1857.

XLVIII

EL FRASCO

Hay fuertes perfumes para los que toda materia

Es porosa. Se diría que penetran el vaso.

Al abrir un cofrecillo llegado del Oriente

Cuya cerradura rechina y se resiste chirriando,

O bien en una casa desierta en algún armario

Lleno del acre olor del tiempo, polvoriento y negro,

A veces encontramos un viejo frasco que se recuerda

Del que surge vivísima un alma que resucita.

Mil pensamientos dormían, crisálidas fúnebres,

Temblando dulcemente en las pesadas tinieblas,

Que entreabren su ala y toman su impulso,

Teñidas de azur, salpicadas de rosa, laminadas de oro.

He aquí el recuerdo embriagador que revolotea

En el aire turbado; los ojos se cierran: el Vértigo

Agarra el alma vencida y la arroja a dos manos

Hacia un abismo oscurecido de miasmas humanas;

La derriba al borde de un abismo secular,

Donde, Lázaro oloroso desgarrando un sudario,

Se mueve en su despertar el cadáver espectral

De un viejo amor rancio, encantador y sepulcral.

Así, cuando yo esté perdido en la memoria

De los hombres, en el rincón de un siniestro armario

guando me hayan arrojado, viejo frasco desolado,

Decrépito, polvoriento, sucio, abyecto, viscoso, rajado,

¡Yo seré tu ataúd, amable pestilencia!

El testigo de tu fuerza y de tu virulencia,

¡Caro veneno preparado por los ángeles! licor

Que me corroe, ¡Oh, la vida y la muerte de mi corazón!

1857.

XLIX

EL VENENO

El vino sabe revestir el más sórdido antro

De un lujo milagroso,

Y hace surgir más de un pórtico fabuloso

En el oro de su vapor rojizo,

Como un sol poniéndose en un cielo nebuloso.

El opio agranda lo que no tiene límites,

Prolonga lo ilimitado,

Profundiza el tiempo, socava la voluptuosidad,

Y de placeres negros y melancólicos

Colma el alma más allá de su capacidad.

Todo eso no vale el veneno que destila

De tus ojos, de tus ojos verdes,

Lagos donde mi alma tiembla y se ve al revés…

Mis sueños acuden en tropel

Para refrescarse en esos abismos amargos.

Todo esto no vale el terrible prodigio

De tu saliva que muerde,

Que sume en el olvido mi alma sin remordimiento,

¡Y, arrastrando el vértigo,

La rueda desfalleciente en las riberas de la muerte!

1857.

L

CIELO ENCAPOTADO

Se diría tu mirar por un vapor cubierto;

Tu pupila misteriosa (¿es azul, gris o verde?)

Alternativamente tierna, soñadora, cruel,

Refleja la indolencia y la palidez del cielo.

Tú recuerdas esos días blancos, tibios y velados,

Que hacen fundirse en lágrimas los corazones hechizados,

Cuando, agitados por un mal desconocido que los tuerce,

Los nervios demasiado despiertos se burlan del espíritu que duerme.

Te asemejas a veces a esos bellos horizontes

Que iluminan los soles de las brumosas estaciones…

¡Cómo resplandeces, paisaje humedecido

Que inflaman los rayos cayendo de un cielo encapotado!

¡Oh, mujer peligrosa, oh seductores climas!

¿Adoraré también tu nieve y tu escarcha,

Y, lograré extraer del implacable invierno

Placeres más agudos que el hielo y el hierro?

1857.

LI

EL GATO

(1)

En mi cerebro se pasea,

Como en su morada,

Un hermoso gato, fuerte, suave y encantador.

Cuando maúlla, casi no se le escucha,

A tal punto su timbre es tierno y discreto;

Pero, aunque, su voz se suavice o gruña,

Ella es siempre rica y profunda:

Allí está su encanto y su secreto.

Esta voz, que brota y que filtra,

En mi fondo más tenebroso,

Me colma cual un verso cadencioso

Y me regocija como un filtro.

Ella adormece los más crueles males

Y contiene todos los éxtasis;

Para decir las más largas frases,

Ella no necesita de palabras.

No, no hay arco que muerda

Sobre mi corazón, perfecto instrumento,

Y haga más noblemente

Cantar su más vibrante cuerda.

Que tu voz, gato misterioso,

Gato seráfico, gato extraño,

En que todo es, cual en un ángel,

¡Tan sutil como armonioso!

(II)

De su piel blonda y oscura

Brota un perfume tan dulce, que una noche

Yo quedé embalsamado, por haberlo

Acariciado una vez, nada más que una.

Es el espíritu familiar del lugar;

El juzga, él preside, él inspira

Todas las cosas en su imperio;

¿No será un hada, Dios?

Cuando mis ojos, hacia este gato amado

Atraídos como por un imán,

Se vuelven dócilmente

Y me contemplo en mí mismo,

Veo con asombro

El fuego de sus pupilas pálidas,

Claros fanales, vividos ópalos,

Que me contemplan fijamente.

1857.

LII

EL HERMOSO NAVIO

Yo deseo relatarte, ¡oh, voluptuosa hechicera!

Los diversos atractivos que engalanan tu juventud;

Pintar quiero tu belleza,

Donde la infancia se alía con la madurez.

Cuando barres el aire con tus faldas amplias,

Produces el efecto de un hermoso navío haciéndose a la mar,

Desplegado el velamen, y que va rolando

Siguiendo un ritmo dulce, y perezoso, y lento.

Sobre tu cuello largo y torneado, sobre tus hombros opulentos,

Tu cabeza se pavonea con extrañas gracias;

Con un aire plácido y triunfal

Atraviesas tu camino, majestuosa criatura.

Yo te quiero relatar, ¡oh, voluptuosa hechicera!

Los diversos atractivos que engalanan tu juventud;

Pintarte quiero tu belleza,

Donde la infancia se alía a la madurez.

Tu pecho que se adelanta y que realza el muaré,

Tu seno triunfante es una bella armadura

Cuyos paneles combados y claros

Como los escudos atajan los dardos;

¡Escudos provocadores, armados de puntas rosadas!

Armario de dulces secretos, lleno de buenas cosas,

De vinos, perfumes, licores

¡Que harían delirar los cerebros y los corazones!

Cuando vas barriendo el aire con tu falda amplia,

Produces el efecto de un hermoso navío haciéndose a la mar,

Desplegado el velamen, y que va rolando

Siguiendo un ritmo dulce, y perezoso, y lento.

Tus nobles piernas, bajo los volados que ellas impulsan,

Atormentan los deseos oscuros, y los acucian,

Como dos hechiceros que hacen

Girar un filtro negro en un vaso profundo.

Tus brazos, que se burlarían de precoces Hércules,

Son de las boas relucientes los sólidos émulos,

Hechos para estrechar obstinadamente,

Como para estampar en tu corazón, tu amante.

