Capítulo 8
Cuatro meses después, Kate estaba de pie
casi en el mismo sitio donde había visto por primera vez el Jaguar.
Sin embargo, esta vez nadie describiría el coche que estaba frente
a ella como una pieza de chatarra. Ahora funcionaba a la
perfección, lo acababan de devolver con la tapicería nueva y el
exterior recién pintado, pulido y encerado.
Su obra maestra estaba terminada.
Sonriéndose a sí misma, recordó que fue Claire quien había dado pie
a que la familia empezara a referirse al Jaguar en términos de obra
de arte.
—Tyler, empiezo a creer que necesitas
cuidados psiquiátricos —dijo Claire mientras se sentaban a la mesa
para cenar el mismo día en que había llegado el Jaguar—. Me niego a
admitir delante de mis amigos que mi hermano le haya enviado una
ruina a su esposa y que ella se haya sentido fascinada con el
regalo. Toda la tarde he estado pensando mucho en ello, y he
llegado a la conclusión de que lo más sensato será decirles a todos
que Kate ha decidido dedicarse al arte avant-garde y que el Jaguar es un proyecto que ha
decidido convertir en fuente para adornar el jardín de los
rosales.
—Me agrada la idea de ser considerada una
artista —había dicho Kate—. Puedo cambiar las herramientas por
boinas y, si no estoy de humor para ser sociable, la gente se
explicará mi comportamiento diciendo que es parte de mi
temperamento artístico.
—Siempre había creído que las mujeres no
necesitaban ninguna excusa para explicar sus estados de ánimo —dijo
Tyler con sequedad—. Creí que eso era parte de la mística
femenina.
Como Claire había estado observando a su
hermano con mirada irritada, Kate movió la cabeza y, burlona,
fingió un desmayo.
—Y lo dices justo ahora que yo había dejado
de pensar que eras un antifeminista incurable —dijo Kate con
exasperación exagerada.
—Siempre es una necedad darle a un hombre el
beneficio de la duda —advirtió Claire con cinismo.
Dedicándole a su hija una mirada que parecía
decir «no estoy interesado en escuchar tus puntos de vista sobre
los hombres», Uriah levantó su copa hacia Kate y dijo:
—Propongo un brindis por el temperamento
artístico. Le irá muy bien a Kate.
Y desde ese momento, se convirtió en broma
familiar la idea de que Kate aspiraba a ser escultura.
Acariciando con cariño el coche, Kate sintió
un poco de pena de que ya estuviera terminado. Muchos recuerdos
felices lo relacionaban con Tyler.
Sonrió al recordar el brillo de diversión en
los ojos de Tyler cuando llegó a casa después de trabajar el día
que había enviado el coche. Kate se lo agradeció
profusamente.
—El mantenerte feliz, Kate —había dicho él—,
es una empresa única.
Y después, fue maravilloso el interés de
Tyler por su proyecto. Kate había esperado que él ignorara sus
actividades, ya que había satisfecho su necesidad de sentirse
ocupada.
Una mañana, una semana después de la llegada
del coche, Tyler se levantó de la cama y le arrojó unos vaqueros y
una camisa, mientras le decía:
—Ya es hora de levantarse, mi señora
mecánica —le ordenó—. Quiero ver lo que has estado haciendo —y
entonces, él también se puso unos vaqueros, desayunaron y la
acompañó al garaje, donde dedicó toda la mañana a hacerle preguntas
y a ayudarla. Después de eso, para sorpresa de Kate, Tyler se había
dado tiempo libre, reduciendo en ocasiones su horario de trabajo,
para ayudarla en el garaje.
Pero el recuerdo más vivido y el que más
significaba para ella, fue el del día en que había pensado darse
por vencida con la reconstrucción del auto. Algunas veces, la
reparación no había sido tan fácil como había supuesto. Pero en
aquella ocasión en concreto, se sentía frustrada y estaba a punto
de arrojar las herramientas y concederle la victoria al
coche.
Tyler llegó a casa y la encontró en su sala,
arreglada y vestida para asistir a una de las fiestas de
Claire.
—Pareces sentirte muy infeliz —le dijo,
cogiéndola de la barbilla y dándole un ligero beso en la frente—.
Iremos al cine y después a cenar. De esa manera, ambos escaparemos
de una noche aburrida.
