CAPÍTULO I

POSTURAS QUE PROPORCIONAN GOCE COMPLETO A DOS AMANTES

SECCIÓN I

POSTURAS CON INTRODUCCIÓN DEL MIEMBRO

INTRODUCCIÓN DE LA POLLA EN EL COÑO

I. Ordinaria

La mujer yace boca arriba sobre una cama o sobre cualquier otra superficie. Estira y abre las piernas, y recibe entre ellas a su amante, el cual se arrodilla al principio a la altura de las rodillas de su amada, y luego se inclina sobre ella juntando piernas y muslos y apoyándose con una mano cerca del hombro de la mujer.

Quedan así vientre con vientre y las caras próximas entre sí. El hombre, con la otra mano, abre los grandes labios externos del coño y coloca entre ellos la polla tiesa, introduciéndola lo bastante para impedir que se salga. Retira entonces la mano guía, deja que la parte alta de su cuerpo se apoye en el pecho de su concubina, y pega sus labios a los de ella, sosteniéndose con un codo para no aplastarla con el peso de su cuerpo. Sus manos deben vagar por todo el cuerpo de ella y acariciar todo encanto que puedan alcanzar, y la lengua debe trabajar todo el tiempo dentro y fuera de su boca, yendo a buscar la otra punta de terciopelo rosa. El activo amante se mueve ahora arriba y abajo tan vigorosamente como pueda hasta la completa descarga de ambos jugadores, al tiempo si es posible, pero si no, la mujer primero, y al final de todo el señor de la creación.

II. Los inseparables

Difiere poco en teoría de la precedente, pero en ésta la mujer, cuando está debidamente obturada, abraza al hombre rodeándole el cuello con ambos brazos (que en la anterior yacían inmóviles a su lado) y cruza las piernas y los muslos por encima de sus caderas, lo que también se omitía. Esto supone una inmensa diferencia en la práctica, especialmente en el grado de placer experimentado, ya que la picha entra mucho mejor en esta segunda postura. La primera es generalmente usada por parejas frías o amantes frígidos, a los que no les gusta que la mujer se mueva durante la cópula, mientras que la segunda es apropiada para ardientes guerreros, a los que, por el contrario, les gusta que la mujer a quien están trabajando responda a cada empellón con una elevación del trasero y devuelva apretón por apretón, ombligo chocando con ombligo, hasta que una descarga mutua dé por terminado el combate.

III. Ordinaria piernas arriba

Si la mujer en lugar de enroscar sus piernas sobre las caderas del hombre (como en la postura precedente), las aprieta rectas contra sus costillas, señalando con los pies al techo, y formando así con las piernas un ángulo recto —según lo demuestra una línea perpendicular sobre una horizontal—, tanto con su cuerpo como con el de su amante que está situado encima de ella, la pareja ejemplificará la postura “ordinaria piernas arriba”. El resto como antes, terminando con una doble libación a la diosa del amor.

IV. El panadero

La mujer se tumba atravesada en la cama con el culo en el borde y las piernas extendidas, una colgando hacia afuera y la otra sujeta a la altura de la pantorrilla por una de las manos del hombre, el cual está entre sus mulos de pie y derecho. Con la otra mano, introduce su varita mágica en el centro de las delicias, y luego acaricia las tetas, el vientre, el mons veneris, y el clítoris de su dama, y también cualquier otra belleza que pueda alcanzar, mientras que todo el tiempo empuja vigorosamente su picha adentro del pequeño homo, hasta que las hogazas están bien cocidas, y se ha corrido libremente, y su compañera, dando muestras de gratitud se corre con él.

V. El San Jorge

El hombre yace de espaldas en la cama y la mujer, de rodillas, le monta. Cubre con su coño la picha descubierta en erección del hombre, y gradualmente se deja caer sobre él hasta que sus vellos se confunden. Luego se mueve arriba y abajo como si fuera el mismo San Jorge a caballo galopando para combatir al dragón. El hombre la secunda en la curiosa danza zarandeando sus lomos adelante y atrás, sin olvidarse de acariciar con manos licenciosas todas las partes de su cuerpo. Palpa sus muslos, caderas, nalgas y la parte baja del vientre. Toca y presiona todos los encantos hasta que sus caricias y la combinación de movimientos les hacen derramar una efusión mutua de bálsamo de amor.