Sobre tu cuello largo y torneado, sobre tus hombros opulentos,

Tu cabeza se pavonea con extrañas gracias;

Con un aire plácido y triunfal

Atraviesas tu camino, majestuosa criatura.

1857.

LIII

LA INVITACIÓN AL VIAJE

Mi niña, mi hermana,

¡Piensa en la dulzura

De vivir allá juntos!

Amar libremente,

¡Amar y morir

En el país que a ti se parece!

Los soles llorosos

De esos cielos encapotados

Para mi espíritu tienen la seducción

Tan misteriosa

De tus traicioneros ojos,

Brillando a través de sus lágrimas.

Allá, todo es orden y belleza,

Lujo, calma y voluptuosidad.

Muebles relucientes,

Pulidos por los años,

Decorarían nuestra alcoba;

Las más raras flores

Mezclando sus olores

Al vago aroma del ámbar

Los ricos artesonados,

Los espejos profundos,

El esplendor oriental,

Todo allí hablaría

Al alma en secreto

Su dulce lengua natal.

Allá, todo es orden y belleza,

Lujo, calma y voluptuosidad.

Mira en esos canales

Dormir los barcos

Cuyo humor es vagabundo;

Es para saciar

Tu menor deseo

Que vienen desde el cabo del mundo.

–Los soles en el ocaso

Recubren los campos,

Los canales, la ciudad entera,

De jacinto y de oro;

El mundo se adormece

En una cálida luz

Allá, todo es orden y belleza,

Lujo, calma y voluptuosidad.

1855.

LIV

LO IRREPARABLE

¿Podemos ahogar el viejo, el prolongado Remordimiento,

Que vive, se agita y se retuerce,

Y se nutre de nosotros como el gusano de los muertos,

Como de la encina la oruga?

¿Podernos ahogar el implacable Remordimiento?

¿En qué filtro filtro, en qué vino, en qué tisana,

Ahogaremos este viejo enemigo,

Paciente como la hormiga?

Destructor y goloso como la cortesana,

¿En qué filtro? – ¿En qué vino?– ¿en qué tisana?

Dilo, bella hechicera, ¡oh! di, si tú lo sabes,

A este espíritu colmado de angustia

Y semejante al moribundo que aplastan los heridos,

Que el casco del caballo holla,

Dilo, bella hechicera, ¡oh! di, si tú lo sabes,

A este agonizante que el lobo ya olfatea

Y que atisba el cuervo,

¡A este soldado fatigado! si es preciso que desespere

De tener su cruz y su tumba;

¡Este pobre agonizante que el lobo ya olfatea!

¿Podemos iluminar un cielo cenagoso y negro?

¿Podemos desgarrar las tinieblas

Más densas que la paz, sin mañana y sin noche,

Sin astros, sin relámpagos fúnebres?

¿Podemos iluminar un cielo cenagoso y negro?

La Esperanza que brillaba en las ventanas del Albergue

Se apagó, ¡ha muerto para siempre!

Sin luna y sin destellos, ¿dónde encontrarán albergue

Los mártires de un camino malo?

¡El Diablo ha apagado todo en las ventanas del Albergue!

Adorable hechicera, ¿amas los condenados?

Di, ¿conoces lo irremisible?

¿Conoces el Remordimiento, el de los rasgos envenenados,

Para el que nuestro corazón sirve de blanco?

Adorable hechicera, ¿amas los condenados?

Lo Irreparable roe con su diente maldito

Nuestra alma, lastimoso monumento,

Y con frecuencia ataca, como la termita,

Por la base el edificio.

¡Lo Irreparable roe con su diente maldito!

–Yo he visto algunas veces, en el foro de un escenario trivial

Que inflamaba la orquesta sonora,

Un hada encender en un cielo infernal

Una milagrosa aurora;

Y yo he visto algunas veces, en el foro de un escenario trivial

Un ser que sólo siendo luz, oro y gasa,

Derribar al enorme Satán;

Pero mi corazón, al que jamás visita el éxtasis,

¡Es un escenario donde se aguarda

Siempre, siempre en vano, el Ser de las alas de gasa!

1857.

LV

PLATICA

¡Eres un hermoso cielo de otoño, claro y rosado!

Pero la tristeza en mí sube como el mar,

Y deja, al refluir, sobre mi labio moroso

El recuerdo penetrante de su limo amargo.

–Tu mano se desliza en vano sobre mi pecho que se pasma;

Lo que ella busca, amiga, es un lugar saqueado

Por la garra y el diente feroz de la mujer.

No busques más mi corazón; las bestias lo han devorado.

Mi corazón es un palacio mancillado por el tumulto;

¡En él se embriagan, se matan, se arrancan los cabellos!

–¡Un perfume flota alrededor de tu garganta desnuda!…

¡Oh, Belleza, duro flagelo de las almas, tú lo quieres!

¡Con tus ojos de fuego, brillante como orgías!,

¡Calcinas estos jirones que han desdeñado las bestias!

1857.

LVI

CANTO DE OTOÑO

I

Pronto nos hundiremos en las frías tinieblas;

¡Adiós, viva claridad de nuestros menguados estíos!

Escucho ya caer con resonancias fúnebres

La leña retumbante sobre el empedrado de los patios.

Todo el invierno va a penetrar en mí ser: cólera,

Odio, estremecimientos, horror, trabajo duro y forzado,

Y, como el sol en su infierno polar,

Mi corazón no será más que un bloque rojo y helado.

Escucho temblando cada leño que cae;

El patíbulo que erigen no tiene eco más sordo.

Mi espíritu se asemeja a la torre que sucumbe

Bajo la arremetida del ariete infatigable y pesado.

Me parece que, mecido por este chocar monótono,

Clavarán con gran prisa en alguna parte un ataúd,

¿Para quién? – Ayer era verano; ¡he aquí el otoño!

Este ruido misterioso repercute como un adiós.

II

De tu lánguida mirada amo la luz verdosa,

Dulce beldad; pero hoy todo me es amargo,

Y nada, ni tu amor, ni tu alcoba, ni el hogar,

Valen para mí lo que el sol radiante sobre el mar.

Y sin embargo, ámame, ¡corazón tierno! sé maternal

Hasta para un ingrato, aún para un perverso;

Amante o hermana, sé la dulzura efímera

De un glorioso otoño o de un sol poniente.

¡Breve tarea! La tumba aguarda; ¡Está ávida!

¡Ah! Déjame, mi frente posada sobre tus rodillas,

gustar, añorando el estío blanco y tórrido,

Del otoño el destello amarillo y dulce!

1859.

LVII

A UNA MADONA

(Ex-voto a la manera española)

Yo quiero erigir para ti, Madona, mi amante,

Un altar subterráneo en el fondo de mi angustia,

Y cavar en el rincón más negro de mi corazón,

Lejos del deseo mundanal y de la mirada burlona,

Un nicho de azur y de oro todo esmaltado,

Donde tú te erigirás, Estatua maravillosa.