—No se trata de la fiesta de Claire —le
confesó, yendo hacia la ventana para mirar el jardín de los rosales
con el fin de que Tyler no notara su expresión de fracaso
—. Es el coche. Me enfrento con un obstáculo
insalvable.
—No lo creo —obligándola a volverse hacia
él, la miró con horror burlón—.
Esta no puede ser mi Kate. Adivino que lo
próximo que me dirás es que has decidido aprender a jugar al bridge
y practicar el balanceo de tazas sobre tu cabeza. ¿Y qué le diré yo
al jardinero? A él no le hará feliz la idea de deshacer el centro
del jardín de las rosas para dejarle espacio al «coche
fuente».
Ella lo miró, molesta:
—¡No le encuentro la gracia! —dijo,
añadiendo frustración a la fiereza de sus palabras.
La expresión de Tyler se hizo seria.
—Entonces, es mejor que analicemos la
situación.
—Analizar no ayudará en nada —suspiró con
resignación—. La pieza nueva, la única que pude encontrar que
pudiera servir, no ajusta, y aunque hubiese ajustado, no podría
sincronizar el coche.
Cogiéndola por el brazo, la sacó de la
habitación y llegaron hasta el vestíbulo.
—Un Langston no se da por vencido sin luchar
a muerte.
Ella estuvo a punto de recordarle que sólo
era una Langston temporal, pero las palabras se negaron a salir. En
vez de ello, dijo con tono cortante:
—Luchamos, pero triunfó el Jaguar.
—Eso fue sólo el primer combate —le aseguró
él, mientras bajaban la escalera y se dirigían hacia la puerta
principal.
Dándose cuenta de que no lograría nada con
sus protestas, Kate cerró la boca y lo acompañó en silencio hasta
el garaje. Cuando entraron, él encendió la luz y frunció el ceño al
ver toda clase de herramientas esparcidas alrededor del
coche.
—Ponte el mono —le ordenó él quitándose la
chaqueta y arrojándola hacia el BMW—. Después me enseñarás cuál es
esa pieza que no ajusta.
Lo obedeció de mala gana.
—Bien, ahora dime cuál es esa pieza —ella se
lo dijo y Tyler observó ese repuesto tan poco cooperativo.
—Debe encajar allí —le dijo ella,
señalándole una parte del motor.
—¿Así? —le preguntó él intentando insertar
la pieza.
—No, así —le quitó la pieza, la giró y le
mostró cuál era la posición exacta—.
Pero no se puede.
—Por supuesto que se podrá. Si otras
personas pueden reconstruir estos autos viejos, tú también puedes
—le aseguró sin ninguna duda—. Empieza a pensar en algún invento y
yo telefonearé a casa para que nos manden algo de cenar.
Kate se le quedó mirando, incrédula,
mientras él levantaba el auricular del teléfono del garaje y
llamaba a la cocina.
—Y tráiganos caviar y champán,
inmediatamente —terminó—. Necesitamos alimentarnos bien.
Después de dar un sorbo al champán frío y
mordisquear el caviar que les habían llevado, ella volvió a su
trabajo.
Cuatro intentos y dos copas de champán
después, la pieza estaba colocada y el motor había sido
sincronizado.
—Ahora que ya le has enseñado a ese motor
quién es el jefe, creo que debemos festejarlo —dijo Tyler, mientras
ella dejaba la llave inglesa y probaba el mousse de
chocolate.
Kate movió la cabeza afirmativamente, pero
su sonrisa desapareció y frunció el ceño al mirarlo con mayor
detenimiento. Su ropa estaba cubierta de grasa.
—Tu ropa está destrozada —le dijo
apenada.
—¿Qué son unas cuantas manchas de grasa
cuando se rescata a una dama en problemas?
—Mi caballero andante con armadura
reluciente —dijo Kate con alegría, mientras sentía el doloroso
deseo de que él se considerara, de verdad, su caballero andante. Él
la cogió con delicadeza por la barbilla, obligándola a
mirarlo.
—Mi armadura puede que no esté reluciente,
pero siempre que necesites a un campeón manchado, recuerda que
estoy disponible.
La seriedad de sus ojos oscuros había hecho
que el corazón de la chica latiera con fuerza.
—Debo reconocer que has hecho un milagro
—dijo Claire interrumpiendo los recuerdos de Kate al salir de la
casa y unirse a ella—. Nunca creí que lograras hacer funcionar esta
cosa, y mucho menos que crearas un coche que envidiaría cualquiera
de mis amigos.