VI. Ordinaria al revés

La posición de partida es como la del “San Jorge”, y cuando la mujer está fija en la polla, se inclina hacia adelante y extiende las piernas sobre las del hombre juntando las rodillas. Sus senos se aplastan en el pecho del hombre, y con los brazos rodea su cuello o sus hombros, dependiendo de la talla. El hombre a su vez cruza los brazos sobre la espalda de ella y a elección acaricia los lomos o las nalgas. Sus dedos juegan con la rajilla del culo y con el pequeño agujero, que debe suavemente excitar con un dedo humedecido. El resultado es inevitable, y los amantes mueren en los brazos del otro en medio de una ardiente y doble inundación de esperma ígneo.

Esta postura es llamada en verdad “Ordinaria al revés”, porque no es más que la primera posición en orden contrario: la mujer arriba y el hombre abajo.

VII. El paisaje de atrás

El hombre está de espaldas; la mujer le vuelve la espalda y le cabalga de rodillas, situando éstas cerca de las suyas. Se aposenta en la herramienta y mutuamente danzan arriba y abajo. Tomando ventaja de su posición, la mujer juega con los huevos del hombre, mientras que él, teniendo libres ambas manos, puede sentir su espalda, lomos y nalgas, de las cuales disfruta una soberbia vista, como denota el título de esta bonita postura. Los amantes, tan agradablemente ocupados y moviéndose propiamente, pronto proporcionándose una amplia descarga, prueba del placer que ambos experimentan.

VIII. La cigüeña

La mujer está de pie, apoyada contra el borde de la cama. Abraza al hombre, que está también de pie, frente a ella, con sus bocas unidas, pecho con pecho y vientre con vientre. El hombre le recoge una pierna bajo su propio brazo presentando el pene erguido a su coño y guiándole con la mano libre. Una vez dentro, esa mano le sirve para apresar sus muslos o su culo para sujetarla y ceñirla hacia él. Ambos se mueven ahora a placer; sus lenguas se encuentran y todo termina en un voluptuoso estallido espermático por ambos lados.

IX. La vista de los países bajos

Se parece al “paisaje de atrás” (núm. 7). Aquí la mujer cabalga al hombre de igual forma, pero en lugar de permanecer derecha sobre las rodillas se inclina hacia delante, hacia los pies del hombre, con su regazo apoyándose en las rodillas, y así, él puede ver todo el trasero abierto en extensión, el agujero del misterio y el coño distendido, con su propia polla que entra y sale; él se siente plenamente a sus anchas de sentir todos estos encantos, y juguetear por todo el laboratorio genital, agudizando el trabajo al pincharle con un dedo en el ano, que se le asemeja como al ojo de los cíclopes, incólume por la fijeza de su mirada. Para recompensarle por sus halagos la mujer le acaricia los pies desnudos con la lengua de terciopelo. Ahora ya sabes qué se entiende por “la visión de los países bajos”, y este deleitososo panorama, combinado con las hábiles caricias de la pareja, conduce a los amantes a furiosos movimientos de los que una mutua y copiosa descarga pronto llega a ser la consecuencia natural.

X. Alanceamiento oblicuo

El hombre está sentado en el borde de una silla, con las piernas abiertas: polla tiesa y preparada. La mujer se sienta de costado, con la pierna derecha entre las del hombre y con la otra pasada por encima del muslo izquierdo masculino. Con el brazo izquierdo rodea por detrás el cuello del hombre, que a su vez le coge la mano con su izquierda. Con la mano derecha, la mujer guía hacia el nido el cayado, que desde atrás le ha aparecido entre los muslos. Se encorva un poco cuando la unión está completa y puede así masturbarse con la mano derecha, o acariciar la cara de su amante, el cual, con la derecha puede juguetear con los lomos y con el trasero de ella, que está parcialmente sentada, dada la posición, en el muslo derecho. Este juego y el recíproco movimiento provocan pronto la dulce emisión mutua del licor amoroso.

XI. La oración de una mujer

La mujer se arrodilla en el borde de una cama baja o sofá, con los muslos bien abiertos. El hombre está de pie enfrente de ella, sujetando su polla tiesa que dirige a la feliz abertura. Con el otro brazo le rodea la espalda, por encima o por debajo de los hombros, según su estatura y llevando la mano al frente de nuevo, juega con el pezón si puede, mientras que la mujer también le abraza con un brazo o con los dos. Están así cara a cara, sus lenguas enlazadas, y el hombre puede acariciar a su corazoncito como guste, por delante o por detrás, con la mano que le sirvió para guiar a su príapo. Durante todo este tiempo los movimientos de lomos y trasero demuestran que son todo menos perezosos, y una rápida, mutua y deliciosa eyaculación prueba irrefutablemente que la oración de la mujer ha sido oída.

