Capítulo VIII

TENGRI Nor, el Espíritu del Lago, estaba situado muy lejos hacia el Norte. Cuando Flandry y Juchi descendieron de su aparato aún era de día, aunque los anillos del planeta eran invisibles desde allí. En la noche, según dijo el Shaman, se notaría como un débil resplandor apreciable a medias sobre el horizonte meridional. Krasna aparecía como el ascua rojiza de un rescoldo ardiente y los campos nevados aparecían teñidos de rojo. A medida que el sol se ocultaba hacia las sombras, un velo púrpura se deslizaba de un ventisquero a otro.

Flandry no había jamás conocido semejante quietud, ni aun en el espacio, en los vuelos siderales en que siempre se nota, al menos, el leve zumbido de la maquinaria, que sirve como referencia para saber que se está vivo. Allí el aire parecía helar hasta los sonidos. Las bocanadas de viento procedentes del polo soplaban suavemente arrastrando con ellas finísimos cristales de hielo que resplandecían y se deslizaban sobre los bancos de nieve, tan calladamente que no podía oírlo. Forrado hasta la exageración de buenas pieles, y con la cara embadurnada de una capa grasienta para protegerse de aquella fría atmósfera, sentía que su propia respiración se le helaba en el rostro. Le pareció extrañamente que podía oler el lago; pero sin estar seguro. A ninguno de sus sentidos terrestres podría darle mucho crédito en este terrible lugar invernal.

Con un inesperado vozarrón, que sonó como un disparo, dijo:

—¿Saben que estamos aquí?

—¡Oh, si! Desde luego. Conocen nuestra ruta y muy pronto se reunirán con nosotros —repuso Juchi.

El Gran Shaman miró hacia el Norte, a las ruinas que se hallaban en pie en las márgenes del lago. La nieve escondía a medias unos enormes muros de mármol, blanco sobre blanco, donde la luz crepuscular parecía sangrar a través de las destrozadas columnatas. El aliento del Shaman empezaba a quedársele helado en la barba.

—Supongo que reconocerán las insignias de nuestro aparato —dijo Flandry—. Porque ¿qué pasaría si el Kha Khan enviara un aparato disfrazado?

—Eso ya ha ocurrido un par de veces, en tiempos del padre de Oleg. Sus aparatos fueron detenidos mucho antes de llegar hasta aquí, en el Sur, por algún medio desconocido. Los Habitantes del Hielo están siempre alerta.

Juchi levantó los brazos y empezó a hacer extraños aspavientos con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados, mientras una misteriosa letanía brotaba de sus labios, como un suave canto.

Flandry no tenía idea sobre si el anciano invocaba algún rito supersticioso, practicaba alguna cortesía ritual o hacía señales a las gentes del glaciar. Había visto demasiadas cosas raras en su vida. Esperó, mientras abarcaba con la mirada aquel fantástico panorama.

Más allá de las nieves, hacia el Oeste, a lo largo de la ribera del lago, crecía un bosque. Un bosque de árboles blancos y endebles, con un intrincado ramaje de singular disposición geométrica, que brillaba con luminosos destellos, como si fueran joyas. Sus tenues hojas vibraban continuamente, dando la sensación de que toda la floresta fuese de cristal. Flandry nunca había visto un paisaje en la Naturaleza en semejante quietud. La nieve, entre aquellos fulgurantes troncos, estaba tapizada por otras plantas grises y achaparradas. Las rocas que surgían aquí y allí estaban casi borradas bajo tal vegetación de líquenes. Si el lugar no fuese tan frío, aquello hubiese sugerido una rica vegetación tropical. El lago se perdía de vista con su color azul pálido entre los bancos de nieve. Conforme la tarde se cernía sobre las aguas, la neblina que flotaba sobre el lago se volvía blancuzca.

Juchi le había explicado la base químico-biológica de la vida polar en Altai. Originalmente protoplasmáticas y terrestroides, las formas originales se vieron obligadas a adaptarse en edades pretéritas a la temperatura progresivamente decreciente. Lo habían hecho así mediante la sintetización del metanol. Una mezcla a partes iguales de agua y metanol permanecía fluida por bajo de los cuarenta grados bajo cero. Cuando finalmente se heló, las células no explotaron y se desintegraron en formas de cristales de hielo, sino que simple y gradualmente cambiaron hacia una forma fangosa, pero fluida. La vegetación y los animales más primitivos permanecieron vivos funcionalmente hasta alrededor de los 70º C., por debajo de cuya temperatura quedaron en forma de una vida latente, sin morir. Los animales superiores, siendo homeotérmicos, no suspendieron su animación hasta que el ambiente alcanzó a los 100 grades bajo cero.

