Capítulo 5

Sobre cuarenta y ocho horas después, Latonia no tuvo oportunidad de estar a solas con lord Branscombe. Él se estaba desbordando en atenciones para con el rajá, y el joven soberano correspondía a éste con cordialidad. Latonia notó que las pupilas del príncipe todavía estaban dilatadas. Se preguntaba si el tío notaba eso.

El vicio del opio estaba muy difundido en la India, y Latonia sabía que las mujeres inglesas estaban asustadas que las niñeras dieran pequeñas cantidades de la droga a los bebés, para mantenerlos silenciosamente. Sin embargo, los ingleses permitían la venta del opio, porque les era bastante provechoso, debido a los impuestos.

Se imaginaba si eso no se podría refrenar de una cierta forma por los gobernantes. Quería hablar del tema con lord Branscombe, sin que el desconfiara del motivo de sus preguntas. ¡Qué agradable sería si pudieran viajar como personas comunes! ¡Así, ella aprendería mucho de la India, que cada día hallaba más fascinante!

En la tarde del segundo día, asistieron a una exhibición de caballeros y danzas folclóricas. Al final de la presentación, Lord Branscombe y el rajá se apartaron, para examinar la banda de músicos. Pero la razón de su retiro era que desearon hablar sin ser oídos. Latonia notó que los miembros más viejos de la corte estaban aprehensivos. Todos miraban para la dirección donde los dos hombres hablaban y parecían haberse olvidado de ella. Sólo cuando regresaron el rajá y lord Branscombe suspiraron aliviados.

La mañana siguiente, al despedirse, el tío hizo un discurso elocuente, agradeciendo la hospitalidad. El anfitrión se mostró contento, pero Latonia encontró que podría ser una expresión del placer porque estaban partiendo.

Una vez más, lord Branscombe y ella cabalgaban, mientras que los criados y el equipaje los seguían, lentamente, más atrás. Partieron bien temprano. Así, todavía estaba relativamente fresco. Cuando él sugirió que ejercitaran a los caballos, comenzaron a galopar inmediatamente.

Después de galopar durante algún tiempo, ella preguntó:

—Por favor, dígame que le pareció el rajá. ¿Se propone recomendar a un residente británico para la provincia de él?

—Puesto que está tan interesada, ¿qué tal si me cuenta primero cuales fueron sus impresiones?

Latonia lo miro rápidamente. Le pareció que intentaba probarla, para su propia satisfacción, pues la creía tonta y frívola.

Eligió las palabras con cuidado:

—Tan pronto llegamos, note que el rajá tomaba el opio. También encuentro que parece un hombre un tanto corrompido, para ser tan joven.

Esperó a que lord Branscombe hiciera algún comentario, pero solamente pregunto:

—¿Qué más?

—Puedo estar incorrecta, pero me pareció que los hombres a su servicio, especialmente los más viejos, estaban tensos y alertas. Cuando milord y el rajá hablaban, ayer en la tarde, se mostraron positivamente aprehensivos sobre lo que hablaban.

Paró y vio la mirada de sorpresa de lord Branscombe.

—Usted es bastante observadora, Latonia.

—¿Estoy en lo cierto? ¿Ocultaban algo?

Sospechó que las armas rusas eran provistas por el rajá, según sucedía con las tribus de las fronteras, pero encontraba que estaban muy al sur, para que eso fuera posible.

—No pretendo discutir tales cosas con usted, quizás deba hacer una excepción.

—Por favor. Dígame lo que esta errado.

—Nada sensacional, y sucede con mucha frecuencia en estos principados.

—¿Qué es?

—Como el rajá tuvo una educación europea, tiene ideas nuevas y progresivas, mientras que sus parientes están resueltos a todo siga siendo igual a los últimos mil años.

—¿Es por eso ellos le dan opio?

—Exactamente. El opio y las mujeres dejan poco tiempo disponible al joven rajá para concentrarse en políticas de cambio.

—¿Entonces, decidió que debe ser asignado un residente británico? —Latonia se aventuró.

Sonrió:

—Puede ser que eso suceda, pero di a una oportunidad a su Alteza para probar que es capaz gobernar.

—¿De qué manera?

