En el Lugar del Poder

— David Langford —

David Langford es un antiguo científico involucrado en investigaciones secretas (como los personajes de su reciente novela humorística El establecimiento con goteras) y autor de la obra de ensayo La guerra en 2080: El futuro de la tecnología militar. Ahora vive en Reading y dedica todo su tiempo a escribir. Su primera novela, El tragaespacios, fue publicada en 1982. Aunque escrito en un estilo que hace pensar en la alta fantasía de, por ejemplo, la historia de Jessica Salmonson, este cuento corto posee un aguijón cosmológico en la cola que lo convierte en una pieza eminentemente adecuada para cerrar esta antología con una nota enigmática.

Había hecho frío al principio, cuando Tirion subió por encima de las nubes, hasta el punto de que con cada respiración parecía lanzar trozos de hielo por sus narices y su cuello. Pero él siguió subiendo, tanteando con las manos en busca de apoyo para llegar al pico más alto, el Lugar del Poder.

—¿Puedes oír mi llegada Mago? —susurró.

Las montañas que bordeaban el valle eran llamadas el extremo del mundo; nadie sabía lo que había más allá. Antes, el mundo, el valle, había sido más grande, quizá cientos de kilómetros en lugar de cinco; pero los bordes del mundo se estaban empequeñeciendo últimamente. Durante la noche, e incluso durante el día, las colinas se desmoronaban hacia dentro.

Y entonces desaparecía otra granja, otra familia. La brillante tarde del verano podía verse desfigurada por una mancha de noche de una hora de duración, o los tonos de la puesta de sol podían ser tragados por un amanecer totalmente inadecuado. No se podía tolerar. Había sueños y visiones, signos y prodigios, como siempre. La palabra «sacrificio» se mencionó demasiado pronto y con excesiva frecuencia para el gusto de Tirion... Sabía que de ello se habían resentido su propia ambición y sus maniobras para alcanzar el poder. Y teniendo en cuenta su juventud, fortaleza e inteligencia, los padres del poblado le eligieron para llevar a cabo la ostensible tarea de rogar al legendario Mago, en su Lugar del Poder. No tuvieron en cuenta las tradiciones de quienes habían seguido ese mismo camino antes, o la falta de tradiciones con respecto a su regreso.

Tirion tenía sus propias ideas sobre el sacrificio, y llevó consigo un cuchillo bien afilado, con el que pensó que sería suficiente para arrebatarle el poder, incluso a alguien como el Mago.

La última parte de la ascensión fue la más fácil. Ya no hacía ni frío ni calor; se sintió alentado por el aire en calma, y se elevó casi sin esfuerzo, como una burbuja en el agua clara. Cerca de la cumbre se tambaleó y sacudió la cabeza. Los tortuosos hombros de la montaña convergían, pero no había un pico final: algo había cortado el enigmático pico, dejando en su lugar una superficie lisa, como un espejo de hielo.

Sobre el brillante azul una borrosa mancha se movía hacia él como una araña. Era un hombre andrajoso.

—El Mago —dijo Tirion, deslizando una mano hacia lo que llevaba en su bota derecha, con su mente llena de ambición y temor.

El hombre se encogió de hombros. Tenía una gran barba negra. Su voz sonó como la de una vieja y oxidada maquinaria:

—¿El Mago? No me llamo así. En realidad, no me llamo de ningún modo. No, deja ese cuchillo, no lo necesitarás. Te lo prometo. Déjame pensar. Te llamas Tirion. Pelo moreno... Sí.

—Ayer era amarillo —replicó Tirion—, y el día anterior negro...¿qué importa eso?

—Lo siento. Estoy perdiendo facultades. Por eso estás aquí.

—No comprendo.

—También estás aquí por eso. Hay importantes giros históricos que no conocéis ni tú ni las gentes del valle... Y también un cierto punto geográfico. Ven, te enseñaré lo que hay al otro lado de las montañas.

—¿Podré..., podré volver a bajar?

