DEDICATORIA

 

Un mundo justo es el que unos pocos no desean y por el que muchos no luchan.

 

  Dedicado a todos aquellos que luchan por sus convicciones y persiguen sus sueños.

      Antón Santiago

 

 

 

 

 

P.D:   SI CONSIDERAS QUE ESTA LECTURA MERECE LA PENA, PUEDES COMPARTIR ALGUNA VIVENCIA DE FORMA ANÓNIMA, EN NO MÁS DE UN FOLIO (PREFERIBLEMENTE MENOS DE VEINTE RENGLONES). A PARTIR DE AHÍ PUEDO REALIZAR UN BREVE RELATO, QUE SE UNIRÁ AL QUE HAS LEÍDO, PARA QUE LOS PROPIOS LECTORES HAGÁIS CRECER ESTE MANUSCRITO, EL DESEO DE NO TENER DESEOS.

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EL MIEDO AL OLVIDO

 

La primera tormenta de noviembre ya estaba aquí, y con ella la lluvia y las nubes grises. La lluvia, cayendo desde las estrellas, ocultas por la oscuridad de mis pensamientos. No sé si la resaca de la noche anterior o el querer volver una vez más, allá donde ya no era querido, me impedía definir con claridad la figura que se escondía tras la ventana de una casa construida con los ladrillos del dolor de mi infancia. No, seguramente era la resaca, y el maldito limpiaparabrisas derrotado, como yo ahora, en el asiento de este viejo coche, sabiendo que sólo en sueños volvería a entrar en esa casa, como lo hacía cada noche de cada día, en las pesadillas que yo no quise vivir y las que nadie quiso evitar.

Desde mi infancia intentaba demostrarme que era posible traspasar esa puerta y recibir el abrazo de unos padres a la vuelta del colegio, a la vuelta de unas navidades. Desde mi infancia intento demostrarme que es posible traspasar esa puerta y que los que me rodean no me juzguen con el desprecio de una falsa sonrisa o con el de su silencio.

Desde mi infancia quería creer que la gente era buena y que yo, era como el resto de mis compañeros: compartía más temas de conversación con mis compañeras, que con aquellos que corrían detrás de un balón, como caballos detrás de una zanahoria. El deporte no me llamaba especialmente la atención; los libros eran la pasión en la que me evadía del acoso de mis ¨queridos compañeros¨. Y Ester, la siempre comprensiva Ester, defensora de los indefensos. Todos pensaban que sentíamos algo el uno por el otro con nuestros nueve años. Y, sí, sentía algo muy profundo por ella, eso que llaman amistad, y que nunca más volvería a sentir tan intensamente; era tan real como el dolor de los puñetazos y las patadas a la salida del colegio.

La lluvia ha cesado y, ahora, podía ver con claridad la cara con la que mi madre, atemorizada, siempre me miraba al regreso de la escuela, enmudeciendo sus presentimientos, confiando que de esta manera no se convirtiesen en una molesta verdad. Mi padre estaba saliendo por la puerta, puntual como todos los días, a por su periódico, saludando con cordialidad a todos los que luchando contra el viento se cruzaba en la calle. ¡Cuánto me hubiese gustado ser alguno de aquellos vecinos! ¿Qué tal estás Brais, cómo te encuentras? Únicamente deseaba haber escuchado esas pocas palabras pronunciadas, por él, alguna vez en mi vida: ¨El que pega primero, pega dos veces¨. Gracias papá. ¡Gracias! Me ha sido de gran ayuda en la vida que tu siempre intentaste evitar ver. ¡Gracias!

Ahora las imágenes eran nuevamente borrosas, las lágrimas difuminaban mi presente y mi pasado, y ningún limpiaparabrisas por poderoso que este fuese podría cambiarlo. Mi cabeza, ¡qué dolor!…la resaca. El perezoso motor aterido por los achaques de la edad y la humedad, se niega a arrancar: un intento, un par de estertores estériles; segundo intento; tercero; mi padre se gira en la distancia alertado por el sonido del motor. Cruzamos nuestras miradas con la protección que nos otorga el parabrisas, como meros espectadores de esa estampa. ¡Dilo, por Dios, dilo! El viento azota su escaso pelo. Por un momento creo oír: ¨hola hijo, te echaba de menos¨ Una nueva ráfaga trata de robarle parte de su pelo llevándose con ella sus recuerdos y, a él mismo. Ya sólo veo la espalda de su gabardina camino de ninguna parte. Adiós papá. Por más que no hagas, siempre te querré. Lentamente abandono mi refugio camino de un sueño robado por una noche entre amigos, con la soledad de la ausencia de Dani. Me preguntó qué estará haciendo él ahora. Al llegar a casa noto más que nunca su ausencia, a pesar de que todo habla de él, sus cuadros, el aroma de su perfume en las sábanas. No puedo evitar intentar llamarle a pesar de la diferencia horaria. Al tercer tono, pienso que no ha sido muy buena idea despertarle en medio de la madrugada. Cuando ya voy a dejar el móvil en la mesita, la respuesta sostenida por la distancia de un océano cobra vida.

- ¿Te encuentra bien?

- Sí. No quería molestarte, ya sé que mañana inaguráis la exposición.

- No te preocupes. Pareces triste. ¿Seguro que estás bien?

- Lo siento, al llegar a casa la he notado tan vacía sin ti, que no he podido evitar llamarte.

- ¿Has vuelto a pasar?

- ¡No, de verdad que no…!

- Sí lo has hecho.

- ¿Por qué tiene que ser así?

- Te quiero, pronto estaré de vuelta.

- Yo también te quiero. Suerte mañana.

La ficticia oscuridad de mi habitación en una triste mañana de domingo no es suficiente para verme vencido por los excesos de la noche y, entonces, acuden a mi cabeza las infinitas justificaciones racionales a cuestiones engendradas con la irracionalidad del corazón y el miedo de la convenciones. ¿Qué podía haber de malo en el amor entre dos personas? Cuántas veces había escuchado esa frase, cuántas las había pronunciado yo y, cuántas, no había obtenido respuesta, porque el amor no entiende de sexos ni condiciones.

El silencio de mi madre, en las breves confrontaciones con mi padre, demostraba que no era ningún ¨leproso¨ del que conviniese mantenerse alejado. El bálsamo de sus caricias, cuando abrazado a la almohada ahogaba mi impotencia ante la intransigencia de mi padre, me confirmaban su cariño. Ninguno de los dos habían sido educados para poder convivir con mis sentimientos; lo puedo entender: habían sido educados para cuestionarse pocas cosas, viviendo en la certidumbre de poder predecir el mañana con trabajo y más trabajo en una foto fija que les proporcionase la seguridad de una vida común con unos deseos comunes. Yo difuminaba esa foto, era una nota discordante en el ritmo de sus vidas. Nunca fueron lo suficientemente valientes para decirme si era más por ellos mismos o por los que compartían nuestro día a día. Con diecisiete años recuerdo haber escuchado a mis padres hablando de las virtudes de Pedro, el hijo de sus mejores amigos. No era mal chaval, dos años mayor y con bastante éxito social. A pesar de ello, mis notas siempre habían sido mejores. Me dolía tanto escuchar a través de la puerta como ensalzaban a Pedro. ¿Qué tenía él que no tuviese yo? ¿Quién era él para recibir de mi padre las palabras que yo nunca le había visto pronunciar acerca de su hijo? Haciendo acopio de valor traspasé la puerta sin más, en seguida se hizo el silencio. Los dos se quedaron mirándome, esperando que dijese algo. La cólera de años reprimida pudo más que el miedo que anudaba mis cuerdas vocales. Allí estaban, sentados como jueces impertérritos de mi vida ¨defectuosa¨. Los miré una vez más y disparé cerrando los ojos para no ver los efectos del impacto.

- Os gustaría que fuese como Pedro. Lo sé… Ahora, me podéis decir cuál es la diferencia entre él y yo.

Mi madre, estaba pronunciando la primera palabra de justificación, cuando Alberto, mi padre, la interrumpió sin más.

- No nos hagas perder el tiempo con tonterías de las tuyas.

¡Tonterías!...Recuerdo que me resultó imposible reprimirme al comprender definitivamente que para mis padres sería más fácil convencerse de que no había nada de lo que hubiese que hablar, que tratar de encontrar un camino para recorrer todos juntos.

Furia, fue lo que sentí; impotencia ante la cobardía; ganas de gritar…

- ¿Y si para todo el mundo fuese como Pedro, entonces, seguiría siendo distinto para vosotros?

- ¡Ya está bien! Esto se ha terminado, dijo Alberto incorporándose del sofá.

