CANTO XX:[17]
De cómo el rey Etzel
buscó a Crimilda
or aquel tiempo murió la señora Helke y el rey Etzel buscaba otra esposa. Sus amigos caminaron hacia el país de Borgoña, donde había una altanera viuda que se llamaba la señora Crimilda.
Cuando murió la hermosa Helke, la reina, dijeron:
—Si queréis conseguir una noble esposa, de elevado nacimiento, hay una princesa cuyo nombre es Crimilda: el fuerte Sigfrido fue su esposo.
—¿Cómo podrá ser eso? —contestó el poderoso rey—. Yo soy un pagano, un hombre poco estimado. La que me citáis es cristiana y no querrá casarse conmigo. Sería un milagro que esa alianza pudiera celebrarse alguna vez.
Los fogosos guerreros respondieron:
—Tal vez consienta ella, a causa de vuestra elevada posición y de vuestros cuantiosos bienes. Es menester conseguir el éxito cerca de esta noble viuda: mucho podréis amarla, por su extraordinaria belleza.
—¿Quién de los que hay aquí conoce a la gente y el país del Rhin? —contestó el noble rey.
Así dijo el buen Rudiguero de Bechlaren:
—Desde niño conozco a sus altos y poderosos reyes.
»Gunter y Gernot esos buenos y nobles caballeros; el tercero se llama Geiselher; cada uno de ellos es a cual más virtuoso y honrado y todos sus antepasados han sido lo mismo.
A su vez preguntó Etzel:
—Amigos, decidme ¿podré yo ceñirme la corona de aquel país? Si su belleza es tan grande como dicen, mis amigos no sentirán pena por ello.
»Ella se parece por su hermosura a mi esposa Helke, la rica: en la tierra no puede haber una reina más hermosa: en verdad que al que escoja para amigo, vivirá con el alma exenta de cuidados.
»Si me quieres —añadió—, Rudiguero, pídela para mí en matrimonio y si alguna vez Crimilda comparte el lecho conmigo, te recompensaré de la mejor manera, pues tú habrás procurado el logro de mis deseos.
»Te haré dar de mi tesoro lo bastante para que tú y tus compañeros viváis contentos: caballos, vestidos y todo lo que tú quieras. Esto haré preparar abundantemente para los mensajeros.
Así contestó el margrave, el rico Rudiguero:
—Si yo te sirviera por tus riquezas, no sería digno de alabanza. Yo seré tu mensajero en las orillas del Rhin, costeándome con los bienes míos, que he recibido de tus manos.
—¿Cuándo os dirigiréis hacia esa mujer digna de ser amada? —dijo el rico rey—. Quiera Dios conservaros en completo honor durante el viaje, así como también a mi esposa; y ojalá me sea concedido este favor por su bondad.
—Antes que salgamos de este país —contestó Rudiguero— es necesario preparar armas y vestidos: quiero llevar al Rhin quinientos héroes escogidos.
»Para que cuando los Borgoñones me vean a mí y a los míos, puedan decir todos: no ha habido un rey que desde tan gran distancia haya traído al Rhin hombres como los que contigo vienen.
»Y si tú noble rey, no abandonas el proyecto, porque en otro tiempo haya estado sometida a Sigfrido, el hijo de Sigemundo que has visto aquí; pueden en verdad reconocerle grande gloria y honor.
—Si ella ha sido la esposa del noble héroe que me has nombrado —contestó el rey Etzel—, digno era de afección el escogido del príncipe y no por esto desdeñaré a la reina. Por su extraordinaria belleza agrada ya mucho mi alma.
—Quiero hacerte saber —replicó el margrave— que partiremos de aquí dentro de veinticuatro días. Haré saber a Gotelinda, mi esposa amada, que soy el mensajero de Crimilda.
Rudiguero envió un emisario a su esposa que estaba en Bechlaren, para decirle que iba a pedir una reina para el rey: ella se acordó tiernamente de la buena Helke.
