Capítulo 8

Cuatro meses después, Kate estaba de pie casi en el mismo sitio donde había visto por primera vez el Jaguar. Sin embargo, esta vez nadie describiría el coche que estaba frente a ella como una pieza de chatarra. Ahora funcionaba a la perfección, lo acababan de devolver con la tapicería nueva y el exterior recién pintado, pulido y encerado.
Su obra maestra estaba terminada. Sonriéndose a sí misma, recordó que fue Claire quien había dado pie a que la familia empezara a referirse al Jaguar en términos de obra de arte.
—Tyler, empiezo a creer que necesitas cuidados psiquiátricos —dijo Claire mientras se sentaban a la mesa para cenar el mismo día en que había llegado el Jaguar—. Me niego a admitir delante de mis amigos que mi hermano le haya enviado una ruina a su esposa y que ella se haya sentido fascinada con el regalo. Toda la tarde he estado pensando mucho en ello, y he llegado a la conclusión de que lo más sensato será decirles a todos que Kate ha decidido dedicarse al arte avant-garde y que el Jaguar es un proyecto que ha decidido convertir en fuente para adornar el jardín de los rosales.
—Me agrada la idea de ser considerada una artista —había dicho Kate—. Puedo cambiar las herramientas por boinas y, si no estoy de humor para ser sociable, la gente se explicará mi comportamiento diciendo que es parte de mi temperamento artístico.
—Siempre había creído que las mujeres no necesitaban ninguna excusa para explicar sus estados de ánimo —dijo Tyler con sequedad—. Creí que eso era parte de la mística femenina.
Como Claire había estado observando a su hermano con mirada irritada, Kate movió la cabeza y, burlona, fingió un desmayo.
—Y lo dices justo ahora que yo había dejado de pensar que eras un antifeminista incurable —dijo Kate con exasperación exagerada.
—Siempre es una necedad darle a un hombre el beneficio de la duda —advirtió Claire con cinismo.
Dedicándole a su hija una mirada que parecía decir «no estoy interesado en escuchar tus puntos de vista sobre los hombres», Uriah levantó su copa hacia Kate y dijo:
—Propongo un brindis por el temperamento artístico. Le irá muy bien a Kate.
Y desde ese momento, se convirtió en broma familiar la idea de que Kate aspiraba a ser escultura.
Acariciando con cariño el coche, Kate sintió un poco de pena de que ya estuviera terminado. Muchos recuerdos felices lo relacionaban con Tyler.
Sonrió al recordar el brillo de diversión en los ojos de Tyler cuando llegó a casa después de trabajar el día que había enviado el coche. Kate se lo agradeció profusamente.
—El mantenerte feliz, Kate —había dicho él—, es una empresa única.
Y después, fue maravilloso el interés de Tyler por su proyecto. Kate había esperado que él ignorara sus actividades, ya que había satisfecho su necesidad de sentirse ocupada.
Una mañana, una semana después de la llegada del coche, Tyler se levantó de la cama y le arrojó unos vaqueros y una camisa, mientras le decía:
—Ya es hora de levantarse, mi señora mecánica —le ordenó—. Quiero ver lo que has estado haciendo —y entonces, él también se puso unos vaqueros, desayunaron y la acompañó al garaje, donde dedicó toda la mañana a hacerle preguntas y a ayudarla. Después de eso, para sorpresa de Kate, Tyler se había dado tiempo libre, reduciendo en ocasiones su horario de trabajo, para ayudarla en el garaje.
Pero el recuerdo más vivido y el que más significaba para ella, fue el del día en que había pensado darse por vencida con la reconstrucción del auto. Algunas veces, la reparación no había sido tan fácil como había supuesto. Pero en aquella ocasión en concreto, se sentía frustrada y estaba a punto de arrojar las herramientas y concederle la victoria al coche.
Tyler llegó a casa y la encontró en su sala, arreglada y vestida para asistir a una de las fiestas de Claire.
—Pareces sentirte muy infeliz —le dijo, cogiéndola de la barbilla y dándole un ligero beso en la frente—. Iremos al cine y después a cenar. De esa manera, ambos escaparemos de una noche aburrida.
