocía a Robert lo suficiente. En el futuro... bueno, quién sabía lo que podía depararle el futuro.
—Y eso es lo que te pasó ayer...
Robert recordó las palabras de Elliot. El coeficiente intelectual de Elle le ocasionaba ciertos problemas.
—Sí, me sentí insultada y humillada. No mentí al decir que había proyectado el aeropuerto en una semana —bajó la cabeza y contempló sus manos. Estaba temblando —Supongo que la impotencia también me afectó...
La última frase apenas fue un susurro. Era una verdad parcial. No iba a confesarle que se sintió angustiada por su frialdad, por su odio, por decepcionarlo cuando quería gustarle, por un montón de cosas que se fueron al traste cuando él le dijo que no quería verla y la dejó plantada... Eso provocó su huída, pero todavía no estaba preparada para admitirlo en voz alta y mucho menos para confesárselo a él.
Robert no dejaba de vigilarla. Su fragilidad lo había asustado. A decir verdad, sólo él era responsable de lo sucedido. No podía imaginar siquiera lo que experimentó en esa hora y media de pie, frente al ascensor. Después había vomitado durante mucho tiempo. Eso no se lo iba a decir. No hacía falta humillarla. Se odiaba por haber permitido que pasara aquello. Ver las imágenes lo habían avergonzado y atemorizado hasta unos extremos insoportables. De pronto, sintió que quería cuidarla. Él la protegería y la ayudaría para superar todo eso. Siempre olvidaba que era prácticamente una niña.
—Perdóname, sé que te hice daño y no puedo soportarlo. Yo también tengo mis propios fantasmas y a veces, no puedo mantenerlos a raya —se puso de pie y se acercó a ella con cuidado —.Ven aquí, por favor —la contemplaba como si no existiera nada más importante que ella.
Se abrazaron en silencio. Elle sintió que se relajaba en sus brazos. El olor del hombre impregnaba sus sentidos: Bergamota, cítricos, sándalo y vainilla. Olía tan bien, y lo sentía tan fuerte y masculino... Robert colocó las manos bajo su cazadora y le acariciaba la espalda con delicadeza. Cuando esas manos comenzaron a avanzar por sus costados, hasta alcanzar sus pechos, Elle no pudo reprimir un gemido de placer. Ese hombre le hacía experimentar sensaciones completamente nuevas y abrumadoras. Sus pezones respondieron ante la presión de los pulgares que no dejaban de tocarlos sin piedad. Robert se inclinó hacia ella y la besó. La delicadeza inicial dio paso a una pasión desenfrenada. Mientras la besaba, sus manos recorrían su cuerpo sin pudor. Amasaba sus pechos con fuerza y le tocaba las nalgas después de haberle subido el vestido a la cintura. Descubrir que llevaba medias le provocó un espasmo de dolor, por un momento creyó que iba a estallar. En ese instante, un ruido los interrumpió. Elle no sabía dónde se encontraba, por lo que tuvo que concentrarse para detectar el origen del sonido. Robert se había apartado bruscamente y pulsaba el interfono.
—No la dejes entrar —¿qué se había perdido? ¿A qué se refería Robert?
—Lo siento —le bajó el vestido con rapidez y le alisó el pelo.
La puerta se abrió repentinamente dando paso a una escultural mujer que los examinó con una mirada especulativa. Torció el gesto en un gracioso mohín.
—Anoche te dejaste en casa tu carpeta y te la he traído. Esta mañana has salido muy deprisa —sonreía mostrando unos dientes preciosos. En realidad toda ella era preciosa. Elle estaba descompuesta —. Linda quería anunciarme pero ya le he explicado que no era necesario, ¿verdad Rob, cariño? —la secretaria se había situado a su espalda con el ceño fruncido.
Elle consiguió sentarse para recobrar el aliento y el sentido común. Aquello no podía estar sucediendo. Esa mujer había pasado la noche con Robert, y no parecía que hubieran estado trabajando. ¡Dios, otra mujer! ¿Dónde tenía la cabeza? Ni se le había ocurrido pensar que hubiera sustituido a Victoria en tan poco tiempo. Había sido tan directo con ella que no imaginaba que hubiera más jugadoras en esa partida. Enlazó su mano con la suya delante de toda la Universidad, incluso delante de Elliot Winter. Es más, quiso acostarse con ella ese mismo día... Pero qué tonta y qué estúpida. Quería llevársela a la cama. El todopoderoso Robert Newman quería tener sexo con ella, así se sencillo. Y, hacía sólo un segundo que se lo había demostrado. Tenía que salir de allí.