Cuando la margrave supo la noticia, sintió pesar, pues no sabía cómo sería su nueva señora. Pensando en Helke sentía grande aflicción.
A los siete días Rudiguero salió del Huneland, el rey Etzel estaba sumamente alegre. Hizo preparar los trajes en la ciudad de Viena, no quería que el viaje se difiriera más tiempo.
En Bechlaren lo esperaba su esposa Gotelinda con la joven margravita, hija de Rudiguero, la una para ver a su padre, la otra para ver a su esposo. Allí, con alegre impaciencia, estaban también hermosas mujeres.
Antes que el noble Rudiguero saliera de la ciudad de Viena para Bechlaren, estaban preparados los vestidos y puestos en las bestias de carga. Había muchos y no dejaron ninguno.
Cuando llegaron a Bechlaren, ofreció en la ciudad alojamiento a sus compañeros de viaje, como amistoso huésped, y les procuró todas las comodidades. Gotelinda la rica experimentó grande alegría al ver llegar al jefe.
Lo mismo sucedió a su amada hija, la joven margrave; nunca la llegada de su padre podía ser más agradable. ¡Con cuánta alegría veía llegar a los héroes del Huneland! Con alegre sonrisa les dijo la noble joven:
—Seáis bienvenido, padre mío, con todos los que os acompañan.
Muchos hombres valientes dieron las gracias a porfía a la joven margrave. La señora Gotelinda conocía los cuidados del noble Rudiguero.
Por la noche, cuando se acostó al lado de Rudiguero, la margrave con afectuoso acento le preguntó a dónde lo había enviado el príncipe de los Hunos.
—Mi esposa Gotelinda —le dijo— os lo haré conocer.
»Voy a pedir para mi señor otra esposa porque ha muerto la hermosa Helke. Viajo hacia el Rhin donde está Crimilda, que será la elevada a reina de los Hunos.
—Quiera Dios —dijo Gotelinda—, que sea así, por cuanto grandes cosas oímos contar de ella; tal vez en remotos días nos consuele de la pérdida de Helke; bien podemos dejarle ceñir la corona de los Hunos.
—Querida esposa mía —le contestó el margrave Rudiguero—, a los que viajan conmigo hacia el Rhin es menester ofrecerles amistosamente de nuestros bienes; cuando los héroes están ricos, sienten su espíritu elevado.
—No habrá uno de los que contigo han venido —contestó ella—, al que no dé lo que mejor quiera antes de que marches tú y los que te acompañan.
En seguida dijo el margrave:
—Será para mí una grande alegría.
¡Oh!, ¡cuántas ricas telas sacaron de sus cámaras! Dieron a los nobles guerreros cantidad bastante de tela para vestirse desde la cabeza a las espuelas; lo que les agradaba, Rudiguero lo escogía para ellos.
A la séptima mañana salieron de Bechlaren el jefe con sus guerreros. Ellos llevaban abundantes trajes y armas a través del Baierland. En los caminos no fueron atacados por los bandidos.
Después de doce días llegaron al Rhin. El conocimiento de esta noticia no podía ser secreto: al rey y a los suyos hicieron saber que habían llegado extranjeros.
El príncipe preguntó:
—¿Hay aquí alguien que los conozca?, debe decírmelo.
Veían a las bestias de carga llevar pesados fardos; por esto conocían que eran ricos guerreros. En la ciudad prepararon para ellos buenos alojamientos.
Cuando los extranjeros entraron en la población miraron atentamente a los jefes. Ellos se preguntaban de donde habrían venido al Rhin. El príncipe preguntó a Hagen de donde habrían llegado aquellos guerreros. El héroe de Troneja le respondió:
—Todavía no los he visto; cuando los haya examinado, puedo afirmar que de muy lejos deben venir, sin importar de donde, para que yo no los conozca.
Los huéspedes habían ocupado sus alojamientos. El mensajero llevando rico traje se adelanta con los que le acompañan hacia la corte. Llevaban buenos vestidos, perfectamente cortados.