- ¡No, no se ha acabado! Es más importante lo que diga la gente, que lo yo pueda sentir, o lo que vosotros sintáis por mí. Aunque creo que yo soy un extraño para vosotros.

En mi memoria, únicamente las horas paseando con el apoyo, siempre incondicional, de Ester surgen como respuesta a aquella pregunta, al tiempo que el cansancio me va sumiendo en el sueño al compás de las carreras de mis pequeños vecinos y las recriminaciones de sus padres en pos de un justo reparto de las obligaciones familiares.

Había pasado una semana, pero no la lluvia que lo tapizaba todo. Únicamente las ganas de abrazar a Dani hacían que el gris fuese un poco menos gris, y que mi viejo Tiburón ronronease alegre en las cuestas camino del aeropuerto. Era posible que él también echase de menos sus cuidados y el cariño que le tenía a este obra de la ingeniería francesa. Dejo tirado el coche en la primera plaza de parking que encuentro para salir corriendo como un quinceañero al encuentro de Dani. Mi cara es lo primero que espero que vea al abrirse la puerta de la sala de equipajes para ver reflejado en la suya la expresión de felicidad por el reencuentro. Los pasajeros se suceden: ejecutivos uniformados, amparados en una fingida seguridad; emigrantes titubeantes a la espera de poder confirmar que aún queda algo de ellos en la tierra que habían dejado; parejas de jóvenes que se abrazan. Y finalmente, Dani con un par de tubos de cartón en una mano y su equipaje en la otra. Al encontrarse nuestras miradas entre el gentío me responde con su franca sonrisa. Ahora, todo está bien, no podría haber mejor momento que este momento. Salgo corriendo y lo abrazo antes de que se pueda liberar de sus bártulos, y lo beso…Lo beso, como una pareja más, si no fuese por los gritos: ¨pervertidos¨, dice un señor: ¨ hay niños presentes¨ continua una mujer enjoyada. Ni un mísero momento de felicidad nos es regalado; simplemente nos la arrebatan para hacernos dirigir al parking como fugitivos de un delito nunca cometido. Estaba claro que el ¨problema¨ no se encontraba en nuestro amor, residía, inequívocamente, en las mentes de todos aquellos que necesitaban un mundo monocolor que les propiciase la seguridad de que todo y todos éramos iguales. De esta manera, no tendrían que cuestionarse nada, y en caso de hacerlo…erradicar, siempre erradicar, nunca enriquecerse en la tolerancia.

Antes de arrancar, noto en mi mano su mano y veo la tristeza en sus ojos, ya no hay sonrisas, ya no hay felicidad, los fantasmas del pasado vuelven a mi encuentro para recordarme que no estoy haciendo lo que se espera de mí, no estoy siendo quien se espera. La maldita culpabilidad vuelve a mi encuentro con el chirrío de los limpiaparabrisas amplificando el dolor de mis pensamientos.

- No es la primera vez. Ya no te debiera afectar tanto.

- Lo sé, Dani, pero cada vez me resulta más doloroso. Cada vez lo entiendo menos.

- Te quiero y, eso, es lo único que importa. ¿No es cierto?

- Quisiera decirte que sí, que es verdad; en otro mundo, en otro tiempo…

Enhorabuena por el éxito de tu exposición.

- ¿No quieres hablar?

- No.

- ¿Problemas con tus padres?

- No.

- ¿Seguro?

- Sí.

- ¿Y tus pacientes?

- Como siempre, como siempre… Más y más¨ corazones rotos¨ por la vida.

Vivíamos en un piso céntrico de cuatro habitaciones y un amplio salón: una hacía de estudio para Dani, otra de despacho para mis libros de cardiología, la habitación de invitados y un luminoso dormitorio encaramado en una octava planta, escapando de la sombra de las viviendas inferiores. Esta era nuestra fortaleza, pagada hasta la última bombilla, y sin embargo quería salir huyendo de allí, lejos muy lejos, donde pudiese empezar de nuevo, donde no fuese oprimido por el recuerdo de mis recuerdos cada día. San Francisco era mi sueño, algo a lo que Dani se negaba, él cubría sus necesidades de aire fresco en cada viaje para exponer su obra y a la vuelta, el refugio de lo que en conjunto parecía el piso de un artista. Pero, yo, únicamente respiraba el aire enrarecido de una pequeña ciudad. San Francisco, ese era mi destino: luz, tolerancia y una pequeña casita de madera de color blanco a lomos de uno de sus toboganes de asfalto mostrándome la bahía. No era la única discrepancia entre ambos, Dani quería tener hijos, hijos que llevasen nuestros genes, y yo, consideraba que no sería un buen padre, que seguramente les fallaría. Haría cualquier cosa por Dani, llevábamos juntos diez años de mis cuarenta y dos. ¡Por Dios!, ya era demasiado tarde para ser padre, demasiado pronto para ser abuelo, y él seguía queriendo dejar algo más que sus cuadros como recuerdo de su existencia.

Me dejé caer en el sofá y él se desplomó a mi lado.

- Te traigo un regalo. No me he podido resistir, es como tú, Brais .Los regalos era algo que aún ahora conseguían ponerme nervioso.

- Y dime, ¿cómo soy? -respondí con una sonrisa nerviosa.

- Míralo tú mismo. El tubo de cartón más grande es el tuyo.

- ¿Un cuadro?-pronuncié de forma involuntaria, mostrando cierta desilusión.

- Ábrelo por favor.

Mis ojos poco a poco, percibieron parte de la imagen que encerraba aquel lienzo atrapado en las vueltas de su tela. Lentamente se iba desvelando un cielo de color plateado, tan denso como el plomo. Una vuelta más y el ocre del desierto se iba viendo transformado en el horizonte infinito. Los nervios me atenazaron, tenía pánico a seguir desenrollándolo y encontrarme con más de lo que desearía de mí mismo.

-¡Venga, no te hagas de rogar!

-No soy capaz Dani. Mis manos temblaban torpemente. La figura de un niño en primer plano, casi saltando de la pintura, con su mirada asustada, dándole la espalda a un polvoriento camino, fue lo que me revelaron las últimas vueltas.

-¿Te gusta? Lágrimas contenidas.

-¿Así me ves?

-Frágil, encadenado a tu pasado y con miedo a dejar tus fantasmas para emprender el camino sin carga alguna.

Mi voz quebrada no fue capaz de responder. Su abrazo y un beso fueron suficientes para expresarlo todo.

Apaciguado por la calma que sigue a la tempestad cenamos y nos pusimos al día de todos los días de ausencia, de cómo Dani tendría que volver en cuatro meses a Nueva York para participar en otra muestra, de cómo le habíamos regalado una nueva vida con un nuevo corazón a una chica de diecinueve años, cuando ya sólo le quedaban pocos meses de vida. De cómo había pasado por la casa de mis padres…

El sonido providencial de mí móvil evitó que tuviese que ser aleccionado una vez más acerca de cómo evitar esos sentimientos que no pueden ser controlados. Era Iris, para recordarnos que teníamos una cena pendiente, de la que ya no me acordaba.

- ¡Mi pelirroja favorita! ¿Qué me cuentas?

- Estoy un poco depre, tal vez mi corazón esté triste.

- Conozco a un especialista en corazones tristes.

- Tengo una idea mejor y, si ese especialista y su pareja vienen a cenar mañana.

- Bueno, es que…

- Ya te habías olvidado otra vez, ¿a qué sí?

-Es que Dani acaba de llegar de su viaje.

- Mucho mejor, así nos pondrá al día. Mañana a las nueve. El vino es cosa vuestra.

- ¡De acuerdo, her comandant!

- A las nueve…

- A las nueve pelirroja.

- Ya lo has oído, no tenemos opción - dije yo.

- Lo pasaremos bien - dijo Dani.

Recuerdo la primera vez que vi a Iris, aunque lo correcto sería decir que no pude evitar verla: me encontraba comentando un caso con un colega, cuando un ciclón entró en el despacho sin previo aviso.

-¡Mi madre lleva una hora esperando ahí fuera a ser atendida!, increpó aquella mujer. Fue tan enérgica que simplemente quedé absortó observando la rotundidad de sus facciones adornadas por una infinidad de pecas en torno a uno profundos ojos verdes. Por desgracia, mi compañero no quedó impresionado de la misma manera, en seguida se levantó para acompañarla hasta la puerta: ¨ ¡no se le ocurra tocarme!¨ Por desgracia se le ocurrió, ¡vaya que si se le ocurrió al temperamental Molina! Craso error, con todos los pacientes por testigos en la sala de espera: ¨ ¡fuera de aquí y no vuelva nunca más!¨, apostilló Molina para terminar de arreglar la situación. Y todo, ante mi presencia, hipnotizado por la vitalidad de esa pelirroja, que por primera vez me había hecho sentir algo diferente por una mujer. Con lo que no contaba mi peculiar colega es que esa mujer, que respondía al nombre de Iris, recogiese firmas de los pacientes, que gustosamente firmaron en un improvisado borrador en el que se daba fe del desafortunado incidente. Una hora y media más tarde, la puerta del despacho de Molina se abriría con la presencia de dos agentes de la policía. Finalmente la madre de Iris sería atendida, pero no por Molina, ante la negativa de la familia, si no por mí.

