Es porosa. Se diría que penetran el vaso.
Al abrir un cofrecillo llegado del Oriente
Cuya cerradura rechina y se resiste chirriando,
O bien en una casa desierta en algún armario
Lleno del acre olor del tiempo, polvoriento y negro,
A veces encontramos un viejo frasco que se recuerda
Del que surge vivísima un alma que resucita.
Mil pensamientos dormían, crisálidas fúnebres,
Temblando dulcemente en las pesadas tinieblas,
Que entreabren su ala y toman su impulso,
Teñidas de azur, salpicadas de rosa, laminadas de oro.
He aquí el recuerdo embriagador que revolotea
En el aire turbado; los ojos se cierran: el Vértigo
Agarra el alma vencida y la arroja a dos manos
Hacia un abismo oscurecido de miasmas humanas;
La derriba al borde de un abismo secular,
Donde, Lázaro oloroso desgarrando un sudario,
Se mueve en su despertar el cadáver espectral
De un viejo amor rancio, encantador y sepulcral.
Así, cuando yo esté perdido en la memoria
De los hombres, en el rincón de un siniestro armario
guando me hayan arrojado, viejo frasco desolado,
Decrépito, polvoriento, sucio, abyecto, viscoso, rajado,
¡Yo seré tu ataúd, amable pestilencia!
El testigo de tu fuerza y de tu virulencia,
¡Caro veneno preparado por los ángeles! licor
Que me corroe, ¡Oh, la vida y la muerte de mi corazón!
EL VENENO
De un lujo milagroso,
Y hace surgir más de un pórtico fabuloso
En el oro de su vapor rojizo,
Como un sol poniéndose en un cielo nebuloso.
El opio agranda lo que no tiene límites,
Prolonga lo ilimitado,
Profundiza el tiempo, socava la voluptuosidad,
Y de placeres negros y melancólicos
Colma el alma más allá de su capacidad.
Todo eso no vale el veneno que destila
De tus ojos, de tus ojos verdes,
Lagos donde mi alma tiembla y se ve al revés…
Mis sueños acuden en tropel
Para refrescarse en esos abismos amargos.
Todo esto no vale el terrible prodigio
De tu saliva que muerde,
Que sume en el olvido mi alma sin remordimiento,
¡Y, arrastrando el vértigo,
La rueda desfalleciente en las riberas de la muerte!
L
CIELO ENCAPOTADO
Tu pupila misteriosa (¿es azul, gris o verde?)
Alternativamente tierna, soñadora, cruel,
Refleja la indolencia y la palidez del cielo.
Tú recuerdas esos días blancos, tibios y velados,
Que hacen fundirse en lágrimas los corazones hechizados,
Cuando, agitados por un mal desconocido que los tuerce,
Los nervios demasiado despiertos se burlan del espíritu que duerme.
Te asemejas a veces a esos bellos horizontes
Que iluminan los soles de las brumosas estaciones…
¡Cómo resplandeces, paisaje humedecido
Que inflaman los rayos cayendo de un cielo encapotado!
¡Oh, mujer peligrosa, oh seductores climas!
¿Adoraré también tu nieve y tu escarcha,
Y, lograré extraer del implacable invierno
Placeres más agudos que el hielo y el hierro?
En mi cerebro se pasea,
Como en su morada,
Un hermoso gato, fuerte, suave y encantador.
Cuando maúlla, casi no se le escucha,
A tal punto su timbre es tierno y discreto;
Pero, aunque, su voz se suavice o gruña,
Ella es siempre rica y profunda:
Allí está su encanto y su secreto.
Esta voz, que brota y que filtra,
En mi fondo más tenebroso,
Me colma cual un verso cadencioso
Y me regocija como un filtro.
Ella adormece los más crueles males
Y contiene todos los éxtasis;
Para decir las más largas frases,
Ella no necesita de palabras.
No, no hay arco que muerda
Sobre mi corazón, perfecto instrumento,
Y haga más noblemente
Cantar su más vibrante cuerda.
Que tu voz, gato misterioso,
Gato seráfico, gato extraño,
En que todo es, cual en un ángel,
¡Tan sutil como armonioso!
(II)
De su piel blonda y oscura
Brota un perfume tan dulce, que una noche
Yo quedé embalsamado, por haberlo
Acariciado una vez, nada más que una.
Es el espíritu familiar del lugar;
El juzga, él preside, él inspira
Todas las cosas en su imperio;
¿No será un hada, Dios?
Cuando mis ojos, hacia este gato amado
Atraídos como por un imán,
Se vuelven dócilmente
Y me contemplo en mí mismo,
Veo con asombro
El fuego de sus pupilas pálidas,
Claros fanales, vividos ópalos,
Que me contemplan fijamente.
LII
Los diversos atractivos que engalanan tu juventud;
Pintar quiero tu belleza,
Donde la infancia se alía con la madurez.
Cuando barres el aire con tus faldas amplias,
Produces el efecto de un hermoso navío haciéndose a la mar,
Desplegado el velamen, y que va rolando
Siguiendo un ritmo dulce, y perezoso, y lento.
Sobre tu cuello largo y torneado, sobre tus hombros opulentos,
Tu cabeza se pavonea con extrañas gracias;
Con un aire plácido y triunfal
Atraviesas tu camino, majestuosa criatura.
Yo te quiero relatar, ¡oh, voluptuosa hechicera!
Los diversos atractivos que engalanan tu juventud;
Pintarte quiero tu belleza,
Donde la infancia se alía a la madurez.
Tu pecho que se adelanta y que realza el muaré,
Tu seno triunfante es una bella armadura
Cuyos paneles combados y claros
Como los escudos atajan los dardos;
¡Escudos provocadores, armados de puntas rosadas!
Armario de dulces secretos, lleno de buenas cosas,
De vinos, perfumes, licores
¡Que harían delirar los cerebros y los corazones!
Cuando vas barriendo el aire con tu falda amplia,
Produces el efecto de un hermoso navío haciéndose a la mar,
Desplegado el velamen, y que va rolando
Siguiendo un ritmo dulce, y perezoso, y lento.
Tus nobles piernas, bajo los volados que ellas impulsan,
Atormentan los deseos oscuros, y los acucian,
Como dos hechiceros que hacen
Girar un filtro negro en un vaso profundo.