XII. La oración de un hombre

El hombre toma el lugar de la mujer en la postura precedente: de rodillas, inclinado ligeramente hacia atrás, con las nalgas apoyadas en una cama o sofá, en donde la mujer le monta, encarándole. Ella abre los muslos, aproxima el vientre al pecho del valiente jodedor, rodeándole el cuello con las manos, y él le pone las manos bajo las mejillas del culo, sujetándola. Abre desde abajo los labios del coño al que dirige su instrumento erguido, luego la mujer se comba hacia delante para ayudar a la completa introducción, y el hombre así tiene ante su boca los alzados globos de su concubina, contra los que puede presionar la cara. Levanta con las manos, y deja caer de nuevo el trasero que está sujetando para permitir a su pene entrar y salir de la agradable funda, pero nunca deslizándose fuera por entero. Los amantes al fin combinan sus movimientos y a los pocos minutos sienten que sus venas dan suelta a riadas de ese líquido que causa tan gran placer cuando escapa y que es el objeto de la oración del hombre.

XIII. La resignación de la mujer

La mujer yace de espaldas, los brazos cruzados bajo las tetas, los lomos en el borde de la cama, con las piernas y el trasero libre. El hombre se sitúa entre las piernas de la mujer, colocando cada una de las suyas debajo de cada brazo. Abre entonces los labios del coño, planta la picha dentro y empuja hacia delante sin que la mujer haga el más mínimo movimiento. Cuando está bien dentro de la ciudadela, le quedan libres las manos y antebrazos para, mediante todo tipo de astutos toques, excitar el culo y el resto de la bella, indolente y resignada hechicera, la cual no puede resistir mucho tiempo este juego, y pronto su descarga se mezcla con la de su amante, que le riega los encantos secretos, otorgándose mediante esta dulce unción una plenitud de sentimientos lascivos.

XIV. El coño elástico

La mujer se sienta al borde de la cama y se inclina un poco hacia detrás, sujetándose con las manos. El hombre, de pie entre sus muslos, le coge un pie con cada mano y, con las puntas hacia abajo, le dobla las piernas y lleva las plantas a tocar a las nalgas. En esta posición introduce la picha en el coño, y mientras se mueve adelante y atrás, levanta, besa, sujeta, aparta, y vuelve a reunir alternativamente los pies que tiene agarrados, uno detrás del otro o ambos al mismo tiempo. Esto da lugar a deliciosos movimientos dentro de la vagina y hace también mucho más deleitosa la fricción de la herramienta, con lo que repara la falta de las habituales caricias de las que los amantes se ven momentáneamente apartados, ya que tienen las manos ocupadas y las caras lejos entre sí. Pero las sensaciones excitantes son doblemente exquisitas en el templo del amor, en el altar donde se hace el sacrificio, y pronto fluye la libación de los canales espermáticos de ambos adoradores.

XV. Aventando el vientre

La mujer se tumba sobre el vientre, atravesada en la cama, con las piernas y muslos fuera y bien separados. El hombre, de pie entre sus piernas, las coge y levanta hasta sus caderas, sujetándolas a la altura de las rodillas con ambas manos; así sobresalen horizontalmente por detrás de él. Desde abajo, introduce la polla en el ojo de buey de la belleza y empuja arriba y abajo como si estuviera aventando. Puede ver la espalda de su seductora y ella puede volver la cara hacia él. El delicioso culo es una fiesta para sus ojos: con cada vigoroso golpe de sus caderas salta hacia arriba como un airoso abanico o cesta, y como dando coletazos, a cuya vista incluso un eunuco se correría. Así prosigue el trabajo, haciendo el aventador tan lujuriosos esfuerzos que su tarea finaliza pronto, y en lugar del polvo que el aventar generalmente produce, inyecta en las entrañas de la mujer el rocío divino del amor y ella se lo devuelve con intereses.

XVI. Aventando las espaldas

Esta es la misma postura que la precedente, pero invertida. La mujer se tumba de espaldas en lugar de estar sobre el vientre y el hombre hace lo mismo que antes. Le sujeta las piernas por las pantorrillas y esta vez están cara a cara. En lugar de disfrutar de la vista de su espalda, muslos y culo, él puede recrearse con los pechos, el vientre y el monte de Venus. En este encuentro es la mujer la que guía la picha adentro de su refugio secreto, el cual es siempre muy aceptable para un amante. El resto, como antes, llegando rápidamente a un resultado similar: una recíproca y voluptuosa descarga.