Hubo una segunda, una tercera, una…muchas consultas posteriores, hasta que ya sabíamos todo el uno del otro. Entonces me propuso quedar un día para tomar un café, fue una sensación extraña, había compartido infinidad de cafés con infinidad de mujeres, no obstante esta vez parecía diferente, incluso me ruboricé un poco cundo me lo propuso: ¨si no te apetece, olvídalo, no he dicho nada¨ Así era Iris, sin medias tintas, sin nada que ocultar, o eso creía yo. Quedamos para tomar ese café; fue magnífico, casi mágico, pudimos conversar con calma, sin la presencia necesaria de su madre convertida en notaria de nuestras charlas hospitalarias, sin la presión de pacientes impacientes debido a una lista de espera desesperada, sin una bata blanca que me hiciese diferente a ella.

El tiempo pasó y, cuando nos dimos cuenta, tres cafés acompañados de sus efímeras tres horas habían volado. Tan sólo me había ocurrido algo parecido en mi infancia, en mis paseos con Ester. En mi agenda marcaba las consultas de la madre de Iris en rojo, bajo la falsa argumentación de una inusual cardiopatía hipertrófica apical que requería de un seguimiento más exhaustivo y, así, la novedad se convirtió en lo establecido. Había recuperado el apoyo y la comprensión de mi querida Ester, a pesar de su ausencia, pero… seguía existiendo un pero: mis sentimientos eran confusos, de tal manera que decidí compartir la amistad de Iris con mi pareja. Un día quedamos los tres, al principio pude notar los recelos de Dani, aunque enseguida comenzaron a congeniar, al fin y al cabo eran artistas los dos, uno pintaba lo que los ojos veían y el otro lo que los oídos escuchaban; uno con un pincel, otro con el arco de un chelo y los dos con la pasión que únicamente el corazón dicta.

Dani le preguntó cuántos hombres se habrían ahogado en sus notas. Yo quedé atónito, en todo este tiempo nunca se me había ocurrido plantearle esa cuestión, era posible que en el fondo no desease conocer la respuesta y por ello nunca hubiese formulado la pregunta. Era absurdo pensar que alguien como Iris… Yo no quería escuchar la respuesta.

- ¿Tienes algún concierto próximamente? - dije intentando evitar la pregunta de Dani.

- Gracias Brais por tu intento. Responderé primero a Dani. No muchos. Casi ninguno. Quizá ninguno en absoluto… El miércoles de la semana que viene actuaremos en el Auditorio de Santiago.

No pude evitar sentir cierto alivio, al tiempo que la expresión de Dani se relajaba más. Había algo de cómico en mi falsa consternación.

Así conocí a Iris, y así conocí a su pareja, Emma: frágil, sensible y con miedo a no poder controlar su mundo para evitar el dolor de los golpes. Y aquí estamos hoy, los cuatro, cenando, años después de que el bueno de Molina, fuera expedientado y suspendido de empleo y sueldo durante dos meses. Cuánto le debo al irascible Dr. Molina.

En esta variopinta mezcla de caracteres, Emma, sin duda es la que aporta más sensatez a nuestras vidas compartidas: la física; es de suponer que creer en aquello que sólo pude comprobarse empíricamente o ser enmarcado dentro de unas fórmulas, le dotaba de una visión más racional, más acción reacción. Para Emma nada ocurría sin más, éramos fruto de nuestras acciones y de las que no habíamos sabido anticipar con suficiente antelación; no existía un plan secreto, no existía un dios con apariencia humana. Lo bueno y lo malo de la vida lo habíamos creado los hombres, incluso la necesidad de creer…

- Si llego a saber que la cena iba a estar tan deliciosa hubiésemos venido antes -dijo Dani.

- La comida, la comida es lo único que le importa a los hombres-dijo Iris.

- No exactamente-alegué yo.

Emma se levantó sin decir nada y desapareció camino de su habitación. Las sonrisas se tornaron en un incómodo silencio.

- ¿Qué le ocurre?-pregunté inocentemente.

- Preferiría plantearos esto con ella delante, pero, me temo que no va a ser posible.

Dani y yo nos miramos perplejos, con miedo, con terror, conscientes de todo lo que era capaz la resolución de Iris. De manera que quedamos expectantes ante la aterradora incertidumbre de esa proposición. Sin preámbulos, como era ella, dejó caer una bomba atómica en medio de lo que prometía ser una velada divertida.

-He decidido tener un hijo.

¡Dios, ya sabía lo que necesitaba de nosotros! En seguida, me asaltó la duda, ¿sería yo el padre? Yo no deseaba tener hijos, se lo había manifestado cientos de veces a Dani ante su insistencia, pero, y si ahora, los dos pudiesen ver cumplidos sus anhelos. Era absurdo, era una locura, aunque yo sabía que si Iris estaba decidida, nada ni nadie en el mundo podrían hacerla cambiar de idea, y yo, aún sentía algo que no podía definir por ella, algo que no estaba dispuesto a compartir con Dani y, mucho menos con un hijo que no tuviese que ver nada conmigo. Únicamente quedaba saber si había determinado quién sería el padre.

- ¿No decís nada?-sonreía Iris.

-Me alegro mucho-respondió Dani.

- Me alegro mucho. ¡No fastidies Dani! ¿Es eso todo lo que se te ocurre?-apuró su copa de vino Iris.

- ¿Has pensado en quien será el padre?- pregunté casi titubeando.

- ¿Para una niña o para un niño?- dijo Iris.

- ¿Existe alguna diferencia?-gruñó Dani.

- ¿La hay?- preguntó Iris.

- Un hijo, es un hijo-dije yo.

- Entonces…dijo Dani.

Mi corazón latía más fuerte que nunca esperando ser yo el padre, si no quedaba más remedio.

-Sabéis que os quiero a los dos, sois dos personas muy especiales, y ningún niño podría tener mejores padres.

En silencio se había quedado mirándome fijamente a mí como única respuesta. Así era como hacía las cosas Iris, sin tener en cuenta nada más que su ¨sentencias¨.

Dani, dolido, en seguida intentó conocer las implicaciones de mi posible paternidad. Estaba dolido porque se le había negado la posibilidad de cumplir un sueño y en su injusticia, la fortuna, me había otorgado esa suerte a mí, a mí, que no lo deseaba y simplemente lo quería para preservar esa relación especial que teníamos Iris y yo, y por la que Dani ahora sólo sentía envidia.

Con todo lujo de detalles nos dejó muy claro que los padres serían ella y Emma, pero que podríamos estar con el niño o niña, siempre que quisiéramos. Las puntualizaciones distendieron un poco más el ambiente, hasta tal punto que Dani se atrevió a preguntar cómo se llamaría la criatura: ¨ Dani si es niño, Emma si es niña¨. Los ojos se le iluminaron, no llevaría sus genes, pero sí su nombre, y dispondría de la posibilidad para enseñarle todo lo que la pintura entraña en sus ocultos secretos. Por mi parte, necesitaba escuchar a Emma y hablar en privado y con calma con Dani.

- ¿Y Emma? ¿Qué opina Emma de todo esto?- pregunté fríamente.

- Necesita tiempo para asimilarlo, me respondió Iris, como si su pareja fuese un mueble más. ¿Sería yo también un juguete en sus decisiones?, una simple herramienta que le facilitase esos espermatozoides con el ¨control de calidad¨ que los años de amistad le habían facilitado.

- Como comprenderás esta no es una decisión que se pueda tomar en una cena, sin más. Desearía escuchar a Emma, ella es muy racional, y si hablamos de tener un hijo debe primar la cabeza sobre la pasión. Sin decir nada Iris se levantó para intentar convencer a Emma para que participase en la conversación, pero justo cuando se encaminaba a la habitación, la pequeña figura de Emma hizo acto de presencia; circunspecta, en silencio, caminando con pausa, como si hubiese estado preparando el discurso de su vida y, tal vez, fuese así, pensaba yo.