—Volverás a ver a todos tus amigos antes de que termine el día. Y ahora, ven conmigo... No, no cruces el límite del lugar. Todavía no. Rodea el borde hacia el otro lado de la montaña, el lado que no mira hacia vuestro valle. Caminaré contigo.

Caminaron, el Mago deslizándose sobre aquel espejo increíblemente perfecto, y Tirion saltando de roca en roca.

—Detente ahora —dijo una voz ronca. Por delante, el camino terminaba en el cielo azul. Tirion miró a su guía, que le observó con un fruncimiento de ceño de aspecto crítico—. ¿Pelo rojo?

—Rojo, sí. Ha vuelto a cambiar desde que empezamos a caminar. ¿Importa eso?

—Importa mucho. Las cosas no deberían ser así. Te pido disculpas. Y ahora, ¿para qué te he traído aquí? Algo que tenías que saber...

—El otro lado de la montaña.

—Exacto. Lo habría recordado en seguida. Avanza un paso o dos, muy cuidadosamente, y mira por el borde.

Tirion así lo hizo. Hubo una larga pausa. No podía encontrar palabras para expresar lo que veía. Los horrores que había más allá del mundo hicieron que la desorientación del Lugar del Poder no pareciera nada en comparación. Vio que allá abajo no había nada similar a una superficie de nivel, ninguna línea recta o ángulo recto en ninguna parte, ninguna materia sólida o aire vacío, ninguna ley, ni palabras, ni razones, ni...

—Tirion.

Si pudiera mirar el tiempo suficiente conocería los secretos existentes más allá del conocimiento, más allá del bien y del mal, más allá del pensamiento.

—Tirion. Cierra los ojos.

Tirion cerró los ojos, se llevó las manos al rostro, asaltado por monstruosas imágenes.

—Y ahora vuélvete... Eso es. Siéntate.

Estaba sentado sobre una roca que no recordaba que estuviera allí, parpadeando bajo la luz del sol.

—Eso es lo que hay detrás de las montañas. Se desmorona hacia dentro, pero mientras no prevalezca... al menos desde el principio. ¿Te dije que te contaría una historia? Te la contaré ahora.

»Hace mucho, mucho tiempo, el creador concibió el mundo. Ese fue el principio. Siguen contando la misma historia, ¿verdad? Sí. El creador imaginó el mundo con todos sus detalles, lo imaginó con una fuerza que hacía retroceder... lo que has visto. Probablemente habrás oído decirle al filósofo de tu poblado que nada existe excepto como un pensamiento en la mente del creador. Sofismas.

—Losé.

—Bien. El creador se sentó en el Lugar del Poder, teniendo en su mente la imagen del mundo, y todo fue bien. Todo esto —dijo, señalando el desnudo desierto del espejo—, era la idea que tenía el creador de un sillón cómodo, de un nicho, de un lugar de descanso...

«Transcurrido un tiempo incontable, la atención del creador se volvió hacia otras cosas, quizá más grandes, y todo el mundo empezó a cambiar y a decaer. Se desvanecía igual que se había ido desvaneciendo de la mente del creador.

.»Pero antes de que las cosas reales, las cosas de ahí afuera, pudieran estrujar nuestro mundo hasta hacerlo desaparecer, un hombre subió al Lugar del Poder. Era sólo un hombre, no el creador, pero tenía el mundo en su mente y lo conservó lo mejor que pudo. Pero seguía siendo sólo un hombre y, a pesar de todo el poder del lugar, se fue haciendo viejo.

—¿Usted?

—No. Fue el Mago. No necesitaba ni bebida ni comida. Mantenía su fortaleza. Dormía, porque nada podía hacer sin dormir, y cuando dormía el mundo se oscurecía. En los tiempos del creador no existía la noche, ¿lo sabías? Y... su mente empezó a vacilar. Olvidaba cosas. Las más insignificantes al principio, una gota de rocío, una hoja de hierba, cosas así. Nadie se enteró ni se preocupó por el hecho de que tales cosas desaparecieran de la mente del Mago y del mundo. Pero luego las cosas olvidadas adquirieron mayor importancia. El color del pelo de un hombre. Un prado entero al pie de las montañas. Y al final, ¿quién sabe?