—Le dije que tiene que abandonar el opio y pasar más tiempo en la silla de montar, inspeccionando su pueblo, de lo que pasa en los aposentos de las mujeres en el palacio.

—¿Y qué contestó?

—Es inteligente cuando su mente no está bajo los efectos de la droga. Como lo adule bastante, no llegó a resentirse, cuando dije que tenía que comportarse como hombre y a demostrar de lo que él es capaz.

—¿Cree que hará esto?

—Sinceramente, no sé qué contestar. Pero fui bien claro en que, si en seis meses para no cambia sus hábitos, yo recomendare al virrey que se asigne un residente británico.

—¡Oh! Espero que obedezca.

—Yo también. Espero que sobreviva.

—¿Que desea decir con esto?

—Hay varias maneras de librarse de rajás jóvenes que intentan cambiar las tradiciones consideradas sagradas.

—¿Cómo?

—Mueren, de una manera u otra. Tiene un accidente de caza, una caída, una mordedura de serpiente, alimento envenenado… Los indios vienen usando estos métodos desde el principio de los tiempos.

—Milord hace todo parecer horrible y peligroso.

—Entonces, olvídelo. Quizás las cosas sean diferentes en nuestra siguiente parada.

Desde esa vez, habían seguido bien al norte bien y habían pasado dos noches en el tren, antes de llegar su destino.

Más una vez, Latonia quedo fascinada con la multitud de turistas y de viajeros en las estaciones y con el país. Vio las aldeas consistentes solamente en un oasis verde pequeño en medio de lo que se parecía un desierto. Tenía pocos árboles de sombra, una plaza central, con un pozo y un estanque para dar el agua a los animales.

También se interesó por las ciudades-mercados, donde sabía que los británicos tenían sus oficinas administrativas, el almacén, comisarías de policías, hospitales y, por supuesto, un campamento del ejército.

Todo le fascinó, y estaba pegada a la ventana hasta que vino la oscuridad.

A pesar de lord Branscombe estar la mayor parte de tiempo sumergido en la lectura de los periódicos o escribiendo lo qué tenía la certeza era un informe sobre los lugares acabaran de visitar, por lo menos le conversaba durante las comidas. El alimento fue traído al tren en las grandes estaciones: siempre varios platos, todos muy sabrosos.

Había también mucho polvo, de lo penetraba todo aun con las ventanas y las puertas cerradas. Pero toda era la novedad y una aventura emocionante. Ya descubriría la atmósfera de la India: el olor de las especias y de madera quemada, la pulsación de tambores distantes y el sonido cargado de pies descalzos en el suelo del polvoriento. Parecía como que todo aquello yacía como un sueno medio olvidado en su mente y su corazón, y que ahora despertaba a la realidad.

Alguna vez, no obteniendo resistir el brillo de entusiasmo en los ojos de la sobrina, lord Branscombe contestaba a sus preguntas, sin parecer cínico o desconfiado.

Outa, el siguiente Estado que visitaron, era muy bonito. Había lagos, santuarios y templos; caballeros con ropas rojas, con bigotes y espadas curvas; mujeres de piel dorada que caminaban como reinas, mientras que cargaron lotahs de bronce o de cobre, con agua y el alimento, en la cabeza.

Lord Branscombe y Latonia atravesaron la agitada multitud de turbantes y saris rojos, ámbar, turquesa y verde.

El palacio, situado en una elevación, era blanco, con los minaretes o torres para la oración, ventanas enmarcadas y los arcos. Latonia podía ver a través de una puerta triple gigantesca una fila de elefantes amarrados en estacas.

El rajá era un hombre envejecido, con una barba blanca. Reinaba hacia treinta años aproximadamente. No tuvo duda de que mantenía a su pueblo bajo control, y el estado entero giraba en torno a él; su menor deseo era ley.

Latonia consideró que al tío le sería imposible encontrar un desacierto allí. Sin embargo, algo le dijo que él no estaba satisfecho.

Habían estado en Outa por tres días y, en ese tiempo, le fue permitido ir a los cuartos de las mujeres, con sus patios interiores, el tanque y el árbol sagrado neem, cuyas hojas tenían propiedades medicinales.

