Nota del editor
Ana es Ana
“Vi cómo, al final de cada día, la materia que me habían entregado en la mañana terminaba convertida en un objeto distinto. ¡Mis manos crearon un valor nuevo!” ANA, auténtica forjadora de valor página 45.
El primer gran juicio de la historia, efectuado en la antigua Grecia contra un pensador llamado Sócrates, terminó en la condena de un hombre justo. Desde entonces los seres humanos solo cometemos injusticias, a diario. Cada día juzgamos a alguien por cualquier tontería, por lo que dice, por lo que hace. Descargamos nuestra ideología matizada por los prejuicios de clase, de nuestra élite, de creernos superiores a los demás.
Los escritores no somos la excepción. "El oficio del escritor es un oficio bastante miserable" —dijo Roberto Bolaño en una entrevista en 1999. Añadió: "Es un oficio poblado de canallas, no se dan cuenta de lo miserable y soberbios que son. Todos se creen la gran cosa y no lo son." El gran escritor chileno está hablando del elitismo en la literatura, algo que le daña y la aleja de los desposeídos y los que, en general, luchan por afirmar sus derechos sociales y políticos.
Mientras escuché la entrevista a Roberto Bolaño, incluida en mi página de Facebook, pensé que esa opinión es similar a la que muchas veces tenemos de los políticos. Me refiero no a la política en general, sino a quienes encontraron en la política de partidos su profesión u oficio. Hombres y mujeres que constantemente se amoldan a las situaciones como buenos oportunistas. No enfrentan la realidad para cambiarla, se insertan en ella y la hacen su modo de vida.
En Ana Rivera, quien lo mismo que el filósofo griego no obtuvo una educación formal (apenas cumplió la primaria), encontré una inteligencia prístina y una pureza de primavera en su justa dimensión. Porque no es ingenuidad disimulada y sí fuerza de intelecto. Nunca supo construirse una imagen, ella misma se erigió como mujer y se artilló en la afirmación de su identidad de ser independiente. Por eso tantos le aman y le respetan. Ésa es su verdadera obra.
Cuántos profesores universitarios, doctores de diversos campos del saber, envidiarían un comentario como este de Ana, alguna vez militante penepeísta:
Vi cómo, al final de cada día, la materia que me habían entregado en la mañana terminaba convertida en un objeto distinto. ¡Mis manos crearon un valor nuevo! Me entregaban al final de la semana un sobrecito manila con sesenta dólares. ¡Nunca había ganado tanto! Hoy sé que ese dinero, que le llaman salario, es solo una fracción del equivalente monetario del valor nuevo creado por mí, mucho menos del uno por ciento. El resto se lo lleva el patrono extranjero, es su ganancia. Se apropia de manera sistemática la riqueza creada por mí y por cientos de miles de otros obreros. (ANA, auténtica forjadora de valor, página 45).
"Los grandes escritores, los pocos que marcaron cambios, fueron hombres y mujeres buenos. Sonaré religioso y hasta escolástico, pero es así." Son las palabras de Roberto Bolaño, apenas cuatro años antes de su fallecimiento en 2003. Parecería que pensaba en Ana. Parecería que leyó ANA. Porque Ana es así. Ana es Ana.
Ángel M. Agosto, editor.
Capítulo 1
Cada mañana me miro al espejo. Veo un rostro de 68 años. Los surcos marcan una vida de sacrificios, privaciones. Cargué desde la infancia con una familia de trece. Mi madre prefirió a la mayor sobre mí. Fui la segunda. Me tocó desde muy pequeña lo más fuerte como sostén del hogar, sobre todo al incapacitarse papá, cuya pelleja y vigor quedó en el cañaveral.
Me alejo y me veo plena, desnuda. Una brisa sobre mis hombros pálidos hace flotar el abundante pelo marrón con el que nací. También navegan los recuerdos de tiempos muy duros, mi constante compañía.
Miro esa imagen, ¡tan escuálida...! Siempre fui delgada... Hay quien dice que tengo un cuerpo de mujer de veinte. Me fijo en mis senos, pequeños, erectos. Cuerpo sin estrenar, aunque soy madre de cuatro y abuela de nueve hermosas criaturas. Siento así mi físico. Mi vida entera es así, escuálida y pequeña.
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Corte de caña, (Fundación Luis Muñoz Marín, foto Clayton Gingerich.)
¿Cómo pueden ser tan delicadas estas manos entrenadas en la labranza y en el manejo de máquinas transformadoras de objetos naturales, hasta convertirlos en mercancía que otros vendieron?
La fábrica estaba en Corozal, un pueblo cercano a Morovis, mi lugar de nacimiento y en cuya periferia urbana vivía en una casa de yaguas, olorosa a humo y azotada por los vientos. La fábrica se llamaba Maxter, de productos para uso militar, pues los olores de la pólvora de las guerras cercanas, la mundial y la de Corea, aún se sentían.
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Plaza de Recreo, Morovis
A cada momento se llevaba a nuestros varones, a morir o regresar como harapos. Había otra fábrica enlas cercanías, la Playtex. Mi tarea era hacer mosquiteros y mochilas, grises y verde olivo, para las guerras. Entré allí a los dieciséis, temerosa de mi sombra.
Tenía que madrugar de lunes a sábado y caminar sola por montes y carreteras hasta llegar a la parada de la guagua. El trayecto de a pie en la oscuridad era al menos media hora a paso rápido. El terror me embargaba. Cuando salía de regreso era igual, esperar la guagua hasta las 6:00 de la tarde y luego encaminarme a pie en la misma oscuridad, sobre los pasos de la madrugada.
Había un vecino que me veía pasar, y que muchas veces me vio labrando la tierra. Decía con increíble premonición:
— ¡Pobre niña! ¡Tanto que trabaja! ¡Estoy
seguro de que cuando se case un hijo de puta la va a hacer sufrir,
Dios no lo quiera!
—Fíjate en sus piernas, Chanito. ¡Qué lindas! —comentó doña Susana,
que también madrugaba y que en aquel momento caminaba detrás de mí.
El comentario me llegó al oído, lo recibí con agrado. Nunca lo
olvidé.
Nos daban una hora para almorzar y quince minutos para merendar dentro del mismo trabajo. La cafetería quedaba al otro lado del plantel.
En ocasiones me sentaba en un barandal durante el receso. Recuerdo una ocasión en que un joven cargaba las máquinas de refrescos. Llegaba una vez cada semanal para esa tarea. Me aterroricé cuando se acercó y dijo:
—Hola.Fijé mi vista en la gasolinera cercana, sin responder.
Entonces insistió:
—Me gustas mucho, ¿sabes?
Yo estaba sumida en una terrible timidez. Además,
mi actitud hacia los hombres desconocidos era de temor, a veces de terror. Sin embargo, con el paso del tiempo él insistió. Llegamos a hablar a partir de una ocasión siguiente. Hasta me hizo un regalo. Era amable, dulce, atento. Me gustaba su rostro, pero no su cuerpo obeso. Nunca me gustaron los gorditos.
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Trapiche
Se enamoró de mí. No lo acepté. El muchacho me regaló una prenda para que no me olvidara de él. Aún la conservo y recuerdo su despedida. Pidió traslado debido a la desilusión.
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Puente Mavillas, en Corozal
No lo volví a ver. Tuve muchos pretendientes pero no me enamoré, había sufrido mucho con un novio que tuve antes, pero de eso hablaré después. Por ahora diré que no quería dejarme lastimar de nuevo.
Los jefes de la fábrica se llamaban la
señora Jovita y el señor Robles.
Un día, mientras todos trabajábamos, las doscientas máquinas a todo
vapor, se escuchó un ruido muy fuerte. Luego los gritos de los
empleados. La sangre se esparció por el lugar de trabajo. Una
máquina se había desprendido de su soporte, cayó y se quedó
directa. Le ocasionó al operador una herida que casi le cercena un
brazo. Fue horrible. Todos estábamos asustados.
No supe del obrero. Llegó la ambulancia y la policía. Todo volvió a
la normalidad demasiado rápido.
Capítulo 2
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Ana en el barandal, Morovis al fondo
Mi lugar de nacimiento, Morovis, fue reconocido como un pueblo de profundas raíces religiosas y cuna de excelentes artesanos. Su nombre deriva de una palabra taína, la voz original es Morovix. Habilidosas manos moroveñas construyeron lo mismo un típico cuatro puertorriqueño que una talla de aves y santos. En el barrio de Barahona están las cuevas Cabachuelas, conocidas en el mundo entero y aún poco exploradas. Es una zona indígena. Existe una familia, la Chéveres, cuyo linaje taíno es considerado puro.
En este municipio de la zona central de Puerto Rico nací sin juguetes ni mimos, entre las montañas, producto de Moisés Rivera y Luisa Rivera. Mi nacimiento coincidió casi con exactitud con el final de la Segunda Guerra Mundial. Me trajo al mundo una comadrona, como a casi todos mis hermanos y hermanas. Éramos trece. Yo soy la segunda. Crecí por los montes entre árboles y flores. Allí jugábamos mis hermanos y yo. En ocasiones se nos unían algunos primos. No había juguetes que no fueran los que producían la imaginación de niños, los hacíamos con cualquier objeto: una piedra, un pedazo de rama, una flor… ¡una yagua!
Era alargado y fibroso, lo producían las palmas reales como parte del tejido del tallo. Tomaba una forma curva que la hacía parecer un bote pequeño. Varios niños nos montábamos en la yagua y nos deslizábamos a gran velocidad desde lo alto de una loma, sobre la yerba o el terreno pedregoso. Nos divertíamos muchísimo a lo largo de las horas. A veces la yagua se partía por el centro y el lector comprenderá lo que ocurría con nuestras nalguitas por su roce sobre la superficie.
Fue mi papá quien nos enseñó a rezar. Era católico. Lo hacíamos todos los días. Era el más cariñoso de nuestros progenitores. No podía darnos mucha atención debido a lo duro de su trabajo de sol a sol en el cañaveral. Éramos muy pequeños, esa ausencia fue parte de la miseria a la que nos acostumbramos, pues no recuerdo gestos de amor de parte de mi madre. La vida de privaciones debió endurecer su carácter y secar su interior, el cual nunca conocí.
La disposición de agua potable y energía eléctrica era un lujo que disfrutaban algunos; no era posible en nuestra
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Yagua
Casa de hojas de palma, maderos viejos, cartón y piso de tierra apelmazada, enclavada entre montañas de bellos escenarios naturales.