Tus brazos, que se burlarían de precoces Hércules,
Son de las boas relucientes los sólidos émulos,
Hechos para estrechar obstinadamente,
Como para estampar en tu corazón, tu amante.
Sobre tu cuello largo y torneado, sobre tus hombros opulentos,
Tu cabeza se pavonea con extrañas gracias;
Con un aire plácido y triunfal
Atraviesas tu camino, majestuosa criatura.
LA INVITACIÓN AL VIAJE
¡Piensa en la dulzura
De vivir allá juntos!
Amar libremente,
¡Amar y morir
En el país que a ti se parece!
Los soles llorosos
De esos cielos encapotados
Para mi espíritu tienen la seducción
Tan misteriosa
De tus traicioneros ojos,
Brillando a través de sus lágrimas.
Allá, todo es orden y belleza,
Lujo, calma y voluptuosidad.
Muebles relucientes,
Pulidos por los años,
Decorarían nuestra alcoba;
Las más raras flores
Mezclando sus olores
Al vago aroma del ámbar
Los ricos artesonados,
Los espejos profundos,
El esplendor oriental,
Todo allí hablaría
Al alma en secreto
Su dulce lengua natal.
Allá, todo es orden y belleza,
Lujo, calma y voluptuosidad.
Mira en esos canales
Dormir los barcos
Cuyo humor es vagabundo;
Es para saciar
Tu menor deseo
Que vienen desde el cabo del mundo.
–Los soles en el ocaso
Recubren los campos,
Los canales, la ciudad entera,
De jacinto y de oro;
El mundo se adormece
En una cálida luz
Allá, todo es orden y belleza,
Lujo, calma y voluptuosidad.
Que vive, se agita y se retuerce,
Y se nutre de nosotros como el gusano de los muertos,
Como de la encina la oruga?
¿Podernos ahogar el implacable Remordimiento?
¿En qué filtro filtro, en qué vino, en qué tisana,
Ahogaremos este viejo enemigo,
Paciente como la hormiga?
Destructor y goloso como la cortesana,
¿En qué filtro? – ¿En qué vino?– ¿en qué tisana?
Dilo, bella hechicera, ¡oh! di, si tú lo sabes,
A este espíritu colmado de angustia
Y semejante al moribundo que aplastan los heridos,
Que el casco del caballo holla,
Dilo, bella hechicera, ¡oh! di, si tú lo sabes,
A este agonizante que el lobo ya olfatea
Y que atisba el cuervo,
¡A este soldado fatigado! si es preciso que desespere
De tener su cruz y su tumba;
¡Este pobre agonizante que el lobo ya olfatea!
¿Podemos iluminar un cielo cenagoso y negro?
¿Podemos desgarrar las tinieblas
Más densas que la paz, sin mañana y sin noche,
Sin astros, sin relámpagos fúnebres?
¿Podemos iluminar un cielo cenagoso y negro?
La Esperanza que brillaba en las ventanas del Albergue
Se apagó, ¡ha muerto para siempre!
Sin luna y sin destellos, ¿dónde encontrarán albergue
Los mártires de un camino malo?
¡El Diablo ha apagado todo en las ventanas del Albergue!
Adorable hechicera, ¿amas los condenados?
Di, ¿conoces lo irremisible?
¿Conoces el Remordimiento, el de los rasgos envenenados,
Para el que nuestro corazón sirve de blanco?
Adorable hechicera, ¿amas los condenados?
Lo Irreparable roe con su diente maldito
Nuestra alma, lastimoso monumento,
Y con frecuencia ataca, como la termita,
Por la base el edificio.
¡Lo Irreparable roe con su diente maldito!
–Yo he visto algunas veces, en el foro de un escenario trivial
Que inflamaba la orquesta sonora,
Un hada encender en un cielo infernal
Una milagrosa aurora;
Y yo he visto algunas veces, en el foro de un escenario trivial
Un ser que sólo siendo luz, oro y gasa,
Derribar al enorme Satán;
Pero mi corazón, al que jamás visita el éxtasis,
¡Es un escenario donde se aguarda
Siempre, siempre en vano, el Ser de las alas de gasa!
LV
Pero la tristeza en mí sube como el mar,
Y deja, al refluir, sobre mi labio moroso
El recuerdo penetrante de su limo amargo.
–Tu mano se desliza en vano sobre mi pecho que se pasma;
Lo que ella busca, amiga, es un lugar saqueado
Por la garra y el diente feroz de la mujer.
No busques más mi corazón; las bestias lo han devorado.
Mi corazón es un palacio mancillado por el tumulto;
¡En él se embriagan, se matan, se arrancan los cabellos!
–¡Un perfume flota alrededor de tu garganta desnuda!…
¡Oh, Belleza, duro flagelo de las almas, tú lo quieres!
¡Con tus ojos de fuego, brillante como orgías!,
¡Calcinas estos jirones que han desdeñado las bestias!
LVI
CANTO DE OTOÑO
I
¡Adiós, viva claridad de nuestros menguados estíos!
Escucho ya caer con resonancias fúnebres
La leña retumbante sobre el empedrado de los patios.
Todo el invierno va a penetrar en mí ser: cólera,
Odio, estremecimientos, horror, trabajo duro y forzado,
Y, como el sol en su infierno polar,
Mi corazón no será más que un bloque rojo y helado.
Escucho temblando cada leño que cae;
El patíbulo que erigen no tiene eco más sordo.
Mi espíritu se asemeja a la torre que sucumbe
Bajo la arremetida del ariete infatigable y pesado.
Me parece que, mecido por este chocar monótono,
Clavarán con gran prisa en alguna parte un ataúd,
¿Para quién? – Ayer era verano; ¡he aquí el otoño!
Este ruido misterioso repercute como un adiós.
Dulce beldad; pero hoy todo me es amargo,
Y nada, ni tu amor, ni tu alcoba, ni el hogar,
Valen para mí lo que el sol radiante sobre el mar.
Y sin embargo, ámame, ¡corazón tierno! sé maternal
Hasta para un ingrato, aún para un perverso;
Amante o hermana, sé la dulzura efímera
De un glorioso otoño o de un sol poniente.
¡Breve tarea! La tumba aguarda; ¡Está ávida!
¡Ah! Déjame, mi frente posada sobre tus rodillas,
gustar, añorando el estío blanco y tórrido,
Del otoño el destello amarillo y dulce!