—Gracias —sonrió Kate, notando que Claire se
había ablandado durante los últimos meses y, a pesar de que aún no
eran amigas, las agresiones casi habían cesado, haciendo que la
vida fuese mucho más fácil.
—Es una pena que Tyler no esté aquí para que
rompa una botella de champán sobre el capó, o algo similar —añadió
Claire mientras seguía mirando el coche con interés.
—Sí, es una pena.
Tyler se había marchado a Texas hacía tres
semanas. Ross había decidido de modo inesperado convertirse en el
representante de una banda de rock que conoció durante una de sus
escapadas a los centros nocturnos de Houston. Con su marcha, el
enredo de organización que había creado en las oficinas de las
Industrias Langston en Houston se había hecho dolorosamente
evidente, y Tyler había tenido que trasladarse a Houston para poner
orden en el caos y decidir quién podría ocupar el puesto de su
hermano. El trabajo no era fácil. Ross había promocionado a la
gente basándose sólo en sus preferencias y antipatías personales.
Como resultado de ello, todo estaba hecho un lío y lo que Tyler
creyó que se podría arreglar en dos semanas, se tuvo que alargar
hasta tres.
A pesar de que intentaba olvidarlo, Kate lo
echaba de menos terriblemente. Se había dicho a sí misma que
aquello era una práctica necesaria para cuando llegara la hora de
separarse, pero ese pensamiento sólo lograba aumentar su
depresión.
Cuando él le telefoneó para decirle que se
quedaría una semana más, ella había tenido la esperanza de que le
pidiera que se reuniera con él en Houston. Pero no lo hizo.
—Tengo reuniones de trabajo todo el día —se
quejó Tyler con cansancio. Ella le pidió que no trabajara tanto y
tuvo que conformarse con las dos docenas de rosas que él le envió
al día siguiente.
—Sin embargo —añadió Claire—, llegará esta
tarde. Sé que William irá a recogerlo al aeropuerto, pero, ¿por qué
no vas tú y lo impresionas, trayéndolo a bordo del Jaguar?
—¡Es una idea maravillosa! —le sonrió a
Claire y acto seguido fue al garaje para que William le dijera
dónde debía ir a buscarle.
Un poco antes de la una y quince, Kate
aparcaba cerca de la puerta del aeropuerto privado de las
Industrias Langston. Su corazón latía con fuerza cuando el avión
aterrizó y se dirigió con gracia hacia el lugar donde ella
estaba.
Incapaz de controlar su deseo de ver a Tyler
lo más pronto posible, caminó con rapidez hacia el avión en el
momento en que éste se detenía. La puerta se abrió, la escalerilla
descendió y…
No fue Tyler el primero en descender. Fue
una mujer de lustrosa caballera roja.
Era Linda McGregor.
—Muchas gracias, Tyler —decía. Y entonces,
haciendo una pausa en la puerta del avión, se volvió para mirar a
Tyler mientras añadía con tono seductor—: Me alegra que hayas
podido quedarte una semana más.
A Kate se le revolvió el estómago. No esperó
a escuchar nada más. Regresó corriendo al Jaguar y oyó que Tyler la
llamaba. Arrancó el motor y, sin mirar atrás, salió del aeropuerto
como alma que lleva el diablo.
No sabía a dónde ir. Sólo sabía que no
volvería a la Mansión Langston. Durante su vida había sentido dolor
muchas veces, pero nunca tanto como ahora. Se sentía traicionada y
humillada.
—Es tu propia y estúpida culpa —se reprochó,
mientras entraba en la carretera que llevaba hacia el norte. Se
forzó a ver la realidad y admitió que, a pesar de que se había
esforzado en lo contrario, había estado empezando a creer que Tyler
comenzaba a preocuparse de ella—. Pero todo se trataba de una
representación para su padre —dijo en voz alta, como si confesara
su candidez ante el mundo y con ello pudiera minimizar el dolor.
Pero no lo consiguió.
Nancy se lo había advertido. Le dijo cómo,
de niño, se había prometido a sí mismo que jamás se permitiría
unirse emocionalmente a nadie. Incluso Claire le había hecho ver a
Kate que el único interés de Tyler era su trabajo.
La imagen de Linda bajando del avión se
apoderó de su mente y sus dedos se pusieron blancos al sujetar con
mayor fuerza el volante al recordar que Tyler le había dicho que
Linda lo buscaba cuando se sentía aburrida.