—No se trata de la fiesta de Claire —le confesó, yendo hacia la ventana para mirar el jardín de los rosales con el fin de que Tyler no notara su expresión de fracaso
—. Es el coche. Me enfrento con un obstáculo insalvable.
—No lo creo —obligándola a volverse hacia él, la miró con horror burlón—.
Esta no puede ser mi Kate. Adivino que lo próximo que me dirás es que has decidido aprender a jugar al bridge y practicar el balanceo de tazas sobre tu cabeza. ¿Y qué le diré yo al jardinero? A él no le hará feliz la idea de deshacer el centro del jardín de las rosas para dejarle espacio al «coche fuente».
Ella lo miró, molesta:
—¡No le encuentro la gracia! —dijo, añadiendo frustración a la fiereza de sus palabras.
La expresión de Tyler se hizo seria.
—Entonces, es mejor que analicemos la situación.
—Analizar no ayudará en nada —suspiró con resignación—. La pieza nueva, la única que pude encontrar que pudiera servir, no ajusta, y aunque hubiese ajustado, no podría sincronizar el coche.
Cogiéndola por el brazo, la sacó de la habitación y llegaron hasta el vestíbulo.
—Un Langston no se da por vencido sin luchar a muerte.
Ella estuvo a punto de recordarle que sólo era una Langston temporal, pero las palabras se negaron a salir. En vez de ello, dijo con tono cortante:
—Luchamos, pero triunfó el Jaguar.
—Eso fue sólo el primer combate —le aseguró él, mientras bajaban la escalera y se dirigían hacia la puerta principal.
Dándose cuenta de que no lograría nada con sus protestas, Kate cerró la boca y lo acompañó en silencio hasta el garaje. Cuando entraron, él encendió la luz y frunció el ceño al ver toda clase de herramientas esparcidas alrededor del coche.
—Ponte el mono —le ordenó él quitándose la chaqueta y arrojándola hacia el BMW—. Después me enseñarás cuál es esa pieza que no ajusta.
Lo obedeció de mala gana.
—Bien, ahora dime cuál es esa pieza —ella se lo dijo y Tyler observó ese repuesto tan poco cooperativo.
—Debe encajar allí —le dijo ella, señalándole una parte del motor.
—¿Así? —le preguntó él intentando insertar la pieza.
—No, así —le quitó la pieza, la giró y le mostró cuál era la posición exacta—.
Pero no se puede.
—Por supuesto que se podrá. Si otras personas pueden reconstruir estos autos viejos, tú también puedes —le aseguró sin ninguna duda—. Empieza a pensar en algún invento y yo telefonearé a casa para que nos manden algo de cenar.
Kate se le quedó mirando, incrédula, mientras él levantaba el auricular del teléfono del garaje y llamaba a la cocina.
—Y tráiganos caviar y champán, inmediatamente —terminó—. Necesitamos alimentarnos bien.
Después de dar un sorbo al champán frío y mordisquear el caviar que les habían llevado, ella volvió a su trabajo.
Cuatro intentos y dos copas de champán después, la pieza estaba colocada y el motor había sido sincronizado.
—Ahora que ya le has enseñado a ese motor quién es el jefe, creo que debemos festejarlo —dijo Tyler, mientras ella dejaba la llave inglesa y probaba el mousse de chocolate.
Kate movió la cabeza afirmativamente, pero su sonrisa desapareció y frunció el ceño al mirarlo con mayor detenimiento. Su ropa estaba cubierta de grasa.
—Tu ropa está destrozada —le dijo apenada.
—¿Qué son unas cuantas manchas de grasa cuando se rescata a una dama en problemas?
—Mi caballero andante con armadura reluciente —dijo Kate con alegría, mientras sentía el doloroso deseo de que él se considerara, de verdad, su caballero andante. Él la cogió con delicadeza por la barbilla, obligándola a mirarlo.
—Mi armadura puede que no esté reluciente, pero siempre que necesites a un campeón manchado, recuerda que estoy disponible.
La seriedad de sus ojos oscuros había hecho que el corazón de la chica latiera con fuerza.
—Debo reconocer que has hecho un milagro —dijo Claire interrumpiendo los recuerdos de Kate al salir de la casa y unirse a ella—. Nunca creí que lograras hacer funcionar esta cosa, y mucho menos que crearas un coche que envidiaría cualquiera de mis amigos.