Yo quiero erigir para ti, Madona, mi amante,
Un altar subterráneo en el fondo de mi angustia,
Y cavar en el rincón más negro de mi corazón,
Lejos del deseo mundanal y de la mirada burlona,
Un nicho de azur y de oro todo esmaltado,
Donde tú te erigirás, Estatua maravillosa.
Con mis Versos pulidos, enmallados por un puro metal
Sabiamente constelado de rimas de cristal,
Yo haré para tu cabeza una enorme Corona;
Y de mis Celos, oh Mortal Madona,
Yo sabré cortarte un Manto, de manera
Bárbara, tieso y pesado, y forrado de sospechas,
Que, como una garita, encerrará tus encantos;
No de Perlas bordado, ¡sino de todas mis Lágrimas!
Tu Ropa, será mi deseo, trémulo,
Ondulante, mi Deseo que sube y que desciende,
En las cimas meciéndose, en los valles reposando,
Y reviste con un beso todo tu cuerpo blanco y rosado.
Yo te haré de mi Respeto, hermosos Escarpines
De raso, para tus pies Divinos humillados,
Que, aprisionándolos en un muelle abrazo,
Cual un molde fiel conservarán la impronta.
Si yo no puedo, malgrado todo mi arte diligente,
Por Peana tallar una Pluma de plata,
Pondré la Serpiente que me muerde las entrañas
Bajo tus talones, a fin de que tú pises y te mofes,
Reina victoriosa y fecunda en redenciones,
Este monstruo hinchado de odio y de salivazos.
Tú verás mis Pensamientos, alineados como los Cirios
Ante el altar florido de la Reina de las Vírgenes,
Estrellando el cielorraso pintado de azul,
Mirándote siempre con ojos de fuego;
Y como todo en mí te quiere y te admira,
Todo se hará Benjuí, Incienso, Olíbano, Mirra,
Y sin cesar hacia ti, cumbre blanca y nevada,
En Vapores ascenderá mi Espíritu tempestuoso.
Finalmente, para completar tu papel de María,
Y para mezclar el amor con la barbarie,
¡Negra Voluptuosidad! de los siete Pecados capitales,
Verdugo lleno de remordimientos, yo haré siete Puñales
Bien afilados, y, como un juglar insensible,
Tomando lo más profundo de tu amor por blanco,
¡Yo los plantaré a todos en tu Corazón jadeante,
En tu Corazón sollozante, en tu Corazón sangrante!
LVIII
Te infunden un aire extraño
Que no es digno de un ángel,
Hechicera de los ojos atrayentes,
¡Yo te adoro!, ¡oh, mi frívola,
Mi terrible pasión!
Con la devoción
del sacerdote por su ídolo.
El desierto y la floresta
Embalsaman tus trenzas rústicas.
Tu cabeza tiene las actitudes
Del enigma y del secreto.
Sobre tu carne el perfume vaga
Como alrededor del incensario;
Tú encantas como la noche,
Ninfa tenebrosa y cálida.
¡Ah! los filtros más fuertes
Nada valen para tu pereza,
¡Y tú conoces la caricia
Que hace revivir a los muertos!
Tus caderas están enamoradas
De tus hombros y de tus senos,
Y tú enardeces los cojines
Con tus actitudes lánguidas.
Algunas veces, para aplacar
Tu rabia misteriosa,
Tú prodigas, seria,
La mordedura y el beso;
Tú me desgarras, mi morena,
Con una risa burlona,
Y luego pones sobre mi corazón
Tu mirada suave como la luna.
Bajo tus escarpines de satín,
Bajo tus encantadores pies de seda,
Yo, yo deposito mi inmensa alegría,
Mi genio y mi destino,
Mi alma por ti curada,
¡Por ti, luz y color!
Explosión de calor
¡En mi negra Siberia!
LIX
SISINA
Recorriendo los bosques o batiendo los zarzales,
Cabellos y pecho al viento, embriagándose de ruido,
Soberbia y desafiando a los mejores jinetes!
¿Has visto a Turingia, amante de la carnicería,
Incitando al asalto a un pueblo descalzo,
Las mejillas y la mirada ardientes, encarnando su personaje,
Y trepando, sable en mano, las reales escaleras?
¡Tal la Sisina! Pero, la dulce guerrera
Tiene el alma tan caritativa como asesina;
Su coraje, enloquecido de pólvora y de tambores,
Ante los suplicantes sabe abatir las armas,
Y su corazón, azotado por la llama, tiene siempre,
Para el que se muestra digno, un receptáculo de lágrimas.
Novis te cantabo chordis,
O novelletum quod ludís
In solitudine cordis.
Esto sertis implicata,
O femina delicata,
Per quam solvuntur peccata!
Sicut beneficum Lethe,
Hauriam oscula de te,
Quae imbuta es magnete.
Quum vitiorum tempestas
Turbabat omnes semitas,
Apparuisti, deitas,
Velut stella salutaris
In naufragiis amaris…
Suspendam cor tuis aris!
Piscina plena virtutis,
Fons aeternae juventutis,
Labris vocem redde mutis!
Quod erat spurcum, cremasti;
Quod rudius, exaequasti;
Quod debile, confirmasti!
In fame mea taberna,
In nocte mea lucerna,
Recte me semper guberna.
Adde nunc vires viribus,
Dulce balneum suavibus
Unguentatum odoribus!
Meos circa lumbos mica,
O castitatis lorica,
Aqua tincta seraphica;
Patera gemmis corusca,
Pañis salsus, mollis esca,
Divinum vinum, Francisca!
(Véase al final de GALANTERÍAS)
LXI
A UNA DAMA CRIOLLA
Yo he conocido, bajo un dosel de árboles empurpurados
Y palmeras de las que llueve sobre los ojos la pereza,
A una dama criolla de encantos ignorados.
Su tez es pálida; la morena encantadora
Tiene en el cuello un noble amaneramiento;
Alta y esbelta, al marchar como una cazadora,
Su sonrisa es tranquila y sus ojos arrogantes.
Si fueras, Señora, al verdadero país de la gloria,
Sobre las riberas del Sena o del verde Loire,
Beldad digna de ornar las antiguas moradas,
Harías, en el recogimiento umbríos refugios,
Germinar mil sonetos en los corazones de los poetas
Que tus grandes ojos someterían más esclavos que tus negros.
LXII
MOESTA ET ERRABUNDA
Lejos del negro océano de la inmunda ciudad,
Hacia otro océano donde el resplandor estalla,
Azul, claro, profundo, como la virginidad?