—Si no estoy engañado —dijo Hagen el atrevido—, pues hace mucho tiempo que no he visto a estos señores, por su aspecto me parecen Rudiguero el de Huneland, ese guerrero fuerte y distinguido.
—¿Cómo es que el de Bechlaren ha venido a este país? —exclamó el rey. Acababa de pronunciar estas palabras el rey Gunter, cuando el fuerte Hagen vio al buen Rudiguero.
Él y sus amigos salieron a su encuentro: se apearon de sus caballos quinientos guerreros atrevidos. Muy bien recibidos fueron los del Huneland; nunca los mensajeros habían llevado tan buenos vestidos. Hagen de Troneja exclamó en voz alta:
—Sed bienvenidos guerreros, príncipe de Bechlaren y todo su acompañamiento.
Los atrevidos Hunos fueron recibidos, con grandes honores. Los más próximos parientes del rey se aproximaron; Ortewein de Metz dijo a Rudiguero:
—Hace mucho tiempo que no hemos tenido huéspedes que nos agraden tanto, os lo digo con eterna sinceridad.
Ellos dieron las gracias al guerrero por su saludo. Después fueron con su acompañamiento al salón donde estaba el rey con muchos hombres valientes. Se levantó de su asiento haciéndolo con gran cortesía.
Con gran cariño se adelantó hacia el mensajero y todos sus héroes. Gernot recibió con honor al extranjero y a los que le acompañaban. El rey cogió la mano al buen Rudiguero.
Lo llevó hasta el asiento que él ocupaba. Hizo dar a los huéspedes (y lo hacía con buena voluntad) rico hidromel y el mejor vino que podía encontrarse en el país del Rhin.
Geiselher y Gere habían llegado también con Dankwart y Volker, que supieron pronto la llegada de los extranjeros. Estaban muy contentos; ellos saludaron delante del rey a los caballeros nobles y buenos. Hagen de Troneja dijo a Gunter, su señor:
—Vuestros fieles deben hacer conocer por sus servicios la deferencia que nos hace el margrave; es menester que reciba recompensa el esposo de la bella Gotelinda.
—No quiero retardarlo —respondió el rey Gunter—, dime cómo se encuentra Etzel y su esposa Helke en el Huneland.
—Os lo haré saber con gusto —respondió el margrave. Se levantó de su asiento e hicieron lo mismo los que le acompañaban. Dijo al rey—. Por cuanto me permites darte las noticias, no quiero tardar; el rey Etzel me envía al país de Borgoña.
—Cualquiera que sea la noticia que me traigáis —respondió Gunter—, hacédmela saber sin pedir permiso a mis amigos. Dímela a mí y a mis guerreros: aquí puedes pretender todos los honores.
El elevado mensajero dijo:
—Mi gran rey ofrece sus servicios al del Rhin, así como también a todos los amigos que lo acompañan; este mensaje lo cumplo con grandísima satisfacción.
»El noble rey os hace saber su desgracia: su pueblo no tiene alegría, mi señora ha muerto, Helke la rica, la esposa de mi señor: con esto ha quedado en gran orfandad muchos jóvenes, nobles, hijos de príncipe, que ella educaba. Por esto el país se encuentra en grande aflicción; ellos no tiene a nadie que los cuide con ternura. También pienso que el pesar del rey se desvanecerá lentamente.
—Que Dios lo recompense —dijo Gunter—, por el ofrecimiento que de sus servicios me hace a mí y a mis amigos. Grande es mi alegría por su saludo, cuando volváis llevaréis los míos.
—El mundo —dijo el noble Gernot de Borgoña—, debe llorar la muerte de la hermosa Helke, por las muchas elevadas virtudes que practicaba.
Hagen y muchos otros guerreros dijeron lo mismo. A su vez dijo Rudiguero, el noble y elevado emisario:
—Si me lo permitía, señor rey, diré lo que me ha encargado deciros mi querido señor que vive con gran pena por la muerte de la reina Helke.