Los lagos polares y los ríos se cargaron igualmente de alcohol, por acumulación procedentes de residuos orgánicos muertos, de las especies acuáticas. De esta forma permanecían fluidos hasta mediados del invierno. El principal problema de la vida en las regiones glaciares era el de hallar minerales. Las bacterias fueron proporcionándolos. Allí donde las rocas aparecían, los animales viajarían hasta carcomerlas y absorber parte de su constitución mineral, y al volver a sus bosques y morir, se irían formando los átomos pesados. Pero en general, la ecología de Altai se había conformado sin ellos. Ningún animal nativo, por ejemplo, tenía huesos, teniendo en su lugar en la estructura esquelética, cartílagos y quitina, muy diferentes, desde luego, de las de la Tierra.

El relato de Juchi habría resultado plausible e interesante en una confortable kibitka, con microtextos a la mano para consultar detalles cuantitativos, pero allí, sobre aquellas nieves de un millón de años, observando la caída de la noche como una sombra entre los árboles de cristal, las ciclópeas ruinas y oyendo el canturreo misterioso del Gran Shaman, bajo un vasto cielo, descubrió que las explicaciones científicas eran sólo unas débiles tentativas para aproximarse a la verdad.

Una de las lunas del planeta surgió en el espacio. Flandry vio algo flotar y desplazarse al amparo de su luz cobriza. Los objetos, una inmensa aglomeración de esferas blancas, extendiéndose en diámetros desde unos pocos centímetros hasta el tamaño enorme de su navío aéreo, se aproximaban hacia ellos. Unos grandes tentáculos se desprendían por debajo de aquellos globos flotantes. Juchi interrumpió su letanía.

—¡Ah! Son las aeromedusas. Los Habitantes del Hielo no estarán muy lejos.

—¿Qué? —preguntó Flandry con estupor.

El frío se hacía más intenso cada vez, hasta morderles las carnes a través del cuero y las gruesas pieles.

—Es el nombre que les damos —añadió el Shaman—. Parecen organismos primitivos; pero actualmente están bien evolucionadas, con órganos de los sentidos y con cerebro. Electrolizan el hidrógeno, a partir del agua, para inflarse a si mismas y la propulsión la realizan por aire, que fuerzan hacia atrás. Se alimentan de numerosa caza menor, que va a chocar contra sus tentáculos insensiblemente. El Pueblo Helado las ha domesticado.

El Shaman empezó a sentir también escalofríos.

—Nosotros, los humanos —continuó Juchi— no tenemos idea, realmente, si los Habitantes del Hielo han degenerado o no. Me atrevo a decir que la inteligencia apareció en Altai, en primer término, como respuesta al empeoramiento de las condiciones del planeta, o sea, al recalentamiento de Krasna en el último millón de años, después de que la biosfera se hubo adaptado a las bajas temperaturas. Superficialmente aparecería una nueva civilización que después cayó en colapso. La escasez de metales y el lento encogimiento de los casquetes polares pudo haber sido la causa. Y no obstante, no es lo que afirman los propios habitantes. No demuestran sentir la pérdida de un glorioso pasado. Hasta donde yo puedo imaginar, creo que ellos han abandonado deliberadamente su civilización material antigua, después de haber hallado mejores métodos.

Dos seres se aproximaban desde el bosque.

A primera vista, parecían hombres enanos forrados de pieles blancas. Más cerca, podían observarse otros detalles de su rechoncha conformación. Tenían los pies largos y membranosos, como para adaptarse elásticamente a la superficie nevada, como pequeños esquíes. Tenían en la mano tres dedos opuestos a un dedo pulgar, insertado en mitad de la muñeca. Las orejas parecían unos penachos circulares forrados de plumas. Tenían los ojos muy negros y una faz simiesca, de triste mirada, emergía de una peluda cabellera. No parecían respirar como los seres humanos, ya que sus cuerpos se hallaban a temperatura inferior a cero grados centígrados. Uno de ellos llevaba una lámpara de piedra en la que flameaba una llama de alcohol. Y en la otra, un bastón blanco, complicadamente cincelado. En cierta forma indefinible, las medusas aéreas parecían ser guiadas por tan extraño instrumento.

Se acercaron, hicieron alto y esperaron. Nada se movía, excepto el viento que agitaba suavemente sus pieles y la llama de la lámpara. Juchi permaneció también inmóvil y Flandry trató de seguir la conducta del Shaman, aunque sus dientes chocaban por el frío agudo del ambiente. Había visto muchas formas de vida en otros mundos; pero todo aquello le resultaba de una extrañeza casi irreal.