Dime, ¿a veces, tu corazón no vuela, Ágata?
¡La mar, la mar inmensa, consuela nuestros desvelos!
¿Qué demonio ha dotado a la mar, ronca cantante
Que acompaña el inmenso órgano de los vientos gruñidores,
De esta función sublime de canción de cuna?
¡La mar, la mar inmensa, consuela nuestros desvelos!
¡Llévame, vagón! ¡Llévame, fragata!
¡Lejos! ¡lejos! ¡aquí el lodo formado está por nuestras lágrimas!
–¿Es verdad que, a veces, el triste corazón de Ágata
Dice: "Lejos de los remordimientos, de los crímenes, de los dolores,
Llévame, vagón; llévame, fragata"?
¡Cuan lejos estás, paraíso perfumado!
Donde bajo un claro azur todo no es más que amor y alegría,
Donde lo que se ama es digno de ser amado,
¡Dónde, en la voluptuosidad pura el corazón se ahoga!
¡Cuan lejos estás, paraíso perfumado!
Pero, el verde paraíso de los amores infantiles,
Las carreras, las canciones, los besos, los ramilletes,
Los violines vibrando detrás de las colinas,
Con los jarros de vino, de noche, entre las frondas,
–Pero, el verde paraíso de los amores infantiles,
El inocente paraíso, lleno de placeres furtivos,
¿Está más lejos que la India y que la China?
¿Podemos recordarlo con gritos lastimeros
Y animar aún con una voz argentina,
El inocente paraíso lleno de placeres furtivos?
LXIII
Yo volveré a tu alcoba
Y hasta ti me deslizaré sin ruido
Entre las sombras de la noche;
Y te daré, mi morena,
Besos fríos como la luna
Y caricias de serpiente
Alrededor de una fosa rampante.
Cuando llegue la mañana lívida,
Tú encontrarás mi lugar vacío,
En el que hasta en la noche hará frío.
Como otros para la ternura,
Sobre tu vida y sobre tu juventud,
Yo, yo quiero reinar por el terror.
LXIV
SONETO OTOÑAL
"Para ti, caprichoso amante, ¿Cuál es, pues, mi mérito?"
–¡Eres encantador, y callas! Mi corazón, que todo irrita,
Excepto el candor del antiguo animal,
No quiere mostrarte su secreto infernal,
Mecedora cuya mano a largos sueños me invita,
Ni su negra leyenda con el fuego escrita.
¡Yo odio la pasión y el espíritu me hace mal!
Amémonos dulcemente. El amor en su guarida,
Tenebroso, emboscado, tiende su arco fatal.
Yo conozco los artilugios de su viejo arsenal:
¡Crimen, horror y locura! – ¡Oh, pálida margarita!
Como yo, ¿no eres tú un sol otoñal,
Oh, mi blanquísima, oh, mi frigidísima Margarita?
LXV
TRISTEZAS DE LA LUNA
Tal como una beldad, sobre numerosos cojines,
Que con mano distraída y leve acaricia
Antes de dormirse, el contorno de sus senos,
Sobre el dorso satinado de las muelles eminencias,
Desfalleciente, ella se entrega a largos espasmos,
Y pasea sus miradas sobre las imágenes blancas
Que trepan hasta el azur como floraciones.
Cuando, a veces, sobre este globo, en su languidez ociosa,
Ella deja escapar una lágrima furtiva,
Un poeta piadoso, enemigo del sueño,
En la cavidad de su mano coge esta lágrima pálida,
Con reflejos irisados, como un fragmento de ópalo,
Y la coloca en su corazón lejos de las miradas del sol.
LXVI
Gustan por igual, en su madurez,
De los gatos fuertes y dulces, orgullo de la casa,
Que como ellos son friolentos y como ellos sedentarios.
Amigos de la ciencia y de la voluptuosidad,
Buscan él silencio y el horror de las tinieblas;
El Erebo se hubiera apoderado de ellos para sus correrías fúnebres,
Si hubieran podido ante la esclavitud inclinar su arrogancia.
Adoptan al soñar las nobles actitudes
De las grandes esfinges tendidas en el fondo de las soledades,
Que parecen dormirse en un sueño sin fin;
Sus grupas fecundas están llenas de chispas mágicas,
Y fragmentos de oro, cual arenas finas,
Chispean vagamente en sus místicas pupilas.
LXVII
LOS BUHOS
Los búhos se mantienen alineados,
Como dioses extraños,
Clavando su mirada roja. Meditan.
Sin moverse se mantendrán
Hasta la hora melancólica
En que, empujando el sol oblicuo,
Las tinieblas se establezcan.
Su actitud, por sabia, enseña
Que es preciso en este mundo que tema
El tumulto y el movimiento;
El hombre embriagado por la sombra que pasa
Lleva siempre el castigo
De haber querido cambiar de sitio.
Se comprueba, al contemplar mi rostro
De abisinio o de cafre,
Que mi dueño es un gran fumador.
Cuando está colmado de dolor,
Yo humeo como la casucha
Donde se prepara la comida
Para el regreso del labrador.
Yo envuelvo y arrullo su alma
En la red móvil y azul
Que asciende de mi boca encendida,
Y envuelvo un poderoso dictamen
Que encanta su corazón y cura
De fatigas a su espíritu.
LA MÚSICA
Hacia mi pálida estrella,
Bajo un techado de brumas o en la vastedad etérea,
Yo me hago a la vela;
El pecho saliente y los pulmones hinchados
Como velamen,
Yo trepo al lomo de las olas amontonadas
Que la noche me vela;
Siento vibrar en mí todas las pasiones
De un navío que sufre;
El buen viento, la tempestad y sus convulsiones
Sobre el inmenso abismo
Me mecen. ¡Otras veces, calma chicha, gran espejo
De mi desesperación!
LXX
SEPULTURA
Un buen cristiano, por caridad,
Detrás de unos viejos escombros
Entierra vuestro cuerpo alabado,
A la hora en que las castas estrellas
Cierran sus ojos abrumados,
La araña en ellos hará sus telas,
Y la víbora sus crías;
Escucharéis durante todo el año
sobre vuestra cabeza condenada
Los aullidos lamentables de los lobos
Y de las brujas famélicas,
El retozar de los viejos lúbricos.
Y las conspiraciones de los negros rateros.