Con mis Versos pulidos, enmallados por un puro metal

Sabiamente constelado de rimas de cristal,

Yo haré para tu cabeza una enorme Corona;

Y de mis Celos, oh Mortal Madona,

Yo sabré cortarte un Manto, de manera

Bárbara, tieso y pesado, y forrado de sospechas,

Que, como una garita, encerrará tus encantos;

No de Perlas bordado, ¡sino de todas mis Lágrimas!

Tu Ropa, será mi deseo, trémulo,

Ondulante, mi Deseo que sube y que desciende,

En las cimas meciéndose, en los valles reposando,

Y reviste con un beso todo tu cuerpo blanco y rosado.

Yo te haré de mi Respeto, hermosos Escarpines

De raso, para tus pies Divinos humillados,

Que, aprisionándolos en un muelle abrazo,

Cual un molde fiel conservarán la impronta.

Si yo no puedo, malgrado todo mi arte diligente,

Por Peana tallar una Pluma de plata,

Pondré la Serpiente que me muerde las entrañas

Bajo tus talones, a fin de que tú pises y te mofes,

Reina victoriosa y fecunda en redenciones,

Este monstruo hinchado de odio y de salivazos.

Tú verás mis Pensamientos, alineados como los Cirios

Ante el altar florido de la Reina de las Vírgenes,

Estrellando el cielorraso pintado de azul,

Mirándote siempre con ojos de fuego;

Y como todo en mí te quiere y te admira,

Todo se hará Benjuí, Incienso, Olíbano, Mirra,

Y sin cesar hacia ti, cumbre blanca y nevada,

En Vapores ascenderá mi Espíritu tempestuoso.

Finalmente, para completar tu papel de María,

Y para mezclar el amor con la barbarie,

¡Negra Voluptuosidad! de los siete Pecados capitales,

Verdugo lleno de remordimientos, yo haré siete Puñales

Bien afilados, y, como un juglar insensible,

Tomando lo más profundo de tu amor por blanco,

¡Yo los plantaré a todos en tu Corazón jadeante,

En tu Corazón sollozante, en tu Corazón sangrante!

1860.

LVIII

CANCIÓN DE LA TARDE

Aunque tus cejas malas

Te infunden un aire extraño

Que no es digno de un ángel,

Hechicera de los ojos atrayentes,

¡Yo te adoro!, ¡oh, mi frívola,

Mi terrible pasión!

Con la devoción

del sacerdote por su ídolo.

El desierto y la floresta

Embalsaman tus trenzas rústicas.

Tu cabeza tiene las actitudes

Del enigma y del secreto.

Sobre tu carne el perfume vaga

Como alrededor del incensario;

Tú encantas como la noche,

Ninfa tenebrosa y cálida.

¡Ah! los filtros más fuertes

Nada valen para tu pereza,

¡Y tú conoces la caricia

Que hace revivir a los muertos!

Tus caderas están enamoradas

De tus hombros y de tus senos,

Y tú enardeces los cojines

Con tus actitudes lánguidas.

Algunas veces, para aplacar

Tu rabia misteriosa,

Tú prodigas, seria,

La mordedura y el beso;

Tú me desgarras, mi morena,

Con una risa burlona,

Y luego pones sobre mi corazón

Tu mirada suave como la luna.

Bajo tus escarpines de satín,

Bajo tus encantadores pies de seda,

Yo, yo deposito mi inmensa alegría,

Mi genio y mi destino,

Mi alma por ti curada,

¡Por ti, luz y color!

Explosión de calor

¡En mi negra Siberia!

1860.

LIX

SISINA

¡Imaginaos a Diana en galante cabalgata,

Recorriendo los bosques o batiendo los zarzales,

Cabellos y pecho al viento, embriagándose de ruido,

Soberbia y desafiando a los mejores jinetes!

¿Has visto a Turingia, amante de la carnicería,

Incitando al asalto a un pueblo descalzo,

Las mejillas y la mirada ardientes, encarnando su personaje,

Y trepando, sable en mano, las reales escaleras?

¡Tal la Sisina! Pero, la dulce guerrera

Tiene el alma tan caritativa como asesina;

Su coraje, enloquecido de pólvora y de tambores,

Ante los suplicantes sabe abatir las armas,

Y su corazón, azotado por la llama, tiene siempre,

Para el que se muestra digno, un receptáculo de lágrimas.

1859.

LX

FRANCISCAE MEAE LAUDES

(Versos compuestos para una modista erudita y devota)

Novis te cantabo chordis,

O novelletum quod ludís

In solitudine cordis.

Esto sertis implicata,

O femina delicata,

Per quam solvuntur peccata!

Sicut beneficum Lethe,

Hauriam oscula de te,

Quae imbuta es magnete.

Quum vitiorum tempestas

Turbabat omnes semitas,

Apparuisti, deitas,

Velut stella salutaris

In naufragiis amaris…

Suspendam cor tuis aris!

Piscina plena virtutis,

Fons aeternae juventutis,

Labris vocem redde mutis!

Quod erat spurcum, cremasti;

Quod rudius, exaequasti;

Quod debile, confirmasti!

In fame mea taberna,

In nocte mea lucerna,

Recte me semper guberna.

Adde nunc vires viribus,

Dulce balneum suavibus

Unguentatum odoribus!

Meos circa lumbos mica,

O castitatis lorica,

Aqua tincta seraphica;

Patera gemmis corusca,

Pañis salsus, mollis esca,

Divinum vinum, Francisca!

(Véase al final de GALANTERÍAS)

1857.

LXI

A UNA DAMA CRIOLLA

En el país perfumado que el sol acaricia,

Yo he conocido, bajo un dosel de árboles empurpurados

Y palmeras de las que llueve sobre los ojos la pereza,

A una dama criolla de encantos ignorados.

Su tez es pálida; la morena encantadora

Tiene en el cuello un noble amaneramiento;

Alta y esbelta, al marchar como una cazadora,

Su sonrisa es tranquila y sus ojos arrogantes.

Si fueras, Señora, al verdadero país de la gloria,

Sobre las riberas del Sena o del verde Loire,

Beldad digna de ornar las antiguas moradas,

Harías, en el recogimiento umbríos refugios,

Germinar mil sonetos en los corazones de los poetas

Que tus grandes ojos someterían más esclavos que tus negros.

1845.

LXII

MOESTA ET ERRABUNDA

Dime, ¿a veces, tu corazón no vuela, Ágata,

Lejos del negro océano de la inmunda ciudad,

Hacia otro océano donde el resplandor estalla,

Azul, claro, profundo, como la virginidad?