—Disculpen, Helen me espera —no miró a nadie. No podía. Salió tambaleándose. Oyó cómo Robert le pedía a Linda que la acompañara. Después llegó hasta los ascensores. Necesitaba pensar con claridad. La secretaria la seguía a corta distancia.
—Ya me ocupo yo —Helen se dirigió a Linda. La muchacha se alejó impaciente. Ya se enteraría de lo que había pasado. En ese edificio no había secretos.
—¿Puedo ayudarte Elle? Ven conmigo, nos tomaremos un café bien cargado —Robert le había pedido que la cuidara hasta que se deshiciera de Samantha. Su jefe insistió en que no permitiera que la chica se fuera sin hablar antes con él.
La cogió del brazo y la llevó hasta una sala amueblada con una moderna y lujosa cocina, a la que no le faltaba un detalle. Se sentaron ante una enorme mesa rectangular que habían dispuesto en medio de la espaciosa habitación.
—¿Es su novia? —Elle tenía la mirada perdida. Aún estaba excitada. No podía estar pasándole aquello.
—Que yo sepa, Robert no ha tenido una relación seria en su vida.
En ese momento, Elle recordó la descripción que Newman hizo de su relación con Tori. ¿Sería esta otra pequeña asociación?
Helen la observó con ternura. La muchacha tenía los ojos vidriosos, los labios hinchados y sus bellas facciones estaban cubiertas por un intenso rubor que se extendía hasta sus delgadas manos. Mostraba las claras evidencias de la pasión. Era la primera vez en los ocho años que llevaba trabajando con Robert que este había tenido un escarceo sexual en el trabajo. Quién lo iba a decir. Algunas chicas se habían acercado a su despacho pero él no las había recibido, saliera con ellas o no. Y ahora, aquella chiquilla había conseguido lo que parecía un imposible. ¿Sería la definitiva? Le gustaba la muchacha, no era como las modelos con las que salía Robert, esta también parecía bella por dentro.
No pasaron ni diez minutos cuando las encontró en la cocina. Helen había colocado unas tazas de café en la mesa. Observó aturdido los dibujos geométricos de los posavasos. No había decidido lo que iba a hacer. Sólo sabía que se había desembarazado definitivamente de Samantha y que él tenía un pequeño problema con el sexo. O mejor aún, con la falta del mismo. Poner en antecedentes a aquella chiquilla estaba fuera de toda lógica. Tenía problemas.
—Helen, tengo que hablar con Elle —la mujer no dudó en levantarse —. Gracias por cuidar de ella.
Helen apretó el brazo de Robert con cariño y después sonrió a la muchacha. Salió cerrando la puerta con mucho cuidado.
—¿Cómo te encuentras? —Robert estaba aterrado. No quería herirla por nada del mundo.
—Mal, ¿es tu novia? Porque conmigo te has comportado como si estuvieras libre. Si lo hubiera sabido yo jamás habría permitido...-estaba histérica. No pudo acabar, dos grandes lagrimones resbalaban por sus mejillas.
Robert tenía el estómago contraído. Odiaba a Samantha con toda su alma. La mujer no significaba nada para él, y ahora había complicado tanto su relación con Elle, que a duras penas pudo contenerse para no echarla a patadas. Ella sabía que no debía verlo en el trabajo. Su relación había quedado clara desde el principio. Él la mantenía, y muy bien, por cierto, a cambio de sexo. Cuando alguno de los dos se cansara, la sociedad quedaría disuelta y no había más. Ese era el trato que él dispensaba a las mujeres. No había amor, no había cenas románticas, no pasaba las noches con ellas... Sólo sexo.
—No es mi novia. Nunca he tenido novia. En realidad, ya no es nadie. Acabamos de dejarlo.
Lo decía mirándola intensamente, esperaba que lo creyera. Estaba preocupado, no quería perderla. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella.
—Anoche te acostaste con ella, le hiciste el amor y hoy dices que no es nadie —Elle estaba perpleja. Para ese hombre las mujeres eran de usar y tirar. Dos mujeres en un mes. ¿También se transformaría ella en nadie cuando apareciera otra chica que le gustara más?
—Aclaremos las cosas. Yo no hago el amor, por lo menos, no hasta ahora —le cogió las manos y se las apretó con fuerza. Hablaba en serio y quería que lo supiera —. Siempre he mantenido relaciones sexuales, sólo eso. Y, las chicas con las que he estado, han sabido desde un principio lo que podían esperar de mí. Debes creerme, nunca le he mentido a nadie. Sin sentimientos, sólo sexo.
—Y conmigo, ¿sólo era sexo? —lo miró confundida. Ella creía sentir algo por él, por eso se abandonaba a sus brazos y le permitía esas demostraciones, que había creído eran de afecto. Vaya, seguía siendo una estúpida integral. Ahora confundía el afecto con el sexo.