Crecimos descalzos. Mi mamá nos cosía la ropa vieja y desgarrada que otras personas nos regalaban. Ella hacía los trajes a mano ya que no teníamos una máquina de coser. Recuerdo que para aquel tiempo mi hermana mayor recibía las mejores atenciones. Siempre se salía con las suyas. Eso ponía en mis hombros la carga del hogar. Fui la única que no pudo terminar la escuela.
Mi padre trabajaba en un cañaveral como cortador de caña de azúcar. Sus labores entre espigas cortantes, abayardes y alacranes a lo largo de cada día de sol candente hacían que el dulce de la caña nos pereciera a nosotros una sustancia amarga en extremo. Era el trabajo más duro imaginable. Llegaba a la casa con el cuerpo lleno de cortaduras y pinchazos producto de las filosas hojas de la caña y las alimañas ponzoñosas. Se tiraba en un banco de madera que él mismo fabricó.
Aún cansado, algunas tardes sacaba tiempo para contarnos historias y anécdotas antiquísimas durante esos años de mi temprana infancia. Recuerdo mi cuento favorito: Los músicos de la aldea. La verdad es que no sé de dónde mi padre sacó esa historia. Quizás la inventó.
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El maravilloso mangó
Es el relato de un hombre que vivía en un rancho y siempre estaba borracho. Nadie le quería, ni siquiera los animales, por su actitud hostil hacia todo ser viviente. Las bestias urdieron una idea para que se fuera del lugar. El plan era cantarles todos a la vez. Como la ventana de la habitación en la que dormía era muy alta y no alcanzaban, decidieron treparse unos encima de los otros y así lograr la altura necesaria. Se colocaron el caballo primero, encima el perro, luego el gato y último el gallo. Todos cantaron al unísono “ji ji, guau guau, miau miau y cucurucucú". Lo impresionante era que mi progenitor emitía los sonidos de los animales idénticos a la naturaleza. El borracho se asustó y salió corriendo del barrio. A partir de entonces, humanos y animales, pudieron vivir en paz.
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Mangó
Todos dormíamos en una misma cama, en un colchón hecho de hojas de guineo. El consumo de la leche era un lujo que apenas conocimos en la primera infancia, no había para comprarla. A veces nos la regalaban los vecinos. Comíamos en unos platos de higüeras, los vasos eran de latitas de salsa y el agua se tomaba a temperatura normal. Ya expliqué que no teníamos electricidad, por lo tanto, tampoco había nevera.
Desde que recuerdo siempre asumí las
tareas de la mayor, un trabajo pesado en extremo para una niña de
cuatro años. Me forjaron en una disciplina de obediencia y trabajo
en el cuidado de mis hermanos, sometida a castigos muy fuertes por
parte de mi madre, quien se cuidaba de que mi padre no se
enterara.
Empecé en la escuela. Tenía que caminar varios kilómetros frente al
sol candente. Éramos cuarenta niños apiñados con una maestra morena
llamada Miss González. Procedía de
Carolina. Se condolía al verme llegar descalza. Los zapatos seguían
siendo un lujo entre las familias de mi nivel social. Mi padre una
vez llegó con unos zapatos para mí, pero eran de varón. Asistí con
ellos a la escuela y fui objeto de burlas. No los volví a
usar.
A pesar de su bondad, la maestra debía asegurarse de la disciplina en el salón, por lo que tenía una regla larga para castigar a los niños que se portaban mal.
En la escuela desayunábamos avena de maíz todos los días. La leche caliente, servida en un vaso redondo de cristal grueso, sabía mala; nos obligaban a tomarla so pena de castigo.
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Dita o higüeras
Para ese tiempo jugaba con los Jaz. Las piezas del juguete parecían crucecitas. Se tiraban al piso, con una bola pequeña se lanzaba hacia arriba y al caer intentabas recoger los diez Jaz. También jugábamos a la pelota con una bola de papel de periódico hecha por nosotros mismos y como bate una rama de árbol. El juego de esconder entre los matojos del monte era de mis favoritos. Esos primeros años en la escuela fueron mis mejores tiempos.
En la escuela había piojos que nos cundían el cabello. Mamá nos lavaba la cabeza con cundiamor. Era una planta que echaban unas semillas rojas dulces. En los descuidos nos la comíamos. Había muchos árboles de guayabas. Un día mis hermanos y yo nos portamos mal y mi padre nos llamó. Yo sabía que era para castigarnos. No me presenté, me fui a correr.
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Guayaba
Se fue detrás de mí y cuando me alcanzó me dio una pela bien grande. Ese fue un castigo no frecuente de parte de mi padre, sí de mi madre. Ella me arrodillaba sobre un guayo en una esquina de la casa, y arrodillada sobre el filoso artefacto me daba una paliza. La pasaba llorando, sentía muy difícil la vida, sobre todo por la acción discriminatoria contra mi persona.
Capítulo 3
Prohibido jugar
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Muñecas construidas por Ana
—¿Qué haces con esa porquería, condená muchacha? —Arrancó las muñecas de trapo de mis manos y las arrojó por la ventana—. Vete y cambia a tu hermano que la peste llega a la cocina.
—Es un regalo de la maestra, no lo hagas, por favor.
Para aquella época en que ya estaba en la escuela, mamá no me permitía jugar, tenía que trabajar. Las tareas eran fregar los pisos y los trastes, limpiar y bañar a mis hermanos menores, y hasta cocinar algunas cosas. La Navidad pasó en blanco para nosotros, solo nos dieron algunos dulces, no había dinero para nada más. Esa "felicidad" en torno al nacimiento del niño Dios era algo que no conocimos, aunque sí nos hicieron saber que los reyes no existían, que los regalos los traían los padres ricos que engañaban a sus hijos con la mentira de unos "reyes mágicos". Se hacía realidad en nuestra familia la letra de la canción de Felipe Rodríguez (La Voz): Un día en la escuela, en tercero, hicieron una fiesta de Navidad que incluía un intercambio de regalos. La persona que tenía que regalarme, no lo compró. Todos recibieron regalos menos yo, que sí había llevado un obsequio para el niño que me tocó. Al otro día la maestra, de la que siempre sentí mucha protección, me regaló tres muñecas, una de pelo rubio y dos colorás. También incluyó vestidos. Un mundo de luz se encendió para mí al recibir los presentes. Como tenía que trabajar mi mamá cogió las muñecas y las tiró hacia la parte de atrás de la casa, que daba a un barranco. Las recogí. Mi tía abuela Ignacia Barreto, que también era vecina, me dijo:
—Ven conmigo. Juegas en mi casa.
Así lo hice todos los días a escondidas de mamá. Les cosía las ropitas a las muñecas, ¡por fin tuve la oportunidad de ser niña por breves momentos cada día que lograba escapar del trabajo! Tuve un tío que tenía un radio en una emisora en la que se trasmitía una novela. La serie se llamaba Moncada, con Braulio Castillo, padre. A mí me gustaba porque imitaban el sonido que producen los cascos de los caballos. Me escapaba y me iba a escucharla. Llegada la noche corría como loca a la casa, temerosa de que mi mamá cerrara la puerta. Se lo había hecho a uno de mis hermanos.
…hay quien tiene poco son los que prefieren que nunca llegaran…
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Felipe Rodríguez (La Voz)
Una de mis tareas diarias era buscar leña en los montes y agua en los pozos para cocinar y bañarnos. La cargábamos en la cabeza en higüeras o latas cuadradas de “manteca de la prera”, en las que se almacenaba. Solo quien ha tenido que cargar el pesado líquido desde el pozo, día tras día, a través de una cuesta empinada y fangosa, puede apreciar lo que significa recibirla en casa a través de las tuberías inventadas en la antigua Roma.
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Braulio Castillo
José y yo nos encargábamos de esa tarea. A él tampoco mi mamá lo quería. Si no llegábamos a tiempo al salir de la escuela nos pegaba con las manos y con palos en la cara y en cualquier parte del cuerpo. Entre mis tareas estaba también cuidar a mis hermanos más pequeños y si permitía que lloraran ella me pegaba.
Capítulo 4
Nos envenenamos
Los vecinos más cercanos eran unos primos, Alicia, Ángel y Tito. Nos escapábamos cuando podíamos y nos íbamos para los montes y riachuelos. Mi prima Toña vivía más lejos, pero nos encontrábamos todos en la quebrada.
Los charcos eran grandes y profundos. Nos tirábamos desde las piedras. Luego nos trepábamos en los árboles de pomarrosas. Es una fruta dulce de olor rico, rojiza cuando está madura.
— Mira Alicia, póntelo. — ¡Un collar!
Recogíamos flores rositas de los árboles de robles y hacíamos
collares a lo hawaiano.
Un día llegamos a un árbol que tenía muchas semillas secas, con olor a coco. Eso nos recordó el hambre siempre latente en nuestros estómagos.
— Toma Ana, come.
— ¡Qué bien sabe! ¿Qué es?
—No sé.
Nos dio curiosidad y nos trepamos al pequeño árbol
para tumbar más. Mis primos y yo las comimos. Alicia le llevó a un hermano pequeño que se había quedado en la casa. Como a la hora nos retorcíamos de dolor. La fruta era venenosa. El incidente casi nos cuesta la vida. Se trata del árbol de tártago.
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Sabrosas pomarosas, en su punto
Es una planta, posiblemente originaria de la India o África, que se encuentra distribuida en diversos países del mundo. Se adapta fácilmente a diferentes ambientes, debido a su gran rusticidad y resistencia a la sequía. Pertenece a la familia de las Euforbiáceas, la misma de la yuca. El tártago es cultivado en distintos puntos del planeta.
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Tártago
Es una planta herbácea perenne que crece hasta una altura de entre 30 y 90 centímetros. Su adaptación a nuestro clima húmedo le ha permitido un crecimiento mayor. El tallo puede llegar a los dos centímetros de diámetro. Las hojas están sin pecíolo, de textura lisa y de color verde azulado oscuro. La nervadura central, de color más pálido, es muy característica. Las hojas son muy largas y estrechas y pueden llegar a quince centímetros de longitud. Hacia la corona, las hojas se vuelven más cortas y toman forma triangular.
Las flores son pequeñas y verdes o verde amarillento, sin pétalos. Los frutos maduros toman un color marrón o grisáceo.