Dime, ¿a veces, tu corazón no vuela, Ágata?

¡La mar, la mar inmensa, consuela nuestros desvelos!

¿Qué demonio ha dotado a la mar, ronca cantante

Que acompaña el inmenso órgano de los vientos gruñidores,

De esta función sublime de canción de cuna?

¡La mar, la mar inmensa, consuela nuestros desvelos!

¡Llévame, vagón! ¡Llévame, fragata!

¡Lejos! ¡lejos! ¡aquí el lodo formado está por nuestras lágrimas!

–¿Es verdad que, a veces, el triste corazón de Ágata

Dice: "Lejos de los remordimientos, de los crímenes, de los dolores,

Llévame, vagón; llévame, fragata"?

¡Cuan lejos estás, paraíso perfumado!

Donde bajo un claro azur todo no es más que amor y alegría,

Donde lo que se ama es digno de ser amado,

¡Dónde, en la voluptuosidad pura el corazón se ahoga!

¡Cuan lejos estás, paraíso perfumado!

Pero, el verde paraíso de los amores infantiles,

Las carreras, las canciones, los besos, los ramilletes,

Los violines vibrando detrás de las colinas,

Con los jarros de vino, de noche, entre las frondas,

–Pero, el verde paraíso de los amores infantiles,

El inocente paraíso, lleno de placeres furtivos,

¿Está más lejos que la India y que la China?

¿Podemos recordarlo con gritos lastimeros

Y animar aún con una voz argentina,

El inocente paraíso lleno de placeres furtivos?

1855.

LXIII

EL ESPECTRO

Como los ángeles, con ojo furtivo,

Yo volveré a tu alcoba

Y hasta ti me deslizaré sin ruido

Entre las sombras de la noche;

Y te daré, mi morena,

Besos fríos como la luna

Y caricias de serpiente

Alrededor de una fosa rampante.

Cuando llegue la mañana lívida,

Tú encontrarás mi lugar vacío,

En el que hasta en la noche hará frío.

Como otros para la ternura,

Sobre tu vida y sobre tu juventud,

Yo, yo quiero reinar por el terror.

1857.

LXIV

SONETO OTOÑAL

Ellos me dicen, tus ojos, claros como el cristal:

"Para ti, caprichoso amante, ¿Cuál es, pues, mi mérito?"

–¡Eres encantador, y callas! Mi corazón, que todo irrita,

Excepto el candor del antiguo animal,

No quiere mostrarte su secreto infernal,

Mecedora cuya mano a largos sueños me invita,

Ni su negra leyenda con el fuego escrita.

¡Yo odio la pasión y el espíritu me hace mal!

Amémonos dulcemente. El amor en su guarida,

Tenebroso, emboscado, tiende su arco fatal.

Yo conozco los artilugios de su viejo arsenal:

¡Crimen, horror y locura! – ¡Oh, pálida margarita!

Como yo, ¿no eres tú un sol otoñal,

Oh, mi blanquísima, oh, mi frigidísima Margarita?

1859.

LXV

TRISTEZAS DE LA LUNA

Esta noche, la luna sueña con más pereza;

Tal como una beldad, sobre numerosos cojines,

Que con mano distraída y leve acaricia

Antes de dormirse, el contorno de sus senos,

Sobre el dorso satinado de las muelles eminencias,

Desfalleciente, ella se entrega a largos espasmos,

Y pasea sus miradas sobre las imágenes blancas

Que trepan hasta el azur como floraciones.

Cuando, a veces, sobre este globo, en su languidez ociosa,

Ella deja escapar una lágrima furtiva,

Un poeta piadoso, enemigo del sueño,

En la cavidad de su mano coge esta lágrima pálida,

Con reflejos irisados, como un fragmento de ópalo,

Y la coloca en su corazón lejos de las miradas del sol.

1857.

LXVI

LOS GATOS

Los amantes fervorosos y los sabios austeros

Gustan por igual, en su madurez,

De los gatos fuertes y dulces, orgullo de la casa,

Que como ellos son friolentos y como ellos sedentarios.

Amigos de la ciencia y de la voluptuosidad,

Buscan él silencio y el horror de las tinieblas;

El Erebo se hubiera apoderado de ellos para sus correrías fúnebres,

Si hubieran podido ante la esclavitud inclinar su arrogancia.

Adoptan al soñar las nobles actitudes

De las grandes esfinges tendidas en el fondo de las soledades,

Que parecen dormirse en un sueño sin fin;

Sus grupas fecundas están llenas de chispas mágicas,

Y fragmentos de oro, cual arenas finas,

Chispean vagamente en sus místicas pupilas.

1847.

LXVII

LOS BUHOS

Bajo los techos negros que los abrigan,

Los búhos se mantienen alineados,

Como dioses extraños,

Clavando su mirada roja. Meditan.

Sin moverse se mantendrán

Hasta la hora melancólica

En que, empujando el sol oblicuo,

Las tinieblas se establezcan.

Su actitud, por sabia, enseña

Que es preciso en este mundo que tema

El tumulto y el movimiento;

El hombre embriagado por la sombra que pasa

Lleva siempre el castigo

De haber querido cambiar de sitio.

1851.

LXVIII

LA PIPA

Yo soy la pipa de un autor;

Se comprueba, al contemplar mi rostro

De abisinio o de cafre,

Que mi dueño es un gran fumador.

Cuando está colmado de dolor,

Yo humeo como la casucha

Donde se prepara la comida

Para el regreso del labrador.

Yo envuelvo y arrullo su alma

En la red móvil y azul

Que asciende de mi boca encendida,

Y envuelvo un poderoso dictamen

Que encanta su corazón y cura

De fatigas a su espíritu.

1857.

LXIX

LA MÚSICA

¡La música frecuentemente me coge como un mar!

Hacia mi pálida estrella,

Bajo un techado de brumas o en la vastedad etérea,

Yo me hago a la vela;

El pecho saliente y los pulmones hinchados

Como velamen,

Yo trepo al lomo de las olas amontonadas

Que la noche me vela;

Siento vibrar en mí todas las pasiones

De un navío que sufre;

El buen viento, la tempestad y sus convulsiones

Sobre el inmenso abismo

Me mecen. ¡Otras veces, calma chicha, gran espejo

De mi desesperación!

1857.

LXX

SEPULTURA

Si en una noche pesada y sombría

Un buen cristiano, por caridad,

Detrás de unos viejos escombros

Entierra vuestro cuerpo alabado,

A la hora en que las castas estrellas

Cierran sus ojos abrumados,

La araña en ellos hará sus telas,

Y la víbora sus crías;

Escucharéis durante todo el año

sobre vuestra cabeza condenada

Los aullidos lamentables de los lobos

Y de las brujas famélicas,

El retozar de los viejos lúbricos.

Y las conspiraciones de los negros rateros.

1857.