—Para ser sincero, no sé lo que me pasa contigo. No dejo de pensar en ti y cuando estoy a tu lado, ya has visto, no puedo controlarme. Por más que lo intento, tengo que sentirte en mis brazos. Es la primera vez que me pasa esto con alguien, así que no sé cómo comportarme. Haré lo que tú quieras —ya lo había dicho, lo tenía en sus manos —. Pero no me apartes de ti, por favor —y, ahora suplicaba. Era patético, pero le daba igual. No iba a permitir que se alejara de su vida.
—Yo... yo no tengo ninguna experiencia. Antes de ti, sólo me habían dado un beso y el hombre que me lo dio, hace unos días me declaró su amor de una manera preciosa —quería explicarle que con ella no podía ser sólo sexo.
Robert había cambiado la expresión de su cara. Ahora se veía inquieto y enfadado. No le hacía ninguna gracia saber que había alguien que le había confesado su amor a la mujer que empezaba a considerar suya.
—¿Es el tipo de la motocicleta? —estaba realmente celoso. Ella lo miró confundida —. Lo siento, sé que no tengo ningún derecho, pero no puedo evitarlo.
Elle se sintió acalorada y se quitó la cazadora. Su vestido no tenía mangas y permitía admirar sus hombros delgados y estilizados. Robert no dejaba de tocarle las manos. Subió los dedos hasta su clavícula y la acarició con delicadeza. La miraba con timidez, pidiendo permiso. Elle no sabía cómo enfrentarse a aquello. La hacía sentirse tan querida... ¿Si era sólo sexo porqué no lo sentía así?
—No. El chico de la moto me ayudó hace unas semanas. Es muy agradable pero no está enamorado de mí —sonrió como si se tratara de algo absurdo de concebir.
Robert continuaba pasándole los dedos por la piel de sus brazos. Había creado un itinerario concreto y lo seguía sin desviarse. Elle no podía imaginar que ser acariciada de aquella forma pudiera ser tan estimulante. Empezaba a sentirse abrumada por el toque de sus dedos.
—Nos estamos desviando del tema, siempre lo hacemos... Si me tocas yo... no soy capaz de pensar con claridad.
Le gustaba aquel hombre. Estaba sentado tan cerca que sentía su aliento en la cara. Era magnífico, con el pelo revuelto, ojos brillantes y su media sonrisa nerviosa. Se había quitado el chaleco. La camisa marcaba sus músculos. Se veía duro y fuerte. Tan grande que podía abarcarla con un abrazo. Elle contempló maravillada la piel de su cuello, le empezaba a asomar una tenue barba. No pudo contenerse, le dio un beso sobre la yugular, que ahora palpitaba a una velocidad desorbitada. Sintió como todo él se tensaba y la cogía de la nuca.
—Sé mi chica —la besó con decisión. Haría lo que fuera por estar con ella. Deseaba que fuera suya por encima de cualquier otra cosa.
—Soy tu alumna, no tengo experiencia de ningún tipo, y gozo de ciertos problemillas —lo dijo sobre sus labios, hablando muy bajito —. No soy la persona más adecuada para ti.
—Te acepto. Eres inteligente, bella, agradable, sincera... puedo seguir —sonreía conmovido — y lo suficientemente chiflada como para querer estar conmigo. ¿Me aceptas tú?
Elle sonreía embobada. Había parecido una declaración de amor ¿verdad? Bueno, ella la sentía así. Quería estar con ese hombre. Lo admiraba y respetaba. Se sentía tan afortunada de gustarle que no podía plantearse nada más. Superarían todos los problemas que fueran surgiendo, por algo eran más inteligentes que la media. Acalló la vocecilla que le advertía que en sólo dos días ya habían tenido más problemas que la media. No quería estropear su felicidad.
—Sí, te acepto, quiero intentarlo. Me pareces una persona maravillosa. Deseo conocerte mejor y formar parte de tu vida, como espero que tú lo hagas de la mía —lo besó con dulzura y se dejó estrechar entre sus brazos —. Aunque conmigo no vas a tener mucho sexo —lo miró sonriendo. Lo decía en serio.
—Iremos despacio, si te refieres a eso —no la soltaba. Se sentía desfallecer de satisfacción. Daba por sentado que iban a tener sexo, sólo una chiquilla muy joven y muy inexperta podía dudar de ello.
Llamaron a la puerta con unos golpes pequeños y esperaron. Estaba claro que no iban a entrar hasta que Robert diera permiso. Se separó de Elle con desgana y abrió.