Como otras plantas similares del género Euphorbia, produce una resina blanca o látex muy tóxico. Conocida vulgarmente como "leche", se utilizaba en tiempos remotos como laxante, antiséptico y para tratar verrugas en la herboristería tradicional.
Nos salvamos por la acción rápida y el lavado de estómagos. Hoy siento horror cada vez que veo la planta.No conocí a mi abuela Ana, la madre de mi papá. Mi otra abuela decía que yo me parecía a ella y por eso me pusieron su nombre. Muchas veces asocié el hecho de que mi mama no la quería con la falta de amor hacia mí. Me recuerdo como siempre humilde y obediente, hacía todo lo que me decían.
Para ese tiempo, antes de mis once, mi hermana mayor se fue a vivir a un convento de monjas y me embargaron sentimientos encontrados, pero prevalecía el de la soledad.
Don Chelo, sanadorSiempre he tenido el pelo marrón. De pequeña mi mamá me lo recogía en una trenza muy larga. Un día mi hermano José me dio un jalón y sacó el cuello de lugar, quedó para un lado. El dolor de cabeza fue terrible. Me llevaron a don Chelo, un señor que era como un médico del barrio. Todos los que se enfermaban se los llevaban a él. Aplicó aceite y empezó a darme sobos, hasta que lo llevó a su sitio y eliminó el dolor. Recuerdo que saqué gritos que llegaron al cielo durante el proceso. Al otro día estaba buscando leña con José.
Ese día José, que era medio loco, me corrió por el monte con una navaja, enojado por el castigo que recibió por haberme sacado el cuello de su sitio. Decía que me iba a cortar. Me produjo un tajo en el brazo. Terminé de nuevo en manos de Don Chelo.
Mi otro hermano, Jesús, era tranquilo. Un día estábamos buscando agua en el pozo, era un camino angosto, lleno de muchas piedras grandes y resbaladizas. Jesús se sentó en una roca enorme y en un abrir y cerrar de ojos la piedra se desprendió y ambos, muchacho y piedra, se fueron rodando monte abajo. Casi se mata.
Otro día Jesús se escondió en el monte, de maldad. Se quedó dormido a la sombra de un mangó. Despertó en la oscuridad del atardecer temprano de los campos y extravió el regreso.
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Papá y mamá
Cuando llegó a la casa mi mamá le había cerrado la puerta. Al llegar metió la mano a través de un hueco para quitar el pestillo, cuando mamá vio esa mano que no reconoció por poco se muere gritando.
Rindo homenaje a don Chelo, aquel viejo curandero de manos habilidosas para curar. Agricultora y empleada doméstica. Estuve en la escuela hasta sexto.
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Cosecha de café
Me sacaron para ayudar en la economía de la casa. Fui la única que no terminó estudios formales. Ahora, además de mis hermanos, tenía que sostener a mis padres, al incapacitarse parcialmente papá. Cosechaba café, batata, tabaco, yautía... Para entonces íbamos por siete hermanos. Al nacer el octavo, la situación se complicó más aún. El niño nació con el estómago cerrado, lo que obligó a mamá a quedarse en el hospital una larga temporada. Tomé control de casa a los once años.
En el barrio había unas fincas grandes donde se cultivaba el café. El aroma y color rojo de los granos están muy presentes en mi memoria. La finca era fría y solitaria. La tierra húmeda entrañaba la melancolía única del campo. Muchas veces, con la cobija de la soledad y la arboleda, me acosté en el suelo fresco a imaginar las siluetas de las nubes. Siempre me las representé como un futuro tan amargo como el líquido negro que saldría de la fruta que cosechaba.
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Se llevaban al ranchón
Recogía el café de los árboles con una canasta en la cintura. De paso, sacaba la batata y la yautía con un mocho excavando la tierra. Llegado el tiempo de la recogida de la hoja del tabaco, había que coserla. Las llevaba hasta un rancho. El olor agradable de las hojas peludas se impregnaba en el cuerpo. Producían picor. Se usaba una aguja grande para cocer las hojas, los mismos tabacaleros la fabricaban. Se cosían las hojas unas en contraposición de las otras para evitar que se pegaran.
No había descanso. Mis vecinos Vibe y Susana eran "los pudientes" del campo, los que tenían el dinero.
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La hoja del tabaco
A partir de cierta época empecé a trabajar en esa casa por las tardes como “cenicienta”. Se lla maba así al oficio porque había que limpiar los pisos con paños. Lavaba la ropa, planchaba, en fin, hacía todas las labores de la casa. Además, tenía que bañar a los dos nenes.
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Moriviví
Cuando terminaba me pagaban con leche, verduras y huevos. Al día siguiente iba a otra casa a trabajar haciendo todas las labores y cuidando los niños. En esta otra me pagaban con ropas y un dólar.
Los caminos eran angosto y llenos de moriviví. Al ser tocadas las hojitas se replegaban, como que se morían. Al rato, revivían. Tenían espinas muy chicas que me producían cortaduras en las piernas.
Cuando llovía me mojaba toda llegando a casa de noche. Llegaba llena de espinas y semillas de coitre. Corría a casa lo más rápido posible para que los muertos no me cogieran. Se decía que había aparecidos en el camino.
Se trabajaba duro pero algunos domingos sacaba tiempo para divertirme con mis hermanos y primos. Ya grandecitos, jugábamos “cuica” y pelota con bolas que hacíamos de papel. Los bates eran de pedazos de palo de los montes. También jugábamos a papá y mamá, y a esconder. Nos íbamos por la finca para fabricar casas con las yaguas de las palmas reales, o deslizarnos con ellas. Éramos crueles, casábamos pajaritos y los asábamos en un fogón construido por nosotros mismos. Yo era la cocinera.
Capítulo 7
Aprendí a coser
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Descubrí que tenía talento para las manualidades, en particular para coser. Comencé haciendo cortinas, batas para las señoras y trajes para las niñas del vecindario. A la máquina que por fin habíamos adquirido había que darle fuerte con las manos, era muy antigua y de manigueta. Esta destreza me ayudaría para mi futuro trabajo como obrera industrial.
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Yunta de bueyes
Mi papá trabajaba en todo el tiempo. Entraba a las seis de la mañana y salía a las cuatro de la tarde, tenía que caminar mucho para llegar a los cañaverales. Él tumbaba las cañas con un machete, recuerdo el brillo del filo. Colocaba la caña en un carretón de madera con dos ruedas grandes y lo movían con bueyes. Se les llamaba así a toros capados
Desde muy jóvenes, que crecían más grandes y fuertes de lo usual. A esos animales, por lo general muy dóciles, los amarraban juntos mediante una yunta o yugo. Era un pedazo de madera muy grueso al que se le extraía un “bocao” en el área que habría de descansar sobre el cuello de la bestia. De esa manera los dos bueyes trabajarían en pareja, multiplicando la fuerza conjunta al tirar hacia adelante.
Cuando yo llegaba de la escuela al mediodía mamá me enviaba con el almuerzo de papá. Era un trayecto horrible por el usual calor extremo del cañaveral, ya que el sol atacaba directo en el área ya cosechada.
Un día papá se resbaló en las hojas de las matas de la caña y se dio un tajo en el brazo izquierdo. Le cogieron trece puntos. Ya no pudo trabajar más en esas labores. Luego trabajó en una escuela de conserje. En esa escuela estudiaba mi sobrino Roberto, hijo de mi hermana mayor.
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Típica casa de paja común en Puerto Rico de mi niñez
Papá lo protegía, era como su hijo porque él y mamá lo criaron.
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Cortando caña
Papá también trabajó en el hospital Auxilio Mutuo, de Hato Rey, un sector de la capital. Eran los tiempos en que las monjas mandaban, le exigían que lavara las escaleras, escalón por escalón, con un trapo. Aquellos mantos prietos lo mal trataron mucho.
Pernoctaba en el trabajo. Cada dos semanas nos visitaba con dulces para todos. En esos días que
estaba en la casa nos contaba cuentos. Fue quien primero despertó en mí el interés por la narrativa. Él era muy bueno con nosotras, mamá le peleaba y nunca estaba conforme con lo que él le obsequiaba. Él se refería a ella como “la bomba
esa”. Pasó mucho trabajo con mamá.
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Guamá en su árbol
La casita era humilde, hecha de tablas de palma y techada de rollos de hojas de yerba. Era perenne el olor a humo y humedad. Cuando llovía se mojaba por todos lados. Por detrás de la casa había un monte con un camino que llegaba hasta una roca bien grande. De allí procedía un agradable olor a guayabas maduras y mangos podridos.
Alrededor de la piedra había dos árboles enormes de guamá. En esa temprana adolescencia era mi lugar favorito. Allí me sentaba a mirar a lo lejos y lidiar con mis angustias, mientras extraía la dulce fruta blanca algodonada de su vaina.
Sufría mucho porque mamá me seguía maltratando. Un día me envió a la tienda y por no regresar rápido me pegó. En medio de los golpes logré salir fuera de la casa. Por tal motivo me entró a pedradas. Me refugié en la piedra de los guamás. Ya no podía más, tenía ganas de morirme. Pedí ayuda a papito Dios, clamé por un ángel.
A los tres días se presentó el enviado de Dios, con el nombre de Toña. Vino con unas personas que buscaban a alguien para trabajos domésticos. Eran de San Juan. Se trataba de Julito Rodríguez Reyes, cantante y compositor del Trío los Panchos. Venía con su esposa. Pensé que cambiarían mi vida.
Capítulo 8
Julito Rodríguez y su tríoJulito Rodríguez se pasaba componiendo canciones. Algunas me las cantaba para que yo le diera mi opinión. Si me gustaba me decía que la grababa para mí. Llegó a cambiar algún verso, motivado por mis comentarios. Ocurría entre mis labores de limpieza y la atención de la hornilla en la cocina durante los tres años que trabajé con ellos por unos treinta dólares mensuales, así como la estadía y las comidas. El dinero lo enviaba directo a papá. Julito me trataba muy bien, con mucho respeto. La señora era muy tenaz en sus exigencias.
Tuve la oportunidad de conocer a Marco Antonio Muñiz. Era amigo de Julito y lo visitaba con frecuencia a la casa. También conocí a Johnny Albino. En ocasiones se realizaban actividades con el Trío los Panchos, a cuyos integrantes conocí.