»Ha dicho a mi señor que Crimilda está sin esposo porque murió Sigfrido; si lo que dicen es verdad y vos lo consentís, ella ceñirá la corona ante los guerreros de Etzel; esto me encargó mi señor que te dijera.
El rey Gunter respondió con gran benevolencia:
—Ella colmará mis deseos si acepta. Yo os lo haré saber dentro de tres días; pues si ella no se niega, no puedo rehusarlo por mí a Etzel.
Entretanto proporcionaron a los extranjeros todas las comodidades. Fueron tan bien tratados, que Rudiguero comprendió que tenían buenos amigos entre la gente del rey Gunter. Con gusto los servía Hagen, como en otro tiempo al señor Etzel.
Allí permaneció Rudiguero hasta el tercer día. El príncipe convocó su consejo e hizo muy bien; preguntó a sus amigos si les parecía bien que Crimilda tomara por esposo al señor Etzel.
Todos se lo aconsejaron menos Hagen. Aquel fuerte guerrero dijo al rey Gunter:
—Si tenéis sano juicio no hagáis tal cosa, aunque ella quiera no consintáis jamás.
—¿Por qué no he de consentir? —preguntó Gunter—. Con mucho gusto concederé a la reina todo lo que me pida, porque es mi hermana. Nosotros no debemos anticiparnos a todo lo que sea para su honor.
—Desechad ese propósito —replicó Hagen—. Si conocierais a Etzel como yo, experimentaríais no sin motivo muchos cuidados y penas, en el caso de que ella se uniera a él según se pretende.
—¿Por qué? —preguntó Gunter—, puedo muy bien no unirme a él y no experimentar su cólera aunque se haga su esposo.
—Jamás os daré tal consejo —replicó en seguida Hagen.
Hicieron buscar a Gernot y a Geiselher para preguntar a los dos si les parecía bien que la señora Crimilda tomara por esposo al elevado rey. Hagen volvió a negarlo, pero ninguno más. Así dijo Geiselher el héroe de los Borgoñones:
—Ahora podéis manifestar alguna lealtad, amigo Hagen: resarcirla ahora de los males que le habéis causado. Deja de negar lo que puede ser un bien para ella.
»Ya habéis causado a mi hermana grandes penas —Geiselher añadió aún—. Si os odia, no es sin motivo; nadie ha quitado a una mujer tanta felicidad.
—Quiero haceros comprender lo que no veis. Si se hace esposa de Etzel y sigue viviendo en su país, nos hará experimentar grandes pesares. Allí tendrá a su servicio muchos hombres valientes.
El fuerte Gernot respondió a Hagen:
—Puede muy bien suceder que antes de la muerte de los dos, no visitemos el país de Etzel. Les seremos fieles y con ello conseguiremos su honor.
—Nadie me responderá de eso —replicó Hagen al momento—. Digo que si la noble Crimilda ciñe la corona de Helke, no sé como será, pero sucederá una desgracia.
Entonces dijo con cólera Geiselher, el arrogante hijo de Uta:
—Nosotros no obraremos todos traidoramente. Debemos estar contentos del honor que nos hacen. Por más que digáis, Hagen, siempre la serviré fielmente.
Cuando Hagen escuchó estas palabras, se irritó. Geiselher y Gernot, los elevados y nobles caballeros y Gunter el rico, acordaron que si Crimilda quería, consentirían en el matrimonio sin ninguna mala intención. El margrave Gere dijo entonces:
—Le preguntaré si quiere complacer al rey Etzel. Le haré saber que muchos guerreros le estarán sometidos con respeto, y que él puede resarcirla de todas las penas que ha sufrido.
El distinguido héroe fue a donde estaba Crimilda. Ella lo recibió cariñosamente; en seguida le dijo:
—Bien podéis saludarme y concederme la recompensa de los mensajeros: un gran placer viene a sacaros de vuestra desgracia.