XVII. La carretilla

La mujer, tumbada boca abajo, extiende las manos hacia delante, haciéndolas descansar en un taburete con ruedas, o, mejor todavía, en medio de un corto palo con una rueda a cada lado. El hombre está detrás de ella jodiéndola a la manera del perro, es decir, abriéndole los mofletes del culo, alcanza el coño por debajo del ano. (Véase más adelante “El perro simple”.) Luego le agarra las piernas y las recoge bajo sus brazos, apoyándoselas en las caderas. A continuación empuja hacia delante forzando la picha dentro del coño de la mujer, que, únicamente sostenida por la barra con ruedas o por el taburete, marcha hacia adelante exactamente igual que una carretilla. El hombre la puede conducir a donde quiera, jodiéndola según van y disfrutando de la perspectiva de su espalda, caderas, culo y del asiento de la mutua pasión. Si la mujer es lo bastante fuerte para sostenerse con una sola mano puede con la otra masturbarse o si no agitar suavemente desde abajo las pelotas de su amante para llevarle a la descarga rápidamente, ya que la posición es más bien fatigosa para ella y así desea evidentemente alcanzar el final de su atadura lo antes posible y estremecerse con una bienvenida inundación.

XVIII. La carretilla al revés

Esta postura, aunque un poco menos cansada para la mujer, apenas se pone en práctica. Se aplica esta advertencia a otras cuantas, aunque las describiré todas. La razón es que la picha no entra lo bastante en el coño, resultando sólo apropiada cuando la picha del hombre es demasiado larga, en cuyo caso la mujer intenta no abarcar más que una pequeña porción mediante posiciones que mantienen al hombre un poco apartado. Pero, ¡ay!, dicen las damas, esta longitud desmesurada del miembro es tan rara que sólo de oídas podemos hablar de ella. De cualquier modo, así es como se lleva a cabo esta postura: la mujer se tumba de espaldas en la alfombra, descansando la cabeza y los hombros sobre el taburete con ruedas. Se pone las manos por detrás de la cabeza y agarra el borde externo del taburete. El hombre se sitúa de pie entre sus muslos abiertos, encarándola. La levanta por las pantorrillas, y con los brazos engarza sus piernas en sus caderas, dirigiendo la picha hacia el coño que la mujer le presenta en buen orden, ya que le ofrece el culo y empina los lomos. El resto del placer es igual que en “La carretilla” simple que acabo de describir. Esta se llama “La carretilla al revés” para distinguirla de la original.

XIX. El trote

Esta postura se parece a “El San Jorge” (número V). El hombre, en lugar de tumbarse, se sienta en el borde de un sofá y se inclina hacia atrás, apoyando en algunos almohadones la cabeza y los hombros. La mujer no está de rodillas sino en cuclillas, montada sobre su socio en el sofá, dándole la cara y sujetándole los hombros. El, a su vez, pasa las manos por debajo del culo de la dama de una forma muy parecida a la de la postura “La oración del hombre” (núm. XII), y sosteniéndola de esta manera introduce al mismo tiempo la picha en el cálido refugio. Elia se mueve arriba y abajo, levantando y dejando caer el cuerpo, pero con cuidado de que su prisionero no escape, y así imita el movimiento del alegre trotar de un jinete, dando título a esta muy divertida postura, que no falla en producir una soberbia eyaculación mutua de ardiente esperma, la cual humedece la raíz de la picha y las pelotas según cae, porque el coño está muy abierto. Así, la hambrienta cavidad permite que se escape muy a su pesar.

XX. Empalamiento de espaldas

Esta es la postura anterior al revés. Se asemeja a “El paisaje de atrás” (núm. VII), sin ser exactamente igual. En la número VII, la mujer estaba de rodillas. En ésta, sobre los pies y en cuclillas sobre la picha del hombre le da la espalda, de forma que el coño es impelido hacia afuera de una forma mucho más satisfactoria. Esto hace que sus piernas y muslos vayan a derecha e izquierda del vientre en lugar de caer, como cuando estaba de rodillas en la cama. Los amantes ganan varios centímetros de picha por lo menos. El hombre no debe temer que su jodedora se caiga de espaldas, ya que si lo hiciera caería sobre él y no se haría daño. De todas formas la sujeta con una mano y la otra le sirve para presionar y sentir todos los encantos a su alcance por delante o por detrás. Ella disfruta del movimiento hacia atrás y hacia adelante de la picha y puede masturbarse o incluso jugar con la raíz de la polla y con los testículos de su amante. Esta postura es un ejemplo delicioso y procura extraordinarios deleites a los actores por las descargas recíprocas que no deja de provocar.