—Lo siento Robert, pero hay problemas en el puente. Tengo a John al teléfono —Linda hablaba con celeridad. Ahora parecía profesional y muy eficiente. Elle admiró el desdoblamiento de personalidad que había sufrido la mujer.
—Acompáñame — la cogió de la mano y la llevó por un largo pasillo hasta dar con un despacho acristalado. Al fondo, una maqueta enorme presidía toda la zona. Era un puente colgante, el mismo de su despacho, pero tres veces más grande —.Tenemos problemas con un pilar. Échale un vistazo mientras hablo con John.
Elle comprendió que Robert, su... ¿novio? Bueno, su lo que fuera, estaba ya en modo ingeniero. Eso le gustó. Quería aprender todo lo que pudiera, además de... ¿amarlo? Qué lío. Pero no quería confundir los espacios. Ahí estaban para trabajar, así que estudió con calma el proyecto.
El ingeniero estaba sentado frente a una pantalla enorme, en la que se veía al que tenía que ser John. Detrás estaba el puente. Apenas habían empezado a construirlo.
—Te digo que las fuerzas en los pilares no están estabilizadas —el hombre se rascaba la cabeza con nerviosismo —. No podemos seguir sin estar seguros ¿Por qué no lo comprobáis de nuevo?
—Créeme John, está todo bajo control. Lo hemos comprobado tres veces. Los cables principales estabilizarán la fuerza en los pilares. No supondrá un problema que sean delgados— Robert sonreía con comprensión —. Si te quedas más tranquilo lo comprobaré otra vez.
—Gracias Robert, pero después de lo de Tacoma...
—Vamos John, con las estructuras laterales en la plataforma no hay nada que temer. Me paso mañana y lo hablamos.
Después de despedirse de su empleado, Robert se quedó pensativo. Elle no quería interrumpirlo. Le gustó comprobar que trataba a sus inferiores con respeto y cordialidad. Se sentó cerca de la maqueta y la contempló buscando posibles fallos, ahora que conocía lo que preocupaba a aquel hombre era fácil revisarlo. Sin embargo, coincidía con Robert. El puente mostraba una forma muy repasada en el borde y la pendiente en la parte inferior del tablero. Lo que evitaría que el puente se retorciera como sucedió con el de Tacoma Narrows. Si los cálculos de fuerzas eran correctos, no encontraba ningún problema en aquella construcción.
Robert se acercó a la maqueta y se situó frente a Elle.
—Como trabajamos en suelo débil, hemos dedicado gran parte del presupuesto a la cimentación. No obstante ¿Qué te parece? —la miraba realmente interesado en su respuesta. Estaba sorprendida, no se lo esperaba.
—Que es uno de los puentes colgantes de menor longitud que he visto nunca. Quizá, John no ha contado con eso. Si los cálculos son correctos y la cimentación también, la estructura parece perfecta. Desde los años cuarenta hemos avanzado mucho. Alguien debería tranquilizar a ese hombre.
—Sí, tienes razón en todo. Ciertamente, es un puente colgante de escasa longitud, pero era la única solución, ya que por motivos de navegación, no resultaba viable añadir apoyos centrales. Además, otro de los inconvenientes es que la zona sufre remolinos de aire con asiduidad, de ahí el temor de mi encargado. Como verás, luchamos con distintos problemas.
—Tu estructura ya ha previsto las corrientes de aire. Has repasado el borde y la pendiente en la parte inferior —tocaba esas partes en la maqueta — y habéis cimentado concienzudamente. ¿Qué le preocupa realmente Señor Newman?
Robert la miró extasiado. No se lo podía creer. Estaba compartiendo sus problemas profesionales con ella. La quería en su vida.
—En esta obra trabajamos dos ingenieros, Andrew Stewart es mi compañero de proyecto, y... para serte sincero, no me inspira mucha confianza. Él hizo los cálculos iniciales, sobre los que hemos trabajado después. Aunque lo hemos revisado todo varias veces, no me libro de la maldita sensación de que algo falla.
—Te habla una experta en sensaciones. Hazle caso. Estudia el proyecto. Puedo ayudarte si quieres. Como tu chica oficial y única hasta la fecha, —matizó con énfasis— te autorizo este fin de semana, para que emplees todo tu tiempo en inspeccionar los trabajos.
—¿Sabes? Creo que me gustas cada segundo más que el anterior. ¿Qué va a ser de mí dentro de unos meses? —la atrajo hacia él y la abrazó con fuerza.
Elle no contestó, no quería mentir y decirle que en unos meses esperaba que la amara como un loco, no parecía lo más sensato. Sobre todo, porque tendría que explicar sus sentimientos y todavía no los tenía nada claros.