Grotescamente plantado sobre su frente de esqueleto,
Que una diadema horrible y carnavalesca.
Sin espuelas, sin fusta, acosa un caballo,
Fantasma como él, rocín apocalíptico,
Que babea por el belfo como un epiléptico.
A través del espacio se precipitan juntos,
Y hollan el infinito con un casco atrevido.
El jinete pasea su sable que flamea
Sobre las multitudes innumeras que su montura tritura,
Y recorre, cual un príncipe inspeccionando su palacio,
El cementerio inmenso y frío, sin horizonte,
En el que yacen, bajo la luz de un sol blanco y opaco,
Los pueblos de la historia antigua y moderna.
LXXII
Yo mismo quiero cavar una fosa profunda,
Donde pueda holgadamente tender mis viejos huesos
Y dormir en el olvido como un tiburón en la onda.
Yo odio los testamentos y yo odio las tumbas;
Antes que implorar una lágrima del mundo
Viviente, preferiría invitar a los cuervos
A sangrar todas las puntas de mi osamenta inmunda.
¡Oh, gusanos! negros compañeros sin orejas y sin ojos,
Ved cómo hasta vosotros llega un muerto libre y alegre;
Filosóficos vividores, hijos de la podredumbre,
A través de mi ruina pasad sin remordimientos,
Y decidme si hay aún alguna tortura
Para este viejo cuerpo sin alma ¡y muerto entre los muertos!
La Venganza consternada con brazos rojos y fuertes
Se ha complacido en precipitar en sus tinieblas vacías
Grandes cubos colmados de sangre y de lágrimas de los muertos,
El Demonio hace hoyos secretos en esos abismos,
Por donde huirían mil años de sudores y esfuerzos,
Aunque ella lograra reanimar sus víctimas,
Y para oprimirlas resucitar sus cuerpos.
El Odio es un beodo en el fondo de una taberna,
Que siente siempre la sed nacer del licor
Y multiplicarse como la hidra de Lerna.
–Mas los bebedores felices conocen a su vencedor,
Y el Odio es consagrado a la suerte lamentable
De no poder jamás dormirse bajo la mesa.
LXXIV
LA CAMPANA RAJADA
Escuchar, cabe, el fuego que palpita y humea,
Los recuerdos lejanos lentamente elevarse
Al ruido de los carrillones que cantan en la bruma.
Bienaventurada la campana de garganta vigorosa
Que, malgrado su vejez, alerta y saludable,
Arroja fielmente su grito religioso,
¡Tal como un veterano velando bajo la tienda!
Yo, tengo el alma rajada, y cuando en su tedio
Ella quiere de sus canciones poblar el frío de las noches,
Ocurre con frecuencia que su voz debilitada
Parece el rudo estertor de un herido olvidado
Al borde de un lago de sangre, bajo un montón de muertos,
Y que muere, sin moverse, entre inmensos esfuerzos.
SPLEEN
Pluvioso, irritado contra la ciudad entera,
De su urna, en grandes oleadas vierte un frío tenebroso
Sobre los pálidos habitantes del vecino cementerio
Y la mortandad sobre los arrabales brumosos.
Mi gato sobre el ladrillo buscando una litera
Agita sin reposo su cuerpo flaco y sarnoso;
El alma de un viejo poeta vaga en la gotera
Con la triste voz de un fantasma friolento.
El bordón se lamenta, y el leño ahumado
Acompaña en falsete al péndulo acatarrado,
Mientras que en un mazo de naipes lleno de sucios olores,
Herencia fatal de una vieja hidrópica,
El hermoso valet de coeur y la dama de pique
Charlan siniestramente de sus amores difuntos.
Yo tengo más recuerdos que si tuviera mil años.
Un gran mueble de cajones atiborrado de facturas,
De versos, de dulces esquelas, de procesos, de romances,
Con abundantes cabellos enredados en recibos,
Oculta menos secretos que mi triste cerebro.
Es una pirámide, una inmensa cueva,
Que contiene más muertos que la fosa común.
–Yo soy un cementerio aborrecido de la luna,
Donde, como remordimientos, se arrastran largos gusanos
Que se encarnizan siempre sobre mis muertos más queridos.
Yo soy un viejo gabinete lleno de rosas marchitas,
Donde yace toda una maraña de modas anticuadas,
Donde los pasteles plañideros y los pálidos Boucher,
Solos, exhalan el olor de un frasco destapado.
Nada iguala en longitud a las cojas jornadas,
Cuando bajo los pesados flecos de las nevadas épocas
El hastío, fruto de la melancólica incuria,
Adquiere las proporciones de la inmortalidad.
–Desde ya tú no eres más, ¡oh, materia viviente!
Que una peña rodeada de un vago espanto,
Adormecida en el fondo de un Sahara brumoso;
Una vieja esfinge ignorada del mundo indiferente,
Olvidada sobre el mapa, y cuyo humor huraño
No canta más que a los rayos del sol poniente.
SPLEEN
Yo soy como el rey de un país lluvioso,
Rico, pero impotente, joven y no obstante antiquísimo,
Que, de sus preceptores despreciando las reverencias,
Se hastía con sus perros como con otras bestias.
Nada puede distraerle, ni caza, ni halcón,
Ni su pueblo muriendo ante su balcón.
Del bufón favorito la grotesca balada
No distrae más la frente de este cruel enfermo;
Su lecho flordelisado se transforma en tumba,
Y las azafatas, para las que todo príncipe es bello,
No saben más encontrar el impúdico tocado
Para arrancar una sonrisa a este joven esqueleto.
El sabio que le hace el oro jamás ha podido
De su ser extirpar el elemento corrompido,
Y en esos baños de sangre que de los romanos proceden,
Y de los que de sus lejanos días los poderosos se recuerdan,
No ha sabido recalentar este cadáver alelado
Por el que corre, en lugar de sangre, el agua verde del Leteo.
Cuando el cielo bajo y pesado como tapadera
Sobre el espíritu gemebundo presa de prolongados tedios,
Y del horizonte, abarcando todo el círculo,
Nos vierte un día negro más triste que las noches;
Cuando la tierra se cambia en un calabozo húmedo,
Donde la Esperanza, como un murciélago,
Se marcha batiendo los muros con su ala tímida
Y golpeándose la cabeza en los cielorrasos podridos;
Cuando la lluvia, desplegando sus enormes regueros
De una inmensa prisión imita los barrotes,
Y una multitud muda de infames arañas
Acude para tender sus redes en el fondo de nuestros cerebros,
Las campanas, de pronto, saltan enfurecidas
Y lanzan hacia el cielo su horrible aullido,
Cual espíritus errabundos y sin patria
Poniéndose a gemir porfiadamente.