—Gracias —sonrió Kate, notando que Claire se había ablandado durante los últimos meses y, a pesar de que aún no eran amigas, las agresiones casi habían cesado, haciendo que la vida fuese mucho más fácil.
—Es una pena que Tyler no esté aquí para que rompa una botella de champán sobre el capó, o algo similar —añadió Claire mientras seguía mirando el coche con interés.
—Sí, es una pena.
Tyler se había marchado a Texas hacía tres semanas. Ross había decidido de modo inesperado convertirse en el representante de una banda de rock que conoció durante una de sus escapadas a los centros nocturnos de Houston. Con su marcha, el enredo de organización que había creado en las oficinas de las Industrias Langston en Houston se había hecho dolorosamente evidente, y Tyler había tenido que trasladarse a Houston para poner orden en el caos y decidir quién podría ocupar el puesto de su hermano. El trabajo no era fácil. Ross había promocionado a la gente basándose sólo en sus preferencias y antipatías personales. Como resultado de ello, todo estaba hecho un lío y lo que Tyler creyó que se podría arreglar en dos semanas, se tuvo que alargar hasta tres.
A pesar de que intentaba olvidarlo, Kate lo echaba de menos terriblemente. Se había dicho a sí misma que aquello era una práctica necesaria para cuando llegara la hora de separarse, pero ese pensamiento sólo lograba aumentar su depresión.
Cuando él le telefoneó para decirle que se quedaría una semana más, ella había tenido la esperanza de que le pidiera que se reuniera con él en Houston. Pero no lo hizo.
—Tengo reuniones de trabajo todo el día —se quejó Tyler con cansancio. Ella le pidió que no trabajara tanto y tuvo que conformarse con las dos docenas de rosas que él le envió al día siguiente.
—Sin embargo —añadió Claire—, llegará esta tarde. Sé que William irá a recogerlo al aeropuerto, pero, ¿por qué no vas tú y lo impresionas, trayéndolo a bordo del Jaguar?
—¡Es una idea maravillosa! —le sonrió a Claire y acto seguido fue al garaje para que William le dijera dónde debía ir a buscarle.
Un poco antes de la una y quince, Kate aparcaba cerca de la puerta del aeropuerto privado de las Industrias Langston. Su corazón latía con fuerza cuando el avión aterrizó y se dirigió con gracia hacia el lugar donde ella estaba.
Incapaz de controlar su deseo de ver a Tyler lo más pronto posible, caminó con rapidez hacia el avión en el momento en que éste se detenía. La puerta se abrió, la escalerilla descendió y…
No fue Tyler el primero en descender. Fue una mujer de lustrosa caballera roja.
Era Linda McGregor.
—Muchas gracias, Tyler —decía. Y entonces, haciendo una pausa en la puerta del avión, se volvió para mirar a Tyler mientras añadía con tono seductor—: Me alegra que hayas podido quedarte una semana más.
A Kate se le revolvió el estómago. No esperó a escuchar nada más. Regresó corriendo al Jaguar y oyó que Tyler la llamaba. Arrancó el motor y, sin mirar atrás, salió del aeropuerto como alma que lleva el diablo.
No sabía a dónde ir. Sólo sabía que no volvería a la Mansión Langston. Durante su vida había sentido dolor muchas veces, pero nunca tanto como ahora. Se sentía traicionada y humillada.
—Es tu propia y estúpida culpa —se reprochó, mientras entraba en la carretera que llevaba hacia el norte. Se forzó a ver la realidad y admitió que, a pesar de que se había esforzado en lo contrario, había estado empezando a creer que Tyler comenzaba a preocuparse de ella—. Pero todo se trataba de una representación para su padre —dijo en voz alta, como si confesara su candidez ante el mundo y con ello pudiera minimizar el dolor. Pero no lo consiguió.
Nancy se lo había advertido. Le dijo cómo, de niño, se había prometido a sí mismo que jamás se permitiría unirse emocionalmente a nadie. Incluso Claire le había hecho ver a Kate que el único interés de Tyler era su trabajo.
La imagen de Linda bajando del avión se apoderó de su mente y sus dedos se pusieron blancos al sujetar con mayor fuerza el volante al recordar que Tyler le había dicho que Linda lo buscaba cuando se sentía aburrida.