El sol se ocultó. Con un aire tan tenue y sin polvo, no existía el crepúsculo apenas. La noche cayó súbitamente y las estrellas brillaban lejanas en el espacio, en aquella repentina negrura. El borde de los anillos de Altai pintaba en el lejano horizonte un arco remoto. La luna esparció un resplandor cobrizo sobre la nieve, poblando el bosque de sombras fantásticas. Un meteoro cruzó fugazmente el cielo, en un relámpago silencioso. Juchi pareció tomar el fenómeno como una señal y empezó a hablar. Su voz parecía helada como si se hubiese congelado y no parecía en absoluto que sus palabras tuviesen la menor entonación humana. Flandry empezó a comprender lo que era el Shaman y porqué presidía todas las tribus aliadas de las tierras del Norte. Pocos hombres, seguramente, hubiesen tenido la inteligencia necesaria para dominar el lenguaje de los Habitantes del Hielo, y tratar con ellos. Una gran parte de la fuerza del Tebtengri residía en sus relaciones con estos seres. El metal era cambiado por el petróleo, objetos curiosos y substancias plásticas procedentes del Tengri Nor y se sostenía mutuamente la defensa contra las incursiones aéreas del Kha Khan.

Un habitante replicó. Juchi se volvió hacia Flandry para ir traduciendo la conversación.

—Les he contado quién es usted y de dónde viene, Orluk. No están sorprendidos por ello. Antes de hablarles de su requerimiento, ellos parecían conocer el asunto. No sé exactamente la palabra apropiada; pero es algo que tiene que ver con las comunicaciones a distancia, y me ha dicho que saben ponerse en contacto con la Tierra, sin importarles la distancia, algo así como si fuese a través de los sueños.

Flandry se quedó atónito. Ello podría, realmente, ser así. ¿Cuánto tiempo hacía que los hombres se hallaban enlazados en su mente por algo más rápido que la luz, en su interior? Un puñado de siglos. ¿Y qué era aquello comparado con el Universo? Creyó sentir súbitamente, no sólo con su cerebro, sino con todo su ser, lo viejo que era aquel planeta.

—¿Telepatía? —aventuró Flandry—. Nunca he oído hablar de una experiencia telepática de tan tremendo alcance.

—No. No es eso lo que los Habitantes del Hielo quieren significar. Si así fuera, sabrían lo concerniente a la situación de los merseianos y nos habrían avisado. Su concepto no es algo que yo pueda comprender por completo. —Y Juchi añadió con gran cuidado—: De hecho, me han dado a entender que cualquier poder de los que ellos poseen, es inútil para nuestros propósitos.

Flandry suspiró profundamente.

—Yo puedo haberlo comprendido. Un mensaje telepático para la Armada Imperial hubiese sido demasiado sencillo. No hay oportunidades para fáciles heroísmos.

—Los Habitantes dicen —prosiguió Juchi— que ellos se liberaron hace muchísimo tiempo de esos engorrosos edificios y máquinas que los humanos usan todavía. Quedaron así libres para meditar, siguiendo el pensamiento puro, hacia una meta desconocida, mucho más lejana de lo que podemos imaginar. Pero, como consecuencia, han perdido muchos poderes materiales. Pueden hacer frente a cualquier agresión de Ulan Baligh; pero se encuentran desarmados contra las naves del espacio exterior y contra las armas atómicas de los merseianos.

Medio oculto entre la rojiza luz de la luna, habló un aborigen. Y Juchi, tradujo seguidamente.

—Dicen que no sienten temor por la muerte radial. Si Merseia les exterminara, lo aceptarían con calma. Todas las cosas tienen un fin, y con todo, nada se acaba realmente. Sin embargo, preferirían que sus descendientes, las bestias y las plantas de los bosques helados, pudieran vivir todavía unos cuantos millones de años más, para poder aproximarse así hacia la Verdad. Ellos, como nosotros los Tebtengri, no están disconformes con ser clientes del Imperio Terrestre. Para ellos, un estado político cualquiera carece de significado. Nunca han tenido nada en común con los hombres para ser turbados por cualquier Gobernador Imperial. Saben que la Tierra no querrá dañarles gratuitamente y que Merseia sí lo haría, en caso de provocarse esa guerra de flotas espaciales que usted ha descrito. Por lo tanto, el Pueblo Helado está dispuesto a ayudarnos con los medios de que dispongan. Por el momento, no conocen ninguna solución.

—¿Esas dos personas hablan en nombre de toda su raza?

—Y en el de los bosques y las aguas —repuso Juchi con la mayor solemnidad.

Flandry se imaginó a toda una biosfera constituida en un solo y gran organismo.