»Por vuestro amor, señor, un rey poderoso entre todos los que con honor han ceñido la corona, envía nobles guerreros para pediros en matrimonio: esto es lo que vuestros hermanos os hacen saber.
Así contestó la rica en pesares:
—Líbreos Dios a vos y a todos mis amigos de gastar esas burlas con una pobre viuda: ¿qué puedo yo ser para un hombre que merece el elevado amor de una buena mujer?
Añadió muchas otras objeciones. Llegaron en seguida su hermano Gernot y el joven Geiselher. Le suplicaron amorosamente y calmaron su espíritu diciéndole que si aceptaba al rey sería un bien para ella.
Por más que hicieron no pudieron lograr que la reina concediera su amor a otro hombre en la tierra. Y le dijeron a los héroes:
—Ya que no hacéis más, recibid al menos con calma a los mensajeros.
—No me negaré a ello —respondió la elevada señora—. Recibiré con agrado al buen Rudiguero por sus elevadas virtudes, pero no recibiré a ningún mensajero más, cualquiera que venga —y añadió—: Decid al héroe que mañana por la mañana venga a mi cámara. Quiero que me escuche, y yo misma le daré a conocer mi decisión. —Después rompió a llorar con gran aflicción.
Lo que más deseaba el noble Rudiguero era ver a la distinguida reina. Se tenía por hábil; si la cosa era posible el guerrero contaba decidirla en su favor.
A la mañana siguiente muy temprano, en tanto que cantaba la misa, llegó el noble mensajero; la multitud se apiñaba. Allí con Rudiguero para acompañarlo a la corte, se veían muchos guerreros magníficamente vestidos.
La pobre Crimilda, con el espíritu triste, esperaba a Rudiguero el noble emisario. La halló con el vestido que se ponía todos los días, pero sus doncellas tenían magníficos trajes.
Salió a su encuentro hasta la puerta y recibió con cariño a los guerreros de Etzel. Se adelantó el duodécimo y le hicieron cordiales ofrecimientos. ¿Cuándo se había recibido a más noble mensajero?
Hicieron sentar al héroe y a su gente. Los dos margraves Eckewart y Gere, los nobles y buenos caballeros estaban de pie ante ella. La presencia de la señora de la casa no dejó de imponer a ninguno.
Veían sentadas allí muchas hermosas mujeres. La elevada señora Crimilda era todo dolor. Su traje, que le cubría hasta el cuello, estaba humedecido con las lágrimas ardientes. Bien vio el noble margrave su grande aflicción. El distinguido emisario dijo:
—Muy noble hija de reyes, a mí y a los que han venido conmigo permítenos que expongamos la misión, causa de vuestro viaje.
—Yo os permito —contestó la reina— que digáis vuestro mensaje; os escucho con mi alma, pues sois un buen emisario.
Los demás sabían que ella no estaba dispuesta a ceder. Así dijo el margrave Rudiguero de Bechlaren:
—Inspirado por el más profundo amor, señora, Etzel, el elevado rey, nos envía a este país: ha enviado para que soliciten vuestro amor a muchos buenos guerreros.
»Os ofrece un tierno amor sin mezcla de pena; promete ser siempre amante como lo fue con Helke que tanto le llenaba el corazón: el llevar solo la corona lo ha entristecido mucho.
Así le respondió la reina:
—Margrave Rudiguero, cualquiera que conociese mi cruel aflicción no me incitaría ciertamente a amar a otro hombre; yo he perdido un esposo como jamás lo tuvo mujer alguna.
—¿Qué puede consolar vuestro dolor —replicó el fuerte guerrero—, sino un tierno amor? Uno puede escoger y entregarse al que llenó nuestro corazón. Para desechar tanta pena de vuestra alma nada os sería tan conveniente.
»Y si consentís en amar a mi noble señor, tendréis bajo vuestro dominio doce ricas coronas. Además el señor de mi país añadirá treinta principados, que conquistó con la fuerza de su brazo.