—Es obvio que la cuestión del aburrimiento vale para los dos —musitó Kate esforzándose en encarar la realidad.
Había sido una idiota al pensar que alguien tan poco complaciente y tan aburrida como ella sería capaz de retener durante mucho tiempo a un hombre como Tyler Langston.
Las lágrimas le quemaban los ojos, pero se negó a llorar. Había sido una tonta al olvidar que su relación con Tyler era estrictamente de negocios.
—Lo siento, Tyler —se disculpó Linda, mientras su chófer detenía su coche frente a la Mansión Langston y él se disponía a salir del coche.
—Espero que seas más prudente en el futuro —le respondió Tyler con frialdad
—. Cerró la puerta de golpe y subió los escalones de dos en dos.
—No me gustaría estar en el pellejo de Claire —dijo Linda en voz alta mientras lo miraba marcharse. Su chófer había salido del coche para sacar el equipaje de Tyler; cuando regresó, Linda le dijo—: Vámonos de aquí, James, antes de que empiece la pirotecnia.
Dentro de la Mansión Langston, Tyler entraba y salía de todas las habitaciones buscando a Kate.
—Maldición —murmuró cuando descubrió que Kate no estaba.
Bajó por la escalera con la misma rabia con la que había subido, entró como un tornado en la sala y se encontró con Claire recostada en un sillón, con su eterna copa de vino en una mano.
—Tyler, bienvenido a casa —le dijo con dulzura, levantando la copa en su dirección.
Él se detuvo, con las manos en la cadera, y miró amenazadoramente a su hermana.
—¿Dónde está Kate?
—Es tu esposa. Se supone que eres tú el que debe saber dónde está, no yo —
respondió Claire con fingida inocencia.
—No juegues conmigo —le advirtió él con expresión peligrosa—. Linda me dijo todo acerca de tu pequeño plan.
La expresión semiebria de Claire desapareció y miró a su hermano con seguridad en sí misma.
—En la guerra y en los negocios todo vale, mi querido hermano, y acabo de ganar una batalla.
—Y no te importa a quién puedas herir en el camino —la acusó.
—No intentes representar el papel de humanitario conmigo —le espetó—.
Antes de que te marcharas a Maine para conocer a la señora Kate Riley, te oí discutir con mi padre, porque no querías casarte con ella. Era una conversación demasiado interesante para dejar de escucharla subrepticiamente. Me enteré de la duración que debía tener el matrimonio, basado en el último mío, para que el trato fuera válido.
—Por eso, desde el momento en que Kate entró en esta casa, te has dedicado a romper mi matrimonio —señaló Tyler.
—No habría sido igual si Kate y tú os hubierais casado enamorados —aclaró Claire—. Como estaba segura de que eres capaz de enamorar a una mujer, investigué un poco hasta que me aseguré de que Kate no era del tipo romántico. Gastaste mucho dinero en su familia y le abriste una cuenta bancada mucho antes de que el matrimonio se llevara a cabo. Fue entonces cuando supe que habías hecho un trato con ella. Pero, sólo para estar completamente segura, jugué al billar con Kate poco después de su llegada, y cuando hice un comentario sobre las esposas compradas, se puso tan blanca como el papel. Así, concluí que tu matrimonio no era por amor, sino sólo un juego.
—Esto no es un juego —le espetó él—. Has estado jugando con la vida de otras personas.
Los ojos de Claire se abrieron con una expresión de inocencia burlona.
—Sólo estaba copiando a mi hermano mayor y a mi padre.
El rostro de Tyler se tensó. Después de un momento de frío silencio, dijo:
—Tienes razón. Supongo que sí, que nos estabas copiando —y al terminar de decir eso, salió de la habitación. Arriba, en su estudio, Tyler marcó un número telefónico.
—Comuníqueme con Harvey Stone —ordenó sin preámbulos cuando contestaron.
En menos de un minuto Harvey estaba en la línea.
—Kate y yo hemos tenido una discusión familiar —explicó Tyler con frialdad—.
Ella conduce un Jaguar deportivo con matrícula de Massachusetts. Quiero que la encuentres, pero no quiero que ella lo sepa. Tan pronto como te enteres de algo, llámame a casa.