XXI. Empalamiento por delante

Esta postura es muy similar a “El trote” (número XIX). Aquí el hombre en lugar de sentado está tumbado, y la mujer le monta en cuclillas, con los pies sobre la cama y la cara vuelta hacia la del hombre. En lugar de apoyarse en sus hombros, ella toma una de las manos del hombre. Así ambos tienen una libre y pueden concederse mutuas caricias. Ella, girando un poco hacia un lado, puede agarrar la raíz de la picha del hombre y sus huevos pasándose la mano por debajo de los muslos. El puede disfrutar de todos los encantos delanteros: tetas, muslos, vientre y la musgosa hendidura, sin que ello estorbe los movimientos naturales del acto. Por el contrario, pronto se les va la fuerza y la esencia en este dulce juego, en medio de las más intensas y deliciosas sensaciones.

XXII. La silla romana

El hombre está sentado en una silla baja. Se inclina hacia atrás, apoyando cada mano en otra silla detrás de él. Las piernas están extendidas y tiene un taburete a cada lado de sus pies, que están juntos. La mujer monta a horcajadas entre sus muslos, encarándole. Guía el arma de él a su coño y cuando está bien dentro también se inclina hacia atrás, extendiendo las piernas y descansando los pies en la base de las sillas, que sirven para apoyar las manos de su amante, mientras que sitúa sus manos detrás, sobre las dos sillas situadas a ambos lados de los pies de él. Sus dos cuerpos se cruzan, inclinados hacia atrás con las piernas extendidas en dirección contraria, pero los amantes están unidos por el pene y forman una figura que parece una silla romana, a modo de la letra X, lo que da el nombre a esta excéntrica postura, que, como las otras, rápidamente fuerza a la eyaculación recíproca y a sus arrobamientos asociados.

XXIII. La hazaña hercúlea

El hombre está de pie, su pene preparado, tan tieso que parece como si estuviera intentando joder el ombligo que tiene por encima. La mujer, indesmayable, está frente a su amante, impaciente de deseo. Extiende los brazos alrededor de su cuello, se dobla y luego salta con las piernas y las caderas, uniéndose detrás de sus lomos, apoyando las plantas de los pies en su trasero, mientras el coño roza el amenazante falo. Luego el hombre la agarra el culo con una mano, guiando su herramienta con la otra y sumergiéndola dentro de ella hasta que sus pelos se confunden. Entonces la presiona hacia él por los mofletes del culo y la sujeta por los lomos para mantenerla fija de esta forma. Así, erguido, la maneja virilmente, y ella devuelve cada empujón de su culo hasta que es vertida la abundante libación doble, demostrando que la batalla termina en empate. Es fácil ver por qué esta postura se llama “La hazaña hercúlea”, ya que hay pocos hombres lo suficientemente diestros y atléticos para ponerla en acción con una hembra de constitución fuerte.

XXIV. Las tijeras entrecruzadas

La mujer se tumba de costado, medio atravesada en la cama, con ambos codos apoyados en el mismo lado, con los antebrazos cruzados sobre la almohada. De pie, el hombre, cerca de los píes de ella, cogiéndola con su mano izquierda la pierna derecha, la levanta separándola de la cama y pasa entre la cama y este mismo muslo derecho de ella, que queda así contra su vientre. Luego introduce la mano derecha bajo sus lomos, es decir, entre ella y la cama, levantándola un poco y haciendo que su muslo derecho cuelgue fuera de la cama y se aleje del que él está sujetando. La pierna derecha pasa entre sus pantorrillas de forma natural. Luego, con la mano izquierda, que hasta ahora sujetaba el muslo izquierdo, dirige la flecha al blanco, y por fuerza de la posición la jode de lado a la manera del perro. Una vez dentro, la trata cual hambriento amante. La dama, que ríe, se vuelve para darle la cara.

Ella se excita inmensamente con esta postura, que la deja bien impotente para asistirle, aunque, sin embargo, el mérito se les muestra con el resultado de una emisión copiosa. El título de esta postura viene de la manera en que las piernas de los dos amantes se entrecruzan, semejando a dos pares de tijeras, con las hojas abiertas y entrecruzadas.