–Y largos cortejos fúnebres, sin tambores ni música,
Desfilan lentamente por mi alma; la Esperanza
Vencida, llora, y la Angustia atroz, despótica,
Sobre mi cráneo prosternado planta su bandera negra.
OBSESIÓN
Aulláis como el órgano; y en nuestros corazones malditos,
Estancias de eterno duelo donde vibran viejos estertores,
Responden a los ecos de vuestros De profundis.
¡Yo te odio, Océano! tus saltos y tus tumultos,
Mi espíritu en él los recobra. Esta risa amarga
Del hombre vencido, lleno de sollozos y de insultos,
Yo la escucho en la risa enorme del mar.
¡Cómo me agradarías, oh noche! ¡Sin estas estrellas
Cuya luz habla un lenguaje conocido!
¡Porque yo busco el vacío, y el negro, y el desnudo!
Pero, las tinieblas son ellas mismas las telas
donde viven, brotando de mis ojos por millares,
Los seres desaparecidos de las miradas familiares.
La Esperanza, cuya espuela acuciaba tu ardor,
¡No quiere más montarte! Acuéstate sin pudor,
Viejo caballo cuyos cascos en cada obstáculo chocan.
Resígnate, corazón mío; duerme tu sueño de bruto.
Espíritu vencido, ¡despeado! Para ti, viejo merodeador,
El amor no tiene más gusto, no más que la disputa,
¡Adiós, pues, cantos del cobre y suspiros de la flauta!
¡Placeres, no tentéis más un corazón sombrío y embustero!
¡La Primavera adorable ha perdido su perfume!
Y el Tiempo me engulle minuto tras minuto,
Como la nieve inmensa un cuerpo ya tieso;
Yo contemplo desde lo alto el globo en su redondez
Y no busco más el abrigo de una choza.
Avalancha, ¿quieres arrastrarme en tu caída?
LXXXI
ALQUIMIA DEL DOLOR
El otro en ti te pone su duelo, ¡Natura!
El que dice a uno: ¡Sepultura!
Dice al otro: ¡Vida y esplendor!
Hermes desconocido que me asistes
Y que siempre me intimidas,
Tú me haces al igual de Midas,
El más triste de los alquimistas;
Por ti yo cambio el oro en hierro
Y el paraíso en infierno;
En el sudario de las nubes
Descubro un cadáver querido,
Y sobre las celestes riberas
Levanto grandes sarcófagos.
LXXXII
Atormentado como tu destino,
¿Qué pensamientos en tu alma vacía
Descienden? Responde, libertino.
–Insaciablemente, ávido
De lo oscuro y lo incierto,
Yo no gemiré como Ovidio
Arrojado del paraíso latino.
Cielos desgarrados como arenales
En vosotros se contempla mi orgullo;
Vuestras amplias nubes enlutadas
Son los carros fúnebres de mis sueños,
Y vuestros fulgores son el reflejo
Del Infierno donde mi corazón se complace.
LXXXIII
EL HEOTONTIMORUMENOS
Para J.G.F.
Yo te golpearé sin cólera
Y sin odio, como un leñador,
¡Como Moisés la roca!
Y haré de tus párpados,
Para abrevar mi Sahara,
Brotar las aguas del sufrimiento.
Mi deseo preñado de esperanza
Sobre tus lágrimas saladas flotará
Como un navío que zarpa,
Y en mi corazón que embriagarán
¡Tus queridos sollozos resonarán
Como un tambor que bate a la carga!
¿No soy yo un falso acorde
En la divina sinfonía,
Gracias a la voraz Ironía
Que me sacude y me muerde?
¡Ella está en mi garganta, la grita!
¡Es toda mi sangre, este veneno negro!
¡Yo soy el siniestro espejo
Donde la furia se contempla!
¡Yo soy la herida y el cuchillo!
¡Yo soy la bofetada y la mejilla!
¡Yo soy los miembros y la rueda,
Y la víctima y el verdugo!
Yo soy de mí corazón el vampiro,
–Uno de esos grandes abandonados
A la risa eterna condenados,
¡Y que no pueden más sonreír!
LXXXIV
Surgido del azur y caído
En una Estigia cenagosa y plomiza
Donde ninguna mirada del Cielo penetra;
Un Ángel, imprudente viajero
Que ha tentado el amor de lo informe,
En el fondo de una pesadilla enorme
Debatiéndose como un nadador,
Y luchando, ¡angustias fúnebres!
Contra un gigantesco remolino
Que va cantando como los locos
Y pirueteando en las tinieblas;
Un desdichado hechizado
En sus tanteos fútiles,
Para huir de un lugar lleno de reptiles,
Buscando la luz y la clave;
Un condenado descendiendo sin lámpara
Al borde de un abismo cuyo olor
Traiciona la húmeda profundidad,
De eternas escaleras sin peldaños,
Donde velan monstruos viscosos
Cuyos enormes ojos fosforescentes
Hacen una noche más negra todavía
Dejándoles visibles sólo a ellos;
Un navío apresado en el polo,
Como en una trampa de cristal,
Buscando por qué estrecho fatal
Ha caído en aquel calabozo;
–Emblemas nítidos, cuadro perfecto
De una fortuna irremediable,
¡Qué hace pensar que el Diablo
Realiza siempre bien cuanto él hace!
De un corazón convertido en su espejo!
Pozo de la Verdad, claro y negro,
Donde tiembla una estrella lívida,
Un faro irónico, infernal,
Antorcha de gracias satánicas,
Consuelo y gloria únicos,
–¡La conciencia en el Mal!
LXXXV
EL RELOJ
Cuyo dedo nos amenaza y nos dice: ¡Recuerda!
Los vibrantes Dolores en tu corazón lleno de terror
Se plantarán pronto como en un blanco;
El Placer vaporoso huirá hacia el horizonte
Tal como una sílfide hacia el fondo del pasillo;
Cada instante te devora un trozo de la delicia
Acordada a cada hombre para toda su estancia.