Julito Rodríguez, uno de los grandes boleristas de América, nació el 5 de octubre de 1925. Murió a los 89 años, el 27 de julio de 2013. Se especializó en el violín y la guitarra. Desde pequeño mostró interés por la música. Temprano aprendió violín y saxofón. En 1945, se graduó del Colegio de Ponce. Ese mismo año creó la Orquesta Hatuey de Ponce.
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Julito Rodríguez
Ya por esos años sería conocido en los medios, y grabaría varios discos. En 1946 se fue a San Juan a estudiar en la Universidad de Puerto Rico. Se unió a la banda de Rafael Alers. En 1947 fundó, junto a Felipe “La Voz” Rodríguez y Federico Cordero, el Trío Los Romanceros. Grabaron su primer disco a finales de ese año. El trío tuvo cierta fama hasta 1950. En ese año Julito se fue a los Estados Unidos a cumplir en el servicio militar.
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Trío Los Panchos
En 1952, el Trío los Panchos se quedó sin primera voz por la partida del boliviano Raúl Shaw Moreno, y Julito, recomendado por el compositor Rafael Hernández, fue reclutado por esta agrupación. Con Los Panchos hizo giras por Curazao, Estados Unidos, Brasil, Israel, Líbano, España, Marruecos, Francia, Grecia, Italia, Portugal y Cuba.
Compuso por entonces el éxito "Mar y Cielo", bolero que, además de Los Panchos, ha sido grabado por el grupo canario Los Sabandeños, por los Hermanos Martínez Gil, por el Trío Calaveras, por Los Tres Ases, por los Hermanos Arriagada, por Los Cinco Latinos y
por José Feliciano con Rakim y Ken-Y.En 1956, sufrió problemas de salud, y decidió retirarse de Los Panchos. Ya recuperado, se unió al maestro del requinto Rafael Scharron y a Tatín Vale, melodiosa segunda voz y guitarrista, y formó el Trío Los Primos.
Para la época en que le conocí, en 1961, se presentaron en el New York’s Radio City Music Hall. Estaba en la cúspide de su fama. Posteriormente, el Trío Los Primos se convirtió en Julito Rodríguez y su Trío. En 1975, formó con el maestro requintista Miguelito Alcaide y con Tato Díaz el trío Los Tres Grandes, y con ellos grabó unas 106 canciones, de las cuales 32 son de su autoría.
En 1983, el trío se desintegró, y se creó entonces, de nuevo, Julito Rodríguez y su Trío, con lo que continuó el legado del Trío Los Primos. Varios integrantes acompañaron a Julito y su trío durante diferentes épocas, incluidos nuevamente Tatín Vale, Ricardo Feliú, Jimmy Vicenty, Baltasar Justiniano, Chei Torres y Gullín Rodríguez, entre otros. En 1992, actuó con su trío en el Pabellón de Puerto Rico durante la Exposición Universal de Sevilla, en España. En el 2000, dio una gran gira al lado de Johnny Albino, también puertorriqueño, y así se conmemoraron las épocas en que ambos fueron primera voz del Trío los Panchos.
Capítulo 9
Forjadora de valor
A mis dieciséis llegó el momento de buscar nuevas opciones. Tras terminar mis labores en la casa de Julito Rodríguez estuve en mi casa en Morovis dos o tres semanas.
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Producción en serie
Personas llegaron hablando de que en el pueblo vecino de Corozal estaban buscando trabajadoras. Allá fui a tener. Entré a un local enorme, con grandes espacios interiores abiertos. El ruido rítmico de dos centenares de máquinas en operación no permitía que se escuchara cuando alguien hablaba. Era la fábrica que solicitaba empleados. Se dedicaba a proveer equipos y uniformes al Ejército de los Estados Unidos.
Me hicieron una prueba. La pasé de inmediato. Mi trabajo consistiría en coser, algo en lo que tenía experiencia. Solo que ahora lo haría con máquinas industriales, muy veloces.
Vi cómo, al final de cada día, la materia que me habían entregado en la mañana terminaba convertida en un objeto distinto. ¡Mis manos crearon un valor nuevo! Me entregaban al final de la semana un sobrecito manila con sesenta dólares. Podía pasar de los cien si tenía que trabajar sábado. ¡Nunca había ganado tanto! Hoy sé que ese dinero, que le llaman salario, es solo una fracción del equivalente monetario del valor nuevo creado por mí, mucho menos del uno por ciento. El resto se lo lleva el patrono extranjero, es su ganancia. Se apropia de manera sistemática la riqueza creada por mí y por cientos de miles de otros obreros.
Empecé a trabajar de lunes a viernes, como dije, algunas veces los sábados. Me levantaba a las cuatro de la mañana para coger una guagua que me llevaba a Corozal. Tenía que caminar un trecho largo para poder llegar al lugar por el que pasaría el vehículo público.
Se arreglaron las cosas en mi casa. Ahora “me querían”. El dinero lo invertía en mi familia, les hacia la compra, les construí la primera casa decente, compré la primera estufa, nevera y plancha con corriente eléctrica, ropa para todos y el cuido de la salud dental para mis dos hermanos. También había muchos regalos para mamá.
En Corozal conocí gente buena, amigos que me querían y con quienes compartía. Fue en esa época que comprendí lo que significa la solidaridad proletaria. Hasta me quedaba con mis amigas para ir a bailar, algo que me encanta. Allí había un cine y un teatro. Llevaron artistas como Lucecita y Chucho, quienes comenzaban su vida pública. También llevaron en varias ocasiones a Felipe Pírela, otro de mis boleristas favoritos.
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Lucecita Benítez
Asistí a fiestas en el barrio. No fue hasta mis veinte años que me enamoré. Tuve primer novio. Estaba loca enamorada. Se llamaba Ángel Santiago. Alto, delgado, blanco y rubio… oh, Padre amado, ¡cómo lo quería! Pero llegó una zorra y me lo quitó. Quedé sola, no volví a enamorarme, sufrí mucho, me quería morir. Luego solo vacilaba con los que me enamoraban, sanamente. Me quedaba en casa de mis amigas para ir a bailar los fines de semanas, iba al cine que estaba en Corozal hasta que mis amigas se casaron. Ya no me podría quedar más en sus casas.
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Obreras en producción
Éramos muchos y éramos buenos amigos y amigas.
Entre ellas estaban Josefina y Aida. Yo me quedaba en la casa de ésta última los días que llovía porque el camino se llenaba de fango. Aida tenía un hermano que vivía en la misma casa. Una noche cuando estábamos durmiendo él entró a mi cuarto con el cuento de que lo estaban persiguiendo. Por poco me muero al percatarme de su propósito. Llamé a Aida y él se retiró a su habitación. También me quedaba en la casa de mi prima Alicia.
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Chucho Avellanet con Danny Rivera y Marco Antonio Muñiz
Cuando cobraba aportaba a los gastos de ambas casas. Los sábados que no trabajaba me iba de compras para llevar a mi casa. También compraba telas y me cosía la ropa.
Nunca tuve novio en Corozal. Me cuidaba mucho de los hombres. Siempre estaba con mis amigas. Un día, que me estaba quedando en la casa de Josefina debido a que al otro día iba a trabajar, y por ser sábado no habría transportación, mi amiga me invitó a dar un paseo en compañía de su novio. Ella no me había informado que iría un amigo del novio. Me dejaron sola con él en un monte en la oscuridad de la noche.
— ¿Dónde está Josefina? —pregunté al notar su
ausencia.
—Ellos están haciendo lo mismo que vamos a hacer nosotros
ahora.
Me agarró por el pelo muy fuerte, y me besó el cuello.
— ¡Josefina, Josefina! —grité a todo pulmón en medio del tenebroso
silencio de la noche.
— ¡Estoy aquí! —sentí lejana la voz.
Como resultado, el agresor se retiró de inmediato.
— ¿Qué pasó?
—Mira lo que me hizo —y le mostré un moretón en el
cuello.
La fábrica de equipo para los militares era bien grande, tenía unas
200 máquinas. Los operadores éramos mujeres en su mayoría. Mis
jefes eran el señor Robles y doña Paquita, personas muy
respetuosas.
Un día, concentrada en la tarea, sentí que algo ponzoñoso cayó
sobre el lado izquierdo de mi espalda, arañándome desde el hombro.
Saqué un grito desgarrador, por la sorpresa y el dolor. Al unísono,
las doscientas máquinas cesaron mientras cientos de ojos se
clavaron sobre mí. Muchos obreros tenían fresco en su memoria
accidentes de consecuencias serias ocurridos frente a las poderosas
máquinas. Por unos segundos todo en la planta fue un silencio
impresionante.
Una compañera había arrojado un gato sobre mí y según bajaba por la
espalda me raspó con las pezuñas. Estuve un rato gritando histérica
más que del dolor, de la sorpresa. El señor Robles se llevó a la
empleada para la oficina. La suspendió por dos semanas. La hermana,
que también trabajaba en la planta, se enojó conmigo.
Capítulo 10
Morovis1
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Juan Evangelista Rivera
En 1815 un grupo de residentes de Morovis, bajo el liderato de Juan José de Torres y Juan Evangelista de Rivera, comenzaron el proceso de segregar a Morovis de Manatí con el fin de establecerlo como municipio. Dos años más tarde el gobierno central aprobó la separación. En 1818, al cumplir los requerimientos de contar con una población de mil residentes y hacer el firme compromiso de construir una iglesia y otros edificios públicos, el pueblo de Morovis quedo oficialmente fundado.
En 1821 Juan José de Torres fue seleccionado como el primer alcalde. Un año después fue construida la primera alcaldía. En 1823 se celebró la primera misa en la nueva Iglesia del pueblo. Fue dedicada a Nuestra Señora del Carmen y a San Miguel Arcángel.
1 Los datos de Morovis fueron tomados del portal del Municipio.Desde 1952, el Partido Popular Democrático (PPD) dirigió el erario de este pueblo montañoso. Para 1992, el Alcalde Ángel Rosario perdió las elecciones frente a su principal retador, Ramón Russe González, que se convirtió en el primer Alcalde del Partido Nuevo Progresista.
