CAPÍTULO PRIMERO

Miguel era un niño guapo, tenía doce años y muchos amigos. Una tarde de verano, en el pueblo al que iba desde pequeño, paseaba con uno de esos amigos hablando, probablemente, de las chicas que les gustaban a los dos.

—Celia es muy guapa —le dijo Juan Luis a Miguel.

—¡Te gusta, eh! —apuntilló Miguel.

—Sí, claro, pero no me hace caso.

—¿Lo has intentado? —le preguntó Miguel.

—Jo, claro, por supuesto.

—¿Y?

—Nada, le gusta Arturo.

—Pues estamos apañados —dijo Miguel.

—¿Y tú? —dijo Juan Luis—. ¿Quién te gusta?

—Pues no sé muy bien… Creo que ninguna.

—Anda, mentiroso, eso no es verdad, se te van los ojos detrás de Montse cada vez que la ves…

—Bueno, sí, pero eso es un secreto y no te lo puedo contar —dijo Miguel haciéndose el interesante.

—¡Ah!… ¿Y ella lo sabe?

—Sí, claro, es un secreto entre los dos. Hemos decidido no decirlo hasta que nos casemos…

—Ja, ja, ja —rió Juan Luis—. ¡Pues anda que no os queda! Tienes doce años, Miguel.

—Ya. Eso le digo yo. Que podríamos decirlo un poco después a los quince o dicieseis, ¿no te parece?

—Lo que me parece es que estáis un poco locos los dos, pero bueno es vuestra vida.

—Gracias por tu comprensión, Juan Luis. Eres un buen amigo.

Siguieron paseando y los dos amigos llegaron a un lugar discreto del parque. No había nadie. Y sin saber cómo, ni por qué, se encontraron el uno frente al otro mirándose a los ojos, mientras la luz del día comenzaba a caer. En ese anochecer de verano, de repente, Miguel y Juan Luis se abrazaron.

—Eres muy guapo —dijo Miguel.

—Y tú también —contestó Juan Luis.

—Si fueras una chica, te besaría.

—Y yo a ti —dijo Juan Luis.

Y lo hicieron. Se besaron en la boca sintiendo ambos un gran placer. Después, sus paquetes de adolescentes empezaron a rozarse, el uno contra el otro agrandando ese placer que estaban sintiendo. Al final, el placer fue en aumento hasta que desembocó en un orgasmo, el primero que ambos sentían en su vida.