LXXI

UN GRABADO FANTÁSTICO

Este espectro singular no tiene otro aderezo,

Grotescamente plantado sobre su frente de esqueleto,

Que una diadema horrible y carnavalesca.

Sin espuelas, sin fusta, acosa un caballo,

Fantasma como él, rocín apocalíptico,

Que babea por el belfo como un epiléptico.

A través del espacio se precipitan juntos,

Y hollan el infinito con un casco atrevido.

El jinete pasea su sable que flamea

Sobre las multitudes innumeras que su montura tritura,

Y recorre, cual un príncipe inspeccionando su palacio,

El cementerio inmenso y frío, sin horizonte,

En el que yacen, bajo la luz de un sol blanco y opaco,

Los pueblos de la historia antigua y moderna.

1857.

LXXII

EL MUERTO ALEGRE

En una tierra crasa y llena de caracoles

Yo mismo quiero cavar una fosa profunda,

Donde pueda holgadamente tender mis viejos huesos

Y dormir en el olvido como un tiburón en la onda.

Yo odio los testamentos y yo odio las tumbas;

Antes que implorar una lágrima del mundo

Viviente, preferiría invitar a los cuervos

A sangrar todas las puntas de mi osamenta inmunda.

¡Oh, gusanos! negros compañeros sin orejas y sin ojos,

Ved cómo hasta vosotros llega un muerto libre y alegre;

Filosóficos vividores, hijos de la podredumbre,

A través de mi ruina pasad sin remordimientos,

Y decidme si hay aún alguna tortura

Para este viejo cuerpo sin alma ¡y muerto entre los muertos!

1851.

LXXIII

EL TONEL DEL ODIO

El Odio es el tonel de las pálidas Danaides;

La Venganza consternada con brazos rojos y fuertes

Se ha complacido en precipitar en sus tinieblas vacías

Grandes cubos colmados de sangre y de lágrimas de los muertos,

El Demonio hace hoyos secretos en esos abismos,

Por donde huirían mil años de sudores y esfuerzos,

Aunque ella lograra reanimar sus víctimas,

Y para oprimirlas resucitar sus cuerpos.

El Odio es un beodo en el fondo de una taberna,

Que siente siempre la sed nacer del licor

Y multiplicarse como la hidra de Lerna.

–Mas los bebedores felices conocen a su vencedor,

Y el Odio es consagrado a la suerte lamentable

De no poder jamás dormirse bajo la mesa.

1855.

LXXIV

LA CAMPANA RAJADA

Es amargo y dulce, durante las noches de invierno,

Escuchar, cabe, el fuego que palpita y humea,

Los recuerdos lejanos lentamente elevarse

Al ruido de los carrillones que cantan en la bruma.

Bienaventurada la campana de garganta vigorosa

Que, malgrado su vejez, alerta y saludable,

Arroja fielmente su grito religioso,

¡Tal como un veterano velando bajo la tienda!

Yo, tengo el alma rajada, y cuando en su tedio

Ella quiere de sus canciones poblar el frío de las noches,

Ocurre con frecuencia que su voz debilitada

Parece el rudo estertor de un herido olvidado

Al borde de un lago de sangre, bajo un montón de muertos,

Y que muere, sin moverse, entre inmensos esfuerzos.

1851.

LXXV

SPLEEN

(I)

Pluvioso, irritado contra la ciudad entera,

De su urna, en grandes oleadas vierte un frío tenebroso

Sobre los pálidos habitantes del vecino cementerio

Y la mortandad sobre los arrabales brumosos.

Mi gato sobre el ladrillo buscando una litera

Agita sin reposo su cuerpo flaco y sarnoso;

El alma de un viejo poeta vaga en la gotera

Con la triste voz de un fantasma friolento.

El bordón se lamenta, y el leño ahumado

Acompaña en falsete al péndulo acatarrado,

Mientras que en un mazo de naipes lleno de sucios olores,

Herencia fatal de una vieja hidrópica,

El hermoso valet de coeur y la dama de pique

Charlan siniestramente de sus amores difuntos.

1857.

LXXVI

SPLEEN

(II)

Yo tengo más recuerdos que si tuviera mil años.

Un gran mueble de cajones atiborrado de facturas,

De versos, de dulces esquelas, de procesos, de romances,

Con abundantes cabellos enredados en recibos,

Oculta menos secretos que mi triste cerebro.

Es una pirámide, una inmensa cueva,

Que contiene más muertos que la fosa común.

–Yo soy un cementerio aborrecido de la luna,

Donde, como remordimientos, se arrastran largos gusanos

Que se encarnizan siempre sobre mis muertos más queridos.

Yo soy un viejo gabinete lleno de rosas marchitas,

Donde yace toda una maraña de modas anticuadas,

Donde los pasteles plañideros y los pálidos Boucher,

Solos, exhalan el olor de un frasco destapado.

Nada iguala en longitud a las cojas jornadas,

Cuando bajo los pesados flecos de las nevadas épocas

El hastío, fruto de la melancólica incuria,

Adquiere las proporciones de la inmortalidad.

–Desde ya tú no eres más, ¡oh, materia viviente!

Que una peña rodeada de un vago espanto,

Adormecida en el fondo de un Sahara brumoso;

Una vieja esfinge ignorada del mundo indiferente,

Olvidada sobre el mapa, y cuyo humor huraño

No canta más que a los rayos del sol poniente.

1857.

LXXVII

SPLEEN

(III)

Yo soy como el rey de un país lluvioso,

Rico, pero impotente, joven y no obstante antiquísimo,

Que, de sus preceptores despreciando las reverencias,

Se hastía con sus perros como con otras bestias.

Nada puede distraerle, ni caza, ni halcón,

Ni su pueblo muriendo ante su balcón.

Del bufón favorito la grotesca balada

No distrae más la frente de este cruel enfermo;

Su lecho flordelisado se transforma en tumba,

Y las azafatas, para las que todo príncipe es bello,

No saben más encontrar el impúdico tocado

Para arrancar una sonrisa a este joven esqueleto.

El sabio que le hace el oro jamás ha podido

De su ser extirpar el elemento corrompido,

Y en esos baños de sangre que de los romanos proceden,

Y de los que de sus lejanos días los poderosos se recuerdan,

No ha sabido recalentar este cadáver alelado

Por el que corre, en lugar de sangre, el agua verde del Leteo.

1857.

LXXVIII

SPLEEN

(IV)

Cuando el cielo bajo y pesado como tapadera

Sobre el espíritu gemebundo presa de prolongados tedios,

Y del horizonte, abarcando todo el círculo,

Nos vierte un día negro más triste que las noches;

Cuando la tierra se cambia en un calabozo húmedo,

Donde la Esperanza, como un murciélago,

Se marcha batiendo los muros con su ala tímida

Y golpeándose la cabeza en los cielorrasos podridos;

Cuando la lluvia, desplegando sus enormes regueros

De una inmensa prisión imita los barrotes,

Y una multitud muda de infames arañas

Acude para tender sus redes en el fondo de nuestros cerebros,

Las campanas, de pronto, saltan enfurecidas

Y lanzan hacia el cielo su horrible aullido,

Cual espíritus errabundos y sin patria

Poniéndose a gemir porfiadamente.