—Es obvio que la cuestión del aburrimiento
vale para los dos —musitó Kate esforzándose en encarar la
realidad.
Había sido una idiota al pensar que alguien
tan poco complaciente y tan aburrida como ella sería capaz de
retener durante mucho tiempo a un hombre como Tyler Langston.
Las lágrimas le quemaban los ojos, pero se
negó a llorar. Había sido una tonta al olvidar que su relación con
Tyler era estrictamente de negocios.
—Lo siento, Tyler —se disculpó Linda,
mientras su chófer detenía su coche frente a la Mansión Langston y
él se disponía a salir del coche.
—Espero que seas más prudente en el futuro
—le respondió Tyler con frialdad
—. Cerró la puerta de golpe y subió los
escalones de dos en dos.
—No me gustaría estar en el pellejo de
Claire —dijo Linda en voz alta mientras lo miraba marcharse. Su
chófer había salido del coche para sacar el equipaje de Tyler;
cuando regresó, Linda le dijo—: Vámonos de aquí, James, antes de
que empiece la pirotecnia.
Dentro de la Mansión Langston, Tyler entraba
y salía de todas las habitaciones buscando a Kate.
—Maldición —murmuró cuando descubrió que
Kate no estaba.
Bajó por la escalera con la misma rabia con
la que había subido, entró como un tornado en la sala y se encontró
con Claire recostada en un sillón, con su eterna copa de vino en
una mano.
—Tyler, bienvenido a casa —le dijo con
dulzura, levantando la copa en su dirección.
Él se detuvo, con las manos en la cadera, y
miró amenazadoramente a su hermana.
—¿Dónde está Kate?
—Es tu esposa. Se supone que eres tú el que
debe saber dónde está, no yo —
respondió Claire con fingida
inocencia.
—No juegues conmigo —le advirtió él con
expresión peligrosa—. Linda me dijo todo acerca de tu pequeño
plan.
La expresión semiebria de Claire desapareció
y miró a su hermano con seguridad en sí misma.
—En la guerra y en los negocios todo vale,
mi querido hermano, y acabo de ganar una batalla.
—Y no te importa a quién puedas herir en el
camino —la acusó.
—No intentes representar el papel de
humanitario conmigo —le espetó—.
Antes de que te marcharas a Maine para
conocer a la señora Kate Riley, te oí discutir con mi padre, porque
no querías casarte con ella. Era una conversación demasiado
interesante para dejar de escucharla subrepticiamente. Me enteré de
la duración que debía tener el matrimonio, basado en el último mío,
para que el trato fuera válido.
—Por eso, desde el momento en que Kate entró
en esta casa, te has dedicado a romper mi matrimonio —señaló
Tyler.
—No habría sido igual si Kate y tú os
hubierais casado enamorados —aclaró Claire—. Como estaba segura de
que eres capaz de enamorar a una mujer, investigué un poco hasta
que me aseguré de que Kate no era del tipo romántico. Gastaste
mucho dinero en su familia y le abriste una cuenta bancada mucho
antes de que el matrimonio se llevara a cabo. Fue entonces cuando
supe que habías hecho un trato con ella. Pero, sólo para estar
completamente segura, jugué al billar con Kate poco después de su
llegada, y cuando hice un comentario sobre las esposas compradas,
se puso tan blanca como el papel. Así, concluí que tu matrimonio no
era por amor, sino sólo un juego.
—Esto no es un juego —le espetó él—. Has
estado jugando con la vida de otras personas.
Los ojos de Claire se abrieron con una
expresión de inocencia burlona.
—Sólo estaba copiando a mi hermano mayor y a
mi padre.
El rostro de Tyler se tensó. Después de un
momento de frío silencio, dijo:
—Tienes razón. Supongo que sí, que nos
estabas copiando —y al terminar de decir eso, salió de la
habitación. Arriba, en su estudio, Tyler marcó un número
telefónico.
—Comuníqueme con Harvey Stone —ordenó sin
preámbulos cuando contestaron.
En menos de un minuto Harvey estaba en la
línea.
—Kate y yo hemos tenido una discusión
familiar —explicó Tyler con frialdad—.
Ella conduce un Jaguar deportivo con
matrícula de Massachusetts. Quiero que la encuentres, pero no
quiero que ella lo sepa. Tan pronto como te enteres de algo,
llámame a casa.