»Llegaréis a ser la soberana de muchos hombres altivos que estaban sometidos a mi señora Helke y de muchas hermosas jóvenes descendientes de reyes que tenía a su servicio. —Así dijo el elevado héroe:
—Si accedéis a llevar la corona con el rey, tengo encargo de deciros que mi señor añadirá aún la autoridad soberana que disfrutaba Helke: todos los hombres de Etzel estarán bajo vuestro dominio.
—¿Cómo podré —contestó la reina— llevar a mi alma el deseo de ser la esposa de un héroe? A mí me ha herido la muerte con un pesar tan amargo, que tendré que sufrir hasta mi fin.
—Muy rica reina —replicaron en seguida los Hunos—, la vida que lleváis al lado de Etzel te será tan cómoda, que si nuestros deseos se realizan, vuestra dicha será completa; muchos fuertes guerreros tiene el rey a su disposición.
»Las jóvenes de Helke y vuestras vírgenes formarán un solo acompañamiento que alegrará el alma de muchos guerreros. Seguid nuestro consejo, señora, y será un bien para vos.
Ella respondió con noble acento:
—Dejad ahora esos razonamientos hasta mañana temprano; venid entonces a mí y os responderé la cuestión que os preocupa.
Los fuertes héroes tuvieron que hacer lo que decía. Cuando volvieron a sus alojamientos, la noble señora hizo llamar a Geiselher y a su madre; a los dos dijo que ella debía llorar y nada más. Así respondió su hermano Geiselher:
—Hermana mía, me han hecho saber que el rey Etzel podría consolarte de tus dolores y de tus penas, si lo tomas por esposo: cualquier cosa que puedan aconsejarte, me parece que debías acceder a ella.
»Él podría en verdad consolarte —añadió Geiselher—. Del Rotten hasta el Rhin, de el Elba hasta el mar, no hay un rey que sea tan poderoso. Tú debes alegrarte mucho de que te escoja por reina.
—Querido hermano —contestó ella—, ¿cómo me aconsejas eso? Quejarme y llorar es lo que me conviene. ¿Cómo podría presentarme ante los guerreros en su corte? Si en otro tiempo fui bella, hace mucho que no lo soy.
La señora Uta dijo a su querida hija:
—Haz querida niña lo que tu hermano te aconseja. Sigue a sus amigos y serás feliz. Hace mucho tiempo que te veo sumida en profundo dolor.
Ella había rogado mucho al cielo que aún fuera feliz: que pudiera distribuir oro, plata y vestidos como cuando vivía su esposo el altivo héroe, ella no vivió más felices días.
Así pensaba Crimilda: «¿Debo yo entregar mi cuerpo a un pagano? Soy una mujer cristiana y tendría que arrastrar siempre la vergüenza por todo el mundo; aunque me diera todas sus riquezas, no debo seguirle».
En esto se afirmó. La noche hasta el día la señora la pasó en el lecho torturada por sus pensamientos. Sus brillantes ojos derramaron lágrimas hasta la mañana cuando fue a maitines.
A la hora de la misa llegaron los reyes; ellos tomaron de la mano a su hermana y le aconsejaron corresponder al amor del de Huneland. Ninguno de ellos halló mujer más contenta.
Hicieron venir a los emisarios de Etzel que deseaban partir del reino de Gunter con un sí o un no. Llegó a la corte Rudiguero: los guerreros le dijeron que les parecían buenas las disposiciones del noble príncipe, que se les hicieran saber para volver a su país que estaba muy distante. Rudiguero fue llevado a donde estaba Crimilda.
Comenzó el guerrero a suplicar a la noble reina con amorosas palabras, que le dijera lo que había de responder a Etzel el rey de su país. El héroe no halló en ella más que resistencia.
—No quiero conceder nunca mi amor a un hombre.
—Eso no es obrar rectamente —le respondió el margrave—, ¿cómo queréis dejar perder un cuerpo tan encantador? Podéis ser con honor la esposa de un excelente guerrero.