XXV. El tirador certero

Cuando se ejecuta, esta postura es análoga a la anterior si se invierte un poco en el hombre de izquierda a derecha.

El hombre se tumba estirado en la cama, con la rodilla izquierda levantada. La mujer se monta sobre él, atravesada. Pone la rodilla derecha en la cama, pasando su pierna doblada por debajo de la rodilla levantada de él, hasta tocar el borde de la cama con el pie. Luego pasa la otra pierna y muslo por encima del muslo izquierdo del hombre, dirigiendo su pie hacia el otro extremo de la cama. Mediante esta maniobra tiene el coño encima de la picha medio a la manera del perro. El pasa la mano izquierda bajo los muslos de ella, guía su miembro al sitio apropiado, le levanta los lomos para forzar su camino y empuja arriba y abajo, tocando sus bellas posaderas con la derecha, halagando un poco su agujero, mientras que la izquierda puede estar ocupada en sus tetas y en las partes libres de su coño. Ella se sostiene con la mano derecha, apoyándola detrás de la rodilla elevada de su amante, y con la izquierda le acaricia la cara. Pronto todo termina como siempre, con una doble descarga. Es la posición de la rodilla de la mujer la que inspira el nombre de “tirador certero”, recordando la orden: “¡Primera fila! ¡De rodillas!”, recomendada a los militares.

XXVI. La variedad perezosa

La mujer se tumba en la cama, con los brazos cruzados sobre la cabeza, encima de la almohada. Su culo y lomos se vuelven hacia el lado contrario de donde yace su amante, cruzado, pero con su cara hacia su amante. El se mete entre sus muslos, levantando uno de ellos y pasándolo sobre su cadera. Lleva su polla a la marca, pasando su cuerpo por encima del muslo de la mujer, tan perezosa que no se mueve. Entonces él pone un brazo sobre sus hombros y con el otro acaricia su regazo, cuello y cara y la da un buen zarandeo que la obliga a terminar descargando según siente que su amante le inunda con la esencia ardiente de la masculinidad. Es una excelente medicina para curar de pereza a la mujer.

XXVII. Variedad perezosa invertida, o la forma del perro

Es la postura exactamente opuesta a la precedente, pero realizada a la manera del perro. La mujer se tumba medio atravesada en la cama, volviéndose de espaldas, con la cabeza y los hombros en la almohada, que está situada más bien alta. El hombre, que está a sus pies, deja caer al suelo la pierna de ella que está más cerca del borde de la cama, agarrando la otra por la rodilla y, pasándosela por detrás, la coloca en su cadera, haciendo descansar la punta del pie en un taburete apropiado. Le pasa un brazo por debajo de los hombros y ella tiene sus brazos caídos con dejadez a ambos lados. Pasando su otra mano al frente, guía al pacificador a su cobijo, introduciéndolo de atrás adelante, y después esta misma mano acaricia sus hemisferios o los alrededores de su gruta y el clítoris. Le besa la boca, los ojos entornados y la cara. Ella le deja hacer su dulce voluntad, sin hacer el más mínimo movimiento, pero a despecho de su inmovilidad, todo termina con la descarga, mostrando su placer por el estremecimiento de su culo y la mordedura de su coño, succionando el esperma que rebosa de la manguera rubí de su amante.

XXVIII. Variedad perezosa doble

La mujer se tumba de lado, pasando los brazos alrededor del cuello del hombre, que se tumba también de costado, encarándola. Luego pasa las piernas y muslos entre los de su compañera, rodeándola enteramente el cuerpo con los brazos, después de, por supuesto, haber introducido su erguido visitante en el rincón de la alegría, que se abre sólo por el modo en que el hombre se ha instalado entre las columnas de marfil de ella. Los actores se ponen ambos a trabajar, pero sin excesiva prisa o animación, uniendo sus bocas con avidez, pero pronto se calientan por el suave calor recíproco del magnetismo que atrae los sexos el uno hacia el otro. Después de haber saboreado unos instantes la felicidad de sentir sus cuerpos así unidos, sin penoso esfuerzo, sus movimientos se apresuran, a su pesar, y el torrente que se precipita desde ambas fuentes les obliga a abrazarse con una furia que contrasta con los indolentes comienzos de la lucha.

(Continuará en el próximo número.)

V.1 junio 2014

Fb2 editado por Sagitario