Tres mil seiscientas veces por hora, el Segundero
Murmura: ¡Recuerda! -Rápido, con su voz
De insecto, Ahora dice: ¡Yo soy Antaño,
Y yo he bombeado tu vida con mi trompa inmunda!
¡Remember! ¡Recuerda! pródigo Esto memorl
(Mi garganta de metal habla todas las lenguas.)
¡Los minutos, muerte juguetona, son gangas
Que no hay que dejar sin extraer el oro!
¡Recuerda! que el Tiempo es un jugador ávido
Que gana sin trampear, ¡en todo golpe! es la ley.
El día declina; la noche aumenta: ¡recuerda!
El abismo tiene siempre sed; la clepsidra se vacía.
Luego sonará la hora en que el Divino Azar,
Donde la augusta Virtud, tu esposa todavía virgen,
Donde el Arrepentimiento mismo (¡oh, el postrer refugio!)
Donde todo te dirá: ¡Muere, viejo flojo! ¡es muy tarde!"
PAISAJE
Acostarme cerca del cielo, como los astrólogos,
Y vecino de los campanarios, escuchar soñando
Sus himnos solemnes arrastrados por el viento.
Las dos manos bajo el mentón, desde lo alto de la bohardilla,
Yo veré el taller que canta y que charla;
Las chimeneas, los campanarios, esos mástiles de la cité,
Y los amplios cielos que hacen soñar con la eternidad.
Es grato, a través de las brumas, ver nacer
Las estrellas en el azur, la lámpara en la ventana,
Los vahos del carbón trepar al firmamento
Y la luna volcar su pálido encantamiento.
Yo veré las primaveras, los estíos, los otoños,
Y cuando llegue el invierno de las nieves monótonas,
Cerraré por todas partes portezuelas y postigos
Para edificar en la noche mis feéricos palacios.
Entonces soñaré con horizontes azulados,
Jardines, surtidores llevando en los alabastros,
Besos, pájaros cantando noche y día,
Y todo cuanto el Idilio tiene de más infantil.
El Motín, atronando vanamente en mi ventana,
No hará levantar mi frente de mi pupitre;
Porque estaré sumergido en esta voluptuosidad
De evocar la Primavera con mi voluntad,
Extraer un sol de mi corazón, y hacer
De mis pensamientos ardientes una tibia atmósfera.
EL SOL
Las persianas, abrigo de secretas lujurias,
Cuando el sol cruel cae con trazos redoblados
Sobre la ciudad y los campos, sobre los techos y los trigales,
Yo acudo a ejercitarme solo en mi fantástica esgrima,
Husmeando en todos los rincones las sorpresas de la rima.
Tropezando sobre las palabras como sobre los adoquines.
Chocando a veces con versos hace tiempo soñados.
Este padre nutricio, enemigo de las clorosis,
Despierta en los campos los versos como las rosas;
Hace evaporarse las preocupaciones hacia el cielo,
Y colma los cerebros y las colmenas de miel.
Es él quien rejuvenece a los que empuñan muletas
Y los torna alegres y dulces como muchachas jóvenes,
Y ordena a los sembrados crecer y madurar
¡En el corazón inmortal que siempre quiere florecer!
Cuando, igual que un poeta, desciende en las ciudades,
Ennoblece el destino de las cosas más viles,
Introduciéndose cual rey, sin ruido y sin lacayos,
En todos los hospitales y en todos los palacios.
Cuyo vestido por los agujeros
Deja ver la pobreza
Y la belleza,
Para mí, poeta enclenque,
Tu joven cuerpo enfermizo,
Lleno de pecas,
Tiene su dulzura.
Tú llevas más galantemente
Que una reina de romance
Sus coturnos de terciopelo
Tus zuecos burdos.
En lugar de un harapo muy corto,
Un soberbio traje de corte
Arrastra con pliegues rumorosos y largos
Sobre tus talones;
En lugar de medias agujereadas,
Para los ojos taimados
Sobre tu pierna un puñal de oro
Reluce todavía;
Nudos mal ajustados
Desnudan para nuestros pecados
Tus dos hermosos senos, radiantes
Como dos ojos;
Que para desnudarte
Tus brazos se hacen rogar
Y expulsan con golpes vivaces
Los dedos traviesos,
Perlas del más bello oriente,
Sonetos del maestro Belleau
Por tus galantes engrillados
Sin cesar ofrecidos
Chusma de rimadores
Dedicándote sus primores
Y contemplando tu zapato
Bajo la escalera,
Más de un paje enamorado del azar,
Más que un señor y más que un Ronsard
¡Espiaban por diversión
Tu fresco escondrijo!
Tú contabas en tus lechos
Más besos que lises
Y ordenabas bajo tus leyes
¡Más de un Valois!
–Empero tú vas mendigando
Algún viejo mendrugo yaciendo
En el umbral de cualquier Véfour
De la encrucijada;
Tú vas curioseando por debajo
Joyas de veintinueve sueldos
Que yo no puedo, ¡oh, perdón!
Regalarte.
¡Ve, pues, sin otro adorno,
Perfumes, perlas, diamante,
Que tu magra desnudez!
¡Oh, mi belleza!
LXXXIX
Pobre y triste espejo donde antaño resplandeció
La inmensa majestad de vuestros dolores de viuda,
Este Simoïs mentiroso que con vuestras lágrimas crece,
Ha fecundado de pronto mi memoria fértil,
Cuando yo atravesaba el nuevo Carrousel.
El viejo París terminó (la forma de una ciudad
Cambia más rápido, ¡ah!, que el corazón de un mortal);
Yo no veo sino con el espíritu todo este caserío,
Este montón de capiteles esbozados y los fustes,
Las hierbas, los grandes bloques verdecidos por el agua de las charcas,
Y brillando en las ventanas, el bric-a-bras confuso.
Allí se mostraba antaño una casa de fieras;
Allá yo vi, una mañana, en la hora en que bajo los cielos
Fríos y claros el Trabajo se despierta, en que la basura
Empuja un sombrío huracán en el aire silencioso,
Un cisne que se había evadido de su jaula,
Y, con sus patas palmípedas frotando el empedrado seco,
Sobre el suelo' áspero arrastraba su blanco plumaje.
Cerca de un arroyo sin agua la bestia abriendo el pico
Bañaba nerviosamente sus alas en el polvo,
Y decía, el corazón lleno de su bello lago natal:
"Agua, ¿Cuándo lloverás? ¿Cuándo tronarás, rayo?"