La Rani era muy bonita y muy joven; lamentablemente, hablaba solamente algunas palabras en urdu y ninguna en inglés. Latonia intentó comunicarse con ella y con las otras mujeres mediante mímicas, pero, justo cuando le mostraron las joyas, tuvo problemas para hacerse entender. Se sintió aliviada cuando la visita llegó a su fin.

Cuando partieron les ofrecieron un carro cubierto abierto, tirado por dos caballos, para ir hasta la próxima estación.

—¿Qué encontró? —preguntó, ansiosa, tan pronto como hubieran acabado para saludar agitando las manos a los que les veían partir y a la multitud que tiró flores, mientras pasaban.

—Estoy esperando oír su evaluación —lord Branscombe contestó.

—Encuentro que todo parecía correcto, pero sé que usted desconfiaba de algo.

—¿Usted encuentra eso extraño?

—No, enteramente. Desde que lo conozco, lo veo sospechar siempre de algo.

—¿Quiere decir, de usted?

—Sí.

—Bien, quizás lo mismo se aplique al estado de Outa. ¡Ustedes dos se parece mucho a decir verdad!

—¡Me adula! ¿Pero, me dígame, qué descubrió?

—Nada. Encuentro eso desconcertante, y como usted dijo, me hace desconfiar.

—¿Y qué se propone hacer?

—¿Qué puedo hacer? Nada todavía, oí informes de aquellos que estuvieron con nosotros en Outa.

Latonia parecía sorprendida, por un momento; más adelante, entendía que ella había sido muy tonta. Por supuesto, entre los criados, muchos de quienes eran indios de castas superiores, había algunos empleados por lord Branscombe para espiar en los lugares que investigaban. Eso hizo que se sintiera con poca voluntad. Como adivino lo que pensaba ella, lord Branscombe dijo: —¿quizás veo un aire de la condenación en su cara?

—Es que no me parece… correcto… pues como diríamos en Inglaterra: poco ético.

El tío rió.

—Hay unas reglas para Inglaterra y otras para la India —contestó—. Y yo puede asegurarle que el rajá o cualquier otro de nuestros anfitriones esperaban que aquellos que nos acompañaban hagan investigaciones para mí. Mientras tanto, toman todas las precauciones para que no se encuentre nada incriminador.

—Hasta parece un juego.

—Es exactamente eso lo que es. Como conquistadores de la India, tenemos nuestras ideas de qué es correcto y justo, mientras que los indios, hacen obviamente todo lo que está a su alcance para prevenir que prevalezcan nuestras ideas, pues consideran las suyas mejores, simplemente porque se basan en la tradición.

—¿Pero necesitan intervenir?

—Intentamos no hacerlo, excepto cuando las cosas van realmente mal. Como, por ejemplo, los crímenes confiados por truhanes, una multitud de asesinos que matan a mil personas por año, simplemente porque es parte de su religión; o los horrores de suttee o los casamientos de infantes de tres o cuatro años de edad.

—Puedo entender que es correcto insistir en las reformas - Latonia dijo.

—Y también es correcto que nuestro imperio no está desafiado por otro poder.

—¿Quiere decir, Rusia?

Asintió con la cabeza, y Latonia percibió que no deseaba continuar el coloquio.

—¿Para donde vamos ahora?

—Vamos a estar hoy en un campamento militar, en donde está estacionado un batallón de mi regimiento. Me imagino que estará molesta, pues deseo cenar en el refectorio, en donde, por supuesto, no admiten a las mujeres. Y sé que en esta época del año que los oficiales no están acompañados por las esposas.

—Lo que está diciendo es que estaré sola.

—Exactamente. Pero, claro, será custodiada por los centinelas, desde afuera de su bungalow, y habrá criados para servirle.

Sin embargo, le consoló poco ver a lord Branscombe, radiante en las ropas de la gala de los Lanceros de Bengala, saliendo hacia el refectorio al anochecer.

No quedo impresionada con el cuartel, que era uno típico de un regimiento, de los muchos que tenían en la India: filas de construcciones de ladrillo y de argamasa para los soldados ingleses y de chozas para los indios.

