CAPÍTULO PRIMERO
Necesitó dos horas de trabajo para forzar la compuerta.
Al cabo de este tiempo, Sheri Dickens introdujo su reducido equipo y esperó, llena de ansiedad, a que la cámara de presión se llenase de aire.
Había temido que el sistema de reciclaje no funcionase y que fuera a encontrarse con un espectáculo dantesco, recordando lo que ocurrió en la nave AT-3 el año anterior, en la cual el equipo enviado por el gobierno se limitó a informar que parte de su trabajo ya estaba realizado gracias al fallo que padeció el computador mucho tiempo atrás, probablemente a medio viaje.
Sheri respiró aliviada dentro de su traje de vacío cuando el analizador le confirmó que la atmósfera era perfectamente respirable.
Cuando franqueó la siguiente compuerta se encontró con las luces del pasillo que se encendían automáticamente. Sonrió levemente. La energía seguía funcionando al cien por cien.
Contempló con aprensión el larguísimo pasillo elevado que tenía delante y se perdía muy lejos, en una penumbra ominosa.
La muchacha desplegó un plano y lo estudió ceñuda. Se había quitado el casco, que llevaba colgado del cinturón repleto de herramientas. En el complicado gráfico dibujado artesanalmente en el papel localizó su posición y lanzó un resoplido de disgusto. Estaba muy lejos del módulo de operaciones.
Consultó la hora. Siendo optimista en sus cálculos podía considerarse segura durante dos horas, tal vez tres.
Aquél no era el camino más corto para llegar al módulo. Retrocedió, pasó ante la esclusa por la que había entrado y sobre cuya puerta dejara poco antes un señalizador que le evitaría no volver a localizarla.
Miró hacia el enorme pozo y experimentó algo de vértigo. La oscuridad era total abajo y no podía estar muy segura de a qué distancia se hallaba el fondo.
Encontró un ascensor y entro en la cabina. Cerró los ojos mientras pulsaba el botón de arranque después de haber elegido el vigésimo piso.
Respiró aliviada cuando el ascensor se puso en marcha. Al principio lo hizo acompañado de chasquidos, pero enseguida adquirió velocidad.
En el nivel número veinte, las luces se le encendieron a su paso y Sheri casi corrió por el estrecho pasillo. Su corazón le palpitaba vertiginosamente y, a mitad de camino, tuvo que detenerse para recuperar el aliento.
Al pasar delante de una puerta cerrada se fijó en el anagrama que figuraba sobre ella. Las advertencias de precaución le hicieron ver que al otro lado estaban algunos de los pasajeros, ojalá sumidos en un correcto y profundo sueño, sin que por ningún momento sus organismos hubieran dejado de recibir los estímulos vitales para su mantenimiento.
No resistió la tentación de abrir la puerta y, sin atravesar el umbral, echar una mirada al salón. Allí, las luces eran rosadas y nunca dejaron de iluminar los cientos de cápsulas que se alineaban en apretadas hileras. Sheri caminó dos pasos y miro el rostro del durmiente más próximo.
El rostro hibernado de un hombre joven yacía dentro de la parte transparente de la cápsula. Pese a su palidez de muerte falsa, lo consideró atractivo. Se fijó en el nombre de la placa de identificación que figuraba en el comienzo del cilindro de cristal y plata.
Se llamaba L. Cassidy. Los demás datos no le interesaron.
Salió de la sala y reemprendió el camino hacia el módulo, preguntándose quién era L. Cassidy y si soñaba en aquellos momentos. ¿Qué pensó cuando lo hibernaron trescientos años antes? ¿Acaso sintió miedo, temor de no despertar algún día?
Ante la puerta del módulo sus temores quedaron confirmados. El cierre era magnético y seguramente codificado con las huellas dactilares del capitán de la nave y sus ayudantes, accesible sólo para un reducido grupo de personas.
Sheri sintió un ramalazo de desaliento y apoyó la espalda en la pared, dejó en el suelo el maletín con el equipo e intentó serenarse.
Con la mirada fija en el cierre, grande y fuerte, se dijo que era quimérico pensar en localizar al capitán entre miles de hibernados. Los cuerpos estaban desnudos dentro de los cilindros y al lado de éstos se guardaban los equipos de cada viajero. El capitán tendría la llave magnética muy cerca, pero la cuestión era saber en cuál de los treinta niveles estaba sumido en su sueño de tres siglos.
Para saber dónde yacía el capitán o los miembros de su equipo de confianza tenía que entrar en el módulo y consultar los registros, para lo cual necesitaba la llave que estas personas debían poseer en sus armarios privados.