—Si usted lo dice así, acepto su palabra. Pero si realmente no pueden ayudarnos...

Juchi dejó escapar un suspiro de hombre anciano, como el viento sobre las acres aguas del lago.

—Yo esperaba que pudiesen hacerlo. Y ahora, ¿no tiene usted un nuevo plan para nosotros mismos?

Flandry permaneció unos momentos callado, sintiendo las terribles punzadas del frío penetrarle el cuerpo. Finalmente, dijo:

—Si las únicas naves del espacio de Altai se encuentran en Ulan Baligh, debemos, evidentemente, penetrar en la ciudad de algún modo y enviar nuestro mensaje. ¿Tiene este pueblo algún medio de contacto secreto con los betelgeusianos?

Juchi trasladó la pregunta.

—No —tradujo en seguida—. No, estando los comerciantes betelgeusianos estrechamente vigilados. Su sentido especial de la premonición les advierte que esto es así.

El portador de la lámpara se adelantó de forma que la llama azulada iluminara su semblante. ¿Podría leer, como humano, cualquier emoción reflejada en aquellos ojos? Habló en su misterioso lenguaje y Juchi escuchó.

—Podrían llevarnos a la ciudad sin ser detectados en una noche muy fría —tradujo nuevamente el Shaman—. Las medusas pueden llevarnos por el aire. Una medusa es demasiado fría para ser registrada por ningún aparato de rayos infrarrojos. Un hombre solo entre sus tentáculos, sería demasiado pequeño para ser registrado por cualquier instrumento desde tierra.

El Shaman hizo una pausa.

—Pero, ¿de qué nos serviría? Si queremos introducirnos en Ulan Baligh, esto puede hacerse sencillamente a pie, por las calles, convenientemente disfrazado. Y un navío aéreo sería detenido en cualquier punto de tráfico fuera de la ciudad e inspeccionado.

Flandry levantó los ojos hacia el cielo refulgente de estrellas, dándole de lleno en los ojos la luz de la luna. Tenía todos sus nervios en tensión. Cuando habló, al final, lo hizo lentamente, como si hiciera una recapitulación.

—¿Recuerda usted, Juchi, cuando hablamos sobre la posibilidad de hablar por radio con cualquier nave espacial de los betelgeusianos, cuando se hallara todavía dentro de la atmósfera? Usted me dijo que el Tebtengri no disponía de equipo suficiente con la potencia necesaria para emitir tan lejos. Y en cualquier caso los khanistas podrían escucharnos. Tampoco podríamos emitir con una escasa fuerza, porque no alcanzaríamos a la nave espacial, que escaparía a nuestro alcance en cosa de segundos, aunque nuestra emisión pudiera localizarla.

—Sí, ya recuerdo.

—Bien, supongamos una nave espacial, que sea amiga y que se acercase al planeta sin tomar tierra. ¿Podrían los Habitantes del Hielo comunicarse con ella?

Juchi preguntó y respondió después:

—No. No tienen equipo de radio en ninguna parte. Aun en el caso de que lo tuvieran, su emisión sería detectada como la nuestra. El riesgo parece grande, Orluk. Ningún aparato puede pasar sin conocimiento del Khan, porque hay satélites detectores en órbita. Aun la emisión desde un aparato sufre una cierta dispersión al chocar con el suelo. El riesgo de que los khanistas pudiesen recibir nuestro mensaje parece excesivo.

—Sí, creo que sí.

La mirada de Flandry, continuó buscando en dirección al cielo hasta encontrar la estrella Betelgeuse, como una antorcha entre las constelaciones.

—Podríamos saber si tal nave espacial estuviese en la proximidad del planeta? —inquirió Flandry.

Juchi conferenció un momento con los Habitantes del Pueblo Helado.

—Sí —dijo—. Podríamos ser advertidos de tal presencia. Nuestros amigos sugieren que podemos situar hombres, transportados por medusas, que sobrevolasen a Ulan Baligh a gran altura, sin ser advertidos. Estos pasajeros irían provistos de receptores de radio, que podrían interceptar la conversación entre la nave y el control del aeropuerto espacial. ¿Serviría esto?

Flandry hizo un gesto de satisfacción.

—Sí, puede ser útil. —Y de pronto, se puso a reír alegremente.

Quizá un sonido semejante no se hubiera oído jamás con anterioridad a través del Tengri Nor. Los Habitantes recularon temblorosos como pequeños animales asustados. Juchi siguió impasible en las sombras. Solamente Flandry, con la cabeza levantada hacia el cobrizo resplandor de la luna, reía como un chiquillo.

—¡Por los cielos! —gritó—. ¡Vamos a intentarlo!