El suelo donde se ejercitaban era de arena batida, sin la menor señal de verde o de algún colorido, y los niños que jugaban estaban pálidos y delgados debido al calor y a la mala alimentación.

Sin embargo, el bungalow en el que se quedara estaba en las cercanías del cuartel y del poseía un jardín pequeño, que le dio un aspecto mejor. Tenía el número usual de cuartos y la baranda inevitable, con los pasos de madera, que condujo a un césped irregular. Los muebles parecían haber pasado por algunos dueños, perdiendo un poco de su belleza cada vez que cambiaban de manos.

Como viajaron desde el amanecer, ella estaba bastante feliz de no tener que esforzarse durante la cena para hablar con los oficiales, que preferían oír a lord Branscombe.

En cada estación que paraban, siempre había oficiales para recibirlo. Mientras el tren esperó, pasaban media hora, a veces hasta una hora, hablando en voz baja, para evitar que Latonia los escuchara. Ésa era evidentemente una misión importante y estaban bastante impresionados con Branscombe.

No era de sorprender, pues tenía un aire muy distinto, y Latonia sabía que su hermano se resentiría por él ser tan inteligente y subir tan rápido en el ejército, consiguiendo, también, fama de héroe. Podía imaginarlo conduciendo sus tropas en las batallas, con la espada levantada, los hombres detrás, preparados para el seguirlo, aunque tuvieran que morir. Entonces, se dio la cuenta de usaba solamente la imaginación: sin duda, lord Branscombe era el cerebro detrás de cualquier batalla, pero dejaría el ataque y la gloria para los más joven, que hacían sólo lo que les ordenaron.

Cuando salió Branscombe y los centinelas afuera se instalaron en su lugar, en cuanto subió en el carruaje que fue enviado para recogerlo, Latonia se sentó en la sala de estar y cogió un libro. Todavía estaba haciendo mucho calor y haber viajado todo el día, la hizo sentir soñolienta y no pudo concentrarse en la lectura.

Más adelante, la cena fue servida: una inevitable sopa oscura, gallina magra y pudín del caramelo. Aquél, aparentemente era el platillo favorito de todos los mem-sahib en la India, y los criados, que habían aprendido con ellos, encontraron que era un plato fácil de prepararse.

En caso de que se fuera a quedar por más tiempo en algún lugar, ella que se atrevería a sugerir a lord Branscombe que escogería sus comidas.

Cuando la cena acabó, Latonia volvió al cuarto de estar, donde encendió una lámpara de aceite, y una más vez cogió el libro. Quizás porque sus pensamientos eran mucho más interesantes de lo que qué intentaba leer, se adormeció.

El sonido de ruedas, el ruido de las riendas de los caballos y de la colisión de los rifles de los centinelas en el suelo, cuando se colocaron en posición, la despertaron sobresaltada.

Lord Branscombe está en la vuelta —pensó.

Se sentó rápidamente en el sofá, feliz porque estaba de regreso y no tendría que estar más sola. Oyó sus pasos en la baranda y cuando él entró en el cuarto la luz de la bombilla se reflejo en las decoraciones en su pecho.

Latonia notó una expresión extraña en sus ojos que no podía explicar.

—Como vi que todavía no se había ido a acostar —dijo él—. Traje a alguien para verla. Alguien a quien, espero, usted tendrá gusto de ver otra vez.

Al oír eso, Latonia se puso inmediatamente en guardia. Como había dicho «otra vez», era obvio que se trataba de una persona que conocía a Toni.

Entonces, un hombre entró en el cuarto. Deseó sinceramente saber quién era. Usaba el mismo uniforme que lord Branscombe, pero no era tan alto, y tenía, a pesar de ser joven, arrugas muy finas alrededor de los ojos.

Latonia se imaginaba, desesperada, qué tendría que hacer y decir. Lord Branscombe a su lado, la miraba y esperaba para ver su reacción ante el recién llegado.

Entonces, con un tono burlón en la voz, habló:

—¿Usted por supuesto recuerda a Andrew Luddington? Latonia aguantó la respiración. Cuando sus ojos se posaron en el visitante, notó su expresión del asombro y de sorpresa. Por un momento no habló. Más adelante, con bastante naturalidad, comentó:

—Siento mucho, sir, creo que entendí mal. Pensé que me dijo que su sobrina estaba aquí.