Sólo le quedaba a la muchacha una alternativa. Desenfundó su arma y graduó la potencia al máximo. Luego apuntó a la cerradura y disparó, rogando a los dioses que algún sistema de seguridad no impulsase un relé de protección y la dejase incomunicada.
De la pistola surgió un rayo de vivo color azul que estalló sobre el cierre, se expandió en una cascada de chispas y Sheri miró preocupada cuando el humo se disipó de la puerta.
Resopló algo más tranquila. No había sonado ninguna alarma. Por el contrario, el cierre estaba debilitado. Sólo necesitó de dos disparos más para que la puerta cediera ante la presión de sus manos enguantadas.
AI penetrar en el módulo circular de operaciones de la nave AT-4 tuvo que parpadear debido a las fuertes luces que se encendieron sobre su cabeza. Eran violentas y pensó que algo debía estar fallando. Localizó un cuadro de interruptores y bajó la intensidad lumínica.
Entonces comenzó a inspeccionar los paneles. Delante del computador, Sheri empezó a sonreír, cada vez más segura de que iba a poder culminar satisfactoriamente lo que había iniciado con tantos temores, con excesivos síntomas de ineludible fracaso.
Leyó en los gráficos que la nave llevaba decelerando desde hacía dos años, una vez que sus sensores localizaron la proximidad de Alfa de Espiga.
Con premura se acercó al archivo y exigió un adelanto resumido del libro de bitácora que el computador debía haber confeccionado en el transcurso de trescientos años.
Apenas tuvo en sus manos la página perforada, empezó a leerla con avidez.
La nave AT-4, también llamada "Copérnico", había partido de la Tierra el año 2012. A bordo viajaban, entre tripulantes y pasajeros, veinte mil seres. Su capitán era Dino Aldani y su equipo de colaboradores estaba compuesto por veinte hombres y mujeres. Había dejado el Sistema Solar tres años después de que sus hermanas de la serie AT, siglas que usaron, al parecer, duplicando la forma por la que se conocía el gobierno de emergencia terrestre instaurado a finales del siglo veinte, Alianza Tierra. Según sus conocimientos, duró hasta mediados de los años cincuenta del tercer milenio, precisamente cuando la crisis económica y social llegó a su cúspide y una pequeña oligarquía tomó las riendas del poder en el planeta.
Para Sheri eran datos suficientes. De nuevo ante el computador, localizó la posición del capitán Aldani. Su asombro no fue menor que su alegría al averiguar que permanecía en aquel mismo nivel, en la sala donde hubiera echado un vistazo rápido.
Formó media sonrisa con sus labios pálidos. Era natural que fuese así. En realidad, había sido una tonta al no llegar a tal conclusión. Lo normal y lógico era que el jefe de la nave durmiese cerca del módulo.
Necesitó unos minutos para abrir la puerta circular de acero de medio metro de diámetro. Allí estaban las varas de berilio. Eligió una, porque cualquiera podía servir. Con ella, fuertemente agarrada con su mano derecha que temblaba ligeramente, regresó a la sala. Ya había cruzado la puerta violentada del módulo, cuando a sus espaldas sonó una alarma, de timbre agudo y penetrante.
Sheri se quedó quieta y sólo al cabo de unos segundos se volvió ligeramente y miró el interior del módulo. Desde allí pudo ver que una pantalla visora se encendía, después de unos destellos, y al poco tiempo quedaba fijada la imagen oscura y brillante del espacio.
Regresó sobre sus pasos y volvió a contemplar el esmerilado cristal rectangular. En la esquina superior derecha empezó a titilar una luz diminuta que por segundos adquiría mayor tamaño, a medida que se desplazaba al centro.
Sheri sintió que la sangre se le helaba en las venas. Una nave procedente de Doppler se acercaba a la "Copérnico".
¿Qué había ocurrido en el planeta de la estrella de Espiga para que los acontecimientos previstos por ella se hubiesen adelantado? Aún debían faltar más de dos horas para que el crucero enviado por el gobierno doppleriano llegara.
Frenética, Sheri corrió al fondo del módulo y se agachó sobre los discos de detección, de donde había sonado la alarma. Luego comprobó que aún faltaban más de diez horas para que el sistema de resurrección entrase en funcionamiento, tal como estaba previsto por el computador. Los hibernados debían despertar sólo cuando el "Copérnico" llegase a una distancia de cincuenta millones de kilómetros del segundo planeta de Espiga.