–Y largos cortejos fúnebres, sin tambores ni música,

Desfilan lentamente por mi alma; la Esperanza

Vencida, llora, y la Angustia atroz, despótica,

Sobre mi cráneo prosternado planta su bandera negra.

1857.

LXXIX

OBSESIÓN

Grandes bosques, me espantáis como catedrales;

Aulláis como el órgano; y en nuestros corazones malditos,

Estancias de eterno duelo donde vibran viejos estertores,

Responden a los ecos de vuestros De profundis.

¡Yo te odio, Océano! tus saltos y tus tumultos,

Mi espíritu en él los recobra. Esta risa amarga

Del hombre vencido, lleno de sollozos y de insultos,

Yo la escucho en la risa enorme del mar.

¡Cómo me agradarías, oh noche! ¡Sin estas estrellas

Cuya luz habla un lenguaje conocido!

¡Porque yo busco el vacío, y el negro, y el desnudo!

Pero, las tinieblas son ellas mismas las telas

donde viven, brotando de mis ojos por millares,

Los seres desaparecidos de las miradas familiares.

1860.

LXXX

EL GUSTO DE LA NADA

Melancólico espíritu, en otros tiempos enamorado de la lucha,

La Esperanza, cuya espuela acuciaba tu ardor,

¡No quiere más montarte! Acuéstate sin pudor,

Viejo caballo cuyos cascos en cada obstáculo chocan.

Resígnate, corazón mío; duerme tu sueño de bruto.

Espíritu vencido, ¡despeado! Para ti, viejo merodeador,

El amor no tiene más gusto, no más que la disputa,

¡Adiós, pues, cantos del cobre y suspiros de la flauta!

¡Placeres, no tentéis más un corazón sombrío y embustero!

¡La Primavera adorable ha perdido su perfume!

Y el Tiempo me engulle minuto tras minuto,

Como la nieve inmensa un cuerpo ya tieso;

Yo contemplo desde lo alto el globo en su redondez

Y no busco más el abrigo de una choza.

Avalancha, ¿quieres arrastrarme en tu caída?

1859.

LXXXI

ALQUIMIA DEL DOLOR

El Uno te ilumina con su ardor,

El otro en ti te pone su duelo, ¡Natura!

El que dice a uno: ¡Sepultura!

Dice al otro: ¡Vida y esplendor!

Hermes desconocido que me asistes

Y que siempre me intimidas,

Tú me haces al igual de Midas,

El más triste de los alquimistas;

Por ti yo cambio el oro en hierro

Y el paraíso en infierno;

En el sudario de las nubes

Descubro un cadáver querido,

Y sobre las celestes riberas

Levanto grandes sarcófagos.

1860.

LXXXII

HORROR SIMPÁTICO

De este cielo extravagante y lívido,

Atormentado como tu destino,

¿Qué pensamientos en tu alma vacía

Descienden? Responde, libertino.

–Insaciablemente, ávido

De lo oscuro y lo incierto,

Yo no gemiré como Ovidio

Arrojado del paraíso latino.

Cielos desgarrados como arenales

En vosotros se contempla mi orgullo;

Vuestras amplias nubes enlutadas

Son los carros fúnebres de mis sueños,

Y vuestros fulgores son el reflejo

Del Infierno donde mi corazón se complace.

1860.

LXXXIII

EL HEOTONTIMORUMENOS

(Pieza de Terencio)

Para J.G.F.

Yo te golpearé sin cólera

Y sin odio, como un leñador,

¡Como Moisés la roca!

Y haré de tus párpados,

Para abrevar mi Sahara,

Brotar las aguas del sufrimiento.

Mi deseo preñado de esperanza

Sobre tus lágrimas saladas flotará

Como un navío que zarpa,

Y en mi corazón que embriagarán

¡Tus queridos sollozos resonarán

Como un tambor que bate a la carga!

¿No soy yo un falso acorde

En la divina sinfonía,

Gracias a la voraz Ironía

Que me sacude y me muerde?

¡Ella está en mi garganta, la grita!

¡Es toda mi sangre, este veneno negro!

¡Yo soy el siniestro espejo

Donde la furia se contempla!

¡Yo soy la herida y el cuchillo!

¡Yo soy la bofetada y la mejilla!

¡Yo soy los miembros y la rueda,

Y la víctima y el verdugo!

Yo soy de mí corazón el vampiro,

–Uno de esos grandes abandonados

A la risa eterna condenados,

¡Y que no pueden más sonreír!

1857.

LXXXIV

LO IRREMEDIABLE

I

Una Idea, una Forma, un Ser

Surgido del azur y caído

En una Estigia cenagosa y plomiza

Donde ninguna mirada del Cielo penetra;

Un Ángel, imprudente viajero

Que ha tentado el amor de lo informe,

En el fondo de una pesadilla enorme

Debatiéndose como un nadador,

Y luchando, ¡angustias fúnebres!

Contra un gigantesco remolino

Que va cantando como los locos

Y pirueteando en las tinieblas;

Un desdichado hechizado

En sus tanteos fútiles,

Para huir de un lugar lleno de reptiles,

Buscando la luz y la clave;

Un condenado descendiendo sin lámpara

Al borde de un abismo cuyo olor

Traiciona la húmeda profundidad,

De eternas escaleras sin peldaños,

Donde velan monstruos viscosos

Cuyos enormes ojos fosforescentes

Hacen una noche más negra todavía

Dejándoles visibles sólo a ellos;

Un navío apresado en el polo,

Como en una trampa de cristal,

Buscando por qué estrecho fatal

Ha caído en aquel calabozo;

–Emblemas nítidos, cuadro perfecto

De una fortuna irremediable,

¡Qué hace pensar que el Diablo

Realiza siempre bien cuanto él hace!

II

¡Coloquio sombrío y límpido

De un corazón convertido en su espejo!

Pozo de la Verdad, claro y negro,

Donde tiembla una estrella lívida,

Un faro irónico, infernal,

Antorcha de gracias satánicas,

Consuelo y gloria únicos,

–¡La conciencia en el Mal!

1857.

LXXXV

EL RELOJ

¡Reloj! ¡Divinidad siniestra, horrible, impasible,

Cuyo dedo nos amenaza y nos dice: ¡Recuerda!

Los vibrantes Dolores en tu corazón lleno de terror

Se plantarán pronto como en un blanco;

El Placer vaporoso huirá hacia el horizonte

Tal como una sílfide hacia el fondo del pasillo;

Cada instante te devora un trozo de la delicia

Acordada a cada hombre para toda su estancia.