Fue el momento de lord Branscombe estar asustado.

—Ésta es mi sobrina.

Con una sonrisa ligera, Andrew contestó:

—Puede ser, sir, pero esperé ver Latonia Combe, que conocí en Londres. Era llamada simplemente por Toni. Por supuesto, debería haber adivinado que no tendría interés en venir a la India, cuando tiene tantas diversiones en Inglaterra.

Había un gusto amargo del tono en su voz, como si la decepción de no haber encontrado a quién esperaba en el bungalow fuera insoportable.

—¿Se me da autorización, milord, para retirarme? Sería un error dejar a los caballos esperando.

Obviamente, era una excusa para irse, y lord Branscombe lo siguió por la baranda.

Latonia no se movió, hasta oír el carruaje retirándose. Sentía que también tenía que marcharse. Deseó correr y ocultarse en la oscuridad del jardín, en vez de enfrentar a lord Branscombe. Pero una fuerza que no sabía que poseía la hizo permanecer donde estaba.

Él volvió y cerró la puerta. Se dirigió hasta ella mirándola, con un aire bien acusador, que la hizo sentirse como si estuviera en el banquillo de los acusados.

—¡Encuentro que me debe una explicación!

—Lo siento mucho… por tenerlo… en el engaño.

—¿Usted no es mi sobrina, entonces, en nombre de Dios, quién es usted?

—Soy… Latonia Hythe.

Vio un destello de reconocimiento en sus ojos. En seguida le preguntó:

—¿Quiere decir que es la hija de Arturo y de Elizabeth Hythe?

—Lo soy.

—Sabía que tenían una hija, por lo mucho que me habían hablado de ella, Pero ¿por qué está aquí, en el lugar de mi sobrina Latonia Combe?

Respiró profundamente. Debido a la aspereza en la voz de él y la cólera en sus ojos, la voz murió en su garganta y apenas podía hablar con dificultad.

—Toni… no podía dejar… Inglaterra… en el momento —tartamudeó.

—¿Que desea decir con «no podía»?

—… Ella… está enamorada… Le era difícil pronunciar las palabras.

—Eso no es una novedad. Entonces, ustedes tramaron esta farsa increíble debido a una pasión desvariada por otra pobre desgraciado que ella sin duda, va a tratar de la misma manera diabólica como trató al joven Luddington.

—Toni… está enamorada… como nunca ha estado antes…

—Ésta era su excusa para no obedecer mis órdenes, habría podido tener el valor y la decencia de decirme.

—¿Milord… habría oído?

Latonia encontró que estaba siendo impertinente. Lord Branscombe cruzó el cuarto, diciendo:

—Encuentro que debía haber sospechado, cuando usted se porto de manera tan diferente a la que esperaba. Sin embargo, difícil se me hace imaginar un fraude más vergonzoso que en el que usted tomo el lugar de mi sobrina, colocándome en esta posición, con sus mentiras y falsedades.

—Yo… Yo… Siento…, mucho… mucho… lo ocurrido.

—¡Eso no es suficiente!

Lord Branscombe se quedó en silencio y Latonia se imaginaba lo que podría decir en su defensa. Entonces, como si de repente se recordara de algo, él puso la mano en el bolsillo de su túnica:

—Quizás esto clarifica su comportamiento extraordinario. Me esperaba, cuando llegué al refectorio. Como pensé que, por ser un telegrama, podría traer malas noticias, lo abrí.

Extendió el papel a Latonia, que lo cogió con los dedos trémulos. Como la observaba, mal podía enfocar los ojos en lo que estaba escrito. Repentinamente, las palabras parecían saltar:

Nos casamos esta mañana. El padre de Iván falleció la semana pasada. Estoy extraordinariamente feliz.

Cariñosamente, Toni.

Latonia emitió un suspiro de alivio, que vino del fondo de su corazón.

—No son malas noticias, sino… muy buenas.

—Imagino que me está comunicando que mi sobrina se ha casado.

—Sí, se caso. El padre de su marido falleció y… ella ahora es… la duquesa de Hampton.