De nada sirvieron sus ruegos hasta que Rudiguero dijo a la reina que él podría vengarla de las grandes penas que había sufrido. Entonces comenzó a aliviar su dolor.
—Dejad vuestro llanto —dijo a la reina—, aunque tuvierais sólo entre los Hunos nada más que a mí, cualquiera que os ofenda tendrá mucho que sufrir.
Con esto comenzó a disminuir la aflicción de la señora y dijo:
—Juradme, Rudiguero, que cualquiera que sea el que me ofenda vos seréis el primero en vengar mi afrenta.
—Estoy dispuesto a hacerlo, señora —le respondió el margrave.
Con todos sus hombres juró aquello Rudiguero y le prometieron que los distinguidos guerreros del país de Etzel no le negarían nada que pudiera referirse a su honor: así lo juró Rudiguero extendiendo la mano.
La fiel esposa pensaba: «Si puedo hacerme con tantos amigos, dejaré que la gente diga de mí lo que quiera por mi desgracia. Nada me importa, podré vengar la muerte de mi amado esposo».
Pensaba: «Ya que el señor Etzel tiene tantos guerreros, haré lo que quiera cuando los mande. Él tiene tantas riquezas que podrá darme mucho; nada me ha dejado de mis bienes el cruel Hagen».
Así contestó a Rudiguero:
—Si no me hubieran dicho que es pagano yo hubiera accedido con gusto y lo hubiera tomado por esposo.
—No digáis eso, señora —replicó en seguida el margrave—. No es pagano por completo, estad segura; estaba medio convertido mi querido señor, cuando se volvió pagano: si lo amarais, señora, no se perdería la esperanza.
»Tiene tantos guerreros que son cristianos, que cerca del rey no sufriréis pesar ninguno; yo creo que el buen rey volverá a Dios si os hacéis su esposa.
Así dijeron a sus hermanos:
—Concédelo, hermana mía, y desecha la aflicción en que estás. —Le rogaron tanto tiempo, que al cabo dijo con tristeza delante de aquel héroe que sería de Etzel. Añadió Geiselher—: ¡Os seguiré, pobre reina! Os seguiré al Huneland tan pronto como tenga amigos que me acompañen a ese país.
Después la hermosa Crimilda dio su mano a los guerreros. El margrave dijo:
—Si entre los vuestros tenéis dos guerreros, yo tengo aquí muchos más; con estos podremos conduciros con honor fuera del Rhin. No es menester que permanezcáis más tiempo entre los Borgoñones.
»Quinientos hombres tengo conmigo y además mis parientes; os servirán aquí y cuando estemos junto a Etzel harán lo mismo, yo obraré de igual manera cuando me lo advirtáis, para no caer en falta.
»Haced preparar vuestros caballos de viaje, nunca los consejos de Rudiguero os causarán pesar. Haced advertir a las vírgenes que deben ir con vos; durante el camino encontraremos muchos guerreros distinguidos.
Ella poseía aún ricos adornos por los que se había luchado en tiempo de Sigfrido y éstos podrían llevarlos con honor, durante el camino, muchas jóvenes. ¡Oh!, ¡cuántas buenas sillas se prepararon para las hermosas mujeres!
Los ricos trajes que habían llevado en otro tiempo los prepararon para el viaje, pues les decían muchas cosas del rey; abriéronse entonces los cofres que hacía mucho tiempo tenían cerrados.
Muy ocupados estuvieron durante cinco días y medio sacando de sus envolturas lo que tenían guardado. Crimilda abrió su tesoro; quería hacer ricos a todos los que habían acompañado a Rudiguero.
Ella tenía todavía oro del país de los Nibelungos: era su intención distribuirlo entre los Hunos. Cien mulas no hubieran bastado para transportarlos. Hagen supo todas las noticias que se referían a Crimilda.
—Por cuanto Crimilda no me ha de volver nunca a su favor —dijo—, es menester que aquí se quede el oro de Sigfrido. ¿Por qué he de dejar a mis enemigos tan grandes bienes? Yo sé muy bien lo que quiere hacer con ese tesoro.