- Una relación te cambia la vida, pero un hijo; un hijo lo cambia absolutamente todo, y lo cambia para siempre. ¨Siempre¨, es una palabra que solemos evitar la inmensa mayoría de nosotros; tenemos miedo a pronunciar esa siete letras que por separado no significan nada y en ese orden preciso implican que nunca volverás hacer algo que antes hacías, que algo ya no volverá ocurrir, o peor, que ocurrirá de forma indefinida en esta vida, y quién sabe, puede que en la otra u otras. ¨Siempre¨, sólo es pronunciado con la vehemencia del amor de juventud espoleada por la arrogancia de la pasión y determinación, convencidos de poder superar las vicisitudes del camino, por duro que éste sea. Yo aún no estoy preparada para eso.

- Tienes treinta y ocho años Emma, y yo cuarenta y tres. No dispongo de más tiempo para esto. Te quiero, pero por mi parte esta decisión está tomada. Necesito que me apoyes y compartas esta nueva vida conmigo.

Ahora, sabía lo que desde el primer momento me había llamado la atención de Iris: sus preciosos ojos verdes nunca te pedía nada, te ponía una pistola en la sien, y tú, hipnotizado seguías sus designios, ciego al arma que te obligaba a bailar la danza interpretada por ¨el arco de su chelo¨.

- Pretendes que digamos que sí, sin más, como si fuésemos a comprar un bolso y te dijese es bonito, llévatelo, te sentará bien. Salvo, que esta vez, no lo podrás dejar colgado en el perchero cuando pase de moda; nunca pasará de moda, aún cuando haya momentos en los que desearías olvidarte de él, aún cuando sufras por sus arañazos, aún cuando…

- ¡Está bien! Siete mil millones de personas en el mundo, y voy a ser yo la única que no sea capaz de criar a un hijo. Si fuese por vuestros miedos ya nos hubiésemos extinguido. Quizás la cuestión reside en centrarte en cuidar ese bolso, aunque ello implique renunciar a otras cosas; eso se llama GE-NE-RO-SI-DAD. Puede que seamos demasiado egoístas para verlo en nuestras vidas acomodadas.

Los rostros de todos nosotros ensombrecieron con la afirmación de Iris, esta vez había tirado del gatillo. Por primera vez comprendí a mis padres: a tu pareja la eliges, un hijo es un algo que no puede ser devuelto a la fábrica si no se convierte en aquello que esperabas. Un hijo crece, a veces se tuerce por el entorno, a veces se tuerce por la falta de cuidados, a veces la propia semilla es así. Y un padre debe adaptarse a circunstancias para las que no estaba preparado, al fin y al cabo, el fin último de un padre debiera ser que la autoestima de un hijo no dependiese de su aprobación. En ese sentido, mis padres lo habían conseguido.

Iris se disculpó, y con la cara desencajada se ausentó al lavabo, parecía encontrarse indispuesta. En seguida le pregunté a Emma si Iris estaba enferma, a lo que ella respondió que no. Aún así su demora y la inusual expresión de dolor me preocupaba. A su regreso, su fingida sonrisa y los rizos de su flequillo parciamente mojados, me hicieron pensar que Iris nos ocultaba algo.

- ¿Seguro que estás bien?-le pregunté.

- No, ayer tomé un pastel de nata y estoy convencida de que estaba mal. Ya sabes, mi intolerancia a la lactosa.

- Y después quieres tener un hijo…y un simple pastel, puede contigo-bromeé.

- Ya os dije que no disponía de mucho tiempo, nos estamos haciendo viejos, aunque no lo queráis ver.

- ¡Habla por ti, bonita!-dijo Dani, mientras Emma abrazaba a Iris preocupada.

- Bueno chicas, algunos de nosotros trabajamos mañana, de manera que besos para todas.

- Trabajar, trabajar…aún me acuerdo cuando te conocí. Una consulta con más de una hora de retraso. ¿A eso le llamas trabajar?

- Recuérdame también, que mañana te traiga tres pasteles de nata ¡Chiao, guapísimas! Y que sepas, que te estoy vigilando, no me creo esa patraña de la nata. Mientes muy mal, pelirroja.

A quién le importaba el trabajo en este momento, sabía que teníamos mucho de que hablar Dani y yo, debíamos dejar todo perfectamente claro para que esta nueva situación no terminase afectando a nuestra relación. De camino a casa ninguno de los dos quería iniciar la conversación. Él era consciente de que yo no quería tener hijos, y aún cuando no sería sangre de su sangre, no era una mala alternativa. Lo que yo desconocía es que Dani albergaba un plan b: si todo funcionaba como se esperaba, sería más fácil convencerme de tener un hijo propio, y esta vez, sí serían sus genes los que se perpetuasen. Únicamente nos acompañaban el sonido de nuestros pensamientos y el de los pasos rebotados en los soportales de piedra, interrumpidos de tanto en tanto por algunos universitarios exprimiendo la noche en pubs escavados en el granito de esas calles.

-¿No vas a decir nada?-preguntó Dani.

¿Qué tenía que decir, que deseaba ser padre con Iris y con él no? Que, él ya sabía que yo no deseaba ser padre. Que todo esto era uno de los caprichos típicos de Iris…

- ¿Qué quieres tú?-le respondí. No podía decir otra cosa, dijese lo que dijese estaba perdido.

- Me gustaría que tuviésemos un hijo- susurró casi rogando Dani.

No me lo esperaba, fue tan tierno, tan emotivo, tan generoso en su rendición, que por un momento bajo aquel arco de piedra estuve a punto de derrumbarme. Por suerte para mí, un chaval borracho nos pidió un cigarrillo, y el hechizo se deshizo automáticamente. Cogiendo aire y sin mirar aquellos ojos de peluche, me esforcé por hacerle comprender que se nos habían adelantado; como en las bodas, no podías anunciar tu enlace justo después de saber que tu mejor amigo lo iba hacer. No fue en absoluto casual mi argumento, ya que Paula la hermana pequeña de Dani, había evitado nuestro primer intento de matrimonio al anunciar el suyo con nueve días de demora sobre el nuestro. Y ya se sabe, un hermana pequeña es un hermana pequeña, al margen de que era la primera boda que celebrarían en su familia, porque la nuestra, la nuestra, simplemente fue un velatorio tan sólo animado por los bailes alocados de nuestros amigos acompañando el duelo de nuestras familias: ¨ ¿Entonces serás padre?¨-me devolvió Dani a la fría realidad de aquella noche.

¡Cómo odio esos ojos!, es imposible decirle que no cuando los pone -Le digo que sólo si él está de acuerdo. Sus ojos brillan como nunca, y por respuesta me da un beso seguido de un ¨gracias ¨. Es cierto, Emma tiene razón; soy un egoísta, me digo. La generosidad de Dani es mucho mayor que mis miedos, hasta tal punto, que se conforma con una sombra de lo que desea con todo su corazón.

En lo primero que pensé al despertarme fue en un bebé reclamando su comida entre llantos, y de un bote, tambaleándome, salí corriendo a comprobar que era un sueño. Falsa alarma: Sofía (cinco meses), la hija más pequeña de mis vecinos.

Ahora ya no me parecía tan buena idea eso de la paternidad. Porque seguro que algún día tendría que hacer de canguro de ese bebé. Era muy difícil imaginarse a Iris en una vida de madre al uso, con sus salidas nocturnas limitadas por las necesidades de una máquina de generar residuos orgánicos. Seguro que terminaría siendo más habitual de lo que incluso ella se planteaba, aunque Dani, sí será un padrazo. ¡Cómo podría ser yo tan cruel como para privarle de la experiencia de la paternidad en primera persona! No cabía duda, ¨ojitos de peluche¨ haría el trabajo duro: pañales, comidas, cólicos, dientes…Y yo, me responsabilizaría, como doctor, en mejorar su psicomotricidad con juegos, pelis y paseos. Un plan perfecto en una mañana perfecta. Un café, un beso y al hospital.

La mañana no empezó de igual manera para Emma; el café no le daba sabor a su vida e Iris, la esencia de su vida, parecía no querer tenerla en cuanta en la suya. Ni la noche había sido lo suficientemente larga para resolver todas las cuestiones, ni el amanecer lo suficientemente corto para una tregua en la que buscar el camino de la conciliación: El laboratorio de la facultad; el auditorio. Dos caminos que dejaban de seguirse en busca de un cruce que les recordase el por qué habían sido uno

Se abre la puerta, escucho a un paciente; se abre la puerta, unos nuevos datos estadísticos; se abre la puerta, llega el director de la sinfónica…Se abre la puerta y nuestro pasado se cerrará para dar paso a un nuevo futuro. Emma tiene miedo. Yo, tengo miedo. Iris, ajena, descabella las crines de su arco, y la armonía retorna a su mundo al ritmo de la batuta del director. Decidida, va a la primera cita en la clínica de fertilidad asistida para recoger los resultados de sus pruebas. Sería lo único que podría vencer a su determinación, una imposibilidad fisiológica. Seguramente ni la propia muerte sería capaz de doblegar la voluntad de la pelirroja.