Mientras habló, pensó que, si alguna cosa podría aplacar la cólera de lord Branscombe, sería el hecho de que su sobrina era ahora duquesa. Ningún tutor negaría que, socialmente, aquello era un gran logro. Con un brillo del triunfo en los ojos, ella continuó:

—Para Toni, no hacia diferencia si Iván era un noble o un don nadie. Lo ama por lo que es, así como él la ama a ella, y ahora van a vivir por siempre felices.

—Parece maravilloso —dijo, con sarcasmo—. Presumo que, cuando usted aceptó participar en este plan diabólico para engañarme, no se le ha ocurrido que ponía la mano en un nido de avispas.

Latonia no entendía y lo miraba, cautivada.

—Usted no puede ser tan tonta al punto de no entender todo el mal que trajo a su reputación, viajando sola conmigo fingiendo ser mi sobrina, cuando en la verdad no somos ni parientes.

Habló de una manera tan severa, que justo antes de entender el impacto total de lo que decía, sintió la sangre subirle al rostro.

—Yo… Yo me voy inmediatamente para casa… y nadie sabrá.

—¿Cree que eso es posible? Los periódicos ingleses van probablemente a anunciar la unión de mi sobrina, especialmente si está con alguien de tanta importancia social como un duque. Por supuesto, hay personas en la India, así como en Inglaterra, que saben que no tengo dos sobrinas.

—De cualquier manera, yo no soy importante - Latonia dijo. —Mi padre y mi madre, como sabe, fallecieron. Y, excepto cuando Toni estaba en el castillo, vivía tranquilamente en la aldea, con una vieja institutriz.

Como si le implorara para que entendiera, continuó:

—Toni tomó mi lugar, mientras que yo estuve afuera. Pero, si alguien sabía exactamente que vine a la India, no tiene mucho significado. ¿Por qué pensarían que estuvimos juntos?

—Sólo puedo decir que estoy alarmado con su absurdo. Pensé que usted era inteligente.

Como Latonia que no habló, comentó:

—Usted no encontró a nadie en la nave, porque yo lo decidí así, pero puede estar segura de que muchos pasajeros sabían que estábamos allí y quién era usted.

Abrió la boca, pero lo interrumpió.

—Desde que llegamos, usted vio a varios oficiales que, sin duda, dirán a sus esposas que les presente a mi sobrina. Como tienen pocas cosas que hacer, ellas probablemente discutirán con otras mujeres la razón de usted viajar conmigo.

La voz de lord Branscombe se volvió áspera y acusadora a cada palabra.

Latonia temblaba, pero no conseguía quitar los ojos de él. Era casi como si él, deliberadamente la forzara a ser su prisionera, mientras que la reprendía por su conducta. La intención de él era a que desconfiara de lo que le pasaría, cuando fuera descubierta. Sabía que era inevitable, mas, ahora que estaba aconteciendo, no se sentía preparada para ese momento.

—No hay nada que pueda hacer… excepto… desaparecer —murmuro—. Quizás las personas… se olviden de mí. Quizás… puede decirles… que morí… como papá y mamá.

Dio un pequeño sollozo cuando mencionó a sus padres, y lord Branscombe lo percibió. Entonces, dijo, con menos aspereza:

—Tiene, por supuesto, una solución obvia. Pero, si usted no la aprueba, no podrá culpar a nadie, sólo a usted misma.

—… ¿Eso… es?

—¡La única manera posible de salvar su reputación es casándome con usted!

Latonia pensó que no había oído bien, é insistió, irritado:

—No hay nada más que hacer. Puedo decir que ya se supo lo que tratábamos de ocultar, el hecho de que usted se iba a casar, después de la muerte de sus padres.

Una vez más su voz era áspera y sarcástica:

—Sin la duda, la acusarán de fingir y de no tener corazón. Pero eso no es nada, comparado a lo que dirían, si la verdad saliera a la superficie.

—Pero yo ya le dije: No soy importante. Entonces, si solamente… desaparezco… No me voy a perjudicar.

—¿Cree esto de verdad? Mi estimada muchacha, le condenarán al ostracismo por el resto de la vida y vedada de todas las casas decentes de Inglaterra y de cualquier otro lugar del mundo.