Kate condujo durante cuatro horas y sólo se
paró para echar gasolina. La noche había caído y la tibieza que
había sentido en Boston se convirtió en frío, en aquel mes de
noviembre en Maine, mientras seguía la costa hacia el norte. Horas
antes, se había vestido con cuidado para complacer a Tyler, pero
aquella blusa de seda y la delgada chaqueta de lana y falda del
mismo tejido, no eran suficientes para protegerla del frío.
La noche era clara, llena de estrellas. Se
salió de la carretera principal para entrar en una lateral. No notó
la belleza celestial, pero se sentía agradecida de que hubiese luna
llena que iluminara el camino. Se paró a un lado de la carretera y
salió del coche. Caminó entre las rocas hasta llegar a la pequeña
playa donde se había comprometido con Tyler.
No sabía por qué había ido a ese sitio.
Quizá se debía a una esperanza de que al regresar al lugar donde
todo había empezado, pudiera lograr, mágicamente, que el dolor del
final no fuera tan grande. O quizá para convencerse de su
estupidez.
El océano golpeaba las rocas que la
rodeaban, el agua salada empapaba su ropa y le humedecía el cabello
y el rostro. Qué bien recordaba el momento en el que sedujo a Tyler
y su frío ofrecimiento de negocios. Tembló y se ajustó la
chaqueta.
Sabía que debía marcharse pero, por alguna
razón, no quería alejarse de aquella playa solitaria y escondida en
la que se escuchaba la fuerza del océano.
Sus sentidos empezaron a registrar otro
sonido. Eran las hélices de un helicóptero. De repente, la
oscuridad que la rodeaba se iluminó con las luces del
aparato.
Reaccionando, se escondió en una grieta. La
luz se apagó y todo volvió a estar a oscuras. Se quedó de pie,
tensa, esperando lo inevitable. No tenía la menor duda de que Tyler
estaba en ese helicóptero.
Oyó que el aparato aterrizaba. Después de un
momento, vio que Tyler se acercaba a ella, iluminando el camino con
una linterna.
—Ponte esto —le ordenó él, quitándose el
pesado abrigo con el que se cubría y dándoselo a ella.
—No quiero nada tuyo —le espetó ella—. Lo
único que deseo es que salgas de mi vida.
Él la observó con expresión
preocupada.
—No puedes quedarte aquí. Está helando y tú
estás empapada.
Kate sabía que no actuaba racionalmente,
pero no era capaz de pensar. Estaba actuando sólo por impulso y
guiándose por sus emociones. Puso las manos frente a ella, con
gesto defensivo, mientras daba un paso atrás.
—Aléjate de mí —le advirtió.
—¿Qué intentas hacer? —le gritó él,
acercándose de nuevo—. ¿Quieres imitar a Toby y pescar una neumonía
y morir?
¿Morir? El pensamiento golpeó su conciencia,
sacándola déla neblina psíquica en la que se encontraba, para
hacerle darse cuenta del frío que sentía. Morir porque había sido
herida, era el último acto de estupidez.
—No —le respondió como ausente; y, saliendo
de la grieta, pasó junto a él y empezó a escalar las rocas, hacia
el Jaguar.
Pero Tyler estaba justo detrás de ella
cuando llegó arriba y la cogió por el brazo.
—Deja que me marche —le dijo ella entre
dientes e intentó golpearlo con la mano que tenía libre.
Pero él la cogió por la muñeca.
—Tú regresarás conmigo.
Un indescifrable «no» salió de su boca,
mientras el frío se apoderaba de cada centímetro de su cuerpo,
haciéndola temblar incontrolablemente.
—Continuaremos todo esto en cualquier otro
sitio más cálido —aseguró él mientras le poma su abrigo y la
abrazaba para darle calor.
El helicóptero, que había estado volando
sobre el área, volvió a aterrizar y Harvey Stone salió de
aparato.
—¿Necesita ayuda, señor Langston?
—preguntó.
—Llévate el Jaguar a Boston —le ordenó
Tyler—; las llaves están puestas.
—Sí, señor —aceptó Harvey con un movimiento
de cabeza. Miró a Kate, pálida y rabiosa entre los brazos de Tyler,
y añadió con cortesía—: Buenas noches, señora Langston —y se
dirigió hacia el coche.
Dentro del helicóptero, Tyler envolvió a
Kate con mantas, haciéndola sentir como un gusano dentro de un
capullo. Le abrochó el cinturón de seguridad y le ordenó al piloto
que despegara.