Ahora se encontraba ante el momento de la verdad, sola, como lo había decidido sobre lo que era suyo, y sobre lo que consideraba que únicamente ella podría disponer: su cuerpo, tan deseado por legiones de hombres y poseído por una frágil mujer en la que habitaba un gran corazón encadenado por la lógica de un poderoso cerebro. Una enfermera que hacía su trabajo como el que lee las cotizaciones de la bolsa de los fosfatos en Argelia, le dijo que la acompañase. Una nueva puerta se abría; por primera vez en su vida tenía miedo, ¿podía ser que un día desapareciese hasta difuminar el rastro su presencia con cada amigo, hermano, sobrino ausente? ¿Cuánto? Treinta años, cincuenta, y después en las conversaciones familiares quizás alguien preguntase, algún día, quién era esa señora de la foto: ¨adelante no se quede en la puerta¨. La voz de la ginecóloga le hizo abandonar el sueño de su peor pesadilla, el olvido. Con sus gafas de diseño revisando la historia médica, la doctora, hizo un gesto de desaprobación, e Iris notó por un momento que la sangre de su cabeza huía hacia sus pies fundidos por el peso que los inmovilizaba con el parqué. (Latidos poderosos ordenando a sus venas que le devolviesen el mando de ese momento, como siempre había hecho). La ginecóloga retira parsimoniosamente sus gafas, en una puesta en escena escenificada un sinnúmero de veces, para justificar, no sólo, con la excesivamente cara decoración, los miles de euros que costaba el tratamiento de fertilidad. Levanta la mirada: ¨ Cuarenta y tres años, y en su familia hay antecedentes de abortos¨. Ya está se acabó-piensa la pelirroja. Sin dejarle acabar se levanta de la silla, no necesita escuchar más; se difuminará en el paso de los días, de los meses, de los años, hasta que si hay suerte un día un desconocido preguntará quién era esa señora de las pecas.

- ¡A dónde se dirige usted!

- No deseo escuchar nada más. Ya sé lo que necesitaba saber - dice Iris.

- No lo creo- dice la doctora.

- ¿Entonces…? – pregunta Iris.

- ¿Entonces…sigue queriendo tener un hijo? - pregunta la doctora.

- ¡Sí, claro que sí. No hay nada que deseé más en este mundo! – exclama Iris embargada por la alegría del momento.

- No será fácil. Deberá seguir escrupulosamente mis pautas. Durante estos meses su vida cambiará notablemente. – extingue con sus palabras la alegría del momento, la ginecóloga.

- ¡Haré lo que haga falta, lo que haga falta!  (Llora)

- Tranquilícese. ¿Tiene pareja?

La pregunta sorprende a Iris. Hasta hace muy poco sería impensable esa pregunta. Algo parecía cambiar en la sociedad, lenta, pero imparablemente.

- Sí, pero no puede ser…

- Entiendo. ¿Algún impedimento? –insiste la doctora, convencida ya de la resolución del enigma.

- Mi pareja no puede…

- No se preocupe a mi me sucedió lo mismo-responde Carol, la ginecóloga, con una mirada de complicidad, segura del significado de las palabras dichas y no dichas de Iris- Sofí, es la mejor madre que haya podido tener nuestra hija.

- Emma aún no está muy convencida- responde apresuradamente Iris con una sonrisa.

- La necesitará a su lado; usted la necesitará, pero sobre todo su hijo, necesitará a sus dos padres.

- Lo sé…

- ¿Ha pensado ya en el donante?

- Sí. No hay problema-afirma Iris convencida de saber como manipularme, y de haber interpretado correctamente el lenguaje corporal de Dani durante la cena.

Ya estaba, podría ser madre, no había absolutamente nada, ni nadie que lo pudiese evitar: ni importaba que yo no me hubiese decantado al respecto, ni que Emma mostrase su desacuerdo, ni que mis espermatozoides prefiriesen jugar al mus que ligar con un óvulo, ni que algo fuese mal durante el parto, ni que le cayese una pieza de la estación espacial en la cabeza…Simplemente, ¨ya estaba”.

El teléfono de Emma sonó una vez, no le dio tiempo a más. Quería que Iris fuese feliz a su lado, y si ello implicaba tener que modificar sus vidas para ¨siempre¨, lo haría. Al fin y al cabo estaba harta de estudiar la vida en nanosegundos, necesitaba saber que algo sería para ¨siempre¨. Sin dejarle pronunciar ni una palabra: ¨ ¡Sí!, sí seremos madres!¨ Los sollozos a ambos lados del teléfono eran compartidos por los transeúntes que veían unos preciosos ojos verdes diluyéndose en lágrimas de felicidad.

- Te quiero. Te querré siempre, aún cuando tus ojos ya no me puedan ver, ni tus dedos puedan enredarse en mi pelo, te querré, aún cuando ya no exista, te seguiré queriendo. Eso es SIEMPRE.

Emma balbuceando repitió, ¨siempre ¨, mi amor. Seremos siempre.

El temido momento de la primera ecografía había llegado y todos acompañábamos a Iris, de alguna manera todos nos sentíamos padres de ese embrión en el que ya se comenzaba a ver palpitar con fuerza su corazón. Carol, la ginecóloga, se sentía como una estrella actuando ante una multitud de cuatro, entregada al virtuosismo de su manejo de la sonda ecográfica. Todos tuvimos que reprimir nuestras lágrimas, unos con más suerte que otros. Todos nos sentíamos orgullosos de nuestro hijo. Todos los días le preguntábamos a la embarazada cómo se encontraba, la tratábamos como si fuese una porcelana de Limoges y, sorprendentemente ella se dejaba querer, algo muy inusual en Iris. Al principio lo achaqué a un cambio hormonal, hasta que un día, poco antes de la segunda ecografía del sexto mes, decidí indagar en su historial médico. ¡No podía ser!, ¡no ahora!, ¡no a ella! Me negaba a aceptar lo que la pantalla del ordenador me mostraba sin piedad, me negaba a aceptar sus consecuencias, me negaba a tener que vivir sin ella. Cáncer, un maldito tumor de pulmón. Se lo habían detectado hacía veinticinco días; el mismo día que le había por telefoneado y su voz quebrada me contestaba que en ese momento no podía hablar, que estuviese tranquilo que todo marchaba perfectamente. Mi pelirroja, como siempre ella sola contra el mundo, confiada de que lo hará girar en la dirección adecuada. Pero no, esta vez. Era el bebé o ella, sin ningún tipo de elección, el tumor estaba bastante avanzado, pronto podría tener una metástasis en el cerebro si no se aplicaba quimioterapia y radioterapia, lo que sin duda afectaría a nuestro hijo. Destrozado quedé con ella en nuestro café, en aquel que habíamos tenido nuestro primer encuentro sin ¨carabina¨. Ella sabía perfectamente de lo que íbamos a hablar aún cuando no le hubiese anticipado nada. Al verme, se abrazó a mí y me dijo ¨lo siento¨. Ya no pudimos entrar en la cafetería, nuestros ojos vidriosos y nuestro dolor necesitaba del refugio adecuado. Montamos en el viejo tiburón y subimos al monte del Pedroso, desde allí arriba se divisaba toda la ciudad, las torres de la catedral, la Alameda…Qué claro se veía todo desde allí arriba.

- Lo he intentado. Deseaba dejarle algo de mí a Emma, y ahora…

- Encontraremos la forma. Lo primero es tu vida. Habrá tiempo para otros bebés o para adoptar, o para que Emma pueda tener uno-dije yo sabiendo de antemano su respuesta.

- Os quiero, pero no tendré una segunda oportunidad y, los dos sabemos que tan solo demoraría lo inevitable.

- No eres la primera, ni serás la última que sale adelante con un cáncer de pulmón, créeme.

- Cuando ya no esté aquí, quiero que algo de mí siga con Emma, siga con vosotros. Este es el único camino.

- Puede que no aguantes el parto- aseveré amenazante gastando mi última bala.

- Lo sé. Y tú también sabes, que debo aguantar un poco más y ya me podrán practicar una cesárea.

- Agarrado al volante con mi cabeza incrustada en el, grité todo lo que puede. Lo golpeé hasta hacerme sangre en las manos, mientras Iris intentaba calmarme.

Ella me había hecho prometer que nadie sabría de esto. Pero también me hizo prometerle otra cosa…

La segunda ecografía llegó con el sexto mes, y con un público más entregado que nunca. Con un pacto de cuatro por no querer saber el sexo de nuestro hijo; sería lo que tuviese que ser: niño, niña, rubio, pelirrojo, alto, bajo, gordo, delgado, discapacitado.