Kate condujo durante cuatro horas y sólo se paró para echar gasolina. La noche había caído y la tibieza que había sentido en Boston se convirtió en frío, en aquel mes de noviembre en Maine, mientras seguía la costa hacia el norte. Horas antes, se había vestido con cuidado para complacer a Tyler, pero aquella blusa de seda y la delgada chaqueta de lana y falda del mismo tejido, no eran suficientes para protegerla del frío.
La noche era clara, llena de estrellas. Se salió de la carretera principal para entrar en una lateral. No notó la belleza celestial, pero se sentía agradecida de que hubiese luna llena que iluminara el camino. Se paró a un lado de la carretera y salió del coche. Caminó entre las rocas hasta llegar a la pequeña playa donde se había comprometido con Tyler.
No sabía por qué había ido a ese sitio. Quizá se debía a una esperanza de que al regresar al lugar donde todo había empezado, pudiera lograr, mágicamente, que el dolor del final no fuera tan grande. O quizá para convencerse de su estupidez.
El océano golpeaba las rocas que la rodeaban, el agua salada empapaba su ropa y le humedecía el cabello y el rostro. Qué bien recordaba el momento en el que sedujo a Tyler y su frío ofrecimiento de negocios. Tembló y se ajustó la chaqueta.
Sabía que debía marcharse pero, por alguna razón, no quería alejarse de aquella playa solitaria y escondida en la que se escuchaba la fuerza del océano.
Sus sentidos empezaron a registrar otro sonido. Eran las hélices de un helicóptero. De repente, la oscuridad que la rodeaba se iluminó con las luces del aparato.
Reaccionando, se escondió en una grieta. La luz se apagó y todo volvió a estar a oscuras. Se quedó de pie, tensa, esperando lo inevitable. No tenía la menor duda de que Tyler estaba en ese helicóptero.
Oyó que el aparato aterrizaba. Después de un momento, vio que Tyler se acercaba a ella, iluminando el camino con una linterna.
—Ponte esto —le ordenó él, quitándose el pesado abrigo con el que se cubría y dándoselo a ella.
—No quiero nada tuyo —le espetó ella—. Lo único que deseo es que salgas de mi vida.
Él la observó con expresión preocupada.
—No puedes quedarte aquí. Está helando y tú estás empapada.
Kate sabía que no actuaba racionalmente, pero no era capaz de pensar. Estaba actuando sólo por impulso y guiándose por sus emociones. Puso las manos frente a ella, con gesto defensivo, mientras daba un paso atrás.
—Aléjate de mí —le advirtió.
—¿Qué intentas hacer? —le gritó él, acercándose de nuevo—. ¿Quieres imitar a Toby y pescar una neumonía y morir?
¿Morir? El pensamiento golpeó su conciencia, sacándola déla neblina psíquica en la que se encontraba, para hacerle darse cuenta del frío que sentía. Morir porque había sido herida, era el último acto de estupidez.
—No —le respondió como ausente; y, saliendo de la grieta, pasó junto a él y empezó a escalar las rocas, hacia el Jaguar.
Pero Tyler estaba justo detrás de ella cuando llegó arriba y la cogió por el brazo.
—Deja que me marche —le dijo ella entre dientes e intentó golpearlo con la mano que tenía libre.
Pero él la cogió por la muñeca.
—Tú regresarás conmigo.
Un indescifrable «no» salió de su boca, mientras el frío se apoderaba de cada centímetro de su cuerpo, haciéndola temblar incontrolablemente.
—Continuaremos todo esto en cualquier otro sitio más cálido —aseguró él mientras le poma su abrigo y la abrazaba para darle calor.
El helicóptero, que había estado volando sobre el área, volvió a aterrizar y Harvey Stone salió de aparato.
—¿Necesita ayuda, señor Langston? —preguntó.
—Llévate el Jaguar a Boston —le ordenó Tyler—; las llaves están puestas.
—Sí, señor —aceptó Harvey con un movimiento de cabeza. Miró a Kate, pálida y rabiosa entre los brazos de Tyler, y añadió con cortesía—: Buenas noches, señora Langston —y se dirigió hacia el coche.
Dentro del helicóptero, Tyler envolvió a Kate con mantas, haciéndola sentir como un gusano dentro de un capullo. Le abrochó el cinturón de seguridad y le ordenó al piloto que despegara.