Y semejante circunstancia debía haber sido prevista por el gobierno de Doppler y por eso se habían adelantado enviando el crucero armado. Habían adquirido experiencia con la llegada del AT-3, y no estaban dispuestos a dejar a la suerte el hecho de que un fallo en los circuitos de energía y reciclaje dejasen a los hibernados sin el flujo vital y en los miles de cápsulas no encontraran nada más que cadáveres putrefactos.
El crucero llegaría a las inmediaciones del "Copérnico" en treinta minutos. Un cuarto de hora más tarde estarían dentro y sabrían que un pequeño navío permanecía anclado cerca de una esclusa violada desde el exterior.
Sheri sintió que se desmayaba, agobiada por la realidad funesta que derribaba sus proyectos.
Corrió hacia la sala y se detuvo ante el primer hibernado. Era el llamado L. Cassidy. Miró al fondo. El capitán estaría lejos, a más de mil metros de ella. Y también perdería algunos minutos buscándolo entre tantos cientos de cilindros.
Con decisión, Sheri introdujo la varilla en el orificio situado al pie de la cápsula, apretándolo con todas sus fuerzas y comenzando a recitar entre dientes una plegaria.
La reacción dentro del cilindro se produjo al instante, aliviándola parcialmente del peso que la aplastaba, de la desmoralización que había comenzado a llenar su mente.
Miró su cronómetro. El proceso, en su grado de aceleración máxima, precisaría de cinco minutos. Estuvo tentada de despertar a más personas, pero desistió porque no estaba en condiciones de enfrentarse a más de una. Sus explicaciones, temía, no iban a ser congruentes. Se sentía incapaz de convencer a un grupo. Ya con un solo pasajero iba a tener muchas dificultades.
Casi sufrió un sobresalto cuando la mitad superior del cilindro se elevó y pudo mirar el cuerpo completo del hibernado, su desnuda palidez excepto el tono grisáceo del miembro masculino. Los electrodos insertados en diversas partes de la cabeza y tórax se retiraron cuando cesó totalmente el proceso.
Se acercó más al cilindro abierto y jadeó tranquilizada cuando vio que el pecho del hombre se movía rítmicamente. Respiraba.
—Vamos, Cassidy, cual sea tu nombre, esa ele misteriosa, despierta y mírame a los ojos. Y, por favor, no te asustes más de lo que yo estoy ahora. Levántate de una condenada vez —susurró nerviosa.
El hombre agitó los párpados y abrió los ojos. Minó a la muchacha, pero sus facciones no se movieron. Con parsimonia exasperante para Sheri fue incorporándose y acabó sentado. Entonces pareció darse cuenta de la presencia femenina y abrió la boca.
Sheri no supo si el llamado Cassidy intentaba sonreír o quería expresar en silencio su asombro al verla. Enseguida se respondió que el sujeto no podía conocerla, ni siquiera sospechar que ella no pertenecía a la "Copérnico".
—Hola —dijo Sheri llena de aprensión.
El despertado lanzó un sonido gutural, carraspeó y logró articular:
—Ho... hola.
—Vamos, levántate, baja de ahí.
Lo ayudó a salir del cilindro y el hombre dio unos pasos inseguros. El color había regresado a su piel y de pronto sus mejillas se enrojecieron. Sheri no pudo evitar sonreír divertida, imaginándose que Cassidy se había dado cuenta de su total desnudez delante de ella.
De súbito, el hombre se giró y vio que los demás cilindros continuaban cerrados, con su cargamento humano.
—¿Qué ha ocurrido?
—Ven conmigo.
El se resistió a seguirla.
—¿Adónde?
—Al módulo. Allí lo entenderás todo mejor.
Sheri le tomó una mano y la sintió fría, como si en la piel del hombre persistiera la helada situación de la hibernación.
De nuevo en el módulo, ella le indicó la pantalla donde el punto era del tamaño de una manzana y podían ser apreciados los contornos de la nave.
—Estamos muy cerca de Espiga; del mundo bautizado en la Tierra con el nombre de Doppler —dijo Sheri.
—¿Por qué estamos despiertos tú y yo?
—Escucha, L. Cassidy: yo no he viajado desde la Tierra contigo, ¿entiendes?
—No, en absoluto.
—Presta atención, te lo ruego. Tenemos que actuar para evitar que quienes viajan en esa nave consigan penetrar en ésta.
—¿Por qué? ¿Quiénes son ellos? ¿Quién eres tú?
Sheri aspiró aire, llenó sus pulmones y dijo:
—Porque si les dejamos que nos aborden, el "Copérnico" será destruido.