Iris me miró desde la camilla tumbada y me dedicó una sonrisa: ¨enhorabuena papá¨-me dijo. ¨Todo está bien¨. Y yo le respondí que podía ver las pecas de su madre en la ecografía. A lo que los cinco, incluida Carol, respondieron con una carcajada.

Los efectos de ese otro ¨ser¨ que crecía en el interior de Iris también comenzaban a hacerse visibles, dolorosamente visibles, haciendo difícil su justificación ante Emma, aunque la justificación del típico dolor de ciática en las embarazadas parecía ser bastante convincente para que Emma no terminase de confirmar sus temores. Muchas veces Iris me utilizaba como cómplice de su generosa mentira, amparándose en mis conocimientos. Entonces, todo mi ser quería compartir ese dolor para que mi pelirroja no sufriera en la soledad de su engaño. Pero no podía; como siempre, había sido su decisión, una decisión sin paliativos posibles. Irónicamente, el único momento de paz lo tendría con la epidural en la cesárea programada. Hasta ese instante el dolor sería el compañero de las patadas de nuestro hijo.

Como era previsible no tardé mucho en recibir la llamada de la ginecóloga; las últimas analíticas de Iris revelaban que algo no iba como debía, quería hablar conmigo. Elaborando todo tipo de argumentos durante el resto del día, pensé en cómo justificar aquella falacia sobre la que habíamos edificado una nueva vida. Había visto morir más gente de la que desearía, gentes de toda convicción, edad, sexo…Mi único deseo ahora era que llegase a poder compartir un tiempo con su hijo, llegarle a acariciar, a escucharle pronunciar la palabra mamá, a ver sus primeros pasos. Ya sabía que era más de lo que el tiempo estaba dispuesto a regalarle, pero si alguien podía conseguirlo, sin duda era ella.

- Buenas tardes Brais- dijo seria Carol.

- Buenas tardes-dije yo.

- Ya sabes porque te he tenido que llamar.

- Supongo que sí.

- ¿Desde cuándo lo sabíais?-preguntó enfadada.

- Yo, desde hace algo más de un mes- respondí avergonzado.

- ¡Por el amor de Dios, eres médico! ¿En qué estabas pensando?

- Es su decisión. Te puedo asegurar que la he intentado convencer de todas las maneras posibles.

- Da igual lo que digas, no tenéis justificación. Seré yo quien tenga que sacar adelante dos vidas en el parto. (Silencio, vergüenza, sentimiento de culpabilidad)

¿Cómo se encuentra ella?-pregunta Carol.

- Con mucho dolor-respondo.

- Mañana, sin falta, debe venir a consulta haremos una eco doppler y veremos si podemos adelantar el parto. No nos podemos arriesgar a demorarlo más. Buenas tardes-dijo secamente.

De vuelta a casa, caminando por la calle, flanqueada por tiendas de moda, abarrotadas por jóvenes en busca de las últimas prendas que les hagan sentirse diferentes llevando la misma ropa que millones de otras chicas, casi choco con un carrito de bebé, y su conductora primeriza me dice sonriendo: ¨ ¡por poco…!¨ ¡Qué ironía!: ¨por poco…¨ Confío en que a Iris no le haga falta ese poco tiempo, esa poca energía, ese poco empuje más.

No me queda más remedio que hablar con ella en su casa; se encuentra de baja y ya no está en condiciones de salir a la calle. Lo difícil será esquivar la presencia de Emma que no deja de custodiar el nido propiciando a la embarazada todo tipo de atenciones. Me abre la puerta y en seguida pinto la mejor de las sonrisas en mi cara.

- ¿Cómo va nuestra gordita? –  finjo.

- Con demasiadas molestias. Aunque no se queja nunca- responde preocupada Emma.

- ¿En dónde la tienes escondida?-preguntó, evitando mentir una vez más con una respuesta tranquilizadora.

- En el dormitorio.

- ¿Puedo pasar? –pregunto.

- Ya conoces el camino-responde de forma precisa.

Allí se encontraba, marchitándose por la desesperación. El color pálido de su cara resaltaba el rojo de sus pecas y el verde de sus ojos se había vuelto tan profundo como el universo que estudiaba Emma.

- Hola pelirroja-pronuncio casi llorando.

- Buenas tarde doctor- se esfuerza en decir, esbozando una sufrida sonrisa.

Le guiño un ojo a Iris y ella se da cuenta de que debo hablar con ella.

- Emma, cariño, me podrías traer un vaso de agua, tengo la boca muy seca - le pide Iris para ganar unos segundo de intimidad.

- Tenemos que hablar, me ha llamado la ginecóloga - digo apresuradamente con Emma asomando nuevamente por la puerta.

- Sabes a Emma le han ofrecido una beca en el C.E.R.N - dice Iris ganando tiempo para hallar la coartada que les permita estar solos.

- ¡Enhorabuena! Eso es el Santo Grial de los físicos (Sobreactúo).

- Hay cosa más importante en el universo que los hadrones - responde mirando a Iris - No puedo evitar pensar que la estamos traicionando, privándole de esos días que ella considera infinitos con su pareja y su hijo.

- Eres muy afortunada Iris- se me escapa, y acto seguido me doy cuenta de la estupidez de mis palabras.

- Ya sé que estoy abusando de ti, pero sabes esos higos que tanto me gustan…- La pelirroja ya ha encontrado la disculpa.

- ¿Los de Frutas Mar? - pregunta un poco perpleja.

- Sé que te pido demasiado, que está un poco lejos. Sabes que no te lo diría si no me apeteciesen de verdad. Es el primer antojo. Sus ojos verdes brillan como estrellas y Emma se ahoga en sus designios sin remedio.

- Cuídamela bien. En media hora estoy de vuelta - se despide resuelta.

- Directa, pero adorable - le respondo.     

No sé cómo empezar. Debemos hacer otra eco para confirmar que todo está bien; Carol quiere volverte a ver. ¡Mentiras y más mentiras! Ella me mira impasible, sin prisas, conocedora de todo lo que vendrá. Una única convicción, arrebatará de las manos de la muerte a su hijo brindándole la suya, pero sólo cuando ya no quede más remedio, ni un segundo antes ni un segundo después. Le comentó todo lo que me ha dicho Carol, sin inmutarse me responde que está bien que mañana irá conmigo a consulta. La abrazo y ella hace lo mismo, un pequeño suspiro de dolor, casi imperceptible, es el único lujo que se permite en su batalla por la vida.

- Mi pelirroja…

- Brais…- dice llorando. Las llaves suenas en la puerta e Iris seca mis lágrimas con sus alargados dedos pálidos, como si acariciase las cuerdas de su chelo.

- Tus higos. Prométeme que tus próximos antojos serán más fáciles de conseguir. ¿Qué te ocurre Brais?

- Que ha notado una patada del bebé y se ha emocionado- responde ágilmente Iris.

- Está claro que no le puedes decir a un hombre que está emocionado en un concierto de Celine Dion y que le eche guevos- ¡Hombres…!- exclama Emma.

En quince días tendría lugar el parto, siete meses y medio de gestación, y seguían sin saber cuál sería el sexo de la niña que yo ya había visto en la ecografía. Emma, mi pequeña Emma, ¿cuánto quedará de tu madre en ti?

Después de acompañar a Iris hasta casa me encontré, sin saber muy bien cómo ni por qué, delante de una valla publicitaria con la cara sonriente de Pau Gasol, si a aquella esforzada mueca se le podía llamar así, recomendándome que mis ahorros fueran tratados con el mimo adecuado en un banco que los haría crecer tanto como ese feliz jugador de baloncesto. Y quién era yo para cuestionarme lo que decía Pau Gasol, al fin y al cabo con mi metro ochenta y cinco nunca pasé de jugar en autonómica. Un bocinazo interrumpió mis cavilaciones al tiempo que el atasco parecía diluirse en la omnipresente lluvia. Gasol, ése sí que se lo supo hacer; qué mentes más clarividentes las de sus padres. Cualquier otro en su lugar no habría sido capaz de atisbar el potencial de un chaval de dos metros dieseis centímetros, casi todo el mundo en éste, nuestro país, hubiese apostado sin dudarlo por portero de fútbol o defensa. Pero su tenacidad frente a los convencionalismos de una sociedad cimentada sobre el verde césped, había dado su fruto. ¿Quién lo diría?, dos anillos de la NBA, tres campeonatos de Europa, dos mundiales, para atesorar el conocimiento suficiente para saber dónde el dinero se procrearía milagrosamente, sin riesgo alguno. ¿En qué me había equivocado yo en mi vida? ¡Para qué coño me servía ahora la cardiología!, ¡con todas las miles de horas de estudios, congresos…! , no podía evitar la muerte de Iris. Ni el mismísimo Gasol podría.