»Si se lo lleva de aquí, creo que lo distribuirá en hacer crecer el odio en contra mía. Ellos no tiene caballos para llevárselo. Hagen quiere guardarlo, que se lo hagan saber a Crimilda.
Cuando a ella dieron esta noticia, experimentó amarga pena. También se lo dijeron a los tres reyes y quisieron oponerse. Como esto no sucediera, el noble Rudiguero dijo con grande alegría:
—Rica hija de reyes ¿por qué lloráis ese oro? Tan sometido os está el rey Etzel que si os ven sus ojos os dará tantas riquezas que jamás podréis gastarlas; así os lo garantizo, señora.
Le respondió la reina:
—Muy noble Rudiguero, nunca una hija de reyes ha tenido tantas riquezas como Hagen me ha quitado.
Su hermano Gernot se acercó a la cámara del tesoro. Con el permiso del rey introdujo la llave en la puerta. Distribuyó el rico tesoro de Crimilda que valdría treinta mil marcos o más y lo hizo aceptar a los extranjeros; Gunter aprobó lo hecho. Así dijo el de Bechlaren, esposo de Gotelinda:
—Aunque mi soberana Crimilda tuviera tantas riquezas como en otro tiempo le trajeron del país de los Nibelungos, ni mi mano ni la de la reina las tocara.
»Conservadla para vosotros, yo no las quiero. He traído de mi país bastantes bienes para no carecer de nada en el camino: tengo suficiente para hacer todos los gastos del viaje.
Ofrecieron a las vírgenes doce cofres llenos del mejor oro que pudo encontrarse de los antiguos tiempos, dándoles galas de mujeres que debían usar en el camino.
La cólera del furioso Hagen era muy fuerte. Ella tenía todavía mil marcos de oro de las ofrendas y las distribuyó por el alma de su querido esposo. Parecía a Rudiguero que obraba con gran bondad. La desgraciada reina dijo:
—¿Dónde están los amigos que por amor a mí quieren viajar en mi compañía hasta el país del rey Etzel? Que tomen de mi oro y compren caballos y vestidos.
—Todo el tiempo que he sido de vuestro acompañamiento os he servido con fidelidad —dijo el margrave Eckewart, y añadió el guerrero—: Lo mismo quiero hacer hasta el fin de mi vida.
»Quiero llevar también conmigo quinientos de mis hombres que os servirán con gran placer. La muerte sólo nos puede separar.
Crimilda dio las gracias al guerrero, se sentía conmovida. Hicieron acercar los caballos, querían abandonar el país. Muchas lágrimas vertieron sus amigos. Uta la rica y muchas hermosas jóvenes demostraron cuánto de corazón querían a Crimilda; cien hermosas vírgenes del país vestidas llevó consigo de la mejor manera. De sus brillantes ojos caían lágrimas; grande alegría debía experimentar más adelante en el país del rey Etzel.
También llegaron con su acompañamiento, como la cortesía lo mandaba, el joven Geiselher y el rey Gernot, para acompañar a su querida hermana a la salida del país: llevaban consigo más de mil fieros guerreros.
También fueron con ellos el rápido Gere y Ortewein, Rumold el jefe de las cocinas que querían ir con ella. Hicieron preparar sus alojamientos para la noche hasta las orillas del Donan. Gunter los acompañó hasta poca distancia de la ciudad.
Antes de abandonar el Rhin enviaron rápidos mensajeros al Huneland para hacer saber al rey que Rudiguero le había conseguido la noble princesa.
Los mensajeros fueron muy deprisa: querían llegar pronto para conseguir gran honor y la rica recompensa de su mensaje. Cuando llegaron con la noticia, fue la más agradable que el rey Etzel había recibido.
Por esta grande alegría, el rey dio a los mensajeros tantos presente que pudieron vivir alegres en la opulencia hasta su muerte. La satisfacción hizo desaparecer el pesar y los cuidados del rey.