Después de tantos besos apasionados que perdieron la cuenta, Elle lo dejó para serenarse en los servicios. No podía permitirse ese comportamiento en el trabajo. Desde que había conocido a Robert todo se había complicado. Tampoco habían hablado de sus prácticas. Bueno, no habían hablado casi de nada. No se conocían... Tenía que poner orden en toda aquella situación. Comenzaría conociendo el edificio.
Helen hablaba con una pareja de ancianos cuando llegó a su altura. Los acompañaba a los ascensores. Le hizo un gesto con la mano, quería que la esperara. Al terminar de despedirlos, sonreía satisfecha.
—Hemos salvado otro fiasco.
Como no sabía de qué iba el tema, optó por la prudencia y permaneció callada. La mujer la miraba con atención. Estaba al tanto de que era una especie de genio. Probaría sus habilidades.
—Nos dejaste a todos maravillados con tu aeropuerto. ¿Te interesaría algo más pequeño? Se trata de remodelar toda una casa, algo muy distinto. Necesito diseños nuevos. Los Barton, el matrimonio que acaba de marcharse, no están muy convencidos con lo que les he mostrado hasta el momento. Si la próxima vez no nos acercamos más a lo que buscan, se irán a otra parte. No lo han hecho ya por la fama del Estudio, pero no van a esperar mucho más. Tenemos una semana. ¿Qué te parece?
—Me parece señora Sandler que soy su hombre, digo, su mujer. Yo nunca he querido construir rascacielos, ni presas, ni grandes puentes. Quiero ser arquitecta para construir casas. Así de simple —Elle sonreía satisfecha. Un hombre increíble quería estar con ella y ahora iba a remodelar una casa. Se sentía bien — .Estoy preparada para hacer feliz a esa pareja. ¿Cuándo y dónde empiezo?
A Helen le gustaba aquella muchacha. Su fuerza, su energía, su vitalidad. Daba gusto estar con ella. Incluso en la cocina había evitado auto compadecerse. Cualquiera hubiera armado un escándalo, Elle supo mantenerse en su sitio. La chica valía, esperaba que Robert se diera cuenta.
La acompañó a la novena planta. Cuando salieron del ascensor Elle ya conocía la estructura interna y el funcionamiento de todo el edificio Newman. Había tres secciones principales: viviendas, locales de negocio/cultura y obras de ingeniería. Cada nueve plantas se dedicaban a ellas por ese orden. La planta diez contenía salas de reunión y guardería, la veinte más salas de reunión y gimnasio y en el ático, que estaba en la planta treinta, vivía Robert. Simple y funcional. Helen disponía de despacho en cada sección porque su cometido y el de sus colaboradores, era repartir el trabajo. Su departamento trataba con el cliente y lo ponía en contacto con el arquitecto o ingeniero que estuviera disponible en ese momento. Trataban el tema de los repartos una vez al mes, en una reunión por sección. Sólo participaban los arquitectos ejecutivos. También elaboraban el presupuesto y se encargaban del cobro de los honorarios. Incluso contaban con un Departamento Jurídico en la primera planta. Helen parecía vital en todo aquel gigantesco emporio.
Elle estaba deslumbrada. Habían llegado a una zona atestada de mesas de dibujo. Separadores de diseño contribuían a crear la sensación de que cada profesional trabajaba en la más absoluta intimidad. Apenas se oía algún que otro murmullo, lo que era insólito porque allí bien podían encontrarse veinte o treinta personas.
Helen la condujo hasta un despacho, sacó un dosier lleno de planos, anotaciones y fotografías de una vivienda y se las pasó. Debía respetar los deseos de la familia Barton y conseguir que les gustara el proyecto. Al día siguiente tenía una cita con la pareja para conocer la casa a reformar y cambiar impresiones con ellos.
—¿Deseas conocer los diseños que les hemos presentado hasta el momento, o prefieres trabajar de cero? —Helen esperaba la respuesta con interés. Si prefería trabajar de cero la decepcionaría. No deseaba una novata que tuviera un ego tan grande que le impidiera aprovechar el trabajo de otros compañeros.
—Por favor, quiero conocer lo que han rechazado y aprovechar lo que se pueda —hablaba estudiando ya los planos originales. Estaba ansiosa por trabajar en aquel proyecto.
En ese momento recordó algo y no pudo evitar que se le escapara una pequeña sonrisa.
—Helen, ¿podrías facilitarme los planos del Hebble´s? Tengo que demostrarle a Robert que sé de lo que hablo. Cuando tenga tiempo te lo explico —ya estaba inmersa en el trabajo y apenas levantó los ojos de los planos.
