PROLOGO

(La luz se va haciendo ante el telón. Una mujer saluda al auditorio)

MUJER – Buenas noches. He dudado mucho sobre qué hablarles. Una vez lo hice sobre una pareja que se casaban y tenían un hijo, después sobre unos obreros que se marchaban a Alemania… Pienso que no estaría mal hablarles hoy sobre el servicio doméstico. Van a ser éstas unas tiernas historias sin contenido oficial ni mensaje a las futuras generaciones, de donde deduzco que lo van a pasar ustedes muy bien. Por adelantado les digo que lo que voy a contar no tiene influencia de Pinter, de Albes, ni de Ionesco. Son historias de todos los días vistas a mi manera y echándole un poquito de sal, pimienta y caricatura a las cosas. No hay criadas, en eso estamos todos de acuerdo. Las “tatas” se han puesto difíciles o porque exigen mucho, o porque no hacen nada o porque son una tías finas que se maquillan con Revlon y repintan los ojos con rabito de Coty o porque son unas pringosas que no se lavan la cara o porque tienen novio o porque no lo tienen y están rabiando por tenerlo. Pero díganme, señoras, hay casas? Es decir, una criada más o menos normal, puede meterse tranquilamente en una casa y dormir las doce horas que duerme usualmente sin que la estén acechando los peligros más variados? Porque se habla mucho de la carencia de chachas, pero… y de la carencia de señoras se ha hablado? Se ha dicho algo de los sitios donde van a parar estas pobres desgraciadas que vienen de Cáceres, Burgos o Salamanca?

SEÑORA – (Se levanta del público) Desgraciadas? Las llama usted desgraciadas y la última que me mandó la agencia me quitó tres mil pesetas, me metió el perro en la lavadora, se fumaba el tabaco de mi marido y recibía al novio en su alcoba. Y porque se me ocurrió protestar me contestó que lo que hacía estaba permitido por el Pacto de Varsovia

MUJER - Y en su casa cómo marchan las cosas? No es cierto que usted se pega con su marido?

HOMBRE – (Se levanta junto a la mujer) Me pega ella a mi

SEÑORA – No empecemos Elpidio, que hemos venido a pasar el rato

HOMBRE – Ni a pasar el rato ni nada, que las cosas que tenía que oír esa criada en casa no se oyen ni en una taberna

SEÑORA – Elpidio….

HOMBRE – Y además, el niño, que tiene catorce años, la seguía por la casa y la niña le quitaba las medias

SEÑORA – Ea! Buenas noches

(Mientras van discutiendo se van los dos por el patio de butacas)

HOMBRE - ¿Pero es así o no es así?

SEÑORA – No es así

HOMBRE – Y tu madre la perseguía con un paraguas

SEÑORA – Con mi madre no te metas!

HOMBRE – Pero si me ha perseguido a mi y me afeito todos los días!

SEÑORA - ¡Déjame en paz!

HOMBRE - ¡No me da la gana! (Se van)

MUJER – (Al público) A esto vienen mis historias, a demostrarles que hay casas más insoportables que las criadas y que, en ocasiones, la víctima no es la señora, sino la que tiene que servir. Para contar mis historias me valdré a veces de ardides singulares y, en ocasiones, intervendré yo misma en ellas. Una advertencia de tono general: el lenguaje que vamos a emplear es el que se emplea normalmente entre los seres humanos cuando no están de visita, de donde, a lo mejor, hay cosas que ponen un poco colorada a las señoras y que divierten mucho a los caballeros. Váyase lo uno por lo otro, caramba! Y que si está de moda que se suelten tacos en las obras dramáticas, que nos dejen decir algún taquito cuando queremos hacer reír y ya veréis como al final quedará bien patente lo que es la tesis general de mis relatos: las criadas son inaguantables, pero a veces aguantan cosas que ningún ser humano puede soportar tranquilamente

(La luz se hace sobre un escenario que no nos dice nada especial. Esquemáticamente se trata de una pieza que puede encontrarse hoy en día en cualquier punto de Madrid)