El calor volvió al cuerpo de Kate y la
vergüenza por su comportamiento la invadió. Había actuado con una
debilidad autodestructiva, permitiendo que las emociones rigieran
sus actos. Recordando que Tyler desaprobaba ese comportamiento, se
sintió aún más estúpida.
El sonido del helicóptero no permitía
ninguna conversación, algo que ella agradecía en extremo. Quería
tiempo para recuperar su equilibrio. Quería estar controlada y
coherente cuando hablara con Tyler.
Mientras volaban en la oscuridad, Kate evitó
mirar a Tyler. Sabía que encontraría burla o lástima en sus ojos, y
no estaba de humor para ninguna de las dos cosas.
Le pareció una eternidad, pero, por fin, el
helicóptero empezó a descender, preparándose para el aterrizaje.
Kate miraba hacia abajo preguntándose dónde estarían. No estaban
sobre la Mansión Langston. No había ningún jardín de rosas en la
parte posterior y la casa era de tres pisos, sin alas.
Después de salir del helicóptero cuando éste
hubo aterrizado, Tyler ayudó a Kate a bajar. Una vez libre de la
amenaza de las hélices, él la cubrió mejor con las manas y le hizo
una señal al piloto para que despegara. Mientras el aparato
ascendía, él llevó en brazos a Kate hacia la casa.
—¡Bájame! —le exigió ella, tratando de
liberarse de sus brazos sin conseguirlo.
—Se supone que da buena suerte que el marido
cruce con su mujer en brazos el umbral de su casa —le gritó—, así
que estate quieta y sujétate. Odiaría dejarte caer en este
momento.
—Yo ya no soy tu esposa —le espetó—. Fuiste
tú el que dejaste tan claro el asunto de la fidelidad como parte de
nuestro convenio, ¡y no lo has cumplido!
—Por supuesto que sí lo he cumplido —le
respondió él con rabia, mientras entraban en la casa, pasaban por
habitaciones sin amueblar y llegaban al pie de una amplia escalera
de caracol—. A pesar de lo que implicó esa pequeña escena en el
aeropuerto, no estuve con Linda en Houston. Ella apareció en el
aeropuerto instantes antes de que mi avión despegara y me pidió que
la trajera.
—¡Qué casualidad! —murmuró Kate con
amargura, negándose a creer en ninguna de sus mentiras.
—La casualidad no tiene nada que ver con
esto —le dijo, subiendo la escalera y recorriendo un pasillo que
dejaba ver más habitaciones vacías—. Todo fue un plan de Claire.
Parece que escuchó subrepticiamente cuando mi padre insistía en que
me casara contigo. Después, descubrió la cantidad de dinero que
gasté en tu familia, ató cabos y dedujo que tú y yo habíamos hecho
un convenio. Así, razonó que era un juego limpio el tratar de
deshacer nuestro matrimonio. Le dijo a Linda que me había casado
contigo por capricho.
Frunció el ceño y corrigió lo que acababa de
decir:
—De hecho, le dijo a Linda que yo había
tenido un ataque agudo de lujuria que tenía que ver con mi «ego»
masculino y que decidí poseerte aunque para lograrlo tuviera que
casarme contigo. A Linda le gusta creer que todos los hombres son
especialmente débiles en esos aspectos, así que creyó la historia.
Después, Claire le dijo que yo me había dado cuenta de que había
cometido un terrible error, pero que mi sentido del honor me
obligaba a tratar de mantener mi matrimonio. Claire dijo que quería
ayudarme y que se le ocurrió que si lograba ponerte celosa, tú te
marcharías, y yo me quedaría libre. Convenció a Linda y ella,
creyendo que me hacía un favor, representó esa pequeña escena en el
aeropuerto.
Cuando Tyler terminó de dar la explicación,
habían entrado en el dormitorio principal y éste sí estaba
completamente amueblado. Con poca ceremonia, la dejó caer sobre la
enorme cama.
Mirándolo, se esforzó en decir algo. Si lo
que le había dicho era verdad, entonces ella había sido una tonta.
Deshaciéndose del enredo de mantas con las que Tyler la había
abrigado, se miró en el espejo y se encogió. Su cabello era una
masa de rizos, estaba del color del papel y su ropa estaba como si
hubiera dormido con ella puesta.