—Usted. Tiene que haber sido usted. Mi pelo...

—El mundo es más viejo de lo que te piensas. Yo soy el nonagésimocuarto sucesor del Mago. Pero sí, últimamente he empezado a olvidar cosas.

—¿Y nuestro mundo se hace cada vez más pequeño?

—Bastante.

- ¿Y eso otro... cuando la noche se conviene en tarde o el amanecer en noche?

—Otro efecto de la edad. A pesar de toda mi disciplina, me quedo durmiendo cuando no debería, y me despierto cuando tendría que dormir. Lo siento. Además, últimamente tengo pesadillas... Y ahora cógeme de la mano.

Tirion obedeció sin pensarlo y fue atraído de un salto a los pies del hombre.

—No —dijo, al darse cuenta de lo que se le venía encima.

Trató de retroceder; su mano libre buscó el cuchillo.

—¿Qué? Oh, tienes algo en la bota, ¿verdad? Una especie de arma. Temo haberme olvidado de lo que era.

Y el cuchillo ya no estaba allí.

—Aún debo decirte algo más. Una última leyenda. Recuérdala. Se dice que cuando el inquilino del Lugar del Poder pueda imaginar un mundo suficientemente vasto, imaginando las barreras montañosas cada vez más y más lejanas hasta que se encuentren en una distancia inconcebible y cierren el mundo del flujo exterior... ese día el Lugar y su prisionero ya no serán necesarios. Quizás entonces pueda dejarse que el mundo exista en las mentes de la gente corriente. No lo sé. Pero recuérdalo. Y si no eres el destinado a resolver ese acertijo, recuerda que debes imaginar para ti mismo un sucesor que valga la pena para ocupar el lugar... y transmitirle lo que te he dicho. Que eso sea lo último de todo que olvides.

Tirion sintió entonces una arremolinada confusión momentánea, y de pronto se encontró sobre el espejo de hielo del Lugar. Todos sus sentidos le indicaron que estaba perfectamente, pero todo el mundo exterior se había ladeado hasta que las montañas del otro lado del valle parecieron elevadas torres sobre éste. Un terrible conocimiento golpeaba a las puertas de su mente.

Vio a su predecesor de pie en un ángulo imposible, y ya no estaba dentro del Lugar. El hombre pareció repentinamente más viejo, más cargado de espaldas.

—Adiós. Y buena suerte.

Y el hombre se volvió, dio dos pasos firmes hacia el borde del mundo, y desapareció. Hacia el olvido final, quizás, o hacia la creación de su propio mundo en lugar de guardar como un perro lo dejado por el creador. No había forma de saberlo.

El terrible conocimiento inundaba ahora a Tirion. Era el conocimiento del mundo enfocado por el Lugar del Poder, los millones y millones de pesos y números, de gustos y colores, de estados de ánimo y caprichos, cuya suma hacía que las cosas fueran como fuesen. Lo vio todo en el espejo; lo supo todo, y su deber consistía en recordarlo.

«Verás a todos tus amigos antes de que termine el día», le había dicho el viejo. Tirion los vio, y los conoció por completo.

Recordó el cuchillo, y volvió a sentir su presencia en su bota. Sería fácil terminar con todo, pero no podía hacerle eso al mundo reflejado en el espejo y en su mente. Probablemente, había sido elegido como alguien incapaz de hacer algo así. O creado como alguien que no lo haría. Su propia ambición, aunque no otra cosa, le mantendría prisionero. El peso sordo de la responsabilidad y de todas las cosas existentes, había caído sobre él.

Cerró los puños, encolerizado inútilmente, y grandes nubes de tormenta se formaron allá abajo, sobre el valle. Se frotó los ojos, y una lluvia torrencial cayó de las nubes como lágrimas. Gritó contra la injusticia de su situación, por haber recibido la carga de aquella omnipotencia y haber sido entronizado en la cúspide del mundo, en el Lugar del Poder.