En el 2000, Russe González perdió su reelección para un tercer término ante el Popular Francisco Rodríguez Otero. Para el 2004, Heriberto "Herito" Rodríguez Adorno, derrotó a Rodríguez Otero por un estrecho margen, llevando los resultados electorales a un largo recuento. En el 2008, la historia se repitió enfrentándose ambos, Rodríguez Adorno y Rodríguez Otero, y el pueblo favoreció al incumbente, de nuevo por estrecho margen. Esta vez, el recuento fue más corto. El ejercicio incluyó un reconteo a nivel de la candidatura a la gobernación. Para su revalidación a un tercer cuatrienio, Rodríguez Adorno derrotó por sobre 1,800 sufragios (el margen más alto en más de 30 años en Morovis) a su principal retadora, la Sra. Roxana Sánchez.
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Doña Varín Chéveres, taína pura de Barahona
El nombre del pueblo es de origen taíno, surge de la voz original indígena “Morovix”. Una de las características del pueblo es que aún existe presencia taína, como el caso de la familia Chéveres en Barahona.
La economía de Morovis se basaba en la producción de café. Aunque al presente se mantiene mayormente agrícola, se complementa con la industria liviana.
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En el 1953, se fundó la Cooperativa de Ahorro y Crédito Moroveña. Esta entidad ha sido un pilar en el desarrollo socioeconómico del pueblo. Cuenta con tres sucursales.
La población de Morovis, según el Censo de 2010, es de unas 30,000 personas.
En 1828 el municipio contaba con los barrios Unibón, Morovis, Río Grande, San Lorenzo y Franquis. La población total ascendía unas 1,983 personas. En aquella época el pueblo estuvo constituido por sólo 3 casas y 3 bohíos mientras que en el campo había 10 casas y tantos como 286 bohíos. A pesar del tamaño de su población, no fue hasta 1882 que las calles del pueblo comenzaron a nombrarse. Lo integraban los barrios de Barahona, Cuchillas, Franquez, Montellano, Morovis-Pueblo, Morovis Norte, Morovis Sur, Pasto, Perchas, Río Grande, San Lorenzo, Torrecillas, Unibón y Vaga.
Morovis, colinda al norte con Manatí. Vega Baja y Vega Alta, al sur con Orocovis, al este por Corozal, y al oeste, con Ciales.
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Toda la Isla menos Morovis
La superficie es de cien kilómetros cuadrados. Los terrenos en los que se fundó el poblado fueron donados por Juan Evangelista Rivera
En lo que atañe a la topografía , Morovis pertenece a la región de las colinas húmedas del norte. Parte de su territorio se encuentra en la zona cársica del norte de la Isla, que se distingue por presentar sumideros, mogotes y cuevas.
En cuanto a la hidrografía, a Morovis lo riegan el Río Grande de Manatí y sus afluentes. El resto de los cuerpos de agua que componen el sistema hidrográfico del pueblo pertenecen a la cuenca del río Cibuco.
En 1853, una epidemia del cólera morbo azotó a todos los municipios de Puerto Rico, excepto a Morovis. Una fraseque es lema de la municipalidad, “todo PuertoRico menos Morovis”, posiblemente tiene ese origen histórico. El gentilicio es moroveños.
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Morovis es famosos por su "pan de patita echá", que es confeccionado en un horno centenario.
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De mi pueblo de nacimiento provienen patriotas que han aportado de manera decisiva a Puerto Rico. Entre ellos menciono solo algunos: Ángel G. Quintero Alfaro, quien fue por muchos años Secretario de Instrucción Pública; Baltasar Corrada del Río, ex Comisionado Residente, Alcalde de San Juan, candidato a gobernador y Juez Tribunal Supremo; Zaida R. (Cucusa) Hernández Torres, Presidenta de la Cámara de Representantes y juez del Tribunal Apelativo; José del Río de León, Alcalde, representante a la Cámara y Senador; José Rivera Barreras, Fiscal y juez de la Corte Superior; Heraclio Rivera Colón, maestro y senador; Monseñor Álvaro Corrada del Río, Obispo.
EL municipio de Morovis es el principal centro
de producción del cuatro
puertorriqueño.
Santo y seña de la música tradicional puertorriqueña, el cuatro es un instrumento de cinco cuerdas metálicas
que se ejecutan dos a dos (cuerdas dobles), un poco más pequeño que
la guitarra y un contorno que recuerda al violín. Las terceras,
cuarta y quinta grave son cuerdas entorchadas, las restantes son
simples de acero. Se afina en intervalos de cuartas en sol4, re4, la3,
mi3, si2 (de agudos a graves). Los dos órdenes
superiores están octavados, o sea, dan la misma nota con una octava
de diferencia. Es esta la razón de su sonido tan característico,
parecido al del tres cubano.
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Cuatro puertorriqqueño
En menor medida se toca en República Dominicana (con 4 órdenes y 7 cuerdas en total, la 1ª simple). El origen son los laúdes llevados a la isla por los españoles durante los siglos XVI y XVII que fueron evolucionando a esta forma criolla. A finales del siglo XIX los jíbaros boricuas comenzaron a llevarlos a las ciudades desde las haciendas, empezando a tomar carta de naturaleza como instrumento nacional en que se consolidó durante los años veinte y treinta. Hay modelos de los registros soprano, alto, tenor y bajo. Se fabrica por artesanos y se hace mayormente de maderas tales como cedro, caoba, guaraguao, yagrumo, laurel, maga, acacia, guayacán, yahití y ébano
HIMNO
¡ Oh, Morovis, tú vives latente, en los pechos de todos tus
hijos
Son tus lomas de varios verdores amplias vías ya son tus caminos, pero aún cuentan historias muy viejas con sus linfas cantoras tus ríos.
Aquí esté la heredad
moroveña es acervo de todos tus hijos,
que haya fiesta y que el verbo acompañen tus guitarras… y cuatros,
y güiros.
Y marchemos con fe hacia el futuro a forjarlos con mil sacrificios, sin jamás olvidar el pasado. ¡Por siempre Morovis unidos!
Autor-Juan Manuel Rivera Delgado![](/epubstore/R/A-Rivera/Ana-Autentica-Forjadora-De-Valor/OEBPS/images/00038.jpeg)
El escudo de Morovis se divide en dos partes, una amarilla y otra roja. En el campo amarillo se encuentra el águila nimbada (rodeada por una aureola) que representa a San Juan, cuyo nombre llevaba el fundador del municipio: Juan Evangelista Rivera. Los cuatros se aprecian en el campo rojo, aluden al importante papel que desempeña Morovis como centro productor de este instrumento típico. El blasón que se encuentra dentro del escudo representa a Nuestra Señora del Carmen, patrona del pueblo. La bandera municipal se divide de forma vertical en dos partes. Aquella que se encuentra más próxima al asta es de color amarillo y lleva el águila con la cabeza hacia la bandera. La otra parte está dividida en siete franjas verticales, cuatro rojas y tres amarillas, todas del mismo ancho.
En el 1953 se fundó la Cooperativa de Ahorro y Crédito Moroveña, la cual ha sido un pilar en el desarrollo socioeconómico del pueblo. En la actualidad cuenta con tres sucursales.
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Las montañas lo caracterizan como uno de los pueblos con los más bellos escenarios naturales, por lo que la actividad turística ha sido uno de los fuertes de la comunidad. A través de la Isla, Morovis es reconocido como un pueblo de profundas raíces religiosas.
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bachuelas
Es cuna y casa de un grupo de excelentes artesanos. Desde el típico cuatro puertorriqueño, talla de aves en madera y talla de santos, entre otras, los visitantes podrán encontrar las más bellas artesanías producto de manos moroveñas.
Además en el barrio de Barahona están las cuevas "Ca"
Muchos visitantes buscan probar el famoso "Pan de la patita echá". Se confecciona en un horno centenario, uno de los más antiguos en Puerto Rico.
Capítulo 11
Quise abandonar la prisión“ La bandera de rejas”, así llamé a la insignia de Morovis. Es que sus líneas verticales semejan los barrotes de una prisión. Era como me sentía en el barrio.
Un vecino que se había mudado años antes a Río
Piedras nos visitó. Le acompañó un amigo, Ismael Guadalupe. El
próximo fin de semana volvió el
amigo y empezamos a hablar. Aunque
hicimos amistad, no me gustaba.
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Se quedó en la casa del vecino. Terminamos de novios.
A los seis meses nos casamos. El día de la boda fue bonito y triste a la vez, la familia compartió, todos disfrutaron. Yo no me sentía en control de la situación, aunque consciente de lo trascendental del paso que daba. Sentía que solo me motivaba la premura con la que quería abandonar la prisión.
Estaban mis hermanos, vecinos y amigos. A la hermana de mi futuro esposo, Petra Guadalupe, la prepararon como madrina de boda. Las damas fueron Abigail Villegas y Carmen Ana Rivera. Mis primos fueron los porta anillos. La ceremonia fue en la Iglesia Católica de Morovis y la fiesta en un salón que nos prestaron en los altos de un negocio del padrino de la boda, Pepe Colón.
Moisés Rivera, mi padre, me entregó. Él no quería hacerlo, era renuente a que me casara. No le gustaba ese hombre para mí. Su intuición, en estos 45 años de matrimonio, resultó correcta. Mamá estaba en la boda pero como si nada hubiera pasado. No estaba ni contenta ni triste. Salimos para Río Piedras, donde residiríamos por algunos años, como a las 10:00 de la noche.
Esa noche no se consumó el matrimonio. Tampoco
al otro día, ni al tercero.
Ya entonces él se fue a trabajar. Me vi en un vacío angustioso.
Pasé de pronto a una total inacción después de esos años de trabajo
incesante cultivando la gleba, limpiando mansiones ajenas, cargando
latas de agua y leña desde los montes, los años como obrera
industrial… Necesité matar el tiempo. Limpiaba la casa todos los
días, una y otra vez, en aquel barrio de desconocidos.
Me sentía sometida a un nuevo yugo con un ser anónimo. Lavaba
pisos, paredes, enseres, ropas, utensilios. Planchaba una y otra
vez. Hacía un esfuerzo duro y repetitivo en aquel mundo chico de la
casa, sin moverme de ella. Los barrotes de ahora serían media
perpetua, pero esta vez en solitaria. Nunca se me permitió aprender
a conducir, por tal razón hoy no manejo mi propio vehículo de
motor.
En algunos días supe lo que es, por primera vez, una relación
sexual. Me sentí sorprendida. A los cuatro meses una vida crecía en
mi vientre. La sensación era única, sublime. Me sentía creadora, de
nuevo.