—¿En dónde estamos? —preguntó Kate. Era una
pregunta irrelevante en ese momento, pero todavía no se sentía
capaz de decir algo. Necesitaba más tiempo para recuperar el
control.
—Estamos en nuestro hogar —respondió
Tyler.
—Ambos sabemos que nunca ha existido algo
que sea nuestro —replicó, luchando por controlar la voz. Y entonces
el orgullo amenazó con debilitarse y continuó—: No puedo quedarme.
Deberías darte cuenta. Me interesas mucho, a pesar de que no quiero
que así sea —una sonrisa irónica le curvó los labios—. Eso debería
alimentar tu ego masculino —y entonces su voz adquirió un tono de
súplica cuando lo miró a los ojos—. No quiero hacerte perder la
oportunidad de poseer el control de las Industrias Langston, pero
debe existir alguna otra forma.
—La hay y, de hecho, ya la he tomado —dijo
con aspereza.
¡Había terminado! Eso era lo que ella había
querido. Sin embargo, le dolía más que cualquier otra cosa en el
mundo. Temerosa de que Tyler pudiera notar las lágrimas que le
nublaban la vista, bajó la mirada.
—He terminado con todas mis conexiones con
las Industrias Langston —
continuó él—. He renunciado a mi puesto y le
he ofrecido a mi padre la primera oportunidad para que compre todas
las acciones que he cumulado durante todos estos años.
—Yo… lo siento.
—No, soy yo quien debe sentirlo —le dijo
peinándole con delicadeza el cabello
—. Soy como un niño caprichoso que quiere
tener el pastel completo y a la vez comérmelo.
—Sé que las Industrias Langston significan
mucho para ti —murmuró ella mientras su orgullo le decía que no
debía permitir que Tyler la acariciara. No quería su lástima.
«Tonta», se dijo a sí misma.
—No significan tanto como tú —le cogió el
rostro con las dos manos y la obligó a mirarlo a los ojos—. Te amo,
Kate. Por favor, quédate a mi lado y hagamos de esta casa nuestro
hogar.
Las lágrimas empezaron a resbalar por sus
mejillas. Quería poder creer en él.
—Se supone que los caballeros andantes, en
especial los que usan armaduras brillantes, no deben mentir —le
dijo, temblorosa. Con suavidad, Tyler besó las lágrimas que le
rodaban. Y luego, abrazándola, la acercó a él con tanta fuerza como
si creyera que podría volver a escapar.
—No es una mentira. Tardé mucho tiempo en
admitirlo —hizo una pausa y movió la cabeza, a manera de
autorreproche—. Debí haberlo sabido desde el principio. Fui a Maine
para buscar un motivo con el que convencer a mi padre de que su
exigencia de que me casara contigo era absurda, y terminé
obligándote a casarte conmigo… No porque mi padre lo deseara, sino
porque yo lo quería. Toda esa semana anterior a la ceremonia estuve
diciéndome que actuaba irracionalmente. Pero no pude sacarte de mi
mente ni olvidar el brillo de tus ojos grises cuando te ponías
rabiosa. Me dije que era un deseo egoísta y me disgusté conmigo
mismo al forzarte a casarte conmigo, pero aun así continué.
Después, descubrí que sentía celos de tu ex marido porque lo habías
amado tanto que llegaste a seducir a un extraño con tal de guardar
su secreto. Pero hasta que los celos me hicieron perder el control
sólo por un momento inocente que pasaste con William, no me di
cuenta de mis sentimientos hacia ti. Te amo y te necesito, Kate.
Nunca pensé que sería capaz de decirle esto a alguien, pero es la
verdad. Compré esta casa porque quería que viviéramos siempre
juntos. Tenía planeado traerte aquí cuando volviera de Houston.
Tenía amueblado sólo lo esencial, porque quería que tú decoraras el
resto a tu gusto.
Su abrazo y sus palabras eran embriagadores.
Quería perderse en esa tibieza, pero aún tenía preguntas.
—Si ya no tienes nada que ver con las
Industrias Langston, ¿cómo podremos mantener esta casa?
—Porque, contrariamente a la creencia
general, mi adorada, las Industrias Langston no han sido el único
interés de mi vida. Mi madre tenía una fortuna propia y, cuando
murió, la heredamos mis hermanos y yo. Invertí mi dinero en bienes
raíces, en pequeñas compañías que, poco a poco, han sido muy
rentables —la besó en la punta de la nariz y añadió—: Así, puedo
seguir afrontando los gastos que originas con el tren de vida al
que estás acostumbrada.
