Cuando Lorinda seleccionó su traje de noche, empezó a planear con gran cuidado la estrategia que seguiría.

Si quería salirse con la suya y esclavizar a su voluntarioso y joven esposo, como había esclavizado a sus demás admiradores, tendría primero que cautivarlo. Se obligaría a sí misma a verse encantadora, aunque, se dijo, odiaba a su esposo con vehemencia.

«Haré que me ame», se repitió con aire sombrío, «y cuando eso suceda, lo despreciaré como he hecho con los otros».