Tres mil seiscientas veces por hora, el Segundero

Murmura: ¡Recuerda! -Rápido, con su voz

De insecto, Ahora dice: ¡Yo soy Antaño,

Y yo he bombeado tu vida con mi trompa inmunda!

¡Remember! ¡Recuerda! pródigo Esto memorl

(Mi garganta de metal habla todas las lenguas.)

¡Los minutos, muerte juguetona, son gangas

Que no hay que dejar sin extraer el oro!

¡Recuerda! que el Tiempo es un jugador ávido

Que gana sin trampear, ¡en todo golpe! es la ley.

El día declina; la noche aumenta: ¡recuerda!

El abismo tiene siempre sed; la clepsidra se vacía.

Luego sonará la hora en que el Divino Azar,

Donde la augusta Virtud, tu esposa todavía virgen,

Donde el Arrepentimiento mismo (¡oh, el postrer refugio!)

Donde todo te dirá: ¡Muere, viejo flojo! ¡es muy tarde!"

1860.

CUADROS PARISIENSES

LXXXVI

PAISAJE

Yo quiero, para componer castamente mis églogas,

Acostarme cerca del cielo, como los astrólogos,

Y vecino de los campanarios, escuchar soñando

Sus himnos solemnes arrastrados por el viento.

Las dos manos bajo el mentón, desde lo alto de la bohardilla,

Yo veré el taller que canta y que charla;

Las chimeneas, los campanarios, esos mástiles de la cité,

Y los amplios cielos que hacen soñar con la eternidad.

Es grato, a través de las brumas, ver nacer

Las estrellas en el azur, la lámpara en la ventana,

Los vahos del carbón trepar al firmamento

Y la luna volcar su pálido encantamiento.

Yo veré las primaveras, los estíos, los otoños,

Y cuando llegue el invierno de las nieves monótonas,

Cerraré por todas partes portezuelas y postigos

Para edificar en la noche mis feéricos palacios.

Entonces soñaré con horizontes azulados,

Jardines, surtidores llevando en los alabastros,

Besos, pájaros cantando noche y día,

Y todo cuanto el Idilio tiene de más infantil.

El Motín, atronando vanamente en mi ventana,

No hará levantar mi frente de mi pupitre;

Porque estaré sumergido en esta voluptuosidad

De evocar la Primavera con mi voluntad,

Extraer un sol de mi corazón, y hacer

De mis pensamientos ardientes una tibia atmósfera.

1857.

LXXXVII

EL SOL

A lo largo del viejo faubourg, donde penden en las casuchas

Las persianas, abrigo de secretas lujurias,

Cuando el sol cruel cae con trazos redoblados

Sobre la ciudad y los campos, sobre los techos y los trigales,

Yo acudo a ejercitarme solo en mi fantástica esgrima,

Husmeando en todos los rincones las sorpresas de la rima.

Tropezando sobre las palabras como sobre los adoquines.

Chocando a veces con versos hace tiempo soñados.

Este padre nutricio, enemigo de las clorosis,

Despierta en los campos los versos como las rosas;

Hace evaporarse las preocupaciones hacia el cielo,

Y colma los cerebros y las colmenas de miel.

Es él quien rejuvenece a los que empuñan muletas

Y los torna alegres y dulces como muchachas jóvenes,

Y ordena a los sembrados crecer y madurar

¡En el corazón inmortal que siempre quiere florecer!

Cuando, igual que un poeta, desciende en las ciudades,

Ennoblece el destino de las cosas más viles,

Introduciéndose cual rey, sin ruido y sin lacayos,

En todos los hospitales y en todos los palacios.

1861.

LXXXVIII

A UNA MENDIGA PELIRROJA

Blanca muchacha de los cabellos rojizos,

Cuyo vestido por los agujeros

Deja ver la pobreza

Y la belleza,

Para mí, poeta enclenque,

Tu joven cuerpo enfermizo,

Lleno de pecas,

Tiene su dulzura.

Tú llevas más galantemente

Que una reina de romance

Sus coturnos de terciopelo

Tus zuecos burdos.

En lugar de un harapo muy corto,

Un soberbio traje de corte

Arrastra con pliegues rumorosos y largos

Sobre tus talones;

En lugar de medias agujereadas,

Para los ojos taimados

Sobre tu pierna un puñal de oro

Reluce todavía;

Nudos mal ajustados

Desnudan para nuestros pecados

Tus dos hermosos senos, radiantes

Como dos ojos;

Que para desnudarte

Tus brazos se hacen rogar

Y expulsan con golpes vivaces

Los dedos traviesos,

Perlas del más bello oriente,

Sonetos del maestro Belleau

Por tus galantes engrillados

Sin cesar ofrecidos

Chusma de rimadores

Dedicándote sus primores

Y contemplando tu zapato

Bajo la escalera,

Más de un paje enamorado del azar,

Más que un señor y más que un Ronsard

¡Espiaban por diversión

Tu fresco escondrijo!

Tú contabas en tus lechos

Más besos que lises

Y ordenabas bajo tus leyes

¡Más de un Valois!

–Empero tú vas mendigando

Algún viejo mendrugo yaciendo

En el umbral de cualquier Véfour

De la encrucijada;

Tú vas curioseando por debajo

Joyas de veintinueve sueldos

Que yo no puedo, ¡oh, perdón!

Regalarte.

¡Ve, pues, sin otro adorno,

Perfumes, perlas, diamante,

Que tu magra desnudez!

¡Oh, mi belleza!

1861.

LXXXIX

EL CISNE

A Víctor Hugo.

I

¡Andrómaca, pienso en ti! Este riacho,

Pobre y triste espejo donde antaño resplandeció

La inmensa majestad de vuestros dolores de viuda,

Este Simoïs mentiroso que con vuestras lágrimas crece,

Ha fecundado de pronto mi memoria fértil,

Cuando yo atravesaba el nuevo Carrousel.

El viejo París terminó (la forma de una ciudad

Cambia más rápido, ¡ah!, que el corazón de un mortal);

Yo no veo sino con el espíritu todo este caserío,

Este montón de capiteles esbozados y los fustes,

Las hierbas, los grandes bloques verdecidos por el agua de las charcas,

Y brillando en las ventanas, el bric-a-bras confuso.

Allí se mostraba antaño una casa de fieras;

Allá yo vi, una mañana, en la hora en que bajo los cielos

Fríos y claros el Trabajo se despierta, en que la basura

Empuja un sombrío huracán en el aire silencioso,

Un cisne que se había evadido de su jaula,

Y, con sus patas palmípedas frotando el empedrado seco,

Sobre el suelo' áspero arrastraba su blanco plumaje.