Helen la observó encantada. Tenía una madurez impropia de una chiquilla de su edad, no la estaba adulando y no intentaba granjearse su simpatía. Empezaba realmente bien.
La acompañó a la que sería su mesa de trabajo. En ese momento oyeron una voz alterada y una puerta chocar estrepitosamente contra la pared. Elle no sabía qué pensar. Un hombre alto y muy llamativo estaba en el pasillo mirando hacia todos lados con gesto preocupado. Cuando detectó a Helen, se dirigió hacia ella a toda velocidad.
—Helen, gracias a Dios. Necesito un intérprete de japonés con urgencia. Disponemos de quince minutos —se pasaba las manos por el pelo, ignorando lo atrayente que aquello lo hacía. Le recordó a Robert —. Tengo una videoconferencia con Enoki, estamos teniendo serios problemas para entendernos. No acaba de aceptar el proyecto y no comprendo por qué. Ya había dado el visto bueno.
Elle lo observaba con atención. Era extraordinariamente atractivo. Moreno de pelo corto y algo rizado, ojos de color miel, grandes e intensos y una boca muy bonita de labios bien trazados. Llevaba un traje gris de calidad, cosido a mano y camisa azul de seda. La corbata, más oscura que la camisa, tenía un dibujo continuo. Lo encontró muy elegante.
—No puedo hacer milagros Derek. Consigue tiempo, una hora como mínimo. La oficina de intérpretes no está cerca y lo sabes —Helen no había perdido los nervios en ningún momento. Lo decía con absoluta calma. El hombre, por el contrario estaba a punto de explotar.
—Veinte millones Helen, sólo la construcción. No podemos mostrarnos tan incompetentes.
El rostro del individuo había palidecido. Estaba tan alterado que Elle se vio así misma antes de sufrir una de sus conocidas crisis. Habló sin pensar, quería aliviarlo.
—Me gustaría ayudar. Conozco el japonés y salvo que se trate de algún dialecto del Oeste, comprendo el idioma perfectamente.
Derek reparó en ella por primera vez. La miró sopesando lo que había dicho. El escrutinio no debió ser de su agrado porque se veía vacilante e inseguro. Después del acelerado examen y de no haber tomado ninguna decisión, se dirigió a Helen con expectación. No abrió la boca, sino que la contempló esperando que ella lo ayudara de alguna manera.
—Te presento a Elle Johnson. Ella es la ganadora de la Beca Newman.
Helen no dijo nada más. Al hombre se le iluminó la cara y agarró a Elle por el brazo arrastrándola hasta una sala enorme. Se sintió azorada. Parecía que su aeropuerto había calado entre aquella gente, puesto que mencionar su proyecto había convencido al individuo para darle una oportunidad. Observó a su alrededor. Cinco personas se encontraban sentadas en aquella habitación. Se trataba de un despacho de reuniones con una mesa alargada llenando casi todo el espacio. En ese momento todos ocupaban los asientos cercanos a una enorme pantalla que cubría parte de la pared. Elle se situó frente al visor, sonriendo levemente a las personas presentes. Se respiraba un aire tan tenso en aquella habitación, que por un momento quiso salir corriendo. Equivocarse no era una opción viable. Aquellas personas parecían importantes dentro del Estudio. Sus rostros estaban crispados por la intranquilidad.
Por si no estaba lo suficientemente nerviosa, uno de los trajeados ejecutivos señaló a Helen, con un gesto impaciente, que Elle no llevaba chaqueta. La mujer corrió despavorida en busca de su cazadora que se había quedado en la cocina.
Derek comprendió que la muchacha estaba siendo excesivamente presionada, se movía sin querer, balanceando su cuerpo de un lado a otro. Para alguien que había querido echar una mano, no parecía demasiado justo.
—Eres preciosa y lo vas a hacer de miedo. Todos confiamos en ti. Si tienes algún problema, no pasa nada. Te aseguro que nosotros hemos tenido unos cuantos. Intenta salir del atolladero lo mejor que puedas. Miente, pero deja al Estudio en buen lugar —le había cogido la cara entre las manos y la miraba con ternura. La soltó para pasarle las manos por el cabello en un intento de colocarle algunos de los mechones más rebeldes en su sitio —. En breve van a establecer comunicación con nosotros. He puesto como excusa que necesitaba unos planos suplementarios que estaban en otro departamento. Hay algún tipo de problema y no sabemos de qué se trata. Debes averiguarlo con tacto.