Yo veo este desdichado, mito extraño y fatal,
Hacia el cielo algunas veces, como el hombre de Ovidio,
Hacia el cielo irónico y cruelmente azul,
Sobre su cuello convulsivo tender su cabeza ávida,
¡Como si dirigiera reproches a Dios!
Se ha movido! palacios nuevos, andamiajes, bloques,
Viejos arrabales, todo para mí vuélvese alegoría,
Y mis caros recuerdos son más pesados que rocas.
También ante este Louvre una imagen me oprime:
Y pienso en mi gran cisne, con sus gestos locos,
Como los exiliados, ridículo y sublime,
¡Y roído por un deseo sin tregua! y luego en vos,
Andrómaca, de los brazos de un gran esposo caída,
Vil rebaño, bajo la mano del soberbio Pirro,
Cabe una tumba vacía en éxtasis doblegado;
Viuda de Héctor, ¡ah! ¡y mujer de Heleno!
Yo pienso en la negra, enflaquecida y tísica,
Chapaleando en el lodo, y buscando, la mirada huraña,
Los cocoteros ausentes del África soberbia
Detrás de la muralla inmensa de neblina;
En cualquiera que ha perdido lo que no se encuentra
¡Jamás, jamás! ¡en los que beben lágrimas!
¡Y maman del Dolor cual de una buena loba!
¡En los flacos huérfanos secándose cual flores!
También en la selva donde mi espíritu se exilia
¡Un viejo Recuerdo resuena con la plenitud del cuerno!
Pienso en los marineros olvidados en una isla,
¡En los cautivos, en los vencidos!… ¡y en muchos otros todavía!
LOS SIETE ANCIANOS
Hormigueante ciudad, llena de sueños,
Donde el espectro en pleno Día agarra al transeúnte!
Los misterios rezuman por todas partes como las savias
En los canales estrechos del coloso poderoso.
Una mañana, mientras que en la triste calle
Las casas, cuya altura prolonga la bruma,
Simulaban los dos muelles de un río crecido,
Y que, decoración semejante al alma del actor,
Una niebla sucia y amarilla inundaba tanto el espacio,
Yo seguía, atesando mis nervios cual un héroe
Y discutiendo con mi alma ya cansada,
El "faubourg" sacudido por las pesadas carretas.
De pronto, un anciano cuyos guiñapos amarillos
Imitaban el color de este cielo lluvioso,
Y de los que el aspecto había hecho llover las limosnas,
Sin la maldad que lucía en sus ojos,
Se me apareció. Se hubiera dicho su pupila empapada
En la hiel; su mirada agudizando la escarcha,
Y su barba de largas guedejas, afilada como una espada,
Se proyectaba, parecida a la de Judas.
No estaba encorvado, sino quebrado, su espinazo
Hacía con su pierna imperfecto ángulo recto,
Si bien su bastón, completando su estampa,
Le imprimía el talante y el paso torpe
De un cuadrúpedo enfermo o de un brasero de tres patas.
En la nieve y el barro avanzaba atascándose,
Cual si aplastara muertos bajo sus chanclos,
Hostil al universo más bien que indiferente.
Su semejante le seguía: barbas, ojos, dorso, bastón, guiñapos,
Ningún rasgo distinguía, del mismo infierno llegado,
Este jumento centenario, y estos espectros barrocos
Marchaban con el mismo peso hacia un final desconocido.
¿A qué complot infame estaba yo expuesto,
O qué perverso azar así me humillaba?
¡Porque yo conté siete veces, de minuto en minuto,
Este siniestro anciano que se multiplicaba!
Que aquel que se burla de mi inquietud,
Y que no se ha sentido alcanzado por un estremecimiento fraternal,
Si bien que, pese a tanta decrepitud,
¡Estos siete monstruos horribles tenían el aire eterno!
¿Hubiera yo, sin morir, contemplado el octavo,
Sosías inexorable, irónico y fatal,
Asqueante Fénix, hijo y padre de sí-mismo?
–Más volví las espaldas al cortejo infernal.
¡Exasperado como un ebrio que viera doble,
Retorné, cerré mi puerta, espantado,
Enfermo y pasmado, el espíritu afiebrado y turbado,
Herido por el misterio y por el absurdo!
Vanamente mi razón quería empuñar la barra;
La tempestad jugando derrotaba mis esfuerzos,
¡Y mi alma danzaba, danzaba, vieja gabarra
Sin mástiles, sobre un mar monstruoso y sin riberas!
XCI
En los pliegues sinuosos de las viejas capitales,
Donde todo, hasta el horror, vuelve a los sortilegios,
Espío, obediente a mis humores fatales,
Los seres singulares, decrépitos y encantadores.
Estos monstruos dislocados fueron antaño mujeres
¡Eponina o Lais! Monstruos rotos, jorobados
O torcidos, ¡amémoslos! son todavía almas
Bajo faldas agujereadas y bajo fríos trapos.
Trepan, flagelados por el cierzo inicuo,
Estremeciéndose al rodar estrepitoso de los ómnibus,
Y apretando contra su flanco, cual si fueran reliquias,
Un saquito bordado de flores o de arabescos;
Trotan, muy parecidos a marionetas;
Se arrastran, como hacen las bestias heridas,
O bailan, sin querer bailar, pobres campanillas
De las que cuelga un Demonio sin piedad. Destrozados
Como están, tienen ojos taladrantes cual una barrena,
Brillantes como esos agujeros en los que el agua duerme en la noche;
Tienen los ojos divinos de la tierna niña
Que se maravilla y ríe a todo cuanto reluce.
–¿Habéis observado que muchos féretros de viejas
Son casi tan pequeños como el de un niño?
La Muerte sabia deposita en esas cajas iguales
Un símbolo de un sabor caprichoso y cautivante,
Y cuando entreveo un fantasma débil
Atravesando de París el hormigueante cuadro,
Me parece siempre que este ser frágil
Se marcha muy dulcemente hacia una nueva cuna;
A menos que, meditando sobre la geometría,
Yo no busque, en el aspecto de esos miembros discordes,
Cuántas veces es preciso que el obrero varíe
La forma de la caja donde se meten todos esos cuerpos.
–Esos ojos son pozos abiertos por un millón de lágrimas,
Crisoles que un metal enfriado recubre con pajuelas…
¡Esos ojos misteriosos tienen invencibles encantos
Para aquel que el austero Infortunio amamanta!