Cerca de un arroyo sin agua la bestia abriendo el pico

Bañaba nerviosamente sus alas en el polvo,

Y decía, el corazón lleno de su bello lago natal:

"Agua, ¿Cuándo lloverás? ¿Cuándo tronarás, rayo?"

Yo veo este desdichado, mito extraño y fatal,

Hacia el cielo algunas veces, como el hombre de Ovidio,

Hacia el cielo irónico y cruelmente azul,

Sobre su cuello convulsivo tender su cabeza ávida,

¡Como si dirigiera reproches a Dios!

II

¡París cambia! ¡pero, nada en mi melancolía

Se ha movido! palacios nuevos, andamiajes, bloques,

Viejos arrabales, todo para mí vuélvese alegoría,

Y mis caros recuerdos son más pesados que rocas.

También ante este Louvre una imagen me oprime:

Y pienso en mi gran cisne, con sus gestos locos,

Como los exiliados, ridículo y sublime,

¡Y roído por un deseo sin tregua! y luego en vos,

Andrómaca, de los brazos de un gran esposo caída,

Vil rebaño, bajo la mano del soberbio Pirro,

Cabe una tumba vacía en éxtasis doblegado;

Viuda de Héctor, ¡ah! ¡y mujer de Heleno!

Yo pienso en la negra, enflaquecida y tísica,

Chapaleando en el lodo, y buscando, la mirada huraña,

Los cocoteros ausentes del África soberbia

Detrás de la muralla inmensa de neblina;

En cualquiera que ha perdido lo que no se encuentra

¡Jamás, jamás! ¡en los que beben lágrimas!

¡Y maman del Dolor cual de una buena loba!

¡En los flacos huérfanos secándose cual flores!

También en la selva donde mi espíritu se exilia

¡Un viejo Recuerdo resuena con la plenitud del cuerno!

Pienso en los marineros olvidados en una isla,

¡En los cautivos, en los vencidos!… ¡y en muchos otros todavía!

1860.

XC

LOS SIETE ANCIANOS

A Víctor Hugo

Hormigueante ciudad, llena de sueños,

Donde el espectro en pleno Día agarra al transeúnte!

Los misterios rezuman por todas partes como las savias

En los canales estrechos del coloso poderoso.

Una mañana, mientras que en la triste calle

Las casas, cuya altura prolonga la bruma,

Simulaban los dos muelles de un río crecido,

Y que, decoración semejante al alma del actor,

Una niebla sucia y amarilla inundaba tanto el espacio,

Yo seguía, atesando mis nervios cual un héroe

Y discutiendo con mi alma ya cansada,

El "faubourg" sacudido por las pesadas carretas.

De pronto, un anciano cuyos guiñapos amarillos

Imitaban el color de este cielo lluvioso,

Y de los que el aspecto había hecho llover las limosnas,

Sin la maldad que lucía en sus ojos,

Se me apareció. Se hubiera dicho su pupila empapada

En la hiel; su mirada agudizando la escarcha,

Y su barba de largas guedejas, afilada como una espada,

Se proyectaba, parecida a la de Judas.

No estaba encorvado, sino quebrado, su espinazo

Hacía con su pierna imperfecto ángulo recto,

Si bien su bastón, completando su estampa,

Le imprimía el talante y el paso torpe

De un cuadrúpedo enfermo o de un brasero de tres patas.

En la nieve y el barro avanzaba atascándose,

Cual si aplastara muertos bajo sus chanclos,

Hostil al universo más bien que indiferente.

Su semejante le seguía: barbas, ojos, dorso, bastón, guiñapos,

Ningún rasgo distinguía, del mismo infierno llegado,

Este jumento centenario, y estos espectros barrocos

Marchaban con el mismo peso hacia un final desconocido.

¿A qué complot infame estaba yo expuesto,

O qué perverso azar así me humillaba?

¡Porque yo conté siete veces, de minuto en minuto,

Este siniestro anciano que se multiplicaba!

Que aquel que se burla de mi inquietud,

Y que no se ha sentido alcanzado por un estremecimiento fraternal,

Si bien que, pese a tanta decrepitud,

¡Estos siete monstruos horribles tenían el aire eterno!

¿Hubiera yo, sin morir, contemplado el octavo,

Sosías inexorable, irónico y fatal,

Asqueante Fénix, hijo y padre de sí-mismo?

–Más volví las espaldas al cortejo infernal.

¡Exasperado como un ebrio que viera doble,

Retorné, cerré mi puerta, espantado,

Enfermo y pasmado, el espíritu afiebrado y turbado,

Herido por el misterio y por el absurdo!

Vanamente mi razón quería empuñar la barra;

La tempestad jugando derrotaba mis esfuerzos,

¡Y mi alma danzaba, danzaba, vieja gabarra

Sin mástiles, sobre un mar monstruoso y sin riberas!

1859.

XCI

LAS VIEJECITAS

A Víctor Hugo

En los pliegues sinuosos de las viejas capitales,

Donde todo, hasta el horror, vuelve a los sortilegios,

Espío, obediente a mis humores fatales,

Los seres singulares, decrépitos y encantadores.

Estos monstruos dislocados fueron antaño mujeres

¡Eponina o Lais! Monstruos rotos, jorobados

O torcidos, ¡amémoslos! son todavía almas

Bajo faldas agujereadas y bajo fríos trapos.

Trepan, flagelados por el cierzo inicuo,

Estremeciéndose al rodar estrepitoso de los ómnibus,

Y apretando contra su flanco, cual si fueran reliquias,

Un saquito bordado de flores o de arabescos;

Trotan, muy parecidos a marionetas;

Se arrastran, como hacen las bestias heridas,

O bailan, sin querer bailar, pobres campanillas

De las que cuelga un Demonio sin piedad. Destrozados

Como están, tienen ojos taladrantes cual una barrena,

Brillantes como esos agujeros en los que el agua duerme en la noche;

Tienen los ojos divinos de la tierna niña

Que se maravilla y ríe a todo cuanto reluce.

–¿Habéis observado que muchos féretros de viejas

Son casi tan pequeños como el de un niño?

La Muerte sabia deposita en esas cajas iguales

Un símbolo de un sabor caprichoso y cautivante,

Y cuando entreveo un fantasma débil

Atravesando de París el hormigueante cuadro,

Me parece siempre que este ser frágil

Se marcha muy dulcemente hacia una nueva cuna;

A menos que, meditando sobre la geometría,

Yo no busque, en el aspecto de esos miembros discordes,

Cuántas veces es preciso que el obrero varíe

La forma de la caja donde se meten todos esos cuerpos.

–Esos ojos son pozos abiertos por un millón de lágrimas,

Crisoles que un metal enfriado recubre con pajuelas…

¡Esos ojos misteriosos tienen invencibles encantos

Para aquel que el austero Infortunio amamanta!