A algunos le parecerá inverosímil, pero cuando me casé no sabía por
dónde salían los niños. Al respecto, mi ignorancia era total. Por
poco me muero cuando me enteré durante un curso de educación para
embarazadas del Departamento de Salud. Me decía a mí misma cómo era
posible, siendo tan estrecha la vagina y tan grande el bebé, que
pudiera salir por ahí.
Tuve a Alexander, hermoso, de ocho libras y media. Midió veintidós
pulgadas de largo. De inteligencia superior, el muchacho creció con
muy diversas inquietudes en diversos campos del saber. Estudió
sicología, avicultura y criminología. Es padre de una
niña.
Luego llegó Alexa. Nació una tarde. No había energía eléctrica en
el hospital. Me amarraron en la camilla.
— ¡Que venga alguien, que está saliendo la cabeza!
El grito de la enfermera me puso más nerviosa.
—La voy a dejar sola si no viene nadie.
Eso fue el colmo en medio del dolor de parto.
— ¡No, no, por favor! ¡No me deje sola! —Grité
desesperada.
En ese preciso instante llegó un médico corriendo. Traía en la mano
lo que en aquel momento me pareció un cuchillo, con lo que aumentó
mi tensión. La herida me provocó un grito que retumbó el recinto.
Produjo un corte hasta el ano. Trabajaban en la semi oscuridad y
con muy poco personal. El lector imaginará la presión a que esos
profesionales de la salud estaban sometidos. Tan es así, que cuando
me cosieron se vieron obligados a introducirme un objeto por el
orificio del ano para asegurarse de que no lo habían
sellado.
La niña salió negrita, por lo que el médico la retiró de inmediato
para asistirla. Me asusté. Sentí que el mundo se derrumbaba sobre
mí. Le faltó oxígeno.
La trajeron al día siguiente. Vi cuan hermosa era, con abundante
pelo negro cual india majestuosa. Por su color al nacer le seguimos
llamado la negra, de cariño.
Estudió contabilidad en la Universidad de Puerto Rico y es en la
actualidad funcionaria de alto rango en el Departamento de
Hacienda. Me dio una nieta dulce y hermosa.
Los últimos dos los tuve por cesárea. Ismael venía de pies y tenía
el cordón umbilical enredado en el cuello. Me amarraron en una
tabla con cinta en las manos y una cinta adhesiva en el pelo ya que
lo tenía muy largo. Sentí como si me estuvieran crucificando. Lo
más impresionante fue cuando colocaron la máscara de anestesia, ya
que era la primera vez que me sometían a tal procedimiento. El
muchacho pesó sobre nueve libras y veintidós pulgadas de largo.
Salió rubio y jincho como la madre.
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En la enfermería todos comentaban lo hermoso y grande que era. Creció enfermizo con fatiga hasta los cinco años. Se controló su condición, la cual quedó definitivamente superada a los doce. Ismael terminó estudiando pedagogía, en la Universidad del Turado. Trabaja en la misma escuela en la que estudió. Tiene dos varones.
Mi último embarazo no fue planificado pero bien recibido. Lo nombramos Alexis. Pesó ocho y media libras con diecinueve pulgadas. Se hizo estilista. Ejerce una atracción bruja sobre las mujeres, lo cual le ha traído problemas diversos en su vida. Tiene cinco hijos con cuatro mujeres.
Mi esposo Ismael siempre fue un padre amoroso y muy buen proveedor. La presencia constante de mis hijos se constituyó en contra parte de los maltratos conyugales, sobre todo en los momentos de inconsciencia, intoxicado por el alcohol. Debo aclarar que esto no era todo el tiempo, ocurría algunos fines de semana en que buscaba liberar las tensiones del trabajo.
Cuando vivíamos en Rio Piedras, en el barrio Venezuela, sacaba a mis tres hijos (todavía no había nacido en más pequeño) a pasear. Caminábamos hasta Río Piedras urbano e íbamos al cine y luego a comer mantecados frente a la Plaza de Recreo. Para entonces cocía ropas y hacía costuras, entre mis clientes estaban los maestros de la escuela de mis hijos y complementaba el salario de Ismael, mi esposo, que trabajaba para el municipio de San Juan como entrenador de boxeo. En ocasiones íbamos toda la familia a la Playa de la Ocho, en San Juan. Disfrutábamos de lo lindo. Para ese tiempo también íbamos al Monoloro, un parque zoológico de don Tommy Muñiz, en Carolina. Allí mis hijos intercambiaron simpatías con un mono que luego se hizo muy famoso, porque se fugó: el mono Yuyo. Ismael le regaló a mi hijo una alcancía en forma de mono. El niño quiso saber lo que tenía dentro y la rompió al llegar a la casa. En uno de esos viajes de diversión, cuando salimos del Safari Park de Bayamón, nos encontramos que al carro le habían robado la batería. Lo mismo ocurrió a otras personas ese día.
También participamos de eventos deportivos auspiciados por la oficina de deportes del municipio de San Juan, para la que trabajaba Ismael, en particular eventos de boxeo. Fuimos a Vieques, Culebra, y diversos otros pueblos de la Isla. El Vieques pernoctamos un fin de semana y disfrutamos muchísimo.
En el barrio Venezuela de Río Piedras vivimos unos diez años. Para 1977 se presentó un hermano de Ismael que había regresado de los Estados Unidos. Había optado por la adquisición de una parcela en Trujillo Alto. Le ofreció a mi esposo una permuta por la casa en la que vivíamos, ya que él no tenía suficiente dinero para construir. Fue así cómo empezamos a construir en la parcela, sin aún tener servicio de agua y energía eléctrica.
Construimos primero una casita de madera en la que nos quedábamos los fines de semana y fuimos construyendo con nuestras propias manos la estructura de hormigón. Traíamos el agua de un riachuelo cercano. Nos ayudaba en esas labores el padrino de mi hijo Hermelindo, y también mi hermano Moisés y un señor que conocimos en el barrio, Chequi. Para ese tiempo ya cargaba en mi vientre a mi hijo menor. Con todo y barriga mezclaba cemento y hacía otras labores. Terminada una sección de la casa, nos mudamos mientras continuamos la construcción. Durante un tiempo mis hijos tuvieron que madrugar, ya que continuaron el semestre en Río Piedras.
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Mono Yuyo
Mi alegría mayor siempre fueron mis hijos. Compartía con ellos muchísimo. Participaba con orgullo de sus actividades y éxitos escolares, como las graduaciones de los distintos niveles. Me sentía parte de sus éxitos hasta los grados universitarios, durante los que mantuvieron calificaciones de excelencia. Estuve a cargo del diseño y decorado de los salones en que se efectuaron sus bodas. Lo disfruté como si hubiera sido yo la que me casaba.
Capítulo 12
Entre las llamasDespués de vivir varios años en Río Piedras nos mudamos para Trujillo Alto y los problemas no termina ron. Allí es tablecería mos nuestra residencia definitiva. Más problemas y más sufrimiento, no tenía paz.
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Gruta de Lourdes
Hasta que un día, estando en un culto al aire libre en un parque de pelota, le dije al Señor:
—Dios, si es cierto que sanas, libertas y das
paz, yo quiero sentirlo, que el Espíritu Santo me toque. Te
serviré.
Sucedió. Caí de rodillas. Casi al instante me vi acostada en el
piso. Me sentí trasladada a otra dimensión. Me invadió la liviandad
absoluta. Al volver en mí, estaba en medio de un llanto que yo
misma no podía controlar. Las demás hermanas me ayudaron a
incorporarme.
Desde entonces le sirvo al Señor en las altas y en las bajas.
Eduqué a mis hijos en el Evangelio. Aunque las situaciones
siguieron igual, supe que una fuerza interior de mucho poder me
asistía todo el tiempo.
Una Navidad la familia de Morovis nos visitó. Preparábamos un arroz
con dulce. No se podía utilizar la estufa, ya que el caldero era
muy grande, por lo que recurrimos a un fogón improvisado en el
patio. Ahora el reto era avivar el fuego, ya que la lumbre era
pobre, por lo que el encendido de la leña no había
prosperado.
— ¡Suelta el galón! ¡Suelta el galón! —Le gritaron. Mi esposo
Ismael estaba ebrio. Quiso derramar directamente sobre el fuego la
gasolina del envase plástico. Éste se incendió estando en sus
manos. Lo arrojó y la bola de fuego rodó por el patio.
Estábamos todos alrededor, incluyendo los niños pequeños. Cuando
todo el patio cogió fuego, él le echó agua. Se avivaron las llamas.
Unos y otros corrieron a distintos lugares.
Mi hijo más pequeño, de unos tres años, quedó atrapado en medio de
las brasas. Entré sin pensarlo y lo saqué. No sufrió daño alguno
por la prontitud de mi acción. No fue mi caso, salí con la pierna
derecha en llamas, desde el tobillo hasta casi la rodilla. Mi
pierna parecía una antorcha. Recuerdo con rareza aquel color de la
llama en mi extremidad, de un azul claro, como el fuego fatuo. Fue
mi hermano José quien actuó con rapidez y la apagó. Me sentía
satisfecha de haber salvado la vida de mi hijo, a pesar del inmenso
dolor que ya me torturaba.
Un vecino que se dio cuenta de lo que ocurría se presentó con lo
necesario para controlar el fuego en el patio: arena.
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Job sufre los improperios de sus amigos
Desde el lado de afuera de la verja tiró hacia el fuego varias palas de arena hasta que lo apagó. Luego todos se fueron para sus casas. Yo me quedé con el dolor. Al otro día la pierna amaneció negra. El lunes, dos días más tarde, me visitó la esposa del pastor.
Ismael. —Tienes que llevarme al hospital —terminé dicién dole, en vista de la situación. Llegamos a la sala de emergencia. El médico se asombró por mi estado. —Está muy fea, quizás requiera amputación. Me pelaron la carne hasta que sacaron lo negro. La pierna se salvó. A los varios días cogí una infección y volvieron hablar de cortarme la pierna. No pude caminar por meses. De nuevo Dios puso sus manos poderosas. Mientras convalecía leí el Libro de Job. Descubrí la fuerza de la fe. Me impresionó la parte en que la mujer de Job reniega de Dios y conmina al profeta a hacer lo mismo, en vista de las tribulaciones que estaba enfrentado. Él resistió, a pesar de las pruebas devastadoras a que fue sometido. Yo me sentía igual. Una noche Dios me dijo “levántate, pon tus pies en el piso y camina”. Lo hice. Salí caminando bien. Hoy solo tengo una cicatriz casi imperceptible.