Al llegar a casa, sin saludar tan si quiera a Dani, le dije que seríamos padres en quince días. Se puso tan contento, que por un instante me convenció que existía un motivo real que justificase su felicidad y, lo había, lo había para Dani, lo había, en menor medida, para una Emma recelosa de que la casualidad acasual del cosmos se aliase en contra de la voluntad de Iris. Entonces, que mejor que celebrarlo antes de que los llantos, pañales, biberones, les impidiesen a todos disponer de un buen motivo para una celebración, una cena en la que ya no habría más sorpresas. Y así fue como dos días más tarde volvíamos a estar en casa de la pelirroja, con Bronski Beat sonando a todo volumen y cócteles sin alcohol en solidaridad con la madre ¨varada en el sofá¨. Los voluntarios intentábamos desesperadamente hacerla a la mar, liberándola de las ataduras de los cojines, para que así, su cuerpo recordarse el balanceo al son de la música. Aún con su prominente barriga seguía siendo una mujer muy atractiva; la más atractiva que nunca más llegaría a ver. Todos estábamos disfrutando como unos adolescentes, incluso los vecinos parecían ser compresivos. De hecho, cuando subieron los del cuarto y bajó la vieja del quinto fueron absolutamente solidarios con el motivo de la celebración, todo hay que decir, que nos dijeron que Iris y yo seríamos muy buenos padres. Eso parecía haber disipado lo maledicentes comentarios de las juntas de propietarios a los que Emma e Iris se negaban a entregar su tiempo. En este momento, se habían transformado en una pareja hetero, con su prima viviendo en casa, o tal vez, un ¨penalti¨ fruto de otra fiesta y, Dani y Emma eran pareja también, o … Ya no me acordaba de las matemáticas básicas y las permutaciones sin repetición de cuatro elementos tomados de dos. El caso, era que la fiesta continuaba y ahora éramos personas respetables.

Justo cuando el recuerdo de la cruel realidad le recordaba a Iris, con dolores, lo ficticio de aquella celebración, ella pidió que le pusiéramos su canción favorita: Under pressure, cantada en directo por Freddie Mercury y David Bowie. Y fue también cuando Dani le regaló una enorme foto enmarca, con unas nasas en primer plano, en las que él decía que nos veíamos atrapados por nuestros convencionalismo, mientras nos perdíamos el colorido de las vidas que esperaban al fondo; en algún sitio, en algún momento. Ése del que ya no dispondría Iris.

Cómo no llorar. Todos lloramos, hasta que se extinguió la voz de Freddie Mercury y nos abrazamos, nos prometimos amor eterno, amistad eterna y ser los mejores padres posibles para la pequeña Emma.

El dolor comenzaba a cesar con cada gota que se desprendida del gotero, ya no hacía falta sobreponerse a las cuchilladas de las contracciones con la única ayuda de la ilusión de ver aquella con la que había compartido siete mese y medio de sueños, esperanzas y alguna charla solitaria. En el fondo, Iris siempre supo que tendría una niña, a pesar de ello, nunca había sido capaz de imaginar su cara.

La mitad inferior de su cuerpo parecía haberla abandonado en ese quirófano rodeada de extraños de bata verde: ya no sentía sus extremidades, simplemente era testigo de su propio parto y del trabajo de la ginecóloga. Cuánto echaba en falta la presencia de Emma en el que debía ser uno de los momentos imperecederos en el resto de la memoria de sus días: ¨es una niña preciosa¨, dijo Carol. Eso fue lo que escuchó a través de la tela vertical que se interponía entre su cara sonriente y un abdomen abierto por el que su hija se asomaba por primera vez al mundo que tanto le había descrito durante las largas tardes de invierno. Unas palmadas propiciaron que el frío aire ocupase por primera vez el lugar del líquido en los pulmones en ese cuerpecillo lleno de vida que se negaba a emitir llanto alguno. De alguna manera era el anuncio del carácter que habitaba en ella: incipiente pelo rizo, grandes ojos; en apariencia claros y piernas infinitamente largas.

Todo haa merecido la pena, piel con piel comparan el latido de sus corazones con las grimas de Iris bautizando a su pequa bajo las mparas del quifano.

La pequa Emmaya haa sido presentada en sociedadcon uxito arrollador, y no exisa ninn nero de dudas; era muy afortunada, tremendamente afortunada-dea Dani. Estaba claro que en eltimo segundo debieron equivocarse con el esperma, lnico que la na tea de mí era los patucos que llevaba puesto, por lo des,todo era de su madre, a excepcn de unos dedos sospechosamente rechonchos

Los preciosos ojos verdes cobraron vida nuevamente reclamando a su hija.

- ¿Qué tal te encuentras? - le pregun.

- Agotada. No sé nde se ha escondido la manada de falos que me ha pasado por encima- n conservaba su mordacidad, eso era buena sal, pensé para mí mismo.

- Aquí está ma- le dice Iriscon ternura a la pequa Emma.

En un momento que quedamos solos trato de convencerla deque no poa seguir ocultando la verdad por s tiempo, no era justo. Ella me responde que lo que no era justo era que no pudiese ver crecer a su hija.

- Es cierto. No es justo, claro que no es justo, por eso mismo debes empezar el tratamiento cuanto antes. Pero no lo pods ocultar- dije sin dejarle opcn alguna.

- ¿Me caerá el pelo?

No me la poa imaginar sin sus perfectos rizos pelirrojos balancndose al coms de sus caderas al andar.

- No creo que eso sea importante ahora- aseve, consciente de que el tiempo de las escusas se haa acabado.

- Tal vez para ti no, pero mi hija nunca me podrá reconocer en las fotos cuando yo no esté.¿Cómo sabrá que su madre tea rizos como ella?

- Lo sab, porque tú se lo dis.

- Tu madre es adorable Iris- afirma sonriente Dani,entrando como un cicn en la habitacn. Cuanto envidio a la pelirroja por ello, por compartir posiblemente el mejor momento de una vida con los que antes te la dieron a ti. La euforia de Dani derrota mi afliccn hasta conseguir robarme una carcajada. Es cil darse cuenta de lo especial que es, no pasa desapercibido para nadie, simplemente no pasa por la vida, la muerde a bocados.

Los ramos de flores se empiezan a marchitar a la misma velocidad que desaparecen los bombones: primero los de almendra, desps las rosas; los claveles resisten s, al igual que los de chocolate negro, pero al tercer a la vuelta a casa. El terrible momento de decirle a Emmaque todas sus prisas haan sido por amor, por dejarle un poco de ella en ese pequo cuerpecillo inquietoestaba cerca. En sus aturdidos pensamientos no encontraba la forma ni las palabras para evitar romperle el coran. n escucho su voz en el preciso instante en que me pidió que le ayudase a decirle a Emma lo que nadie deseaescuchar nunca:¨ Tú ess acostumbrado a dar estas noticia- me dijo Iris. Era cierto, estaba tan acostumbrado que ya no recordaba la mayoa de las caras que se derrumbaban alr la sentencia del final a una vida, no obstante, esta vez era Iris, no un desconocido, no un anciano, no alguien que hubiese jugado con el exceso de la comida, el alcohol o el tabaco. Era Iris, mi pelirroja.

Emmahaa terminado de colocar toda la diminuta ropa en los armarios, y de orientar la cuna en direccn a la luz que entraba por la ventana del san a principios de julio, para borrar el color anaranjado de lapicaictericia en la cara de la pequa.Apresurada se diria a abrirle la cama a Iris para que pudiese descansar un poco, nota que algo le impide avanzar. Una blanca mano de dedos alargados agarra la suya, haciendo que se tenga que girar. En el sofá ve la expresn que confirma todas las sospechas que nunca deseó escuchar.

- ¡No…!-grita Emma. Dime que no es cierto.

- Lo siento- le dice Iris apretando con fuerza su mano. Emmase desploma en el sofá al lado de ella, nendose a aceptar que el final se encuentra cerca.

- ¿Cnto tiempo tenemos?-pregunta Emma.

- Me parece que poco- se resigna Iris.

- ¿Te parece? Es tu vida, la vida de las tres, y dices,¨ que te parece¨.¿Cómo es posible?

- Mana lo sab, me han un TAC.

Llamo a la puerta y me encuentro la mirada de desesperacn de Emma. Como siempre, Iris haa hecho las cosas a su manera, no haa esperado por .

- Tú lo saas.¡Tú lo saas y no me has dich nada! ¡No teas derecho! - dice la fgil Emma golpeando mi pechocon sus pequos pos.