El calor volvió al cuerpo de Kate y la vergüenza por su comportamiento la invadió. Había actuado con una debilidad autodestructiva, permitiendo que las emociones rigieran sus actos. Recordando que Tyler desaprobaba ese comportamiento, se sintió aún más estúpida.
El sonido del helicóptero no permitía ninguna conversación, algo que ella agradecía en extremo. Quería tiempo para recuperar su equilibrio. Quería estar controlada y coherente cuando hablara con Tyler.
Mientras volaban en la oscuridad, Kate evitó mirar a Tyler. Sabía que encontraría burla o lástima en sus ojos, y no estaba de humor para ninguna de las dos cosas.
Le pareció una eternidad, pero, por fin, el helicóptero empezó a descender, preparándose para el aterrizaje. Kate miraba hacia abajo preguntándose dónde estarían. No estaban sobre la Mansión Langston. No había ningún jardín de rosas en la parte posterior y la casa era de tres pisos, sin alas.
Después de salir del helicóptero cuando éste hubo aterrizado, Tyler ayudó a Kate a bajar. Una vez libre de la amenaza de las hélices, él la cubrió mejor con las manas y le hizo una señal al piloto para que despegara. Mientras el aparato ascendía, él llevó en brazos a Kate hacia la casa.
—¡Bájame! —le exigió ella, tratando de liberarse de sus brazos sin conseguirlo.
—Se supone que da buena suerte que el marido cruce con su mujer en brazos el umbral de su casa —le gritó—, así que estate quieta y sujétate. Odiaría dejarte caer en este momento.
—Yo ya no soy tu esposa —le espetó—. Fuiste tú el que dejaste tan claro el asunto de la fidelidad como parte de nuestro convenio, ¡y no lo has cumplido!
—Por supuesto que sí lo he cumplido —le respondió él con rabia, mientras entraban en la casa, pasaban por habitaciones sin amueblar y llegaban al pie de una amplia escalera de caracol—. A pesar de lo que implicó esa pequeña escena en el aeropuerto, no estuve con Linda en Houston. Ella apareció en el aeropuerto instantes antes de que mi avión despegara y me pidió que la trajera.
—¡Qué casualidad! —murmuró Kate con amargura, negándose a creer en ninguna de sus mentiras.
—La casualidad no tiene nada que ver con esto —le dijo, subiendo la escalera y recorriendo un pasillo que dejaba ver más habitaciones vacías—. Todo fue un plan de Claire. Parece que escuchó subrepticiamente cuando mi padre insistía en que me casara contigo. Después, descubrió la cantidad de dinero que gasté en tu familia, ató cabos y dedujo que tú y yo habíamos hecho un convenio. Así, razonó que era un juego limpio el tratar de deshacer nuestro matrimonio. Le dijo a Linda que me había casado contigo por capricho.
Frunció el ceño y corrigió lo que acababa de decir:
—De hecho, le dijo a Linda que yo había tenido un ataque agudo de lujuria que tenía que ver con mi «ego» masculino y que decidí poseerte aunque para lograrlo tuviera que casarme contigo. A Linda le gusta creer que todos los hombres son especialmente débiles en esos aspectos, así que creyó la historia. Después, Claire le dijo que yo me había dado cuenta de que había cometido un terrible error, pero que mi sentido del honor me obligaba a tratar de mantener mi matrimonio. Claire dijo que quería ayudarme y que se le ocurrió que si lograba ponerte celosa, tú te marcharías, y yo me quedaría libre. Convenció a Linda y ella, creyendo que me hacía un favor, representó esa pequeña escena en el aeropuerto.
Cuando Tyler terminó de dar la explicación, habían entrado en el dormitorio principal y éste sí estaba completamente amueblado. Con poca ceremonia, la dejó caer sobre la enorme cama.
Mirándolo, se esforzó en decir algo. Si lo que le había dicho era verdad, entonces ella había sido una tonta. Deshaciéndose del enredo de mantas con las que Tyler la había abrigado, se miró en el espejo y se encogió. Su cabello era una masa de rizos, estaba del color del papel y su ropa estaba como si hubiera dormido con ella puesta.