Elle respiró con tranquilidad. Confiaba en su memoria, sabía que jamás le había fallado. Hoy tampoco lo haría. Estaba preparada. Segundos más tarde, la pantalla parpadeaba y se producía un silencio inquietante en la sala. Helen abrió la puerta con cuidado y le tendió la chaqueta a Derek, que voló hasta ella y la ayudó a ponérsela. En ese momento, la pantalla mostraba a un hombre delgado, de complexión ligera y de mediana edad. Estaba sentado en un despacho similar al de ellos. Su cara mostraba una sonrisa de franca cortesía. A Elle le resultó un hombre de facciones agradables. No intimidaba, ni parecía querer aprovecharse de su status. La histeria de Derek había contribuido a que creyera que iba a vérselas con un auténtico samurái por lo que encontrarse con aquel caballero la tranquilizó sobremanera.
Elle lo saludó en nombre del Estudio y de todos los presentes. Después se presentó ella misma y esperó con cierta ansiedad que su vocalización hubiera sido tan perfecta como esperaba. En la sala todos contuvieron el aliento. Tras una pausa hecha a propósito, el Señor Sora Enoki la felicitó por su conocimiento del idioma y después pasó a explicarle lo que consideraba de capital importancia. Elle no tomó nota, porque grababa la conversación en su cabeza sin perder ni un detalle, cosa que parecía agradar al Señor Enoki. Enseguida comprendió la confusión. Una vez aclarado todo el asunto, Elle se permitió preguntarle, sabiendo que sería bien recibido por su parte, si era familiar del conocido Ryu Enoki, quarterback de la UNA. Increíble. El Señor Sora Enoki era su orgulloso padre (bendito Matt y sus cotilleos. Había sido fácil atar cabos una vez que reconoció el parecido). Le mostró una foto en la que aparecía con su hijo y como deferencia a ella, también mostró la de toda su familia. Eso era todo un éxito. Elle, comprendiendo la consideración y el respeto del que estaban siendo objeto, se inclinó en una muestra de humildad ante semejante honor. Sólo le quedaba agradecer, en nombre de todo el Estudio de Arquitectura, que hubiera elegido a Newman para la construcción de su nuevo hogar. Finalmente, el Señor Enoki se despidió con una sonrisa satisfecha, en un americano apenas inteligible. El resto de la sala reaccionó poniéndose de pie y saludando con una inclinación. Elle lo encontró muy respetuoso y se sintió orgullosa de aquellos hombres. Había estado bien. Muy bien.
Cuando se cortó la videoconferencia, la habitación quedó conmocionada. La miraban hipnotizados. Los seis hombres esperaban que tomara la palabra. La sonrisa en la cara de ella junto con el lenguaje corporal del Señor Enoki los había apaciguado visiblemente. Elle permanecía de pie ante los seis hombres. Tres a cada lado.
—Señores, como han podido observar la reunión ha sido todo un éxito —Elle no sabía exactamente cómo tratar aquella situación, así que decidió ser lo más clara y correcta posible —. El problema principal radicaba en la diferencia entre terraza y ventana. El equipo de seguridad del Señor Enoki ha eliminado todas las terrazas de los dormitorios. Permitiendo sólo la que da acceso al jardín. He ahí el conflicto, que como pueden figurarse no es tal. Lo he tranquilizado en ese sentido y le he comunicado que se le volverán a mandar los planos definitivos lo antes posible. Ha quedado muy satisfecho. Por otra parte, entiendo que necesitan conocer con exactitud la conversación mantenida, por lo que en cinco minutos dispondrán de una transcripción literal de la misma. Si no desean nada más, permanezcan en el despacho hasta que la redacte.
Tenía que haberlo hecho bien, porque aquellos hombres la miraban asombrados. Algunos murmuraban entre sí, pero no se dirigían a ella directamente. Vaya, no sabía qué pensar.
—¿Por qué ha mostrado dos tipos de fotografías distintas?
Derek la contemplaba sin parpadear. Ni en sus mejores sueños hubiera podido imaginar que aquella criatura tan impresionante dominara el idioma como lo había hecho. Había hablado con un tono educado y agradable, a decir verdad, le había recordado a pura música. Y, cuando entre frase y frase había incluido una sonrisa, todos los presentes, incluido Enoki, habían creído desfallecer de placer. Era una verdadera delicia contemplar a aquella mujercita. Había llevado la entrevista con tal dignidad y distinción que aún no podía quitársela de la cabeza. Casi había sentido un orgasmo de placer ante la rotundidad del resultado.
—El hijo del Señor Enoki, Ryu Enoki, es el quarterback de la UNA y he creído que tal reconocimiento por nuestra parte le haría sentir muy honrado. No me he equivocado. Es por esto que se ha sentido orgulloso de mostrarnos una foto de su hijo y después, ha extendido el gesto a toda su familia. Debemos considerarnos honrados ante tal despliegue de complacencia por su parte.