- Él no tiene la culpa, fue decisn a. No quea verte sufrir, quea que una parte de mí siguiese viviendo contigo- dice Iris con su voz totalmente quebrada.

- ¿Qué posibilidades tiene?- pregunta Emmaaferndose a una remota esperanza que burle a la muerte.

- n no lo . Mana dispondremos de s informacn- digo mintiendo nuevamente, esperando que exista una posibilidad.

- ¿No lo sabes o no me lo quieres decir?

- De verdad, Emma, no lo .

- Lo que sais es que hemos perdido siete meses y medio de tratamiento.Dime que luchas, Iris, dime que lo has.

- Tranquizate Emma, sabes que estoy en buenas manos- dice Iris evitando la respuesta.

Haa sido mucho s duro de lo que me haa imaginado, a pesar de todas las veces que haa tenido que presenciar situaciones similares. n a,tenda que pasar nuevamente por lo mismoal comenrselo a Dani. Su reaccn fue s fa que la de Emma; no me lo perdo, para ser exactos,nunca me lo perdonaa. Desapareció de casa durante una semana, sin responder a mis llamadasnicamente lo vea el a del TAC, acompando a Iris y a Emma.No era justo, yo no era el culpable, de un ncer, no era el culpable de que Iris decidiese sobre su vida, no era culpable de ser amigo de todos ellos. Ninguno me llegó a preguntar mo haa soportado esos meses de mentiras y de no poder compartir el dolor de la pelirroja. Ninguno, pudo comprender que lo que haa unos meses era un tumorahora se haa convertido en una mestasis que ya invaa el cerebro con dos masas. Un o,con suerte: primero perdea la vista, desps se ia olvidando de cosas, desps le costaa mantener el equilibrio, poltimo los dolores sean terribles. Un o, con quimio y radioterapia paliativa.

Esta vez le anticipó su decisn a Emmay desps a nosotros. , luchaa por cada segundo de esos pocos meses con su hija y con Emma, pero los exprimia sin las limitaciones de una terapia que le robase tiempo con su pequa y que le evitase la posibilidad del contacto piel con piel. Saa que no llegaa a verla andar, por ello todo su esfuerzo residia en escucharle pronunciar la palabra mamá y en grabar infinidad de videos que le mostrasen cuanto la haa querido y cuanto haa luchado por ella.

El odio de Dani se terminaa agotando solo; no la fadica mana en que las vueltas y s vueltas de un haz de rayos x seccionaban en minas de mimetros el padecimiento de Iris, incluso supensamiento. No, Dani, necesitaba entender por sí mismo que no exisan culpables para lo que la getica o las circunstancias haan decidido. Ela que Iris hizo esa prueba, me dedicó una mirada muda sin rencor, pero con todo el dolor que nunca haa visto antes el. Si, Dani, necesitaba un culpable, un Dios Todopoderoso, un Dios que a lo mejor se encontraba cerca,dificulndolo todo en una extra suerte de plan maestro que justificase tanto dolor injusto.

Llamadas y s llamadas as de tefono se amontonaban en una infinita lista en su vil: Brais, ayer 10:01; Brais, ayer 15:33; Brais, ayer 19:17; Brais, ayer 22:03; Brais, hoy;seguido de otra cifra terminada en un mero impar, perfectamente imperfecto, solitario,como yo ahora. Su bun de voz ya se encontraba bloqueado por mis mensajes de pern. Saa que haa vida en la casa de su hermana;la misma que me haa robado mi boda perfecta,ahora me robaba a Dani salndolo delado oscur: así era como me llamaba eciclado¨ ctor, su pareja,por decir algo. Era de suponer que tanta hormona del crecimiento para aumentar su masa muscular lo haa hecho en detrimento de la masa gris de su… Era imposibleel eslan perdido¨ no poa disponer de masa gris para desarrollar estrategias elaboradas de interaccn socials allá de la merasatisfaccn de las necesidades fisiogicas primarias. Aunque si Dani estaba con ellos y no conmigo, era por mis errores, por supuesto,s ¨inteligentes¨ que los de Hector, pero al fin y al cabo errores.

Pasadas un par de semanas de auntica desesperacn, en las que la pequa Enma crea tan pido como aquello que le estaba robando a a a a su madre, me encontraba nuevamente tras el parabrisas de mi fiel Tibun esperando para poder asaltar a Dania la salida de la casa de su hermana Paula, y así poderle explicar que lo que haa hecho haa sido fruto del amor por una persona, de la amistad s sincera e incondicional. Nada s pisar la acera pudo ver la silueta singularmente roja de un veculo que a pesar de las cadas sega llamando la atencn. Emprendió camino con la determinacn en sus zapatos; se acercaba hacia , las manos me sudaban y mis latidos se repean con s fuerza y velocidad con cada paso dl recortando la distancia que nos haa separado estas semanasQuea pedirte perdón¨, dije entrecortadamente. Se detuvo, alzo su mirada hacia mí y sin decir nada emprendió camino nuevamente absorto en el relieve del suelo.

No soportaba esa sensacn de ser repudiado, ese sentimiento de haber cometido aln crimen. Nuevamente delante de una puerta, nuevamente rechazado. Entré en el coche y me dirigí anico sitio donde lavida tea sentido, al, entre corazones rotos por la vida, propiedad de caras y nombres difuminados en mi memoria.

La pequa Enma luchaba por el alimento de su madre contreso¨ que se duplicaba incesantemente para alcanzar la eternidad a costa de la vida. Enma ganaa, vivia para siempre en la memoria de Iris, siempre recordaa los caracolillos pelirrojos de su hija aun cuando cadtomo de su cuerpo volase nuevamente para formar parte de las estrellas, de las mismas con las que se haa forjado un ser tan excepcional. Lo haa visto, yo lo saa; lo haa visto; seguro que era a: un coran se rena y un cuerpo yaa como recuerdo del envoltorio que haa albergado la esencia de un serYO LO HAA VISTO!¡TÚ SIEMPRE VIVIRÁS…!

Una de la madrugada, el vilNo! Me niego a contestar. Tan pronto, no. Una lagrima recorre mi cara antes de poder confirmar mi sospecha. Es Dani. Ha ocurrido, sin tiempo a despedidas,sin s. Una vida no se poa resumir a, no en una noche de lluvia sin luna. Iris no se merea un fin a. Respiro hondo y cojo el tefono.

- Te quiero- escucho. No entiendo nada.

- EntoncesIris…respondo.

- Ahora lo entiendo-dice.

- ¿Cómo?-pregunto desconcertado.

- Iris me ha llamado hoy y me ha insistido en que no malgastemos el tiempo de nuestro amor.

- ¿Entonces Iris está bien?– insisto apresuradamente.

- Sigue luchando

- Cra que me llamabas por… No me atrevo ni a pronunciar esas palabras.

- No. Te llamo, porque te quiero.

- Y, yo. No sabes cnto te he echado en falta. Por favor vuelve a casa. Lo siento. No me deja de sorprender como vivimos la vida, pienso como los momentos s imborrables florecen alimentados por la desesperacn s absoluta. Un momento; un momento para la eternidad, un momento por una vida. Mi momento.

Ya no poa darle el pecho, sus quejidos encarcelados por los barrotes de su fortaleza se mezclaban con los llantos de Enma reclamando el sabor de su madre. Soportar el biben, soportar el dolor del dolor, el dolor del temor de dejar de ser; era lo s valiente que yovea en vida. Era un lunes veintiocho de Mayo, desps de un esfuerzo tinico al darle su biben a la pequa, Iris pudo escucharmamá¨. Sea eltimo biben compartido por madre e hija.

A los dolores le seguia algo mucho peor: una mana Iris despertaa sin saber hablar, intentando con todaslas fuerzas contenidas en un miln de galaxias pronunciar el nombre de su hija; caja, una y otra vez caja; la desesperacn haa convertido el verde de sus ojos en oscuridad. Se estaba apagando, y ella,era vagamente consciente. Una semana s hasta que ya no reconoceaa nadie. Pero haa ganado. Haa escuchado la palabra que le haa dado sentido a todo. Su vida por una palabra que significaa que no desaparecea en el olvido.

Un mes desps de su muerte me encontraba ante aquella puerta, sin atreverme a pulsar el timbre que tantas veces haa escuchado sonar a la vuelta del colegio. Dani me coge la mano y la pequa Emma me mira inquieta desde el cochecito.Al final, Iris haa conseguido que cumpliese mi promesa.

     

     

     

 

 

 

     

 

 

 

 

 

     

 

 

     

 

 

     

     

 

     

     

El deseo de no tener deseos
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