—¿En dónde estamos? —preguntó Kate. Era una pregunta irrelevante en ese momento, pero todavía no se sentía capaz de decir algo. Necesitaba más tiempo para recuperar el control.
—Estamos en nuestro hogar —respondió Tyler.
—Ambos sabemos que nunca ha existido algo que sea nuestro —replicó, luchando por controlar la voz. Y entonces el orgullo amenazó con debilitarse y continuó—: No puedo quedarme. Deberías darte cuenta. Me interesas mucho, a pesar de que no quiero que así sea —una sonrisa irónica le curvó los labios—. Eso debería alimentar tu ego masculino —y entonces su voz adquirió un tono de súplica cuando lo miró a los ojos—. No quiero hacerte perder la oportunidad de poseer el control de las Industrias Langston, pero debe existir alguna otra forma.
—La hay y, de hecho, ya la he tomado —dijo con aspereza.
¡Había terminado! Eso era lo que ella había querido. Sin embargo, le dolía más que cualquier otra cosa en el mundo. Temerosa de que Tyler pudiera notar las lágrimas que le nublaban la vista, bajó la mirada.
—He terminado con todas mis conexiones con las Industrias Langston —
continuó él—. He renunciado a mi puesto y le he ofrecido a mi padre la primera oportunidad para que compre todas las acciones que he cumulado durante todos estos años.
—Yo… lo siento.
—No, soy yo quien debe sentirlo —le dijo peinándole con delicadeza el cabello
—. Soy como un niño caprichoso que quiere tener el pastel completo y a la vez comérmelo.
—Sé que las Industrias Langston significan mucho para ti —murmuró ella mientras su orgullo le decía que no debía permitir que Tyler la acariciara. No quería su lástima. «Tonta», se dijo a sí misma.
—No significan tanto como tú —le cogió el rostro con las dos manos y la obligó a mirarlo a los ojos—. Te amo, Kate. Por favor, quédate a mi lado y hagamos de esta casa nuestro hogar.
Las lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas. Quería poder creer en él.
—Se supone que los caballeros andantes, en especial los que usan armaduras brillantes, no deben mentir —le dijo, temblorosa. Con suavidad, Tyler besó las lágrimas que le rodaban. Y luego, abrazándola, la acercó a él con tanta fuerza como si creyera que podría volver a escapar.
—No es una mentira. Tardé mucho tiempo en admitirlo —hizo una pausa y movió la cabeza, a manera de autorreproche—. Debí haberlo sabido desde el principio. Fui a Maine para buscar un motivo con el que convencer a mi padre de que su exigencia de que me casara contigo era absurda, y terminé obligándote a casarte conmigo… No porque mi padre lo deseara, sino porque yo lo quería. Toda esa semana anterior a la ceremonia estuve diciéndome que actuaba irracionalmente. Pero no pude sacarte de mi mente ni olvidar el brillo de tus ojos grises cuando te ponías rabiosa. Me dije que era un deseo egoísta y me disgusté conmigo mismo al forzarte a casarte conmigo, pero aun así continué. Después, descubrí que sentía celos de tu ex marido porque lo habías amado tanto que llegaste a seducir a un extraño con tal de guardar su secreto. Pero hasta que los celos me hicieron perder el control sólo por un momento inocente que pasaste con William, no me di cuenta de mis sentimientos hacia ti. Te amo y te necesito, Kate. Nunca pensé que sería capaz de decirle esto a alguien, pero es la verdad. Compré esta casa porque quería que viviéramos siempre juntos. Tenía planeado traerte aquí cuando volviera de Houston. Tenía amueblado sólo lo esencial, porque quería que tú decoraras el resto a tu gusto.
Su abrazo y sus palabras eran embriagadores. Quería perderse en esa tibieza, pero aún tenía preguntas.
—Si ya no tienes nada que ver con las Industrias Langston, ¿cómo podremos mantener esta casa?
—Porque, contrariamente a la creencia general, mi adorada, las Industrias Langston no han sido el único interés de mi vida. Mi madre tenía una fortuna propia y, cuando murió, la heredamos mis hermanos y yo. Invertí mi dinero en bienes raíces, en pequeñas compañías que, poco a poco, han sido muy rentables —la besó en la punta de la nariz y añadió—: Así, puedo seguir afrontando los gastos que originas con el tren de vida al que estás acostumbrada.