Capítulo 13
Trujillo Alto 2Antes de la invasión española el territorio que actualmente ocupa el municipio de Trujillo Alto perteneció al ca cicazgo de Cayniabón del cacique Canobaná.
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Puente de Trujillo
Durante el siglo diecisiete la Corona española otorgó a Alonso de Trujillo, natural de Ex tremadura, una gran extensión de terreno que se extendía sobre ambas riberas del Río Grande de Loíza.
No existen pruebas concluyentes sobre el origen del nombre, pues aunque se dice que proviene del apellido de Alonso Trujillo, hasta ahora no se ha encontrado documento alguno que lo sostenga. Otros atribuyen el nombre a unas familias de apellido Trujillo que vivían cerca de la quebrada Maracuto, antes llamada Quebrada Trujillo.
En 1795 los vecinos del área acordaron impulsar la fundación del nuevo municipio. Para 1798 residentes de la parte alta (sur) del Río Grande de Loíza solicitaron permiso al gobernador para fundar un pueblo y construir una iglesia debido a que las grandes crecidas del río a veces les incomunicaba de la ciudad de Río Piedras, lo que les impedía asistir a misa. Ese mismo año de 1798 la Audiencia Territorial de Santo Domingo concedió el permiso de fundación. El 8 de enero de 1801 quedó fundado Trujillo Alto. Al principio se le conoció solo por Trujillo y tenía los siguientes barrios: Barrazas, Cacao, Candelaria, Canovanillas, Carraízo, Carruzos, Cedro, Hoyo Mulas, Martínez González, Quebrada Grande, Quebrada Infierno, Sabana Abajo, San Antón, Santa Cruz y el pueblo. Se eligió a la Santa Cruz como patrona del pueblo. El primer alcalde fue Tomás Ruiz y José María Torres Vallejo fue el primer síndico procurador.
En 1817 le fueron segregados algunos barrios que formaron el nuevo municipio de Trujillo Bajo, a partir de 1820 se le empezó a conocer como Trujillo Alto. El 13 de septiembre de 1928 el huracán San Felipe destruyó la iglesia católica del pueblo por lo cual fue reconstruida en hormigón. En 1844 se erigió la Casa Alcaldía y en 1854 se construyó la primera escuela.
En 1902, Trujillo Alto fue anexado al municipio de Carolina, pero ya en 1905 recuperó su condición anterior. En 1910 llega el alumbrado público a Trujillo Alto. Constaba de dieciséis faroles de gas y no es hasta el 1913 que llega otro sistema utilizando electricidad. En 1939 el ejército de los Estados Unidos construyó el puente de acero sobre el Río Grande de Loíza para movilizar tropas hasta Gurabo. En 1954 se construyó la represa Carraízo, principal fuente de agua del área metropolitana de San Juan. Ambos son puntos de interés de Trujillo Alto. Otros puntos de interés son el Convento de San José que le pertenece a las Monjas Carmelitas y el Santuario Mariano de la Gruta de Lourdes.
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Emilio Díaz
En el pasado la eco
nomía trujillana, como la de toda la Isla, estaba basada en la
agricultura. Trujillo Alto fue productor de café, caña de azúcar,
guayabas, arroz y tabaco, entre otros productos. La expansión
urbana ha reducido las áreas verdes, en particular en las llanuras
del norte.
A Trujillo Alto se le conoce también como: La ciudad en el campo, El pueblo de los manantiales, La ciudad península, El pueblo de las ocho calles y El pueblo del arrecostao.
Uno de nuestros más ilustres compueblanos lo es Emilio Díaz Valcárcel, escritor puertorriqueño nacido en octubre de 1929. Este insigne escritor falleció a principios de 2015. Entre sus obras se encuentran: El Asedio, Napalm, Proceso en diciembre y Panorama.
Tulio Larrínaga, graduado de ingeniería civil de la Universidad de Pennsylvania, fue otro de nuestros conciudadanos connotados. En 1872 se convirtió en el arquitecto municipal de San Juan. En 1899 ayudó en la fundación del Partido Federal, luego se unió al Partido Unión de Puerto Rico. En 1904 se convirtió en Comisionado Residente de Puerto Rico en el Congreso estadounidense.
Medardo Carazo fue un destacado educador trujillano y líder cívico. Uno de los primeros maestros graduados de la Escuela Normal en enseñar el idioma inglés en las escuelas públicas de Puerto Rico, formó parte de la primera escuela graduada de Principales de Escuelas Públicas de la Universidad de Puerto Rico. Ejerció como principal en Trujillo Alto a partir de 1936. Hoy en día la escuela superior de dicho pueblo honra su memoria con su nombre.
Manuel Rivera Morales, locutor y narrador de deportes. Yolandita Monge, cantante y actriz nació el 16 de septiembre de 1955 en el barrio Carraízo de Trujillo Alto. Víctor M. Rodríguez, presidente del Frente Amplio de Camioneros, fue representante por acumulación. Don Chezina, cantante de reggaeton se hizo famoso con su super hit "Chezidon e lo que hay pa tuas las gatas..." La Orquesta el Macabeo, agrupación de música salsa, fue fundada en Lago Alto, de Trujillo Alto. También es importante mencionar a Franco (El Gorila) y Tamara López, líder comunitaria y ex candidata a legisladora municipal.
Según la Agencia Federal del Censo en 2000, la población de Trujillo Alto fue 75,728 habitantes. Hubo un aumento de 14,608 habitantes, un 23.9% más que lo registrado para el Censo del año 1990. Este número de habitantes convierte a nuestra ciudad en la décima de mayor población en Puerto Rico.
La principal vía que recorre el municipio es la Carretera #181 (Expreso Trujillo Alto) que lo atraviesa de Norte a Sur y lo conecta con San Juan por el Norte (carretera #846) y Gurabo por el Sur. Le siguen en importancia otras carreteras como la #852 del barrio Quebrada Grande y Dos Bocas que conecta con el municipio de Carolina, la #175 del barrio Carraízo que conecta con Caguas, la Avenida Las Cumbres y la carretera #851 del barrio La Gloria.
A los trujillanos se les conoce como los arrecostaos.
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Aunque se desconoce el origen de este cognomento, existen tres posibilidades. La primera se refiere a la apariencia de las casas que al estar construidas sobre colinas, muy pegada una casa de la otra, parecieran estar recostadas. La segunda es la supuesta costumbre de los trujillanos de recostarse a las paredes. La tercera posibilidad se refiere a la "piedra del arrecostao", una piedra que existía en el pueblo con forma de vaca donde la gente se recostaba a charlar. La piedra fue removida.
En el municipio se encuentran rocas de origen volcánico que datan del período Cretáceo Tardío. También se encuentran las llamadas rocas ígneas intrusivas, en grandes bloques. Ejemplos de ellas pueden verse al norte de Trujillo Alto y en la cantera cercana a la Represa Carraízo. Aparecen también algunos depósitos de rocas sedimentarias en el sector Matienzo del barrio Saint Just. La roca caliza puede encontrarse en algunos sectores del barrio Las Cuevas al noroeste del municipio. Existen depósitos de rocas ígneas plutónicas: granito, basalto y diorita. Por otro lado, el territorio que comprende el municipio de Trujillo Alto está atravesado por numerosas fallas, las cuales no han mostrado actividad.
Según el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, los suelos del Municipio pertenecen a la asociación Múcara–Caguayo. Éstos están formados por los residuos de roca volcánica basáltica. Son de poco a moderadamente profundos y de moderadamente empinados a muy empinados.
Al extremo Norte del Municipio existen unas 1,400 cuerdas que corresponden básicamente a la serie Río Piedras. Estos son terrenos relativamente llanos, con declives de 10 a 15 grados. Son profundos y caracterizados por erosión que varía de moderada a grave. Hacia el sur y suroeste del municipio, los terrenos pertenecientes a las series Caguayo y Río Piedras son catalogados como terrenos profundos con declives de 20 a 60 grados y erosión que varía de moderada a muy grave. En el extremo noreste aparecen algunos terrenos de la serie Toa y Coloso; éstos son terrenos aluviales húmedos y muy fértiles.
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Roble amarillo
En cuanto a la minería podemos decir que el Municipio de Trujillo Alto tiene abundancia de materiales que se utilizan para la construcción, como lo es la piedra, arena y grava. Estos suelos, producto de la meteorización de rocas volcánicas de las formaciones de Barrazas, Friales, Guaynabo, Hato Puerco, Infierno, La Muda, Lomas, Monacillo y Carraízo Breccia, son e su mayoría suelos arcillosos.
La capacidad agrícola de los suelos trujillanos va desde I hasta VIII, siendo del I al IV los más productivos, del V al VI los regulares y del VII al VIII los menos productivos. Los suelos con mejor calidad se encuentran en la Zona Norte del Municipio, zona que ya ha sido urbanizada, y a las márgenes del Río Grande de Loíza.
Anualmente la temperatura media de Trujillo Alto es de 77,3 °F. Es un territorio lluvioso, cuyo promedio anual es de 72 pulgadas. Los meses más lluviosos son agosto y septiembre; los más secos febrero y marzo. Esta precipitación se encuentra influenciada por la topografía, o sea, lluvia orográfica. Esta se define como la ascensión forzada del aire húmedo, por efecto de la interposición de una montaña en su trayecto, o por el desnivel de una gran extensión de terreno.
La cuenca principal de la Represa Carraízo es el Río Grande de Loíza, que cruza de Sur a Este, aunque no nace en este Pueblo. Identificada en su base de datos tiene un total de 15 quebradas cuyos nombres son: Blasina, Carraízo, Cepero, Colorada, Grande, Hoyo Frío, La Gloria (antes Infierno), Limones, Naranjo, Pastrana, Rohena, Sabana Llana,
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Represa Carraízo
Matienzo, Maracuto y Variante. El Embalse Carraízo es otro de los recursos de agua con el que cuenta. Este embalse es el mayor caudal en Puerto Rico en cuanto a área de desagüe, puesto que abarca 533 kilómetros cuadrados (doscientas seis mil hectáreas cuadradas). Su capacidad original es de 20,000 acres, casi 25 millones de metros cúbicos. Se usa para abastecimiento de agua potable para el área metropolitana de San Juan. El Río Grande de Loíza era navegable en épocas pasadas por lanchones para transportar caña de azúcar. Otro de los recursos son sus manantiales, existe un total de diecinueve, entre ellos se encuentra el famoso manantial La Montaña y La Ceiba (antes La Ceiba).