Ahora hablaba como padre.

—Una rumor, y sin una duda habrá más de uno, de que viajó algunas semanas sola con un hombre, y todas las mujeres respetables van a virarle la cara cuándo usted pase, con miedo de ser contaminadas.

—Lo que ellas piensen no sería verdad - Latonia dijo, ingenua.

—¡Usted no puede esperar que la gente crea en algo a no ser lo peor! Y sabe que una mujer que comete un error nunca es perdonada. Ni sus faltas son olvidadas nunca.

—Yo… Intentaba solamente… ayudar a Toni. Ama al marqués y su padre quería que se casara con una princesa alemana. Ella sabía que, si hubiera venido con usted, el marqués podría ser forzado a casarse.

—¡Todo lo que puedo decir es que parece el tipo de joven débil y tonto, que puede ser llevado por la nariz por mi terriblemente maleducada sobrina!

—Milord está torciendo todo y lo está haciéndolo parecer… horrible. ¡El marqués adora a Toni, de verdad! Yo los vi juntos y no había duda de sus sentimientos. Ella lo ama, como nunca amó a un hombre en toda la vida.

Respiró profundamente, juntando valor para decir:

—Sé que no va a creer esto, porque está tan enojado con Toni y me dice cosas horribles, pensando que yo soy ella. Pero no es realmente la culpabilidad de Toni que los hombres se enamoren de ella. ¡Es tan bonita y atractiva! Ha sido así, desde niña. Hay algo irresistible en ella.

—¿Usted haya que esto justifica su comportamiento o la excusa por haberla usado?

—Ya le dije que yo no tengo importancia. Siempre lleve una vida tranquila, porque nunca teníamos dinero. Toni era más que una hermana para mí. ¡Era como una hermana gemela! Todo lo que hice fue con gusto y estoy preparada para sufrir las consecuencias sin quejarme.

La sinceridad en su voz resonó para el cuarto pequeño.

—Sin embargo eso no me exime de mis obligaciones —lord Branscombe dijo, después de un momento—. Encuentro que, de cierta manera, la culpa es mía, por no haber ido al castillo a recoger mi sobrina. Entonces, nada de esto habría sucedido.

—No se culpe. Toni estaba tan decidida a estar con el marqués, que habría encontrado otra manera de no venir a la India.

Se detuvo un poco, y más adelante, le pidió:

—Sé que es difícil, pero, por favor, intente entender. Toni no es mala como piensa, es impulsiva, algunos veces imprevisible por gustarle tanto la vida. Y vivir en el castillo era monótono para ella.

Notó la sorpresa a los ojos de lord Branscombe. Explicó:

—Una vez, cuando fuimos para nuestra pequeña casa, dejando a Toni en el castillo, mi madre dijo que sentía mucha pena de la solitaria muchacha que no podía venir con nosotros.

—Pensé que con la posición de mi hermano y de su abundante fortuna, mi sobrina podría tener todo lo que deseó en la vida.

—Excepto… amor. Eso era lo que le faltaba… amor y personas que se amaran como mi madre y papá se amaron. Milord, usted vio a mis padres cuando estuvieron aquí en la India, usted debe haber notado como eran de felices. No era el dinero lo que importaba en nuestra casa, era la felicidad que vino…… del amor. Y eso Toni nunca lo tuvo.

Había lágrimas en los ojos de Latonia; Porque quería tanto hacerlo entender el motivo del comportamiento de Toni y porque sus padres habían muerto hacia tan poco tiempo que era imposible hablar de ellos sin comenzar a llorar.

Ahora, sus ojos estaban húmedos y se apartó de lord Branscombe. Cuando alcanzó la puerta, paró y dijo:

—Lo siento mucho. Si puede perdonarme por todo lo que hice, por todas las mentiras que le dije. Sé que mi madre estaría perturbada con mi comportamiento, pero no había otra manera de que Toni se quedara con el marqués. Quizás, cuánto más piense en el asunto, sea capaz de perdonar a Toni y a mí.

Cuando terminó de hablar, las lágrimas le corrían por el rostro. No deseó que lord Branscombe la viera así. Salió del cuarto rápidamente y se escondió en su cuarto.