¡Él la amaba y la necesitaba! Kate quería llorar y reír al mismo tiempo. Pero, en vez de hacerlo, preguntó temblorosa:
—¿Tiene un garaje esta casa?
—Uno muy bien equipado —le aseguró—. Hice que William se asegurara de ello.
—En ese caso —dijo ella abrazándolo por el cuello y dejándose hundir en las profundidades de sus ojos oscuros—, ¿qué más puede desear una mujer?
—Mi ego se siente un tanto lastimado al saber que me aman sólo porque tengo un garaje —protestó, mordiéndole el lóbulo de la oreja.
—El garaje es secundario —le murmuró.
Mucho tiempo después, mientras Tyler estaba echado a su lado, Kate se apoyó en uno de sus codos y le acarició la línea de la mandíbula. Sentía una felicidad más grande de la que jamás había soñado.
—¿Cómo supiste dónde encontrarme esta tarde? —le preguntó con suavidad—.
Ni siquiera yo sabía hacia dónde iba cuando de repente me encontré allí.
—Al principio no tenía la menor idea —le respondió—. Harvey Stone usó su radio y empezó a preguntarles a los chóferes de camiones si habían visto un coche deportivo con matrícula de Massachusetts. No hay muchos coches que se ajusten a la descripción del tuyo y pronto alguien dijo que te había visto. Cuando supe la dirección que habías tomado, se me ocurrió en dónde podrías estar.
—Me alegra que me hayas encontrado —le murmuró con voz ronca, besándole la comisura de los labios.
—Te alegra porque tengo un garaje muy bien equipado — bromeó, frunciendo el ceño.
La expresión de Kate se volvió repentinamente seria.
—Me alegra porque te amo.
—Ya era hora de que dijeras eso, señora —le gritó, abrazándola con gesto posesivo.
A la mañana siguiente los despertó el timbre del teléfono.
—Pensé que pasarían días antes de que esa cosa fuera instalada —protestó Tyler mientras Kate salía de sus brazos y levantaba el auricular.
Después de unos cuantos minutos de conversación, en la cual la participación de Kate había sido de monosílabos, ella dijo:
—Hablaré con él al respecto —y, despidiéndose, colgó.
—¿Hablarás con quién acerca de qué? —preguntó Tyler mientras le besaba el hombro.
—Contigo, sobre tu regreso a Industrias Langston —le respondió con expresión seria—. Era tu padre y quiere que vuelvas. Dice que está dispuesto a aceptar cualquier trato que tú desees plantear. Asegura que no quiere competir contigo en el mercado.
—No regresaré —aseguró Tyler—. No haré nada que me haga correr el riesgo de perderte.
—No puedes perderme ahora —le hizo ver ella, juguetona—. ¿Dónde más podría conseguir yo un marido con un garaje tan bien equipado?
Muerto de risa, él la abrazó justo en el momento en que sonó el timbre de la puerta.
—Es tu turno —dijo Kate, cubriéndose con las sábanas—. Yo ya contesté al teléfono.
—Está bien, no te vayas —salió de la cama, se puso unos pantalones y bajó por la escalera, mientras el timbre volvía a sonar.
Minutos después, Tyler volvió a la habitación y le puso a un lado una caja blanca.
—Era para ti —gritó, fingiéndose molesto.
Kate leyó la tarjeta que había sobre la caja, la cual contenía una docena de rosas blancas de tallo largo, movió la cabeza y después rió.
—¿Vas a decirme quién le envía flores a mi esposa a estas horas de la mañana?
—le exigió Tyler.
—Las envía Claire —respondió—. Dice que lamenta mucho todos los problemas que ha causado y me pregunta si estoy dispuesta a restaurarle un viejo Mercedes Benz.
—¿Y bien? —le preguntó mirándola con el ceño fruncido—. ¿Qué piensas responderle?
—Tendré que pensarlo —se destapó y se vistió con la camisa de Tyler—. Tengo hambre, ¿hay algo de comer en este lugar?
—El refrigerador está lleno. Le pedí a Nancy que se ocupara de eso ayer —le besó la nariz y añadió—: No quiero que se diga jamás que no satisfago todas las necesidades de mi esposa.
—Nunca —le aseguró Kate.
Fin