Existe un acuífero del tipo intergranular ubicado en el barrio Saint Just. Esto hace que se encuentre agua entre las rocas y los granos que componen el suelo. En el área del acuífero se encuentra un pequeño lago cercano a una iglesia.
El relieve de Trujillo Alto se compone principalmente de colinas húmedas. Sus mayores elevaciones pueden alcanzar entre 200 y 340 metros sobre el nivel del mar y aparecen hacia el sur del municipio, en el barrio Quebrada Grande. A lo largo del cauce del Río Grande de Loíza las elevaciones están entre los 10 y 25 metros, según datos del Catastro Geológico Estadounidense. La flora de Trujillo Alto es del tipo de bosque tropical húmedo. En el municipio abundan los árboles de maricao.
En las elecciones generales de 2004 revalidó en su cargo como alcalde, Pedro Padilla Ayala del Partido Popular Democrático. En esas elecciones se enfrentó a Julio Andino del Partido Nuevo Progresista y a Luis A. Cruz Batista del Partido Independentista Puertorriqueño.
La Legislatura Municipal de Trujillo Alto es un cuerpo unicameral, el cual ejerce sus funciones legislativas en el Municipio de Trujillo Alto mediante las facultades conferidas en la Ley de Municipios Autónomos de Puerto Rico, Ley Núm. 81 del 30 de agosto de 1991. Se compone de dieciséis miembros que son elegidos por el voto directo de los electores en las elecciones generales, los que se organizan dentro de distintas comisiones permanentes y especiales.
Para las elecciones generales de noviembre de 2008 los candidatos a la alcaldía trujillana fueron: José Luis Cruz del Partido Popular Democrático; Eduardo Otero, del Partido Nuevo Progresista; y el independentista Jaime Negrón, del Partido Independentista Puertorriqueño. En estas elecciones resultó vencedor José Luis Cruz, del PPD, quien juramentó al cargo en la Plaza del Bicentenario, el lunes 12 de enero de 2009, ante el Hon. Eddie A. Ríos Benítez, primer Juez Superior designado en propiedad a la Sala Superior del Tribunal de Primera Instancia en Trujillo Alto. Los puestos al Senado por el Distrito Senatorial 8 y el puesto de Representante del Distrito Representativo 38 recayeron en los candidatos del PNP Lornna Soto, Héctor Martínez y Éric Correa, respectivamente.
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El plato típico trujillano consiste de una fritura a base de masa de guineos majados y guayados (rallados), esta mezcla es rellena con carne de res y frita con forma de media luna en abundante aceite. Esta fritura a veces es confundida con la alcapurria, aunque no lo es, y es llamada "Macabeo".
Fiestas Patronales , son llevadas a cabo en honor de la "Exaltación de la Santa Cruz", celebrada cada 14 de septiembre. Esta fiesta no debe ser confundida con el día de la Santa Cruz, que es el 3 de mayo. Maratón del Arrecosta'o'. Festival de Paso Fino, celebrado en noviembre. Festival del Macabeo, este es un festival celebrado en la plaza del pueblo desde los años sesenta del siglo XX y es en honor a la fritura autóctona de Trujillo Alto llamada "macabeo". El festival se celebra en el mes de diciembre y en varias ocasiones ha sido dedicado a su creadora, Romualda Báez.
El escudo de Trujillo fue cambiado en 1998. Su descripción es: En campo de plata, tres montañas de sinople (verde), puestas en faja, terrazadas de lo mismo y sarmontadas de una cruz latina de azur (azul). Bordura de azur con ocho chorros de agua, de plata.
El escudo está timbrado de una corona mural de oro, realzada con cinco torres. Debajo del escudo hay un listón con la inscripción: Trujillo Alto. Los ocho chorros de agua representan los ocho barrios del municipio y simbolizan los numerosos recursos acuíferos de Trujillo Alto como el Río Grande de Loíza, los numerosos manantiales, las quebradas y el Lago Carraízo. Las montañas representan la topografía montañosa del pueblo. La cruz latina representa la Santa Cruz, patrona del pueblo.
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Escudo de Trujillo Alto
Capítulo 14
Un cambio fundamentalLlegó un momento en la vida que me dije: “cuando mis hijos estén grande y hayan estudiado voy a cambiar mi vida”. Pero entonces Ismael enfermó y no pudo trabajar más. Me convertí de nuevo en el sostén del hogar. Tuve que redoblar los esfuerzos para asegurarles una buena educación. Desplegué mis habilidades manuales para las artesanías. Hice lazos para niñas. Me fui a Río Piedras a venderlos en las calles.
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Certificado de Desarrollo Empresarial
Mis hijos ya estaban en la universidad y había que asegurar cubrir los cuantiosos gastos que ello conllevaba.
—¡Oye! ¡Tú no puedes vender eso aquí! —Sentí el grito como el filo de una espada a mis espaldas.
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Era la operadora de un negocio en las cercanías donde vendía mis lazos, en el Paseo de Diego. Estaba molesta por mi presencia. Llamó a la policía. Me dieron un boleto de mil dólares junto a una cita para juicio en la Alcaldía de San Juan. Pero de nuevo Dios envió un ángel a mi rescate.
Era una abogada Pro Bono, venía de parte del entonces senador Nicolás Nogueras. A él lo había conocido en una actividad política, algunos años antes. Yo había sido activista del Partido Nuevo Progresista (PNP). La abogada me buscó en Río Piedras en su carro hasta llegar a San Juan. En aquel proceso cuasi judicial ella empezó a argumentar y yo a llorar.
—Señora, le pido que me perdone —dijo el policía después de la Vista, con los ojos hechos agua. Se sintió mal por lo que había hecho, cuando escuchó sobre mi situación y mis razones para vender en la calle.
La resolución del caso la enviaron por correo treinta días más tarde. Para mi sorpresa, el documento oficial llegó con un Permiso de Ventas para Río Piedras. Vi la gloria de Dios. Fue así como pude formalizar mi negocio, el cual operó hasta el 11 de noviembre de 2013. Estuve catorce años en el Paseo de Diego. Todos me querían mucho, incluyendo los demás vendedores. Tuve que venderlo porque no tenía quien me ayudara.
A los 45 años estudié floristería en el Instituto del Arte de Carolina. Con solo un sexto grado me gradué con Alto Honor. Me dieron una placa y una recompensa monetaria que me serviría para comenzar operaciones como florestera. Me constituí en ejemplo para los demás. Trabajé desde mi propia casa. Logrando ver a mis cuatro hijos todos profesionales.
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De ellos y de mis nueve nietos me siento orgullosa.
Tuve a un amigo en drogas, lo cual lo llevó a cometer otros delitos y cayó preso. Estuvo dos años en prisión. Lo saqué y lo coloqué en un hogar cristiano, en el que pudo terminar su sentencia.
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Le dimos mucho apoyo, por lo que superó su situación. En aquel proceso conocí muchísima gente, gente buena. Me querían mucho, hasta me llamaron mamá, me escribían cartas y postales para el Día de las Madres, me enviaron regalos.
Otro, que me regaló una hermosa cartera en madera hecha con sus manos, tenía que cumplir 90 años por cómplice de asesinato. Ocurrió algo increíble. Quien tenía sobre sí casi una perpetua, pudimos colocarlo en un hogar cristiano. Hoy en día este caballero, casado con una mujer que le presentó mi hijo Alexis, vive felizmente en su propia residencia y es pastor en su comunidad.
Eran actividades misioneras de la congregación a la que pertenecía. Nos envolvimos en acciones de solidaridad con los presos, cuya prisión más aterradora es la soledad. Nuestro apoyo se constituyó en un aliento tal, que les estimuló a envolverse en algún tipo de actividad creativa.
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Como agradecimiento, recibí de ellos regalos producto de sus pro pias manos.
Cuando llegué a los sesenta y cinco años tuve un sufri miento tan grande que pensaba que me moría. Mi madre estaba enferma.
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Una de mis her manas me llevó a la corte con el propósito de obligarme a cuidarla. Yo no podía llegar desde Trujillo Alto, en que residía con mi esposo enfermo y sin transportación propia. Nuevamente, Nicolás Noguera y su esposa me ayudaron. Todo quedó resuelto con la aprobación de una pensión para cubrir mi parte de los gastos para el cuido de mi madre.
En los comienzos de 2015 mi esposo Ismael estaba delicado de salud. Con mis hijos son adultos e independientes, seguiré labrando mi futuro. Nunca antes me sentí mejor de salud.
Epílogo
ÁngelesÁngeles me guardan siempre. Donde quiera que yo voy están ellos. Un día estaba yo sola en la casa y me fui a bañar. Cuando salí de la ducha caí entremedio de la bañera y el inodoro. Sentía un dolor tan fuerte que no podía levantarme. Un án gel me ayudó. Ese ángel era bello, las alas de colo res. Extendió sus manos suaves y me levantó.
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Las caricias sobre mi cabello me fueron de gran consuelo.
Luego me cargó hasta la cama. Habló con voz aromática. Llegaron otros ángeles. Unidos de las manos cantaron hasta que quedé dormida. Al despertar no estaban. Me levanté poco a poco. Estaba mejor. Me cuidaron todo un mes. Cuando fui al doctor me regañó por no me haber ido a tiempo, mi pie izquierdo tenía una fractura. El doctor indicó que solo un milagro me sanaría porque había pasado demasiado tiempo. Estuve en cama y en un sillón todo un mes sin poder mover la pierna, pero así mismo seguía haciendo las labores del hogar. Visitaba al doctor cada diez días. En la última visita me sacó una radiografía. Para sorpresas de todos, el pie estaba bien.
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Títulos publicados:
El
hombre del tiempo ángel m.
agosto
Lustro de gloria ángel m. agosto
Intrigas desesperadas ángel m. agosto
Rutina rota ángel
m. agosto
5 ensayos para épocas de revolución
ángel m. agosto Voces de bronce ángel m.
agosto
Horror blanco ángel
m. agosto
Relatos por voces diversas Cómplices en la palabra
En los límites Evaluz Rivera Hance
El proceso político en Puerto Rico ángel m. agosto
ANA, auténtica forjadora de valor Ana Rivera
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