—Un momento, ¿el hijo de Enoki es el maldito quarterback de la universidad, y nos enteramos ahora?
Derek gritaba sin disimular su enfado. Todos en la sala hablaban entre sí. Elle empezaba a pensar que había metido la pata, lo que no sabía era a quién había perjudicado, aunque se temía lo peor. Los gritos de Derek llamando a Helen se lo confirmaron. La había hecho buena.
Cuando Helen entró en el despacho, Derek parecía dispuesto a despedirla. El hombre transmitía bastante autoridad dentro de todo aquel engranaje. No podía estar pasándole aquello. Primero, la amante de Robert y ahora, aquel monumental lío.
—Helen, acabamos de enterarnos de que el Señor Enoki tiene un hijo en la UNA. ¡Es el quarterback! ¿Por qué no lo sabíamos? —estaba tan enfadado que Elle comenzó a inquietarse por la mujer.
Helen estaba tan tranquila como aparentaba. Su rostro, sereno y relajado, no mostraba ninguna evidencia de que la estuvieran increpando, y, para alivio de Elle, no parecía temer a aquel hombre.
—Derek, mi cometido es poner a los clientes en contacto con la sección adecuada. Cosa que hice. Mi departamento no interroga a los clientes. Se nos informa de los trabajos a realizar y os ponemos en contacto. Elaboramos un presupuesto y realizamos el cobro final. Funciones que conocéis todos. Si no estabais al corriente de ese detalle, sólo vosotros sois los culpables. Eso, si lo que buscas es a alguien a quién culpar —había hablado con calma, como si estuviera acostumbrada a encontrarse en aquellos trances.
Elle admiró la profesionalidad de la mujer. Y, a pesar de decirse que era mejor no intervenir, se sentía demasiado responsable como para no hacerlo.
—Debo aclarar que el Señor Enoki no esperaba en un principio que se le hablara de su hijo. El hombre japonés es reservado y normalmente no mezcla los negocios con la intimidad familiar. Entiendo que hoy se trataba de un día perfecto para hacerlo, dado que estábamos inmersos en una pequeña crisis y teníamos que distraer la atención de una posible incompetencia por parte del Estudio. Sin embargo, se ha resuelto satisfactoriamente y sin necesidad de mentir —Elle miró a Derek directamente — . ¿No es así?
El hombre, al igual que el resto de responsables del proyecto, había enmudecido para escucharla con interés. Después de su intervención en la videoconferencia, despertaba a su alrededor un profundo respeto, difícilmente se podía explicar con palabras. Era como escuchar la voz de la sabiduría y la experiencia, lo que era absurdo porque aquella criatura apenas había dejado la guardería. Si a eso le sumabas lo extraordinariamente bella y sensual que se veía, Derek no sabía muy bien cómo reaccionar.
—De acuerdo, pido disculpas.
En realidad, la miraba a ella y no a Helen.
—Estupendo —Elle le devolvió la mirada con una sonrisa exultante, que lo dejó sin respiración. Ella ni siquiera fue consciente del efecto, pero los demás no dejaron de apreciar los cambios que se habían producido en Derek, que se aproximaba a la chica como atraído por un imán.
Helen salió del despacho, antes de desaparecer, se giró y dio las gracias a Elle con un gesto. Ella le sonrió, aliviada de que todo hubiera terminado bien.
Una vez reproducida la conversación de forma literal, hizo seis copias y entró resueltamente en el despacho. Los hombres leyeron la transcripción y no le hicieron ninguna pregunta. Miraban a Derek, esperando impacientes su reacción. Este no movió ni un músculo. Estaba impresionado. Las capacidades de aquella chiquilla no parecían tener fin. Había repetido exactamente, incluidas las sonrisas, la entrevista mantenida con Enoki. Y, para ser sincero consigo mismo, no quería mirarla por temor a pedirle que lo acompañara a cenar o al fin del mundo. No quería que se fuera. No acababa de entenderlo pero deseaba fervientemente que no desapareciera de su vista. Para disimular su aturdimiento, le presentó a sus cinco compañeros de proyecto, que la miraban con adoración y respeto.
—Estoy encantada de conocerlos señores —les sonrío con agrado, después se volvió hacia Derek —. Aún no se ha presentado a sí mismo señor —la sonrisa de Elle se volvió tímida cuando descubrió a Derek comiéndosela con los ojos. Aquello la sorprendió.
—Lo siento, creí que me había presentado con Helen... Soy Derek Newman.
Vaya, si Robert no tenía más que una hermana, aquel hombre debía ser su primo. Esperaba haberle caído bien. Quería gustar a su familia.