¡Él la amaba y la necesitaba! Kate quería
llorar y reír al mismo tiempo. Pero, en vez de hacerlo, preguntó
temblorosa:
—¿Tiene un garaje esta casa?
—Uno muy bien equipado —le aseguró—. Hice
que William se asegurara de ello.
—En ese caso —dijo ella abrazándolo por el
cuello y dejándose hundir en las profundidades de sus ojos
oscuros—, ¿qué más puede desear una mujer?
—Mi ego se siente un tanto lastimado al
saber que me aman sólo porque tengo un garaje —protestó,
mordiéndole el lóbulo de la oreja.
—El garaje es secundario —le murmuró.
Mucho tiempo después, mientras Tyler estaba
echado a su lado, Kate se apoyó en uno de sus codos y le acarició
la línea de la mandíbula. Sentía una felicidad más grande de la que
jamás había soñado.
—¿Cómo supiste dónde encontrarme esta tarde?
—le preguntó con suavidad—.
Ni siquiera yo sabía hacia dónde iba cuando
de repente me encontré allí.
—Al principio no tenía la menor idea —le
respondió—. Harvey Stone usó su radio y empezó a preguntarles a los
chóferes de camiones si habían visto un coche deportivo con
matrícula de Massachusetts. No hay muchos coches que se ajusten a
la descripción del tuyo y pronto alguien dijo que te había visto.
Cuando supe la dirección que habías tomado, se me ocurrió en dónde
podrías estar.
—Me alegra que me hayas encontrado —le
murmuró con voz ronca, besándole la comisura de los labios.
—Te alegra porque tengo un garaje muy bien
equipado — bromeó, frunciendo el ceño.
La expresión de Kate se volvió
repentinamente seria.
—Me alegra porque te amo.
—Ya era hora de que dijeras eso, señora —le
gritó, abrazándola con gesto posesivo.
A la mañana siguiente los despertó el timbre
del teléfono.
—Pensé que pasarían días antes de que esa
cosa fuera instalada —protestó Tyler mientras Kate salía de sus
brazos y levantaba el auricular.
Después de unos cuantos minutos de
conversación, en la cual la participación de Kate había sido de
monosílabos, ella dijo:
—Hablaré con él al respecto —y,
despidiéndose, colgó.
—¿Hablarás con quién acerca de qué?
—preguntó Tyler mientras le besaba el hombro.
—Contigo, sobre tu regreso a Industrias
Langston —le respondió con expresión seria—. Era tu padre y quiere
que vuelvas. Dice que está dispuesto a aceptar cualquier trato que
tú desees plantear. Asegura que no quiere competir contigo en el
mercado.
—No regresaré —aseguró Tyler—. No haré nada
que me haga correr el riesgo de perderte.
—No puedes perderme ahora —le hizo ver ella,
juguetona—. ¿Dónde más podría conseguir yo un marido con un garaje
tan bien equipado?
Muerto de risa, él la abrazó justo en el
momento en que sonó el timbre de la puerta.
—Es tu turno —dijo Kate, cubriéndose con las
sábanas—. Yo ya contesté al teléfono.
—Está bien, no te vayas —salió de la cama,
se puso unos pantalones y bajó por la escalera, mientras el timbre
volvía a sonar.
Minutos después, Tyler volvió a la
habitación y le puso a un lado una caja blanca.
—Era para ti —gritó, fingiéndose
molesto.
Kate leyó la tarjeta que había sobre la
caja, la cual contenía una docena de rosas blancas de tallo largo,
movió la cabeza y después rió.
—¿Vas a decirme quién le envía flores a mi
esposa a estas horas de la mañana?
—le exigió Tyler.
—Las envía Claire —respondió—. Dice que
lamenta mucho todos los problemas que ha causado y me pregunta si
estoy dispuesta a restaurarle un viejo Mercedes Benz.
—¿Y bien? —le preguntó mirándola con el ceño
fruncido—. ¿Qué piensas responderle?
—Tendré que pensarlo —se destapó y se vistió
con la camisa de Tyler—. Tengo hambre, ¿hay algo de comer en este
lugar?
—El refrigerador está lleno. Le pedí a Nancy
que se ocupara de eso ayer —le besó la nariz y añadió—: No quiero
que se diga jamás que no satisfago todas las necesidades de mi
esposa.
—Nunca —le aseguró Kate.
Fin